Resumen Primer Parcial
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Semana I:
Textos de Teórico-Práctico: Los indios coloniales en el Tucumán
● Sica, G - “Las sociedades indígenas del Tucumán Colonial”
Las formas que asumió la dominación incaica en cada región y la relación del incario con los
grupos locales moldearán muchas de las prácticas que luego se utilizaron frente a la invasión
europea.
Con los inicios de la conquista española, el Tucumán resignificó su situación de “frontera”.
La encomienda (una merced real que implicaba beneficios para el que la recibía
–especialmente el derecho a cobrar el tributo indígena- y como contraparte, debía hacerse
cargo de una serie de exigencias como la evangelización, la protección, etc) fue el principal
medio de sustento para los conquistadores, al tiempo que fue un factor esencial en la
configuración de su futura sociedad colonial. Para Lorandi, el destino final de los indígenas
del Tucumán era la inexorable pérdida cultural y el rápido mestizaje desde el siglo XVII.
Énfasis en dos elementos centrales del proceso de dominación colonial: las formas de
tributación y los procesos de reducción de la población sometida junto con las posibilidades
de acceso a tierras y recursos propios.
Segmentación construida bajo criterios étnicos, pero que separaba quienes pagaban tributos
de los que no lo hacían y además clasificaba, también, a los recientemente incorporados a la
religión católica. Transformación de sociedades americanas precolombinas en “indios”, lo
que supone una unificación de una diversidad en una nueva categoría colonial
homogeneizadora. Proceso acompañado por la desintegración de grupos prehispánicos más
extensos, que en muchos casos fueron fragmentados por la concesión de las encomiendas en
la región.
La conquista general del Tucumán tuvo distintos momentos y varias etapas. Una primera
que se abre con las primeras entradas al territorio y se relacionaba con la “descarga de la
tierra” a causa de las guerras civiles en los Andes centrales. Entre 1550 a fines de la década
del 90, con muchas dificultades se fueron fundando una serie de ciudades.
La larga resistencia de los Valles Calchaquíes durante gran parte del siglo XVII atentaba
contra la necesidad y deseo de gobernadores y virreyes de conseguir el dominio definitivo del
territorio y acabar con la situación de guerra. A pesar de ello, la población del valle vivió a lo
largo de 130 años un proceso en el que alternaban períodos de cierta calma y estallidos de
rebeldía y violencia. La primera tuvo lugar durante el siglo XVI (1534-1565) y fue liderada
por Juan Calchaquí. Otros levantamientos importantes fueron en 1630 y 1656-66.
Para Lorandi, la situación de “frontera” del Tucumán permitió la fuerte presencia del poder
de los encomenderos y en consecuencia el sistema de encomienda y la tributación
presentaron características específicas, como por ejemplo la continuidad del servicio
personal y de las encomiendas privadas hasta el siglo XVIII. El tributo requerido a las
comunidades fue uno de los mecanismos centrales para la extracción de excedente
organizado. Por las características de la conquista, la Corona delegaba a los particulares
(encomenderos) el cobro del tributo indígena que en las primeras etapas era pagado en
bienes o en trabajo. El mismo no estaba tasado, o sea que no existían límites de tiempos, ni
del tipo de cargas laborales requeridas por el encomendero a los tributarios. cuando el
tributo era tasado significaba una limitación establecida, por la Corona, respecto a lo que
podían exigir los encomenderos en cada repartimiento. Esta tasa no fue uniforme para todo
el virreinato, sino que variaba de región en región. Así, en los primeros años, la falta de
tasación de los tributos permitió que los vecinos encomenderos acapararan la mayor parte de
la fuerza de trabajo indígena existente en cada jurisdicción. Estos aprovechaban la ventaja
que les daba el servicio personal para cubrir sus necesidades de pastores, agricultores,
tejedores, servidores y arrieros para sus casas, haciendas, estancias, obrajes y negocios.
Desde mediados del siglo XVI y paralelo al desarrollo de la conquista del Tucumán, la
Corona buscó suprimir esta práctica de “servicio personal” a través de una legislación
destinada a reemplazarlo por la tasación de los tributos indígenas en concordancia con las
políticas y reglamentaciones que se estaban imponiendo en el resto del virreinato del Perú.
Las disposiciones de Abreu (gobernador de Tucumán en 1576) representaron una primera
injerencia de las autoridades coloniales a fin de tener algún control sobre la situación de
sobreexplotación indígena e intentar evitar la desestructuración y permitir la evangelización.
Desde la promulgación de las ordenanzas de Alfaro (1611-12), la recepción del tributo dejó de
garantizar el acceso directo a la mano de obra por parte del encomendero, en tanto los indios
quedaban en libertad para organizar la producción en sus tierras, negociar las mismas o
vender su trabajo a terceros. A pesar de ello, la encomienda de servicio personal siguió en
vigencia, en la mayor parte de la Gobernación.
El sistema de tributación del Tucumán se mantuvo en parte del siglo XVIII y se fue
modificando a medida que las encomiendas fueron desapareciendo y el tributo pasó a ser
cobrado directamente por la Corona. Sin embargo, las reformas borbónicas trajeron otros
cambios. Uno de ellos fue la incorporación de una importante cantidad de población
indígena “forastera” a la obligación de tributar.
Obligar a la población prehispánica –que ya había perdido la posesión de sus antiguos
territorios- a instalarse en pueblos, que copiaban el patrón arquitectónico y las instituciones
españolas. La creación de estos pueblos obedeció a diferentes motivos: la articulación
económica, la catequización, la separación estamental entre indios y blancos, y el control
fiscal y de la mano de obra. Las tierras en común y el tributo creaban un “pacto colonial” por
el cual se establecía una relación complementaria entre la obligación del pago del tributo y el
derecho al acceso y usufructo a las tierras en común del pueblo de indios.
La disolución de los pueblos como entidades y la desamortización de las tierras comunales
fue un largo proceso que, en algunas regiones, abarcó casi todo el siglo XIX. Los nuevos
Estados provinciales del noroeste, surgidos de las antiguas jurisdicciones coloniales,
debieron discutir e implantar diferentes políticas y medidas frente a lo que se suponía el
“problema” de la propiedad comunal indígena.
La enfiteusis (significaba que el dominio correspondía al Estado y el usufructo se entregaría a
perpetuidad con el pago de un canon fijado en un 3% de su tasación) y su implementación se
presentó como una salida alternativa para evitar la expropiación absoluta de las
comunidades, al permitirles mantener, a sus antiguos propietarios, el dominio útil y su
transferencia en venta y herencia igualitaria, a tono con el espíritu desamortizador.
Conclusiones finales: Es indudable que la existencia de una frontera de guerra interna en
los Valles Calchaquíes durante casi un siglo condicionó muchos aspectos de la
implementación del dominio colonial y los intentos de preeminencia de los intereses
privados en constante tensión con los proyectos políticos y tentativas de regulaciones de
gobernadores y funcionarios. A pesar del ideal de Alfaro de que la población indígena del
Tucumán quedara contenida en los pueblos de indios, fue inevitable su movilidad, ya sea
escapando de la presión de los encomenderos, buscando mejores condiciones de vida o
tratando de recuperar el acceso a tierras y recursos perdidos. Estos movimientos fueron
creando un conjunto de individuos y familias que dejaron de pagar tributo o mitar, pero al
mismo tiempo fueron perdiendo derechos a tierras o aguadas en su lugar de origen.
Semana II:
Textos de Teórico-Práctico: El Río de la Plata y el Tucumán en el espacio peruano
● Assadourian, C - “Economías regionales y mercado interno
colonial: el caso de Córdoba en los siglos XVI y XVII”
Semana III:
Textos de Teórico-Práctico: El mundo rural colonial
● Gelman, J - “Campesinos y estancieros. Una región del Río de la
Plata a fines de la época colonial”.
Las estancias de gran explotación y orientadas al mercado exterior no surgen en un vacío,
como se consideraba hasta hace poco a la campaña rioplatense colonial, sino en un medio
ampliamente dominado por la pequeña explotación campesina. Entre otras cuestiones, se
analiza cómo va a hacer la estancia para obtener mano de obra en un medio donde existen
alternativas al empleo asalariado y qué estrategias nuevas va a adoptar el campesino, en un
medio en el cual empieza a haber una competencia en la producción, de parte de empresas
más grandes y con otra racionalidad, y frente a la existencia de alternativas laborales
distintas a la tradicional en la parcela propia.
Hasta hace muy poco, la historia rural de esta región y en este período aparecía como un
proceso peculiar, diferente del de otras sociedades agrarias, y los pocos intentos de
comparación que se realizaron fueron en relación a regiones como las de Canadá o Australia,
donde supuestamente también se produjeron esas peculiaridades.
En la literatura sobre el siglo XIX de la región -aunque sin mayores fundamentos se hace
extensivo lo mismo a la época colonial- son tópicos la presencia de ganados vacunos y
caballares abundantísimos y muy poco controlados, la existencia del gaucho, siempre varón
(uno se pregunta cómo hacía para reproducirse ese varón solo), que se resistía al trabajo
constante, pendenciero, que acudía apenas juntaba unos reales a la pulpería y que mataba
vacas ajenas sólo por quitarse el gusto de comer su lengua. Junto a esta imagen aparece el
gran estanciero, con ciertas características similares al gaucho, pero que controlando tierras
y animales. Una campaña rebosante de ganados vacunos, donde la tierra y en menor medida
los animales están controlados por un puñado de latifundistas feudales, quienes se enfrentan
y tratan de someter a peonaje a esos pobladores errantes, los gauchos, que por esa misma
abundancia tienen medios de subsistir al margen de la estancia.
Si bien hay un cierto consenso de que la gran expansión en la frontera en la primer mitad de
este último siglo se hizo a través de la creación de latifundios en manos de gente cercana al
poder, también se reconoce que hubo una cierta división de la propiedad y/o una cierta
persistencia de pequeñas explotaciones en las zonas de más vieja colonización. La
coexistencia de grandes con medianas y pequeñas empresas es aún más evidente en la
segunda mitad del siglo, al calor de la expansión del lana.
En el caso específico del Río de la Plata, las elites, que a su vez tenían una fuerte influencia en
el aparato de poder local y regional, eran fundamentalmente comerciales y no estaban
implicadas decisivamente en el proceso de producción, ni les interesaba demasiado la
explotación de la campaña circundante a Buenos Aires. Esto sin duda ha permitido
reestudiar el carácter de los «estancieros» de la época colonial, que a diferencia de los del
siglo XIX, «no eran la élite».
La producción rioplatense, lejos de estar orientada exclusivamente a la explotación del
ganado vacuno, era muy diversificada. Es verdad que esta ganadería era importante, pero en
primer lugar no sólo era vacuna, sino también caballar, mular y ovina, con una cierta
especialización según las regiones y la cercanía relativa de los mercados consumidores. Pero
además, al lado de la actividad pecuaria, había una muy intensa actividad agrícola, que
incluía cereales (el trigo es el primero), forrajeras, hortalizas, frutales, cría de aves, etc.
A su vez esta producción no estaba concentrada exclusivamente en grandes haciendas, sino
que había una gran variedad de explotaciones, desde la estancia «clásica», hasta la pequeña
parcela familiar, que según el producto, la época y la región, le disputaban a la primera el
predominio productivo. Esto a su vez se refleja en las características de la población, que
lejos de la imagen del predominio de hombres solos, más o menos errantes, estaba
compuesta básicamente por familias estables, ocupadas en trabajar la tierra.
La proletarización completa de la población rural parece más bien un proceso excepcional,
que la regla en América colonial.
La propia diversidad de los sistemas agrarios y de las formas de trabajo en América colonial y
postcolonial, nos está indicando que la articulación de estas sociedades con la economía
mercantil europea, no es la razón única explicativa de su desarrollo, sino la combinación de
ésta con las condiciones internas peculiares de cada una, las resistencias y opciones de las
personas y los grupos humanos, los intereses distintos de las elites y los aparatos del estado.
Una estancia es una unidad de producción, orientada al mercado, de tamaños diversos, pero
que tiene como rasgo común que su objetivo es obtener ganancias y que el trabajo en la
misma se realiza sobre todo recurriendo a mano de obra externa a la familia del titular de la
explotación.
Hay por lo menos tres datos decisivos que muestra nuestro análisis de la región de Colonia a
fines de la época colonial: i) los productores rurales son mayoritariamente campesinos. ii) la
producción ganadera y sobre todo vacuna está concentrada en un alto porcentaje en las
grandes estancias, a pesar de la existencia de gran cantidad de medianos y pequeños
pastores; iii) la producción agrícola está principalmente en manos de pequeños campesinos,
a pesar de que también las grandes estancias la realicen, pero en pequeña escala.
El crecimiento gran-estanciero no se hace a costa de la proletarización de la población rural,
sino que también observamos simultáneamente un crecimiento de las explotaciones
campesinas.
I) Grandes estancieros: dentro del mismo podemos diferenciar dos subgrupos: a) los
ausentistas que son una ínfima minoría, en general son grandes comerciantes de Buenos
Aires o Montevideo, y muchas de sus estancias son en realidad campos de faenamiento de
ganado alzado, enormes extensiones ubicadas en el interior del territorio oriental.
b) los grandes estancieros de residencia local o semi-ausentistas, que son más numerosos
que los anteriores y poseen extensiones de tierra más moderadas, pero también en general
mejor ubicadas en relación a los mercados o las vías fluviales de acceso a los mismos.
II) Los campesinos: dentro de esta categoría se incluye sin duda a la mayoría de la población
rural, pero comprende también diversos subgrupos con notables diferencias: a) los pequeños
estancieros-chacareros. Estos se distinguen de las categorías siguientes, porque si bien están
y trabajan en sus tierras, contratan algo de mano de obra extra-familiar y/o pueden poseer
uno o dos esclavos. Es evidente que dentro de este sector puede haber un cierto nivel de
acumulación.
b) los campesinos autosuficientes. Estos basan la explotación de sus chacras en el trabajo
familiar, y sólo eventualmente pueden contratar un poco de mano de obra en momentos
estacionales críticos.
c) los campesinos-peones, que sólo se diferencian de los anteriores, porque el producto de
sus parcelas no les alcanza para subsistir y deben recurrir al empleo temporario del jefe de
familia y quizás de algún hijo mayor, para completar sus ingresos.
III) Peones-proletarios: individuos que no poseen chacra y que por ende dependen
exclusivamente del salario para subsistir.
IV) Esclavos: constituyen una buena parte de la mano de obra permanente y tienden a
ocupar los cargos de mayor responsabilidad de las mismas.
Es verdad que hay un desarrollo estanciero, es verdad que su producción está orientada
esencialmente al mercado exterior de cueros, pero vimos como junto a esto hay una
producción diversificada destinada fundamentalmente a los mercados locales y regionales, y
que esta última, así como una parte de la destinada a los mercados externos se desarrolla en
manos de centenares de medianas, pequeñas y muy pequeñas explotaciones de tipo familiar.
Semana IV:
Textos de Teórico-Práctico: Pueblos de Indios y fronteras después de la Revolución
● Wilde, G- “ Religión y poder en las misiones de guaraníes”.
Capítulo 10: Los hijos de Artigas.
Este capítulo propone una aproximación diferente, tratando los episodios ocurridos durante
los meses de la ocupación artiguista en la ciudad de Corrientes como vía para comprender
aspectos generales de la adhesión misionera al artiguismo, la base de la legitimidad de sus
figuras de autoridad y las características particulares de la interpelación discursiva de Artigas
hacia los guaraníes.
Para fines de agosto de 1818, el líder guaraní Andrés Guacurary, comandante militar de las
Misiones, había logrado derrotar a los insurgentes de Corrientes dirigidos por Juan
Francisco Vedoya y se encaminaba a esa ciudad con el propósito de reponer al gobernador
artiguista Juan Bautista Méndez.
Luego de una paralización inicial, Andresito dispuso por medio de una serie de bandos el
restablecimiento de las actividades económicas y políticas de la ciudad. Si bien el cabildo
continuaba funcionando y existía un gobernador en funciones, el gobierno correntino en
última instancia estaba en manos de Andresito. Éste ordenó una requisitoria de armas y
formalizó la devolución de los niños indígenas que servían en casas de las familias
correntinas.
A fines de marzo de 1819, el líder abandonó Corrientes por orden de Artigas para combatir
contra portugueses en los pueblos orientales de Misiones, dejando algunas tropas para
apoyar al gobernador repuesto.
Indagar más generalmente sobre las características de la participación indígena en el
movimiento de Artigas, los mecanismos que empleaban para instituir un orden social
fundado en el ideal de igualdad y unidad confederal. De esta dimensión general interesan
particularmente dos aspectos. El primero se relaciona con la escenificación de los símbolos y
las interpelaciones discursivas artiguistas, destinados a redefinir lugares de poder local. El
segundo es la especificidad de la adhesión guaraní hacia Artigas, uno de cuyos elementos
movilizadores fue la recuperación de una unidad perdida del distrito, fundada en la memoria
idealizada del pasado jesuítico.
Es claro que la articulación de la "gente de la campaña" con Artigas, en buena medida,
respondía a las orientaciones político-sociales del movimiento que favorecían a sectores
tradicionalmente relegados, las cuales eran incluidos en un plan territorial de gran alcance.
Como sugiere Ana Frega, la aceptación de Artigas en este ámbito era en buena medida
tributaria del delicado equilibrio que el líder oriental había logrado imponer entre los
diversos intereses económicos, políticos y culturales que representaba. Mientras las élites
pretendían que estableciera el orden, frenara los desmanes de la tropa y defendiera su
autonomía frente al gobierno porteño, es decir, les brindara protección y seguridad en la
afirmación del localismo, los hombres de las milicias esperaban de él un trato personal y
directo basado en la reciprocidad y la tolerancia. Dentro de ciertos márgenes debía dejarlos
obtener tierras y "hacer sus cuentos".
El movimiento y la localización discontinua de grupos pequeños, los "montones", era la base
de la estrategia militar artiguista. Las llamadas "montoneras" operaban eficazmente al modo
de guerrillas en un ámbito, la campaña, que solía ser dificultoso para la acción de los
ejércitos regulares provenientes de las ciudades.
Inestabilidad de la autoridad de los líderes en situaciones concretas, por fuera de la rutina
militar cotidiana.
Otro elemento al que Andresito solía apelar para legitimarse era la religión. En este punto
adquiere relevancia la figura mediadora de los curas cuya intervención dotaba de un aval
espiritual al proyecto federalista.
Para la época de la entrada de Andresito, la estrategia artiguista de control de los puertos ya
se encontraba debilitada. Varios miembros del cabildo correntino, afines a los porteños,
pretendían restablecer el comerció con Buenos Aires, lo que colocaba a la Liga de los Pueblos
Libres en una situación complicada.
A diferencia de los misioneros, los correntinos no alcanzaban a conciliar las tendencias
localistas y regionales que propugnaba el artiguismo. Corrientes era una ciudad
económicamente sostenida por el comercio y socialmente basada en la servidumbre indígena
y, en menor medida, la mano de obra esclava. Por consiguiente, difícilmente podía
condescender con un programa de reformas políticas, económicas y sociales que afectaran
sus propios basamentos. De todas maneras, la necesidad de proteger la actividad comercial
del importante puerto de la ciudad mantenía a los correntinos en una posición política
ambigua. La tendencia que históricamente había mantenido el cabildo de la ciudad era
oponerse a la autonomía del distrito misionero, promoviendo su anexión. Los vecinos
correntinos participaron del movimiento artiguista, tanto para proteger sus intereses
comerciales como para contener el avance de una población de campaña muy afecta a las
ideas y, sobre todo, la figura personal de Artigas. Cuando se manifestaron algunos signos de
crisis del artiguismo, los correntinos tomaron distancia.
A veces, la retórica artiguista vincula la unidad territorial misionera con la gloria pretérita de
los guaraníes en los tiempos jesuíticos.
Las aspiraciones de los pueblos misioneros eran coherentes con los intereses de la Liga en la
medida que daban impulso a la recuperación de una unidad territorial perdida. La
autonomía de Misiones en tanto "provincia" "libre" y "soberana" era un proyecto que tomaba
fuerza en la recreación de un pasado de unidad identificado con el esplendor jesuítico y la
enemistad con los portugueses.
Si bien hubo muchos líderes guaraníes que adhirieron a los planes de recuperación de la
provincia perdida sumando gente al movimiento, también hubo otros que rechazaron
involucrarse en los enfrentamientos bélicos. La lealtad al movimiento artiguista fue de hecho
más marcada en los llamados pueblos occidentales, sobre todo los ubicados a ambos lados de
la costa del río Uruguay, de donde provenían los líderes guaraníes más importantes.
Después de la derrota de Andresito, Artigas intentó reorganizar la provincia misionera y
tomar represalias contra los portugueses, pero en 1820 fue derrotado por los portugueses en
Tacuarembó.
En el nuevo reparto, Artigas fue desplazado por otros líderes regionales. Los porteños,
derrotados en Cepeda, habían firmado la paz con los federales de Entre Ríos y Santa Fe
emergiendo la figura del caudillo entrerriano Francisco Ramírez, quien firmó un pacto con
ellos. Desde por lo menos cinco años antes, el territorio misionero se había convertido en
escenario de guerras que obligaron a gran parte de la población guaraní entre el Uruguay y el
Paraná a abandonar sus pueblos y retirarse al interior o a los dominios portugueses. Ante la
situación de desestructuración económica y política misionera, los liderazgos de pequeña
escala, comenzaron a adquirir peso, recuperando autonomía en sus decisiones y movilizando
gente hacia nuevas localizaciones
● Ratto, S- “
● Sica, G- “