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TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

1. CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE EL CONOCIMIENTO

1.1. Grados de conocimiento


1.2. Significado de “la verdad”
1.3. Criterios de verdad
1.4. Teorías sobre la verdad
a) La verdad como correspondencia o adecuación
b) La verdad como coherencia
c) Teoría pragmatista de la verdad
d) Teoría consensual de la verdad

2. EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

2.1. ¿Es posible el conocimiento?


a) Escepticismo: no se puede conocer nada
b) Dogmatismo: el conocimiento es evidente
c) Actitud crítica: conocemos la realidad pero podemos también
equivocarnos

2.2. La naturaleza de lo conocido:


a) Realismo
b) Idealismo

2.3. Origen y límites del conocimiento


a) Racionalismo
b) Empirismo
c) La síntesis kantiana
1. CONCEPTOS BÁSICOS SOBRE EL CONOCIMIENTO

Antes de iniciar nuestra reflexión sobre el fundamento del conocimiento y sus límites
es conveniente definir algunos conceptos previos. Se trata de tener claro un vocabulario
básico que nos ayude en nuestra reflexión posterior.

1.1. Grados de conocimiento


Ante un juicio nuestra mente puede encontrarse en diferentes estados según el grado
de adhesión a la verdad de ese juicio.

Ignorancia.- Es el estado de la mente en el que se desconoce un determinado


conocimiento. Así por ejemplo, el alumno que está leyendo estos apuntes estará en
estado de ignorancia respecto de cuáles fueron las obras de Hegel.
Sirve de estímulo para el conocimiento; el que ignora que ignora no tiene la necesidad
de saber. Recuérdese la máxima socrática: “sólo sé que no sé nada”; el sabio es capaz
de reconocer su ignorancia y esa humildad le pone en disposición de aprender.

Duda.- Es el estado de la mente en el que ni se afirma ni se niega la verdad de algo por


ser de fuerza similar las razones en pro y en contra de su verdad.
Puede ser escéptica o metódica. La primera conduce al silencio (no decimos nada
porque no sabemos a qué atenernos con seguridad), la segunda conduce a la verdad
(dudo de todo lo dudoso hasta que encuentre aquello indudable, eso será la verdad).
Recordemos a Descartes y su “Pienso, luego existo”.

Opinión.- Es el estado en que la mente se adhiere a la verdad de un juicio, pero


admitiendo la posibilidad de error, es decir, que sea falso. El sujeto posee razones a
favor de la verdad de ese juicio, pero también las tiene en contra aunque las primeras
tienen mayor fuerza que las segundas.
La mayoría de los conocimientos que creemos tener son de este tipo ya que solemos
asumir la posibilidad de estar equivocados y las verdades son así provisionales. Esto
nos pone en disposición de dialogar e intercambiar saberes.

Creencia.- Es un modo concreto de opinión con mucho arraigo que considera que una
afirmación es muy probable. En ocasiones puede entenderse también como sinónimo
de opinión. Existen dos tipos de creencias: las racionales que se fundan en un
razonamiento y las irracionales que se fundamentan en un estado meramente
emocional, sin razonamiento alguno.
El concepto creencia se utiliza también para expresar la adhesión a una fe religiosa,
pero ésta es sólo una más de las formas de la creencia-opinión. También en el caso de
este tipo de creencia pueden darse los dos tipos señalados anteriormente: la creencia
religiosa puede tener fundamento racional (se dan razones para creer, a partir de una
experiencia) y también puede tener un fundamento puramente emocional. Éste último
caso sería próximo al comportamiento supersticioso. Por otro lado la creencia religiosa
puede manifestarse también con cualquiera de los grados de conocimiento que estamos
enunciando.
Certeza.- Es el estado en el que la mente afirma la verdad de un juicio sin temor alguno
a equivocarse; es el estar plenamente seguros de que el juicio es verdadero. Es una
convicción profunda que ofrece una gran seguridad y excluye la duda.
Pero se trata de una cualidad del pensamiento del sujeto y no del objeto. A menudo
aceptamos creencias que no están completamente justificadas de un modo ciego,
considerándolas verdades inmutables; sin embargo, esa seguridad es una cualidad que
tiene quien las piensa, no el objeto pensado.

Error.- Atribución a un sujeto de un predicado que no le conviene. En este estado el


sujeto no tiene voluntad de decir algo falso, sencillamente no sabe hacer corresponder
un objeto y una propiedad; como decir de un individuo soltero que está casado por
desconocimiento o errar al decir que “Cervantes escribió La celestina”.

Mentira.- La falsedad en este estado tiene un componente de voluntad; el propio sujeto


falsea la realidad con un objetivo, persiguiendo un beneficio o provocando una
consecuencia externa al conocimiento mismo.

1.2. Significado de “la verdad”


El problema más inquietante sobre el conocimiento humano consiste en descubrir si el
hombre puede o no alcanzar la verdad. Sin embargo, antes debemos caer en la cuenta
que la palabra “verdad” puede usarse de diversos modos. Para desentrañar el sentido
de la palabra “verdad” es conveniente recordar el significado que tiene en las tres
lenguas de mayor influencia en nuestra cultura:
a) En griego se utiliza el término “alétheia”, que significa “lo que no está oculto”, es
decir, “lo que está manifiesto”, y viene a ser “descubrimiento”. La falsedad, es su
contrario, el “encubrimiento”. Así pues, verdad en griego es descubrimiento de las
cosas, desvelamiento de lo que son.
b) En latín, el término “veritas” se refiere, concretamente, a la exactitud y el rigor en
el decir, que conecta lo que se dice con quien lo dice. Este matiz lo recoge la palabra
castellana “veracidad”, que se opone a mentira o engaño.
c) Y, por último, en hebreo, el término “emunah” expresa la verdad en el sentido de
confianza. Un amigo verdadero es aquel con el que se puede contar. El vocablo
“emunah” remite, pues, a la confianza de que se cumplirá algo que esperamos.
Estos tres sentidos diferentes están presentes y constituyen el origen del término
“verdad”, consolidado por la tradición europea.

Al usar el término “verdad” debemos distinguir claramente el ámbito de ese uso debido
a que su significado será distinto en cada caso.
En lógica (ámbito del razonamiento), verdad es coherencia y falsedad, contradicción.
Esto es lo que da sentido a las verdades en matemáticas, por ejemplo.
En ontología (ámbito de la realidad), la verdad es lo que es y la falsedad, lo que no.
Hace referencia a la existencia de los objetos a los que nos referimos.
En epistemología (ámbito del conocimiento), la verdad es la concordancia entre los
conocimientos y los hechos; la falsedad, la disconformidad. Se trata de la
correspondencia entre los pensamientos y la realidad externa.
En ética (ámbito de las decisiones y los valores), la verdad es decir lo que se piensa, la
falsedad es el engaño. Este uso tiene que ver con la conformidad entre lo que se piensa
y se dice.

1.3. Criterios de verdad


Se llama “criterio de verdad” a aquella característica o procedimiento por el cual
podemos distinguir la verdad de la falsedad y estar seguros del valor de un enunciado.
Podemos mencionar los siguientes:
a) La autoridad. Una afirmación se acepta como verdadera por proceder de alguien a
quien se concede crédito por su conocimiento en una materia.
b) La tradición. Se toma por verdadero aquello que a lo largo del tiempo se ha aceptado
como verdadero y goza de un apoyo popular o institucional.
c) La correspondencia entre el pensamiento y la realidad. Lo que pensamos será
verdadero si al comprobarlo coincide con la realidad empírica. Y, como el pensamiento
se expresa en el lenguaje, el criterio consiste en establecer la adecuación o
correspondencia entre lo que se dice y lo que es. La comprobación experimental es una
forma de buscar esa adecuación.
d) La coherencia lógica. Es un criterio lógico-matemático, que consiste en comprobar
que no existe contradicción entre los enunciados que pertenecen a un mismo sistema.
e) La utilidad. Un enunciado será verdadero cuando sea beneficioso y útil para nosotros,
cuando nos permita orientarnos en la realidad y avanzar en nuestras investigaciones.
f) La evidencia. Es el criterio fundamental. Es evidente lo que se nos presenta como
indiscutible, como intuitivamente verdadero, aunque a menudo sea necesario mostrarlo
mediante razonamientos. En el orden de la razón, se han considerado evidentes los
primeros principios, como el principio de identidad y el de no-contradicción (evidencia
racional); en el orden de la sensibilidad, los datos de los sentidos (evidencia sensible).

1.4. Teorías sobre la verdad


Por “teorías de la verdad” entendemos los diversos intentos producidos a lo largo de la
historia para definir, explicar y comprender qué es la verdad. Existe una relación
estrecha entre las teorías de la verdad, entendidas de esta manera, y los criterios de
verdad mencionados antes porque cada teoría de la verdad se apoya preferentemente
en uno de estos criterios y lo desarrolla al máximo. Vamos a ver las cuatro teorías de la
verdad más significativas.

a) La verdad como correspondencia o adecuación:


Esta teoría nos proporciona la estructura básica de la verdad, que las demás teorías
también mantienen. La formulación clásica la proporcionó Aristóteles: “Decir de lo
que es que no es, o de lo que no es que es, eso es falso; decir de lo que es que es y de
lo que no es que no es, es verdadero” (Metafisica, IV, 7). En esta fórmula están
contenidos los elementos que intervienen en el acto de conocer:
• Lo que es: el objeto;
• El decir: el sujeto y su representación del objeto.
La verdad se entiende como una relación especial de ajuste entre estos dos elementos,
a la que se denomina “correspondencia o adecuación”. Este es el concepto espontáneo
de la verdad: la concordancia entre lo que se dice de algo y lo que ese algo es. Esta
correspondencia no puede ser material, porque los objetos no entran en nosotros al ser
conocidos, sino que es una correspondencia formal, dado que se establece entre la
representación que nos hacemos del objeto y el objeto mismo.

b) La verdad como coherencia


Esta teoría fue formulada por Hegel (S. XIX) por primera vez y más tarde se ha
expuesto en diferentes versiones.
Todas coinciden en utilizar como criterio de verdad la coherencia de la proposición,
cuya verdad depende de su posible o imposible incorporación al conjunto de
proposiciones que tenemos ya por verdaderas: cualquier nuevo conocimiento, ya sea
en ciencia o en la vida cotidiana, ha de efectuarse desde el sistema de conocimientos
que ya poseíamos, y lo consideraremos verdadero si podemos integrarlo en él.
Se trata, por tanto, de un criterio contextual, en virtud del cual nada es verdadero o
falso aisladamente, sino que cada uno de nuestros conocimientos está esencialmente
referido y conectado con el resto del sistema en el que se integra. Solo así cobra sentido
y valor de verdad.

c) Teoría pragmatista de la verdad


El pragmatismo acepta la teoría de la adecuación, pero la interpreta tomando en
consideración la utilidad de los enunciados para resolver los problemas vitales.
Veremos esta posición desde uno de sus más destacados representantes: William James,
el cual entiende “adecuación” en el mismo sentido en que decimos “esta moto es
adecuada para hacer moto-cross”, es decir, en el sentido de que sirve para un
determinado fin, o que funciona de modo conveniente en un cierto contexto, o que es
útil para un propósito. Por tanto, entiende la adecuación como adaptación: un
enunciado es verdadero si es apto para resolver problemas o para satisfacer necesidades.
Ahora bien, la verdad referida a la práctica es siempre provisional, porque lo que
funciona o es útil (es decir, lo que es verdadero) en un momento determinado, deja de
serlo en otro. Se trata, por tanto, de una concepción dinámica de la verdad, porque ésta
no es una propiedad adquirida de una vez por todas, sino consecuencia de un proceso:
una idea se “verifica”, se hace verdadera, si la acción muestra su utilidad o su eficacia.

d) Teoría consensual de la verdad


Esta teoría, defendida por Peirce, Apel y Habermas entre otros, destaca la necesidad
del diálogo como marco para ir descubriendo cooperativamente la verdad de las
proposiciones. En realidad, cuando decimos que algo es verdadero estamos dando a
entender que creemos tener razones suficientes para convencer a otros interlocutores
de la verdad de la proposición, siempre que podamos dialogar libremente sobre ello,
sin presiones externas a la búsqueda misma de la verdad.

Por eso, las personas que tienen afán de verdad están dispuestas a dialogar con otras,
sin coacciones, sin trampas, para comprobar si pueden llegar a suscitar la adhesión de
los demás interlocutores, si pueden generar un consenso en torno a lo que tienen por
verdadero. Los argumentos que se aducen en ese diálogo pueden proceder de distintas
formas de comprobar la verdad: correspondencia, coherencia, utilidad, etc., pero lo que
se trata de descubrir en él es si son capaces de generar el consenso de la comunidad de
interlocutores. Así funcionan, a fin de cuentas, las comunidades científicas que buscan
cooperativamente la verdad.

2. EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO


2.1. ¿Es posible el conocimiento?

Estamos ya en condiciones de empezar nuestra reflexión sobre el problema del


conocimiento, sobre el problema de la verdad. ¿Puede el hombre conocer la realidad y
su sentido?
Nuestra experiencia nos lleva a afirmar que somos capaces de describir un mundo
compuesto por objetos que se comportan de acuerdo con nuestras expectativas. Este
hecho nos permite afirmar que conocemos el mundo.
Sin embargo, también hemos experimentado que en muchas ocasiones nos hemos
equivocado al afirmar algo o al creer que lo que veíamos era una cosa, cuando resultaba
ser otra distinta. Ello nos impulsaría a afirmar nuestra ignorancia.
Esta experiencia contradictoria es el fundamento de la pregunta sobre la posibilidad del
conocimiento. Desde antiguo han existido dos formas de plantear el problema, el
escepticismo y el dogmatismo.

a) El Escepticismo
La experiencia del cambio constante de las cosas y los diferentes aspectos que adoptan
hizo pensar a los filósofos griegos que tras esas apariencias cambiantes se escondía
algo que, sin ser captado por los sentidos, constituía su verdadera esencia.
La imposibilidad de alcanzar un acuerdo a la hora de determinar cuál era en concreto
esta esencia, llevó a algunos filósofos, los llamados sofistas, a dudar de nuestra
capacidad de conocer la realidad de las cosas. Con los sofistas hace su entrada en la
filosofía el escepticismo cuyo fundamento es la negación de todo conocimiento fiable,
porque se considera que nunca hay una justificación suficiente para aceptar algo como
verdadero.

El escepticismo radical.
Una de las primeras actitudes escépticas de la que tenemos constancia es la del sofista
Gorgias (siglo V a.C.). Su desconfianza radical sobre la posibilidad de alcanzar un
conocimiento verdadero se expresa en las tres afirmaciones siguientes: "nada existe; si
algo existiera no lo podríamos conocer, y, finalmente, aunque algo existiera y lo
pudiéramos conocer, no lo podríamos comunicar".

La base de este planteamiento es la afirmación de que a toda proposición es posible


contraponerle otra, de tal forma que todas las opiniones tienen el mismo valor. No hay,
por lo tanto, razones mejores para aceptar una opinión u otra, y la única postura honrada
es la "epojé", suspender el juicio, a fin de llegar a la tranquilidad del alma perdida por
el afán de conocer.

La consecuencia lógica del escepticismo es el relativismo que defiende que no hay


verdades absolutas pues verdad o falsedad dependen de las circunstancias en que son
evaluadas como tales. Dicha evaluación dependerá siempre del contexto personal,
histórico o cultural y no es concebible un punto de vista absoluto que excluya estas
circunstancias. Por tanto, la verdad es relativa.

El escepticismo y el relativismo si son radicales caen en la contradicción, puesto que


al afirmar que es imposible alcanzar la verdad, ya se está afirmando una tesis como
verdadera.
Por otro lado, un escepticismo radical puede conducir a la parálisis intelectual (no es
preciso investigar dado que no podemos conocer la verdad) y a la desorientación moral
(no hay criterios para preferir una acciones a otra). Grandes dosis de escepticismo nos
llevan a la pasividad y a la inacción. En pequeñas proporciones, sin embargo, la actitud
escéptica puede resultar beneficiosa tanto para la ciencia como para la vida práctica,
donde resulta un antídoto eficaz contra todo tipo de prejuicios morales, fanatismos
religiosos e ideologías totalitarias.

El escepticismo moderado
Otra versión más matizada del escepticismo es la que aparece en el Renacimiento, de
la mano de pensadores como Montaigne y se desarrolla a lo largo de la edad moderna,
culminando en la figura de Hume.
Medio siglo antes que Descartes, el ensayista francés Michel de Montaigne (1533-1592)
resaltaba ya la importancia de la duda en el conocimiento humano. El sabio duda de
todo: la duda es la expresión de su sabiduría. Si la razón cree captar algo inmutable o
eterno, se engaña.
No es posible, pues, que exista una ciencia verdadera, dado que tanto el mundo físico
como las costumbres de los hombres son una realidad cambiante, de tal modo que no
es de extrañar que no haya cuestión o problema que no sea objeto de disputa.

En la filosofía moderna destaca especialmente el escepticismo de David Hume (1711-


1776). Hume centra su crítica en la relación causa-efecto o relación de causalidad. Esta
relación no es corroborada por ninguna experiencia concreta. La costumbre de haber
percibido los mismos fenómenos en el pasado en una determinada secuencia, nos lleva
a afirmar que esta misma relación seguirá dándose en el futuro, pero no a la
constatación efectiva sobre su relación real, que es totalmente desconocida.
De este modo, nuestro conocimiento del mundo se convierte en un asunto de creencia.
Creemos que lo que ha ocurrido en el pasado seguirá ocurriendo en el futuro. Cualquier
intento de justificación teórica se convierte en un enunciado sin sentido.
Para Hume, el conocimiento se limita a los fenómenos que se manifiestan a los
sentidos y nuestras afirmaciones universales acerca de la realidad son producto de
nuestra imaginación. No podemos conocer si responden a la realidad. Se trata, por lo
tanto, de una actitud escéptica que muestra que el conocimiento está limitado.
b) El Dogmatismo
El Dogmatismo afirma que es posible conocer la verdad con total seguridad. Un dogma
es una verdad indiscutible, un principio firme y cierto sobre el que se puede construir
el conocimiento.
Se puede distinguir entre un dogmatismo radical y otro moderado. El radical considera
que existe la verdad universal y que se puede conocer, pero no todos los hombres son
capaces de alcanzar la verdad ni de investigarla adecuadamente, por lo que hay que
enseñarles e incluso imponerles la verdad. El moderado confía en las posibilidades de
la razón para alcanzar la verdad, pero admite la posibilidad de equivocarse por lo que
es fundamental contar con un método que evite posibles errores.

El dogmatismo radical
El dogmatismo, tomado en su sentido más radical, supone una confianza ilimitada en
nuestra capacidad para conocer. Partiendo de un realismo ingenuo, según el cual las
cosas son tal como se presentan, el individuo dogmático identifica el conocimiento con
su percepción subjetiva, con su opinión acrítica, muchas veces infundada. Sólo admite
como válida su visión de las cosas, que pasa a constituirse como la verdad absoluta.
De este modo, lejos del necesario filtro de la crítica, el dogmatismo radical conduce
casi inevitablemente al error, en el plano epistemológico, y a los prejuicios, en el plano
psicológico. Impide el progreso del conocimiento y de la ciencia, por un lado, y
dificulta la convivencia en tolerancia, por el otro. Sus efectos son, pues, nocivos tanto
para el conocimiento como desde un punto de vista ético.

El dogmatismo moderado
A diferencia del dogmatismo radical, el dogmatismo moderado o filosófico se
caracteriza por una confianza razonada en las capacidades humanas para lograr un
saber cierto del mundo. No es contrario a la actitud crítica, sino que se funda en ella,
tomándola como base necesaria del conocimiento.
Tal es el caso del filósofo racionalista Descartes, quien se plantea la necesidad de
establecer un punto de partida firme que permita alcanzar la verdad por sí misma,
independientemente de la autoridad o las enseñanzas recibidas. Por ello someterá a
duda todos los conocimientos a fin de encontrar algún primer conocimiento cierto sobre
el que asentar a modo de axioma matemático todo el conocimiento.
Mediante la duda, Descartes no pretendía dar argumentos a favor del escepticismo, sino
alcanzar una certeza absoluta frente a la cual no se pudiera esgrimir ninguna duda. Esta
certeza la encuentra en el propio acto de pensar. Descartes llega a dudar de todos los
contenidos del pensamiento, pero de lo que no le cabe ninguna duda es de que piensa.
Ni un genio maligno sería capaz de engañar respecto al hecho de pensar. Y si uno piensa,
es evidente que existe. Descartes resume esta conclusión con una frase célebre: «Pienso,
luego existo». Se puede dudar de todo lo pensado, pero no del acto de pensar y del
hecho de ser uno mismo el que está pensando. El acto de pensar es una prueba
irrefutable e irrebatible de que existimos. Todas las dudas que de forma sistemática
introduce Descartes no conducen, por tanto, al escepticismo, sino a una certeza
absoluta sobre la que posteriormente pretenderá construir el edificio del conocimiento.
Del mismo modo que Descartes, otros muchos filósofos, desde Platón hasta Kant, han
afirmado la posibilidad de un conocimiento cierto de la realidad, si bien, en la mayoría
de casos, el concepto de realidad que defienden dista mucho del realismo ingenuo, que
toma por real aquello que, a menudo, no es más que apariencia.
Para pensadores críticos como Kant (S. XVIII), el conocimiento es posible, pero éste
no es incuestionable y definitivo, sino que debe de ser revisado y criticado
continuamente para detectar posibles falsificaciones.

c) Actitud crítica: conocemos la realidad pero podemos también equivocarnos


Esta actitud se encuentra a mitad de camino entre el dogmatismo radical y el
escepticismo radical. A diferencia del escepticismo la actitud crítica sí admite la
posibilidad del conocimiento pero, a diferencia del dogmatismo radical, se admite
también la posibilidad del error. Esto le permite al individuo indagar con confianza
buscando un conocimiento cierto al mismo tiempo que rastrea posibles errores y admite
la posibilidad de reelaborar los propios convencimientos.
La actitud crítica es por naturaleza la actitud del investigador. Tiene confianza cierta
de avanzar en el conocimiento, y al mismo tiempo se encuentra disponible para
descubrir cosas nuevas e incluso para corregir ideas anteriores. La actitud crítica utiliza
fielmente la razón y acepta también las noticias que recibe de la experiencia coincidan
o no con los descubrimientos hechos anteriormente.
Aunque a lo largo de la Historia de la Filosofía se han dado actitudes dogmatistas y
actitudes escépticas, la actitud crítica es la que mejor caracteriza a la filosofía.
Emblemática, en este sentido, resulta la figura de Sócrates el cual, a pesar de afirmar
no poseer la verdad, dio un testimonio admirable de una búsqueda incansable de la
misma. De ahí que le gustara llamarse amante de la sabiduría: un amante que busca
con pasión la sabiduría. Y si la busca es porque no la posee todavía (sólo se puede
buscar algo que no se posee) pero al mismo tiempo tiene indicios razonables de poderla
alcanzar de algún modo (si no fuera así, carecería de sentido ponerse a buscar algo).

2.2. La naturaleza de lo conocido: Realismo VS Idealismo

Una vez planteado el problema de la posibilidad del conocimiento, surge la necesidad


de explicar qué es aquello que se conoce. De este modo, la filosofía ha planteado
diferentes formas de concebir la realidad concediendo distinta importancia a los
elementos que integran el conocer.
El conocimiento lo es siempre de algo, de la realidad. En todo conocimiento se dan tres
elementos esenciales: un sujeto que conoce, un objeto que es conocido y la relación
entre ambos. Visto desde el sujeto, el objeto está fuera de él, lo trasciende; pero por
medio del acto del conocimiento, el objeto entra dentro del sujeto en forma de imagen.
La imagen es la representación del objeto; por eso, en el conocimiento, el sujeto se
representa al objeto; el conjunto de estas representaciones o ideas constituye el
contenido de la conciencia.

a) El Realismo.
El realismo sostiene que existen cosas reales independientes del sujeto cognoscente y
que se pueden conocer tal y como son. Para el realismo ingenuo los contenidos de la
conciencia se corresponden exactamente con las cosas y sus propiedades. El color,
textura o temperatura son propiedades que están en el objeto y que el sujeto conoce.
Para el realismo ingenuo no existe el problema del conocimiento, en cuanto que los
contenidos de conciencia del sujeto no se distinguen del objeto. Por tanto, el elemento
más relevante en el proceso de conocer es el objeto que se impone al sujeto. El filósofo
más importante de esta corriente es Aristóteles.
Para el realismo crítico, por el contrario, hay algo en la realidad, pero no es exactamente
como el sujeto lo conoce. Distingue el realismo crítico entre cualidades primarias y
cualidades secundarias de las cosas. Las cualidades primarias son las propiedades
espacio-temporales y cuantitativas de las cosas (tamaño, forma, movimiento...) y son
objetivas, están realmente en las cosas. Por el contrario, las cualidades secundarias
(colores, sabores, olores...) son subjetivas, están sólo en nuestra conciencia, aunque
hay que suponer elementos objetivos que las producen. En la Edad Moderna
defendieron y fundamentaron esta postura científicos como Galileo (1564-1642), y
filósofos como Locke (1632-1704).

b) El Idealismo.
El idealismo niega que existan cosas reales independientes del sujeto cognoscente. El
sujeto no conoce cosas, sino que sólo conoce sus propias representaciones mentales o
contenidos de conciencia, que no se refieren a ninguna cosa realmente existente. Toda
la realidad está, pues, encerrada en la conciencia del sujeto. Este no puede salir del
ámbito de su conciencia para afirmar que existen cosas reales, pues hasta la misma
afirmación de la existencia de una realidad es un contenido de conciencia. La realidad
es una ficción creada por el sujeto. Por tanto, en el proceso de conocer es el sujeto el
que tiene una relevancia especial.
El representante más radical del idealismo es el filósofo irlandés Berkeley (1685-1753),
para quien el yo o mente sólo conoce ideas y no cosas materiales. De aquí concluye
que las cosas son ideas y que la materia no existe. Otros idealistas más moderados son
Platón que afirma la existencia de una realidad dual o Descartes que insiste en la
existencia independiente del yo.
El idealismo trascendental de Kant supondrá un punto de encuentro entre idealismo y
realismo al afirmar la existencia una realidad externa pero desconocida (noúmeno) que
genera una percepción creada por el propio sujeto (fenómeno).

2.3. Origen y límites del conocimiento

Establecido el hecho de la existencia del conocimiento, a pesar de los condicionantes


que hemos analizado, se nos plantean dos cuestiones básicas: de dónde proviene
nuestro conocimiento de las cosas y, en segundo lugar, hasta dónde es posible conocer.
El primero es el problema del origen o fuente del conocimiento. El segundo, el de sus
límites. El racionalismo y el empirismo constituyen dos formas opuestas de afrontar
ambas cuestiones. La Síntesis kantiana se presenta como una propuesta conciliadora
de las dos corrientes anteriores.

a) El Racionalismo.
El racionalismo representa la firme creencia en la capacidad de la razón humana para
alcanzar la verdad. Sometida a un riguroso método, la razón humana nos permite
afirmar la validez de sus conocimientos sobre el mundo, un mundo regido a su vez por
estrictas leyes racionales.
Entre los autores racionalistas podemos destacar entre otros a Platón, Agustín de
Hipona, Spinoza, Leibniz y Hegel. No obstante, el más representativo es Descartes.

Descartes se propone como tarea fundamental establecer un fundamento sólido para


las ciencias, con el fin de eliminar sus errores e imperfecciones, y así lograr un
conocimiento cierto. Y para este propósito considera que el instrumento más apropiado
es la propia razón dirigida por un método seguro.
Este método descarta por dudoso todo aquello que conocemos por experiencia. Los
sentidos son poco fiables y a menudo nos inducen a error. El conocimiento verdadero
de la realidad sólo puede ser deducido por la razón a partir de la intuición de ideas
innatas, esto es, principios indudables que la razón encuentra en sí misma y que no
provienen de la experiencia. De esta manera se alcanza la primera verdad indudable
(pienso luego existo) de la que se acabará deduciendo la existencia de toda la realidad.

En cuanto a los límites del conocimiento, los racionalistas afirman que el conocimiento
humano es potencialmente ilimitado Si utilizamos bien la razón, de ahí la importancia
del método, podremos alcanzar cualquier conocimiento. El error no es fruto de nuestras
limitaciones o imperfecciones, sino de una incorrecta utilización de nuestras facultades
cognoscitivas.

En definitiva, al subrayar el carácter racional de la realidad, los racionalistas no ven


ningún obstáculo insalvable para alcanzar la verdad por medio de la razón. El hecho
de lograrlo o no responderá únicamente a nuestra voluntad y perseverancia para dirigir
correctamente nuestra razón.

b) El Empirismo.
El empirismo sitúa la experiencia como origen, posibilidad y límite de todo nuestro
conocimiento. Por lo tanto, todo conocimiento comienza y acaba con la experiencia.
La razón, por sí misma, es incapaz de producir ningún conocimiento. Como mucho,
puede reflexionar sobre los datos que le proporciona la experiencia, ya sea por medio
de la observación o de la experimentación.
De igual modo que el racionalismo, el empirismo es una corriente epistemológica que
atraviesa la historia del pensamiento. Aristóteles, Tomás de Aquino, Ockham, Locke o
Hume, son algunos de los filósofos empiristas más importantes.

John Locke (1632-1704) establece los principios clásicos del empirismo moderno. Su
afirmación básica es que no existen ideas innatas, que el entendimiento antes de toda
experiencia no es más que un papel en blanco y que todo conocimiento comienza en
los sentidos. No hay más fuente del conocimiento que la experiencia externa (sensación)
o la interna (reflexión).
Cuando pensamos no hacemos más que combinar ideas cuyo origen está en la
experiencia. Siguiendo a Locke, el filósofo escocés David Hume (1711-1776) afirma
que nuestra mente recibe de la experiencia un haz de impresiones y las organiza por
medio de las leyes de asociación de ideas, constituyendo así todo tipo de ideas
complejas e incluso imaginarias.

Hume mantiene también que la experiencia es el límite de todos nuestros


conocimientos. Todos los conocimientos se reducen a impresiones e ideas. Las
impresiones son percepciones directas de las cosas y las ideas son las representaciones
mentales de las impresiones que se producen en nosotros cuando reflexionamos sobre
ellas.
Por ello, toda idea de la que no encontremos la impresión de la que deriva puede ser
rechazada. Así sucede con ideas como la de alma, o Dios a las que no corresponde
ninguna impresión. También carece de fundamento la idea de una sustancia
permanente y estable en las cosas, soporte de sus propiedades. Se trata únicamente de
ideas complejas creadas por nuestra imaginación.
Sólo nos queda, por lo tanto, aceptar lo que proviene de la experiencia. El hábito, la
costumbre y la creencia son las que nos permiten construir un mundo con existencia
en sí mismo más allá de las impresiones actuales, único conocimiento cierto.

c) La Síntesis Kantiana.
Immanuel Kant (1724-1804) tiene en cuenta tanto las ideas propuestas por los
racionalistas como las planteadas por los empiristas, y formulará el problema de los
orígenes y los límites desde otro nuevo punto de vista, preguntándose cómo el sujeto
construye el objeto de conocimiento.
Para Kant el objeto de conocimiento es el resultado de una síntesis entre aquello que
nos es dado, el conjunto de impresiones sensibles que captamos, y aquello que nuestra
mente pone por sí misma, un conjunto de estructuras formales que ordenan las
impresiones brutas.
La cosa conocida (fenómeno) resulta de la elaboración de los datos de los sentidos por
nuestra forma de conocer. La experiencia y la razón, pues, se necesitan mutuamente
con objeto de poder producir conocimiento.
Kant acepta del empirismo que el punto de partida de nuestro conocimiento es la
experiencia sensible y acepta también del racionalismo que el sujeto pone algo propio
que le permite comprender lo percibido. Hay pues en el conocimiento algo dado a
posteriori por el objeto y algo puesto a priori por el sujeto.
Por otro lado, Kant establece límites al conocimiento humano. Estos límites vienen
dados por la experiencia, por un lado, y por nuestra subjetividad, por el otro. Sólo
conocemos de la realidad los fenómenos, es decir, aquello que yo percibo y tal como
yo lo percibo.
Sin embargo, lo que la realidad sea en ella misma (noúmeno) es para nosotros un
completo misterio. No podemos despojarnos de nuestra subjetividad para captar las
cosas-en-sí o noúmenos. Debemos conformarnos con un conocimiento limitado por
nuestra propia forma de percibir.
La teoría de Kant ha establecido definitivamente que el conocimiento posee límites que
están relacionados con la misma forma de ser del ser humano, cuyo conocimiento parte
de las sensaciones y que posteriormente elabora con su razón.

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