ÉTICA DEL ABOGADO POSTULANTE - Sonia Amalia Sorinao Dávila

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ÉTICA DEL ABOGADO POSTULANTE

SONIA AMALIA SORIANO DÁVILA

“…entrar un rato dentro de sí e inquirir hasta


qué punto tiene uno parte y es corresponsa-
ble en el desorden y en la maldad del mundo;
mira, eso no lo quiere nadie…”
HERMANN HESSE

Resumen
El abogado postulante se enfrenta a una serie de cuestionamientos éti-
cos que lo desafían, no sólo en su actuar profesional, sino en su propia
dimensión personal, al encontrarse en un dinamismo que confronta sus
valores, y ante los cuales los principios generales deben ser pondera-
dos. Pero sobre todo, en el reconocimiento del ethos, debe considerar
su pertenencia a un grupo que establece una autoreferencia que lo
ciñe a la propia responsabilidad como soporte de la trama de autopoie-
sis, que sostiene la confrontación de principios y lo lleva a actuar con
el ethos del abogado.

Summary
The trial lawyer faces up challenges of ethical questions in their profes-
sional performance and in his own personal dimension. Every day the
lawyer have to confront, their values, in that dynamic. And the general
principles should be weighted. But above all, in recognition of the ethos,
must be regarded as belong a group that provides a self-reference. And
keeps his own responsibility as the basis of autopoiesis, which hold up
the conflict of the principles and takes him to act with ethos’s attorney.

* Profesora de Amparo, Universidad La Salle (México); Profesora de Ética y Derechos Ciudada-


nos, Universidad de las Américas.

UNIVERSIDAD LA SALLE 69
SONIA AMALIA SORIANO DÁVILA

1. Nota introductoria
El interés por los temas de la ética profesional crece considerablemente en
nuestros tiempos y aun así poco se ha escrito al respecto. Por un lado, los
esfuerzos que por la deontología jurídica se han hecho resultan aún limita-
dos; y por otro, la ciencia jurídica y la filosofía jurídica no se han ocupado
de estas cuestiones, pues se ejercitan en la técnica. Sin embargo, es de
suma importancia otorgar referentes válidos que sirvan para fundamentar
la ética del litigante desde una nueva perspectiva.
A lo largo de las siguientes páginas se presenta un elemento suficien-
temente válido para sostener un nuevo referente, que se sobreponga a las
simples proposiciones, a los decálogos. Para ello hay que empezar a plan-
tear algunas consideraciones previas, y después abordar el elemento me-
dular. Empezando por tanto en algunos aspectos históricos.
La abogacía es una actividad milenaria, pero su prestigio deviene in-
trínseco, al defender y buscar la justicia y los derechos, por ende, debe
conducirse justamente conforme a éstos. Y esta concepción se tuvo desde
los orígenes de la profesión.
Existen distintos antecedentes de la profesión jurídica en la antigüe-
dad, sin embargo, aquí interesa lo que tiene que ver con el abogado postu-
lante. Así la primera referencia que se puede citar es la antigua Grecia, en
donde existía un personaje llamado lológrafo, quien ofrecía a las personas
que acudían a los tribunales defensas ya preparadas, esto era así, porque
en principio los propios contendientes acudían ante el tribunal a deducir
sus derechos.
Posteriormente, se permitió la intervención de un orador judicial que
se convirtió en el abogado, encargado de interceder a favor de quien es-
taba en un juicio; el areópago era el tribunal superior griego, y donde se
desarrollaba la actividad del abogado.1
Y propiamente surge el verdadero ejercicio de la profesión en la
Roma Republicana, en donde se llamó advocati, derivado de la palabra
ad vocatus, “el llamado” aquel que aboga por otro, y se aplicaba al varón
distinguido que por su gran capacidad y sus conocimientos, podía llevar la
voz de otra persona para defenderla ante los tribunales.2
Dicho sea de paso, las mujeres no podían ejercer la profesión aunque
si se podían defender por sí mismas.

1
Cfr. Sotomayor Garza, Jesús G., La abogacía, México, Porrúa, 2000, p. 7.
2
Cfr. Guerrero L., Euquerio, Algunas consideraciones de ética profesional para abogados, 5a.
ed., México, Porrúa, 1991, p. 11.

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Cabe apuntar que la acreditada actividad del litigante, en México, se


formalizó el 12 de julio de 1553, fecha en que se dictó la primera cátedra
de derecho, en la Real y Pontificia Universidad de México, por Fray Al-
bornoz.3
En este contexto, podemos entender lo prestigioso de la profesión,
intrínsecamente vinculado a su origen. Y es de recordarse, que las etimo-
logías ayudan a advertir aquello que designamos en su sentido primario,
y que en contexto ofrecen referentes significativos del lenguaje, que en el
caso de la abogacía es de suma importancia, considerando los aspectos
que de la ciencia jurídica se han discutido.4
Pues bien, a lo largo de la historia, la abogacía ha consolidado su
importancia, ya que es una actividad que tiene una trascendencia en dis-
tintas áreas de la vida en sociedad. De ahí que el derecho se divida en
público, privado, social y, dentro de estas ramas existan múltiples especia-
lizaciones, y en todas ellas la actividad del abogado tiene diversas conno-
taciones y por supuesto implicaciones éticas.
Obsérvese, que respetando los referentes epistemológicos en la dis-
tinción tradicional de niveles de conocimiento jurídico; técnico, científico
y filosófico, sólo se hace referencia al primero de los mencionados en la
actividad profesional propiamente dicha. Sin considerar por ahora a los ju-
ristas y filósofos del derecho, reconociendo que éstos no están exentos de
la exigencia ética, pero no son parte del foro.
Así lo que aquí interesa, es lo propio de la profesión en cuanto a su
origen, y se trata del abogado postulante, el que habla por su cliente ante
los tribunales, el que deduce los derechos de los litigantes.
Y es en este sentido, es que deviene el análisis, puesto que, más allá
de cómo deben hacer su trabajo, está la creencia generalizada de que
existen ciertos principios o valores, que deben normar la práctica profesio-
nal de los abogados, y que redunden en postulantes virtuosos.
Existen incluso distintos decálogos del abogado con los que se pre-
tende reglar la conducta de los postulantes. Y aquí surge la problemática
que se intentará dilucidar. Si éstas proposiciones son una guía, precep-
tos que pueden normar el ejercicio profesional del abogado y con ello ser
la base de la ética profesional del postulante o; si se trata simplemente
de una guía que discursivamente hace parecer que existe una ética ba-
sada en mandamientos ineludibles y suficientes, con lo que los propios

3
Cfr. Sotomayor Garza, Jesús G., op. cit., nota 1, p. 17.
4
Cfr. Soriano Dávila, Sonia, “La ciencia jurídica en perspectiva”, en Revista V Lex Internacional,
núm. 2, enero 2007, http://vlex.com/vid/ciencia-juridica-perspectiva-444137

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abogados mantienen mediante el discurso el paradigma de su actividad


prestigiosa íntimamente ligada al poder.
La tesis que se sostiene y se pretende demostrar, es que la ética
del postulante se puede sobreponer a una lista de buenas intenciones, y
encontrar un elemento fundamental en la actividad y convivencia humana,
esto es, la responsabilidad, que surge del propio ethos del hombre.

2. El Decálogo del Abogado, como preceptor


de la conducta del postulante
Existen múltiples decálogos que sirven para establecer una normatividad
en la conducta del abogado. A continuación se citan solo tres ejemplos,
que tienen distintas formas de abordar la preocupación que se ha tenido a
lo largo de la historia, para guiar la práctica profesional del abogado.

I. Decálogo de San Ivo (1253-1303)

San Ivo de Kermatin, actúo como abogado eclesiástico y como abogado


defensor de los desheredados, de tal suerte que fue conocido como el
abogado de los pobres, siendo posteriormente reconocido como santo, se
convirtió en el primero que en forma establece un decálogo para la prácti-
ca jurídica. Y se citan sus lineamientos:
I. EI Abogado debe pedir ayuda a Dios en sus trabajos, pues Dios
es el primer protector de la Justicia.
II. Ningún Abogado aceptará la defensa de casos injustos, porque
son perniciosos a la conciencia y al decoro profesional.
III. El Abogado no debe cargar al cliente con gastos excesivos.
IV. Ningún Abogado debe utilizar, en el patrocinio de los casos que
le sean confiados, medios ilícitos o injustos.
V. Debe tratar el caso de cada cliente como si fuese el suyo propio.
VI. No debe evitar trabajo ni tiempo para obtener la victoria del caso
que tenga encargado.
VII. Ningún Abogado debe aceptar más causas de las que el tiempo
disponible le permite.
VIII. El Abogado debe amar la Justicia y la honradez, tanto como las
niñas de sus ojos.

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IX. La demora y la negligencia de un Abogado causan perjuicio al


cliente y cuando eso acontece, debe indemnizarlo.
X. Para hacer una buena defensa el Abogado debe ser verídico,
sincero y lógico.5
Aún y cuando éste decálogo recoge primordialmente la actividad jurí-
dica en torno a un ámbito religioso, pues el autor fue sacerdote católico y
atendiendo a que data del siglo XIII, es interesante retomarlo, puesto que
es uno de los decálogos más conocidos y citados, y que ha servido de guía
para el ejercicio de la abogacía. Además de que norma la conducta del
abogado en cuanto al cliente, los gastos, el trabajo, etc.

II. Decálogo de Ángel Ossorio y Gallardo (1873-1946)

El decano del Colegio de Abogados de Madrid, fue una figura en España,


ya que fue parlamentario, ministro, embajador, gobernador de Barcelona,
quien también formuló diez premisas en torno a la abogacía que a conti-
nuación se citan:
I. No pases por encima de un estado de tu conciencia.
II. No aceptes una convicción que no tengas.
III. No te rindas ante la popularidad ni adules la tiranía.
IV. Piensa siempre que tú eres para el cliente y no el cliente para ti.
V. No procures nunca en los tribunales ser más que los magistrados
pero no consientas ser menos.
VI. Ten fe en la razón que es lo que en general prevalece.
VII. Pon la moral por encima de las leyes.
VIII. Aprecia como el mejor de los textos el sentido común.
IX. Procura la paz como el mayor de los triunfos.
X. Busca siempre la justicia por el camino de la sinceridad y sin
otras armas que las de tu saber.6
En este decálogo se nota el retorno a la propia persona, y a la con-
ciencia y actividad que tenga frente a los demás, pero justamente desde la
lectura y actividad que el abogado haga, con independencia del entorno.

5
Sotomayor Garza, Jesús G., op. cit., nota 1, p. 122.
6
Sotomayor Garza, Jesús G., op. cit., nota 1, pp. 124-125.

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III. Decálogo de Eduardo J. Couture (1904-1957)

El catedrático de derecho procesal de la Universidad de Montevideo, y


afamado jurista, publicó ya en el siglo XX el famoso decálogo, que abarca
los siguientes principios:
I. Estudia. El Derecho se transforma constantemente. Si no sigues
sus pasos serás cada día un poco menos Abogado.
II. Piensa. El Derecho se aprende estudiando, pero se ejerce pen-
sando.
III. Trabaja. La Abogacía es una ardua fatiga puesta al servicio de la
Justicia.
IV. Lucha. Tu deber es luchar por el Derecho, pero el día que en-
cuentres en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Jus-
ticia.
V. Sé leal. Leal con tu cliente al que no puedes abandonar hasta
que comprendas que es indigno de ti. Leal para con el adversa-
rio, aun cuando el sea desleal contigo. Leal para con el Juez que
ignora los hechos, y debe confiar en lo que tu le dices y que, en
cuanto al Derecho, alguna que otra vez debe confiar en el que tú
le invocas.
VI. Tolera. Tolera la verdad ajena en la misma medida en que quie-
res que sea tolerada la tuya.
VII. Ten paciencia. EI tiempo se venga de las cosas que se hacen sin
su colaboración.
VIII. Ten fe. Ten fe en el Derecho, como el mejor instrumento para
la convivencia humana; en la Justicia, como destino normal del
Derecho; en la Paz como substitutivo bondadoso de la Justicia;
y sobre todo, ten fe en la Libertad, sin la cual no hay Derecho, ni
Justicia, ni Paz.
IX. Olvida. La Abogacía es una lucha de pasiones. Si en cada batalla
fueras llenando tu alma de rencor llegaría un día en que la vida
sería imposible para ti. Concluido el combate, olvida tan pronto tu
victoria como tu derrota.
X. Ama tu profesión. Trata de considerar la Abogacía de tal manera
que el día que tu hijo te pida consejo sobre su destino, conside-
res un honor para ti proponerle que sea Abogado.7

7
Couture, Eduardo J., Los mandamientos del abogado, comentados, México, Iure Editores,
2002, pp. 4-49.

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Este es el decálogo más conocido de todos, y en cierto sentido es-


tablece no solo valores apreciados, o virtudes rectoras, sino en sí los ele-
mentos básicos para mantenerse en el ejercicio de la profesión.

IV. Los decálogos, premisas que guían

Así como existen estos decálogos que contienen preceptos desde dis-
tintas ópticas, existen otros, y tienen todos en común el establecimiento
de reglas que puedan normar la conducta del abogado en su desarrollo
profesional. Algunas reglas contienen propiamente el ejercicio del valor, es
decir la virtud, en el sentido del recto modo de proceder, que se debe tener
para ser un abogado reconocido por la propia comunidad jurídica, unos
más, contienen actividades que debe desarrollar propiamente el abogado,
y otros establecen la búsqueda de valores, como la justicia.
En suma, citar los decálogos no solo resulta en una tarea ilustrati-
va, en este caso de los tres principales tipos, sino, sirve para no perder
de vista que una guía de comportamiento no es en sí una ética, se trata
en este caso de elementos propositivos para implantar conciencia de un
deber ser abogado, que garantiza un cierto comportamiento normado por
los propios profesionales del derecho con el fin de tener cierta predictibili-
dad de la conducta del otro.
Sin embargo, si realmente se considera que puede existir una ética
profesional, un ethos del hombre que se refleje en las distintas actividades
de éste, en este caso de la abogacía, es pertinente considerar que existe
un fundamento mejor que un listado de conductas.
Sin que se deje de reconocer que los decálogos han ayudado a buscar
una coherencia entre los actos del abogado con la conciencia del deber
profesional, y una guía en el reconocimiento de los valores que deben regir
su quehacer jurídico, pero que en sí no son parte del ser abogado, en el
sentido fenomenológico-ontológico del hombre, el ser para sí, en la bús-
queda de la trascendencia dinámicamente proyectada en el quehacer pro-
fesional.

2. La responsabilidad, fundamento de la ética


del postulante
A manera de inicio se puede señalar que la ética profesional se define
como el “conjunto de reglas de naturaleza moral que tienden a la realiza-

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ción del bien, en el ejercicio de las actividades propias de la persona física


que se dedica a una profesión determinada”.8
En un sentido general, la ética profesional se puede aclarar conjun-
tando sus dos elementos, es decir la ética como parte de la filosofía que
comprende el estudio relativo al hombre en cuanto a su forma de ser y de
estar en el mundo, estableciendo principios universales; y aunado a una
profesión, que subraya ante todo la dedicación o consagración de la propia
vida a determinada actividad.
En este sentido se tienen dos concepciones, la primera, que acepta
que existen reglas de conducta para los abogados, y los decálogos lo son
y por lo tanto, se aceptaría que la ética del postulante se basa en premi-
sas consensuales, y que en este caso se combinan entre reglas, valores,
virtudes, actividades deseables. Y de entrada resulta ser una visión para-
digmática, pero que se queda corta frente a los problemas que desafían
en la actualidad a los profesionales del derecho. Los diez pasos para ser
un abogado ético, implicaría que hay cinco pasos para ser un ser humano
ético, y así, no funciona nuestro ser social.
Por lo que, en la segunda concepción, si se reconoce que el hombre
no es adjetivamente ético, sino, sustantivamente ético, el ethos es en sí
parte del ser humano, el ethos que refiere en su sentido primario la combi-
nación del hábito y costumbre, asociada a la morada interior, lleva a con-
siderar la actividad profesional del hombre, realizada desde el propio ser.
Es decir, más allá de las reglas que guían, existe un elemento deno-
minador para los hombres, y que reconocidos sociales en el sentido polí-
tico, los grupos referenciales le pueden dar al ethos “general” un sentido
autodeteminable basado en el referente, y ser por tanto autopoiético.
A continuación se ahondará en ésta segunda concepción de la ética
profesional, que tiene miras a buscar un nuevo fundamento para el proble-
ma planteado.

I. Dimensión ética

La dimensión ética del hombre, está asociada a la forma de ser y de estar


en el mundo. Y en muchos sentidos el hombre es considerado desde su
propia acción como lo único que le da una característica propia, en lo so-
cial, desde la praxis y el discurso. A partir de aquí, del hombre, que está en
el mundo con otros, y sin los cuáles no puede ser, pues incluso el propio

8
Olmedo García, Marina del Pilar, Ética profesional en el ejercicio del derecho, México, Miguel
Ángel Porrúa, 2007, p. 145.

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lenguaje nos inserta y nos confirma en el mundo, es que se considera su


sentido ético.
Es importante al hablar de ética profesional, tomar como principio y
fin, al hombre como ser social. La implicación más importante tiene rela-
ción con una actividad humana diaria, que, siempre tiene que ver con otros
hombres. En el caso del abogado postulante se concreta en la actividad
profesional que involucra atender litigios diariamente, en un dinamismo so-
cial innegable; y el estudio de la ética del abogado, no se puede por ende,
supeditar a juramentos, códigos, etc., o al menos no se agota en ellos.
Visto lo anterior no es dable suponer a la ética profesional, en el sen-
tido estático y proposicional, tal y como se trata en general en los progra-
mas de estudio. Sino a partir del dinamismo propio del hombre, encausado
a lo que se enfrentará el profesionista del derecho.
La ética profesional, consecuentemente, no se obtiene tras el egreso,
ni en la práctica de la profesión de forma espontánea, sino que se gesta en
el propio ser humano, está implícita y, simplemente lleva una connotación
dirigida en éste caso en el ámbito jurídico.
Y al respecto cabe citar a Juliana González:
La dimensión ética es, en esencia, la proyección social, comunitaria y
solidaria de la vida humana. La ética revela que la responsabilidad que
cada quien tiene ante sí mismo y su propia conciencia, la tiene en el
fondo con los demás. El compromiso, en realidad es doble y simultá-
neo; consigo mismo y con los otros.9
En la actividad jurídica y en especial en el litigio se involucra esen-
cialmente a otros seres humanos, ya sea en el orden individual o en el
social. Por ende no basta con responder a uno mismo sino que se debe
conseguir la realización de un bien que trasciende y recaiga sobre los
otros.10
Así las cosas, es que, para que el bien propio coincida con el de los
otros es porque existe un elemento de conjunción que propiamente es el
ethos del hombre.
Sirva de ejemplo, la abstracción que se puede obtener del juramento
hipocrático, en donde se recogen elementos paradigmáticos como el com-
promiso personal y vital con la propia profesión, el sentido de solidaridad,
la obligación de enseñar a los jóvenes, la importancia del secreto profesio-
nal, etcétera.11
9
González, Juliana, El ethos, destino del hombre, México, Fondo de Cultura Económica, 2007,
p. 95.
10
Cfr. Idem.
11
Cfr. Hortal, Augusto, Ética general de las profesiones, 2a. ed., México, Desclée, 2002, p. 39.

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II. Ethos del hombre, ¿ethos del abogado?

Como ya se señaló el origen de la palabra ética es el término griego ethos,


que puede significar tanto costumbre o hábito, como morada interior, y en
la trascendencia entendemos la forma de ser y estar en el mundo.
Ese ethos del hombre, tiene relación en absolutamente todo lo que
hace el hombre, y además se trata de conducir todos los elementos del
acto humano hacia el areté, la excelencia. El hombre, como único ser
capaz de ir hacia el bien o el mal, al tener lo que los griegos llamaban hy-
bris, es también capaz de ser y estar en el mundo con excelencia, y cum-
plir su autorrealización en el grupo social, mediante la responsabilidad.
La responsabilidad del hombre, que lo lleva a estar vinculado con
el otro, es el elemento que sostiene la predictibilidad y seguridad de la
trama social, como única garantía de certeza, de que los actos de los
hombres tienden a hacer que el hombre actúe considerando siempre a
los otros hombres, pues frente a sus actos siempre debe ser capaz de
asumir sus consecuencias que no solo tienen efecto en su persona, sino
hacia lo social. Y así hay una cierta guía hacia considerar el resultado de
una acción frente a los demás.
E incluso en los extremos del personalismo, el hombre desde lo indi-
vidual está más vinculado en la responsabilidad que tienen para mantener
al grupo en los parámetros de excelencia desde su propia individualidad,
que le es garantizada únicamente a partir de la conquista de lo social.
Frente a este panorama, se puede adicionar otra variable en el estu-
dio de la ética, es decir, si se atiende al comportamiento del hombre siem-
pre vinculado a la sociedad, también es factible la existencia de subgru-
pos. Los subgrupos sociales, son de toda clase y en vista del tema que
se ha estudiado hasta ahora, será elemento de estudio el grupo social de
profesionistas del derecho y dentro de éste, los abogados postulantes. En
quienes, derivado de las anteriores premisas, debe existir un vínculo de
comportamiento, un ethos que mantenga la vinculación con el ethos del
hombre y a su vez con un cierto ethos específico.
Y se busca el elemento subgrupal como referente autodeterminable,
ya que actualmente existe una gran cantidad de licenciados en derecho,
egresados de distintos planteles educativos y corrientes profesionales e
ideológicas, son en sí, una gran cantidad de seres humanos que cultural-
mente resultan distintos y sin embargo al realizar una actividad como es el
litigio, aparentemente desarrollan una cierta simetría para el ejercicio de la
profesión, o al menos para quien la ejerce con cierto prestigio.
Y es que al final existe un discurso que implica el sometimiento o la
invitación al orden, y con ello la garantía de cierta unicidad en el ejercicio

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profesional. Un sistema artificial generalizado con ciertos valores, es decir,


se hace un grupo mediante la delimitación del grupo social mayor y, esa
clausura es mediante la autodeterminación del grupo que tiene como parte
de su propio código genético el ejercicio virtuoso, pues la búsqueda de la
justicia y la defensa del derecho de los otros hombres, así lo requiere.
Por tanto, la forma de ser y estar en el mundo, de los abogados pos-
tulantes, no se delimita mediante las simples proposiciones, que norman
una conducta, puede aparentemente esto ser la explicación de los decá-
logos, pero en realidad no de la ética profesional. Marcha como sostén del
grupo, la necesidad de mantener el prestigio que depende del propio ethos
del hombre, acotado a las necesidades del subgrupo.
Así la autoderminación se da por la propia actividad prestigiosa que
requiere el ser abogado postulante y, además se requiere una autopoiesis,
para poder tener un actuar natural frente a las situaciones sociales a que
se enfrenta en el ejercicio de la profesión y para las cuáles no hay una
norma ética a la cual acudir.
Consecuentemente, en el orden que se lleva en la práctica litigiosa,
podemos encontrar como fundamento a la ética en el sentido de que efec-
tivamente todos los que ejercen la abogacía, hombres y mujeres cultural-
mente diferentes, pueden llegar a tener un elemento en común, principio
y fin de la trama que sostiene los dilemas éticos y los correlaciona en la
dimensión social e individual del hombre, la responsabilidad.
Los postulados de los decálogos, se constituyen en una realidad ob-
jetivada, en una normatividad intersubjetiva que tiene un halo inmanente y
no sostiene la actividad. Sin embargo, si nos allegamos de la responsabi-
lidad como principio, y eje rector para la ponderación de las premisas éti-
cas, se puede evitar la discrecionalidad de la conducta para comportarse
conforme a ciertos cánones o no.
Sostener el fundamento de la ética profesional, en la responsabilidad,
como elemento generador de posturas que concilian siempre la dimensión
individual del hombre, acción, en praxis y discurso, trascendiendo a la di-
mensión social, y con ello regresar al origen, es decir el propio hombre,
el prestigio de la profesión, redunda en ser sostén del trabajo para los
demás, en la conducción del areté, de la excelencia personal y profesional.
Y en tal sentido cabe citar en cuanto a la responsabilidad al filósofo
Zygmunt Bauman:
La responsabilidad moral es la más personal e inalienable de las
posesiones humanas, y el más preciado de los derechos humanos No
puede ser arrancada, compartida, cedida, empeñada ni depositada
en custodia. La responsabilidad moral es incondicional e infinita y se

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manifiesta en la constante angustia de no manifestarse lo suficiente. La


responsabilidad moral no busca reafirmación para su derecho de ser ni
excusas para no ser. Existe antes que cualquier reafirmación o prueba
y después de cualquier excusa o absolución.12
Se trata de entender en lo personal, cada abogado postulante la res-
ponsabilidad que tiene con el ejercicio de su profesión de incidir en los
seres humanos, en sus derechos y en algunos en su libertad. No se puede
tratar sólo de actuar bien y seguir la guía de conducta, sino asumir la carga,
la importancia de tener en su actividad profesional como cliente a una per-
sona, con quien algunos casos el decálogo se pondría en contraposición,
como es el caso e.g. de un probable responsable de un delito a quien no
se le puede decir simplemente que no se le va a defender por conflicto de
intereses, pues la ponderación de los derechos a una defensa adecuada,
que garantiza la armonía social y el derecho de otros hombres, culpables o
inocentes, se sostiene en cada defensa.
Existen casos fáciles en los que siempre, aparentemente, el abogado
puede enmarcar su actuar en los decálogos, pero también están los casos
difíciles en donde las premisas del buen abogado no caben, y aun así exis-
te la responsabilidad que lo hace actuar correctamente conforme al ethos
no solo del hombre sino del abogado postulante que día a día se pone a
prueba y se le lleva a los límites que teóricamente no se pueden pensar, y
que no encuadran, y sin embargo la defensa de los derechos fundamen-
tales solo se hace desde la responsabilidad, sin desdeñar la guía que dan
los decálogos para poder predecir un poco la conducta del litigante, pero
que siempre deberá estar ceñida a la ética, la ética del abogado postulan-
te, que puede ser difícil de entender teóricamente, sin embargo es sostén
del prestigio.

III. Interrelación de subgrupos

Como ya se señaló, los abogados postulantes fueron considerados como


un subgrupo. Este subgrupo a su vez tiene una interrelación con otros gru-
pos. Delimitado y diferenciado es el grupo de los juzgadores; abogados
también que tienen un señalamiento que hace una referencia y los con-
vierte en subgrupo, el carácter de sujetos decisores y aplicadores de los
sistemas normativos relevantes.
En principio, incluso, no solo están ceñidos a los postulados de
los decálogos, sobre los cuales ya hicimos los comentarios pertinentes.
Sino que además, están bajo la disposición de los códigos de ética judi-

12
Bauman, Zygmunt, Ética posmoderna, trad. de Bertha Ruiz de la Concha, 2a. ed., México,
Siglo XXI editores, 2006, p. 85.

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cial, que en Latinoamérica, han tenido un gran auge en los últimos años.
De lo que se trata es en todo caso, de consolidar la actividad prestigiosa
en el ámbito del juzgador.
E interesa en este caso, puesto que existe una interrelación natural
entre los subgrupos en comento y, se pueden encontrar ciertos elementos
que forman parte de la misma trama que funda la ponderación de princi-
pios, esto es, la responsabilidad.
Espera todo postulante del derecho como parte de un subgrupo, al
interactuar, con otro subgrupo, el del juzgador, que exista también de éste
un determinado comportamiento prestigioso, e incluso se puede hablar
de las virtudes mínimas que debe tener como postulados rectores en su
actuar.
El Código de Ética del Poder Judicial cita la independencia, imparciali-
dad, objetividad, profesionalismo y excelencia como principios, de los cua-
les se puede obtener cierta predictibilidad. Sin embargo estos, aún en el
propio ámbito del subgrupo, ha sido materia de duda, e interpretaciones,
el mejor ejemplo, es el cuestionamiento sobre si un “hombre malo puede
ser un buen juez”, separando los argumentos que sobre esto valga la pena
hacer, considérese que dados los comentarios que se han venido hacien-
do, lo que interesa es que sustancialmente hay una connotación que se
complementa con la estructuración de la responsabilidad.
Sin embargo, se reitera de nueva cuenta, que el ejercicio práctico de
los valores, las virtudes, tienen una implicación en la dimensión personal,
y también en la profesional, en la medida en que ese ejercicio de valores
estructurados no sean tomados en consideración desde el engranaje prin-
cipal, desde la trama que da sustento al trabajo del profesionista, se pierde
la dimensión social que interesa mantener en el contexto de lo social y la
confronta de la actividad prestigiosa.
Por ende valga la pena ceñir, los comentarios hechos de los postulan-
tes, también a los decisores, pues el dinamismos al que se enfrentan debe
estar regido por un elemento denominador que los mantenga en aptitud de
un actuar con ethos vinculado a su quehacer diario.

3. Conclusiones
PRIMERA. Al actuar éticamente, se trata de sobreponerse al instinto
gregario y sostener en el comportamiento individual la conjunción siempre
del grupo, pues el hombre más que gregario es un ser social en el sentido
político.

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Prescindir de la ética sería abdicar de algo que es íntimo y propio del


hombre, su forma de ser y actuar en el mundo.
En efecto, en el capítulo primero del libro primero de la Política, Aris-
tóteles afirma que “lo propio del hombre con respecto a los demás anima-
les es que él sólo tiene la percepción de lo bueno y de lo malo, de lo justo
y de lo injusto, y de otras cualidades semejantes, y la participación común
de estas percepciones es lo que constituye la familia y la ciudad”.
De este modo, la ética distingue al hombre del animal, y su ser social
está también estrechamente ligado a su comportamiento.
SEGUNDA. La conducta del abogado postulante puede ser guiada
por una serie de premisas, que lo instan a un cierto actuar, a conseguir
determinadas virtudes, y perseguir siempre valores como la justicia.
Sin embargo los decálogos tienen en común ser un conjunto de bue-
nas intenciones que enseñan de voz en voz un camino al joven abogado,
y el abogado maduro trata de convencer al primero de éste, para obtener
cierta predictibilidad y hasta cierto punto cierta uniformidad. Y lo que esta
tras esto es la importancia del actuar prestigioso del profesionista del dere-
cho, dada la correlación de su actividad en los grupos sociales.
Por ende, se debe sostener la ética del profesionista del derecho en
elementos referenciales más fuertes, que involucren el quehacer del hom-
bre con areté.
TERCERA. El verdadero sentido ético del abogado postulante, radica
en el ethos del hombre, reconocer el comportamiento del hombre es parte
del propio abogado al ser persona, y además puede establecer un cierto
comportamiento especializado por su actividad en la sociedad.
Aventurado es, decir que se trata de un ethos del abogado, pero
ayuda a desfragmentar la existencia de un cierto comportamiento propio
de los abogados que no deriva propiamente de un decálogo sino de su
responsabilidad, no solo en el sentido de las consecuencias legislativas,
sino en su actitud de asumir al otro, y al otro con un problema al ser liti-
gante y que necesita de éste con todo su compromiso para defender sus
derechos, y tras esto mantener los límites del poder y la defensa de la
conquista social, siempre presente.
CUARTA. El actuar de los juzgadores, tiene implícito el mismo marco
referencial para su actividad en sentido ético que el del postulante. La
responsabilidad, es el principio del entramado que une a los subgrupos y
que permite dar pauta al dinamismo al que se enfrentan, en la que las vir-
tudes cardinales esperadas en los citados decisores son un elemento que
da prestigio, pero que no funda la ponderación de principios a la cual se

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ÉTICA DEL ABOGADO POSTULANTE

enfrentan en el quehacer diario, y que claramente esta marcado por el di-


namismo social, que demanda una actitud ética, con una mayor exigencia.
QUINTA. No pasa inadvertido un sentir social, que reseña en dis-
tintas formas las malas prácticas de ciertos abogados, que no se guían
no solo por un decálogo ni por ningún otro sentido ético, y que al parecer
hacen todo lo posible no solo por evadir la responsabilidad como pos-
tulantes. Sin embargo frente a estos deficientes profesionistas, queda la
responsabilidad de los demás de que se les haga efectiva la legislación
que los sanciona, y además insistir en la colegiación, como uno de tantos
caminos para asegurar el prestigio de los postulantes.
Sin que se pase inadvertido que la colegiación no es la solución a
todo, pues en si representa grandes retos y conflictos, sin embargo en
cierto modo y bajo determinadas variables es un camino.

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