El Interaccionismo Simbólico y La Escuela de Palo Alto

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El interaccionismo simbólico y la Escuela de Palo Alto.

Hacia un nuevo concepto de comunicación.

Marta Rizo

Resumen

Esta lección tiene como propósito básico exponer las principales premisas
teóricas y metodológicas del Interaccionismo Simbólico, por un lado, y la
Escuela de Palo Alto, por el otro. El punto de partida es la consideración
de que ambas corrientes de pensamiento inauguraron una nueva forma
de comprensión de la comunicación, alejada de la visión dominante que la
reduce a los medios de comunicación y más centrada en la interacción, en
la comunicación interpersonal, como fundamento de toda relación social.

I. Introducción

Desde el primer tercio del siglo XX hasta la actualidad, la teoría de la


comunicación se ha ido construyendo desde perspectivas muy diferentes.
Desde la teoría físico-matemática de Shannon y Weaver, conocida como
“Teoría matemática de la información”, hasta la teoría psicológica basada
en la percepción propuesta por Abraham Moles, pasando por una teoría
social que relaciona lenguaje y comunicación –Saussure-, por el enfoque
de la antropología cognitiva –Levi Strauss- y los abordajes fundamentados
en la interacción –Bateson, Watzlawick, Goffman. Y más aún, también han
destacado las aportaciones en el campo de los efectos de la comunicación
de masas, un ámbito representado por nombres como Lasswell,
Lazarsfeld, Berelson y Hovland, y las teorías críticas de la comunicación,
promovidas desde la Escuela de Frankfurt por intelectuales como Adorno,
Horkheimer y Marcuse, entre otros.

Este panorama pone en evidencia la complejidad del tema, las múltiples


aportaciones con que se ha tratado de dotar de coherencia a lo que
conocemos como Teoría de la Comunicación. Ello es resultado, entre otros
factores, de la polisemia misma del concepto de comunicación.

Es sabido que la comunicación puede entenderse como la interacción


mediante la que los seres vivos acoplan sus respectivas conductas frente
al entorno, a partir de la transmisión de mensajes, signos convenidos por
el aprendizaje de códigos comunes. También se ha concebido a la
comunicación como el propio sistema de transmisión de mensajes o
informaciones, entre personas físicas o sociales, o de una de éstas a una
población, a través de medios personalizados o de masas, mediante un
código de signos también convenido o fijado de forma arbitraria. Y más
aún, el concepto de comunicación también comprende al sector
económico que aglutina las industrias de la información, de la publicidad,
y de servicios de comunicación no publicitaria para empresas e
instituciones. Estas tres acepciones ponen en evidencia que nos
encontramos, sin duda alguna, ante un término polisémico.

Sin embargo, el debate académico en torno a la comunicación ha sido


dominado por una perspectiva que reduce el fenómeno comunicativo a la
transmisión de mensajes a través de los llamados medios de difusión. Sin
ánimos de considerar vacío e innecesario dicho debate, consideramos que
la comunicación va más allá de esta relación mediada. Es, antes que
nada, una relación interpersonal.

El Interaccionismo Simbólico –nombre acuñado por Herbert Blumer en


1938- y la Escuela de Palo Alto, también conocida como “Colegio
Invisible”1, son dos claras manifestaciones de este intento por considerar
a la comunicación, antes que nada, como interacción social. Ambos
enfoques se desarrollan a mitad del siglo XX, y hasta entrados los años
80.

Las dos corrientes orientan sus reflexiones e investigaciones desde un


punto de partida básico: las definiciones de las relaciones sociales son
establecidas interactivamente por sus participantes, de modo que la
comunicación puede ser entendida como base de toda relación.

II. El Interaccionismo Simbólico

Los principales autores del Interaccionismo Simbólico son Herbert Blumer,


George Herbert Mead, Charles Horton Cooley y Erving Goffman. Todos
ellos compartieron el interés de analizar a la sociedad en términos de
interacciones sociales. El punto de partida se encuentra en las ideas ya
expuestas por Robert Ezra Park, de la Escuela de Chicago. Sin embargo,
los conceptos de “sí mismo” (George H. Mead), “yo espejo” (Charles H.
Cooley) y “ritual” (Erving Goffman), son los que han pasado a la historia
como fundamentales para la comprensión del Interaccionismo Simbólico.

II.1. Génesis y antecedentes

Desde 1910, la comunicación en los EEUU está vinculada al proyecto de


construcción de una ciencia social sobre bases empíricas. La Escuela de
Chicago es su centro. La supremacía de esta escuela vio su fin en vísperas
de la Segunda Guerra Mundial.

El campo de observación privilegiado por la Escuela de Chicago es la


ciudad como “laboratorio social”, con sus signos de desorganización,
marginalidad, aculturación, asimilación; la ciudad como lugar de
“movilidad”.
Uno de los principales estudiosos fue Robert Ezra Park (1864-1944), quien
fundamentó sus estudios en lo que denominó "ecología humana". Robert
E. Park define la ecología como la ciencia de las relaciones del organismo
con el entorno que abarca el sentido amplio de las condiciones de
existencia; uno de los componentes de la ecología humana es el territorio,
y los medios están dentro de éste. Tomando como marco esta definición,
se inician nuevos parámetros de estudio donde se observan las
competencias entre individuos que tienen la misma cultura y que buscan
la interacción entre ésta; se observan, por otra parte, las diferencias
sociales y culturales que hacen a cada ser alguien diferente.

Robert E. Park, E.W. Burguess y R. D. McKenzie, en The City (1925),


presentan su programa como un intento de aplicación sistemática del
esquema teórico de la ecología vegetal y animal al estudio de las
comunidades humanas. En sus estudios sobre la sociabilidad en el seno
del tejido de la vida urbana, Park admite la dificultad de trazar la línea de
separación entre lo biótico y lo social.

La obra de Charles Horton Cooley (1864-1929) precedió a Robert E. Park


en el análisis de los fenómenos y los procesos de comunicación. Cooley se
dedicó a la etnografía de las interacciones simbólicas de los actores,
siguiendo los pasos de George Herberd Mead, y fue el primero en usar la
expresión “grupo primario” (Cooley, 1909) para denominar a los grupos
que se caracterizan por una asociación y una cooperación íntima cara a
cara.

La propia opción etnográfica2 estuvo supeditada a una concepción del


proceso de individuación, de la construcción del self o ‘sí mismo’ (Mead,
1934). El individuo es capaz de una experiencia singular, única, que su
historia vivida traduce, y está sometido al mismo tiempo a las fuerzas de
la nivelación y la homogeneización de los comportamientos.

Con respecto a los medios de comunicación, desde la Escuela de Chicago


éstos fueron concebidos como factores de emancipación, de
ahondamiento en la experiencia individual, y como promotores de la
superficialidad de las relaciones sociales y de los contactos sociales, de la
desintegración. Uno de los postulados básicos de la escuela fue que si
existe comunicación, es sólo en virtud de las diversidades o diferencias
individuales, algo que se contradice si tomamos en cuenta las teorías que,
en esa época, ponían el énfasis en el carácter homogéneo de la “masa”
receptora de los medios de comunicación.

II.2. Premisas básicas

Desde el Interaccionismo Simbólico se destaca la naturaleza simbólica de


la vida social. La finalidad principal de las investigaciones que se
realizaron desde esta perspectiva fue el estudio de la interpretación por
parte de los actores de los símbolos nacidos de sus actividades
interactivas.

En este sentido, en Symbolic Interaccionism, Herbert Blumer (1968)


establece las tres premisas básicas de este enfoque:

1. Los humanos actúan respecto de las cosas sobre la base de las


significaciones que estas cosas tienen para ellos, o lo que es lo mismo, la
gente actúa sobre la base del significado que atribuye a los objetos y
situaciones que le rodean.

2. La significación de estas cosas deriva, o surge, de la interacción social


que un individuo tiene con los demás actores.

3. Estas significaciones se utilizan como un proceso de interpretación


efectuado por la persona en su relación con las cosas que encuentra, y se
modifican a través de dicho proceso.

De estas premisas se extrae que el análisis de la interacción entre el actor


y el mundo parte de una concepción de ambos elementos como procesos
dinámicos y no como estructuras estáticas. Así entonces, se asigna una
importancia enorme a la capacidad del actor para interpretar el mundo
social.

Los interaccionistas simbólicos conciben el lenguaje como un vasto


sistema de símbolos. Las palabras son símbolos porque se utilizan para
significar cosas, y hacen posible todos los demás signos. Los actos, los
objetos y las palabras existen y tienen significado sólo porque han sido o
pueden ser descritas mediante el uso de las palabras.

Uno de los conceptos de mayor importancia dentro de la corriente del


Interaccionismo Simbólico fue el de self, propuesto por George Herbert
Mead. En términos generales, el self (‘sí mismo’) se refiere a la capacidad
de considerarse a uno mismo como objeto; el self tiene la peculiar
capacidad de ser tanto sujeto como objeto, y presupone un proceso
social: la comunicación entre los seres humanos. El mecanismo general
para el desarrollo del self es la reflexión, o la capacidad de ponernos
inconscientemente en el lugar de otros y de actuar como hablarían ellos.
Es mediante la reflexión que el proceso social es interiorizado en la
experiencia de los individuos implicados en él. Por tales medios, que
permiten al individuo adoptar la actitud del otro hacia él, el individuo está
conscientemente capacitado para adaptarse a ese proceso y para
modificar la resultante de dicho proceso en cualquier acto social dado.

Mead identifica dos aspectos o fases del self: el yo y el mí. El yo es la


respuesta inmediata de un individuo a otro; es el aspecto incalculable,
imprevisible y creativo del self. Las personas no saben con antelación
cómo será la acción del 'yo'. El yo reacciona contra el mí, que es el
conjunto organizado de actitudes de los demás que uno asume.

II.3. Las propuestas de Erving Goffman

En los años 60 y 70 destaca la obra de Erving Goffman (1922-1982),


conocida por su extraordinaria minucia descriptiva, vertebrada por la idea
de que la interacción social agota su significado social más importante en
la producción de apariencias e impresiones de verosimilitud de la acción
en curso. En Goffman, la sociedad se muestra como una escenificación
teatral en que la vieja acepción griega de “persona” recobra plenamente
su significado. Algunas de sus obras más representativas son La
presentación de la persona en la vida cotidiana (1959), Estigma. La
identidad deteriorada (1963) y Relaciones en público (1971).

El autor se propuso comprender la vida cotidiana de las instituciones.


Entendiéndolas como sistemas cerrados, Goffman superó los enfoques
clásicos, que él mismo agrupa en cuatro grandes rubros: el técnico, el
político, el estructural y el cultural. Su enfoque dramático permite la
intersección de los cuatro rubros anteriores y, por lo tanto, la captación de
la vida institucional en todos sus aspectos. Es, en este sentido, un
acercamiento multidimensional.

El punto de partida de Goffman fue un amplio conocimiento de la historia


de las instituciones anglo-americanas. Progresivamente, el autor completó
una conceptualización de los actos de la vida cotidiana como
escenificaciones: el modelo analógico se convirtió, así, en el cimiento de
las observaciones posteriores que permitieron enriquecer y ajustar el
modelo propuesto.

En primer lugar, el trabajo de Goffman no se limita a aportarnos un cuadro


descriptivo de las instituciones observadas. Los datos son procesados y
analizados, hacen surgir y retroalimentan al modelo interpretativo. En
segundo lugar, las conclusiones analíticas rebasan el nivel del aquí y
ahora. La comparación de diferentes estudios permite pasar a un segundo
nivel de abstracción en el que el modelo es sometido una vez más a
prueba. En tercer lugar, esta última fase es sometida una vez más al
proceso analítico al final del cual es posible postular que las conclusiones
y el modelo teórico-metodológico que lo sustentan tienen las
características esenciales de un teorema general.

El modelo planteado por Erving Goffman recibió el nombre de enfoque


dramático o análisis dramatúrgico de la vida cotidiana, y puede
sintetizarse como sigue:
1. Permite comprender tanto el nivel macro (institucional) como el micro
(el de las percepciones, impresiones y actuaciones de los individuos) y,
por lo tanto, el de las interacciones generadas y generadoras de la vida
social. En este sentido, destaca el importante papel asignado a la
interacción –a la comunicación, así pues- en la formación de la vida social.

2. El poder interpretativo de este modelo tiene como límites el de los


mundos culturales análogos al de las sociedades anglosajonas. Para
conservar su poder heurístico en otras sociedades como las orientales, el
modelo deberá ser alimentado con estudios de casos que permitan el
ajuste de las categorías de análisis que conforman su estructura. En este
punto se advierte una limitación en el modelo de Goffman; limitación que,
por otro lado, se repite en cualquier modelo teórico-metodológico,
realizado en un contexto –espacio-temporal- determinado.

3. Goffman lleva su reflexión sobre la interpretación dramática hasta sus


últimas consecuencias. Así entonces, el autor retoma los elementos
esenciales de su análisis para acercarse al problema del individuo. Es
decir, lleva a la práctica el principio dialéctico que establece la relación y
el enriquecimiento entre cada una de las fases de la investigación y,
aplicando el conocimiento sobre los dos primeros niveles, logra explicar
elementos de las actuaciones individuales inicialmente no definidos.

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