Dialnet CincoApuntesSobrePeriodismoNarrativo 6114827
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esa forma”, añade Vásquez, “el suceso es: ‘Asesinados acaudalado granjero y 3
familiares’; bajo la forma de Capote, A sangre fría”.
No es justo que, tal y como lo advirtió Ryszard Kapuscinski unos años antes
de morir, los medios masivos subordinen la verdad a lo interesante o lo que se
puede vender. Tampoco es justo que un gran sector del periodismo de nuestros
países siga creyendo que solo se consiguen noticias de interés poniendo una graba-
dora al frente de los funcionarios públicos que necesitan hacer sus anuncios o des-
hacer sus entuertos. Y tampoco es justo que mucha gente digna solo aparezca en
las páginas de la gran prensa cuando es víctima de una tragedia. Bienvenido a la
realidad, amigo cronista: te vas a topar con ella tarde o temprano. Como es muy
posible que la situación persista durante el resto de tu vida, más te vale que no
pierdas el tiempo quejándote. Esperar pacientemente la llegada de tu Jueves Santo
para publicar, a hurtadillas, esa crónica que te ha quitado el sueño, como hacía
Juan José Hoyos a comienzos de los años 80, quizá te parezca una pequeñez. Pero
no estamos armando el decálogo del pequeño bribón sino advirtiendo que un buen
punto de partida es la testarudez del cronista, su férreo compromiso individual.
aportes del periodismo a la literatura. Cuando se trata del primer caso, que es lo
predominante, se mencionan las técnicas narrativas, el empleo del punto de vista,
la construcción de imágenes, el uso de las escenas y la creación de las atmósferas.
Todos esos recursos, ciertamente, proceden de la literatura y contribuyen a embe-
llecer el periodismo en lo formal y a dotarlo de un poder mayor de penetración.
Pero veo que se habla muchísimo menos de los aportes del periodismo a la literatu-
ra, lo cual se me antoja injusto.
Muchos grandes escritores se han referido a su deuda con el periodismo. Pien-
so, por ejemplo, en Gabriel García Márquez, en Albert Camus, en Truman Capote
y, por supuesto, en Ernest Hemingway, aunque este último dijo una vez que el
periodismo es bueno para un escritor siempre y cuando lo abandone a tiempo. Yo
creo que el periodismo adiestra al escritor en el descubrimiento de los temas esen-
ciales para el hombre. Me parece que en esta profesión uno tiene acceso a un labo-
ratorio excepcional en el que siempre se está en contacto con lo más revelador de la
condición humana. Uno aquí ve desde reyes hasta mendigos, truhanes, bárbaros,
seres maravillosos, de todo, y eso es útil para construir universos literarios creíbles
y ambiciosos. En los últimos años se han incrementado las novelas basadas en
hechos y personajes de la realidad. Me atrevería a decir que el periodismo le sirve
al escritor para humanizar su escritura y bajarse de la torre en la que a veces se
encuentra instalado.
Los periodistas narrativos creemos que para escribir sobre un pueblo remoto
no es necesario esperar a que ese pueblo sea asaltado por algún grupo violento o
embestido por una catástrofe natural. El académico Norman Sims dice –y yo lo
cito, a riesgo de sonar pretencioso– que los periodistas narrativos no andan mendi-
gando las sobras del poder para ejercer su oficio. Y como si fuera poco, el periodis-
mo narrativo que hoy leemos como información dentro de unos años será leído
como memoria.
del escritor rumano Mircea Eliade: “en los campos de concentración rusos los
prisioneros que tenían la suerte de contar con un narrador de historias en su barra-
cón, han sobrevivido en mayor número. Escuchar historias les ayudó a atravesar el
infierno”.
Los contadores de historias también buscamos, a nuestro modo, atravesar el
infierno. Flaubert lo dijo hermosamente en una de sus cartas: un escritor se aferra
a su obra como a una roca, para no desaparecer bajo las olas del mundo que lo
rodea.
Sin embargo, nos damos el lujo de ser felices en tales condiciones, y hasta
repetimos, en coro con Albert Camus, que el periodismo es el oficio más bello del
mundo.
Las nuevas tecnologías han transformado el oficio. Pero tales transformacio-
nes no alteran el fondo de nuestro compromiso. Los medios tradicionales se inven-
taron la prisa como valor casi único del periodismo, y luego, cuando las redes
sociales empezaron a desafiarlos en ese terreno de la velocidad, ya no supieron qué
hacer.
Borges decía que no hay nada más nuevo que el periódico de hoy ni nada más
viejo que ese mismo periódico al día siguiente. Y eso que en los tiempos de Borges
la inmediatez se medía en horas, no en segundos. Si el compositor puertorriqueño
Tite Curet Alonso estuviera vivo, ya no le diría a su musa que su amor es un perió-
dico de ayer, sino que es un tuit de hace diez minutos.
Lo que quiero decir es que la velocidad no puede ser el único valor del perio-
dismo. Tampoco el culto a la tecnología.
Si Robert Capa viviera También tomaría fotos con un teléfono móvil, pero él
tendría claro que la herramienta tecnológica es un simple canal del mensaje y no el
mensaje mismo.
Hay que tener curiosidad. Hay que ser acucioso. Saber quién sabe lo que uno
no sabe, y preguntarle –como proponía don Alfonso Castellanos– es una manera
muy linda de terminar sabiendo. Uno de los principales mandamientos del oficio
es administrar la ignorancia.
Por último, no hay que confundir periódicos con periodismo. Los primeros
suelen acabarse cuando no les funciona la parte mercantil. El periodismo es una
necesidad social, y como tal sobrevivirá aunque no exista ningún periódico.