Diario de Clase Activo y Reflexivo. Tema 6. La Estructura de La Persona.
Diario de Clase Activo y Reflexivo. Tema 6. La Estructura de La Persona.
Diario de Clase Activo y Reflexivo. Tema 6. La Estructura de La Persona.
LA
AFECTIVIDAD. LA INTELIGENCIA. LA LIBERTAD. EL YO PERSONAL.
DIARIO DE CLASE.
Si en el diario anterior expusimos la que puede ser considerada como una “antropología adecuada”
para la explicación de la persona como una realidad que debe ser entendida en su doble condición:
persona como varón y persona como mujer; en esta entrada del diario analizaremos a la persona
genérica sin esa especificación que le proporciona el carácter sexuado de la misma: es decir, nos
acercaremos a la estructura de la persona.
Lo primero que señalaré es la manera en la que el personalismo ontológico moderno aborda esa
realidad que es la persona para explicar la estructura de la misma. Considero que es un abordaje
efectuado “en profundidad” y “con confianza”, como ya hicieron los pensadores que perfilaron las
primeras antropologías que estudiamos (Sócrates, Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona y Tomás
de Aquino). Decimos “en profundidad” porque para el personalismo el término “persona” no es un
término usado instrumentalmente, usado simplemente para tener un referente que contenga la
explicación de esa realidad que llamamos “hombre”, sino que el término “persona” designa una
realidad ontológica previa al mismo término: “una realidad subsistente, permanente y radicada en
el ser” que debe ser explicada (y no solo descrita) mediante una diálogo al modo socrático que nos
dé una “visión responsable” de la misma, en palabras de Julián Marías. Visión responsable que
constituye la esencia de la antropología filosófica: es decir, mediante un acercamiento a esa realidad
exento de pasividad, porque en palabras del autor: “La pasividad es incompatible con la filosofía, la
cual consiste en pensar y repensar [...]”.Y decimos en segundo lugar “en confianza” porque el
personalismo confía en la posibilidad de acceder plenamente a esa realidad ontológica que
llamamos persona, y de hacerlo de una manera “científica”, entendiendo el término en su sentido
amplio, como un conocimiento sintético y sistematizado que busque la proximidad a la verdad y
evite el error. Además de un abordaje en profundidad y desde la confianza, el abordaje ha de ser
integral, de manera que no fragmente la realidad de la persona en segmentos desconectados, o la
reduzca haciendo que una dimensión cualquiera ocupe la posición del todo cuando no es sino parte.
Comenzaremos indicando que la persona, en tanto que es una realidad ontológica, siempre
permanece aun cuando cualquiera de las dimensiones (o varias) que la estructuran, por deficiencias
en su funcionamiento, oculte al “yo”; pues el “yo” que no es sino la forma de referirnos a ese núcleo
íntimo que supone autoconsciencia, autoposesión, autodominio, de nosotros mismos en tanto que
nosotros mismos actuando como sujetos únicos e idénticos en el tiempo, y que resulta de la
presencia efectiva de las mencionadas dimensiones. Esta apreciación me resulta muy significativa
porque nos permite acercarnos a los otros en tanto que personas y asienta con firmeza una realidad
ontológica que va necesariamente unida a la persona: la dignidad. La dignidad de la realidad
ontológica de la persona es la raíz del vínculo adecuado con los otros; un vínculo que obliga “a no
dejar atrás”, “a no olvidar”, “a no despreciar”, “a no maltratar”, a todas aquellas personas que por
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circunstancias son más vulnerables, más “diferentes” que el común. Y a entender que cualquier
persona en cualquier momento puede entrar en esa otra forma de estar como persona en el mundo.
Y ahora analicemos la estructura de la persona en sus dimensiones.
En primer lugar, la persona posee una dimensión corporal. Yo lo expresaría de la siguiente manera:
“la persona es su cuerpo aunque el cuerpo solo no es la persona”. Y es aquí, en la consideración
de esta dimensión cuando se percibe la primera diferencia clara de la antropología personalista con
otras antropologías. En la antropologías de carácter dualista, si bien se habla de la unión de cuerpo
y alma, se aprecia que hay una preocupación al reconocer dicha unión; una preocupación que se
soluciona en el extremo de despreciar al cuerpo considerándolo como un estorbo y como el
causante de la mayoría de los males (Sócrates, Platón), hasta posiciones más atenuadas que
tratan de dar una explicación y una justificación de esa unión, aunque siempre den una primacía
concluyente al alma (San Agustín, Aristóteles, Santo Tomás). ¿Qué queremos decir cuando
afirmamos que la persona es su cuerpo aunque el cuerpo solo no es la persona? Lo que
queremos es indicar que el cuerpo es aquella dimensión de la persona mediante la cual
contactamos con el mundo físico que nos rodea y poseer de él un primer conocimiento
sensible, organizado en percepción y en representación conceptual con posterioridad (estos
últimos ya con la intervención de la inteligencia y memoria, propias de la dimensión psíquica), y
que, además, nos permite un íntimo contacto y conocimiento del “yo” como cuerpo. Este doble
contacto y conocimiento permite en última instancia a nuestra dimensión corporal desarrollar unas
tendencias propias (dinamismo) que nos distinguen de los animales —cuyo instinto determina
esas tendencias de forma invariable— y, por último, desarrollar unas formas también propias de la
afectividad, todo ello en cooperación e interrelación con las otras dos dimensiones, la psíquica y la
espiritual.
En segundo lugar, persona posee una dimensión psíquica. Esta dimensión es la que más ha sido
tratada en las distintas antropologías: en unas, para hacerla no sólo centro del hombre, sino el
verdadero hombre al identificarla con el alma (y espíritu) (posturas antes señaladas); en otras,
para reducirla a un epifenómeno, a una manifestación de la materia que con ella
desaparece (materialismos); en otras, como dimensión que sólo nos permite acercarnos a ella
misma y a los fenómenos que con ella conocemos de forma más o menos limitada, pero no a
la esencia de la dimensión misma creo que sería la postura de Locke, de Hobbes y de
Hume; en otras, como dimensión nouménica a la que sólo llegamos por la vía indirecta de la
moralidad (Kant); en otras, simplemente como elemento de una estructura que no tiene esencia
en sí misma sino que es en cuanto que se relaciona con otros elementos. El personalismo
ontológico entenderá esta dimensión, al igual que el cuerpo: “la persona es psique aunque la
psique no es la persona”. Y en esta psique hallaremos facultades como la memoria, el
entendimiento y la imaginación, pero no de una manera exclusiva, ya que dichas facultades se
vincularán unas veces en el dinamismo, en la afectividad y en el conocimiento en la dimensión
corporal y otras veces se vincularan, y con una fuerza y frecuencia mayor, si ambos términos
son adecuados, en el dinamismo, en la afectividad y en el 2
conocimiento en la dimensión espiritual. Por ello, como se dice en el segundo de los artículos J. M.
Burgos, el personalismo ontológico moderno prefiere no hacer un uso de la palabra alma, ya que
induciría a una mala comprensión de la sustancia persona, al tender el uso de dicha palabra a la
adscripción de la misma con las categorías aristotélicas del alma (vegetativa, sensitiva, racional). 1
En tercer lugar, el hombre posee una dimensión espiritual. De igual manera que las dos dimensiones
anteriores “la persona es espíritu aunque el espíritu no es toda la persona”. ¿Qué entendemos por
espíritu? Creo que podemos entenderlo como el conjunto de facultades que hace que la persona
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sea autoconsciente de la “vivencia de sí” como persona permitiéndole la posibilidad de efectuar
una actuación subjetiva e intencional (como “yo” irreductible y único) en la objetividad del mundo
siendo a su vez objeto en el mismo. Lo más significativo (y ciertamente un descubrimiento para mi)
es esa integración y reivindicación de la afectividad en la dimensión espiritual. Y es que la idea que
siempre había tenido era esa misma que se expone en los apuntes (y expresa el artículo de
DIETRICH VON HILDEBRAND), es decir, relegar a los sentimientos, en su conjunto, sin distingos en
el valor de los mismos a las esferas no espirituales (de menos entidad metafísica, digámoslo así)
de mi persona, como si fueran algo independiente del entendimiento y de la voluntad. Esta manera
de tratar la dimensión espiritual proporciona una integración positiva de esas facultades que nos
hacen conocer, querer y ser afectados, por la resonancia en nuestro “yo” (en el corazón como
receptáculo de la “resonancia”, palabra que me parece perfecta para describir el proceso: “tus
palabras me han llegado al corazón”; “ello me ha ensanchado el corazón”, etc. ).
Y volvemos de nuevo al “yo”, al “yo personal” que considero como la manifestación del núcleo íntimo
de la persona que ejerce una atracción gravitatoria respecto de las diferentes dimensiones para
unificarlas en la “vivencia de sí” en el tiempo y a la vez trascender esa “vivencia de sí” en el tiempo.
Recuerdo el texto de San Agustín en su libro Sobre la trinidad (25, 22): “En resumen, yo soy el que
por la memoria recuerda, yo soy el que por el pensamiento piensa, yo soy el que por el amor ama.
Es decir, yo no soy la memoria, no soy el entendimiento, no soy el amor, sino que poseo a los tres”.
(No sé si me he expresado adecuadamente, tengo mis dudas, pero el tema es muy complejo y mi
contacto con el muy superficial y mi tiempo de reflexión muy breve). ¿Qué nos falta? La libertad.
La libertad entendida desde la autoconsciencia —me gusta la expresión, y la repito: “desde la “vivencia
de sí”— que nos abre a la interacción con el mundo (en especial con las otras personas, con los otros
“yo personales” idénticos y diferentes a nuestro “yo personal”, que en él encontramos). Y esa libertad es
la que nos obliga (porque pienso que estamos obligados —no condenados, como dice Sartre — a ser a
autodeterminarnos en la autoposesión y en el dominio de nosotros mismos, en definitiva, a ser libres.
Libertad que, desde nuestra interioridad, nos permite decidir nuestras elecciones intencionalmente,
1
BURGOS, J. M.: “El personalismo ontológico moderno II. Claves antropológicas”. Revista Quién, nº 2.
Asociación Española de Personalismo (2015), p. 16.
2
Ibíd. p. 13.
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dentro de los límites impuestos por nuestra corporeidad y los objetos que nos rodean en el mundo y,
principalmente, dentro de unas condiciones sociales que permitan el ejercicio de mi libertad en el respeto
al ejercicio de la libertad de las otras persona. La verdad es que este ejercicio de la libertad es muchas
veces rechazado por la propia persona (hay cierto “miedo a la libertad” individualmente y por parte del
poder político), porque si bien es necesario para la autorrealización de la misma implica una asunción
responsable de sus consecuencias no siempre resulta cómodo (en una sociedad la nuestra donde la
comodidad y la tranquilidad se entiende como despreocupación de aquello que nos pudiera molestar).
Esta libertad, destaco, por último no es la esencia de la persona, pero es esencial para la persona. Y
digo que no es la esencia porque no puede confundirse con esas posturas que reducen al ser humano
a su libertad (por ejemplo, el existencialismo de Sartre). La libertad no es la esencia pero sin ella la
esencia de la persona unificada en el “yo” no puede realizarse, profundizarse, y trascenderse.
Acabo esta exposición comentándole que conocía ciertos aspectos del personalismo por alguna que
otra referencia suelta pillada en alguna lectura pasada y que, en mi ignorancia, consideraba que era más
sencillo de entender de lo que ahora me encuentro. Es un pensamiento filosófico y antropológico acerca
del hombre que ciertamente me atrae por su actitud tranquila, abierta y humilde con la que intenta
alcanzar un conocimiento integral y comprensivo de cada uno nosotros sabiendo que en nuestra
complejidad humana no dejamos, ni dejaremos nunca de ser, un misterio para nosotros mismos y para
lo demás.