Dignidad Humana Eje Esencial Del Derecho Del Trabajo.
Dignidad Humana Eje Esencial Del Derecho Del Trabajo.
Dignidad Humana Eje Esencial Del Derecho Del Trabajo.
TRABAJO.
Juan Felipe Castañeda Durán
En el presente trabajo abordaré como tesis central la idea según la cual la dignidad del ser
humano es el eje central y pilar fundamental del derecho del trabajo, en virtud de que cada uno de
los principios en materia de derecho sustantivo del trabajo tiene su asidero en ella y, asimismo, es
quien permite que el trabajador sea el beneficiario del derecho sustantivo, pues es por medio de
las garantías laborales que el empleado mantiene su dignidad y la enaltece. Para llevar a cabo esta
idea abordaré en primer lugar un barrido sobre lo que entiendo por trabajo, seguido de su
contextualización histórica desde la fundamentación liberal y la posterior crítica socialista hasta
el día de doy (sobre el papel del derecho del trabajo); en segundo lugar, abordaré la crítica de
Alain Supiot sobre la dualidad del derecho del trabajo: sobre la pérdida de la dignidad en la
subordinación del contrato de trabajo y su recuperación por medio del derecho colectivo; en
tercer lugar haré una reconstrucción de algunos principios fundamentales del derecho del trabajo
y su relación con la dignidad humana; y por último haré unas breves conclusiones que
sintetizarán lo aquí expuesto.
Antes de continuar, vale la pena señalar que el trabajo es un valor que se llena de contenido
según el periodo histórico vivido (Méda, 1998), y por tanto, resulta siendo un valor en continua
transformación, o dicho de manera sucinta: el trabajo y el derecho del trabajo no desaparecen ni
se mantienen, sino que se transforman según la condición socio-cultural o «el espíritu» de una
época determinada (Hegel, 2010); en este orden de ideas nos remitiremos, en primer lugar, a la
noción de trabajo de Agustín de Hipona (2010), puesto que para este autor el trabajo era un
castigo que tenía como fin purgar el alma del hombre, ya que por medio de tal suplicio se
purificaba el alma para que aquél pudiera volver algún día a descansar en la ciudad de Dios; en
contraste con ello, y a partir de la primera revolución industrial –con el auge del liberalismo y el
capitalismo– se transformó radicalmente esa postura, pues, pasó de verse como un castigo a verse
como un método para satisfacer los placeres y las necesidades básicas (Bentham, 2008) y el
medio idóneo para la realización personal (Smith, 2011). Sin embargo, esta postura, más que
responder a la realidad, respondía a los intereses de la clase dominante, que, con el fin de
acrecentar su productividad, marginó a los campesinos por medio de las «leyes sanguinarias»,
arrojándolos a la miseria de las ciudades y las condiciones de vida más precarias (Marx, 2001), y
como si fuera poco, dividió a los trabajadores de manera absurda con las teorías de la
administración pública surgidas desde regulaciones de Napoleón, que mantuvo, además, dividida
a la clase obrera entre los trabajadores privados y los trabajadores públicos (De la Cueva, 1984).
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El trabajo, tal como esbocé anteriormente, no ha sido una constante en su definición, ni mucho
menos en la forma en la cual se ve: la definición de trabajo que tenemos hoy ha sido la
construcción de una teoría individualista y utilitaria basada en cinco principios clave (a saber: el
trabajo como factor (i) autorrealizador, y por tanto, un fin en sí mismo, (ii) dignificante de la
persona que labora, (iii) utilitario y (iv) realizador de la cohesión social.), que de manera
acertada refuta Dominique Méda (1998) pues claramente:
(i) El trabajo no es autorrealizador, por cuanto que el trabajo no es como tal el que
autorrealiza, sino son los beneficios secundarios del trabajo los que realizan a las personas
(si obtengo dinero, obtengo otro medio para satisfacer mis necesidades y para llevar a
cabo actividades que sí autorrealicen: aquellas que me den más status, aquellas que me
alegren, aquellas que me generen recuerdos positivos y aquellas que permitan suplir todas
mis necesidades, en fin, todas las que dentro de ellas lleven algún factor que permita o
bien realizar la cohesión social o bien satisfacer mis necesidades básicas); además, tomar
el trabajo como autorrealizador genera la alienación, pues mantiene el statu quo y solo
sirve al modelo económico (que es marcadamente individualista y utilitario), sin que en
realidad el trabajador pueda liberarse del trabajo. Además de ello, no es un fin en sí
mismo, pues el trabajo resulta siendo un medio al no contener dentro de sí un fin: nadie
trabaja por puro amor al trabajo -ni siquiera los académicos, pues ellos trabajan por amor
al conocimiento, que es diferente al trabajo, pues el conocimiento sí es un fin en sí
mismo-, sino que se trabaja por los beneficios que se obtienen de él, dígase el status, o el
dinero -que es otro mero medio- para satisfacer las necesidades naturales y las
necesidades sociales.
(iii) El trabajo no dignifica a las personas en el contrato de trabajo per se, pues de hecho,
el trabajo como constructo liberal, es un factor alienante, y la alienación es la antítesis
total de la dignidad humana; en efecto, al haber surgido el trabajo de la teoría utilitaria de
Bentham (2008) y la teoría individualista de Smith (2011), vienen con el virus del
utilitarismo y el individualismo dentro de sí, y el utilitarismo es per se contrario a la
dignidad humana, pues instrumentaliza al ser humano: lo vuelve un medio, siendo que el
ser humano es un fin en sí mismo. No dignifica tampoco porque, al provenir de las
doctrinas liberales, es, como puede inferirse por el contexto histórico, un discurso que
tiene la vocación de controlar a las masas para que no sientan que les están despojando de
su dignidad para satisfacer intereses económicos.
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es el objeto del vínculo laboral, el trabajador también es sujeto, y por tanto, no puede ser
reducido a una cosa (Supiot, 1996).
(iv) Y no realiza la cohesión social, pues si bien la fábrica, y en sí los centros de trabajo,
cuales quiera, eran un lugar de cohesión social, existen algunos reparos que desvirtúan
este papel: (a) existe la idea, quizá pasada entre generaciones, de nuestros abuelos o
bisabuelos, y quizá por mera experiencia, de que el trabajo es un centro de relaciones
sociales, pues como vemos, al final de la vida los amigos de nuestros padres, abuelos, tíos,
vecinos, son sus compañeros de trabajo, pero ello tiene una explicación razonable: al estar
la mayor parte de sus vidas siendo despojados de su tiempo y su fuerza de trabajo, y al ser
el ser humano un ser social, es obvio que comenzarán a fluir las relaciones sociales dentro
de la empresa; pero ¿solo ocurre allí? No, también ocurre en los centros de estudio, ocurre
en las iglesias, ocurre en las fiestas: el trabajo no es per se el lugar de cohesión social,
sino que lo resulta siendo por todo el tiempo de vida que le extrae a sus trabajadores, pues
como tal, las relaciones sociales y la cohesión social no se crean en el trabajo, sino que
más bien, el trabajo obliga al trabajador a relacionarse en su centro de trabajo al quitarle el
tiempo para otras actividades. Y también, esta idea cae por un segundo argumento (b)
desde la revolución digital y cibernética, las relaciones sociales y la cohesión social no se
realizan como tal en el trabajo sino en las redes sociales, es muy común ahora una
relación virtual más que física, y por ello, al estar desplazando los medios digitales al
trabajo como centro de cohesión social, nos lleva a pensar que como tal no era el trabajo
el que realizaba la cohesión social, sino la necesidad humana de interacción.
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Cabe preguntarse, sin embargo, ¿cuál es el papel actual del derecho del trabajo? Que debe
responderse, lamentablemente, desde una perspectiva poco optimista: el derecho del trabajo hoy
en la realidad yace difuso, y el neoliberalismo lleva una clara ventaja, en la que a su marcha a
desregulado las relaciones laborales o las ha difuminado hasta un punto intolerable. A este
respecto señala Antonio Ojeda Avilés (2010) que el derecho del trabajo hoy es difuso, y que las
nuevas figuras que han surgido en el contexto de globalización se han encargado de camuflar las
relaciones laborales en nuevas tendencias que se caracterizan por precarizar el nivel de vida de la
población en pro de la economía; sin embargo, el mismo autor señala, no todo el panorama es
oscuro, pues aún se puede delimitar el fraude por parte de las empresas, y a través de la técnica
deconstructiva, se le puede dar un nuevo significado al derecho del trabajo, para que pueda
ponerse en marcha y defender los derechos y la dignidad de los trabajadores.
Ahora bien, pasando al segundo punto del asunto, dice Alain Supiot (1996) con mucha razón que
el trabajador al firmar su contrato de trabajo se ve despojado de su libertad, pues se vuelve un
subordinado de alguien más y, dicho sea de paso, aquella subordinación, al ser un vínculo en el
que se sirve a otra persona a cambio de la remuneración, constituye una pérdida parcial de la
dignidad. En efecto, cuando un trabajador comienza a trabajar, laborar o a llevar a cabo acciones
(Arendt, 2005), no lo hace por mero gusto de subordinarse sino que lo hace movido por una
necesidad (Nieto, 2002), que lo lleva a degradar parcialmente su dignidad (ver supra: p. 2) y
despojarse de su libertad para depositarlas en su empleador, que, a cambio de una
contraprestación económica puede, aunque claramente dentro de ciertos límites dados por la
evolución misma del derecho laboral que anteriormente enuncié, disponer de ambas para aquello
sobre lo cual se convino en el contrato. Es aquí donde aparece el derecho colectivo del trabajo
como el gran baluarte de la libertad y la dignidad porque en efecto, es aquél el que empodera al
trabajador y le hace recobrar la libertad y la dignidad que ha perdido en el contrato de trabajo: a
través de su participación en las convenciones colectivas de trabajo y la conquista de los derechos
sindicales, que le darán nuevas garantías al trabajador y le permitirán recuperar, a través de
normas más benéficas, su dignidad mejorando sus condiciones laborales y de vida.
Esta dualidad que presenta el autor de manera brillante, es la que va a hacer razonable que en
todas las relaciones laborales se les permita a los trabajadores ejercer su libertad sindical (que se
configura, valga decirlo, por tres libertades claves: de asociación, de negociación y de huelga),
pues en aquellas relaciones laborales en las cuales el trabajador no puede mejorar sus condiciones
a través del ejercicio de sus derechos sindicales, aquél jamás podrá recuperar su plena dignidad y
no podrá adquirir la libertad. Es por ello, que la actual crisis que ya mencionamos del derecho
laboral, que trae consigo la desregulación de este en pro de las relaciones comerciales
internacionales, es una flagrante violación a la dignidad de las personas que no se podrá sanear si
no se buscan mecanismos para hacer que los trabajadores tengan acceso a sus garantías
sindicales, y por qué no, que puedan crearse sindicatos transnacionales para hacer frente a las
grandes corporaciones mercantiles y las grandes empresas que en su afán lucrativo han olvidado
a la persona.
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Pasando ya al tercer momento de este trabajo, voy a hacer, de manera práctica una enunciación
de algunos de los principios del derecho sustantivo del trabajo y mostraré su relación inescindible
con la dignidad humana, pues, como se vio en el inicio de este trabajo, el propósito es mostrar
como la dignidad humana es el eje esencial –y piedra angular– del derecho laboral.
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4. Principio de realidad sobre las formalidades establecidas por los sujetos de la relación
laboral: este principio enuncia que debe primar la realidad sobre cualquier consideración
formal que se haya establecido en el contrato, y es de especial interés en lo que a dignidad
humana se refiere, pues es la máxima evolución del derecho del trabajo y es la única
figura que como tal ha hecho frente en la lucha contra el neoliberalismo, en razón de que
este principio (emanado de la crítica socialista) defiende la dignidad del trabajador, pues
cuando este sea engañado por su patrono, o utilizado por el mismo para sus fines –que yo
diría abyectos: es ilegal que un empleador, por la mera negligencia a la hora de cumplir
con las normas de orden público, le cause un perjuicio tan grave a su trabajador–, este
principio aparece como la barrera contra la arbitrariedad debido a que mostrará que el
empleador todo el tiempo obró de mala fe, haciendo que todo el engaño sufrido por el
trabajador tenga que ser indemnizado por el patrono.
5. Principio de la irrenunciabilidad de los derechos laborales: este derecho, que enuncia que
por ser de orden público ciertas normas de derecho laboral no pueden desconocerse so
pretexto de la libertad contractual también realiza la dignidad de la persona pues le
garantiza que este jamás tendrá que ceder ante las pretensiones del patrono, porque hay
unos mínimos irrenunciables que le protegen. Dígase si se quiere, una barrera que protege
al trabajador de los posibles abusos que pueda sufrir por parte del patrono.
6. Principio de la libertad sindical: este principio ya enunciado anteriormente es el éxtasis de
la dignidad humana en el trabajador en tanto que, como bien se ha reiterado hasta el
cansancio en este texto, es esta garantía la que le va a permitir al trabajador ganar su
libertad por medio de la conquista de normas favorables para él y sus compañeros de
trabajo, además de ser el medio por el cual pasa de ser un mero “artefacto” (entiéndase
como sujeto que debe obedecer al empleador) a ser una persona con voluntad para elegir
las condiciones en las que quiere trabajar. Y por supuesto este empoderamiento es la
máxima expresión en lo que a dignidad humana se refiere.
Conclusiones
1. El trabajo no es algo conceptualmente dado sino que es un valor que se llena de contenido
histórico según el periodo sociocultural vivido, con la influencia de la economía y la
política y por ello, si bien hoy aún nos sustentamos en los valores liberales (matizados un
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poco por la crítica socialista) podemos mañana tener otro paradigma de lo que signifique
el trabajo.
2. La crítica socialista (inclúyase comunista, utópica y anarquista) en todas sus vertientes fue
el asidero para que se creara el derecho del trabajo en pro del empleado, ya que a través
de sus múltiples reivindicaciones se consolidaron las instituciones que hoy día
manejamos.
3. El derecho del trabajo está peligrando por causa de las arremetidas neoliberales, y es
obligación de los abogados, de los filósofos del trabajo, de los trabajadores, de los
sindicatos y de todos aquellos que tenemos un interés en el derecho del trabajo buscar
algún medio para hacer frente a ese modelo económico. Hoy día la lucha no parece muy
alentadora, pero siempre puede mejorar; ya Antonio Ojeda hizo una excelente
reconstrucción sobre el tema: queda en nuestras manos la defensa de los trabajadores y
del derecho laboral. Y aunque el panorama no parezca del todo alentador, siempre hay
que recordar (y por supuesto aplicar) la acertada frase de Flitzgerald (1963):
«Deberíamos poder entender que las cosas no tienen esperanza y sin embargo estar
decididos a cambiarlas».
4. La libertad sindical es sin duda, y por antonomasia, la expresión de la dignidad humana en
el derecho del trabajo, pues es ella la que le va a permitir al trabajador salir de la
subordinación para conquistar garantías que le permitan mejorar su calidad de vida.
5. La dignidad humana no solo irradia todo el ordenamiento, sino que irradia especialmente
el derecho del trabajo por cuanto que sus principios tienen asidero en la misma y
propugnan, cada uno de ellos, por la realización integral y dignificante de la persona
(trabajador); y por tanto es, como dijimos en el título, el eje esencial del derecho del
trabajo.
Bibliografía
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Silva Romero, M. (2008). Juez director del proceso laboral. Bogotá: Consejo Superior de la Judicatura.
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_________. (2007). Homo juridicus: estudio sobre la función antropológica del derecho. Buenos Aires:
Siglo XXI Editores.