A - Millan-Bonavena Perspectivas Criticas Conflictividad Social Removed
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imputación estructural.
Un recorrido por la teoría sociológica
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Entre el último tercio del siglo XIX y las primeras décadas del XX el capita-
lismo adoptó la forma imperialista (Lenin, 1974). Las transformaciones de esta
era permitieron a los europeos occidentales y sus descendientes hacerse con el
control del 85% del planeta (Arrighi, 2014: 71/2), avanzando con las armas en
la mano (Headrick, 2011: 169 - 278). Por aquellos tiempos comenzó la crisis de
Gran Bretaña en tanto conductora del sistema-mundo capitalista y la emergen-
cia de dos competidores para sucederla: Alemania y EEUU. Ambos pugnaron
por la acumulación de recursos como la extensión territorial, el crecimiento de
la producción industrial, el control de las materias primas y la fuerza de tra-
bajo, al compás de la expansión de las relaciones salariales. Estos años fueron
marcados, asimismo, por grandes migraciones y el incremento exponencial de
la urbanización en los países centrales (McNeill y McNeill, 2010: 294 y 318).
Tomando en cuenta esta situación sorprende que, en nuestra cultura sociológi-
ca argentina, los textos producidos en Francia durante el “largo siglo XIX” hayan
eclipsado las elaboraciones de Alemania (con la excepción de Weber) y de los
EEUU.4 Las intensas transformaciones sociales en estos países aparecen refleja-
das, con mediaciones, en el pensamiento sociológico que allí germinó.
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ción bélica desnudó los caracteres de una “cosmovisión heroica”, propia de los
alemanes y el mero “espíritu mercantil” de los ingleses (Beriaín, 2005: 92). Som-
bart, además, realizó aportes pioneros para pensar la expansión del capitalismo
desde la noción de “sistema mundo” (Blinder, 2011: 203), esbozando pasos hacia
la superación de la estrechez nacional en el análisis sociológico.
Esta perspectiva macro contrasta con las aproximaciones del formalismo
microsociológico de Georg Simmel, la figura más rutilante de la sociología
alemana de la “era del imperialismo” para la cuestión del conflicto. En un
escrito pionero, “Sobre la diferenciación social” [1890], sostuvo que la na-
ción o el Estado se integraban a través de los conflictos (Vernik, 2012: 152).
Posteriormente desarrolló este planteo.
Su enfoque general del problema y objeto sociológico fueron las formas de
socialización, en un intento por construir un abordaje que separase la nueva
disciplina respecto de la historia y otras ciencias humanas, no tanto por los
hechos que se estudiarían, sino por las maneras de conceptualizarlos: “Lo
que se necesita es una línea que, cruzando todas las anteriormente trazadas,
aísle el hecho puro de la socialización, que se presenta con diversas figuras
en relación con los más divergentes contenidos y forme con él un campo
especial.” (Simmel, 1939: 17). Esta separación de formas y contenidos se ins-
cribe en una tendencia del pensamiento alemán donde “[...] las conexiones
causales se ven desplazadas por las analogías [...]” (Lukács, 1959: 490).
La teoría formalista asumió tempranamente que “Si toda acción recíproca
entre los hombres es una socialización, la lucha, que constituye una de las
más vivas acciones recíprocas y que es lógicamente imposible de limitar a
un individuo, ha de constituir necesariamente una socialización.” (Simmel,
1939: 247) Desde este punto de vista, el conflicto aparecía como una forma
de socialización, más allá de sus contenidos y, por ello, presente en cualquier
momento de la historia, espacio geográfico y/o ámbito social.
Para Simmel, el conflicto podía provenir de un “natural instinto de hosti-
lidad” o de contenidos interindividuales. En términos generales, consideró
que la lucha era una forma de poner en contacto a los individuos y grupos,
al tiempo que representaba una vía para la unidad y remedo de la disocia-
ción (estudiando para ello los juegos, las contiendas jurídicas y las pujas
por intereses objetivos); un elemento de distensión social y, también, un
medio para la construcción de identidades y jerarquías, ya sea por la com-
petencia o la guerra, que permiten la concentración de fuerzas, la forma-
ción de alianzas y la expresión de los antagonismos, mucho más intensos
cuanto más comunitaria es la relación entre los antagonistas.
El abandono, por parte de Simmel, de la pretensión explicativa sobre el capi-
talismo, la modernidad, la industrialización, etc. y el trazado de una estrategia
conceptual basada en las formalizaciones plurales (Watier, 2005: 12), abordan-
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• Sobre las cualidades del orden social: mayor contingencia entre situacio-
nes y papeles sociales (García, 1979: 50/9), las funciones de la desviación (Co-
ser, 1970: 107/27) o el carácter coactivo del orden social (Rex, 1968: 138/41).
• Respecto del conflicto en la sociología parsoniana: desatención y/o disi-
mulo (Coser, 1961: 19/23) y la construcción de una teoría complementaria del
conflicto (Dahrendorf, 1966: 180/208).
Si estudiamos algunos trabajos que no conforman el núcleo central de la
teoría de Talcott Parsons, observamos que éste reconoció las diferencias
económicas y los choques de intereses (1967; 1967b), los conflictos ideoló-
gicos (1968) y la cuestión generacional (1969) como elementos de importan-
cia en la estructura social.
A pesar de estos matices, el conflicto prosiguió en los márgenes de la teo-
ría sociológica hasta fines de los ’50 y principios de los ’60, cuando fueron
publicadas varias obras influyentes en la teoría sociológica posterior: en
1956 Las funciones del conflicto social y en 1967 Continuities in the Study of
Social Conflict [Nuevos aportes a la teoría del conflicto social] de Lewis Coser;
en 1957 Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial y en 1961 So-
ciedad y libertad, de Ralf Dahrendorf; en 1961 Problemas fundamentales de la
teoría sociológica, de John Rex; en 1960 La estrategia del conflicto, de Thomas
Schelling y en 1965 La lógica de la acción colectiva, de Marcur Olson.
Esta lista contiene diferentes relaciones con la teoría funcionalista. Lewis
Coser pretendió construir una teoría del conflicto social en el seno del es-
tructural-funcionalismo. Por ello rechazó los abordajes sobre “problemas
de adaptación”, “tensiones”, etc. y, siendo pionero de la práctica conocida
como “caja de herramientas”, tomó casi todas las nociones de Simmel acer-
ca del conflicto y las articuló en la teoría ortodoxa. Mostró que el conflicto
social cumplía funciones positivas para la integración sistémica siempre y
cuando no contradijera las bases del consenso de valores (¿la propiedad
privada?) y estuviese disperso en el conjunto social. Para que el conflicto
pudiera cumplir funciones positivas la estructura debería ser flexible, es
decir, permitir la expresión de las demandas y tramitarlas en las institu-
ciones, incorporando algunos reclamos y modificando puntualmente las
asignaciones de roles para fortalecer la integración social.
Esta lógica es bastante similar en Ralf Dahrendorf, quien prefirió reconocer
las virtudes de la obra parsoniana para explicar el consenso y construyó una
teorización sobre el conflicto en paralelo. Partiendo de bases filosóficas preten-
didamente hobbesianas (Dahrendorf, 1966: 190) reconoció también la “inevi-
tabilidad” del conflicto. La causa de los conflictos sociales se deriva, según este
autor, del antagonismo entre “dominantes y dominados” (Dahrendorf, 1966:
190), es decir, entre actores presentes en toda institución. Las clases sociales:
“[…] son agrupaciones sociales en conflicto, cuya causa determinante (y con
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Palabras finales
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