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Epidemias: algunas reflexiones

sobre su trayectoria histórica


en México
Clementina Battcock,* Annia González Torres**
y Nadia Menéndez Di Pardo***

Antes que los españoles que estaban en Tlaxcalla viniesen a conquistar a México, dio una
pestilencia de viruelas en todos los indios en el mes que llaman Tepeílhuitl, que es al fin
de septiembre. Desta pestilencia murieron muy muchos indios. Tenían todo el cuerpo y
toda la cara y todos los miembros tan llenos y lastimados de viruelas que no se podían
bullir ni menear de un lugar, ni volverse de un lado a otro, y si alguno los meneaba daban
voces. Esta pestilencia mató gentes sin número. Muchos murieron de hambre, porque
no había quien podiese hacer comida. Los que escaparon desta pestilencia quedaron
con las caras ahoyadas, y algunos los ojos quebrados. Duró la foerza desta pestilencia
sesenta días, y después que fue afloxando en México fue hacia Chalco, acabándose esta
pestilencia en México…
Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de Nueva España

Los habitantes de los pueblos y regiones que se encuentran en el territorio que


hoy comprende el Estado mexicano, registraron distintos corpus documentales de
las enfermedades que azotaron sus vidas cotidianas a lo largo de la historia. A ra-
zón de ello y en el actual contexto pandémico generado por el coronavirus SARS-
CoV-2, planteamos una reflexión sobre las epidemias mientras observamos cómo
una de ellas convulsiona a la humanidad. A casi 18 meses de la detección del
brote epidémico, en México se desarrolló el proceso de inmunización de la po-
blación a través del Plan Nacional de Vacunación en un año en el cual, además,
se conmemoran 500 años de la guerra castellana de conquista contra México
Tenochtitlan, un proceso en el que otra epidemia produjo la muerte del huey tla-
toani Cuitláhuac y generó una alta mortandad entre la población originaria.

* Dirección de Estudios Históricos, inah ([email protected]).


** Dirección de Estudios Históricos, inah ([email protected]).
*** Dirección de Estudios Históricos, inah ([email protected]).

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Consideramos propicio sumarnos al renovado interés de los investigadores por analizar la enfer-
medad,1 la atención y la prevención de los padecimientos como procesos históricos, es decir, analizar las
causas por las cuales las personas se enferman, los procedimientos de recuperación que utilizan así como
las formas en las que explican y previenen sus muertes. Mirarlos no sólo como procesos médicos sino
como hechos que pueden examinarse como procesos sociales, culturales y económico-políticos según el
momento histórico y los espacios en los que se desarrollan, también nos permite recordar que para au-
tores como George Rosen (1958), el proceso salud-enfermedad-atención constituye uno de los fenóme-
nos más significativos para ser estudiados históricamente.
Partimos de que cada sociedad construye propuestas y respuestas frente al conflicto individual
y colectivo. Ello supone la aparición y el desarrollo de padecimientos que son potencialmente mor-
tales para las poblaciones humanas, que se asumen socialmente a partir de las experiencias históricas
y de las dinámicas culturales que son propias de los grupos humanos. Por ello, cada contexto cultural
responde de forma diferente al proceso salud-enfermedad-atención.
Como señaló el sociólogo Henry Sigerist, “los rasgos característicos de la profesión médica en
cada época están determinados en un amplio grado por la actitud de la sociedad hacia el cuerpo hu-
mano y su valoración de la salud y la enfermedad” (Sigerist, 1974 apud Mendes, 1984: 12). De ahí que
el modelo de atención del especialista en el cuidado de la salud humana dependa de las formas en
que se estructura un grupo humano organizado, y la visión del orden del mundo que ejercen.
En países como México, gran parte de las respuestas hacia los padecimientos de las enfermeda-
des se han constituido en los saberes profesionales desarrollados a nivel académico para explicar, en-
frentar y solucionar las enfermedades que aquejan a la población. Los denominados saberes médicos
se instituyeron en países europeos hacia finales del siglo xviii y mediados del siglo xix, especialmente en
Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, para luego expandirse a nivel internacional (Hudemann-Simon,
2017). Los conflictos emergentes entre los diferentes saberes se zanjaron entre mediados y finales del si-
glo xix con la hegemonía de la medicina alopática, un proceso que impactó a un Estado-nación mexica-
no en busca de consolidación dentro de la modernidad científica occidental.
Los saberes médicos científicos decimonónicos fueron producto de la convergencia de una se-
rie de conocimientos previos: no sólo se gestaron dentro de la tradición europea —fundada en las
concepciones y acciones médicas desarrolladas en las sociedades de inspiración grecorromana y en el
pensamiento teológico medieval-renacentista—, también incorporaron de manera selectiva algunos
aspectos de las tradiciones médicas de la región denominada Lejano Oriente —donde hoy se ubican
los estados Indio y Chino— y en las diferentes sociedades musulmanas (Huff, 1993).

1. La enfermedad se define como la alteración leve o grave del funcionamiento normal de un organismo o de alguna de
sus partes debido a una causa interna o externa. Epidemia es una enfermedad que ataca a un gran número de personas
en un mismo lugar y durante un mismo período de tiempo. Pandemia es una enfermedad epidémica que se extiende a
muchos países (Harant, 1971).

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En el caso de México, la tradición popular sostuvo algunos referentes que pueden ser relacionados
con la medicina prehispánica (López Austin y Viesca, 1984; Vargas, 1993). Por ello iniciamos presentando
información sobre este periodo para luego abordar la etapa colonial y concluir la reflexión deteniéndo-
nos en el siglo xix.

Enfermedades y epidemias entre los nahuas

Aunque tenemos información sobre el periodo prehispánico, no contamos con evidencias materiales que
posibiliten el registro de algún fenómeno epidemiológico en las culturas mesoamericanas previo al perio-
do de choque con los conquistadores. Como bien lo hacen notar reconocidos historiadores, el estudio de
este tipo de enfermedades en el periodo prehispánico se hace a través de los criterios actuales de la me-
dicina (Viesca, Aranda y Ramos, 1999: 199), es decir, bajo una aproximación interpretativa que identifi-
ca un objeto de estudio desconocido a partir de categorías modernas. Por lo tanto, es necesario precisar
que éste es un factor problemático y confuso de carácter epistémico que ha desatado no pocos debates
entre los investigadores del pasado humano aunque —y lo subrayamos— es lo que tenemos para obser-
var cómo la población convivía con los procesos de salud-enfermedad.
Para el caso mesoamericano, Alfredo López Austin realizó una sistematización teórica sobre las
enfermedades y la medicina prehispánica nahua a través de la construcción de un corpus documental
amplio y la sistematización de una investigación etnográfica, espacios de estudio en donde identificó
correlaciones explicativas sobre la constitución del cuerpo y sus malestares, así como de los remedios
tradicionales para dichas enfermedades (López Austin, 1969, 1971, 1972, 2012).
A su vez, Carlos Viesca propuso categorizar las enfermedades sufridas por los nahuas a través
de procesos complejos: particularizó en el estudio del corazón, un órgano en el cual identifica tres ti-
pos de enfermedades a tratar. Según este autor, la medicina náhuatl tiene varios cientos de años de
desarrollo y trató, además de las citadas, problemas reumáticos y otras dolencias que eran provoca-
das por Ehecatl, la deidad mexica del viento (Viesca y Aranda, 1997).
Con estos saberes sobre los procesos de salud-enfermedad, los nahuas y otros grupos prehis-
pánicos enfrentaron las epidemias generadas por el contacto con los españoles. De ello dan cuenta
las Relaciones Geográficas redactadas en el siglo xvi en varias partes de la Nueva España, una fuente
consultada por la investigadora Genoveva Ocampo, quien encontró información sobre las epidemias
sufridas por los nahuas y registró algunos de los rituales que llevaban a cabo durante el proceso de sa-
nación de la enfermedad (Ocampo, 2005).2
De acuerdo con sus indagaciones, cuatro fueron las epidemias que devastaron a la población
indígena en el siglo xvi:

2. El estudio de las enfermedades en las Relaciones Geográficas fue expuesto por Alfredo López Austin (1975), sin embargo,
no se adentró mucho en estos documentos.

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1) La viruela en 1520 fue denominada por los nahuas como huey zahuatl (gran sarna). Sandra
Guevara (2019) describe con detalle esta epidemia y discute su impacto sobre la conquis-
ta. Según parece, la viruela viajó muy rápido de las Antillas a Yucatán e identificó su surgi-
miento en Cozumel al ser importada desde Cuba. Los primeros contagios continentales de
1520 quizá se dieron entre los mil indios embarcados por Pánfilo de Narváez en su viaje
para apresar a Hernán Cortés por órdenes del gobernador Diego Velázquez.
2) El sarampión en 1531 a la que se denominó tepiton zahuatl (sarna pequeña).
3) La fiebre corporal y el sangrado masivo constituyen la tercera epidemia masiva que tuvo lu-
gar en 1545.
4) El último mal nocivo de magnitud considerable ocurrió en 1576 y la población sucumbió
ante el tabardillo, también denominado cocoliztli.

Además de los materiales utilizados por Ocampo, contamos con varios otros que nos permi-
ten ver cómo actuaba la población prehispánica frente a las nuevas epidemias: como es el caso del
Códice Florentino (Sahagún, 1979: 53v). Otras representaciones sobre la epidemia de viruela se en-
cuentran en el Códice en Cruz, en el Códice Telleriano-Remensis y en el Códice Moctezuma, las cuales
permiten interpretar el impacto que tuvieron estas enfermedades en las sociedades indígenas novo-
hispanas, a través de los detalles narrativos de los que forman parte. A esta referencias sumamos el
estudio realizado por la investigadora Elsa Malvido (2010) —quien estudió la primera epidemia de vi-
ruela en 1520 y las catástrofes ocasionadas por ella— y el texto de Bernardo García Martínez (2005)
—quien analizó brevemente tres enfermedades epidémicas provocadas por la conquista: la viruela, el
sarampión y el tifo exantemático o matlazahuatl—, dos trabajos que no podemos dejar de mencionar.
La gran cantidad de epidemias que despoblaron el continente americano desde finales del siglo
xvi son el resultado del proceso de unificación bacteriana del mundo al que Emmanuel Le Roy Ladurie
(1988-1989) definió como un mercado común de microbios. Para entender la capacidad devastadora
de esta expansión microbiana debemos atender los trabajos de Woodrow Borah y Sherburne F. Cook so-
bre la catástrofe demográfica americana. En ellos enunciaron que el contacto europeo con la población
amerindia condujo a desestabilizar el proceso demográfico de esta última debido a la indefensión inmu-
nológica frente a múltiples y agresivos agentes microbianos (Borah y Cook, 1963).
Por su lado, y siguiendo con la propuesta anterior, Magnus Huss señaló el papel crucial de las
enfermedades infecciosas que padecieron los habitantes de un continente que carecían de una res-
puesta biológica frente a ellas (Calderón, 1909). La falta de anticuerpos para combatir la enfermedad
se vió reflejada en la intensidad de las epidemias de viruela, sarampión, neumonías, que se manifes-
taron en oleadas epidémicas, a veces de magnitud pandémica que, una tras otra, azotaron a las po-
blaciones indígenas.
Desde la perspectiva histórica que aquí se utiliza, cuando una enfermedad genera la muer-
te de centenares, millares o incluso millones de personas en un tiempo breve, las poblaciones res-

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ponden alterando de manera importante su percepción sobre la muerte y la enfermedad. Se trata
un fenómeno sociocultural que no es ni de cerca similar a cuando una epidemia asola a una sola re-
gión. Observemos dos casos: la peste negra en Europa y las epidemias agresivas en América. Para
Jacques Revel y Jean-Pierre Peter (1978), el proceso de enfermedad que conocemos como “pes-
te negra” constituye el arquetipo a través del cual los historiadores reconocieron a la enfermedad
como un proceso histórico, dado que el análisis de las poblaciones europeas durante este perio-
do demostró una notable significación sociocultural de transformación del pensamiento. Sobre este
mismo periodo, Robert S. Gottfried (1989) menciona que las epidemias que asolaron a Europa
entre los siglos xii y xv modificaron la economía y la cultura, y en consecuencia la psicología misma
de la sociedad. Además, describe y analiza cómo la idea sobre la muerte, la felicidad y la religión se
modificaron por la influencia de la peste negra.

Salud y enfermedad en la Nueva España

El virreinato novohispano estuvo marcado por múltiples enfermedades que asolaron su territorio a lo
largo de su existencia. Desde las conocidas y catastróficas epidemias del siglo xvi que mermaron con-
siderablemente a la población nativa, hasta las mortíferas epidemias del siglo xviii como la del matla-
zahuatl de 1737, cuya alta mortandad derivó en la jura de la Virgen de Guadalupe como patrona de
la Ciudad de México.
Durante el periodo que corre entre 1519 y 1652, se registraron epidemias masivas de viruela,
tifo, paperas y sarampión, las cuales mermaron considerablemente a la población, pues alcanzaron una
mortandad estimada de hasta un 90% entre las comunidades afectadas (Malvido, 2003: 67; Cordero,
2001: 602). Ya para el siglo xvii, el tifo tuvo resultados catastróficos. Entre sus principales síntomas se
describen “la temperatura continua, el delirio, la inflamación del bazo, del hígado y afección del cora-
zón, apostemas detrás de las orejas y el tumor pueden acaso referir infamación de los ganglios, además
de las afecciones neurológicas, cardiacas y hemorrágicas”.3 El daño al sistema inmune hizo del por-
tador un sujeto vulnerable a otras enfermedades que complicaban las posibilidades de tratamiento.4
Es frecuente que las enfermedades causen un mayor daño entre la población adulta “excepto
las enfermedades que generan inmunidad permanente, es decir, las que llamamos infantiles; los adul-
tos no se ven afectados, sencillamente por haber sido afectados clínica o subclínicamente de niños,
haber sobrevivido y poseer en consecuencia inmunidad permanente” (Canales, 2017: 17). Si bien las

3. Pedro Canales propone como periodos de epidemia de tifo los comprendidos entre 1537, 1545, 1563, 1576, 1595; 1642,
1676, 1686, 1692; 1735, 1762 y 1813. Como puede verse, fueron ciclos de epidemia más frecuentes durante el siglo xvi
(Canales, 2017: 13). Los datos propuestos por este autor no concuerdan con los ofrecidos por América Molina y Claudia Par-
do (2017), lo cual puede deberse a que los estudios de Pedro Canales se basan en archivos parroquiales en barrios de la Ciu-
dad de México y por ello ofrecen un alcance limitado para hablar de una epidemia que afectó a toda la capital del virreinato.
4. “La identificación del tifo y sus mecanismos de contagio fue tardía porque se escondía entre los síntomas tanto de
enfermedades emparentadas con ella como entre las no emparentadas: la tifoidea por bacterias en el sistema digestivo
o la varicela y el sarampión al causar erupciones en la piel” (Canales, 2017: 19).

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epidemias han sido consideradas como la primera causa de la baja demográfica, es importante tener
presente que no es posible cuantificar la magnitud de cada uno de los brotes (Prem, 1999: 64; Cramaus-
sel, 2009). Las variantes demográficas causadas por las epidemias en distintas zonas del virreinato han
sido tratadas en el libro coordinado por José Gustavo González (2017).
Como puede verse a partir de esta somera revisión historiográfica, la mayoría de la investiga-
ción en este campo se ha orientado a los estudios locales. Para mostrar un panorama general, en el
cuadro 1 se presenta un concentrado de las epidemias que se vivieron en los siglos xvi y xviii.

Año Epidemia
1520-1521 viruela
1531 sarampión
1542 tifo
1545-1547 peste
1550 paperas
1558 tifo
1563-1564 sarampión
1566 tifo
1576-1580 peste
1591 tos, catarro
1592 sarampión
1604 sarampión
1615-1616 viruela, sarampión
1639 sarampión
1653 viruela
1659 sarampión
1663 viruela
1667 catarro
1678 viruela
1687 viruela
1692 sarampión, peste
1695-1696 viruela
1700 viruela
1728 sarampión

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Año Epidemia
1736-1738 matlazahuatl
1760 viruela
1761-1763 matlazahuatl
1768 sarampión, tosferina
1779 viruela
1790-1793 viruela
1797 viruela
1803 sarampión
1813 fiebres misteriosas

Cuadro 1. Epidemias en el México colonial. Fuente: Molina y Pardo, 2017.

Como puede observarse, las epidemias del periodo colonial con ciclos recurrentes fueron prin-
cipalmente de viruela y sarampión, enfermedades presentes a lo largo de los tres siglos del virreina-
to. Algunos de estos brotes de padecimientos específicos han sido estudiados de manera particular
por investigadores como América Molina (2001), Jenire Escobar y Miriam Aimé Torres (2017), Sandra
Elena Guevara Flores (2017) y Marciano Netzahualcoyotzi Méndez (2016), por mencionar algunos.
Ahora bien, ¿qué hacían la población y los curadores frente a estas pandemias? Como sabemos,
los mexicas tenían expertos curadores cuyo conocimiento fue obtenido por Bernardino de Sahagún en
parte y por otros cronistas españoles, lo cual pautó que desde el inicio de la conquista se diera una estre-
cha relación entre la medicina mexica y la europea. Observamos, por ejemplo, que varios curadores se
formaron en el saber de ambas medicinas como Martín de la Cruz, autor del herbario Libellus de medici-
nalibus indorum herbis que fue traducido al latín por Juan Badiano, al tiempo que crecía la exportación
de hierbas medicinales hacia el Viejo Mundo (Micheli-Serra, 2001: 258-259). Subrayamos, además, la
afinidad que existía entre dichas medicinas dado que ambas se basaban en gran medida en la herbola-
ria, pero reconociendo que la misma tenía muy poca eficacia frente a estas epidemias.
Como vemos, igual que en toda sociedad, hubo más de una forma de atender los padecimientos
(Micheli-Serra, 2001: 260): en principio, tenemos un saber médico respaldado por las autoridades que
fue traído por los españoles, y otro que se movía al margen del reconocimiento oficial, es decir, el emer-
gido de los curanderos. Ambos eran los más utilizados por la población originaria y en ambos casos se
dieron procesos de sincretismo, aculturación y síntesis cultural en las prácticas médicas y terapéuticas
(Morales, 2016: 2).5

5. Destaca el análisis que Francisco Hernández, Juan de Barrios y Agustín Farfán hicieron a los textos: estas obras se
apegaban a la doctrina galénica.

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Durante el virreinato, la instancia encargada del saber médico y la atención a la enfermedad
fue el Protomedicato, institucionalizado a partir de 1628.6 Este órgano de gobierno se constituyó de
tres protomédicos que eran catedráticos de la Facultad de Medicina (Rodríguez y Rodríguez de Romo,
1999: 191) y tenía entre sus tareas la encomienda de regular la práctica de médicos, cirujanos, flebo-
tomianos, boticarios y parteras. Además, los hospitales fundados se ocuparon de la asistencia médica,
prácticas curativas y de rehabilitación (Rodríguez y Rodríguez de Romo, 1999: 193), y en un contexto
epidémico, las enfermedades se trataban con prácticas como sangrías, lavativas, ungüentos y cataplas-
mas; así como rogativas y oraciones (Rodríguez y Rodríguez de Romo, 1999: 193).
Dentro de los hospitales formados en la Ciudad de México —atendidos principalmente por las
órdenes religiosas asistenciales— destacó el Hospital de San Andrés de vital importancia hasta el si-
glo xix. Contaba con una amplia gama de cuerpos médicos especializados, lo que se sumaba al su pa-
pel preponderante en la atención de epidemias mientras se practicaron cuarentenas sociales. Ya para
el régimen borbónico del siglo xviii, se fomentó el desplazamiento de los cementerios a las afueras de
zonas urbanas, y la creación de sitios auxiliares para el tratamiento de los enfermos (Rodríguez y Ro-
dríguez de Romo, 1999: 194). Además, se comenzaron a instrumentar formas de prevención de las
enfermedades epidémicas, como la inoculación a partir de 1779.7
Ya para la recta final del periodo virreinal, se llevó a cabo la primera vacunación masiva con-
tra la viruela: la importancia de la Real Expedición Filantrópica (1803-1806) ha sido tratada por Gui-
llermo Olagüe de Ros (2012). A pesar de los diferentes problemas que enfrentó tanto en materia de
salud como en el ámbito político, fue un notable esfuerzo masivo por erradicar la enfermedad que
asolaba los territorios hispánicos en América.

Sobre procesos de salud-enfermedad-atención durante el siglo xix

Durante el siglo xix, una gran cantidad de enfermedades infectocontagiosas como el tifus, la virue-
la, el sarampión, la tosferina, la difteria, el cólera, la escarlatina, por mencionar algunas, se siguieron
presentando en forma endémica y epidémica, y produjeron una alta morbimortalidad entre la po-
blación. La alta mortalidad se daba en forma desigual afectando a las clases bajas, especialmente a la
población originaria.
En términos oficiales, los encargados de enfrentar dichas enfermedades eran los médicos con
formación universitaria, pues en el siglo xix mexicano se desarrollaron varios saberes médicos (me-

6. Las funciones del Protomedicato fueron: “vigilar a los profesionales de la salud, los médicos y cirujanos, flebotomianos,
boticarios y parteras. Sancionar el ejercicio ilegal de la medicina, velar por su enseñanza, elaborar exámenes, incorporar
los grados de los médicos extranjeros que pretendían ejercer su profesión en territorio novohispano, visitar boticas, dictar
medidas tanto preventivas como curativas sobre salud pública y sobre el saneamiento ambiental” (Rodríguez y Galindo,
2000: 333).
7. “El método consistía en identificar brotes incipientes de viruela, tomar líquido de las pústulas y trasplantarlo a indi-
viduos sanos, particularmente a los niños no inmunizados. Con esta técnica se creaba una leve infección, por lo general
benigna, que daba más posibilidades de supervivencia” (Rodríguez y Rodríguez de Romo, 1999: 194).

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dicina racional, dosimétrica, homeopatía, higienismo) que trataron de diferenciarse entre sí, y que
dieron lugar a conflictos entre sus practicantes (López Sánchez, 2004: 135). Una de las principales
estrategias de profesionalización y diferenciación de los médicos fue el énfasis en la formación mé-
dica universitaria, misma que se forjó desde 1833 cuando comenzó a funcionar la Escuela Nacional
de Medicina. La enseñanza de la medicina se concentró institucionalmente en el hospital-escuela, es
decir, en una unidad donde el médico iba a formarse académicamente al tiempo que trataba y cura-
ba a los enfermos; como señala Xóchitl Martínez (1998), la enseñanza de la medicina se centró “en
la cama del enfermo”.
La profesionalización, y por ende la distinción gradual de los médicos diplomados, se sustentó
en una formación escolarizada, en el desarrollo de investigaciones y en la publicación de sus estudios,
a la vez que se reorganizó el Consejo Superior de Salubridad, se fomentó la creación de hospitales y la
formación de sociedades médicas. Pero los profesionistas facultativos trataron de legitimarse también re-
lacionándose con la esfera gubernamental con la intención de garantizar la hegemonía de su ejercicio
profesional (Rodríguez de Romo, 2002: 8-9). Fue durante el porfiriato cuando el saber y las instituciones
médicas denominadas racionales (alopáticas) comenzaron a imponerse, siendo las más apoyadas por los
dirigentes de las instituciones del Estado mexicano (López Sánchez, 2004: 40), como consecuencia de
una aspiración de los líderes políticos por involucrarse en el proceso occidental de construcción del para-
digma científico moderno, que a su vez estaba dirigido por los gobiernos de los estados europeos.
Si bien reconocemos que existían varias corrientes médicas, se impuso la llamada medicina ra-
cional (alopática), la cual se organizó como una escuela que basó el trabajo médico en la normatividad
científica de la observación y la experimentación, contó con varios centros institucionales de formación
que dieron lugar a la modernización de los hospitales, y a un viraje en las políticas de control sanitario
dirigidas a la población.
Subrayamos el papel de la formación universitaria en estos profesionales porque, pese a dicha
formación, el conjunto de estas tendencias médicas, incluida la racional, se caracterizaba por no contar
con medios para enfrentar las pandemias, y de allí sus catastróficas consecuencias. Por ello, si bien es-
tas problemáticas de salud eran una preocupación constante entre las autoridades del nuevo orden es-
tatal, el Consejo Superior de Salubridad trató, sobre todo, de controlarlas no a través de la atención sino
a través de medidas profilácticas y de prevención, dada la muy escasa eficacia médica pues no se con-
taba con vacunas ni con fármacos que limitaran los efectos de estas epidemias. Esto es algo similar a lo
que hemos vivido con el coronavirus SARS-CoV-2 actualmente, señalando que en dichos lapsos no se
aplicaron medidas de cuarentena o de algún tipo de distanciamiento social.
El saber médico carecía de información científica básica pues, incluso, a mediados del siglo xix
uno de sus principales problemas radicaba en torno a la causalidad de las enfermedades: una de las
interpretaciones dominantes se refería a la infección del aire, a los gases malsanos, a los miasmas pro-
ducidos por los cadáveres enterrados. Se postuló el origen de las enfermedades a través del contagio

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por contacto con la ropa y por la poca precaución en la ingesta de alimentos. Sin embargo, a medida
que avanzó el siglo, la medicina generó, más allá de su eficacia curativa y preventiva o no, un discur-
so bastante integral sobre las enfermedades. Recordemos que no sólo el saber biomédico no contaba
todavía con medios eficaces, sino que tampoco los curadores tradicionales, ni los saberes populares
sabían cómo enfrentar las pandemias de las diferentes enfermedades infectocontagiosas. Por eso, el
elemento más importante que el Consejo de Salubridad trató de impulsar era la higiene y la salubri-
dad de las viviendas, de los parques, de las calles.
El peligro de las epidemias siguió vigente durante todo el siglo xx y lo que corre del siglo xxi: los
casos de peste negra en 1902, la fiebre amarilla que fue un problema grave en las tierras bajas hasta
1920, la denominada “gripe española” de 1918, son ejemplo de ello. Más aún, el paludismo fue un
problema grave hasta la década de 1950 y la poliomielitis hasta 1948 (cncp, 2018). Por otra parte, en-
fermedades como la tuberculosis broncopulmonar que parecía haber sido controlada, ha resurgido
con notable fuerza en la actualidad, igual que las enfermedades venéreas como la sífilis o la gonorrea:
el dengue y el vih-Sida se han convertido en la actualidad en un problema epidémico sin olvidar que
la pandemia de influenza a-h1n1 tuvo su principal foco inicial en México en 2009.

Palabras finales

Este breve trabajo es un esbozo referencial sobre cómo las sociedades piensan las enfermedades
según su contexto histórico y suma a la reflexión de que los procesos salud-enfermedad-atención
deben verse como procesos históricos y culturales.
En el territorio nacional actual hubo distintas formas de comprender la enfermedad y de concebir
la curación, pues las epidemias fueron una parte constante desde el periodo virreinal temprano. Todas
ellas están narradas y representadas gráficamente por los códices coloniales y descritas en las crónicas
novohispanas que nos dejan ver la importancia que tuvieron en la dinámica demográfica de la pobla-
ción. También debemos apuntar que los tratamientos terapéuticos médicos y religiosos se observan
como indisociables en este periodo: la intervención de los santos se consideraba de vital importancia
para el cese de las enfermedades epidémicas que implicaban mayor mortandad.
Viruela y sarampión fueron los patógenos más recurrentes del periodo colonial y, para tratar-
los, la población recurrió tanto a médicos como a curanderos y hechiceros; así era la doble dimen-
sión que tuvo la atención de la enfermedad en la Nueva España.
A finales del virreinato, las prácticas curativas y terapéuticas transitaron hacia la modernidad
con tratamientos como la inoculación y las campañas de vacunación.
En el siglo xix se modificó la forma de comprender el proceso de salud-enfermedad-atención
que ya estaba marcado de manera decisiva por la medicina alopática: se consideró a la higiene pú-
blica un factor determinante en la prevención y control de las enfermedades, lo cual se sumó drás-

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ticamente a un cambio de paradigma en las disciplinas médicas que optaron por la normatividad
científica impulsada, de manera definitiva, durante la consolidación del gobierno de Porfirio Díaz en-
tre 1876 y 1911.
Sin duda, nuestro presente nos coloca ante la necesidad de reflexionar sobre las enfermedades
epidémicas pues, actualmente, las diarreas, las enfermedades respiratorias agudas y la influenza estacio-
nal —por mencionar un algunos ejemplos— siguen siendo endémicas en la Ciudad de México, amén
del inusitado rebrote de sarampión después de haber sido erradicado en nuestro país durante la se-
gunda mitad del siglo xx. Ésta es una clara advertencia de la atención que requieren nuestras dinámicas
sociales y culturales ante la impredecible irrupción de las enfermedades en nuestras vidas cotidianas.
Dicha práctica se realizaría mientras vivimos una alteración institucional dramática en todas las áreas de
nuestra vida, provocada, en parte, por la propagación internacional del coronavirus SARS-CoV-2 que,
además, requiere de una participación social responsable, colectiva y de visión integral para resolver
sus efectos.

Bibliografía

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