Tarea 2 La Participación de Los Cristianos Laicos

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Fernando Arzate Uribe

LA PARTICIPACION DE LOS CRISTIANOS LAICOS


EN LA MISION DE LA IGLESIA

No debe olvidarse que fue la necesidad de superar su condición de receptor pasivo de la


acción del clero y, correspondientemente, la de dotar de misión y funciones propias al
laicado, la preocupación que llevó al Concilio Vaticano II a una caracterización del
cristiano laico.

Y, en este sentido, no fue casualidad que, en el tiempo anterior al Concilio, precediendo


incluso a la reflexión sobre la condición laical.

Spiazzi, se desarrolló una teología de las realidades terrenas, muy ligada a la vida de la
Acción Católica, o se asista al desarrollo de otros fenómenos de vida cristiana secular como
el promovido por el Beato Josemaría Escrivá.

Tanto más si el motivo de la presunta diferencia se funda en una categoría, la “secularidad”,


que no es propiamente un elemento cristiano; b) además, el uso de la categoría
“secularidad” reflejaría una equívoca concepción de la relación natural-sobrenatural (razón,
naturaleza, historia/revelación, gracia, etc.), en términos dualistas, acompañado de una
comprensión y práctica clerical de las relaciones Iglesia-mundo con su correspondiente
división de ámbitos “temporal” – “espiritual”, y la separación clero-laicado; c) de otra
parte, la secularidad sólo podría considerarse una nota teológica distintiva de los laicos en
la medida en que también fuese exclusiva, lo que plantea dificultades de articulación en
relación con los ministros ordenados y con la vida religiosa; d) a la hora, en fin, de
plantearse la incorporación efectiva de los laicos en la misión eclesial nos hallaríamos, más
bien, ante una cuestión de teología práctica: repristinar con toda su fuerza la condición
sencillamente cristiana de los cristianos-laicos en el interior de una Iglesia-comunión de
ministerios y carismas, toda ella sujeto de la misión en el mundo.

La cuestión principal planteada aquí es la inoperancia teológica de un elemento, la


secularidad, que es visto como meramente natural, precristiano y externo a la vida de la
Iglesia.

En este sentido, habría que tomar buena nota de la problematicidad de cierta teología del
laicado poco atenta a sus presupuestos.

Hablar de una “teología del laicado” pueda tener una legitimidad funcional transitoria. En
todo caso, “ordenar las cosas temporales según Dios” no constituye una nota distintiva de
los laicos, sino que afecta a todos los fieles como tales. Más bien se trata de desarrollar las
exigencias de una verdadera secularidad de la Iglesia y en la Iglesia. ¿Bastaría, entonces,
con hablar de los laicos como cristianos “sin más”? ¿es necesario conceptualizar
teológicamente ese modo peculiar? ¿no compete, más bien, al ministerio sacerdotal y a la
vida religiosa dar razón de su modo propio, frente a la condición cristiana común (los
laicos)? Ríos de tinta han corrido al respecto.
Fernando Arzate Uribe

En otra dirección, se considera la “indoles saecularis” como elemento definitorio de los


laicos en exclusividad. Es cierto que la responsabilidad hacia el mundo afecta de manera
general a todos los miembros de la Iglesia; sin embargo, la implicación inmediata en tareas
seculares sería el modo “proprium et peculiare” de los fieles laicos (cfr. LG 31) que no
sería extensible a todos los cristianos indistintamente, sino sólo a los laicos exclusivamente.
Esta posición conlleva una especie de distribución de los ámbitos de la misión de la Iglesia
que no deja de ser problemática. E identifica tendencialmente toda implicación en tareas
seculares con la “indoles saecularis” de que habla el Concilio sin mayor matiz. Ahora bien,
el Concilio precisa que la relación con el mundo pertenece a los laicos “proprie, sed non
exclusive” (GS 43). En consecuencia, hay que analizar en qué nivel se sitúan ese “proprie”
y este “non exclusive” que parecen a primera vista paradójicos: si se trata acaso de
cualquier modo de relación con el mundo en general (que sería ámbito exclusivo de los
laicos); o bien si en el caso de los laicos se trata sólo de un modo concreto de vivir la
común misión en el mundo (que sería la propia suya).

Esta “índole secular” que caracteriza sólo a los laicos no sería así cualquier modo de
implicarse cristianamente en tareas seculares, sino aquel modo de desplegar la potencia de
la consagración bautismal en el mundo, que viene condensado en las palabras conciliares:
“velut ab intra”, “como desde dentro” del mundo mismo (LG 31), es decir, desde la
posición interior a la realidad secular en que el laico se encuentra.

Esta postura —que aquí compartimos— desea dar razón de las afirmaciones conciliares que
apuntan una verdadera caracterización teológica del laico por su secularidad (LG 31:
“propria et peculiaris est”), pero sin excluir otras formas de vivir la vocación bautismal, con
implicaciones incluso en tareas seculares —en su materialidad misma—, aunque realizadas
desde perspectivas formales diversas de la propia y peculiar de los laicos (“velut ab intra”).

Simultáneamente, cabe comprender una secularidad general —no exclusiva de los laicos
sólo— de la condición cristiana desde la que vivir la consagración bautismal y ejercitar la
misión en formas diversas de la propiamente laical “elut ab intra” del mundo mismo
(“indoles saecularis” propia de los cristianos laicos).

Aquí encontramos la base de la distinción de Christifideles laici entre “dimensión secular”


de El debate producido en torno al Sínodo de los Obispos entre estas diversas posturas es
bien conocido, como también los aspectos que cada una de ellas deseaba poner de relieve:
“la preocupación por subrayar la raíz sacramental de todo el existir cristiano; el deseo de
evitar toda separación rígida entre sacerdotes y seglares y, por tanto, todo planteamiento
que, aun de lejos, pueda implicar o postular una división de campos (al sacerdote, la Iglesia;
al seglar, el mundo); una profundización en las reflexiones sobre la relación entre Iglesia y
mundo, que llevaba a proclamar, de forma cada vez más aguda, que es la entera Iglesia (y
no sólo los cristianos de una determinada condición) quien salva y vivifica al mundo; la
preocupación por manifestar la profunda unidad que reina entre naturaleza y gracia, entre
creación y redención, denunciando y superando cualquier enfoque o terminología que diera,
o pudiera dar, la impresión de concebir al mundo y a lo secular como dimensiones o
realidades que perfeccionan y completan como desde el exterior a lo cristiano”.
Fernando Arzate Uribe

Estas discusiones han aportado una llamada de atención sobre la necesidad de una
eclesiología integral, que reflexione sobre la unidad de las funciones en la Iglesia, y la
importancia decisiva de la consagración bautismal.

A la vez, la referencia a la secularidad que el Concilio Vaticano II subrayó en relación con


la vida de los laicos merecía una reflexión teológica propia.

El Sínodo de 1987 trató de la caracterización positiva del fiel laico, mostrando la


articulación de las diversas condiciones cristianas en una eclesiología de comunión de
oficios, vocaciones y ministerios.

Reafirma la superación definitiva de un concepto sacramental de laico (el no-clérigo),


ofreciendo una noción propiamente eclesiológica, más abarcante, comprendida en relación
con las demás funciones y carismas en la Iglesia.

La tradicional teología del laicado recibida durante estos años se abre e integra así en una
eclesiología de comunión que no disuelve ni relativiza la identidad de las diversas
vocaciones y ministerios, sino que dinamiza sus rasgos propios y los sitúa en comunión.

De manera que, para poner de relieve la consagración bautismal que hace del laico ante
todo un “fiel cristiano”, un discípulo del Señor, ungido por el Espíritu Santo, miembro de
una fraternidad y plenamente responsable de la misión, elemento activo de una Iglesia toda
ella enviada al mundo.

Recuerda la manera del cristiano laico de estar y de llevar a cabo la misión de la Iglesia.

La referencia a la secularidad viene reclamada por una eclesiología de comunión que tome
como punto de partida la unidad y también la riqueza de la vida cristiana.

De otra parte, queda también superada en Christifideles laici una determinada comprensión
de los laicos y de la secularidad propia de una eclesiología que distinguía en exceso sin unir
cuanto debiera. Christifideles laici (CL) considera que toda vocación o forma de vida
cristiana ha de situarse en el interior de la Iglesia, en comunión con las demás, en una
comunidad toda ella enviada como testigo de Dios al mundo.

Por ello, Christifideles laici afirmará que la Iglesia entera posee “una dimensión secular,
inherente a su íntima naturaleza y a su misión, que hunde su razón de ser en el misterio del
Verbo Encarnado”. Con todo, la misión hacia el mundo la realiza la Iglesia como
comunidad orgánicamente estructurada, por lo que la configuración de esa dimensión
secular toma en los cristianos “formas diversas”.

Al abordar la posición teológica de los cristianos laicos, se habla de una modalidad de vida
cristiana: “la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo
distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa”.

“La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su
novedad cristiana y caracterizada por su índole secular” (ibidem).
Fernando Arzate Uribe

Al afirmarse la índole secular como modo de la vocación bautismal en los fieles laicos, no
se establecen separaciones extrañas en la comunidad eclesial ni esferas exclusivas en la
misión, sino formas de participar en la única misión de la Iglesia hacia el mundo.

Asume una de las proposiciones del Sínodo de 1987: “la índole secular del fiel laico no
debe ser definida solamente en sentido sociológico, sino sobre todo en sentido teológico. El
carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha
confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la
creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato,
en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales” (ibidem).

Esta unidad del acto creador y redentor de Dios se lleva a cabo por el cristiano laico según
un modo peculiar que viene expresado en la breve, pero importante fórmula de Lumen
gentium: velut ab intra, “como desde dentro” del mundo, desde dentro de la realidad social,
cultural, humana en la que los laicos están insertos, y que reciben como misión, tarea
cristiana. Dichos principios iluminan también las opciones evangelizadoras que son objeto
de reflexión particular de los pastores.

“Ese discernimiento se constituye para los ministros sagrados en exigencia ministerial,


desde la que reconsiderar todos los planes pastorales, pues éstos sólo tienen su razón de ser
en el servicio a la comunidad cristiana —formada en su inmensa mayoría por laicos— y al
mundo, en el que los laicos tienen la misión insustituible determinada por el carisma
discernido. En este sentido, la predicación y la celebración de los sacramentos debe
fomentar la plena identidad laical de los fieles laicos, sin la cual éstos no pueden responder
a lo que la Iglesia espera de ellos”.

Ante el tertio millenio ineunte, cuando los cristianos son invitados de numerosas formas a
ponerse en “estado de misión”, no resulta ocioso intentar clarificar qué pistas se ofrecen
para una comprensión adecuada “de la modalidad propia de actuación y de función” de los
fieles laicos. Se ha dicho de modo enfático: “la nueva evangelización se hará, sobre todo,
por los laicos, o no se hará”.

En realidad, es ésta una afirmación de orden pastoral, antes que un principio teológico: la
evangelización es tarea de todos. Ahora bien, esa evangelización, en la medida en que ha de
ser llevada a cabo también por los laicos, ¿cómo se hará? Hemos visto que la modalidad de
la misión eclesial de los laicos viene dada con las palabras: “contribuir desde dentro”, “a la
santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas”.

No porque los ministros o las diversas formas de vida consagrada se sitúen “fuera” del
mundo, sino porque la manera de estar los laicos en el mundo viene enmarcada por su
situación que se transforma, en el designio de Dios, en misión. Es frecuente, en efecto, que
en numerosas propuestas de acción de los cristianos laicos, contenidas en documentos y
escritos de diverso origen y alcance, aparezca una palabra con llamativa a un” presencia”.

Al nivel del asociacionismo, aparecen diversos sentidos: la inspiración cristiana de sus


miembros y fines; o la condición oficial eclesial, etc. Posiblemente en el ámbito jurídico
quepa una clarificación a ciertos efectos, por cuanto la Iglesia se considera como sujeto
social en la comunidad humana bajo unos cauces reglados y con fisonomía bien delimitada.
Fernando Arzate Uribe

Teológicamente, sin embargo, todo cristiano es siempre “Iglesia”, y su acción es


radicalmente eclesial, aunque no sea propiamente “eclesiástica” y/o representativa a ciertos
efectos del sujeto social. Tan eclesial es la tarea de un cristiano individual inspirada en el
Evangelio, que la realizada bajo alguna formalidad más o menos oficial. La otra forma
implicará al cristiano individual, aunque no por ello será en su raíz menos eclesial que la
anterior. Son ideas diversas sobre la “presencia”, bien sea con opciones pastorales más
inclinadas al institucionalismo, o bien más proclives a impulsar la iniciativa individual de
los laicos.

En todo caso, no parece que la solución a estas cuestiones su alcance por la radicalización
de los términos de la discusión. En última instancia, la evangelización que compete a los
fieles laicos será consecuencia de la unidad de vida y fe, lo que supone necesariamente un
acontecimiento de índole personal, que reclama una adecuada atención por parte de las
diversas estructuras pastorales. Ciertamente, la agrupación comunitaria en el interior de la
Iglesia favorece la toma de conciencia de lo que venimos diciendo (el compromiso
personal), y en este sentido sus diversas formas asociativas también resultan necesarias.

El momento asociativo o de participación institucional en el interior de la Iglesia tiene un


lugar importante, que se sitúa en orden precisamente a facilitar la honda experiencia
cristiana, y la toma de conciencia del compromiso misional en los entornos humanos en
donde los cristianos laicos se encuentren: “allí han sido llamados por Dios”.

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