NOTAS Familia Acogida Incondicional Del Otro

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 16

Familia acogida incondicional del otro

Propósito: El cuidado del otro, como factor de identidad comunitaria

Buenos días, en principio quiero agradecer la invitación a participar en este


espacio de formación que se presenta como fundamental para el trabajo que
realizamos en el acompañamiento a otros seres humanos y a otras familias. Me
parece importante poner el acento en tres consideraciones:

La primera de ellas tiene que ver con el hecho de que nos acercamos al otro,
desde la necesidad que tenemos por empatizar, pero también para en la medida
de lo posible evitar el dolor evitable, siempre, haciéndolo desde nuestro esquema
conceptual de referencia operativo, y porque me refiero al ECRO, porque
considero que al trabajar con otros seres humanos que resuenan y contienen lo
hacemos poniendo en juego, en acción nuestra propia experiencia, esa que
atraviesa nuestra corporalidad, y nuestra conciencia, constituyéndose en los
elementos que van tejiendo nuestra permanencia y nuestra vocación.

La segunda, tiene que ver con la imperiosa necesidad de profesionalizar nuestra


actuación poniendo el acento en la circularidad de nuestra intervención, que quiero
decir con esto, me refiero al compromiso ético de observar nuestro trabajo a partir
de nuestra realidad en contexto particular y especifico.

Y tercera en la necesaria intervención desde un referente teórico, que nos permita


una distancia óptima con nuestro objeto-sujeto de intervención o acompañamiento,
que en este caso lo constituyen las familias y quienes lo integran, que si bien en
determinado momento se pueden objetivizar, tienen además una fuerte carga
subjetiva tanto en su comprensión, como en su interacción. De ahí que la ayuda
de un lente teórico siempre nos permite no perder el foco de la atención. Y de
manera respetuosa yo estaría planteando la posibilidad del abordaje desde el
personalismo comunitario (Emmanuel Mounier).

Después de esta breve introducción, me permito compartirles el propósito de esta


charla:

Poner de relevancia la tarea del cuidado del otro como un factor


fundamental para generar vínculos y a través de ellos la identidad
comunitaria, siendo el eje conductor la familia -este es mi apunte-.

1
Desarrollo

En relación a las dos primeras consideraciones que plantee hace unos momentos
no profundizare en ellas, intentaré presentar algunas pinceladas sobre la tercera
de ellas como preambulo de la intervención: el personalismo comunitario. Según
Amitai Etzioni (Etzioni, 2001): “Una buena sociedad es aquélla en la que las
personas se tratan mutuamente como fines en sí mismas y no como meros
instrumentos; como totalidades personales y no como fragmentos; como
miembros de una comunidad, unidos por lazos de afecto y compromiso mutuo, y
no sólo como empleados, comerciantes, consumidores o, incluso, conciudadanos¨.
Usando la terminología del filósofo Martin Buber, una buena sociedad alimenta las
relaciones Yo-Tú, aunque reconoce el inevitable y significativo papel de las
relaciones Yo-cosas (Yo-Ello).

Personalismo. El movimiento ideológico creado por Emmanuel Mounier, conocido


como personalismo, vino a suponer todo un desafío para aquellos que lejos de
buscar una afinidad con el poder establecido lucharon con la fuerza de la ideología
por el establecimiento de un mundo mejor, aun a sabiendas de que su causa
estaba perdida de antemano. En el fondo ésta es la razón de ser de toda
ideología: asumir el compromiso con la causa indistintamente de sus
consecuencias. Pero (y esto es lo grandioso de todo sistema ideológico que busca
el bien común y la salvación de las almas, como es el caso del cristianismo), el
compromiso empieza por uno mismo para hacerse extensible a otros que
identificados también con la causa hicieron piña en la lucha contra las injusticias
sociales hasta el punto de comprometer seriamente su propia vida.

Es decir, es un movimiento histórico de reflexión filosófica, antropológica y de


acción centrado en la defensa de los valores personales; se focaliza en
la persona como centro de reflexión, a partir del estudio de
su individualidad, subjetividad, personalidad y sus relaciones
interpersonales, para ir a la acción, respetando la dignidad infinita de la
persona.

Describe fenomenológicamente las dimensiones de la persona, reconociendo en


ella tres planos principales: vocación, que designa la cualidad unitaria de la
persona espiritual; encarnación, que equivale a su condición de espíritu que
informa un cuerpo sometido a las condiciones categoriales; y comunión, que se
refiere a la vocación constitutiva del hombre vivir con otros. En razón de su valor
fundamental, para Mounier “la persona es un absoluto respecto de cualquier otra

2
realidad material o social y de cualquier otra persona humana. Jamás puede ser
considerada como mera parte de un todo” (2002, p. 410).

El personalismo de Mounier es comunitario

La singularidad de la persona no hace de ella un simple individuo, que es una


categoría propia de las cosas: la persona posee una vocación constitutiva a la
comunión. Con su visión de comunidad, Mounier realiza una suerte de síntesis
superadora del colectivismo y del individualismo. La comunidad no se identifica
con la sociedad; muy por el contrario, el mundo tiende a ser despersonalizante
precisamente porque falta en él el predominio de la comunidad. Una comunidad
es, pues, un cuerpo social formado por personas que no pierden su singularidad
en la expresión del nosotros. Así, el nosotros orgánico, como realidad espiritual
adecuada al yo, no nace por el olvido de la persona, sino, muy por el contrario, por
su plena conciencia (Coreth et al., 1997) (Briones Caballero, 2023).

Pues bien, cuando descubrimos valor en la creación o la contemplación de una


obra artística, musical o en cualquier otra expresión de cultura, o cuando nos
dedicamos a aprender por puro placer, nos encontramos en el reino de los fines
(Escultura del DAVID).

Por contraste, cuando comerciamos con todo eso nos posicionamos en el reino
instrumental (CAMISETAS), el cual es legítimo en la medida en que no se
entrometa o menos aún domine- en el de los fines. No podremos decir que
habitamos una buena sociedad si ni en los hogares, ni en los colegios, ni en el
trabajo, ni con la ayuda de las instituciones, ni en parte alguna aprendemos que
tratar a los demás como instrumentos es profundamente contrario a la ética, y que
tenemos responsabilidades para con la naturaleza, para con los otros, para con
sus familias, para con la comunidad y el mundo entero (Díaz, 2006).

Así las cosas, el comunitarismo no es, obviamente, antitético respecto al


personalismo, pues, no exime a nadie de sus obligaciones para con la comunidad,
sino que las alienta. En ese sentido, votar no es sino una minúscula parte de la
capacidad de cada individuo para asumir responsabilidades sociales. Para hacer
las cosas bien se requiere de cada persona una revitalización del interés por la
vida pública, de manera que esa amplia mayoría de ciudadanos para los que la
política se presenta como algo ajeno y muy distante (en el mejor de los casos,
como mera adscripción a un partido) sean recuperados para el diálogo público y
para la regeneración de la vida en todas sus dimensiones. El corazón de la
comprensión comunitaria de la justicia social es la idea de reciprocidad: cada
miembro de la comunidad debe algo a los demás y la comunidad debe algo a cada
3
uno de sus miembros. La justicia necesita a la vez individuos responsables y
comunidades responsables. La buena sociedad, es decir, la sociedad donde reina
el orden personal, afirma el comunitarismo, equilibra tres elementos que
frecuentemente aparecen como realidades incompatibles: El Estado, el mercado y
la comunidad. Expongamos esquemáticamente en qué consiste cada uno de ellos.

Las comunidades son los principales entes sociales que alimentan las relaciones
basadas en fines (Yo-Tú), mientras que el mercado es el reino de las relaciones
basadas en medios (Yo- cosas). La relación Estado-ciudadano también tiende a
ser instrumental; por el contrario, la comunidad se basa en dos elementos,
reforzadores ambos de las relaciones Yo-Tú. En primer lugar, las comunidades
proporcionan lazos de afecto que transforman grupos de gentes en entidades
sociales semejantes a familias amplias. En segundo lugar, las comunidades
transmiten una cultura moral compartida: conjunto de valores y significados
sociales compartidos que caracterizan lo que la comunidad considera virtuoso
frente a lo que considera comportamientos inaceptables y que se transmiten de
generación en generación, al tiempo que reformulan su propio marco de referencia
moral día a día. Esa cultura moral puede contribuir a fortalecer significativamente
el orden social, al tiempo que reduce la necesidad de la intervención del Estado en
el comportamiento social. La cultura moral (que no ha de confundirse con ninguna
ideología moralista estatalista) se refunde continuamente para reflejar nuevas
necesidades, demandas y percepciones sociales, lo cual ocurre a través de un
proceso de especial importancia: el diálogo sobre los valores, que se compone de
muchos de esos ratos que pasamos juntos después de comer, de conversaciones
en bares, en desplazamientos, en el trabajo y en los medios de comunicación,
charlando sobre cuestiones con repercusiones morales, etc. Nada de lo dicho está
en contra de cada núcleo de reflexión (think tank) que se componen de
representantes de los principales sectores sociales afectados por la cuestión
estudiada y que dan a conocer las recomendaciones derivadas de sus propios
diálogos. Todo esto puede enriquecer la puesta en común, el debate y la altura de
las propuestas. Al fin y al cabo, la democracia supone mucho más que la
consecución de una mayoría (sólida o precaria) en el parlamento. Pues bien, estos
dos rasgos (lazos de afecto, cultura moral compartida) distinguen netamente a las
comunidades respecto de otros grupos sociales, por ejemplo de los grupos de
interés o lobbys, que carecen de lazos de afecto y de cultura compartida. No hay
que pensar ingenuamente que las comunidades hayan de ser necesariamente
lugares de amor fraterno entre hermanas y hermanos; en realidad, pueden ser
opresivas, intolerantes y desagradables. A pesar de todo, se ha comprobado que
quienes gozan del calor de las comunidades viven más tiempo, con más salud y
más satisfactoriamente que la gente desprovista de esa oportunidad; además
tienen significativamente menos enfermedades psicosomáticas y problemas
mentales que aquellos que viven aislados; con sus ansias de sociabilidad bien
saciadas, los miembros de las comunidades resultan mucho menos propensos a
unirse a pandillas violentas, sectas seudo-religiosas o grupos paramilitares. Por el
contrario, las más sanas son las comunidades que comparten lazos de afecto,
cultura moral y comunión religiosa; por último, los pueblos o las pequeñas

4
ciudades de Norteamérica presentan índices de comportamiento antisocial
inferiores a los de las grandes urbes, en donde las comunidades son con
frecuencia más débiles.

Cuál es la primera comunidad: La familia, las familias. Y quizá aquí cabe la


pregunta: ¿Cómo llevar esta noción al plano de las familias, al plano de la
noción de cuidar del otro?

Una primera acción podría ser el reconocimiento de la diversidad y pluralidad de


las familias en México. Pluralidad y diversidad como el reconocimiento de las
diferencias para alcanzar la complementariedad. Reconociendo que las familias
son y seguirán siendo el principio y el fin de la vida humana y por consiguiente de
la sociedad misma.

Para ello, intentemos decir que es la familia, que se entiende por familia

Breves características de las familias en México

En México, según el Censo de Población y Vivienda 2020, existen 35.2 hogares1;


de ellos: 61.5% son hogares familiares nucleares, de ellos 26.9% tienen como jefa
a una mujer. 24.3% son hogares familiares ampliados, de ellos 40.9% tienen como
jefa a una mujer.

Concepto
Estructura
Tipología
Pliego....

La primera es la distinción entre familia y hogar. Por familia entenderemos, en


sentido amplio, una relación social basada en el parentesco donde las personas
habitan un mismo hogar. El parentesco puede originarse por vínculos de
consanguinidad (padres e hijos naturales, y generaciones anteriores y
posteriores), por adopción o cuando una pareja de hombre y mujer establece
vínculos conyugales. El concepto hogar, en cambio, nos remite a las personas que
habitan una misma vivienda y que comparten los gastos propios del consumo

5
diario, principalmente. Se trata de una unidad económica, preferentemente. Por lo
mismo, un hogar puede estar formado por una familia o varias familias, pero
también por personas que no tienen relación de parentesco alguno (hogares de
corresidentes); inclusive, hay muchos hogares conformados por personas solas
(hogares unipersonales).

La segunda precisión alude a la noción de hijo. En el Censo de Población y


Vivienda 2020, como en el Censo de Población y Vivienda 2010, cuando se habla
de hijo no se señala con suficiente precisión si es biológico o adoptivo, como
tampoco si hay o no tutela legal. Por lo anterior, hemos introducido tres conceptos
auxiliares: i) “Hijo común”, cuando el hijo referido por el jefe o jefa de familia
confirma su relación de filiación con el jefe o jefa de familia y con su pareja
(casada o en unión libre); ii) “Hijo propio”, cuando el hijo confirma su relación de
filiación sólo con el jefe o jefa de familia, o bien, cuando es el caso, sólo con la
pareja del jefe o jefa; y iii) “Hijo no propio o en otra situación”, cuando el hijo no
confirma la relación de filiación con los jefes o jefas de familia y, en el caso de
familias nucleares, tampoco con la pareja del jefe o jefa.

Esquema 4
PRINCIPALES ESTRUCTURAS DE FAMILIA EN LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS:
ORGANIZACIÓN Y APLICACIÓN EMPÍRICA DE LAS DIMENSIONES ANALÍTICAS

Hijos
comunes

Parejas Hijos propios Con o sin otros


casadas (de un padre) parientes
Familias
Proceso
nucleares
Parejas en Hijos en Con o sin otras s de
unión libre otra situación personas estabilid
ad o
transició
Sin hijos n
(falleci
miento,
divorcio
Hijos propios
,
(de un padre)
Jefas solas Con o sin otros separaci
parientes ón o
Familias Hijos en nuevas
seminucleares otra situación uniones)
Jefes solos Con o sin otras
personas
Sin hijos

FUENTE: Elaboración propia.

6
II. ANÁLISIS DE LAS ESTRUCTURAS DE FAMILIA 1. Cantidad de población y
de hogares en México

Por su cantidad de población, México ocupa el 11o lugar a nivel mundial (United
Nations, 2019), con 126,014,024 habitantes en 2020, según el Censo de
Población y Vivienda de 2020 (véase tabla 2). En cuanto a la cantidad de hogares,
el país tiene 34 millones 987,915 unidades en dicho año, esto es, con 3.6
habitantes en promedio.

Organización general de los hogares en México de 2000 a 2020, según tipos


principales

A partir del enfoque multidimensional de las estructuras de familia (anteriormente


presentado), encontramos en México, en el periodo analizado, cuatro tipos
principales de familias (véase tabla 3) según estén encabezadas por parejas
casadas, parejas en unión libre, jefas solas y jefes solos. En efecto, de acuerdo
con el Censo de Población y Vivienda de 2020, dichos tipos conformaban el
86.41% del total de hogares; otro 12.19% son los hogares unipersonales
(personas que viven solas), mientras los restantes hogares tienen una presencia
muy pequeña: 1.4%. Analicemos en detalle lo anterior:

Hogares familiares de jefas solas. En México observamos una tendencia de


crecimiento constante en las familias encabezadas por mujeres solas, pero de
menor velocidad en el último censo: en 2000, 14.59% de los hogares eran
encabezados por jefas solas; en 2010 eran 16.28%; y en 2020, un 17.70%.
Comprende los hogares con mujeres solas e hijos, pero también los que no tienen
hijos y hay otro tipo de parien- tes, o bien, distintas combinaciones de dichas
situaciones, que resultan de experiencias de divorcio, separación, viudez u otros

7
procesos que llevaron a la disgregación del vínculo de pareja. Por lo mismo, son
familias seminucleares, sean ampliadas o no.

Hogares familiares de jefes solos. En México, la importancia demo- gráfica de este


tipo de familia es algo estable en los últimos 20 años: pasó de 4.57% en 2000 a
4.69% en 2020, aunque con un ligero de- cremento en 2010 (al bajar de 4.57% a
4.35%). Está constituido por varones al frente de las familias que, como sucede en
los hogares de jefas solas, se encuentran en situación de divorcio, separación,
viudez y otras situaciones que los han vuelto responsables solos de sus familias.
Desde luego, su importancia porcentual es bastante menor que las jefas de familia
solas.

 Hogares familiares de parejas casadas (hombre y mujer). Son el tipo de


familia más importante; sin embargo, ha disminuido de manera constante:
en 2000 eran 60.06% de los hogares en el país; en 2010 bajaron a 51.86%;
y en 2020, a 43.59%. Está integrado por seis sub- tipos diferentes, en
especial si tienen o no hijos, además de otro tipo de parientes.
 Hogares familiares de parejas en unión libre (hombre y mujer). Son un tipo
familiar en franco crecimiento en México: en 2000 eran 13.34%, en 2010
aumentaron a 16.62%, y en 2020 pasaron a 20.43%; esto es, un
crecimiento notable de la mitad en veinte años, aproxima- damente. Está
constituido por seis subtipos diferentes; los mismos que las parejas
casadas, pero con una distribución porcentual dife- rente en varios
aspectos.
 Hogares unipersonales (personas solas). En México tienen una pre- sencia
mediana, pero su crecimiento es notable al pasar de 6.44% en 2000 a
12.19% en 2020; esto es, casi se duplicaron. Desde luego, son hogares no
familiares.
 Finalmente encontramos en México otros tipos de hogar con una presencia
demográfica bastante más baja. En 2020 eran los hogares de
corresidentes: 0.72% (dos o más personas sin vínculos de parentesco);
hogares de parejas del mismo sexo: 0.63%; hogares con probable
poligamia: 0.02%; y hogares sin información totalmente precisa: 0.04 por
ciento.

8
Es evidente que la tipología de las familias en México nos dicen lo que les
duele y por consiguiente nos dan las pistas sobre la necesidad del
acogimiento que se hace prioritario, considerando que las familias pueden
optar por seguir dos vías...

a. Acogida y hospitalidad: el sentido de la familia reunida


b. Aridez afectiva expresada en maltrato, rechazo y distanciamiento, formas
opuestas a la acogida y a la hospitalidad.

QUE ES EL ACOGIMIENTO FAMILIAR

9
ANALISIS DE CASO

Ángela María Mejía Zuluaga - Edison Francisco Viveros Chavarría; LA afectividad


en expresones de acogida y hospitalidad en familias vinculadas a una clínica
psiquiátrica de Medellin. Revista Colombiana de Ciencias Sociales |Vol. 4| No. 1 |
enero-junio | 2013.

Los seres humanos, desde su gestación y a lo largo de toda la vida, experimentan


intensamente las resonancias afectivas del ambiente, especialmente aquellas
expresiones que provienen de las figuras parentales o sus sustitutas; éstas, a su
vez, facilitan a la persona abrirse afectivamente hacia los demás y posteriormente
a otros contextos socializadores; en este sentido, el afecto es una de las bases
indispensables para el desarrollo de la persona, pues propicia seguridad y
confianza. El afecto es una condición para generar intimidad, proximidad,
admiración, respeto, reconocimiento de sí mismo, de los otros y del mundo que
nos rodea.

En concordancia con lo anterior, explican Arias & Viveros (2006):

Las relaciones afectivas son aquellas que permiten a todo ser humano
satisfacer en forma apropiada una de sus mayores necesidades: la de ser
querido, apoyado, escuchado, tenido en cuenta, valorado por otros seres
humanos con los cuales pueda generar una relación centrada en el
reconocimiento ( p. 32).

Todo ser humano es frágil y necesita de la recepción, el cuidado y el


reconocimiento amoroso de otros para desarrollarse integralmente; no hay otro
grupo humano que supere a la familia en el proceso de brindar esa protección. En
relación con ello, dice Oliveros (2004):

Las emociones se actúan inicialmente en la familia, porque en principio este


sería el medio más seguro para practicar la alegría, la rabia, la tristeza, el
miedo, el amor etc., en la medida en que ella proporcione un ambiente
protector e íntimo, basado en el afecto incondicional entre sus miembros.
Cuando la familia no logra mantener ese clima, fracasa en su función de
satisfacer las necesidades emocionales de sus miembros (p. 8).

10
En las relaciones que se tejen con los otros, inicialmente en ese primer entorno
natural llamado familia, es donde los miembros que la forman aprenden y
evolucionan en términos físicos, psicológicos y sociales.

De allí que las vivencias afectivas sean fundamentales y tengan efectos a lo largo
de toda la vida, como lo expresa la siguiente frase de Rof, citado por Limón
(2011): “ese ‘otro’, su afecto, en último término, la calidad de su amor o de su
desamor, son quienes crean la base de nuestro destino” (p. 74).

El interés de este artículo se centra en interpretar las expresiones afectivas que se


dan entre pacientes con diagnóstico de enfermedad mental y sus familias, en el
momento de la hospitalización. La hospitalización genera cambios y crisis que
condicionan las respuestas afectivas de los integrantes de las familias.

Se ha reconocido la afectividad como la forma de acoger y recepcionar al otro,


brindar hospitalidad y acompañamiento. Ahora, es en la familia donde
generalmente se da la mayor fuente de afectividad, de apoyo social y personal con
que cuentan las personas en las diferentes etapas del ciclo vital; más aún, en
periodos de dependencia o fragilidad, como cuando se padece una enfermedad
mental que requiere hospitalización.

Los procesos que tienen lugar en la familia, necesitan ser nombrados y analizados
con dete- nimiento, ya que son sistémicos e interactivos, de modo que cualquier
evento que afecte a uno de sus miembros repercute en todos los demás. La
enfermedad mental de un integrante de la familia y su hospitalización
comprometen el funcionamiento familiar y puede representar contrariedades y difi-
cultades, especialmente en la manera en la que se adaptan a la situación.

Estudios como el de Terkelsen (1987) exponen 10 fases de adaptación que vive la


familia del paciente hospitalizado por enfermedad mental en el momento de ser
hospitalizado; el autor plantea dichas fases en el siguiente orden: ignorar lo que se
avecina y lo que está sucediendo, primer shock de reconocimiento,
estancamiento, contención de las implicancias de la enfermedad, transformación
oficial en paciente, búsqueda de las causas, búsqueda del tratamiento, colapso de
optimismo, renuncia al sueño y volver a empezar o poner en perspectiva la
enfermedad.

El estudio de Terkelsen (1987) concluye que: “La familia no logra poner en un


compartimento aislado, la enfermedad mental de su familiar” (p. 2); lo que genera
desequilibrio y crisis en todos sus miembros.

11
Hay dos posturas que las familias pueden adoptar:

c. Acogida y hospitalidad: el sentido de la familia reunida


“si hay algo que lo... detiene a uno en la vida es ver a la
familia reunida”

Es la relación afectiva positiva, visible en expresiones de cariño, ternura, caricias,


abrazos, palabras de aliento; también manifiesta el acompañamiento, el apoyo y
comprensión que da la familia a sus miembros.

Las expresiones de cariño se advierten con la presencia del otro, la calidez de sus
palabras y gestos de ternura que brindan los familiares a sus integrantes; a partir
de as manifestaciones amorosas se van disminuyendo sentimientos de
abatimiento, aislamiento y tristeza que acompañan generalmente a algunos de los
integrantes de la familia. Lo que les lleva a encontrar en el otro la seguridad que
necesitan, empezar a sentir que son escuchados por sus familias, su autoestima
empieza a subir.

“Nada más eficaz que otra persona para comunicar vida al mundo que lo rodea o
para –con una mirada, un gesto o una observación– agostar la realidad que nos
aloja” (p. 26).

La familia está llamada a acoger y a dar hospitalidad como otro necesario para
sentirse vinculado en la vida cotidiana; detenerse implica ver de frente al otro,
saber que su presencia es cercana y que se está dispuesto a ofrecer apoyo. Es a
esto a lo que se llama acogida y hospitalidad.

El acompañamiento en ese momento es indispensable, pues la existencia no se


lleva en solitario sino que se hace fundamental para toda persona saberse
vinculada con otro; por eso, la pesadez de los problemas vividos por los pacientes
psiquiátricos se aliviana con el apoyo de la familia. En coherencia con este criterio
aparece el siguiente testimonio de un profesional que labora en la clínica
psiquiátrica:

Cuando hay pacientes que tienen familias que los apoyan, que los entienden, que
venga miremos qué es lo que está pasando, hablemos con el psiquiatra, ¿cómo
más podemos continuar el proceso psicológico?, y todo eso, son pacientes que
empiezan a tener una vida más funcional. (Testimonio de entrevistado).

12
Este testimonio deja ver la vinculación que tienen algunas familias con el proceso
de hospitalización de su familiar y ello tiene efectos visibles en la recuperación del
paciente. Acompañar es acoger y brindar hospitalidad; en otras palabras, es
recepcionar al otro, hacerlo próximo, cercano. Hacerse responsable de él es un
acto de donación y alteridad.

La vida no se lleva en solitario, necesita del encuentro y coincide con lo planteado


por Polo, citado por Martínez (2011):

Es imposible que exista una persona sola, porque la soledad frustra la misma
noción de persona (...) Si la persona es radical y está sola, se destruye su carácter
dialógico. La persona, que es intimidad, lleva consigo comunicación (...) Una
intimidad que fuera ella sola, en definitiva, se abriría a la nada. O la persona
encuentra a otra, es con otra, o es una pura desgracia (...) La persona es un ser
inter, no es un ser solo. La persona ha de saber quién es, pero no lo puede saber
si no es con otra (p. 44).

La necesidad de relación es permanente a lo largo de la vida, pero parece más


urgente cuando se está en una situación de fragilidad como es la hospitalización
por enfermedad mental. Por tal ra- zón, detenerse en el acontecer de la
cotidianidad de la vida es mostrado por los participantes de esta investigación
como un efecto de la expresión afectiva en la familia

Es por eso que la familia que acompaña afectiva y activamente a su familiar


hospitalizado, logra identificar sus procesos, lo que tiene efectos positivos en el
tratamiento. “Por qué me motiva a venir, porque mi familiar se siente otra vez
como acogida”. El estar ahí y acompañar permite enterarse de cómo va su familiar
y reconoce los estados de ánimo y adelantos que va teniendo; esta cercanía y
unión genera bienestar en los participantes del proceso de tratamiento.

Hernández y Sánchez (2008) manifiestan que:

Uno de los aspectos más relevantes que transversalizan todas las etapas del ciclo
vital de las personas, es el vínculo afectivo; el cual tiene su expresión en la
posibilidad de construir lazos o uniones de cariño, compren- sión, tolerancia,
aceptación, empatía, apoyo, comunicación que se dan principalmente entre las
relaciones que establecen los padres con sus hijos y en su defecto los niños con
sus cuidadores (p. 56).

Lo expuesto por las autoras se da en algunas familias de la clínica, cuando surge


la cons- trucción de lazos de cariño desde el apoyo ofrecido al paciente;

13
manifiestan su interés por la pronta recuperación del mismo y por lo que pueda
suceder en el futuro con él. Así lo expresa el siguiente testimonio de una madre
cuando alude a los cuidados que le provee su hijo:

También me apoya, dándome consejos; que deje de estarme tomando con esas
pastillas, que yo ya sé que con eso me voy a morir, que lo que pasa es que voy a
quedar por ahí tirada en una cama como un vegetal. Lo que hace es darme
buenos consejos (Testimonio de entrevistado).

El testimonio permite evidenciar que la familia cuida y demuestra su interés por el


paciente y que éste entiende el mensaje de manera positiva; el paciente sabe que
en el fondo lo que le augura su familiar son cuidados y buenos deseos; de este
modo se fomentan lazos de cariño, agradecimiento y confianza.

Algunas familias logran enfrentar la situación de hospitalización de su familiar


fortalecidas por el amor que sienten por su familiar y se une la familia de forma
propositiva, como lo expresa el siguiente testimonio de un padre: “A raíz de las
crisis que ella tiene, nosotros sí hablamos sobre todo con el pelado, es mayor...,
ella es menor... que tiene que tener paciencia, más tolerancia y todos nos
ponemos en esa tónica” (Testimonio de entrevistado). El padre ayuda, orienta y
reúne a otros inte- grantes de la familia para que puedan comprender la situación
de su hija y darle acogida en medio de las crisis.

El testimonio muestra a la familia reunida de manera cálida y cercana, en el


recepcionar al otro, en una atmósfera de abrigo y de tutela amorosa, que incluye a
otros miembros del sistema familiar.

Ha sido entonces este cuidado amoroso, denominado acogida y hospitalidad,


visible en al- gunas de las familias que acompañan a su familiar hospitalizado.
Esto se percibe en expresiones de ternura, afecto, responsabilidad y delicadeza.

Este apartado centra sus resultados en los logros afectivos de las familias, como
gestoras y resilientes capaces de asumir la situación de hospitalización. Al
respecto dice Gradillas (1998): “Todo cuanto es bueno para los familiares en
términos de salud y fortaleza repercute positivamente en un miembro enfermo”
(p.14).

Muestra Gradillas (1998) que cuando existe una relación recíproca entre paciente
y familia, se hace visible la capacidad de apoyo; lo anterior pudo notarse en los
testimonios de los entrevistados, dado que las interacciones afectivas de
proximidad, cercanía e intimidad de las relaciones entre fa- milia y paciente, tiene

14
efectos positivos en la familia y justo allí, cuando más se necesitan los unos de los
otros, como es el momento de hospitalización. La familia es el espacio clave para
la unión familiar y la materialización del amor que acoge, recibe y acompaña.

Algunas familias fueron vistas como el lugar más seguro y confiable que tienen los
pacientes diagnosticados por enfermedad mental, como lo expresa Oliveros
(2004):

Las emociones se actúan inicialmente en la familia, porque en principio este sería


el medio más seguro para practicar la alegría, la rabia, la tristeza, el miedo, el
amor etc., en la medida en que ella proporcione un ambiente protector e íntimo,
basado en el afecto incondicional entre sus miembros (p. 8).

d. Aridez afectiva expresada en maltrato, rechazo y distanciamiento, formas


opuestas a la acogida y a la hospitalidad.

aparece la aridez afectiva, visible en vacíos afectivos que narran algunos


pacientes; emergen expresiones de maltrato verbal y físico. También se presentan
familiares que rechazan y toman distancia de su familiar hospitalizado. Se
concluye que lo anterior incide directamente en las recaídas del paciente.

Cada palabra, cada gesto, cada caricia o la ausencia de las mismas, dejan huellas
imborrables en la vida de las personas; por tal razón, el sufrimiento que expresan
algunos pacientes por no sentir- se amados, como lo muestra el siguiente
testimonio de una joven hospitalizada, que cuestiona a una mujer por el amor que
le tiene a sus hijos y dice:

Muy horrible porque a la señora le dije: señora usted que tiene varios hijos ¿usted
quiere a todos sus hijos? Cla- ro... y le dije: mi mamá no. Es que yo desde niña he
sufrido por la mamá que tengo” (Testimonio de entrevistado).

Se escuchan otros testimonios en los que se percibe el desamor, el rechazo, la


soledad. Senti- mientos contrarios a la acogida y a la hospitalidad. Se trata del
reconocimiento de un ambiente sin ter- nura y con hostilidad afectiva. Dice otro
testimonio de un paciente que habla de su padre: “Nunca me abrazó, nunca me
dijo te quiero... él papá no es una persona... cómo se puede decir...expresiva. Mi
papá ha sido una persona muy drástica y nunca se ve abrazando un hijo”
(Testimonio de entrevistado).

15
Aquí el paciente expresa la carencia de ternura y cómo era una necesidad
escuchar y sentir el amor de su padre; al mismo tiempo, justifica al padre por su
forma de ser, “poco expresiva”, que le impedía ser diferente o mostrarse más
cercano y acogedor.

Sentirse acompañado y aceptado es la base de la seguridad y la confianza para


los seres humanos, pero lo es más para los pacientes que

Existen vacíos, silencios y situaciones invisibles de crisis y tensión en algunas


familias. Tales situaciones pueden generar expresiones de maltrato físico y verbal,
tal como lo muestran los testimo- nios de algunos participantes, ya mencionados
en el desarrollo de la última categoría presentada en este artículo. Lo anterior, se
relaciona directamente con las recaídas del paciente.

Además de estos aspectos negativos, se evidenció que la afectividad, desde el


apoyo y la acogida, fue un factor determinante y fundamental para el logro de
objetivos del tratamiento. Esto coincide con lo expuesto por Víllora (2011) cuando
sostiene que es necesario “maximizar el apoyo familiar y convertirlo en un
elemento de impulso para la recuperación” (p. 8).

CONCLUSIONES

16

También podría gustarte