Apuntes Conocimiento
Apuntes Conocimiento
Apuntes Conocimiento
Antes de iniciar nuestra reflexión sobre el fundamento del conocimiento y sus límites
es conveniente definir algunos conceptos previos. Se trata de tener claro un vocabulario
básico que nos ayude en nuestra reflexión posterior.
Creencia.- Es un modo concreto de opinión con mucho arraigo que considera que una
afirmación es muy probable. En ocasiones puede entenderse también como sinónimo
de opinión. Existen dos tipos de creencias: las racionales que se fundan en un
razonamiento y las irracionales que se fundamentan en un estado meramente
emocional, sin razonamiento alguno.
El concepto creencia se utiliza también para expresar la adhesión a una fe religiosa,
pero ésta es sólo una más de las formas de la creencia-opinión. También en el caso de
este tipo de creencia pueden darse los dos tipos señalados anteriormente: la creencia
religiosa puede tener fundamento racional (se dan razones para creer, a partir de una
experiencia) y también puede tener un fundamento puramente emocional. Éste último
caso sería próximo al comportamiento supersticioso. Por otro lado la creencia religiosa
puede manifestarse también con cualquiera de los grados de conocimiento que estamos
enunciando.
Certeza.- Es el estado en el que la mente afirma la verdad de un juicio sin temor alguno
a equivocarse; es el estar plenamente seguros de que el juicio es verdadero. Es una
convicción profunda que ofrece una gran seguridad y excluye la duda.
Pero se trata de una cualidad del pensamiento del sujeto y no del objeto. A menudo
aceptamos creencias que no están completamente justificadas de un modo ciego,
considerándolas verdades inmutables; sin embargo, esa seguridad es una cualidad que
tiene quien las piensa, no el objeto pensado.
Al usar el término “verdad” debemos distinguir claramente el ámbito de ese uso debido
a que su significado será distinto en cada caso.
En lógica (ámbito del razonamiento), verdad es coherencia y falsedad, contradicción.
Esto es lo que da sentido a las verdades en matemáticas, por ejemplo.
En ontología (ámbito de la realidad), la verdad es lo que es y la falsedad, lo que no.
Hace referencia a la existencia de los objetos a los que nos referimos.
En epistemología (ámbito del conocimiento), la verdad es la concordancia entre los
conocimientos y los hechos; la falsedad, la disconformidad. Se trata de la
correspondencia entre los pensamientos y la realidad externa.
En ética (ámbito de las decisiones y los valores), la verdad es decir lo que se piensa, la
falsedad es el engaño. Este uso tiene que ver con la conformidad entre lo que se piensa
y se dice.
Por eso, las personas que tienen afán de verdad están dispuestas a dialogar con otras,
sin coacciones, sin trampas, para comprobar si pueden llegar a suscitar la adhesión de
los demás interlocutores, si pueden generar un consenso en torno a lo que tienen por
verdadero. Los argumentos que se aducen en ese diálogo pueden proceder de distintas
formas de comprobar la verdad: correspondencia, coherencia, utilidad, etc., pero lo que
se trata de descubrir en él es si son capaces de generar el consenso de la comunidad de
interlocutores. Así funcionan, a fin de cuentas, las comunidades científicas que buscan
cooperativamente la verdad.
a) El Escepticismo
La experiencia del cambio constante de las cosas y los diferentes aspectos que adoptan
hizo pensar a los filósofos griegos que tras esas apariencias cambiantes se escondía
algo que, sin ser captado por los sentidos, constituía su verdadera esencia.
La imposibilidad de alcanzar un acuerdo a la hora de determinar cuál era en concreto
esta esencia, llevó a algunos filósofos, los llamados sofistas, a dudar de nuestra
capacidad de conocer la realidad de las cosas. Con los sofistas hace su entrada en la
filosofía el escepticismo cuyo fundamento es la negación de todo conocimiento fiable,
porque se considera que nunca hay una justificación suficiente para aceptar algo como
verdadero.
El escepticismo radical.
Una de las primeras actitudes escépticas de la que tenemos constancia es la del sofista
Gorgias (siglo V a.C.). Su desconfianza radical sobre la posibilidad de alcanzar un
conocimiento verdadero se expresa en las tres afirmaciones siguientes: "nada existe; si
algo existiera no lo podríamos conocer, y, finalmente, aunque algo existiera y lo
pudiéramos conocer, no lo podríamos comunicar".
El escepticismo moderado
Otra versión más matizada del escepticismo es la que aparece en el Renacimiento, de
la mano de pensadores como Montaigne y se desarrolla a lo largo de la edad moderna,
culminando en la figura de Hume.
Medio siglo antes que Descartes, el ensayista francés Michel de Montaigne (1533-1592)
resaltaba ya la importancia de la duda en el conocimiento humano. El sabio duda de
todo: la duda es la expresión de su sabiduría. Si la razón cree captar algo inmutable o
eterno, se engaña.
No es posible, pues, que exista una ciencia verdadera, dado que tanto el mundo físico
como las costumbres de los hombres son una realidad cambiante, de tal modo que no
es de extrañar que no haya cuestión o problema que no sea objeto de disputa.
El dogmatismo radical
El dogmatismo, tomado en su sentido más radical, supone una confianza ilimitada en
nuestra capacidad para conocer. Partiendo de un realismo ingenuo, según el cual las
cosas son tal como se presentan, el individuo dogmático identifica el conocimiento con
su percepción subjetiva, con su opinión acrítica, muchas veces infundada. Sólo admite
como válida su visión de las cosas, que pasa a constituirse como la verdad absoluta.
De este modo, lejos del necesario filtro de la crítica, el dogmatismo radical conduce
casi inevitablemente al error, en el plano epistemológico, y a los prejuicios, en el plano
psicológico. Impide el progreso del conocimiento y de la ciencia, por un lado, y
dificulta la convivencia en tolerancia, por el otro. Sus efectos son, pues, nocivos tanto
para el conocimiento como desde un punto de vista ético.
El dogmatismo moderado
A diferencia del dogmatismo radical, el dogmatismo moderado o filosófico se
caracteriza por una confianza razonada en las capacidades humanas para lograr un
saber cierto del mundo. No es contrario a la actitud crítica, sino que se funda en ella,
tomándola como base necesaria del conocimiento.
Tal es el caso del filósofo racionalista Descartes, quien se plantea la necesidad de
establecer un punto de partida firme que permita alcanzar la verdad por sí misma,
independientemente de la autoridad o las enseñanzas recibidas. Por ello someterá a
duda todos los conocimientos a fin de encontrar algún primer conocimiento cierto sobre
el que asentar a modo de axioma matemático todo el conocimiento.
Mediante la duda, Descartes no pretendía dar argumentos a favor del escepticismo, sino
alcanzar una certeza absoluta frente a la cual no se pudiera esgrimir ninguna duda. Esta
certeza la encuentra en el propio acto de pensar. Descartes llega a dudar de todos los
contenidos del pensamiento, pero de lo que no le cabe ninguna duda es de que piensa.
Ni un genio maligno sería capaz de engañar respecto al hecho de pensar. Y si uno piensa,
es evidente que existe. Descartes resume esta conclusión con una frase célebre: «Pienso,
luego existo». Se puede dudar de todo lo pensado, pero no del acto de pensar y del
hecho de ser uno mismo el que está pensando. El acto de pensar es una prueba
irrefutable e irrebatible de que existimos. Todas las dudas que de forma sistemática
introduce Descartes no conducen, por tanto, al escepticismo, sino a una certeza
absoluta sobre la que posteriormente pretenderá construir el edificio del conocimiento.
Del mismo modo que Descartes, otros muchos filósofos, desde Platón hasta Kant, han
afirmado la posibilidad de un conocimiento cierto de la realidad, si bien, en la mayoría
de casos, el concepto de realidad que defienden dista mucho del realismo ingenuo, que
toma por real aquello que, a menudo, no es más que apariencia.
Para pensadores críticos como Kant (S. XVIII), el conocimiento es posible, pero éste
no es incuestionable y definitivo, sino que debe de ser revisado y criticado
continuamente para detectar posibles falsificaciones.
a) El Realismo.
El realismo sostiene que existen cosas reales independientes del sujeto cognoscente y
que se pueden conocer tal y como son. Para el realismo ingenuo los contenidos de la
conciencia se corresponden exactamente con las cosas y sus propiedades. El color,
textura o temperatura son propiedades que están en el objeto y que el sujeto conoce.
Para el realismo ingenuo no existe el problema del conocimiento, en cuanto que los
contenidos de conciencia del sujeto no se distinguen del objeto. Por tanto, el elemento
más relevante en el proceso de conocer es el objeto que se impone al sujeto. El filósofo
más importante de esta corriente es Aristóteles.
Para el realismo crítico, por el contrario, hay algo en la realidad, pero no es exactamente
como el sujeto lo conoce. Distingue el realismo crítico entre cualidades primarias y
cualidades secundarias de las cosas. Las cualidades primarias son las propiedades
espacio-temporales y cuantitativas de las cosas (tamaño, forma, movimiento...) y son
objetivas, están realmente en las cosas. Por el contrario, las cualidades secundarias
(colores, sabores, olores...) son subjetivas, están sólo en nuestra conciencia, aunque
hay que suponer elementos objetivos que las producen. En la Edad Moderna
defendieron y fundamentaron esta postura científicos como Galileo (1564-1642), y
filósofos como Locke (1632-1704).
b) El Idealismo.
El idealismo niega que existan cosas reales independientes del sujeto cognoscente. El
sujeto no conoce cosas, sino que sólo conoce sus propias representaciones mentales o
contenidos de conciencia, que no se refieren a ninguna cosa realmente existente. Toda
la realidad está, pues, encerrada en la conciencia del sujeto. Este no puede salir del
ámbito de su conciencia para afirmar que existen cosas reales, pues hasta la misma
afirmación de la existencia de una realidad es un contenido de conciencia. La realidad
es una ficción creada por el sujeto. Por tanto, en el proceso de conocer es el sujeto el
que tiene una relevancia especial.
El representante más radical del idealismo es el filósofo irlandés Berkeley (1685-1753),
para quien el yo o mente sólo conoce ideas y no cosas materiales. De aquí concluye
que las cosas son ideas y que la materia no existe. Otros idealistas más moderados son
Platón que afirma la existencia de una realidad dual o Descartes que insiste en la
existencia independiente del yo.
El idealismo trascendental de Kant supondrá un punto de encuentro entre idealismo y
realismo al afirmar la existencia una realidad externa pero desconocida (noúmeno) que
genera una percepción creada por el propio sujeto (fenómeno).
a) El Racionalismo.
El racionalismo representa la firme creencia en la capacidad de la razón humana para
alcanzar la verdad. Sometida a un riguroso método, la razón humana nos permite
afirmar la validez de sus conocimientos sobre el mundo, un mundo regido a su vez por
estrictas leyes racionales.
Entre los autores racionalistas podemos destacar entre otros a Platón, Agustín de
Hipona, Spinoza, Leibniz y Hegel. No obstante, el más representativo es Descartes.
En cuanto a los límites del conocimiento, los racionalistas afirman que el conocimiento
humano es potencialmente ilimitado Si utilizamos bien la razón, de ahí la importancia
del método, podremos alcanzar cualquier conocimiento. El error no es fruto de nuestras
limitaciones o imperfecciones, sino de una incorrecta utilización de nuestras facultades
cognoscitivas.
b) El Empirismo.
El empirismo sitúa la experiencia como origen, posibilidad y límite de todo nuestro
conocimiento. Por lo tanto, todo conocimiento comienza y acaba con la experiencia.
La razón, por sí misma, es incapaz de producir ningún conocimiento. Como mucho,
puede reflexionar sobre los datos que le proporciona la experiencia, ya sea por medio
de la observación o de la experimentación.
De igual modo que el racionalismo, el empirismo es una corriente epistemológica que
atraviesa la historia del pensamiento. Aristóteles, Tomás de Aquino, Ockham, Locke o
Hume, son algunos de los filósofos empiristas más importantes.
John Locke (1632-1704) establece los principios clásicos del empirismo moderno. Su
afirmación básica es que no existen ideas innatas, que el entendimiento antes de toda
experiencia no es más que un papel en blanco y que todo conocimiento comienza en
los sentidos. No hay más fuente del conocimiento que la experiencia externa (sensación)
o la interna (reflexión).
Cuando pensamos no hacemos más que combinar ideas cuyo origen está en la
experiencia. Siguiendo a Locke, el filósofo escocés David Hume (1711-1776) afirma
que nuestra mente recibe de la experiencia un haz de impresiones y las organiza por
medio de las leyes de asociación de ideas, constituyendo así todo tipo de ideas
complejas e incluso imaginarias.
c) La Síntesis Kantiana.
Immanuel Kant (1724-1804) tiene en cuenta tanto las ideas propuestas por los
racionalistas como las planteadas por los empiristas, y formulará el problema de los
orígenes y los límites desde otro nuevo punto de vista, preguntándose cómo el sujeto
construye el objeto de conocimiento.
Para Kant el objeto de conocimiento es el resultado de una síntesis entre aquello que
nos es dado, el conjunto de impresiones sensibles que captamos, y aquello que nuestra
mente pone por sí misma, un conjunto de estructuras formales que ordenan las
impresiones brutas.
La cosa conocida (fenómeno) resulta de la elaboración de los datos de los sentidos por
nuestra forma de conocer. La experiencia y la razón, pues, se necesitan mutuamente
con objeto de poder producir conocimiento.
Kant acepta del empirismo que el punto de partida de nuestro conocimiento es la
experiencia sensible y acepta también del racionalismo que el sujeto pone algo propio
que le permite comprender lo percibido. Hay pues en el conocimiento algo dado a
posteriori por el objeto y algo puesto a priori por el sujeto.
Por otro lado, Kant establece límites al conocimiento humano. Estos límites vienen
dados por la experiencia, por un lado, y por nuestra subjetividad, por el otro. Sólo
conocemos de la realidad los fenómenos, es decir, aquello que yo percibo y tal como
yo lo percibo.
Sin embargo, lo que la realidad sea en ella misma (noúmeno) es para nosotros un
completo misterio. No podemos despojarnos de nuestra subjetividad para captar las
cosas-en-sí o noúmenos. Debemos conformarnos con un conocimiento limitado por
nuestra propia forma de percibir.
La teoría de Kant ha establecido definitivamente que el conocimiento posee límites que
están relacionados con la misma forma de ser del ser humano, cuyo conocimiento parte
de las sensaciones y que posteriormente elabora con su razón.