Lecturas para Taller
Lecturas para Taller
Lecturas para Taller
aria I
Titulo original:
Maqueta: C.orqz6n
78 e
0 1981 e a traducci6n caste na para Espaöa y Ainérica:
Editorial Critica, S. A., Pedr6 de la Creu, 58, Bar.celona..34
ISBN. 84-7423-160-4
T.)ep6sito legal: B. 36.245-1981
Impreso en Espana
1981, — (.k•äiicas Casanova, Barcelona -
Dejar el error sin refutaci6n equivale a esti-
mular la inmoralidad intelectual.
KARL MAR*
FRANCIS BA(J0N
WILLIAM BLAKE
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÖN
glesas: Essays in self-criticism (Ensayos), New Left Books, Lont:lres, 1976; J..enin
philosophy (LF), New Left Boo}csJ l.,oncire.s, 197 1, Pol?tics and history (1)1-1)
New LcFt 13001<5, I -ont•lres, 1977. Entre paréntcsis van las usadns
para citaj.• cada obra. [Los titulos de los capff.ulos hotl de edicic3n caste-nana
N. del l.]
puesta en obra del materialismo hist6rico se ha efectuado en el mar-
co de una herencia discursiva «ernpirica» que viene reproducida por
fuertes tradiciones educativas y culturales.l
Toclo esto es posible, e incluso probable. Pero, aun asf, Ias cosas
no deben desorbitarse. Pues .10 que un fi16sofo con un trato s610
ocasional con el ejercici() dc la historia puede contemplar y, acto
seguido, menosprecxar con ferociclad cle gesto, motejåndolo de «em-
pirismo», puede que sea, en realidacl, el resul taclo de at•cluvas confron
taciones efectuadas tanto en el marco de forcejeos conceptuales (la
investigac.i6n hist6rica.
A1 estar metidos en esas confrontaciones, supongo que hemos cle„
gue que:
dor. No s610 resulta que los seres humanos nt.lnca han «hecho su
propia historia» en absoluto (y son s610 Träger o vectores de deter-
c.ie nue,ro en T be pover!y o/ theory and other essays, Merlin, I-nndres» 1978.
minaciones estructurales), sino qye ademås se pone de manifiesto que
la empresa del materialistno hist6rico —el logro¯vrc- gonocimiento
prigcipio una tarea maLplanÉeada» pnes-
to quel@ historia no puede
«real» es incognoscible y que
exista. Por con palabras deqos pÖs•éaatl5Üsserianos cuyo me-
decirlo
rito consiste en haber Ilevado la 16gica althusseriana hasta su propia
reducci6n al absurdo» «la historia esti condenada al empirismo por
.
gue que:
3. Estoy en deuda por esta categorfa con mi amigo Rodney Hilton, aunquc
él no es responsable de [as maneras en que la uso.
4. Véase Hans Magnus Enzensberger, Raids and reconstructions, Pluto
Press, l..ondrcs, 1976. p 296; y a prop6sito de «nna forrna muy peligrosa de
exilio interior», Raymond Williams, «Notes on Marxism in Britain since 1945»,
New Left Review, 100 (noviembre 1976 - enero 1977), p. 92.
es un fi16sof.o que se dedica a 10 suyo. Y no cabe duda de que se ne-
cierto rigor conceptual; cal vez incluso se puedan pedir presv
tac.las porciones cle la teorfa («sobrecleterminaci6n», «instancias»). A1
fin y al cabo todos somos matxtstas. esta manera se negocia una
especie de compromiso t'äcito, aunque Ia mayor parte de negocia-
ci6n consiste en call.ar, y el conjunto de la negociaci6n consiste en
ceder terreno a Altbusser. J.)ues Althusser jamås ba ofrecido ningfin
cia, sino en tanto que ideologia? dC,uräles han Sido las condiciones
parisiense
IF n cua.nto contempla el papel que l.•engc.) ante miJ Lile pacece per„
cilJir Ios vagos rostros de unu audiencia expecrante a duras penas
capaz de disirm.tlar su creciente iil.)ilQ. No pretenclo L.larlcs satisfac
guiendo.
2. —U. P. THOMPSON
Uno se irnagina Clue, en Ios vieios tiempos, el. fi16sofo, crabajando
en su estuclio a la luz. de su lårnpara, punto en ct.rando Ilegaba a este
to»). Existe sélo para ser elaboracla rnecliance Ja pråcr.ica ce6rica (Ge-
neralidad II) hasta alcanzar Irina conceptualizaci6n estructural o cono-
ci.miento concreto (Generalidad IT T) Alt.husser es can rudo con I'd
presenca discreci6n, No
que qniera hacer chistes con las
e.s
dificultades rnuy sertas con que tropiezan los filc3sofos en esta {rea I
Ojos.
Estas remociones, estos acontecimiencos, si bien .forman parte
del «ser social)), parecen a menuclo acometel.• a la conciencia social
existente, asal tarla, chocar contra ella. Plantean nuevos problemas y,
sobre todo, clan continuarnente lugar a expertencta, categorfa que,
por imperfecta que pueda sec, es i.nclispensable para el historiador,
ya que jnclljye .10 respuesta mental y emocional, ya sea de un indi-
viduo o de un grupo social, a una pluralidad de acontecilüientos
relacionados entre sf o a mtnchas repetic.iones del mismo tipo de
ac.oncecimiento.
Tal vez pueda argüirse que la experiencia es verdaderamente una
fase del conocimiento de muy bajo nivel: que no puede clar lugar
sil'l(.) al mås grosero «sentido corndn», «materia prima» ideoldgica-
Inente contaminacla, apenas apta para entrar en el laboratorio de las
Generalid•ades L No creo que sea asi; al contrario, consideco qt.le la
suposici61'l de que esto sea asi es un error rnuy tfpico de ciertos in-
telectua[es aue suponen que seres humanos cot•rientes son es-
ttipidos. lin mi opini6n la verdacl es rnås matizada: .1a experiencia es
ooia.
vez una acci6n retroactiva sobr.e el set: del mismo mod(.) CILIe el
81
menos históricos, porque, carente de sentido crítico, consideraba a cier
tos fenómenos dignos de un estudio especial y a otros no. Así pues, no
se propueso centrarse en la “historia de los hechos” —en efecto, en al
gunos países adoptó una clara tendencia institucional-^ pero su m eto
dología se prestaba más fácilmente a la narrativa cronológica. De ningún
modo se limitó totalmente a la historia de las guerras, la política y la
diplomacia (o de los reyes, batallas y tratados, en la versión simplifica
da, pero no desusual, enseñada por los profesores), pero indudablemen
te tendía a suponer que ésta formaba el núcleo central de los hechos
que concernían al historiador. Esto era historia en singular. Otros temas
podían, cuando eran tratados con erudición y m étodo, dar origen a di
versas historias, calificadas con epítetos descriptivos (constitucional,
económica, eclesiástica, cultural, historia del arte, de la ciencia o de la
filatelia, etcétera). Su conexión con el núcleo principal de la historia era
oscura o dejada de lado, a excepción de unas pocas y vagas especulacio
nes acerca del Zeitgeist de las que los historiadores profesionales prefe
rían abstenerse.
En el plano filosófico y metodológico, los historiadores académicos
tendieron a demostrar una inocencia igualmente notable. Es verdad que
los resultados de esta inocencia coincidieron con lo que en las ciencias
naturales era una m etodología consciente, aunque discutible, a la que a
grandes rasgos podemos llamar positivismo, pero es de dudar que m u
chos historiadores académicos (a excepción de los países latinos) fuesen
conscientes de que eran positivistas. En la m ayoría de los casos eran
simplemente señores que, lo mismo que aceptaban una materia dada
(por ejemplo, la historia político-militar-diplomática) y un área geográ
fica dada (por ejemplo, la Europa occidental y central) como lo más
importante, también aceptaban, entre otras idées recues, las del pensa
miento científico divulgado, p o t ejemplo la de que las hipótesis surgen
automáticamente del estudio de los “hechos” ; la de que la explicación
consiste en una serie de encadenamientos de causa y efecto; los concep
tos de deterninism o, evolución, etcétera. Suponían que, lo mismo que
la erudición científica podía establecer el texto definitivo y la sucesión
de los documentos que ellos publicaban en series elaboradas e inestima
bles de volúmenes, así también establecería la verdad definitiva de la
historia. La Cambridge M odem History de lord Acton fue un ejemplo
tardío, pero típico, de tales creencias.
Por lo tanto, incluso para el modesto nivel alcanzado por las cien
cias humanas y sociales del siglo XDC, la historia fue una disciplina ex
tremadamente, casi se podría decir que deliberadamente, atrasada. Sus
82
aportaciones a la comprensión de la sociedad hum ana pasada y presente
fueron insignificantes y accidentales. Puesto que la comprensión de la
sociedad exige una comprensión de la historia, más pronto o más tardé
tenían que ser halladas formas de exploración del pasado humano más
fructíferas y que constituyesen una alternativa. El tem a de este ensayo
es la contribución del marxismo a esta búsqueda.
Cien años después de Ranke, Amaldo Momigliano resumió los cam
bios ocurridos en la historiografía en cuatro apartados.1
1. La historia política y religiosa había declinado fuertemente,
mientras que “las historias nacionales resultan desfasadas” . Como con
trapartida se había producido un notable giro hacia la historia socio
económica.
2. Ya no resultaba habitual, ni desde luego fácil, utilizar “ ideas”
como explicación de la historia.
3. Las interpretaciones predominantes se planteaban ahora “ en fun
ción de las fuerzas sociales” , aunque esto suscitó de forma más aguda
que en tiempos de Ranke la cuestión de la relación entre la explotación
de los hechos históricos y la explicación de las acciones individuales.
4. Se había vuelto difícil ahora (1954) hablar de progreso e incluso
de desarrollo significativo de los hechos en una dirección determinada.
La última de las observaciones de Momigliano —y lo citamos como
constatador del estado de la historiografía más que como analizador-
probablemente era más apropiada para los años cincuenta que para las
décadas anteriores o posteriores, pero las otras tres observaciones repre
sentaban claramente viejas y constantes tendencias en el movimiento
antirrankeano desarrollado en historia. Ya en 1910 se observó2 que des
de mediados del siglo XIX se había intentado en historia sustituir un
sistema idealista por otro materialista, con lo cual se fue a un declina-
miento de la historia política y al desarrollo de la historia “ económica o
sociológica” , sin duda bajo el estímulo cada vez más apremiante del
“problema social” que “predom inó” en la historiografía de la segunda
mitad de dicho siglo.3 Evidentemente, conquistar las fortalezas de las
facultades universitarias y las escuelas de archiveros llevó bastante más
tiempo de lo que los entusiastas escritores de enciclopedias supusieron.
En 1914, las fuerzas atacantes habían ocupado poco más que las defen
sas exteriores de la “historia económica” y de la sociología orientada
83
históricamente, y los defensores no se vieron obligados a una retirada
total —aunque de ningún m odo conservaban sus posiciones—hasta des
pués de .la Segunda Guerra Mundial.4 No obstante, no hay duda del
carácter general y del éxito del movimiento antirrankeano.
La primera cuestión que se nos plantea es en qué medida se ha de
bido a la influencia marxista esta nueva orientación. La segunda cues
tión es en qué forma continúa contribuyendo la influencia marxista a
dicha orientación.
No puede existir duda alguna de que la influencia del marxismo
fue muy considerable desde el principio. Hablando en términos genera
les, la otra y única escuela o corriente de pensamiento que aspiró a la
reconstrucción de la historia y ejerció influencia en el siglo XIX, fue el
positivismo (ya se escriba con P minúscula o mayúscula). El positivismo,
hijo tardío de la Ilustración del siglo XVIII, habría ganado nuestra
admiración en el siglo XIX. Su m ayor contribución a la historia fue la
introducción de conceptos, m étodos y modelos de las ciencias naturales
en la investigación de la sociedad, y la aplicación a la historia de tales
aportaciones de las ciencias naturales, en la medida en que parecía con
veniente. Estos logros no eran despreciables, pero sí limitados, tanto
más cuanto que lo más parecido a un modelo de cambio histórico, una
teoría de la evolución calcada de la biología o la geología, y que a partir
de 1859 obtuvo del darwinismo estímulo y ejemplo, sólo es una guía
muy tosca e inadecuada para la historia. Por consiguiente, los historia
dores inspirados por Comte o Spencer han sido pocos, y, como es el
caso de Buckle o incluso de los más importantes, Taine o Lamprecht, su
influencia en la historiografía fue limitada y temporal. La debilidad del
positivismo (o Positivismo) fue que, a pesar de la convicción de Comte
de que la sociología era la más elevada de las ciencias, tenía poco qué
decir acerca de los fenómenos que caracterizan a la sociedad humana,
en calidad de diferentes de los que podían derivarse directamente de la
influencia de factores no sociales o estar formados según el modelo de
las ciencias naturales. La visión que el positivismo tenía del carácter hu
mano de la historia era especulativa, cuando no metafísica.
Por lo tanto, el m ayor ím petu para la transformación de la historia
provino de las ciencias sociales orientadas históricamente (por ejemplo,
la escuela histórica de econom ía alemana), pero especialmente de Marx,
84
cuya influencia se consideró tan grande que se le atribuyó el mérito de
logros de los que él no pretendió haber sido el autor. El materialismo
histórico fue descrito habitualmente —a veces incluso por marxistas—
como “ determinismo económico” . Además de rechazar esta frase, Marx
desde luego habría negado también que él hubiera sido el primero en
acentuar la importancia de la base económica del desarrollo histórico, o
en describir la historia de la humanidad como la de una sucesión de
sistemas socioeconómicos. Desde luego negó poseer la primacía de la
introducción de los conceptos de clase y de lucha de clases en la histo
ria, pero fue en vano. En la Enciclopedia italiana se afirma que “Marx
ha introdotto nella storiografia il concetto di classe”.
No es el propósito de este ensayo trazar la contribución específica
de la influencia marxista a la transformación de la historiografía m o
derna. Evidentemente, difirió de un país a otro. Así, en Francia fue
relativamente pequeña, al menos hasta después de la Segunda Guerra
Mundial, a causa de la penetración notablem ente tardía y lenta de las
ideas marxistas en todos los campos de la vida intelectual de ese país.5
Aunque en los años veinte penetraron en cierta medida influencias mar
xistas en el campo sumamente político de la historiografía de la Revolu
ción Francesa —pero, como lo demuestra la obra de Jaurés y Georges
Lefebvre, en combinación con ideas sacadas de las tradiciones nativas de
pensamiento—, la m ayor reorientación de los historiadores franceses fue
dirigida por la escuela de los A m ales, que desde lugeo no necesitó que
Marx atrajese su atención sobre las dimensiones económicas y sociales
de la historia (sin embargo, es tan fuerte la identificación popular del
interés por tales temas con el marxismo, que no hace m ucho6 el Times
Literary Supplem ent ha situado incluso a Fem and Braudel bajo la in
fluencia de Marx). Inversamente, hay países de Asia o Latinoamérica en
los que la transformación, cuando no la creación, de la historiografía
moderna casi se puede identificar con la penetración del marxismo. En
tanto que se acepte que, hablando en términos globales, la influencia
marxista fue considerable, no necesitamos proseguir más allá el tema en
el presente contexto.
Hemos planteado el tema, no tanto para establecer el hecho de que
la influencia marxista ha desempeñado un im portante papel en la m o
dernización de la historiografía, como para ilustrar la mayor dificultad
en establecer su contribución precisa. Porque, como hemos visto, la
85
influencia marxista entre los historiadores ha sido identificada con unas
pocas ideas relativamente simples, si bien poderosas, que de un modo u
otro han sido asociadas con Marx y los movimientos inspirados por su
pensamiento, pero que en absoluto son marxistas necesariamente, o que,
en la forma en que han influido más, no son necesariamente representa
tivas del pensamiento maduro de Marx. Llamaremos a este tipo de in
fluencia “marxista-vulgar” y el m ayor problema de análisis consiste en
separar el componente marxista-vulgar del componente marxista en el
análisis histórico.
Para dar algunos ejemplos: parece claro que “el marxismo-vulgar”
abarcaba en lo sustancial los siguientes elementos:
1. La “interpretación económica de la historia” , es decir, la creen
cia de que “el factor económico es el factor fundamental del que depen
den los demás” (para usar la frase de R. Stammler); y más concretamen
te, del que dependían los fenómenos que hasta entonces se había consi
derado que no tenían mucha relación con los temas económicos.
2. El modelo de “ base y superestructura” (usado más ampliamente
para explicar la historia de las ideas). A pesar de las propias advertencias
de Marx y Engels, y de las sofisticadas observaciones de algunos marxis
tas de la primera generación como Labriola, este modelo fue interpreta
do usualmente como una simple relación de dominio y dependencia
entre la “base económica” y la “ superestructura” ¡mediada a lo sumo por
3. “Intereses de clase y lucha de clases” . Uno tiene la impresión de
que un cierto número de historiadores marxistas-vulgares no leyeron
mucho más allá de la primera página del Manifiesto comunista, y de la
frase de que “la historia (escrita) de todas las sociedades existentes has
ta ahora es la historia de la lucha de clases” .
4. “Las leyes históricas y la inevitabilidad histórica” . Se creyó, co
rrectamente, que Marx insitía en un desarrollo sistemático y necgf io
de la sociedad hum ana en la historia, del que lo contingente t
excluido en su mayor parte, en todo caso a nivel de la generali
sobre movimientos de larga duración. De aquí la constante preocupa
de los escritores marxistas de historia de la primera generación por ¿· ■
blemas como el papel del individuo o del accidente en historia. Por
lado, esto podía ser interpretado, y en gran parte lo fue, como una regu
laridad rígida e impuesta, por ejemplo en la sucesión de las formaciones
socioeconómicas, o incluso como un determinismo mecánico que algu
ñas veces equivalió a sugerir que no existían alternativas de ningún tip'
en la historia.
86
5. Temas específicos de investigación histórica derivados del interés
del propio Marx, por ejemplo por la historia del desarrollo y la indus
trialización capitalistas, pero a veces derivados también de observacio
nes más o menos casuales.
6. Temas específicos de investigación derivados no tanto del inte
rés de Marx, como del interés de los movimientos relacionados con su
teoría, por las agitaciones de las clases oprimidas (campesinos, obreros)*
por ejemplo, o por las revoluciones.
7. Diversas observaciones acerca de la naturaleza y los límites de la
historiografía, que se derivaban principalmente del 2o. apartado, y ser
vían para explicar los motivos y métodos de historiadores que pretendían
no ser otra cosa que perseguidores imparciales de la verdad, y se enorgu
llecían de establecer simplemente “wie as eigenthicb gewesen”.
Resulta evidente en seguida que estos elementos representaban, en
el mejor de los casos, una selección de los puntos de vista de Marx sobre
la historia, y en el peor de los casos (como ocurre bastante a menudo en
Kautsky) una asimilación de los mismos por puntos de vista contem po
ráneos no marxistas —por ejemplo, evolucionistas y positivistas—. Tam
bién resulta evidente que algunos apartados no representaban a Marx en
absoluto, sino el tipo de preocupaciones que serían desarrollados de for
ma natural por todo historiador relacionado con los movimientos popu
lares, obreros y revolucionarios, y que también habrían sido desarrolla
dos sin la intervención de Marx, por ejemplo la preocupación por los
primeros ejemplos de la lucha social y de la ideología socialista. Así, en
el caso de la temprana monografía de Kautsky sobre Thomas Moore, no
hay nada específicamente marxista en la elección del tem a y su trata
miento es “marxista-vulgar” .
Sin embargo esta selección de elementos de, o relacionados con, el
marxismo, no fue arbitraria. Los puntos 1, 4 y 7 del breve examen del
p Tismo vulgar que he hecho arriba, representaban cargas concentradas
<plosivo intelectual, encaminadas a hacer estallar partes cruciales de
rtificaciones de la historia tradicional, y como tales eran inmensa-
íite poderosas. Quizá más poderosas de \o que lo habrían sido vetsio-
menos simplificadas del materialismo histórico, y desde luego lo
-tanre poderosas, en su capaccüka'<& /¿ygfrZ’j'Ú Z f/j’
yj&mces oscuros, como para mantener satisfechos a los historiadores
por un tiempo considerable. Es difícil reproducir el asombro sentido a
finales del siglo XIX por un especialista de las ciencias sociales inteligen
te e ilustrado, al encontrarse con las siguientes observaciones marxistas
acerca del pasado: “ Que la propia Reforma es atribuida a una causa eco
87
nómica, que la duración de la Guerra de los treinta años se debió a cau
sas económicas, las Cruzadas al hambre feudal de las tierras, la evolución
de la familia a causas económicas, y que la visión de Descartes de los
animales como máquinas puede ser relacionada con el desarrollo del
sistema manufacturero” .7 Con todo, aquellos de nosotros que recorda
mos nuestros primeros encuentros con el materialismo histórico aún po
demos atestiguar la inmensa fuerza liberadora de tales sencillos descu
brimientos. Sin embargo, si de esta forrtia fue natural, y quizás necesa
rio, para el impacto inicial del marxismo, que éste adoptase una forma
simplificada, la presente selección de elementos de Marx también repre
sentó una selección histórica. Así, unas pocas observaciones de Marx en
El capital acerca de la relación entre protestantism o y capitalismo, in
fluyeron enormemente, presumiblemente porque el problema de la base
social de la ideología en general, y de la naturaleza de las ortodoxias
religiosas en particular, era un tem a de un interés inmediato e intenso.8
Por otra parte, algunas de las obras en las que el propio Marx se acercó
más al trabajo propiamente de historiador, por ejemplo el magnífico
Dieciocho Brumario, no estimularon a los historiadores hasta mucho
más tarde ; probablemente porque los problemas sobre los que arrojaban
más luz, por ejemplo el de la conciencia de clase y el campesinado, pare
cían de un interés menos inmediato.
La mayor parte de lo que considerantos influencia marxista en his
toriografía ha sido en realidad marxista-vulgar en el sentido que hemos
descrito arriba. Consiste en la acentuación general de los factores econó
micos y sociales en historia, que ha predominado desde el fin de la Se
gunda Guerra Mundial en todos los países salvo en una m inoría (por
ejemplo, hasta hace poco Alemania occidental y los Estados Unidos), y
que continúa ganando terreno. Debemos repetir que esta tendencia,
aunque en lo fundamental es producto, sin duda, de la influencia mar
xista, no tiene ninguna conexión especial con el pensamiento de Marx.
El mayor impacto que las propias ideas específicas de Marx han tenido
en la historia y en las ciencias sociales en general, es casi con certeza el
de lá teoría de “base y superestructura” ; es decir, el de su modelo de
una sociedad compuesta de diferentes “ niveles” que se influyen mutua-
88
mente. La propia jerarquía de los niveles a form a de interacción de
Marx (en la medida en que éste la haya proporcionado)9 no ha sido
acogida muy ampliamente como una valiosa contribución, incluso por
no marxistas. El modelo específico de desarrollo histórico de Marx
-incluyendo el papel de los conflictos de clase, la sucesión de las forma
ciones socioeconómicas y el mecanismo de transición de una a otra—ha-
permanecido mucho más discutible, incluso en algunos casos entre mar
xistas. Sería conveniente que fuese debatido y, en particular, que se le
aplicase el criterio usual de verificación histórica. Es indudable que de
berían ser abandonadas algunas partes de él, que están basadas en prue
bas insuficientes o erróneas; por ejemplo, en el campo del estudio de las
sociedades orientales, donde Marx combina una profunda penetración
con presupuestos equivocados, como es el caso de la estabilidad interna
de algunas de esas sociedades. Sin embargo, la pretensión de este ensa
yo es que el valor principal de Marx para los historiadores se encuentra
hoy en sus afirmaciones sobre historia, en calidad de diferentes de sus
afirmaciones sobre la sociedad en general.
La influencia marxista (y marxista-vulgar) que ha sido más efectiva'
hasta ahora, forma parte de una tendencia general a transformar la his
toria en una de las ciencias sociales, una tendencia resistida por algunos
con más o menos sutileza, pero que, indudablemente, ha sido la tenden
cia predominante en el siglo XX. La m ayor contribución del marxismo,
es decir, de los intentos de asimilar el estudio de las ciencias sociales al de
las ciencias naturales, o el de las ciencias humanas al de las no humanas.
Esto implica el reconocimiento de las sociedades como sistemas de rela
ciones entre seres humanos, de las cuales son primarias para Marx las
relaciones establecidas con el propósito de la producción y la reproduc
ción. También implica el análisis de la estructura y del funcionamiento
de estos sistemas como entidades que se m antienen a sí mismas, tanto
en sus relaciones con el medio exterior - n o hum ano y h u m a n o -, como
en sus relaciones internas. El marxismo está lejos de ser la única teoría-
funcional-estructuralista de la sociedad, aunque tiene bastante derecho
a ser la primera de ellas, pero difiere de la m ayor parte de las demás por
dos razones. En primer lugar, insiste en una jerarquía de los fenómenos
sociales (por ejemplo, “ base” y “superestructura” ) y , en segundo lugar,
en la existencia de tensiones internas (“ contradicciones”) dentro de
9 Uno debe estar de acuerdo con L. Althusser en que su tratamiento de los ni
veles “superestructurales” quedó mucho más incompleto y cuestionable que
el de la “base” .
89
toda sociedad, que contrarrestan la tendencia del sistema a mantenerse
a sí mismo como una empresa en pleno funcionam iento.10
La importancia de estas peculiaridades del marxismo se encuentra
en el campo de la historia, porque son ellas las que le permiten explicar
a aquél —a diferencia de otros modelos funcional-estructuralistas de la
sociedad— por qué y cómo cambian y se transforman las sociedades; en
„otras palabras, los hechos de la evolución social.11 La fuerza inmensa de
Marx ha estado siempre en su insistencia en la existencia tanto de la
estructura social como de su historicidad, o en otras palabras, en su
dinámica interna de cambio. Hoy, cuando la existencia de los sistemas
sociales es aceptada de ordinario, pero a costa del análisis ahistórico,
cuando no antihistórico, de los mismos, el énfasis de Marx en la histo
ria, como una dimensión necesaria, es quizás más esencial que nunca.
Esto implica dos críticas específicas de las teorías que predominan
actualmente en las ciencias sociales.
La primera es la crítica del mecanismo que predomina en gran par
te de las ciencias sociales, especialmente en los Estados Unidos, y extrae
su fuerza tanto de la notable efectividad de los complejos modelos me-
canicistas en la fase actual del avance científico, como de la búsqueda
de métodos de consecución del cambio social que no impliquen una
revolución social. Uno puede añadir quizás que la abundancia de dinero
y de ciertas nuevas tecnologías, adecuadas para su empleo en el campo
soeial, que en la actualidad están a disposición de los países industriales
más ricos, hace que resulte muy atractivo para dichos países este tipo de
“ingeniería social” y las teorías en las que está basado. Tales teorías son
en lo esencial ejercicios de “ resolución de problemas” . Teóricamente,
son extraordinariamente primitivas, quizás más toscas que la m ayo
ría de las teorías correspondientes del siglo XIX. De este modo, m u
chos especialistas de las ciencias sociales, bien conscientemente o
bien de facto, reducen el proceso de la historia a un único paso de la
sociedad “ tradicional” a la “moderna” o “industrial” siendo definida
la “moderna” en función de los países industriales avanzados, o incluso
de los Estados Unidos de mediados del siglo XX, y la sociedad “ tradi
cional” como aquella que carece de “modernidad” . A efectos prácticos,
90
este grande y único paso puede ser subdividido en dos más pequeños,
tales como los de las etapas de crecimiento económico de Rostow. Estos
modelos eliminan la mayor parte de la historia para concentrarse en una
pequeña parte de ella, aunque hay que reconocer que vitalmente, y sim*
plifican enormemente los mecanismos del cambio histórico incluso en
este pequeño espacio de tiempo. Tales modelos afectan a los historiadores
sobre todo porque la dimensión y el prestigio de las ciencias sociales
que los desarrollan animan a los investigadores de la historia a emprender
proyectos que están influidos por dichos modelos. Es bastante evidente,
o debería serlo, que éstos no pueden proporcionar ningún modelo de
cambio histórico adecuado, pero su presente popularidad hace que re
sulte importante que los marxistas nos acordemos constantemente de
tal evidencia.
La segunda es la crítica de las teorías funcional-estructuralistas que,
si bien son mucho más sutiles, desde varios puntos de vista son más esté
riles incluso, ya que pueden negar totalm ente la historicidad, o transfor
marla en algo distinto. Tales concepciones son más influyentes incluso
dentro de la esfera de influencia del marxismo, porque parecen propor
cionar un medio de liberarla del evolucionismo característico del siglo
XIX, con el que tan a menudo estuvo combinado, aunque a costa de
privarla también del concepto de “progreso” que también fue caracte
rístico del pensamiento del siglo XIX, incluido el de Marx. ¿Pero por
qué deberíamos desear hacer esto?12 Desde luego, el propio Marx no
habría deseado hacerlo: ofreció dedicar E l capital a Darwin, y difícil-
mete habría estado en desacuerdo con la famosa frase de Engels grabada
en su tum ba, en la que lo elogiaba por haber descubierto las leyes de la
evolución en la historia humana, como había hecho Darwin en la natu
raleza orgánica (desde luego, Marx no habría deseado disociar el progre
so de la evolución, y en efecto, culpó explícitam ente a Darwin por con
vertir al primero en un subproducto meramente accidental del segun-
do).13
La cuestión fundamental en historia radica en cómo se desarrolló la
humanidad desde el más antiguo primate utilizador de utensilios hasta
nuestros días. Esto implica el descubrimiento de un mecanismo tanto
para la diferenciación de los diversos grupos sociales humanos cómo
para la transformación de un tipo de sociedad en otra, o la imposibili
91
dad de conseguirlo. En ciertos aspectos, que los marxistas y el sentido
común consideran como cruciales, tales como el control del hombre
sobre la naturaleza, implica desde luego un cambio o progreso unidirec
cional, por lo menos en un espacio de tiempo bastante largo. Siempre
que no supongamos que los mecanismos de tal desarrollo social son los
mismos o similares a los de la evolución biológica, no parece haber nin
guna razón de peso para no emplear el término “evolución” para él.
Desde luego, la argumentación es más que terminológica. Encubre
dos tipos de discrepancias: acerca del juicio de valor sobre diferentes tipos
de sociedades, o en otras palabras, acerca de la posibilidad de clasificar
las en algún tipo de orden jerárquico y acerca de los mecanismos de
cambio. Los funcional-estructuralistas han tendido a negarse a clasificar
las sociedades en “superiores” o “ inferiores” , en parte a causa de la gra
ta negativa de los especialistas en antropología social a aceptar la pre
tensión por parte de las sociedades “ civilizadas” de dirigir a las “ bárba
ras” a causa de su supuesta superioridad en la evolución social, y en par
te porque, según el criterio formal de función, no existe, en efecto, tal
jerarquía. Los esquimales resuelven los problemas de su existencia como
grupo social14 con tanto éxito, dentro de sus coordenadas, como los
habitantes blancos de Alaska; algunos estarían tentados a decir que con
más éxito. Bajo ciertas condiciones y bajo ciertos presupuestos, el pen
samiento mágico puede ser tan lógico, a su manera, como el pensamiento
científico, y tan adecuado como éste para el propósito que persigue. Y
así por añadidura. Estas observaciones son válidas, aunque no son muy
útiles, en tanto que el historiador, o cualquier otro especialista de las
cincias sociales, deseen explicar el contenido específico de un sistema
en lugar de su estructura general.15 Pero en todo caso son inaplicables a
la cuestión del cambio evolutivo, cuando no verdaderamente tautológi
cas. Las sociedades humanas deben ser capaces, si han de persistir, de
gobernarse con éxito, y por lo tanto todas las existentes deber ser ade
madas desde el punto de vista funcional; si no, se habrían extinguido,
;omo les ocurrió a los Shakers por falta de un sistema de procreación
14 En el sentido en que Lévi-Strauss habla de los sistemas de parentesco (u otros
mecanismos sociales) como de un “conjunto coordinado, cuya función es
asegurar la permanencia del grupo social” (Sol Tax, ed.,Anthropology Today,
1962, p. 343).
15 “ Sigue siendo verdad... incluso para una versión debidamente renovada del
análisis funcional, que su forma explicativa es más bien limitada; en particu
lar, no proporciona una explicación de por qué un caso concreto i, en vez de
algún equivalente funcional suyo, ocurre en un sistema s.” Cari Hempel, en
L. Gross, ed., Symposium on Social Theorv. 1959.
92
sexual o de reclutamiento del exterior. Comparar las sociedades respec
to a su sistema de relaciones internas entre sus miembros es, inevitable
mente, comparar igual con igual. Es al compararlas respecto a su capaci
dad de controlar la naturaleza exterior, cuando las diferencias saltan a la
vista.
La segunda discrepancia es más fundamental. La m ayor parte de las
versiones del análisis funcional-estructuralista son sincrónicas, y cuanto
más elaboradas y complejas son, más se reduen a la estática social, en la
que, si el tema interesa al pensador, se ha de introducir algún elemento
dinamizador.16 El que esto se pueda hacer satisfactoriamente o no, es
una cuestión debatida incluso entre los estructuralistas. Parece amplia-'
mente aceptado que no se puede emplear el m ism o análisis para explicar
a la vez la función y el cambio histórico. La cuestión en este punto no
es que sea incorrecto desarrollar modelos de análisis separados para lo
estático y lo dinámico, como los esquemas de Marx de reproducción
simple y ampliada, sino que la investigación histórica hace deseable para
estos modelos diferentes que estén conectados. El proceder más sencillo
para el estructuralista es omitir el cambio y dejar la historia para otros,
o incluso, como hicieron algunos de los primeros antropólogos sociales
británicos, negar virtualmente su relevancia. Sin embargo, puesto que el
cambio existe, el estructuralismo debe encontrar las formas de explicar
lo.
Mi sugerencia es que estas formas deben, o bien acercar el estructu
ralismo al marxismo, o bien llevarlo a una negación del cambio evoluti
vo. Me parece que esto último es lo que hace el enfoque de Lévi-Strauss
(y el de Althusser). En ellos, el cambio histórico se convierte simple-·
mente en la permutación y combinación de ciertos “elementos” (análo
gos, para citar a Lévi-Strauss, a los genes en genética), que, en un plazo
lo suficientemente largo, se puede esperar que se combinen en diferen
tes modelos y que agoten, si son lo suficientemente limitados, las posi
bles combinaciones.17 La historia es, como lo fue, el proceso de agotar
16 Como afirma Lévi-Strauss, al escribir sobre los modelos de parestesco, “ si
ningún factor externo estuviera afectando a este mecanismo, funcionaría in
definidamente, y la estructura social permanecería estática. Sin embargo, no
ocurre así; de aquí la necesidad de introducir en el modelo teórico nuevos
elementos que expliquen los cambios diacrónicos de la estructura” . Loe. cit.
p. 343.
17 Está claro, sin embargo, que es la naturaleza de este concepto de “ combina
ción” la que fundamenta la afirmación de que el marxismo no es un histo-
ricismo: ya que el concepto marxista de la historia reposa en el principio de
la variación de las formas de esta “ combinación” . Cfr. Lire le Capital, t. II,
p. 153 (hay traducción española, México, Siglo XXI.)
93
todas las variantes en una partida final de ajedrez. ¿Pero en qué orden?
Aquí la teoría no nos proporciona ninguna guía.
sin embargo éste es precisamente el problema específico de la evo
lución histórica. Es verdad, desde luego, que Marx concibió tal com
binación y recombinación de elementos o “ formas” , como subraya Al
thusser, y en éste, como en otros aspectos, fue un estructuralista avant
la lettre-, o, para ser más exactos, un pensador del cual un Lévi-Strauss
pudo extraer (según su propia admisión) al menos en parte, el término
estructuralista.18 Es importante no olvidar un aspecto del pensamiento
de Marx que indudablemente descuidaron las primeras tradiciones del
marxismo, con unas pocas excepciones (entre las cuales debemos incluir,
curiosamente, algunas de las aportaciones de los marxistas soviéticos en
el periodo de Stalin, aunque éstos no fueran totalm ente conscientes de
las implicaciones de lo que estaban haciendo). Aún es más importante
acordamos de que el análisis de los elementos y de sus posibles combi
naciones proporciona (como en genética) un saludable control de las
teorías evolucionistas, al establecer lo que es posible e imposible desde
el punto de vista teórico. También es posible —aunque esta cuestión
debe quedar abierta— que tal análisis podría proporcionar una mayor
precisión a la definición de los diversos “ niveles” sociales (base y super
estructura) y de sus relaciones, como sugiere Althusser.19 Lo que no
hace es explicar por qué la Gran Bretaña del siglo XX es un país muy
diferente de la Gran Bretaña del neolítico, o la sucesión de las forma
ciones socioeconómicas, o el mecanismo de las transiciones de una a
otra, o, para el caso, por qué Marx dedicó tanto tiempo de su vida a
responder a tales cuestiones.
Si han de ser contestadas tales cuestiones, son necesarias las dos
peculiaridades que distinguen al marxismo de otras teorías funcional-
estructuralistas: el modelo de niveles, de los que el de las relaciones
18 R. Bastide, ed., Sens et usage du terme structure dans les sciences sociales et
humaines, 1962, p. 143.
19 “Vemos, por lo tanto, que ciertas relaciones de producción suponen como
condición de su propia existencia, la existencia de una superestructura ju-
rídico-política e ideológica, y vemos por qué esta superestructura es necesa
riamente específica (...) vemos también que algunas otras relaciones de pro
ducción no requieren una superestructura política, sino solamente una super
estructura ideológica Gas sociedades sin clases). Vemos por fin que la natura
leza de las relaciones de producción consideradas, no solamente requiere o
no requiere tal o cual forma de superestructura, sino que fija igualmente el
grado de eficacia delegado a tal o cual nivel de la totalidad social”. Loe. cit.
p. 153.
94
sociales de producción es el principal, y la existencia de contradicciones
internas dentro de los sistemas, de las que el conflicto de clases es mera
mente un caso particular.
La jerarquía de niveles es necesaria para explicar por qué la historia
tiene una dirección. Es la creciente emancipación del hombre de la na
turaleza, y su creciente capacidad de controlarla, lo que hace a la histo
ria en su totalidad (aunque no cada área y periodo de ella) “ orientada e
irreversible” , para citar a Lévi-Strauss una vez más. Una jerarquía de
niveles que no surgiese de la base de las relaciones sociales de produc
ción no tendría necesariamente esta característica. Además, puesto que-
el proceso y el progreso del control del hombre sobre la naturaleza su
pone cambios no simplemente en las fuerzas de producción (por ejem
plo, nuevas técnicas) sino en las relaciones sociales de producción, im
plica un cierto orden en la sucesión de los sistemas socioeconómicos (no
implica la aceptación como sucesivas cronológicamente de la relación de
formaciones dada en el Prefacio a la Crítica de la economía política, de
las que Marx probablemente no creía que se sucediesen en el tiempo, y
aun menos implica una teoría de la evolución universal unilineal. Sin
embargo, sí que implica el no poder concebir que ciertos fenómenos
sociales aparezcan en la historia antes que otros, por ejemplo las eco
nomías que poseen la dicotom ía campo-ciudad, antes que las que care
cen de ella). Y por la misma razón implica que esta sucesión de sistemas
no pueda ser ordenada simplemente en una dimensión, tecnológica (tec-.
nologías inferiores precediendo a las superiores) o económica (Geldwirts-
chaft sucediendo a Naturalwirtschaft), sino que debe ser ordenada tam
bién en función de sus sistemas sociales.20 Porque es una característica
esencial del pensamiento histórico de Marx que no es ni “ sociólogo” ni
“ económico” , sino las dos cosas simultáneamente. Las relaciones soda-,
les de producción y reproducción (es decir, la organización social en su
sentido más amplio) y las fuerzas materiales de producción no pueden
ser separadas.
Dada esta “ orientación” del desarrollo histórico, las contradiccio
nes internas de los sistemas socioeconómicos proporcionan el mecanis
mo para el cambio, que se convierte en desarrollo (sin él, se podría sos-,
tener que aquéllas producirían meramente un fluctación cíclica, un pro-·
ceso sin fin de desestabilización y reestabilización; y, desde luego, los"
cambios que pudiesen surgir de los contactos y conflictos de diferentes
20- Desde luego, éstos pueden ser descritos, si nos parece útil, como diferentes
combinaciones de un número dado de elementos.
95
sociedades). La cuestión acerca de tales contradicciones internas es que
no pueden ser definidas simplemente como “ disfuncionales” , salvo en el
supuesto de que la estabilidad y la continuidad sean la norma, y el cam
bio la excepción; o incluso en el supuesto más ingenuo, frecuente en las
ciencias sociales vulgares, de que un sistema específico es el modelo al
que aspira todo cambio.21 Más bien se ha de considerar, como actual
mente se reconoce mucho más ampliamente que antes entre los especia
listas en antropología social, que es inadecuado un modelo estructural
que únicamente pretenda el mantenimiento de un sistema. Es la existen
cia simultánea de elementos estabilizadores y disolventes lo que tal mo
delo debe reflejar. Y es en esto en lo que se ha basado el modelo marxis-
ta (aunque no las versiones marxistas-vulgares de él).
Tal modelo dual (dialéctico) es difícil de establecer y usar, porque
en la práctica es grande la tentación de manejarlo, según el gusto o la
pcasión, o bien copio un modelo de funcionalismo estable o como un
modelo de cambio revolucionario; cuando lo interesante de él es que es
las dos cosas. Es igualmente im portante constatar que a veces las ten
siones internas pueden ser reabsorbidas en un modelo autoestabilizador
mediante su ajuste como estabilizadores funcionales y que otras veces
no pueden. El conflicto de clase puede ser regulado mediante una espe
cie de válvula de seguridad, como en tantas revueltas de plebeyos urba
nos en las ciudades preindustriales, o institucionalizado como “ rituales
de la rebelión” (para emplear la frase iluminadora de Max Gluckman)
o de otras formas; pero a veces no puede serlo. El Estado normalmente
legitimará el orden social mediante el control del conflicto de clases
dentro de un sistema estable de instituciones y valores, permaneciendo
ostensiblemente por encima y fuera de ellos (el rey remoto como “ fuen
te de justicia” ), y al hacer esto perpetuará una sociedad que de otra for-
jna se vería desgarrada por sus tensiones internas. En efecto, ésta es la
teoría marxista clásica del origen y función del Estado, tal como es
expuesta en E l origen de la familia. 22 Sin embargo hay situaciones en
las que pierde esta función y —incluso en las mentes de sus súbditos—
21 Se puede añadir que es de dudat que tales contradicciones puedan ser clasi
ficadas simplemente como “ conflictos” , aunque en tanto que concentremos
nuestra atención en los sistemas sociales como sistemas de relaciones entre
personas se puede esperar normalmente que aquéllas tom en la forma de con
flictos entre individuos y grupos o, más metafóricamente, entre sistemas de
valores, funciones, etcétera.
22 Que el Estado sea o no la única institución que desempeña esta función, ha
sido una cuestión que preocupó mucho a marxistas como Gramsci, pero que
no nos concierne a nosotros aquí necesariamente.
96
esta capacidad de legitimar y aparecer meramente como —para usar la
frase de Thomas M oore- una “conspiración del rico para su propio
beneficio” , cuando no lo hace como la causa directa de las miserias del
pobre. Esta naturaleza contradictoria del modelo puede ser oscurecida
al subrayar la existencia indudable de fenómenos separados en la socie
dad, q’ie representen la estabilidad regulada y la subversión: grupos
sociales'que, según se afirma, pueden ser integrados en la sociedad feu
dal, como el “ capital mercantil” , y grupos que no pueden serlo, como la
“burguesía industrial” ; o movimientos sociales que son puramente “ re
formistas” , y los que son conscientemente “ revolucionarios” . Pero aun
que tales separaciones existen, y cuando existen indican un cierto esta
dio del desarrollo de las contradicciones internas de la sociedad (que
para Marx no son exclusivamente las del conflicto de clases).23 Es igual
mente significativo que los mismos fenómenos puedan cambiar sus fun
ciones según la situación: movimientos para la restauración del viejo
orden regulador de la sociedad de clases, que se convierten (como algu
nos movimientos campesinos) en revoluciones sociales, partidos cons
cientemente revolucionarios que son absorbidos en el statu quo. 24
Por difícil que pueda ser, los especialistas de las ciencias sociales de
diversas ramas (incluyendo, como podemos observar, ecólogos del reino
animal, especialmente investigadores de la dinámica de la población y
del comportamiento social animal) han comenzado a considerar la cons
trucción de modelos de equilibrio basados en la tensión o en el conflic
to, y con ello han comenzado a acercarse al marxismo y a alejarse de los
viejos modelos de sociología que consideraban el problema del orden
como lógicamente prioritario al del cambio y subrayaban los elementos
integradores y normativos de la vida social. Al mismo tiempo, debemos^
admitir que el propio modelo de Marx debe hacerse más explícito de lo
que lo es en sus escritos, que puede requerir elaboración y desarrollo, y
97
que ciertos vestigios del positivismo del siglo XIX, más evidentes en las
formulaciones de Engels que en las del propio pensamiento de Marx,
deben ser suprimidos.
Así pues, quedan por resolver todavía los problemas históricos es
pecíficos de la naturaleza y sucesión de las formaciones socioeconómi
cas y los mecanismos de su desarrollo interno y de su interacción.
Estos son campos en los que la discusión ha sido intensa desde
Marx,25 y no menos en las pasadas décadas, y donde, en ciertos aspec
tos, ha sido más notable el avance sobre Marx.26 Aquí, también, los
análisis recientes han confirmado la brillantez y la profundidad del en
foque y la visión generales de Marx, aunque también han llamado la
atención sobre las lagunas existentes en el tratam iento de Marx, parti
cularmente de los periodos precapitalistas. Sin embargo estos temas
difícilmente pueden ser discutidos ni siquiera en la forma más superfi
cial, si no es desde el punto de vista del conocimiento histórico concre
to; es decir, que no pueden ser discutidos en el contexto del presente
ensayo. A falta de tal discusión, sólo puedo afirmar mi convicción de
que el enfoque de Marx es aún el único que nos permite explicar en
toda su amplitud la historia de la humanidad, y constituye el punto de
partida más fructífero para el debate moderno.
Nada de esto es especialmente nuevo, aunque algunos de los textos
que contienen las reflexiones más maduras de Marx sobre temas históri
cos no llegaron a estar a nuestra disposición hasta la década de los años
cincuenta, especialemente los Grundrisse de 1857-1858. Además, la dis
minución de las ventajas de la aplicación de los modelos marxistas-vul-
gares ha conducido en las últimas décadas a una sustancial complejidad
-de la historiografía marxista.27 En efecto, uno de los rasgos más carac
terísticos de la historiografía marxista occidental contemporánea es la
crítica de los esquemas mecánicos, simplistas, de tipo determinista eco
nómico. Sin embargo, independientemente de que los historiadores
98
marxistas hayan avanzado sustancialmente o no más allá de Marx, su
contribución adquiere una nueva importancia hoy, a causa de los cam
bios que se están produciendo en la actualidad en las ciencias sociales.
Mientras que la función más importante del materialismo histórico en la
primera mitad del siglo después de la muerte de Engels fue acercar la
historia a las ciencias sociales, aunque evitando las excesivas simplifica
ciones del positivismo, hoy se le plantea la rápida historización de las
ciencias sociales mismas. Privadas de toda ayuda por parte de la histo
riografía académica, éstas han comenzado a improvisar más cada vez,
aplicando sus propios procedimientos característicos al estudio pasado,
con resultados que a menudo son complejos desde el punto de vista
técnico, pero que, como se ha indicado, están basados en modelos de
cambio históricos más toscos, incluso, en algunos aspectos, que los del
siglo XIX.28 En este campo es grande el valor del materialismo histó
rico de Marx, aunque es natural que los especialistas de las ciencias
sociales orientados históricamente puedan sentir menos necesidad de
la insistencia de Marx en la importancia de los elementos económicos y
sociales en historia, que la que sintieron los historiadores de principio
del siglo XX; e inversamente, es posible que se encuentren más estimu
lados por aspectos de la teoría de Marx que no produjeron un gran im
pacto en los historiadores de las generaciones inmediatamente posterio
res a Marx.
Que esto explique o no la indudable im portancia en la actualidad
de las ideas marxistas en la discusión de ciertos campos de las ciencias
sociales orientadas históricamente, es otra cuestión.2^ La extraordinaria
importancia de los historiadores marxistas en la actualidad, o de los his
toriadores formados en la escuela marxista, se debe sin duda, en gran
parte, a la radicalización de los intelectuales y los estudiantes en la pasa
da década, al impacto de las revoluciones del Tercer Mundo, la desinte
gración de las ortodoxias marxistas opuestas al trabjo científico origi
nal, y también a un factor tan simple como la sucesión de las generacio
nes. Porque los marxistas que llegaron a publicar libros ampliamente
leídos y a ocupar puestos elevados de la vida académica en la década de
los cincuenta, a m enudo no eran otra cosa que los estudiantes radicali
99
zados de los años treinta o cuarenta, que alcanzaron la cúspide normal
de sus carreras. Sin embargo, puesto que celebramos el ciento cincuenta
aniversario del nacimiento de Marx y el centenario de E l capital, no
podemos dejar de observar —con satisfacción, si somos marxistas— la
coincidencia de una im portante influencia del marxismo en el campo
de la historiografía, y de un im portante núm ero de historiadores inspi
rados por Marx o que demuestran en sus obras los efectos de su forma
ción en escuelas marxistas.
100
LA PROSA
1
DE LA CONTRAINSURGENCIA
1. Agradezco a mis colegas del equipo editorial los comentarios al borrador ini
cial de este ensayo.
Nota: Para la lista de las abreviaturas utilizadas en las notas a pie de página de
este capítulo, véase p.90.
44 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
2. Los ejemplos son demasiado numerosos como para citarlos todos. Para algu-
nos de ellos véase MDS, pp. 46-49 sobre el dhing Rangpur; BC 54222: Metcalfe &
Blunt to Court of Directors (10 de abril de 1832), pp. 14-15 sobre la insurrección Ba-
rasat; W.W. Hunter, Annals of Rural Bengal, 7a edición, Londres, 1897, pp. 237-238 y
JP, 4 de octubre de 1855: «The Thacoor's Perwannah» para la hool Santal C. E. Buc-
kland, Bengal Under the Lieutenant-Governors, I, Calcuta, 1901, p. 192 para el «mo-
tín azul».
3. Ver, por ejemplo, MDS, pp. 579-580; Freedom Struggle in Uttar Pradesh, IV,
Lucknow, 1959, pp. 284-285, 549.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 45
II
4. J.C. Price, The Chuar Rebellion of 1799, p. cl. La edición que se ha utilizado
en este ensayo es la edición de A. Mitra (ed.), District Handbooks: Midnapur, Alipo-
re, 1953, Apéndice IV.
46 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
5
TEXTO 1
Estimado Mudge,
Hay una gran reunión de 4 o 5.000 santals en un lugar a unas 8
millas de aquí y tengo entendido que están bien armados con Ar
cos y flechas, Sables, Lanzas, etc., y parece que su intención es la de
atacar a todos los europeos, robarlos y asesinarlos. Se supone que la
causa es que uno de sus Dioses se ha encarnado y se ha aparecido
en algún lugar cerca de aquí, y que su intención es reinar como So
berano de toda esta parte de la India, y ha ordenado a los santal que
capturen y den muerte a todos los europeos y Nativos influyentes.
III
C = (a + b) I
= (a' + a") + (b' + b") II
1 2 1 2 3
= (a + a ) + a"+ b' + (b + b + b ) III
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 55
TERRIBLE MAGNÍFICO
Insurgentes campesinos
16. Selected Works of Mao Tse-tung, vol. I, Pekín, 1967, pp. 26-27. |Hay trad.
cust.: Obras escogidas de Mao 'Tse tung, Fundamentos, Madrid, 1974.
60 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
perturbación de la tranquilidad
pública lucha por un orden mejor
VI
19. Para la exposición de Roman Jakobson sobre este concepto clave, ver sus
Selected Writings, 2: Word and Language, La Haya y París, 1971, pp. 130-147 [Hay
trad. cast.: Obras selectas, Gredos, Madrid, 1988, 2 vol. Barthes desarrolla la noción
de cambios (shifters) de organización en su ensayo «Historical Discourse», pp. 146-
148. Todos los extractos citados en este párrafo han sido tomados de este ensayo, si
no se dice lo c o n t r a r i o .
64 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
VII
23. Se deduce de una nota de esta obra que fragmentos de ella fueron escritos
en 1866. La dedicatoria está fechada el 4 de marzo de 1868. Todas nuestras referen-
cias corresponden al capítulo IV de la séptima edición (Londres, 1897) a menos que
se indique de otra forma.
24. Barthes, Image Music Text p. 112.
68 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
VIII
Para empezar por el contexto, dos tercios del capítulo que cul
mina con la historia de la insurrección están dedicados a un relato
inaugural de lo que se puede denominar la historia natural de sus
protagonistas. Se trata de un ensayo etnográfico que habla de las
características físicas, lenguaje, tradiciones, mitos, religión, rituales,
hábitat, medio ambiente, prácticas de caza y agricultura, organiza
ción social y gobierno comunal de los santal de la región de Birb-
hum. Hay aquí muchos detalles que marcan el inicio del conflicto
como un choque de contrarios entre los nobles salvajes de las coli
nas y los malvados explotadores de las llanuras; referencias a su
dignidad personal («no se humillan como los hindúes rurales»; las
mujeres santal «desconocen los tímidos remilgos de las hembras
hindúes», etc.) que implican el contraste entre su supuesta reduc
ción a servidumbre por los prestamistas hindúes y su honestidad
25. Anon, «The Sonthal Rebellion», Calcutta Review, 1856, pp. 223-264; K.K.
Datta, «The Santal Insurrection of 1855-57», en Anti-British Plots and Movements
before 1857, Meerut, 1970, pp. 43-152.
LA PROSA DE LA CONTRA1NSURGENCIA 69
IX
X
¿Cómo es que incluso el discurso secundario de tono más libe-
ral es incapaz de liberarse del código de la contrainsurgencia? Con
todas las ventajas que tiene escribir en tercera persona y dirigirse
a un pasado distante, el funcionario convertido en historiador está
todavía lejos de ser imparcial allí donde están implicados los inte-
reses oficiales. Su simpatía por el sufrimiento de los campesinos y
su comprensión de lo que les incitaba a rebelarse, no le impide,
cuando llega la crisis, defender la causa de la ley y el orden y justi-
ficar el traspaso de la campaña contra la hool de manos civiles a
militares para poder sofocarla completa y rápidamente. Como se
ha visto más arriba, su simpatía por la rebelión estaba contrarres-
tada por su compromiso con los objetivos e intereses del régimen.
El discurso de la historia, apenas distinguible del político, acaba
por absorber los compromisos y objetivos de éste.
En esta afinidad con la política, la historiografía revela su ca-
rácter como una forma de conocimiento colonialista. Es decir, de-
riva directamente de ese conocimiento que la burguesía había uti-
lizado durante el período de su ascenso para interpretar el mundo
con el fin de dominarlo y establecer su hegemonía sobre las socie-
dades occidentales, pero que convirtió en un instrumento de opre-
sión nacional cuando empezó a ganarse "un lugar al sol". Fue así
como esa ciencia política, que había definido el ideal de ciudada-
nía para las naciones-estado europeas, fue usada en la India colo-
nial para establecer instituciones y articular leyes pensadas especí-
ficamente para crear una ciudadanía mitigada y de segunda clase.
La economía política que se había desarrollado en Europa como
una crítica del feudalismo se usó para promover un sistema de
tenencia de la tierra neo-feudal en la India. La historiografía tam-
bién se adaptó a las relaciones de poder bajo el Raj y fue utilizada
cada vez más para el servicio del estado.
Fue gracias a esta conexión, y a mucho talento para sostenerla,
que la literatura histórica sobre temas del período colonial tomó
Forma como un discurso muy codificado. Actuando dentro del
marco de una afirmación diversificada del dominio británico en el
74 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
XI
30. Anon, «The Sonthal Rebellion», pp. 238-241; Thornhill, Personal Adventu-
res, pp. 33-35; L.S.S. O'Malley, Bengal District Gazetteers: Pabna, Calcuta, 1923, p. 25;
Informe de la Comisión Nombrada en la India para investigar las Causas de los dis-
turbios que tuvieron lugar en 1875 en los Distritos Poona y Ahmednagar de la Presi-
dencia de Bombay, Londres, 1878, passim.
31. BC 54222:./C, 22 de noviembre de 1831 (no. 91). La cursiva es mía.
78 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
con esto cada uno tiene una perspectiva opuesta que contrasta acu-
sadamente con la del otro. Para Hunter se trata de la consolidación
del dominio británico basado en una administración reformada
que no incita a la revuelta por su fracaso para proteger a los adi-
vasis de los explotadores nativos, sino que los transforma en una
mano de obra abundante y movible empleada libremente y con
provecho por los terratenientes indios y por la "empresa Inglesa".
Para Ray el acontecimiento es «el precursor de la gran rebelión»
de 1857 y un eslabón vital en una lucha pertinaz del pueblo indio
en general, y de los campesinos y los trabajadores en particular,
contra sus opresores, tanto extranjeros como indígenas. La insu-
rrección armada de los santal, dice, ha mostrado un camino al pue-
blo indio. «Ese camino particular se ha convertido, gracias a la
gran rebelión de 1857, en la gran ruta de la lucha de la India por la
libertad. Una ruta que se extiende hasta el siglo xx. Los campesi-
35
nos indios están marchando por esta misma senda». Al introdu-
cir la hool en una perspectiva de lucha continuada de las masas ru-
rales el autor se basa en una tradición bien establecida de la
historiografía radical como lo muestra, por ejemplo, el siguiente
extracto de un panfleto que tuvo muchos lectores en los círculos
políticos de izquierda hace cerca de treinta años:
37. ABDULLA RUSUL, Saontal Bidrother Amar Kahini, Calcuta, 1954, p. 24.
82 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
XIII
38. Los ejemplos son demasiado numerosos como para citarlos todos en este
ensayo, pero para algunos de los ejemplos ver Mare Hapram ko Reak Katha, capítu-
lo 79, en A. Milra (ed.), DistrictHandbooks: Bankura, Calcuta, 1953.
39. Ver Apéndice:extracto2.
84 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
43. Anon, «The Sonthal Rebellion», pp. 243-244. Ray, Bharater Krishak-bidroha
O Ganatantrik Sangram, pp. 321- 322.
86 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
Los dos, Sidu y Kanu, sabían que el eslogan (dhwani) que po-
día tener el mayor efecto entre los atrasados santal era uno de ca-
rácter religioso. En consecuencia, para animar a los santal a la lu-
cha difundieron las palabras sobre la orden de Dios en favor de
lanzarse a la lucha. La historia inventada (kalpita) por ellos es
44
como sigue.
45. Ray, Bharater Baiplabik Samgramer Itihas, vol. I, Calcuta, 1970, p. 95. La
cursiva es mía. La frase en cursiva se lee como sigue en bengalí: «Eijanyo prayojan
hoiley jatirsvartheymithyarasroygrahankaritey hoibey».
46. Dhirendranath Baskay, Saontal Ganasamgramer Itihas, Calcula, 1976, p. 66.
88 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
XIV
48. Sunill Sen, Agrarian Struggle in Bengal, 1946-47, Nueva Delhi, 1972, p.49.
90 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS
ABREVIATURAS
APÉNDICE
Extracto 1
Extracto 2
Extracto 3
Extracto 4