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i.

aria I
Titulo original:

The Poverty o/ Theory or an Orrery o/ Errors, ea


POVERTY OF THEORY OTHER ESSAYS
Merlin Press, .l,ondres

Maqueta: C.orqz6n
78 e
0 1981 e a traducci6n caste na para Espaöa y Ainérica:
Editorial Critica, S. A., Pedr6 de la Creu, 58, Bar.celona..34

ISBN. 84-7423-160-4
T.)ep6sito legal: B. 36.245-1981

Impreso en Espana
1981, — (.k•äiicas Casanova, Barcelona -
Dejar el error sin refutaci6n equivale a esti-
mular la inmoralidad intelectual.

KARL MAR*

Los disc}pulos deben a sus maestros sdlo una


fe temporal y una suspensidn del propio iuicio
hasta tanto no han recibido instrucciÖn com-
pieta, pero no una dingisidfi absoluta un cau-
perpetuo de s," nge.nte
liverio ... flsi pues, deje-
mos que los graudes autores recibarg el tributo

que les corresponda, sin que el tienzpo, que es


el autor de 'odos Ios autores, se vea privado
del suyo, el cual consiste en avanzar ininterrunz-
pidamente en el descubrimiento de la verdad.

FRANCIS BA(J0N

La raz6n, o la justificacidz de todo 10 que ya


hemos conocido, no segt'iri siendo 14 misn:a
cuando conozcamos més cosas.

WILLIAM BLAKE
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÖN

Durante una a 10 largo de Inuchas décaclas» la concepciép


materialista cle .la historia —el
primer ret•afio incelecLual, en el tiern-
WfÄrx-y"Ér7gelsha venidQ creciendo segura de 3i misma.
Cotno pråctica intetectual Ilegacla a madurez («materialismo hist6ri-
c.o») es tal vez la disciplina m" r.obusta procedente de la tradicidn
marxista. Incluso durante el transcurso de mi Vida de historiaclor —y
en virtud de la obra de compatriotas mios— Ios avances han Sido
considerables, y uno hnbfa supuesto que se trataba cle avances en 10
que ataiie al conocimtento.
Esto no equivale a decir que este conocimiento sea finico, ni que
est.é stijeco «prueba» alguna de cientificismo positivista. Ni equivale
a
a suponer que el avance ha Sido linear y sin problemas. Se dan serios
(.lesacuerdos, y subsisten collipleios problemas no 5610 irresue!tos
Sino, en muchos cnsos, ape.nas desvelados. Es posible que el propio
éxit:o del materialisrno hist6rico coj•no pråctica haytl fomentad() un
alet.•argtuuieruo conceptual que esti desenc•adenando sobre
nuestr•as cabezas su inevitable vengaoz•a, Y esto es s;utruametlte proba-
ble en aque.llns pactes del de Labia inglesa donde una vigorosa

Este. ensayo es una Incervenci6n polémica y no hc crefd() necesario do-


eumtt)tat cada una de sus fifirmacione:;. ns eitas a Ins dos obras fundamenta-
lesde Althusser se haccn seg6n las eciiciones origina{es francesas siguientes
Pour Marx (P M), Maspevo, Paris, 1968, y Lire le Capital (LC), 2 vols., Maspe-
ro, Parf5* 1968. Las restantes obras cle Althusser se citan segün ediciones in-

glesas: Essays in self-criticism (Ensayos), New Left Books, Lont:lres, 1976; J..enin

philosophy (LF), New Left Boo}csJ l.,oncire.s, 197 1, Pol?tics and history (1)1-1)

New LcFt 13001<5, I -ont•lres, 1977. Entre paréntcsis van las usadns
para citaj.• cada obra. [Los titulos de los capff.ulos hotl de edicic3n caste-nana
N. del l.]
puesta en obra del materialismo hist6rico se ha efectuado en el mar-
co de una herencia discursiva «ernpirica» que viene reproducida por
fuertes tradiciones educativas y culturales.l
Toclo esto es posible, e incluso probable. Pero, aun asf, Ias cosas
no deben desorbitarse. Pues .10 que un fi16sofo con un trato s610
ocasional con el ejercici() dc la historia puede contemplar y, acto
seguido, menosprecxar con ferociclad cle gesto, motejåndolo de «em-
pirismo», puede que sea, en realidacl, el resul taclo de at•cluvas confron
taciones efectuadas tanto en el marco de forcejeos conceptuales (la

determinaci6n de las cuesc.iones apropiadas, Ia elaboraci6n de hip6-


tesis y la denuncia de contenidos ide016gicos en la historiograffa
preexistence) como en los intersticios del propio método hist6rico.
Y la historiografia marxista que ahora tiene una presencia interna-
cional ha contribuido significativamente no s610 a su propin •auto-
critica y a su macluraci6n (por vias teoréticas), sino también a im-
poner (mecliante repetidas controversias, una gran cantidad de tra-

bajo intelectual y algo de polémica) su presencia a historiogt•afia


ortodoxa: imponienclo su propia «problemåtica» (en el sentido que
le cla Althussel.•) la cle Marx----.- sobre {teas significativas de la

investigac.i6n hist6rica.
A1 estar metidos en esas confrontaciones, supongo que hemos cle„

jaAo de lado nuestras via; de abastecimienco Pues en el mo-


rnenCo en qi-I? en buenas condiciones para ulterio-
res avanceszfuim entinamente ataca os poaa retaguardta; y
no desde una retaguardia de mani lesta '(i burguesa», sino
desgle una ret.aguarciia que pretendia ser mis marxista que 1 arx.
Ios cuarteles generales de aouG¯ÆlFhTsser y e sus numerosos
5.ggüores se. lanz6 1.1n asali•o cesmedido contra e] «historicismo». Los
avances del materialisni6 Rist6Y1co, sni supuesto «conocimlento» han
descansado —-seqytfin resulta— sobre un pilar episternolégico endeble
y podrido (el «empirismo»); e.[l cuant.•o Althusser someti6 este pilar
a un severo anhlisis, se cay6 por 105 suelos; y el entero
taxnbale() y
ediåicio del materialismo hist6rico se deshizo en ruinas a su alrede-
dor. No s610 resulta c-.ll.le los seres humanos nunca han su
propia historia» en absoluto (y son s610 Träger o vectores de deter-

1. He tratado de distinguir «cmpiri.smo» de «lenguaje» empirico en v. The


peculiarities of the English»j Socialist Register (1965), pp. 336-337, publicado
de nuevo en The poverty o/ jbeory and other essays, Merlin, Londres, 1978.
minaciones estructurales), sino qye ademås se pone de manifesto que
la empresa del materialismo hist6rico —el logro Te conoclmiento

hisiorfcGZZÆ7Äd8¯desde -el¯Fnci- io una tarea mal planteada, pues-


to qug_la historia «real» es incognosci e y no puede declrse que
exista. Por decirlo con palabras cleülög cuyo me-
rito consiste en haber Ilevado la 16gica althusseriana hasta su propia
reducci6n al absurdo, historia esth condenada al empirismo por
la naturaleza de Sl.1 0b •eLG3P¯ero el empirismo, corno es no
es que una clesacreclit:a a manifestaci6n de la ideologfa burguesa:
a Ias pretensiones empiristas cle Ia pråctica hist6rica, el objeto
real de Ia historia es inaccesible al conocimiento». De ahi se si-

gue que:

El mancismo, como Ekfctica te6rica y. no gana nada


literatura hist6rica
ca. El es 10 carece de sent-idÖ -él

punto de vista cientffico, sino también desde e pölitääj.*

El proyecto al cuai se han dedicado muchas viclas durante gene.


raciones es presentado, pues, como una ilusi6n (si es «inocente») y
como algo peor (en caso contrario). Sin embargo, Ios materialistas
hist6ricos pertenecientes a Ini propia generaci6n han siclo remisos a
reconocer su abyecta orientaci6n. Siguen trabajando con sus viejos y
reprobables métodos, Algunos estån demasiado ocupados para haber
podido leer las denuncias formuladas contra ellos, pero Ios que 10
han becl'10 han reaccionado de dos maneras distintas, Muchos han
contemplado al con indiferencia, viendo en él una apa-
aclversa,rio
rici6n como de Otro mundo, una extravagancia propia de una moda
intelectu•al, que con el tiempo desaparecerå si ellos ci€rran los Ojos.

.Pueden acertar en el prirnero cle ambos supuestos —-en el de que el


«marxismo» intelectual sea una extravagancia intelectual—, pero no
por esta razc3n se clisipartf. Los histotiadores deberfan saber que las
extravagancias, c:uando son toleradas incluso halagadas y ali-

ment.adas- mostrar una influencia y una longevidad sor-


l)l.leclen

prendentes. (Después de toclo, para una mente racional la mayor


parte de la historia de las ideas es una historia de extravagancias.)

2. B. I-lindess y P Q. Hirst, Pre-capitalist modes o/ production, l,onclres»


1975, pp. 310, 312.
puest/,l en obra del materialismo hist6rico se ha efectuado en eL mar-
co de una herencra cliscursiva «empirica» que viene reproducida por
Fuertes tradiciones educativas y culturales.l
Todo esto es posible, e incluso probable. Pero, aun asi, [as cosas
no (leben desorbitarse. Pues [o que un fi16sofo con un traro s610
ocasional con el ejerccio cle la histotia puede contemplar y, acto
seguido, menospreciar con ferociclad de gesto, mocejåndolo de «em-
pirismo», puede que sea, en realic{acl, el resultadö de arduas confron-
taciones efectuadas Canto en marco de forcejeos conceptuales (Ia
el

determinaci6n de las cuestiones apropiaclas, la elakoraci6n de hip6-


tesis y la denuncia de concenidos ide016gicos en la historiograffa
preexistente) como en los intersticios Clel propio método hist6cico.
Y la historiograf.fa marxista que ahora tiene una presencia interna-
cional ha contribuido significacivamente no s610 a su propia auto-
critica y a su madutaci6n (pot vias sino también a im-
poner (mediante repetidas controversias, una gran cantidad de tra-

bajo intelectual y algo de polémica) su presencia a la historiograffa


ortodoxa: imponienclo su pt•opia «problelnåtica» (en el sentido que
le da Althusser) ——0 la de Marx sobre {reas significativas de la
investigaci6n hist6rica.
A1 estar metidos en esas confrontaciones» supongo que hemos de-
jaclo de lado nuestras vias de abastecimiento te61'ict). Pues en e! .mo-

mento en qi-tee estar en buena:; condiciones para ulterio-


res atacadü¯pzr la retaguardia; _ y
)eprinarnente
no Jesde una 'leü-nanologia
re_taguardia de I'lyani. sino
q.escl$ una ser mtås mar-Q7sta que
L)esde Jos cugrteles generales de y de sus numerosos
segui( ores se lanz6 un a¯saltØ esmtälido contra el Los
avances deÆ material}.srno -biscömc•o, stipuesco «conocinuentÖW hatl
descansado pilar epistelh016gico endeble
result-a. subce
y podr.ido «empirismo»); en cuarn:o Alti•uusser someti6 este pilar
(el

a un severo anåJisis, se tamba'}e6 y cay6 por los suelos; y el entero


edificio del mal:erialisrno hist.6cico se deshizo en ruinas a Sl,l alrede

dor. No s610 resulta que los seres humanos nt.lnca han «hecho su
propia historia» en absoluto (y son s610 Träger o vectores de deter-

1. Lle Eratadode discinguir «ernpirismo» de «lenguaje» empfrico en «The


peculiarities of 1965), pp. 336-337, publicado
che English», Socialist Register (

c.ie nue,ro en T be pover!y o/ theory and other essays, Merlin, I-nndres» 1978.
minaciones estructurales), sino qye ademås se pone de manifiesto que
la empresa del materialistno hist6rico —el logro¯vrc- gonocimiento
prigcipio una tarea maLplanÉeada» pnes-
to quel@ historia no puede
«real» es incognoscible y que
exista. Por con palabras deqos pÖs•éaatl5Üsserianos cuyo me-
decirlo
rito consiste en haber Ilevado la 16gica althusseriana hasta su propia
reducci6n al absurdo» «la historia esti condenada al empirismo por
.

la naturaleza de su objeto». PGrG el empirismo, corno es saXiQlö,- nö-


es Clie una desacreditada manifestaci6n de la icleologfa burguesa.'
«.Pese a las pretensiones empiristas de Ia pråcr.ica hist6rica, el Obieto
real de la historia es inaccesiblc al conocimiento». De ahi se si-

gue que:

EI marxismo, como eråctica te6cica y poLftica,


. no gana nada
literatura y IQ_ inyestlß',iéfdif
ca. El esvll(iin de carece de sentidÖÄdäde
p•unto de vista cientffico, sino también desde e

El proyecto al cual se han dedicado muchas vidas durante genes


raciones es presentado, puesJ como una ilusidn (si es «inocente») y
como algo peor (en caso contrario). Sin embargo, los materialistas
hist6ricos pertenecientes a mi propia generaci6n han Sido remisos a

reconocer su •abyecta orientaci6n. Siguen trabajando con sus Viejos y


reprobab(es mél.•odos. AlgLlnos esthn clemasiado ocupados para haber
podido leer Ins denuncias formuladas contra ellos, pero los que Jo
han hecho han reaccionado de dos maneras (listintas, han
concempl•cidö al aclversario con indiferencia, viendo en él l.tna apa-
ricion de ocro murido, una extravagancia propia cle una Inoda
intelecti.tal, Cll.te con e! tiempo desaparecerå si ellos ci€rran los Ojos,
.Pue(.len acertar en el primero de ambos —en el de que el

«marxismo» intelectuol sea una extravagancia inteleccual— pero no


pot esta raz6n se clisiparå. Las historiadoces cleberfan saber que las
extravagancias, cuand() son toleradas —e incluso halagadas y all,

mentadas-— pueden Inostrar una influencia y una longevidad sor-


prendentes. (Después de todo, para una mente racional [a mayor
parce de la historia de las ideas es una historia de extravagancias.)

2. B. Hindess y P. Q. Hirst, Precapitalist modes of production, Londrcs,


1975, pp. 312.
upunon, se ha materializado
firmemente en nna capa social determinada, .1a lumeeniTJtelectudidud
3
burguesa; se trata de aspirantes a incelectuales cuyå¯f67naci6n in-
telectuÄT -cTe¯ aficionados los c e.sarma ante absurdos evidences y dis-

EtaEs¯TIGs6ficos elementales, y (.a.lya inocencia en_la praclzca inte-


te17aÖa de. razonamiento
eG8ÖTäQTco conü que topan; y 7-un•qneses porque, muchos de
eToüL11sieran ser embargo
son ellos

el producto de, nna particulæt• «coyunl-ura» gye circuitos


entraa pråctica (canfÖGVos movi-
reales corno eFla segrggaci(Sn las
est.ruct.l.lras contem son suscep-
jor•äneas)) por [o Cl.ral

11131es cle efectuar inagiuarios psicoc ramas rä1Tuc10rlarios —en -jös


al OL'IQ en In ÅÆÖFci(6n de feroceuostt.lras
ver de- hecho recaen en una vie-a tradiciL3n
la cun a t•eol'la a . lusseuana estå hecha a
Ia medida. Miencras que sus antecesores intervenfan en la politica,
ellos tienden mis a menudo a apartarse cle ella, enc.errados y apri-
stonados en su propio drama r o a ser, como se ha dicho, «emigrados
interiores».4 Sin embargo, continåan ceniendo una importancia pric
tica considerable en el discurso inteleclual constructiva

de la izquierda y en reproducir conti.ntrarnente I'LL clivisi6n elicista

entre ceorfa y pråctica. Es posible que si sufrirrlos expeciencias Sl.lfi-

cie.ntemente duras se disipen tal vez las y que muchos


de sus adictos sean solicit-ados para un movimiento polftico e inte-
lectual serio. Pero ya es hora de que se empuje en esta direcci6n.
La Otra reacci6n entre los materialistas hist6ricos es rnås
censurable; es la de la complicidad. Echan un vist.azo hacia el mar-
xismo althusseriano y no 10 entienden del todo —y tarnpoco les
gusta 10 que entienden•- pero 10 aceptan, como «un» marxismo
entre otros. No debe esperarse que los filösofos entiendan la his
toria (ni la antropologia, la literatura o Ia sociologia), pero Althu.sser

3. Estoy en deuda por esta categorfa con mi amigo Rodney Hilton, aunquc
él no es responsable de [as maneras en que la uso.
4. Véase Hans Magnus Enzensberger, Raids and reconstructions, Pluto
Press, l..ondrcs, 1976. p 296; y a prop6sito de «nna forrna muy peligrosa de
exilio interior», Raymond Williams, «Notes on Marxism in Britain since 1945»,
New Left Review, 100 (noviembre 1976 - enero 1977), p. 92.
es un fi16sof.o que se dedica a 10 suyo. Y no cabe duda de que se ne-
cierto rigor conceptual; cal vez incluso se puedan pedir presv
tac.las porciones cle la teorfa («sobrecleterminaci6n», «instancias»). A1
fin y al cabo todos somos matxtstas. esta manera se negocia una
especie de compromiso t'äcito, aunque Ia mayor parte de negocia-
ci6n consiste en call.ar, y el conjunto de la negociaci6n consiste en
ceder terreno a Altbusser. J.)ues Althusser jamås ba ofrecido ningfin

tipo de cornprorniso; y no ciertamente al «historicismo», al «hurna-


nismo» y al «ernpirismo».
iisr.o es censurable porque revela una falta cie principios en el

catnpc.) de la teorfa. A1 thu.sser y ac61itos (.lesaffan, en su rneollo, c),

propio materialismo histori&o. No of.recen su modificacic3i1 sino su


proponen un teoricismo ahist6rico que, en
c,iinbio
un prinier examen, se revela ya a si mismÖcpm(). dC(.Srno
es (Tös Elelirntos, entonces) coexistir en el seno
de una sola tradicidn? IJna de dos: o bien en Ios tfi.lcimos •alios se
ha venido produciendo una mutaci6n muy extraordinaria den tro de
la tradici6n marxista, o esa cracliciön se est?f fragmentando en dos
—o mås— partes. Lo que estå amenazado e incluso rechazado de
manera actiV',b es la entera tradici6n cle anålisis hist6rico y )olftico

rnarxi.sta üGst•antivo, y su conocitniento acumifitlvo (a a vez


GlihTIGseriano es no
s610 _ug_idealismo, sino_élue ade.mås ciene muclidödé Ids- •alribL1ios de
una entonces 10 que esta a Iä
tradici6n marxista, eÄ-aGLRö¯de la raz6n misma.
II. UN NUEVO IDEALISMO MARXISTA

'Voy a ofrecer de entrada un Inaptl de hacia d6nde pretendo ir,

puesto que inevitablemente habrå ciertos desvios y cleberé volver a

veces sobre mis propios pasos. Dedicaré mi atenciÖn central a Alt-


husser —y a 10s textos criticos fotmacivos: Pour Marx y Lire le
Capital—, sin consumir ciempo en torno a su numerosa progenie. Es
cierco que muchos de éscos repudian a su Inaestro, y que Otros est',fn

influidos por él s610 en ciertas {reas de su pensamiento. Pero espero


que algu.lnos de mis razonamientos generales —ea particular sobre el
«empirismo» y el pueclan tomarse de tal modo que
se apliquen también a ellos. P ido excusas por esta preterici6n; pero
la Vida es cleJ.nasiado bceve ll)ara seguir, por ejer.np10) a y
f:lirst hasta cada uno de cubiles teuticisl:as•. 'Ilatnpoco entraré en
Itza contra adversarto ile nras Ian tz•.1G, quien
•—•-igual que Alchnsser-•-•- no logca entender las car.egor.ias bistöricas
(de clase, ideologia, etc.) empleadns por Marx. Tal vez en Otra oca-
si(3n. (QuecléJnonos por ahor.a con el Arist6celes del nuevo idealismo
mar* i5ta.
Voy a argumentar las siguient.es proposiciones y a examinarlas
una tras ocra. L) i-g_æistemelogfa althusseti.ana deriva de un tipo
limicado cle proceso acac.iémico de adquisici6n co"nocmuentos, y
care.ce de vafidez general. ± ) - En consecälencta,
- categorfa
(D Inodo de trataniiehl()) de la «experiencia» deja el

ser social en la conciet•jcia -cine falsee gon


la evic!encia eg inherence a la prodi.lccidn de conoci-
y a la propia pråctica de Marx, y QU" catga continuamente en
como «iclealistas» en Ta tradici6n
marxista. 3) confunde con el empirismo 10 que es el
particuiar,
necesario diålogo empiricm y en coherencia con ello tergiversa (de
las for.mas mis ingenuas) la pråctica del materialismo hist6r.ico. in-

cluyendo el ro io trabaio intelectual de Mgrx. 4) La critica resul-


rante del «historicismo» es en ciertos puntos idéntica a la critica

seialadamente antimarxista del historicismo (como la que vlene re-


presentada pot Popper), aunque sus autores infieran de ella conclu-
stones opuestas.
-La arøumentaci6n cle los puntos anteriores nos ocupaf',i bastante.
espacio en nuestro carnino. A continuaci6n propondré otras criticas:

5) El estruc.turalisrno de Althusser es un estructuralisrno eståcico,


que difiere del rnéL'0do bist6rico de Marx. 6) De a}'lf que el universo
conceptual de Althusser no tenga categorias adecuadas para explicar
la contradicci6n, el cambio o la lucha cle clases. 7) Estas debiliclades

cruciales explican por qué All-busser es Ilevado a rnantenerse silen-


CIOSO (o evasivo) respecto a otras categorfas importantes, como las
de «economfa» y «necesidacles», entre otras. 8) De ello se sigue que
Althusser (y su progenie) se ven incapaces de tracar, salvo de la
forma mås abstracta y te6rica, cuestiones referentes a los valores, a
la ct.llrura y también a fa teorfa politica.
Cuando est.as proposiciones elementales hayan Sido establecidas
(o «probaclos», corno dirfa Althusser), conternplar con dis-
tanciamiento la elaborada y soffstica est:ructura en su integridad.
Podremos incluso intencar Otro tipo de «lectura» de sus palabras.
Y .si no hernos quecl'ddo exhaustos, podremos planccar •algunas cues-
Liones de tipo discinto: dC6mo ba Ilegad() a producirsc csta frac-
tura extraordinaria en Ia tradici6n Inarxista? dC61no bay que entender
el estructuralismo althusseriano, no en su autoevaluaci6n como cien„

cia, sino en tanto que ideologia? dC,uräles han Sido las condiciones

especificas para la gé[lesis y maduraci6n de esta ideologia y para sm.l

l"äpicla clifusi6n en Occidente? Y dcuål es la significaci6n politica de


este deslnesurado araque contra el materialismo I-rist6cico?
Ill. MATERIAS PRIMAS DEL. CONOCIMIENTC)

1.11iC1() nit razonarnient(.) con una manific.st•a esvenraja. Poco.s e.s„

pect',fculos sertan rnas risibles que el poc historiac.lor in-

-por atia(.lidura y confeso ricas ernpiricas-


rcarando de aportar correcci6n epistern016gica a un r.iguroso li16sofo

parisiense
IF n cua.nto contempla el papel que l.•engc.) ante miJ Lile pacece per„
cilJir Ios vagos rostros de unu audiencia expecrante a duras penas
capaz de disirm.tlar su creciente iil.)ilQ. No pretenclo L.larlcs satisfac

retaci(3n entre el <€rnunclo real» y el «conocinniento», y pot' 10 ran to


no pueclo arriesgacme a somet:erlas a discusion.

Ciercamente, he tralatlö conu.)tenc.lerlas. A 10 largo de las pä,


ginas de Pour Marx, Ia cue.sti6n de c6mc.) estas «malerias pg.•icnas» del
mundo real Ilegan al laboratori() de la pråctica te6rica (para set pro-
cesaclas segén Ias Generalidades I, II y Ill) picle a gritos alguna res-
puesta. Pero la opo.ttuniclad (de Ia revelaci6n resulta obviada. A1
buscar lüego en Lire le Capitul nos enter.nmos, con crecierlce excita-
ci6E1, de que ahata, por fin, se (lari ona respuesta. En lugar de ella,

10 Cluc nos espera es un anticlimax. Primerameru•e debemos soportap


algo (le tedio y algo mis de exasperaciön ante Ia con1T)inaci6n ritual
efectuada contra «empirismo»; ni siquiera alguien carente de rigor
el

filos6fico puede dejar de subestirnar el l•recho de que Althpsser con-


funde e identifica continuamente el modo empirico (o las técnicas i

empiricas) de investigaci.6n con algo completamente clistinto, la cons.


trucci6n ideolögica empirisvzo, y cle que, él Jüislll()

simplifica la polémica caricatur1zandD incluso este y I

adscribiénclole, y err6neamente, procedimientos «esen-


cialist:as» de abstracci6n.l Pero al cabo del tiempo, despilés de cin-
cuenta ptfginas, Ilegarnos. ea qué? clecir, entonces, que
.

el Illecanisl.ü() de producci(Sn del efecto de conocimiento reside en el


que sosciene el juego de Ias formas de orclen en et dis
curso ciencifico de a demostraci611.» (L,CJ l, p. 83.) rrreinta y dos
palabras. Y luego, el silencio.
Si comprencio estas palabras, las considero desafortunadas. Por-
qnc se nos Iya I-techo recorrer tan largo c.amino s610 para que se
nos repit•c), ern tnos (listintos, la cues ri6n del c.omien.zo,
efectos (.ie conoc_irnien lyclj() forn•ra cle prirnas»
, s. sori ya acif.facto:; cle CLIlcuca, con o tnenos
ilnpureza ide016gica) obedieni:emente, tal como Jo picle «el discurso
cieurifica de Ja If..)ebo explicar lili objec:i6r.v, y en pct
Iner 10 (ni objeci61'1 no es.

No objet.o a que A (thusset no dé en eu•anro a una


entre el «real» y representaci6n conceptual. Es
de esperar que cualqnier garantf',l formal de este tipo sea Cle dudosa
eficacia incluso un Ineramer)te ocasional de I'd filosotfa

Irace pensar que tales garalllfas tienell un plazo de validez breve y


contienen Inucl•jas cl•äusulas en letra pequeöa que exoneran al valedor
(le credibi Iidad. 'Itampoco 01.)jeto que Althusser haya abandonadö
e! teciioso terren() de crat.ar de dilucidau- una correspondencia biunf-
voca entrc este 1.1 objeto nraterial «real» y la percepci6rl,
cién/sensaci(jn/concepto. Tal vez babu•fa sidD honesro •haber con
fesaclo esto, abandonaba tarnbién algunas cle
con franqueza que, con
las proposiciones Lenin en Materialismo y empiriocriticismo; pero
cle

poc la rnås insignificance silaba de Lenin profesa Althusser un temor.


religioso,2 Y sin duda podria habe.c confesaclo que, cambiar de te-
rreno, no escalya creanclo una moda filosdfica, sino que I'd estaba

guiendo.

1. Vé•ase Leszek Kolakowski, «Althusser's Marx», Socialist Register (1971),


«EI lector con un conociuniento elemental de la historia de
1211-125,
fl[050ffa en seguida que 10 que Althusser qniere decit con a empirismo
podria considerarse perfectamente como la teorfa aristotélica o tomista cle Ia
abstraccidn, pero que cl empirismo moderno —gue empez6 no con Locke sinn
por 10 menos con los nominalistas del siglo Xl v—- significa exacta merite
opnesto a esta idea».
S(510 tarde (I.F, p. 53) reconocj6 Althusser sotto voce que las cate-
gorias de I.,enin «podfan» haber estado "contaminadas por su referenc.ias
ristas (por ejernp10) la categorfa de reflejo)».

2. —U. P. THOMPSON
Uno se irnagina Clue, en Ios vieios tiempos, el. fi16sofo, crabajando
en su estuclio a la luz. de su lårnpara, punto en ct.rando Ilegaba a este

su razonamiento, dejaba su pluma y miraba a su alrededor en bosca


de un objeto Clel mundo real que interrogar, Muy fcecuent:emente este
objcto era el que estab',l mås a mano: su mesa escritorio. —de-
cia él- (iC6mo sé yo .que existes, y, si existes, c6mo se- que
ti'l

concepto, mesa, representa existencia real?» La mesa, sin pesta-


t:t.l

hear, cellexionarfa e interrogarfa a su vez al fi16sofo. Se trataba de


1.1n incercambio exigente, y, seguin cu•äl fueta cl vencedot en Ia con-
frontaci(3fl, el fi16sof() se consideratia a si misrno idealista o Lnate•
rialista. En todo caso, eso cabe suponer que ocurrfa• pot la frecuenci.a

con que aparecen las n.)esas. en carnbio, el fi16sofo interroga la

palabra: un artefact() lingüfsuco ya dado, con una génesis sociai


oscura y con una historia.
Y aqui empiezo a enconcrar elementos para mi objeci6n. En pri-

mer lugar, se trata de que Altbusser interroga demasiado brevernente


esta palabra (o esta prima» o este «efecto de conoc.irnien- !

to»). Existe sélo para ser elaboracla rnecliance Ja pråcr.ica ce6rica (Ge-
neralidad II) hasta alcanzar Irina conceptualizaci6n estructural o cono-
ci.miento concreto (Generalidad IT T) Alt.husser es can rudo con I'd

linguistica y con la sociologfa del conocimiento como con la historia i

o la antropologia. Su Inateria prirna (el objeto del conocinuent(.))


un •upo de material sin Vida y rnanejal)le, carcnLe tanto de i.

como de. energia propia, que. espera pgsivarnence ser I

hasta SLl conversidn evi conoci[lllenlo. Puec{e concener toscas itnpure• !

zas ideol(.3gicas, con certeza, pero éstas pueden set purgadas en e)

alajnbique de 10 prictsca teérica,


E,IÄ segundo 11.1k•ar, esta rnaceri$.l se presenta a si Lüisma
para ser procesacia corno un coniuni0 de acontecilnientos men tales
discretos («hechos», idees recue Y ) con•mnes)• tar.nbién se

presenca discreci6n, No
que qniera hacer chistes con las
e.s

dificultades rnuy sertas con que tropiezan los filc3sofos en esta {rea I

eptste.m016gica tan crucial. .Ptlcst.o que toclos los tropiezan


con ellas, debo creer que tales dificu] lades son reahnente inn-ler)sas.
.

Y, este nivel, no espct•o ai\aclir nada a SLl clarificac16n. Pero un


historiador perteneciente a la Lt-•adici61'i mat-xista est.'å autorizado para
un fi16sofo rnarxisfa qt.te. a
a Ios historiadoces taml)iérl les

atahen, cotic ianamcnte, en la formacj(3n de la conciencia


sociai y ias tensiones que se clan en st_l seno. Nuestra observacion
rararnente es singular: este objeto cle conocirnienfo, este aconteci-
mient0) este concepto elaboraclo. Es rnås frecuente que tengamos que
habérnoslas con mtlltiples datos empfricos, cuya interrelaci6n es Cier-
tamente un objeto de nuestra investigaci6n. O en caso de que aisle-

Inos et dato empfrico singular para su particularexamen, este dato


no permanece complacientemente inrn6vil como una mesa esperando
set interrogado: se retnueve, en el decurso temporal, ante nuestros

Ojos.
Estas remociones, estos acontecimiencos, si bien .forman parte
del «ser social)), parecen a menuclo acometel.• a la conciencia social
existente, asal tarla, chocar contra ella. Plantean nuevos problemas y,
sobre todo, clan continuarnente lugar a expertencta, categorfa que,
por imperfecta que pueda sec, es i.nclispensable para el historiador,
ya que jnclljye .10 respuesta mental y emocional, ya sea de un indi-
viduo o de un grupo social, a una pluralidad de acontecilüientos
relacionados entre sf o a mtnchas repetic.iones del mismo tipo de
ac.oncecimiento.
Tal vez pueda argüirse que la experiencia es verdaderamente una
fase del conocimiento de muy bajo nivel: que no puede clar lugar
sil'l(.) al mås grosero «sentido corndn», «materia prima» ideoldgica-
Inente contaminacla, apenas apta para entrar en el laboratorio de las
Generalid•ades L No creo que sea asi; al contrario, consideco qt.le la

suposici61'l de que esto sea asi es un error rnuy tfpico de ciertos in-
telectua[es aue suponen que seres humanos cot•rientes son es-
ttipidos. lin mi opini6n la verdacl es rnås matizada: .1a experiencia es

vhJicl'a1 y efectiva pero dentro de determinados; liLTLites; el campe.sino


«conoce» sus estacionesy el. roarlnero «conoce» sus mares, pero arnbos
pue.(ltll est.ur engaiiados en te.cnas la y xa

ooia.

bien, 10 que se nos plantea ahora en prilner plano no son


los limites de la experiencia, sino el Inodo de su acceso a nt.tes•tca

mente o cle su producci6n. La experiencia surge espontånearnence


el interior del ser social > pero no surge sin pensarnient.o; surge por-que
los Inombres y jas Inujeres (y no s610 los fi16sof.:os) son racioaales y
piensan acerca de 10 que les ocurre a ellos y a su mundo. Si optarnos
por emplear la iclea -—-de clificultosa intelecci6n---- de que el sec sa-

Cial determina la conciencia social, dC(5n10 c e )emos suponet ql.re


ocu.rre? Ciertament% no deberemos soponer que a un lado est'ä «el
ser», cotno basta rnateriaiiclad de I'd que ha Sido separacla coda idea
liclac], y que (da concienc:ia» (como idealidad al.)straccn) esti al o cro
lado. Porque no es posible imaginar tipo cle ser social con
independencia de sus coricepl.os organizadores y de sus expecta tivas,
ni tarnpoco el ser social podrfa reproc.lucirse a sf mismo ni siquiera
un solo dia sin pensamiento. Lo qne se c:llliere decir es que clentro
del ser social tienen •lugar cambios que clan .11]gar a experiencia l.'rans

. formacla: y esta experiencia es determ inanlc, c.•n el senticlo en (.11.1e

ejerce presiones sÖbre concienci:l social existefl plantea 111.1evas

I cuesliones y gran patte del Ill',lterial de base para IOS


eiercicios intelectuales nnas c •a Dorados. constLtaye
supue.starnente parte c e la Illat.•ena prurr,l 105
tos del discurso cic la l.')e he-Cho, algunos
los que clesarrollan intelecla.ta es han vtvi(. experiencr,i$
ellos mtsrnos,

La experiencia, pues, Ilega obedientemenle de Ia manera que


Althusser suoiere. I.JDO intuye que hay ahf una idea de conocilliien to
descolori(la. Alchusser no nos ha ofrecido una epistemologfa
que tome en consideraci6n los movimientos formativos reales de la

conciencia, sino mis bien Lina descripci6n de ciettos pcoceclimientos


propios de la Vida académica. I-ra abandonado el estudio alutnbraclo
por una limpara y ha roto cl diålogo con una Inuda mesa: ahora esti
cn el emplazamiento de la École Normale Supérieure. Los c.laros han
Ilegail()» obedienternenLe procesados por gracluaclos y ayudantes de
investigaci6n a un nivel cle desarrollo (.•onceptual bastante bajo (G l),

han Sido -interrogados y clasiirc.ados en categorias por un riguros•o


seininario de aspirantes a cateclcåticos (G II) y la G Ill esth a punt.o
de subir a la tribuna para pro.ponet• las conclusiones del conocin•lien•
to concreto.
Pero fuera del recinto universitari() se va desarro]lando sin in-

terrupci6n ot.ro tipo cle producci6n cle conocimiento. Admito que no


es siempre nn conocilniel')to rigurogo. No desesl•.imo los valores inte-
lectuales ni ignoro la dificulcacl de alc.anz,arlos. Pero debo recordar a

3. Asi se ha supnesto y se supone a6n en clertos sectores: los capitu-


Ios dc I'd obra de Raymond Williams, Marxism and literature, Oxford,
injciales
1977, son en cietro sentido una' polémica sostenida contra esta soposici6n.
4. Para los fines de la exposici6n en esLas p6ginas, deio de lado la cnes••
tién de las experiencias diferenciales de close (y las consiguicntes predisposicio-
nes ide016gicas). que examiL10 en Otro lugar.
un marxista que se han [•ormacl() y se siguen formancl() c.o-

al Inargen cle los procedimientos académicosa Y que en


la prueba de la pråctica éstos no I-ran Sido en absoluto despreciables.
I-Ian ayudado a los hombres y rnujercs a cultivar los carnpos» a
construir casas, a sosteuer organizac.iones sociales compl.icadas e
incluso, ocasionalrnente, a desaliar con ellcacia las conclusiones del
pensamiento académico.
Y esto no es todo afin. La explicaci6n de AIL•lhL1sser dej',l T.arnbién

faeca la irrupci6n del «rnunclo realm espontånea y nada


que. plant-ea a (os G.l(6sof.os cl.:testiones ain no articulac.las. T.:a e.x.pe

no espera discretamence a la puerca <.le sus c_le.spac.aos, a 11


del morne11Co en qne el (.lisc.urso cle la demos craci6n In

inviLar',i a La experiencia penetra sin Il',uual' a lit puerta, anuri


pasar.
cjando n•uterces, crisis de subs.istencias, ouerras de trincheras, J.)aro,
inlIaci6r.1, Hay gente que muere de hambre: Ios supervi-
qnentes inquieren sobre nuevas maneras de hacer funcionar el mer.-
caclo. Otros son encarcelados: en las cärceles meditan sobre nucvaG
maneras de establecer Ante experiencias generales de esta
las leyes.
clase, los Viejos sistemas conceptuales pueden derrambarse y nuevas

problemåticas pueden Ilegar a imponer su presencia. 'I'al presenta-


ci6n ilnperativa de los efectos cognoscitivos no autorizada en la

epistemologfa de Althusser, que e.s la de receptåct.llo,


rabricante que no se preocupa del Origen de sus materias primas con
tal que Jleguen a ticmpo a sus manos.
Lo que Althusser pasa por alto es el diälogo entre el ser social
y la conciencia social. Obviamente, este diälogo va en ambos senti-
(10s, Si el ser social no es una mesa inerte que no puede refutar a

un fildsof.o con sus patas, tampoco conclencia social es un recep-


t.•äculo de «reflejos» de esta mesa. Obviarnenl•e, la conciencia,
pas•ivo
bajo la forma que sea —como Lura no autoconscienre, como
como ciencia, como ley o como ideologia articulada ejerce a Sl.l

vez una acci6n retroactiva sobr.e el set: del mismo mod(.) CILIe el

ser es pensamiento es vivido; los seres humanos, dentro


pensado, el

de ciertos limites, pueden vivir las expectativas sociales o sexuales


que- las categorias conceptuales dominante.s les imponen.
I-labia Sido hab.itual entre los marxistas —e incluso en determi-
nados rnomentos se habfa crefclo que eso era una prioridad xnetodo-
lögica caracteristica y distintiva del marxismo— acentuar las pcesio-

nes deterrninantes del ser sobre la conciencva; pero en •afios recientes


una gran parte del «marxisrno occidental» habia invercido decidida
mente el peso respectivo c.e uno y Otro elemento en el diälogo a favor
de Ia dominaci6n ide016gica. Esta diffcil cuesti6n, que muchos de
nosotros a rnenudo hemos ab01.•clacIo» puec.le dejarse de Jado de mo-
mento; en todo caso, se trat',l de un problerna resoluble Illiis fecun-
(lamente median te el an;flisis hlst6rico y cultural que con pronucia-
rnientos te6ricos. Si he subrayado el primer miembro participance
de ese diälogo con preferencia al segund(), es porque Altlu.lsser no
t•iene casi nada clecn• prop6sico de él, y aclenufs se mega a aten-

der a las explicaciones cle Ios historiadores y an crop6]ogos que si

tienen que decir al respect(). Su si.lencio al respect() es a la vez un


silencio culpable y un silencio necesario para sus prop6sitos. Es con-
secuencia de su previa deter1ninaci(5n de cerrar a cal y canto Ia me-
nor abertura por la c.i.ral pueda penetrar el «empirismo»
4. LA CONTRIBUCION DE KARL MARX A LA
HISTORIOGRAFIA*
I

El siglo XIX, esa época de la civilización burguesa, tiene varios impor-'


tantes logros intelectuales en su haber, pero la disciplina académica de
la historia, que se desarrolló en ese periodo, no es uno de ellos. En efec­
to, en todo, salvo en las técnicas de investigación, dicho siglo marcó un
claro retroceso frente a los ensayos a menudo mal documentados, espe-'
culativos y excesivamente generales, en los que aquellos que fueron
testigos de la era más profundam ente revolucionaria —la época de la
Revolución Industrial y de la Revolución Francesa—, trataron de com ­
prender la transformación de las sociedades humanas. La historia acadé­
mica, inspirada por la enseñanza y el ejemplo de Leopold von Ranke y 1
difundida en revistas especializadas que se desarrollaron en la última
parte del siglo, estaba en lo cierto al oponerse a la generalización insufí-·
cientemente apoyada en hechos, o respaldada por hechos nada fidedig­
nos. Pero por otra parte, concentró todos sus esfuerzos en la tarea de-
establecer “los hechos” , con lo cual contribuyó poco a la historia, salvo'
:on una serie de criterios empíricos para interpretar cierto tipo de prue­
bas documentales (por ejemplo, documentos manuscritos de aconteci­
mientos que implican decisiones conscientes de individuos destaca­
dos) y con las técnicas auxiliares necesarias para este propósito.
Pocas veces comprendió la historia académica qi>e estos documen-
tos y procedimientos eran aplicables sólo a una serie limitada de fenó­
* Tomado de Ideología y ciencias sociales, Barcelona, Grjjalbo, 1977. Traduc­
ción de Enrique Ruiz Capilla.

81
menos históricos, porque, carente de sentido crítico, consideraba a cier­
tos fenómenos dignos de un estudio especial y a otros no. Así pues, no
se propueso centrarse en la “historia de los hechos” —en efecto, en al­
gunos países adoptó una clara tendencia institucional-^ pero su m eto­
dología se prestaba más fácilmente a la narrativa cronológica. De ningún
modo se limitó totalmente a la historia de las guerras, la política y la
diplomacia (o de los reyes, batallas y tratados, en la versión simplifica­
da, pero no desusual, enseñada por los profesores), pero indudablemen­
te tendía a suponer que ésta formaba el núcleo central de los hechos
que concernían al historiador. Esto era historia en singular. Otros temas
podían, cuando eran tratados con erudición y m étodo, dar origen a di­
versas historias, calificadas con epítetos descriptivos (constitucional,
económica, eclesiástica, cultural, historia del arte, de la ciencia o de la
filatelia, etcétera). Su conexión con el núcleo principal de la historia era
oscura o dejada de lado, a excepción de unas pocas y vagas especulacio­
nes acerca del Zeitgeist de las que los historiadores profesionales prefe­
rían abstenerse.
En el plano filosófico y metodológico, los historiadores académicos
tendieron a demostrar una inocencia igualmente notable. Es verdad que
los resultados de esta inocencia coincidieron con lo que en las ciencias
naturales era una m etodología consciente, aunque discutible, a la que a
grandes rasgos podemos llamar positivismo, pero es de dudar que m u­
chos historiadores académicos (a excepción de los países latinos) fuesen
conscientes de que eran positivistas. En la m ayoría de los casos eran
simplemente señores que, lo mismo que aceptaban una materia dada
(por ejemplo, la historia político-militar-diplomática) y un área geográ­
fica dada (por ejemplo, la Europa occidental y central) como lo más
importante, también aceptaban, entre otras idées recues, las del pensa­
miento científico divulgado, p o t ejemplo la de que las hipótesis surgen
automáticamente del estudio de los “hechos” ; la de que la explicación
consiste en una serie de encadenamientos de causa y efecto; los concep­
tos de deterninism o, evolución, etcétera. Suponían que, lo mismo que
la erudición científica podía establecer el texto definitivo y la sucesión
de los documentos que ellos publicaban en series elaboradas e inestima­
bles de volúmenes, así también establecería la verdad definitiva de la
historia. La Cambridge M odem History de lord Acton fue un ejemplo
tardío, pero típico, de tales creencias.
Por lo tanto, incluso para el modesto nivel alcanzado por las cien­
cias humanas y sociales del siglo XDC, la historia fue una disciplina ex­
tremadamente, casi se podría decir que deliberadamente, atrasada. Sus

82
aportaciones a la comprensión de la sociedad hum ana pasada y presente
fueron insignificantes y accidentales. Puesto que la comprensión de la
sociedad exige una comprensión de la historia, más pronto o más tardé
tenían que ser halladas formas de exploración del pasado humano más
fructíferas y que constituyesen una alternativa. El tem a de este ensayo
es la contribución del marxismo a esta búsqueda.
Cien años después de Ranke, Amaldo Momigliano resumió los cam­
bios ocurridos en la historiografía en cuatro apartados.1
1. La historia política y religiosa había declinado fuertemente,
mientras que “las historias nacionales resultan desfasadas” . Como con­
trapartida se había producido un notable giro hacia la historia socio­
económica.
2. Ya no resultaba habitual, ni desde luego fácil, utilizar “ ideas”
como explicación de la historia.
3. Las interpretaciones predominantes se planteaban ahora “ en fun­
ción de las fuerzas sociales” , aunque esto suscitó de forma más aguda
que en tiempos de Ranke la cuestión de la relación entre la explotación
de los hechos históricos y la explicación de las acciones individuales.
4. Se había vuelto difícil ahora (1954) hablar de progreso e incluso
de desarrollo significativo de los hechos en una dirección determinada.
La última de las observaciones de Momigliano —y lo citamos como
constatador del estado de la historiografía más que como analizador-
probablemente era más apropiada para los años cincuenta que para las
décadas anteriores o posteriores, pero las otras tres observaciones repre­
sentaban claramente viejas y constantes tendencias en el movimiento
antirrankeano desarrollado en historia. Ya en 1910 se observó2 que des­
de mediados del siglo XIX se había intentado en historia sustituir un
sistema idealista por otro materialista, con lo cual se fue a un declina-
miento de la historia política y al desarrollo de la historia “ económica o
sociológica” , sin duda bajo el estímulo cada vez más apremiante del
“problema social” que “predom inó” en la historiografía de la segunda
mitad de dicho siglo.3 Evidentemente, conquistar las fortalezas de las
facultades universitarias y las escuelas de archiveros llevó bastante más
tiempo de lo que los entusiastas escritores de enciclopedias supusieron.
En 1914, las fuerzas atacantes habían ocupado poco más que las defen­
sas exteriores de la “historia económica” y de la sociología orientada

1 “One Hundred Years after Ranke” , en Studies in Historiography, London


1966.
2 Encyclopaedia Britannica, li a . edición, artículo “History” .
3 Enciclopedia Italiana, articulo “ Storiografía” .

83
históricamente, y los defensores no se vieron obligados a una retirada
total —aunque de ningún m odo conservaban sus posiciones—hasta des­
pués de .la Segunda Guerra Mundial.4 No obstante, no hay duda del
carácter general y del éxito del movimiento antirrankeano.
La primera cuestión que se nos plantea es en qué medida se ha de­
bido a la influencia marxista esta nueva orientación. La segunda cues­
tión es en qué forma continúa contribuyendo la influencia marxista a
dicha orientación.
No puede existir duda alguna de que la influencia del marxismo
fue muy considerable desde el principio. Hablando en términos genera­
les, la otra y única escuela o corriente de pensamiento que aspiró a la
reconstrucción de la historia y ejerció influencia en el siglo XIX, fue el
positivismo (ya se escriba con P minúscula o mayúscula). El positivismo,
hijo tardío de la Ilustración del siglo XVIII, habría ganado nuestra
admiración en el siglo XIX. Su m ayor contribución a la historia fue la
introducción de conceptos, m étodos y modelos de las ciencias naturales
en la investigación de la sociedad, y la aplicación a la historia de tales
aportaciones de las ciencias naturales, en la medida en que parecía con­
veniente. Estos logros no eran despreciables, pero sí limitados, tanto
más cuanto que lo más parecido a un modelo de cambio histórico, una
teoría de la evolución calcada de la biología o la geología, y que a partir
de 1859 obtuvo del darwinismo estímulo y ejemplo, sólo es una guía
muy tosca e inadecuada para la historia. Por consiguiente, los historia­
dores inspirados por Comte o Spencer han sido pocos, y, como es el
caso de Buckle o incluso de los más importantes, Taine o Lamprecht, su
influencia en la historiografía fue limitada y temporal. La debilidad del
positivismo (o Positivismo) fue que, a pesar de la convicción de Comte
de que la sociología era la más elevada de las ciencias, tenía poco qué
decir acerca de los fenómenos que caracterizan a la sociedad humana,
en calidad de diferentes de los que podían derivarse directamente de la
influencia de factores no sociales o estar formados según el modelo de
las ciencias naturales. La visión que el positivismo tenía del carácter hu ­
mano de la historia era especulativa, cuando no metafísica.
Por lo tanto, el m ayor ím petu para la transformación de la historia
provino de las ciencias sociales orientadas históricamente (por ejemplo,
la escuela histórica de econom ía alemana), pero especialmente de Marx,

4 En efecto, durante varios años después de 1950, organizaron con bastante


éxito una contraofensiva, animados por el clima favorable de la guerra fría,
pero también, quizás, por la incapacidad, por parte de los innovadores, de
consolidar su avance inesperadamente rápido.

84
cuya influencia se consideró tan grande que se le atribuyó el mérito de
logros de los que él no pretendió haber sido el autor. El materialismo
histórico fue descrito habitualmente —a veces incluso por marxistas—
como “ determinismo económico” . Además de rechazar esta frase, Marx
desde luego habría negado también que él hubiera sido el primero en
acentuar la importancia de la base económica del desarrollo histórico, o
en describir la historia de la humanidad como la de una sucesión de
sistemas socioeconómicos. Desde luego negó poseer la primacía de la
introducción de los conceptos de clase y de lucha de clases en la histo­
ria, pero fue en vano. En la Enciclopedia italiana se afirma que “Marx
ha introdotto nella storiografia il concetto di classe”.
No es el propósito de este ensayo trazar la contribución específica
de la influencia marxista a la transformación de la historiografía m o­
derna. Evidentemente, difirió de un país a otro. Así, en Francia fue
relativamente pequeña, al menos hasta después de la Segunda Guerra
Mundial, a causa de la penetración notablem ente tardía y lenta de las
ideas marxistas en todos los campos de la vida intelectual de ese país.5
Aunque en los años veinte penetraron en cierta medida influencias mar­
xistas en el campo sumamente político de la historiografía de la Revolu­
ción Francesa —pero, como lo demuestra la obra de Jaurés y Georges
Lefebvre, en combinación con ideas sacadas de las tradiciones nativas de
pensamiento—, la m ayor reorientación de los historiadores franceses fue
dirigida por la escuela de los A m ales, que desde lugeo no necesitó que
Marx atrajese su atención sobre las dimensiones económicas y sociales
de la historia (sin embargo, es tan fuerte la identificación popular del
interés por tales temas con el marxismo, que no hace m ucho6 el Times
Literary Supplem ent ha situado incluso a Fem and Braudel bajo la in­
fluencia de Marx). Inversamente, hay países de Asia o Latinoamérica en
los que la transformación, cuando no la creación, de la historiografía
moderna casi se puede identificar con la penetración del marxismo. En
tanto que se acepte que, hablando en términos globales, la influencia
marxista fue considerable, no necesitamos proseguir más allá el tema en
el presente contexto.
Hemos planteado el tema, no tanto para establecer el hecho de que
la influencia marxista ha desempeñado un im portante papel en la m o­
dernización de la historiografía, como para ilustrar la mayor dificultad
en establecer su contribución precisa. Porque, como hemos visto, la

5 Cfr. George Lichtheim, Marxism in M odem France, 1966.


6 15 de febrero de 1968.

85
influencia marxista entre los historiadores ha sido identificada con unas
pocas ideas relativamente simples, si bien poderosas, que de un modo u
otro han sido asociadas con Marx y los movimientos inspirados por su
pensamiento, pero que en absoluto son marxistas necesariamente, o que,
en la forma en que han influido más, no son necesariamente representa­
tivas del pensamiento maduro de Marx. Llamaremos a este tipo de in­
fluencia “marxista-vulgar” y el m ayor problema de análisis consiste en
separar el componente marxista-vulgar del componente marxista en el
análisis histórico.
Para dar algunos ejemplos: parece claro que “el marxismo-vulgar”
abarcaba en lo sustancial los siguientes elementos:
1. La “interpretación económica de la historia” , es decir, la creen­
cia de que “el factor económico es el factor fundamental del que depen­
den los demás” (para usar la frase de R. Stammler); y más concretamen­
te, del que dependían los fenómenos que hasta entonces se había consi­
derado que no tenían mucha relación con los temas económicos.
2. El modelo de “ base y superestructura” (usado más ampliamente
para explicar la historia de las ideas). A pesar de las propias advertencias
de Marx y Engels, y de las sofisticadas observaciones de algunos marxis­
tas de la primera generación como Labriola, este modelo fue interpreta­
do usualmente como una simple relación de dominio y dependencia
entre la “base económica” y la “ superestructura” ¡mediada a lo sumo por
3. “Intereses de clase y lucha de clases” . Uno tiene la impresión de
que un cierto número de historiadores marxistas-vulgares no leyeron
mucho más allá de la primera página del Manifiesto comunista, y de la
frase de que “la historia (escrita) de todas las sociedades existentes has
ta ahora es la historia de la lucha de clases” .
4. “Las leyes históricas y la inevitabilidad histórica” . Se creyó, co­
rrectamente, que Marx insitía en un desarrollo sistemático y necgf io
de la sociedad hum ana en la historia, del que lo contingente t
excluido en su mayor parte, en todo caso a nivel de la generali
sobre movimientos de larga duración. De aquí la constante preocupa
de los escritores marxistas de historia de la primera generación por ¿· ■
blemas como el papel del individuo o del accidente en historia. Por
lado, esto podía ser interpretado, y en gran parte lo fue, como una regu­
laridad rígida e impuesta, por ejemplo en la sucesión de las formaciones
socioeconómicas, o incluso como un determinismo mecánico que algu
ñas veces equivalió a sugerir que no existían alternativas de ningún tip'
en la historia.

86
5. Temas específicos de investigación histórica derivados del interés
del propio Marx, por ejemplo por la historia del desarrollo y la indus­
trialización capitalistas, pero a veces derivados también de observacio­
nes más o menos casuales.
6. Temas específicos de investigación derivados no tanto del inte­
rés de Marx, como del interés de los movimientos relacionados con su
teoría, por las agitaciones de las clases oprimidas (campesinos, obreros)*
por ejemplo, o por las revoluciones.
7. Diversas observaciones acerca de la naturaleza y los límites de la
historiografía, que se derivaban principalmente del 2o. apartado, y ser­
vían para explicar los motivos y métodos de historiadores que pretendían
no ser otra cosa que perseguidores imparciales de la verdad, y se enorgu­
llecían de establecer simplemente “wie as eigenthicb gewesen”.
Resulta evidente en seguida que estos elementos representaban, en
el mejor de los casos, una selección de los puntos de vista de Marx sobre
la historia, y en el peor de los casos (como ocurre bastante a menudo en
Kautsky) una asimilación de los mismos por puntos de vista contem po­
ráneos no marxistas —por ejemplo, evolucionistas y positivistas—. Tam­
bién resulta evidente que algunos apartados no representaban a Marx en
absoluto, sino el tipo de preocupaciones que serían desarrollados de for­
ma natural por todo historiador relacionado con los movimientos popu­
lares, obreros y revolucionarios, y que también habrían sido desarrolla­
dos sin la intervención de Marx, por ejemplo la preocupación por los
primeros ejemplos de la lucha social y de la ideología socialista. Así, en
el caso de la temprana monografía de Kautsky sobre Thomas Moore, no
hay nada específicamente marxista en la elección del tem a y su trata­
miento es “marxista-vulgar” .
Sin embargo esta selección de elementos de, o relacionados con, el
marxismo, no fue arbitraria. Los puntos 1, 4 y 7 del breve examen del
p Tismo vulgar que he hecho arriba, representaban cargas concentradas
<plosivo intelectual, encaminadas a hacer estallar partes cruciales de
rtificaciones de la historia tradicional, y como tales eran inmensa-
íite poderosas. Quizá más poderosas de \o que lo habrían sido vetsio-
menos simplificadas del materialismo histórico, y desde luego lo
-tanre poderosas, en su capaccüka'<& /¿ygfrZ’j'Ú Z f/j’
yj&mces oscuros, como para mantener satisfechos a los historiadores
por un tiempo considerable. Es difícil reproducir el asombro sentido a
finales del siglo XIX por un especialista de las ciencias sociales inteligen­
te e ilustrado, al encontrarse con las siguientes observaciones marxistas
acerca del pasado: “ Que la propia Reforma es atribuida a una causa eco­

87
nómica, que la duración de la Guerra de los treinta años se debió a cau­
sas económicas, las Cruzadas al hambre feudal de las tierras, la evolución
de la familia a causas económicas, y que la visión de Descartes de los
animales como máquinas puede ser relacionada con el desarrollo del
sistema manufacturero” .7 Con todo, aquellos de nosotros que recorda­
mos nuestros primeros encuentros con el materialismo histórico aún po­
demos atestiguar la inmensa fuerza liberadora de tales sencillos descu­
brimientos. Sin embargo, si de esta forrtia fue natural, y quizás necesa­
rio, para el impacto inicial del marxismo, que éste adoptase una forma
simplificada, la presente selección de elementos de Marx también repre­
sentó una selección histórica. Así, unas pocas observaciones de Marx en
El capital acerca de la relación entre protestantism o y capitalismo, in­
fluyeron enormemente, presumiblemente porque el problema de la base
social de la ideología en general, y de la naturaleza de las ortodoxias
religiosas en particular, era un tem a de un interés inmediato e intenso.8
Por otra parte, algunas de las obras en las que el propio Marx se acercó
más al trabajo propiamente de historiador, por ejemplo el magnífico
Dieciocho Brumario, no estimularon a los historiadores hasta mucho
más tarde ; probablemente porque los problemas sobre los que arrojaban
más luz, por ejemplo el de la conciencia de clase y el campesinado, pare­
cían de un interés menos inmediato.
La mayor parte de lo que considerantos influencia marxista en his­
toriografía ha sido en realidad marxista-vulgar en el sentido que hemos
descrito arriba. Consiste en la acentuación general de los factores econó­
micos y sociales en historia, que ha predominado desde el fin de la Se­
gunda Guerra Mundial en todos los países salvo en una m inoría (por
ejemplo, hasta hace poco Alemania occidental y los Estados Unidos), y
que continúa ganando terreno. Debemos repetir que esta tendencia,
aunque en lo fundamental es producto, sin duda, de la influencia mar­
xista, no tiene ninguna conexión especial con el pensamiento de Marx.
El mayor impacto que las propias ideas específicas de Marx han tenido
en la historia y en las ciencias sociales en general, es casi con certeza el
de lá teoría de “base y superestructura” ; es decir, el de su modelo de
una sociedad compuesta de diferentes “ niveles” que se influyen mutua-

7 J. Bonar, Phüosophy andPoliticalEconom y, 1693, p. 367.


8 Estas observaciones habrían de dar lugar a una de las primeras penetraciones
de lo que indudablemente constituye una influencia marxista en la historio­
grafía ortodoxa, es decir, el famoso tema sobre el que Sombart, Weber,
Troeltsch y otros habían de efectuar variaciones. El debate aún está lejos de
ser agotado.

88
mente. La propia jerarquía de los niveles a form a de interacción de
Marx (en la medida en que éste la haya proporcionado)9 no ha sido
acogida muy ampliamente como una valiosa contribución, incluso por
no marxistas. El modelo específico de desarrollo histórico de Marx
-incluyendo el papel de los conflictos de clase, la sucesión de las forma­
ciones socioeconómicas y el mecanismo de transición de una a otra—ha-
permanecido mucho más discutible, incluso en algunos casos entre mar­
xistas. Sería conveniente que fuese debatido y, en particular, que se le
aplicase el criterio usual de verificación histórica. Es indudable que de­
berían ser abandonadas algunas partes de él, que están basadas en prue­
bas insuficientes o erróneas; por ejemplo, en el campo del estudio de las
sociedades orientales, donde Marx combina una profunda penetración
con presupuestos equivocados, como es el caso de la estabilidad interna
de algunas de esas sociedades. Sin embargo, la pretensión de este ensa­
yo es que el valor principal de Marx para los historiadores se encuentra
hoy en sus afirmaciones sobre historia, en calidad de diferentes de sus
afirmaciones sobre la sociedad en general.
La influencia marxista (y marxista-vulgar) que ha sido más efectiva'
hasta ahora, forma parte de una tendencia general a transformar la his­
toria en una de las ciencias sociales, una tendencia resistida por algunos
con más o menos sutileza, pero que, indudablemente, ha sido la tenden­
cia predominante en el siglo XX. La m ayor contribución del marxismo,
es decir, de los intentos de asimilar el estudio de las ciencias sociales al de
las ciencias naturales, o el de las ciencias humanas al de las no humanas.
Esto implica el reconocimiento de las sociedades como sistemas de rela­
ciones entre seres humanos, de las cuales son primarias para Marx las
relaciones establecidas con el propósito de la producción y la reproduc­
ción. También implica el análisis de la estructura y del funcionamiento
de estos sistemas como entidades que se m antienen a sí mismas, tanto
en sus relaciones con el medio exterior - n o hum ano y h u m a n o -, como
en sus relaciones internas. El marxismo está lejos de ser la única teoría-
funcional-estructuralista de la sociedad, aunque tiene bastante derecho
a ser la primera de ellas, pero difiere de la m ayor parte de las demás por
dos razones. En primer lugar, insiste en una jerarquía de los fenómenos
sociales (por ejemplo, “ base” y “superestructura” ) y , en segundo lugar,
en la existencia de tensiones internas (“ contradicciones”) dentro de

9 Uno debe estar de acuerdo con L. Althusser en que su tratamiento de los ni­
veles “superestructurales” quedó mucho más incompleto y cuestionable que
el de la “base” .

89
toda sociedad, que contrarrestan la tendencia del sistema a mantenerse
a sí mismo como una empresa en pleno funcionam iento.10
La importancia de estas peculiaridades del marxismo se encuentra
en el campo de la historia, porque son ellas las que le permiten explicar
a aquél —a diferencia de otros modelos funcional-estructuralistas de la
sociedad— por qué y cómo cambian y se transforman las sociedades; en
„otras palabras, los hechos de la evolución social.11 La fuerza inmensa de
Marx ha estado siempre en su insistencia en la existencia tanto de la
estructura social como de su historicidad, o en otras palabras, en su
dinámica interna de cambio. Hoy, cuando la existencia de los sistemas
sociales es aceptada de ordinario, pero a costa del análisis ahistórico,
cuando no antihistórico, de los mismos, el énfasis de Marx en la histo­
ria, como una dimensión necesaria, es quizás más esencial que nunca.
Esto implica dos críticas específicas de las teorías que predominan
actualmente en las ciencias sociales.
La primera es la crítica del mecanismo que predomina en gran par­
te de las ciencias sociales, especialmente en los Estados Unidos, y extrae
su fuerza tanto de la notable efectividad de los complejos modelos me-
canicistas en la fase actual del avance científico, como de la búsqueda
de métodos de consecución del cambio social que no impliquen una
revolución social. Uno puede añadir quizás que la abundancia de dinero
y de ciertas nuevas tecnologías, adecuadas para su empleo en el campo
soeial, que en la actualidad están a disposición de los países industriales
más ricos, hace que resulte muy atractivo para dichos países este tipo de
“ingeniería social” y las teorías en las que está basado. Tales teorías son
en lo esencial ejercicios de “ resolución de problemas” . Teóricamente,
son extraordinariamente primitivas, quizás más toscas que la m ayo­
ría de las teorías correspondientes del siglo XIX. De este modo, m u­
chos especialistas de las ciencias sociales, bien conscientemente o
bien de facto, reducen el proceso de la historia a un único paso de la
sociedad “ tradicional” a la “moderna” o “industrial” siendo definida
la “moderna” en función de los países industriales avanzados, o incluso
de los Estados Unidos de mediados del siglo XX, y la sociedad “ tradi­
cional” como aquella que carece de “modernidad” . A efectos prácticos,

10 Apenas se necesita decir que la “base” no consiste en la tecnología o la eco­


nomía, sino en “la totalidad de las relaciones de producción” , es decir, en la
organización social en su sentido más amplio, en tanto que referida a un nivel
dado de las fuerzas materiales de producción.
11 Evidentemente, el uso de este término no implica ninguna similitud con el
proceso de la evolución biológica.

90
este grande y único paso puede ser subdividido en dos más pequeños,
tales como los de las etapas de crecimiento económico de Rostow. Estos
modelos eliminan la mayor parte de la historia para concentrarse en una
pequeña parte de ella, aunque hay que reconocer que vitalmente, y sim*
plifican enormemente los mecanismos del cambio histórico incluso en
este pequeño espacio de tiempo. Tales modelos afectan a los historiadores
sobre todo porque la dimensión y el prestigio de las ciencias sociales
que los desarrollan animan a los investigadores de la historia a emprender
proyectos que están influidos por dichos modelos. Es bastante evidente,
o debería serlo, que éstos no pueden proporcionar ningún modelo de
cambio histórico adecuado, pero su presente popularidad hace que re­
sulte importante que los marxistas nos acordemos constantemente de
tal evidencia.
La segunda es la crítica de las teorías funcional-estructuralistas que,
si bien son mucho más sutiles, desde varios puntos de vista son más esté­
riles incluso, ya que pueden negar totalm ente la historicidad, o transfor­
marla en algo distinto. Tales concepciones son más influyentes incluso
dentro de la esfera de influencia del marxismo, porque parecen propor­
cionar un medio de liberarla del evolucionismo característico del siglo
XIX, con el que tan a menudo estuvo combinado, aunque a costa de
privarla también del concepto de “progreso” que también fue caracte­
rístico del pensamiento del siglo XIX, incluido el de Marx. ¿Pero por
qué deberíamos desear hacer esto?12 Desde luego, el propio Marx no
habría deseado hacerlo: ofreció dedicar E l capital a Darwin, y difícil-
mete habría estado en desacuerdo con la famosa frase de Engels grabada
en su tum ba, en la que lo elogiaba por haber descubierto las leyes de la
evolución en la historia humana, como había hecho Darwin en la natu­
raleza orgánica (desde luego, Marx no habría deseado disociar el progre­
so de la evolución, y en efecto, culpó explícitam ente a Darwin por con­
vertir al primero en un subproducto meramente accidental del segun-
do).13
La cuestión fundamental en historia radica en cómo se desarrolló la
humanidad desde el más antiguo primate utilizador de utensilios hasta
nuestros días. Esto implica el descubrimiento de un mecanismo tanto
para la diferenciación de los diversos grupos sociales humanos cómo
para la transformación de un tipo de sociedad en otra, o la imposibili­

12 Existen razones históricas para esta rebelión contra el aspecto “ revoluciona­


rio” del marxismo, por ejemplo el rechazo -p o r razones políticas- de las
ortodoxias kautskianas, pero no es éste el momento para hablar de ellas.
13 “Marx a Engels”, 7-8-1866, Werke, t. 31, p. 248.

91
dad de conseguirlo. En ciertos aspectos, que los marxistas y el sentido
común consideran como cruciales, tales como el control del hombre
sobre la naturaleza, implica desde luego un cambio o progreso unidirec­
cional, por lo menos en un espacio de tiempo bastante largo. Siempre
que no supongamos que los mecanismos de tal desarrollo social son los
mismos o similares a los de la evolución biológica, no parece haber nin­
guna razón de peso para no emplear el término “evolución” para él.
Desde luego, la argumentación es más que terminológica. Encubre
dos tipos de discrepancias: acerca del juicio de valor sobre diferentes tipos
de sociedades, o en otras palabras, acerca de la posibilidad de clasificar­
las en algún tipo de orden jerárquico y acerca de los mecanismos de
cambio. Los funcional-estructuralistas han tendido a negarse a clasificar
las sociedades en “superiores” o “ inferiores” , en parte a causa de la gra­
ta negativa de los especialistas en antropología social a aceptar la pre­
tensión por parte de las sociedades “ civilizadas” de dirigir a las “ bárba­
ras” a causa de su supuesta superioridad en la evolución social, y en par­
te porque, según el criterio formal de función, no existe, en efecto, tal
jerarquía. Los esquimales resuelven los problemas de su existencia como
grupo social14 con tanto éxito, dentro de sus coordenadas, como los
habitantes blancos de Alaska; algunos estarían tentados a decir que con
más éxito. Bajo ciertas condiciones y bajo ciertos presupuestos, el pen­
samiento mágico puede ser tan lógico, a su manera, como el pensamiento
científico, y tan adecuado como éste para el propósito que persigue. Y
así por añadidura. Estas observaciones son válidas, aunque no son muy
útiles, en tanto que el historiador, o cualquier otro especialista de las
cincias sociales, deseen explicar el contenido específico de un sistema
en lugar de su estructura general.15 Pero en todo caso son inaplicables a
la cuestión del cambio evolutivo, cuando no verdaderamente tautológi­
cas. Las sociedades humanas deben ser capaces, si han de persistir, de
gobernarse con éxito, y por lo tanto todas las existentes deber ser ade­
madas desde el punto de vista funcional; si no, se habrían extinguido,
;omo les ocurrió a los Shakers por falta de un sistema de procreación
14 En el sentido en que Lévi-Strauss habla de los sistemas de parentesco (u otros
mecanismos sociales) como de un “conjunto coordinado, cuya función es
asegurar la permanencia del grupo social” (Sol Tax, ed.,Anthropology Today,
1962, p. 343).
15 “ Sigue siendo verdad... incluso para una versión debidamente renovada del
análisis funcional, que su forma explicativa es más bien limitada; en particu­
lar, no proporciona una explicación de por qué un caso concreto i, en vez de
algún equivalente funcional suyo, ocurre en un sistema s.” Cari Hempel, en
L. Gross, ed., Symposium on Social Theorv. 1959.

92
sexual o de reclutamiento del exterior. Comparar las sociedades respec­
to a su sistema de relaciones internas entre sus miembros es, inevitable­
mente, comparar igual con igual. Es al compararlas respecto a su capaci­
dad de controlar la naturaleza exterior, cuando las diferencias saltan a la
vista.
La segunda discrepancia es más fundamental. La m ayor parte de las
versiones del análisis funcional-estructuralista son sincrónicas, y cuanto
más elaboradas y complejas son, más se reduen a la estática social, en la
que, si el tema interesa al pensador, se ha de introducir algún elemento
dinamizador.16 El que esto se pueda hacer satisfactoriamente o no, es
una cuestión debatida incluso entre los estructuralistas. Parece amplia-'
mente aceptado que no se puede emplear el m ism o análisis para explicar
a la vez la función y el cambio histórico. La cuestión en este punto no
es que sea incorrecto desarrollar modelos de análisis separados para lo
estático y lo dinámico, como los esquemas de Marx de reproducción
simple y ampliada, sino que la investigación histórica hace deseable para
estos modelos diferentes que estén conectados. El proceder más sencillo
para el estructuralista es omitir el cambio y dejar la historia para otros,
o incluso, como hicieron algunos de los primeros antropólogos sociales
británicos, negar virtualmente su relevancia. Sin embargo, puesto que el
cambio existe, el estructuralismo debe encontrar las formas de explicar­
lo.
Mi sugerencia es que estas formas deben, o bien acercar el estructu­
ralismo al marxismo, o bien llevarlo a una negación del cambio evoluti­
vo. Me parece que esto último es lo que hace el enfoque de Lévi-Strauss
(y el de Althusser). En ellos, el cambio histórico se convierte simple-·
mente en la permutación y combinación de ciertos “elementos” (análo­
gos, para citar a Lévi-Strauss, a los genes en genética), que, en un plazo
lo suficientemente largo, se puede esperar que se combinen en diferen­
tes modelos y que agoten, si son lo suficientemente limitados, las posi­
bles combinaciones.17 La historia es, como lo fue, el proceso de agotar
16 Como afirma Lévi-Strauss, al escribir sobre los modelos de parestesco, “ si
ningún factor externo estuviera afectando a este mecanismo, funcionaría in­
definidamente, y la estructura social permanecería estática. Sin embargo, no
ocurre así; de aquí la necesidad de introducir en el modelo teórico nuevos
elementos que expliquen los cambios diacrónicos de la estructura” . Loe. cit.
p. 343.
17 Está claro, sin embargo, que es la naturaleza de este concepto de “ combina­
ción” la que fundamenta la afirmación de que el marxismo no es un histo-
ricismo: ya que el concepto marxista de la historia reposa en el principio de
la variación de las formas de esta “ combinación” . Cfr. Lire le Capital, t. II,
p. 153 (hay traducción española, México, Siglo XXI.)

93
todas las variantes en una partida final de ajedrez. ¿Pero en qué orden?
Aquí la teoría no nos proporciona ninguna guía.
sin embargo éste es precisamente el problema específico de la evo­
lución histórica. Es verdad, desde luego, que Marx concibió tal com ­
binación y recombinación de elementos o “ formas” , como subraya Al­
thusser, y en éste, como en otros aspectos, fue un estructuralista avant
la lettre-, o, para ser más exactos, un pensador del cual un Lévi-Strauss
pudo extraer (según su propia admisión) al menos en parte, el término
estructuralista.18 Es importante no olvidar un aspecto del pensamiento
de Marx que indudablemente descuidaron las primeras tradiciones del
marxismo, con unas pocas excepciones (entre las cuales debemos incluir,
curiosamente, algunas de las aportaciones de los marxistas soviéticos en
el periodo de Stalin, aunque éstos no fueran totalm ente conscientes de
las implicaciones de lo que estaban haciendo). Aún es más importante
acordamos de que el análisis de los elementos y de sus posibles combi­
naciones proporciona (como en genética) un saludable control de las
teorías evolucionistas, al establecer lo que es posible e imposible desde
el punto de vista teórico. También es posible —aunque esta cuestión
debe quedar abierta— que tal análisis podría proporcionar una mayor
precisión a la definición de los diversos “ niveles” sociales (base y super­
estructura) y de sus relaciones, como sugiere Althusser.19 Lo que no
hace es explicar por qué la Gran Bretaña del siglo XX es un país muy
diferente de la Gran Bretaña del neolítico, o la sucesión de las forma­
ciones socioeconómicas, o el mecanismo de las transiciones de una a
otra, o, para el caso, por qué Marx dedicó tanto tiempo de su vida a
responder a tales cuestiones.
Si han de ser contestadas tales cuestiones, son necesarias las dos
peculiaridades que distinguen al marxismo de otras teorías funcional-
estructuralistas: el modelo de niveles, de los que el de las relaciones

18 R. Bastide, ed., Sens et usage du terme structure dans les sciences sociales et
humaines, 1962, p. 143.
19 “Vemos, por lo tanto, que ciertas relaciones de producción suponen como
condición de su propia existencia, la existencia de una superestructura ju-
rídico-política e ideológica, y vemos por qué esta superestructura es necesa­
riamente específica (...) vemos también que algunas otras relaciones de pro­
ducción no requieren una superestructura política, sino solamente una super­
estructura ideológica Gas sociedades sin clases). Vemos por fin que la natura­
leza de las relaciones de producción consideradas, no solamente requiere o
no requiere tal o cual forma de superestructura, sino que fija igualmente el
grado de eficacia delegado a tal o cual nivel de la totalidad social”. Loe. cit.
p. 153.

94
sociales de producción es el principal, y la existencia de contradicciones
internas dentro de los sistemas, de las que el conflicto de clases es mera­
mente un caso particular.
La jerarquía de niveles es necesaria para explicar por qué la historia
tiene una dirección. Es la creciente emancipación del hombre de la na­
turaleza, y su creciente capacidad de controlarla, lo que hace a la histo­
ria en su totalidad (aunque no cada área y periodo de ella) “ orientada e
irreversible” , para citar a Lévi-Strauss una vez más. Una jerarquía de
niveles que no surgiese de la base de las relaciones sociales de produc­
ción no tendría necesariamente esta característica. Además, puesto que-
el proceso y el progreso del control del hombre sobre la naturaleza su­
pone cambios no simplemente en las fuerzas de producción (por ejem­
plo, nuevas técnicas) sino en las relaciones sociales de producción, im ­
plica un cierto orden en la sucesión de los sistemas socioeconómicos (no
implica la aceptación como sucesivas cronológicamente de la relación de
formaciones dada en el Prefacio a la Crítica de la economía política, de
las que Marx probablemente no creía que se sucediesen en el tiempo, y
aun menos implica una teoría de la evolución universal unilineal. Sin
embargo, sí que implica el no poder concebir que ciertos fenómenos
sociales aparezcan en la historia antes que otros, por ejemplo las eco­
nomías que poseen la dicotom ía campo-ciudad, antes que las que care­
cen de ella). Y por la misma razón implica que esta sucesión de sistemas
no pueda ser ordenada simplemente en una dimensión, tecnológica (tec-.
nologías inferiores precediendo a las superiores) o económica (Geldwirts-
chaft sucediendo a Naturalwirtschaft), sino que debe ser ordenada tam ­
bién en función de sus sistemas sociales.20 Porque es una característica
esencial del pensamiento histórico de Marx que no es ni “ sociólogo” ni
“ económico” , sino las dos cosas simultáneamente. Las relaciones soda-,
les de producción y reproducción (es decir, la organización social en su
sentido más amplio) y las fuerzas materiales de producción no pueden
ser separadas.
Dada esta “ orientación” del desarrollo histórico, las contradiccio­
nes internas de los sistemas socioeconómicos proporcionan el mecanis­
mo para el cambio, que se convierte en desarrollo (sin él, se podría sos-,
tener que aquéllas producirían meramente un fluctación cíclica, un pro-·
ceso sin fin de desestabilización y reestabilización; y, desde luego, los"
cambios que pudiesen surgir de los contactos y conflictos de diferentes

20- Desde luego, éstos pueden ser descritos, si nos parece útil, como diferentes
combinaciones de un número dado de elementos.

95
sociedades). La cuestión acerca de tales contradicciones internas es que
no pueden ser definidas simplemente como “ disfuncionales” , salvo en el
supuesto de que la estabilidad y la continuidad sean la norma, y el cam­
bio la excepción; o incluso en el supuesto más ingenuo, frecuente en las
ciencias sociales vulgares, de que un sistema específico es el modelo al
que aspira todo cambio.21 Más bien se ha de considerar, como actual­
mente se reconoce mucho más ampliamente que antes entre los especia­
listas en antropología social, que es inadecuado un modelo estructural
que únicamente pretenda el mantenimiento de un sistema. Es la existen­
cia simultánea de elementos estabilizadores y disolventes lo que tal mo­
delo debe reflejar. Y es en esto en lo que se ha basado el modelo marxis-
ta (aunque no las versiones marxistas-vulgares de él).
Tal modelo dual (dialéctico) es difícil de establecer y usar, porque
en la práctica es grande la tentación de manejarlo, según el gusto o la
pcasión, o bien copio un modelo de funcionalismo estable o como un
modelo de cambio revolucionario; cuando lo interesante de él es que es
las dos cosas. Es igualmente im portante constatar que a veces las ten­
siones internas pueden ser reabsorbidas en un modelo autoestabilizador
mediante su ajuste como estabilizadores funcionales y que otras veces
no pueden. El conflicto de clase puede ser regulado mediante una espe­
cie de válvula de seguridad, como en tantas revueltas de plebeyos urba­
nos en las ciudades preindustriales, o institucionalizado como “ rituales
de la rebelión” (para emplear la frase iluminadora de Max Gluckman)
o de otras formas; pero a veces no puede serlo. El Estado normalmente
legitimará el orden social mediante el control del conflicto de clases
dentro de un sistema estable de instituciones y valores, permaneciendo
ostensiblemente por encima y fuera de ellos (el rey remoto como “ fuen­
te de justicia” ), y al hacer esto perpetuará una sociedad que de otra for-
jna se vería desgarrada por sus tensiones internas. En efecto, ésta es la
teoría marxista clásica del origen y función del Estado, tal como es
expuesta en E l origen de la familia. 22 Sin embargo hay situaciones en
las que pierde esta función y —incluso en las mentes de sus súbditos—
21 Se puede añadir que es de dudat que tales contradicciones puedan ser clasi­
ficadas simplemente como “ conflictos” , aunque en tanto que concentremos
nuestra atención en los sistemas sociales como sistemas de relaciones entre
personas se puede esperar normalmente que aquéllas tom en la forma de con­
flictos entre individuos y grupos o, más metafóricamente, entre sistemas de
valores, funciones, etcétera.
22 Que el Estado sea o no la única institución que desempeña esta función, ha
sido una cuestión que preocupó mucho a marxistas como Gramsci, pero que
no nos concierne a nosotros aquí necesariamente.

96
esta capacidad de legitimar y aparecer meramente como —para usar la
frase de Thomas M oore- una “conspiración del rico para su propio
beneficio” , cuando no lo hace como la causa directa de las miserias del
pobre. Esta naturaleza contradictoria del modelo puede ser oscurecida
al subrayar la existencia indudable de fenómenos separados en la socie­
dad, q’ie representen la estabilidad regulada y la subversión: grupos
sociales'que, según se afirma, pueden ser integrados en la sociedad feu­
dal, como el “ capital mercantil” , y grupos que no pueden serlo, como la
“burguesía industrial” ; o movimientos sociales que son puramente “ re­
formistas” , y los que son conscientemente “ revolucionarios” . Pero aun­
que tales separaciones existen, y cuando existen indican un cierto esta­
dio del desarrollo de las contradicciones internas de la sociedad (que
para Marx no son exclusivamente las del conflicto de clases).23 Es igual­
mente significativo que los mismos fenómenos puedan cambiar sus fun­
ciones según la situación: movimientos para la restauración del viejo
orden regulador de la sociedad de clases, que se convierten (como algu­
nos movimientos campesinos) en revoluciones sociales, partidos cons­
cientemente revolucionarios que son absorbidos en el statu quo. 24
Por difícil que pueda ser, los especialistas de las ciencias sociales de
diversas ramas (incluyendo, como podemos observar, ecólogos del reino
animal, especialmente investigadores de la dinámica de la población y
del comportamiento social animal) han comenzado a considerar la cons­
trucción de modelos de equilibrio basados en la tensión o en el conflic­
to, y con ello han comenzado a acercarse al marxismo y a alejarse de los
viejos modelos de sociología que consideraban el problema del orden
como lógicamente prioritario al del cambio y subrayaban los elementos
integradores y normativos de la vida social. Al mismo tiempo, debemos^
admitir que el propio modelo de Marx debe hacerse más explícito de lo
que lo es en sus escritos, que puede requerir elaboración y desarrollo, y

23 G. Lichtheim (Marxism, 1961, p. 152) indica con acierto que el antagonismo


de clase sólo desempeña un papel subordinado en el modelo de Marx de la
desintegración de la antigua sociedad romana. El punto de vista de que ésta
debe haberse debido a “las revueltas de los esclavos” no tiene base alguna en
Marx.
24 Como dijo Wersley, resumiendo su obra en estas líneas, “el cambio en un sis­
tema, o bien debe acumularse de cara al cambio estructural del sistema, o ser
atacado por alguna especie de mecanismo catártico” , “ The Analysis of Rebe-
llion and Revolution in Modem British Social Anthropology” , Science and
Society, XXV, 1, 1961, p. 37. La ritualización en las relaciones sociales hace
sentir como tal una actuación simbólica, libre de tensiones que de otro modo
podrían resultar intolerables.

97
que ciertos vestigios del positivismo del siglo XIX, más evidentes en las
formulaciones de Engels que en las del propio pensamiento de Marx,
deben ser suprimidos.
Así pues, quedan por resolver todavía los problemas históricos es­
pecíficos de la naturaleza y sucesión de las formaciones socioeconómi­
cas y los mecanismos de su desarrollo interno y de su interacción.
Estos son campos en los que la discusión ha sido intensa desde
Marx,25 y no menos en las pasadas décadas, y donde, en ciertos aspec­
tos, ha sido más notable el avance sobre Marx.26 Aquí, también, los
análisis recientes han confirmado la brillantez y la profundidad del en­
foque y la visión generales de Marx, aunque también han llamado la
atención sobre las lagunas existentes en el tratam iento de Marx, parti­
cularmente de los periodos precapitalistas. Sin embargo estos temas
difícilmente pueden ser discutidos ni siquiera en la forma más superfi­
cial, si no es desde el punto de vista del conocimiento histórico concre­
to; es decir, que no pueden ser discutidos en el contexto del presente
ensayo. A falta de tal discusión, sólo puedo afirmar mi convicción de
que el enfoque de Marx es aún el único que nos permite explicar en
toda su amplitud la historia de la humanidad, y constituye el punto de
partida más fructífero para el debate moderno.
Nada de esto es especialmente nuevo, aunque algunos de los textos
que contienen las reflexiones más maduras de Marx sobre temas históri­
cos no llegaron a estar a nuestra disposición hasta la década de los años
cincuenta, especialemente los Grundrisse de 1857-1858. Además, la dis­
minución de las ventajas de la aplicación de los modelos marxistas-vul-
gares ha conducido en las últimas décadas a una sustancial complejidad
-de la historiografía marxista.27 En efecto, uno de los rasgos más carac­
terísticos de la historiografía marxista occidental contemporánea es la
crítica de los esquemas mecánicos, simplistas, de tipo determinista eco­
nómico. Sin embargo, independientemente de que los historiadores

25 Cfr. un gran número de investigaciones y discusiones sobre las sociedades


orientales, derivadas de un número muy pequeño de páginas de Marx, de las
que algunas de las más importantes -la s de los Grundrisse- no estuvieron a
nuestra disposición hasta hace quince años.
26 Por ejemplo, en el campo de la prehistoria, las obras de los últimos años de
V. Gordon Childe, quizás el pensamiento histórico de los países de habla in­
glesa que ha aplicado de forma más original el marxismo pasado.
27 Compárese, por ejemplo, los enfoques de Capitalism and Slavery, 1964, del
doctor Eric Williams, una obra que abre nuevos caminos, valiosa e iluminadora,
y los del profesor Eugéne Genovese, sobre el problema de las sociedades es­
clavistas americanas y la abolición de la esclavitud.

98
marxistas hayan avanzado sustancialmente o no más allá de Marx, su
contribución adquiere una nueva importancia hoy, a causa de los cam­
bios que se están produciendo en la actualidad en las ciencias sociales.
Mientras que la función más importante del materialismo histórico en la
primera mitad del siglo después de la muerte de Engels fue acercar la
historia a las ciencias sociales, aunque evitando las excesivas simplifica­
ciones del positivismo, hoy se le plantea la rápida historización de las
ciencias sociales mismas. Privadas de toda ayuda por parte de la histo­
riografía académica, éstas han comenzado a improvisar más cada vez,
aplicando sus propios procedimientos característicos al estudio pasado,
con resultados que a menudo son complejos desde el punto de vista
técnico, pero que, como se ha indicado, están basados en modelos de
cambio históricos más toscos, incluso, en algunos aspectos, que los del
siglo XIX.28 En este campo es grande el valor del materialismo histó­
rico de Marx, aunque es natural que los especialistas de las ciencias
sociales orientados históricamente puedan sentir menos necesidad de
la insistencia de Marx en la importancia de los elementos económicos y
sociales en historia, que la que sintieron los historiadores de principio
del siglo XX; e inversamente, es posible que se encuentren más estimu­
lados por aspectos de la teoría de Marx que no produjeron un gran im­
pacto en los historiadores de las generaciones inmediatamente posterio­
res a Marx.
Que esto explique o no la indudable im portancia en la actualidad
de las ideas marxistas en la discusión de ciertos campos de las ciencias
sociales orientadas históricamente, es otra cuestión.2^ La extraordinaria
importancia de los historiadores marxistas en la actualidad, o de los his­
toriadores formados en la escuela marxista, se debe sin duda, en gran
parte, a la radicalización de los intelectuales y los estudiantes en la pasa­
da década, al impacto de las revoluciones del Tercer Mundo, la desinte­
gración de las ortodoxias marxistas opuestas al trabjo científico origi­
nal, y también a un factor tan simple como la sucesión de las generacio­
nes. Porque los marxistas que llegaron a publicar libros ampliamente
leídos y a ocupar puestos elevados de la vida académica en la década de
los cincuenta, a m enudo no eran otra cosa que los estudiantes radicali­

28 Esto es particularmente evidente en campos como la teoría del crecimiento


económico aplicada a sociedades específicas, y las teorías de la “moderniza­
ción” en la ciencia política y en sociología.
29 La discusión del impacto político del desarrollo capitalista en las sociedades
preindustriales y, más en general, de la “prehistoria” de los movimientos y
revoluciones sociales modernos, es un buen ejemplo.

99
zados de los años treinta o cuarenta, que alcanzaron la cúspide normal
de sus carreras. Sin embargo, puesto que celebramos el ciento cincuenta
aniversario del nacimiento de Marx y el centenario de E l capital, no
podemos dejar de observar —con satisfacción, si somos marxistas— la
coincidencia de una im portante influencia del marxismo en el campo
de la historiografía, y de un im portante núm ero de historiadores inspi­
rados por Marx o que demuestran en sus obras los efectos de su forma­
ción en escuelas marxistas.

100
LA PROSA
1
DE LA CONTRAINSURGENCIA

Cuando un campesino se sublevaba en la época del Raj, lo ha­


cía necesaria y explícitamente violando una serie de códigos que
definían su misma existencia como miembro de aquella sociedad
colonial y, en gran medida, todavía semifeudal. Su subalternidad
se materializaba por la estructura de la propiedad, se institucio­
nalizaba por la ley, se santificaba mediante la religión y se hacía
tolerable —e incluso deseable— por la tradición. Sublevarse, por
tanto, significaba destruir muchos de los símbolos familiares que
había aprendido a leer y a manipular, para poder extraer un sig­
nificado del duro mundo que le rodeaba y vivir en él. El riesgo
de «perturbar el orden» en estas condiciones era tan grande que
no podía permitirse embarcarse inconscientemente en un proyec­
to semejante.
No hallamos en las fuentes primarias ninguna evidencia his­
tórica que sugiera otra cosa. Éstas desmienten el mito, repetido
tantas veces por una literatura descuidada e impresionista, que las
insurrecciones campesinas son puramente espontáneas e impreme­
ditadas. La verdad es casi lo contrario. Sería difícil citar un levan­
tamiento de una escala significativa que no estuviese precedido

1. Agradezco a mis colegas del equipo editorial los comentarios al borrador ini­
cial de este ensayo.
Nota: Para la lista de las abreviaturas utilizadas en las notas a pie de página de
este capítulo, véase p.90.
44 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

por formas de movilización menos militantes, cuando había sido


imposible encontrar e intentar otros medios, o por conversaciones
entre sus dirigentes para valorar seriamente los pros y los contras
de cualquier recurso a las armas. En acontecimientos que difieren
tanto en contexto, carácter y participación como el dhing de Rang-
pur contra Debi Sinha (1783), la bidroha de Barasat dirigida por
Titu Mir (1831), el hool de Santal (1855) y el «motín azul» de 1860,
los protagonistas intentaron en cada caso valerse de peticiones, en-
trevistas u otras formas de súplica antes de declarar la guerra a sus
2
opresores. También las revueltas de los Kol (1832), los Santal y los
Munda (1899-1900) así como el dhing de Rangpur y las insurrec-
ciones en los distritos de Allahabad y Ghazipur durante la rebelión
de los cipayos de 1857-1858 (por citar tan sólo dos de los numero-
sos ejemplos de este tipo) se iniciaron con consultas previas, en al-
gunos casos muy prolongadas entre los representantes de las ma-
3
sas de campesinos locales. En efecto, apenas hay ningún caso en
que los campesinos, ya sean éstos los cautos y prácticos habitantes
de los llanos, ya los supuestamente inconstantes adivasis de las tie-
rras altas, se dejen arrastrar o se precipiten en una rebelión. Tenían
demasiado a perder y no se lanzarían a ella más que como un de-
liberado, aunque desesperado, medio para escapar de una condi-
ción de existencia intolerable. En otras palabras, la insurgencia era
un empeño motivado y consciente de las masas rurales.
No obstante, esta conciencia parece haber recibido poca aten-
ción en la literatura que trata de este tema. La historiografía se ha
contentado con ocuparse del rebelde campesino simplemente
como un ente empírico o un miembro de una clase, pero no como
una entidad cuya voluntad y razón constituían la praxis llamada re-
belión. La omisión se encubre en la mayoría de los relatos con me-

2. Los ejemplos son demasiado numerosos como para citarlos todos. Para algu-
nos de ellos véase MDS, pp. 46-49 sobre el dhing Rangpur; BC 54222: Metcalfe &
Blunt to Court of Directors (10 de abril de 1832), pp. 14-15 sobre la insurrección Ba-
rasat; W.W. Hunter, Annals of Rural Bengal, 7a edición, Londres, 1897, pp. 237-238 y
JP, 4 de octubre de 1855: «The Thacoor's Perwannah» para la hool Santal C. E. Buc-
kland, Bengal Under the Lieutenant-Governors, I, Calcuta, 1901, p. 192 para el «mo-
tín azul».
3. Ver, por ejemplo, MDS, pp. 579-580; Freedom Struggle in Uttar Pradesh, IV,
Lucknow, 1959, pp. 284-285, 549.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 45

táforas que asimilan las revueltas campesinas a fenómenos natura-


les: se manifiestan súbita y violentamente como una tempestad, lo
remueven todo como terremotos, se propagan como fuegos en el
bosque, infectan como epidemias. En otras palabras, cuando se da
la vuelta a los terrones del campo, la cuestión se explica en tér-
minos de historia natural. Incluso cuando esta historiografía se ve
obligada a presentar una explicación en términos más humanos lo
hace asumiendo una identidad de naturaleza y cultura que es
signo característico presumiblemente de un estado de civilización
muy bajo, y que se ejemplifica en «aquellas explosiones periódicas
de crimen y anarquía a las cuales todas las tribus salvajes están so-
metidas», tal y como dijo el primer historiador de la rebelión de los
4
Chuar.
Se buscará, alternativamente, una explicación a partir de una
enumeración de causas —de, por ejemplo, factores de privación
económica y política que no tienen nada que ver con la conciencia
del campesino o que lo hacen negativamente— que desencadenan la
rebelión como una especie de acción refleja, es decir, como una res-
puesta instintiva y casi inconsciente al sufrimiento físico de una
clase u otra (por ejemplo hambre, tortura, trabajo coercitivo, etc.)
o como una reacción pasiva a una iniciativa de su enemigo de con-
dición social superior. En cualquiera de los casos, la insurgencia es
considerada como algo externo a la conciencia campesina y la Cau-
sa se erige como sustituto fantasma de la Razón, la lógica de esta
conciencia.

II

¿Cómo llegó la historiografía a esta punto ciego particular y


por qué no encontró nunca una cura? Como respuesta se podría
empezar mirando de cerca los elementos que constituyen esta
historiografía y examinando los cortes, costuras y sesgos —los sig-
nos de remiendo— que nos hablan del material con que se ela-

4. J.C. Price, The Chuar Rebellion of 1799, p. cl. La edición que se ha utilizado
en este ensayo es la edición de A. Mitra (ed.), District Handbooks: Midnapur, Alipo-
re, 1953, Apéndice IV.
46 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

bora y de la forma en que éste se integra en la estructura litera­


ria.
El corpus de la literatura histórica sobre la insurgencia campe­
sina en la India colonial se compone de tres tipos de discursos. És­
tos pueden describirse, según el orden de aparición en el tiempo
y según su filiación, como primario, secundario y terciario. Cada
uno de ellos se diferencia de los otros dos por el grado de identifi­
cación formal y/o reconocida (como opuesta a real y/o tácita) con
un punto de vista oficial, por el tiempo trascurrido desde el acon­
tecimiento al que se refiere, y por la proporción de componentes
distributivos e integradores en su narrativa.
En primer lugar el discurso primario es casi sin excepción de
carácter oficial —oficial en un amplio sentido del término. Es de­
cir, proviene no sólo de burócratas, soldados, agentes y otros, di­
rectamente empleados por el gobierno, sino también de aquellos
que no pertenecían al sector oficial pero estaban simbióticamente
relacionados con el Raj, tales como plantadores, misioneros, co­
merciantes, técnicos, etc., entre los blancos, y terratenientes y pres­
tamistas, entre los nativos. Era también oficial en tanto que su fun­
ción estaba destinada principalmente al uso administrativo —a la
información del gobierno, a su propia acción y a la determinación
de su política. Incluso cuando incorporaba manifestaciones que
procedían «del otro lado», de los insurgentes o de sus aliados por
ejemplo, como hacía con frecuencia por medio de informes dentro
del cuerpo de correspondencia oficial, o aun más característica­
mente, como «documentos adjuntos» a ésta, lo hacía sólo como
parte de un argumento guiado por un interés administrativo. En
suma, sea cual fuere su forma particular —y existía una sorpren­
dente variedad que iba desde la carta introductoria, los telegramas,
los despachos y los comunicados, a los sumarios, las memorias, los
juicios y las proclamaciones— su producción y circulación depen­
dían necesariamente de las razones de Estado.
No obstante, otro de los aspectos distintivos de este tipo de dis­
curso es su inmediatez. Esto derivaba de dos condiciones: en pri­
mer lugar, las manifestaciones de este tipo se escribían simultánea
o inmediatamente después de que tuviese lugar el acontecimiento,
y en segundo lugar, lo hacían los mismos participantes, definiendo
para este propósito «participante» en el amplio sentido de un con­
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 47

temporáneo implicado en el acontecimiento, ya sea como actor o,


de forma indirecta, como observador. Esto excluye ese género de
literatura retrospectiva en que, como en algunas memorias, un
acontecimiento y su recuerdo están separados por un hiato consi-
derable de tiempo, pero deja una gran cantidad de documentación
—«fuentes primarias» tal y como se las conoce en la profesión—
para que hablen al historiador con una especie de voz ancestral y
le hagan sentirse cerca de su sujeto.
Los dos ejemplos que se citan a continuación son seguramente
representativos de este tipo de fuentes. Uno de ellos narra la insu-
rrección de Barasat de 1831, mientras que el otro se refiere a la re-
belión Santal de 1855.

5
TEXTO 1

Al Delegado Ayudante del General del Ejército


Señor,
Habiendo llegado al gobierno la información auténtica de que
un contingente de Insurgentes Fanáticos están ahora cometiendo
las atrocidades más atrevidas y libertinas sobre los habitantes de la
región en los alrededores de Tippy en la Magistratura de Baraset y
han desafiado y repelido la tropa que la Autoridad Civil local pudo
reunir para su aprehensión, el Honorable Vicepresidente del Con-
sejo me ha dado instrucciones para que os ruegue comuniquéis sin
dilación al General al mando de la División de la Presidencia las
órdenes del Gobierno de que un Batallón Entero de Infantería de
Nativos de Barrackpore y dos Baterías equipadas con los comple-
mentos necesarios (sic) de Golundaze de Dum Dum, todo bajo el
mando de un Oficial de Campo con criterio y decisión, sea inme-
diatamente dirigido para que se reúna en Baraset donde se les aña-
dirán 1 Havildar y 12 soldados de caballería del 3r Regimiento de
la Caballería Ligera que forman ahora la escolta del Honorable Vi-
cepresidente.

5. BC 54222:JC,22, noviembre de 1831: «Extracto de las Actas del Honorable


Vicepresidente del Consejo del Departamento Militar fechado el 10 de noviembre de
1.831». La cursiva es mía.
48 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

2°. El Magistrado se encontrará con el Oficial de Mando del


Destacamento en Baraset y le proporcionará la información nece­
saria relativa a la posición de los Insurgentes; pero sin tener autori­
dad para interferir en las operaciones Militares que el Oficial al
Mando del Destacamento juzgue oportunas, para derrotar o captu­
rar o, en caso de resistencia, destruir a aquellos que perseveren en
desafiar la autoridad del Estado y perturbar la tranquilidad pública.
3°. Se concluye que el servicio no será de naturaleza prolonga­
da como para que se requiera un mayor suministro de munición
más que aquel que se pueda cargar en la Cartuchera y en dos Ca­
rros de Artillería para las Armas, y que no habrá ninguna dificul­
tad con respecto al transporte. En caso contrario todo aquello que
se necesite se proporcionará.
o
4 . El Magistrado ofrecerá asistencia con respecto a los sumi­
nistros y otros requisitos para las Tropas.
Cámara del Consejo. Quedo y etc.
10 de noviembre de 1831. (Fdo.) Wm. Casement Cor.
Sec. al Dept. Gob. Mil.
6
TEXTO 2

De W.C. Taylor Esq.


A F.S. Mudge Esq.
Fechada el 7 de julio de; 1855

Estimado Mudge,
Hay una gran reunión de 4 o 5.000 santals en un lugar a unas 8
millas de aquí y tengo entendido que están bien armados con Ar­
cos y flechas, Sables, Lanzas, etc., y parece que su intención es la de
atacar a todos los europeos, robarlos y asesinarlos. Se supone que la
causa es que uno de sus Dioses se ha encarnado y se ha aparecido
en algún lugar cerca de aquí, y que su intención es reinar como So­
berano de toda esta parte de la India, y ha ordenado a los santal que
capturen y den muerte a todos los europeos y Nativos influyentes.

6. JP, 19 de julio de 1855: Documento adjunto a la carta del Magistrado de


Murshidabad, fechado el 11 de julio de 1855. La cursiva es mía.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 49

Como este es el punto más cercano a la reunión, presumo que será


el primero atacado y pienso que sería mejor que lo notifiquéis a las
autoridades de Berhampore y pidáis asistencia militar ya que no es
nada agradable esperar ser asesinado y por lo que puedo saber se
trata de un asunto bastante serio.
Sreecond Vuestro y etc.
7 de Julio de 1855 /Firmado/ W.C Taylor
Nada podría ser más inmediato que estos textos. Escritos mien-
tras los hechos ya eran reconocidos como una rebelión por aque-
llos que más debían temerla, figuran entre los primeros registros
que poseemos en las colecciones de la Biblioteca Oficial de la In-
dia y en los Archivos de Estado del Oeste de Bengala. Como
7
muestra el testimonio de la bidroha de 1831, no fue hasta el 10 de
noviembre que las autoridades de Calcuta reconocieron la violen-
cia de que se informaba desde la región de Barasat como lo que
realmente era: una sangrienta insurrección dirigida por Titu Mir y
sus hombres. La carta del Coronel Casement identifica para noso-
tros el momento en que, el hasta entonces desconocido líder de un
campesinado local, salió a la palestra contra el Raj y como resulta-
do de ello entró en la historia. La fecha del otro documento tam-
bién conmemora un comienzo —el de la hool de los Santal. Fue en
este mismo día, el 7 de julio de 1855, cuando el asesinato del daro-
ga Mahesh a consecuencia de una refriega entre la policía y los
campesinos reunidos en Bhagnadihi hizo estallar la insurrección.
El informe iba a producir una impresión lo suficientemente fuerte
como para que se registrase en la nota apresuradamente escrita en
Sreecond por un empleado europeo de la Compañía de Ferroca-
rriles de las Indias Orientales para información de su colega y del
sarkar. Estas palabras también transmiten, lo más directamente
posible, el impacto de una revuelta campesina sobre sus enemigos
en sus primeras horas sanguinarias.

7. BC 54222: JC, 3 de abril de 1832: Alexander a Barwell (28 de noviembre de


1831).
50 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

III

Nada tiene de inmediato el siguiente nivel —el del discurso se-


cundario. Éste se inspira en el discurso primario como una fuente
pero, al mismo tiempo, lo transforma. Contrastando los dos tipos se
podría juzgar el primero como historiografía en estado bruto, pri-
mordial, o como un embrión que ha de articularse en un organismo
con otros miembros, y el segundo como el producto procesado, aun-
que sea con una elaboración elemental, un discurso-niño, debida-
mente constituido.
La diferencia es obviamente una función del tiempo. E n la cro-
nología de este corpus particular el secundario sigue al primario
a cierta distancia, e inaugura una perspectiva que transforma un
acontecimiento en historia no sólo según la percepción de quienes
están fuera de él, sino también de los participantes. Esto es lo que
Mark Thornhill, magistrado de Mathura durante el verano de 1857
cuando el motín de la Guardia del Tesoro provocó insurrecciones
en todo el distrito, iba a reflejar en el alterado estado de su relato,
en el que figuraba él mismo como protagonista. Presentaba sus co-
nocidas memorias, The Personal Adventures And Experiences Of A
Magistrate During The Rise, Progress, And Suppression Of The In-
dian Mutiny (Londres, 1884) veintisiete años después del aconteci-
miento:

Después de la supresión del Motín indio, empecé a escribir una


versión de mis aventuras... para cuando acabé mi relato, el públi-
co ya no tenía ningún interés por el tema. Los años han pasado y
han surgido otros tipos de intereses. Los hechos de aquel tiempo se
han convertido en historia, y respecto de esa historia mi relato pue-
de significar una contribución... He decidido por tanto publicar mi
narración...

Desprovisto de contemporaneidad, el discurso se recupera co-


mo un elemento del pasado y se clasifica como historia. Este cam-
bio, tanto de aspecto como de categoría, lo sitúa en la intersección
de colonialismo e historiografía, dotándolo de un doble carácter,
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 51

vinculado al mismo tiempo a un sistema de poder y al método par­


ticular de su representación.
Su autoría es, en sí misma, testimonio de esta intersección, pero
Thornhill no fue el único administrador convertido en historiador.
Fue uno de los muchos funcionarios, civiles y militares, que escri­
bieron retrospectivamente sobre los disturbios populares en la In­
dia rural bajo el Raj. Sus exposiciones, tomadas en conjunto, caen
en dos categorías. En primer lugar nos encontramos con aquellas
que se basan en la propia experiencia de los escritores como parti­
cipantes. Estas memorias, de una u otra clase, se escribían conside­
rablemente después de acaecidos los hechos narrados o casi si­
multáneamente a ellos, pero estaban pensadas, a diferencia del
discurso primario, para la lectura del público. La última, y ésta es
una importante distinción, muestra cómo la mente colonialista
conseguía servir al mismo tiempo a Clío y a la contrainsurgencia,
de modo que la supuesta neutralidad de una difícilmente podía de­
jar de verse afectada por la pasión de la otra, aspecto al que pron­
to regresaremos. Las reminiscencias de ambas clases abundan en la
literatura sobre el Motín, que se ocupaba de la violencia del cam­
pesinado (especialmente en las provincias del noroeste y centro de
la India) así como de la de los cipayos. Relatos como el de Thorn­
hill, escrito mucho después de los acontecimientos, competían con
otros casi contemporáneos como Service and Adventure with Kha-
kee Ressallah, o Meerut Volunteer Horse during the Mutinies of
1857-58 (Londres, 1858), de Dunlop; y Personal Adventures during
the Indian Rebellion in Rohilcund, Futtehghur, and Oudh de Ed-
wards (Londres, 1858) por citar sólo dos piezas de una vasta pro­
ducción destinada a satisfacer la demanda de un público que no se
saciaba de las historias de horror y gloria.
La otra clase de literatura calificada como discurso secundario
es también obra de administradores. Se dirigía también predomi­
nantemente a lectores que no eran funcionarios pero se ocupaba
de temas que no estaban relacionados directamente con su propia
experiencia. Su trabajo incluye algunas de las versiones más am­
pliamente utilizadas y apreciadas de las insurrecciones campesinas,
escritas como monografías sobre hechos particulares, tales como la
de Jamini Mohan Ghosh sobre los disturbios de Sannyasi y Faqir y
la de J.C Price sobre la Rebelión de Chuar, o como declaraciones
52 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

incluidas en una historia más global, como la historia de la hool de


los santal de W.W. Hunter en The Annals of Rural Bengal. Ade-
más, había las excelentes contribuciones hechas por algunos de los
mejores talentos del Servicio Civil a los capítulos históricos de
los Districts Gazetteers. En conjunto constituyen un cuerpo subs-
tancial de literatura que goza de mucha autoridad entre los es-
tudiosos del tema y apenas hay ninguna historiografía en el si-
guiente nivel de discurso, o sea en el terciario, que no se base en
ella.
El prestigio de este género se debe en gran medida al aura de
imparcialidad que lo rodea. Al mantener su relato más allá de la
relación personal, estos autores consiguieron, aunque fuese sólo
por implicación, conferirle un aspecto de verosimilitud. Como fun-
cionarios eran sin duda transmisores de la voluntad del estado.
Pero desde el momento que escribían sobre un pasado en que no
figuraban como funcionarios, sus narraciones se consideran más
auténticas y menos sesgadas que las de aquellos cuyos relatos, ba-
sados en sus recuerdos, estaban forzosamente contaminados por su
intervención en los disturbios rurales como agentes del Raj. Por
contraste a los primeros se les supone haberse aproximado a los
acontecimientos que narran desde fuera. Como observadores clí-
nicamente separados del lugar y del sujeto a diagnosticar, se da por
supuesto que han encontrado para su discurso un hueco en este
reino de la neutralidad perfecta —el reino de la historia— en que
presiden el Pretérito Perfecto y la Tercera Persona.
IV

¿Qué validez tiene esta presunción de neutralidad? Para res-


ponder a esta pregunta no debemos dar por sentada ninguna ten-
dencia en este tipo de trabajo histórico por el mero hecho que pro-
venga de autores comprometidos con el colonialismo. Aceptarlo
como evidente sería negar a la historiografía la posibilidad de re-
conocer su propia incompetencia y en consecuencia defraudar el
propósito del presente ejercicio. Como debería resultar claro de lo
que sigue, es precisamente al rehusar demostrar lo que parece ob-
vio que los historiadores de la insurgencia campesina quedan atra-
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 53

pados —en lo obvio. La crítica debe, por lo tanto, empezar no de­


nunciando una tendencia sino examinando los componentes del
discurso, vehículo de toda ideología, por la manera en que pudie­
ran haberse combinado para describir cualquier figura particular
del pasado.
Los componentes de ambos tipos de discurso y las variantes
discutidas hasta ahora son lo que denominaremos segmentos. Con­
feccionados con el mismo material lingüístico, es decir, conjuntos
de palabras de extensión variable, son de dos clases que pueden
designarse, según su función, como indicativos e interpretativos.
Esta diferenciación implica asignarles, dentro de un texto, el papel
respectivamente de informar y de explicar. Sin embargo, esto no
conlleva su segregación mutua. Al contrario a menudo se encuen­
tran asociadas no sólo de hecho sino por necesidad.
Uno puede comprobar en los Textos ly2 cómo funciona tal im­
bricación. En los dos, la letra redonda simboliza los segmentos indi­
cativos y la cursiva los interpretativos. Escritos sin ninguna pauta
previa, éstos se interpenetran y se sostienen uno a otro para poder
dar a los documentos su significado, y en este proceso dotan a algu­
nos de los conjuntos de una ambigüedad que inevitablemente se
pierde en esta manera particular de representación tipográfica. Sin
embargo, el bosquejo primario de una división de funciones entre
las dos clases emerge incluso de este esquema —la indicativa na­
rrando (es decir informando) de las acciones reales y anticipadas de
los rebeldes y de sus enemigos, y la interpretativa comentándolas
para poder entender (es decir explicar) su significado.
La diferencia entre ellas corresponde a la que existe entre los
dos componentes básicos de cualquier discurso histórico que, uti­
lizando la terminología de Roland Barthes, llamaremos funciones
8
e indicios. Los primeros son los segmentos que ordenan la se­
cuencia lineal de una narrativa. Contiguos, operan en una rela­
ción de solidaridad en el sentido de implicación mutua y reúnen

8. Debo a Roland Barthes muchos de los términos analíticos y procedimientos


usados en este artículo y, de manera general, en todo este ensayo, lo cual resultará ob­
vio para todos aquellos familiarizados con su «Análisis Estructural de los Relatos»
(«Structural Analysis of Narratives») y «La Lucha con el Ángel» («The Struggle wilh
the Angel») en Barthes, Image-Music-Text, Glasgow, l977, pp. 79-I4I, y «Historical
Discourse en M. Lance (ed.), Structuralism, A Reader; Londres, l970, pp. 145-155.
54 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

conjuntos cada vez mayores que se combinan para elaborar la na­


rración agregada. Los segundos se pueden considerar como la
suma de microsecuencias a cada una de las cuales, al margen de
su importancia, debiera ser posible asignar nombres mediante
una operación metalingüística, usando términos que puedan o no
pertenecer al texto estudiado. Es así como las funciones de un
cuento popular han sido denominadas por Bremond, siguiendo a
Propp, como Fraude, Traición, Lucha, Contrato, etc., y las de una
trivialidad tal como el ofrecimiento de un cigarrillo en una de las
historias de James Bond lo han sido por Barthes como ofrecer,
aceptar, encender, y fumar. Uno quizá pueda seguir el ejemplo de
este procedimiento para definir una narración histórica como un
discurso con un nombre que subsume un número dado de se­
cuencias identificadas. Por lo tanto debiera ser posible hablar de
una narrativa hipotética llamada «La insurrección de Titu Mir»
compuesta por un número de secuencias, incluyendo el Texto 1 ci­
tado más arriba.
Demos a este documento un nombre y llamémosle Actas del
Consejo de Calcuta (Alternativas tales como Estallido de Violencia
o El ejército Movilizado podrían usarse también y ser analizables
en términos correspondientes, aunque no idénticos, a los que si­
guen). A grandes rasgos el mensaje Actas del Consejo de Calcuta
(C) en nuestro texto puede interpretarse como una combinación
de dos grupos de secuencias llamadas alarma (a) e intervención (b),
cada una de las cuales está constituido por un par de segmentos
—el primero de la insurrección estalla (a') e información recibida
(a") y el segundo de decisión de movilizar el ejército (b') y orden
dada (b"), cada uno de los constituyentes de cada par está repre­
sentado a su vez por otra serie concatenada— (a') por atrocidades
1 2
cometidas (a ) y autoridad desafiada (a ), y (b") por infantería que
1 2
actúa (b ), artillería que defiende (b ) y magistrado que coopera
3
(b ). En resumen la narrativa de este documento se puede escribir
en tres pasos equivalentes de manera que

C = (a + b) I
= (a' + a") + (b' + b") II
1 2 1 2 3
= (a + a ) + a"+ b' + (b + b + b ) III
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 55

Debería resultar evidente de esta ordenación que no todos los


elementos del paso II pueden expresarse en microsecuencias del
mismo orden. Nos encontramos en el paso III con una concate-
nación en que los segmentos tomados de diferentes niveles del
discurso se imbrican para constituir una estructura entrecortada
e irregular. Mientras unidades funcionales de categoría inferior
como éstas sean lo que una narrativa tiene como su relata sintag-
mático su curso nunca podrá ser uniforme. El hiato entre los seg-
mentos acoplados laxamente se carga necesariamente de impreci-
sión, con 'momentos de riesgo', y cada microsecuencia termina por
abrir posibilidades alternativas, una tan sólo de las cuales será to-
mada por la siguiente secuencia cuando se prosiga con la historia.
'Du Pont, el futuro compañero de Bond, le ofrece fuego de su en-
cendedor pero Bond lo rechaza; el significado de esta bifurcación
es que Bond teme instintivamente que el artilugio sea una trampa
9
explosiva'. Lo que Barthes identifica así como 'bifurcación' en la
ficción, también tiene un paralelismo en el discurso histórico. La
1
pretendida realización de atrocidades (a ) en el despacho oficial de
1831 niega la creencia en la propagación pacífica de la nueva doc-
trina de Titu que las autoridades ya conocían, pero que hasta en-
tonces habían ignorado considerándola sin importancia. La expre-
2
sión, autoridad desafiada (a ), que hace referencia a los rebeldes
habiendo 'desafiado y repelido la máxima fuerza que la Autoridad
Civil pudo reunir para su captura', tiene como su otro, aunque no
explícito, término, sus esfuerzos para persuadir al Gobierno me-
diante peticiones y delegaciones para que ofrezca reparación por
los agravios de sus correligionarios. Y así sucesivamente. Cada una
de estas unidades funcionales elementales implica, por lo tanto, un
nçodulo que no acaba de materializarse en un desarrollo real, una
especie de símbolo cero mediante el cual la narrativa afirma su
tensión. Y es precisamente porque la historia como representación
verbal por el hombre de su propio pasado está por su misma natu-
raleza tan llena de azar, tan llena de la verosimilitud de elecciones
netamente diferenciadas, que nunca cesa de emocionar. El discur-
so histórico es el 'thriller' más antiguo del mundo.

9.. Barthes, Images Music Text p. 102.


56 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

El análisis secuencial muestra que la narración es una concate­


nación de unidades funcionales no muy estrechamente alineadas.
Éstas últimas son disociativas en su operación y enfatizan más el
aspecto analítico del discurso que el sintético. Como tales no ge­
neran por sí mismas su significado. Del mismo modo que el senti­
do de una palabra (por ejemplo 'hombre') no está representado
parcialmente en cada una de las letras (por ejemplo H, O, M, B, R,
E) que componen su imagen gráfica, ni el de una frase (por ejem­
plo 'érase una vez') en el de las palabras que la constituyen toma­
das independientemente, tampoco los segmentos individuales de
un discurso pueden decirnos por si solos lo que significa. En cada
ejemplo el significado es obra de un proceso de integración que
complementa el de la articulación secuencial. Tal como afirma
Benveniste, en cualquier lenguaje «es su disociación la que nos re­
vela su constitución formal y la integración, sus unidades significa­
10
tivas».
Esto es también verdad respecto del lenguaje de la historia. La
operación integradora se realiza en su discurso por la otra clase de
unidades narrativas básicas, esto es indicios, que son un necesario
e indispensable correlato de las funciones y se distinguen de ellas
en algunos aspectos importantes:

Los indicios, debido a la naturaleza vertical de sus relaciones,


son unidades verdaderamente semánticas: contrariamente a las
'funciones'... remiten a un significado, no a una 'operación'. La
ratificación de los indicios es 'más arriba'... una ratificación para­
digmática. La de las funciones, por el contrario, es siempre 'más
adelante', es una ratificación sintagmática. Funciones e indicios re­
, • cubren así otra distinción clásica: las funciones implican relata me­
tonírmcos, los indicios relata metafóricos; los primeros correspon­

10. Emile Benveniste, Problémes de linguistique genérale, I, París, 1966, p. 126.


«La dissociation nous livre la constitution formelle;L´integrationnous livre des unités
signifiantes» | Hay Trad.cast.: Problemas de linguistica general, SigloXXI,México, 1977|.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 57

den a una funcionalidad del hacer, los segundos a una funcionali-


11
dad del ser.

La intervención vertical de los indicios en un discurso es posi-


ble a causa de la ruptura de su linealidad por un proceso que co-
rresponde a la distaxia en la conducta de muchos lenguajes natu-
rales. Bally, que ha estudiado este fenómeno con detalle, descubre
que una de las condiciones de su existencia en francés se produce
«cuando las partes de un mismo signo son separadas», la expresión
«elle a pardonné», pasada al negativo, se fragmenta y reconstruye
12
como «elle ne nous a jamais plus pardonné».
De forma similar el predicativo simple en Bengalí "shé jàbé"
puede ser reescrito por la inserción de una forma interrogativa o
una sucesión de condicionales negativos entre las dos palabras
para producir respectivamente "shé ki jábé" y "shé ña hoy ña jábé".
En una narración histórica es también un proceso de "distensión
y expansión" de su sintagma lo que ayuda a elementos paradigmáti-
cos a infiltrar y reconstituir los segmentos discontinuos en un con-
junto lleno de sentido. Es precisamente así como la coordinación de
los ejes metonímicos y metafóricos se efectúa en una exposición y se
realiza la necesaria interacción de sus funciones e indicios. Sin em-
bargo, estas unidades no se distribuyen en proporciones iguales en
todos los textos: algunas son más frecuentes en una categoría que en
otra. En consecuencia, un discurso podría ser predominantemente
metonímico o metafórico dependiendo de si un número significati-
vamente mayor de sus componentes son ratificados sintagmática o
13
paradigmáticamente. Nuestro Texto 1 pertenece al primer tipo.
Se puede observar la formidable y aparentemente impenetrable dis-
posición de sus relata metonímicos en el paso III del análisis
secuencial que se ha dado más arriba. Aquí por fin tenemos la au-
tentificación perfecta de la estúpida visión de la historia como una
condenada cosa tras otra: levantamiento - información - decisión -

11. Barthes, Images-Music-Text, p .93.


12. Charles Bally, Linguistique Générale et Linguistique Française, Berne, 1965,
p. 144.
13. Barthes, Elements of Semiology, Londres, 1967, p. 60. [Hay trad. cast.: Ele-
mentos de semiología, Alberto Corazón, Madrid, I970.
58 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

orden. No obstante, un examen más atento del texto puede descubrir


resquicios que permiten "comentarios", que se abren camino a tra-
vés de la armadura del "hecho". Las expresiones en letra cursiva son
un testimonio de esta intervención paradigmática y nos dan su medi-
da. Los indicios desempeñan la función de adjetivos o epítetos en
contraposición a los verbos que, por hablar en términos de homolo-
14
gía entre sentencia y narración, desempeñan la de funciones. Ac-
tuando conjuntamente, convierten el despacho en algo más que un
simple registro de sucesos y ayudan a inscribirle un significado, una
interpretación para que los protagonistas emerjan de ella no co-
mo campesinos sino como «Insurgentes» no como Musalman sino como
«fanáticos»; su actuación, no como resistencia a la tiranía de la élite
rural sino como «las atrocidades más atrevidas y libertinas sobre los
habitantes»; su proyecto, no como una revuelta contra los zamindari
sino como «desafiar la autoridad del Estado», no como la búsqueda
de un orden alternativo en que la paz del campo no fuese violada por
la anarquía oficialmente tolerada del sistema de los terratenientes
semifeudales sino como «perturbar la tranquilidad pública».
Si la intervención de los indicios «substituye el significado por
15
una copia directa de los acontecimientos narrados», en un texto
tan cargado de metonimia como el que hemos discutido, pue-
de confiarse en que lo hará en grado todavía mayor en discursos
que son predominantemente metafóricos. Esto debiera resultar
evidente en el Texto 2 donde el elemento de comentario, puesto en
cursiva por nosotros, tiene más importancia que el de informe. Si
éste está representado como una concatenación de tres secuencias
funcionales, es decir, reunión de santal armados, que se alerte a las
autoridades, petición de ayuda militar, se puede observar como el
primero se ha separado del resto por la introducción de un amplio
fragmento de material explicativo y como los otros dos también se
envuelven y se rematan con comentarios. El último está inspirado
por el temor que Sreecond, siendo «el punto más cercano a la reu-
nión. .. será el primero atacado» y desde luego «no es nada agrada-
ble esperar ser asesinado». Fijaos, sin embargo, que este temor se
justifica a si mismo políticamente, esto es, imputando a los santal

14. Barthes, Images-Music-Text, p. 128.


15. Barthes, Images-Music-Text, p. 119.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 59

una «intención de atacar... robar... y dar muerte a todos los euro-


peos y Nativos influyentes» a fin de que «uno de sus Dioses» con
apariencia humana pueda «reinar como Soberano en toda esta par-
te de la India». Por consiguiente, este documento no es neutral en
su actitud respecto a los acontecimientos de que da testimonio y
que presenta como "evidencia" ante el tribunal de la historia, en el
que no se puede esperar que testifique con imparcialidad. Bien al
contrario, es la voz del colonialismo comprometido. Ha hecho ya
su elección entre la perspectiva de un autogobierno de los santal
en Damin-i-Koh y la continuación del Raj británico e identifica lo
que es bueno para la promoción del primero como temible y ca-
tastrófico para el otro —como «un asunto bastante serio». En otras
palabras los indicios en este discurso —así como del discutido más
arriba— nos introducen en un código particular constituido de tal
modo que para cada uno de sus signos tenemos un antónimo, un
contra-mensaje, en otro código. Si tomamos en préstamo la repre-
16
sentación binaria que hizo famosa Mao Tse-tung, la lectura, «¡Es
terrible!» para cualquier elemento de uno debe aparecer en el otro
como «¡Es magnífico!» para un elemento correspondiente y vice-
versa. Para expresar esta oposición de códigos gráficamente se
pueden ajustar los indicios escritos en cursiva de los Textos 1 y 2 en
una matriz llamada "TERRIBLE" (de acuerdo con el atributo ad-
jetival de unidades de esta clase) de tal manera que indique su re-
lación con los términos implicados, pero no manifiestos (escritos
en redonda) de una matriz correspondiente a "MAGNÍFICO".

TERRIBLE MAGNÍFICO

Insurgentes campesinos

fanático puritano islámico

las atrocidades más atrevidas


y libertinas sobre los habitantes resistencia a la opresión

16. Selected Works of Mao Tse-tung, vol. I, Pekín, 1967, pp. 26-27. |Hay trad.
cust.: Obras escogidas de Mao 'Tse tung, Fundamentos, Madrid, 1974.
60 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

desafío a la autoridad del Estado revuelta contra los zamindari

perturbación de la tranquilidad
pública lucha por un orden mejor

intención de atacar, etc. intención de castigar


a los opresores

uno de sus Dioses reinará


como Soberano autogobierno de los santal

Lo que se desprende del juego de estas matrices mutuamente


relacionadas pero opuestas es que nuestros textos no son registros
de observaciones no contaminadas por tendencias, juicios y opi-
niones. Al contrario, hablan de una complicidad total. Ya que si las
expresiones de la columna de la derecha agrupadas puede decirse
que implican la insurgencia, el código que contiene todos los signi-
ficantes de la práctica subalterna de "subvertir el mundo" y de
la conciencia que lo informa, entonces la otra columna debe re-
presentar su opuesto, esto es, la contrainsurgencia. El antagonismo
entre las dos es irreductible y no deja ninguna opción a la neu-
tralidad. De ahí que estos documentos no tengan sentido salvo en
términos de un código de pacificación que, bajo el Raj, era una
combinación de intervención coercitiva del Estado y de sus prote-
gidos, la élite nativa, con armas y con palabras. Representativos del
tipo de discurso primario en la historiografía de las revueltas cam-
pesinas, son ejemplos de la prosa de la contrainsurgencia.

VI

¿Hasta qué punto el discurso secundario comparte tal compromi-


so? ¿Le es posible hablar en otra prosa que no sea la de la con-
trainsurgencia? Las narraciones pertenecientes a esta categoría en
que sus autores figuran entre los protagonistas son sospechosas
casi por definición, y la presencia de la primera persona gramatical
debe reconocerse como un signo de complicidad. Sin embargo, la
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 61

cuestión es si la pérdida de objetividad en estos relatos está ade-


cuadamente disfrazada por el uso del verbo en pasado perfecto. Ya
que como observa Benveniste, la expresión histórica admite tres
variantes de tiempos pasados, es decir, el perfecto, el imperfecto y
el pluscuamperfecto, quedando el presente excluido por comple-
17
to. Ésta condición se satisface con reminiscencias separadas por
un hiato de tiempo lo suficientemente grande de los acontecimien-
tos afectados. Lo que debe averiguarse, por tanto, es hasta qué
punto la fuerza del pretérito corrige la tendenciosidad causada por
la ausencia de la tercera persona.
Las memorias de Mark Thornhill sobre el Motín nos propor-
cionan un texto en que el autor evoca una serie de acontecimien-
tos que había experimentado hacía veintisiete años. «Los aconteci-
mientos de aquel tiempo» se habían «convertido en historia», y él
pretende, como dice en el extracto citado más arriba, contribuir «a
esa historia», y producir así lo que hemos definido como un tipo
particular de discurso secundario. La diferencia que ha originado
en él este intervalo tal vez se pueda apreciar mejor si se compara
con algunos ejemplos de discurso primario que tenemos sobre el
18
mismo tema y del mismo autor. Dos de éstos pueden leerse con-
juntamente como un testimonio de su percepción de los hechos
acaecidos en la base sadar de Mathura y en la comarca circundan-
te entre el 14 de mayo y el 3 de junio de 1857. Escritas por él, to-
cado con el sombrero de magistrado del distrito, y destinadas a sus
superiores —una el 5 de junio de 1857, es decir, a cuarenta y ocho
horas de la fecha final del período de qué hablamos, y la otra el 10
de agosto de 1858, cuando los acontecimientos eran todavía un re-
cuerdo vivido como un pasado reciente— estas cartas coinciden te-
máticamente con el relato que cubre las mismas tres semanas en
las primeras noventa páginas de su libro, escrito casi tres décadas
después, tocado con el sombrero de historiador.
Ambas cartas son de carácter predominantemente metonímico.
Concebidas como fueron, casi desde el interior de la experiencia
misma que cuentan, son necesariamente como esbozos y hablan al
lector en rápidas secuencias de algunos de los acontecimientos de

17. Benvenise,Problemsdelinguistiquegénérale, p. 239.


18.FreedomStruggleinUttarPradesh,vol. V, pp. 685-692
62 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

aquel extraordinario verano. Por tanto el sintagma asume una apa­


riencia factual, sin apenas dar lugar al comentario. Pero aquí tam­
bién puede advertirse que la fusión de las unidades funcionales, si
se mira de cerca, es menos sólida de lo que parece a primera vista.
Incrustados en ellas hay indicios que revelan la angustia del custo­
dio local de la ley y el orden («el estado del distrito es tal que desa­
fía cualquier intento de control»; «la ley está en punto muerto»),
sus temores («rumores muy alarmantes sobre la aproximación del
ejército rebelde»), su desaprobación moral de las actividades de
los campesinos armados («los disturbios en el distrito... aumen­
tan... en... enormidad»), su aprecio por contraste de los colabora­
dores nativos hostiles a los insurgentes («... la casa de Seths... nos
recibió amablemente»). Indicios como éstos, son marcas ideológi­
cas que aparecen prominentemente en este tipo de material relati­
vo a las revueltas campesinas. Si se examinan en conjunto con otras
características textuales relevantes —por ejemplo, el modo abrup­
to de expresión de estos documentos, tan revelador de la conmo­
ción y el terror causado por la revuelta— acusan a la supuesta evi­
dencia "objetiva" sobre la militancia de las masas rurales de estar
tarada en su origen por el prejuicio y la visión partidista de sus ene­
migos. Si los historiadores no prestan atención a esos signos reve­
ladores marcados sobre la materia prima de su oficio, ello deberá
explicarse en términos de la óptica de la historiografía colonial en
lugar de interpretarlo a favor de la supuesta objetividad de sus
"fuentes primarias".
No hay nada inmediato o abrupto en el correspondiente dis­
curso secundario. Por el contrario, contiene en su interior distintas
perspectivas para darle una profundidad en el tiempo y, como re­
sultado de esta determinación temporal, un sentido. Comparemos
la narración de los acontecimientos en las dos versiones de cual­
quier día concreto —tomemos, por ejemplo, el 14 de mayo de 1857,
al comienzo de nuestro período de tres semanas. Narrado en un
párrafo muy breve de cincuenta y siete palabras en la carta de
Thornhill del 10 de agosto de 1858, puede representarse plena­
mente en cuatro segmentos concisos sin que se produzca una pér­
dida significativa del mensaje: amotinados aproximándose; infor­
mación recibida de Gurgaon; confirmada por los europeos del norte
del distrito; mujeres y no combatientes enviados a Agra. Como la
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 63

narración comienza, a efectos prácticos, con esta entrada, no hay


exordios que le sirvan de contexto, lo cual da a este arranque ins-
tantáneo un sentido, como hemos observado, de sorpresa total. En
el libro, sin embargo, este mismo instante está acompañado por
unos antecedentes que se extienden a lo largo de cuatro meses y
medio y de tres páginas (pp. 1-3). Todo este tiempo y este espacio
están dedicados a algunos detalles cuidadosamente elegidos de la
vida y experiencia del autor durante el período que precedió al
Motín. Estos resultan ser realmente significativos. Como indicios
preparan al lector para lo que vendrá y le ayudan a entender los su-
cesos del 14 de mayo y posteriores, cuando éstos se introducen en
la narración en etapas escalonadas. Así la misteriosa circulación de
chapatis en enero y la callada pero expresiva preocupación del her-
mano del narrador, un funcionario superior, acerca de un telegra-
ma recibido en Agra el 12 de mayo que comunicaba las noticias
aún no confirmadas de la insurrección de Meerut, presagian los
acontecimientos de dos días más tarde en las bases de su propio
distrito. Por otra parte las trivialidades sobre sus "grandes ingresos
y autoridad", su casa, caballos, criados, "una cómoda llena de vaji-
lla de plata en el salón... una gran provisión de chales de cachemir,
perlas, y diamantes", todo ayuda a indiciar, por contraste, el holo-
causto que iba pronto a reducir su autoridad a la nada, y a conver-
tir a sus criados en rebeldes, su casa en un desorden, su propiedad
en un botín para los saqueadores pobres de la ciudad y del campo.
Al prever los acontecimientos narrados, aunque sea por implica-
ción, el discurso secundario destruye la entropía del primero, su
materia prima. De ahora en adelante no existirá nada en la histo-
ria que pueda decirse que resulte totalmente imprevisto.
19
Este efecto es obra de los llamados "shifters o conectores" que
ayudan al autor a superponer una temporalidad propia a la de su
tema, es decir, «a "destemporalizar" el hilo narrativo histórico y re-

19. Para la exposición de Roman Jakobson sobre este concepto clave, ver sus
Selected Writings, 2: Word and Language, La Haya y París, 1971, pp. 130-147 [Hay
trad. cast.: Obras selectas, Gredos, Madrid, 1988, 2 vol. Barthes desarrolla la noción
de cambios (shifters) de organización en su ensayo «Historical Discourse», pp. 146-
148. Todos los extractos citados en este párrafo han sido tomados de este ensayo, si
no se dice lo c o n t r a r i o .
64 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

cuperar, aunque sea a modo de reminiscencia o de nostalgia, un


Tiempo a la vez, complejo, paramétrico, y no lineal... entrelazando
la cronología de la materia con la del acto de lenguaje que la rela-
ta». En el caso presente el cruce no sólo consiste en adaptar un con-
texto evocativo a la simple secuencia narrada en el breve párrafo de
su carta. Los "shifters" rompen el sintagma por dos veces para in-
sertar en la ruptura, en ambas ocasiones, un momento de tiempo del
autor suspendido entre dos polos de "espera", una figura constitui-
da idealmente para permitir un juego de digresiones, apartes y pa-
réntesis que forman nudos y zigzags en una línea histórica y le aña-
den con ello profundidad. Así, mientras aguarda las noticias acerca
de los movimientos de los amotinados, reflexiona sobre la paz al co-
mienzo del atardecer en la base de sadar y se aparta de su narración
para contarnos, violando el canon historiográfico de tiempo y per-
sona: «La escena era simple y llena de la calma de la vida de Orien-
te. Volvió a menudo a mi mente en los tiempos que siguieron». Y,
otra vez, mientras espera más tarde el transporte que ha de llevarse
a los evacuados reunidos en su salón, se evade de aquella noche par-
ticular con unas pocas palabras para comentar: «Era una hermosa
habitación, muy luminosa, alegrada con flores. Fue la última vez que
la vi así, y así permanece impresa en mi memoria».
¿Cómo ayuda la operación de estos "shifters" a corregir los
sesgos resultantes de la intervención del escritor en primera per-
sona? No mucho según lo que hemos visto. Porque cada uno de
los indicios introducidos en la narrativa representa una elección
de principio entre los términos de una oposición paradigmática.
Entre la autoridad del jefe del distrito y el desafío de las masas
armadas, entre el servilismo habitual de sus criados y su afirma-
ción de autoestima como rebeldes, entre los signos de su riqueza
y poder (como oro, caballos, chales, quintas) y su apropiación o
destrucción por las turbas subalternas, el autor, apenas distingui-
ble del administrador que era veintisiete años atrás, elige siempre
lo primero. La nostalgia hace su elección todavía más elocuente
—un recuerdo de lo que se considera que era "magnífico", como
una tarde apacible o una habitación elegante, enfatizando por
contraste los aspectos 'terribles' de la violencia popular dirigida
contra el Raj. Hay una lógica muy clara en esta preferencia. Se
afirma a sí misma al negar una serie de inversiones que, combi-
LA PROSA DE LA C0NTRA1NSURGENCIA 65

nadas con otros signos del mismo orden, constituyen un código


de insurgencia. La pauta de la elección del historiador, idéntica a
la del magistrado, conforma de este modo un contra-código, el
código de la contrainsurgencia.

VII

Si el efecto neutralizador del pasado no prevalece sobre la sub-


jetividad del protagonista como narrador en este género particular
de discurso secundario, ¿de qué manera se manifiesta el equilibrio
entre tiempo y persona en el otro tipo de escrito dentro de la mis-
ma categoría? Se puede ver aquí la acción de dos lenguajes distin-
tos, ambos identificados con el punto de vista del colonialismo
pero distintos en la manera de expresarlo. La variedad más ele-
mental está bien representada en La rebelión de los Chuar de 1799
(The Chuar Rebellion of 1799) de J. C. Price. Escrito mucho des-
pués de que el acontecimiento tuviese lugar, en 1874, el autor, en
aquel tiempo funcionario de Asentamiento de Midnapur, preten-
día proporcionar una narración histórica sencilla sin ningún objeti-
vo administrativo. La dirigía al «lector ocasional», así como «a
cualquier futuro recaudador de Midnapore», esperando compartir
con ambos «el profundo interés que he sentido leyendo los anti-
20
guos documentos de Midnapore». Pero el «placer» del autor, «ex-
perimentado al sumergirse en estos papeles» parece haber produ-
cido un texto casi imposible de distinguir del discurso primario que
ha utilizado como fuente. Éste último se hace notar, para empezar,
por su considerable presencia física. Cerca de una quinta parte de
esta mitad del libro que trata específicamente de los aconteci-
mientos de 1799 está compuesta de citas directas de los docu-
mentos y otra gran parte, de resúmenes apenas modificados. Más
importante para nosotros, sin embargo, es la evidencia que tene-
mos de cómo el autor identifica sus propios sentimientos con los de
aquel pequeño grupo de blancos que estaban recogiendo la tor-
menta que era fruto de los vientos del cambio violentamente dis-
ruptivo que el Gobierno de la Compañía había sembrado en el su-

20. Price, The Chuan Rebellion of 1799, p. CLX


66 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

roeste de Bengala. Tan sólo el miedo de los oficiales sitiados en la


base de Midnapur en 1799 se transforma setenta y cinco años des-
pués en este odio genocida característico de los escritos británicos
posteriores al motín. «La falta de interés de las autoridades, civiles
o militares, para proceder en persona a ayudar a sofocar los dis-
turbios resulta sorprendente», escribe avergonzando a sus compa-
triotas y sigue entonces jactándose:

En nuestros días de armas de retrocarga media docena de eu-


ropeos habrían sido bastante para veinte veces este número de
Chuars. Por supuesto que con la naturaleza imperfecta de las ar-
mas de aquellos días no podía esperarse que los europeos se lan-
zasen en vano al peligro, pero debía haberse esperado que los fun-
cionarios europeos de la base hubiesen, por lo menos en algunas oca
asaltantes. Me sorprende que ningún funcionario europeo, civil o
militar, a excepción tal vez del teniente Gill, tuviese esa sensación
de alegre entusiasmo que la mayoría de jóvenes sienten hoy en los
deportes de campo, o en cualquier actividad donde haya un ele-
mento de peligro. Pienso que muchos de nosotros, si hubiésemos
vivido en 1799, habríamos considerado mejor deporte atrapar a un
merodeador chuar oliendo a sangre y despojos que al mayor oso
21
que las junglas de Midnapore puedan criar.

Está claro que la separación del autor de su tema y la diferen-


cia entre el tiempo del acontecimiento y el de su narración han ser-
vido de poco para inspirarle objetividad. Su pasión es aparente-
mente del mismo orden que la del soldado británico que escribía
en vísperas del saqueo de Delhi en 1857: «Yo sinceramente confío
en que la orden que se nos dé cuando ataquemos Delhi será...
22
"Matadlos a todos; no hay que dar cuartel"». La actitud del his-
toriador hacia los rebeldes es en este caso indistinguible de la del
Estado —la actitud del cazador en relación con su presa. Mirado
así un insurgente no es un objeto de comprensión o interpretación
sino de exterminio, y el discurso de la historia, lejos de ser neutral,
sirve directamente para instigar la violencia oficial.
Sin embargo, se sabe que había otros escritores que trabajaban
en el mismo género y se expresaron en un lenguaje menos san-
guinario. Uno de los mejores representantes de este tipo es W.W.
Hunter en su relato de la insurrección de los santal de 1855, The
Annals of Rural Bengal. Éste es, en muchos aspectos, un texto nota-
ble. Escrito una década después del Motín y doce años después
23
de la hool, no tiene el tono revanchista y racista común en buena
parte de la literatura anglo-india del período. El autor trata a los
enemigos del Raj no sólo con consideración sino con respeto, aun-
que le hubiesen echado de tres distritos del este en cuestión de se-
manas y hubiesen resistido durante cinco meses al poder combina-
do del ejército colonial y de sus nuevos auxiliares —los ferrocarriles
y el "telégrafo eléctrico". Como uno de los primeros ejercicios mo-
dernos en la historiografía de las revueltas campesinas indias, sitúa
la insurrección en un contexto cultural y socioeconómico, analiza
sus causas, y toma de la documentación local y de los relatos con-
temporáneos las evidencias de su progreso y su eventual supresión.
Aquí tenemos, según todas las apariencias, un ejemplo clásico de
cómo el sesgo y las opiniones del propio autor se esfumarían bajo la
acción del tiempo pasado y de la tercera persona. Aquí, quizás, el
discurso histórico se ha encontrado a sí mismo y ha alcanzado ese
ideal de un «modo de narrativa... impersonal... diseñado para eli-
24
minar la presencia del interlocutor».
Esta apariencia de objetividad, de falta de un sesgo demostra-
ble, no tiene sin embargo nada que ver con «los hechos hablando
por sí mismos» en un estado de pura metonimia sin mancha de co-
mentario. Al contrarío, el texto está lleno de comentarios. Basta
compararlo con algo como el artículo casi contemporáneo sobre
este tema en la Calcutta Review (1856), o incluso con la historia de
la hool de K.K. Datta, escrita mucho después de su supresión, para

23. Se deduce de una nota de esta obra que fragmentos de ella fueron escritos
en 1866. La dedicatoria está fechada el 4 de marzo de 1868. Todas nuestras referen-
cias corresponden al capítulo IV de la séptima edición (Londres, 1897) a menos que
se indique de otra forma.
24. Barthes, Image Music Text p. 112.
68 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

percatarse de cuan poco hay en ella de los detalles de lo que real­


25
mente sucedió. En efecto la narración de los acontecimientos
ocupa en el libro sólo el 7 por 100 del capítulo que nos conduce ha­
cia ellos y algo menos del 50 por 100 del texto dedicado específi­
camente al tema dentro de este capítulo. El sintagma se quiebra
una y otra vez por distaxia y la interpretación se filtra para combi­
nar los segmentos en un conjunto significativo de carácter princi­
palmente metafórico. La consecuencia de esta operación, que es
especialmente relevante para nuestro propósito, es la manera en
que distribuye los relata paradigmáticos a lo largo de un eje de con­
tinuidad histórica, entre un "antes" y un "después", ampliándolo
con un contexto y prolongándolo en una perspectiva. La represen­
tación de la insurgencia termina así alcanzando su momento inter­
calado entre su pasado y su futuro, de modo que los valores parti­
culares de uno y otro son introducidos en el acontecimiento para
darle un significado específico.

VIII

Para empezar por el contexto, dos tercios del capítulo que cul­
mina con la historia de la insurrección están dedicados a un relato
inaugural de lo que se puede denominar la historia natural de sus
protagonistas. Se trata de un ensayo etnográfico que habla de las
características físicas, lenguaje, tradiciones, mitos, religión, rituales,
hábitat, medio ambiente, prácticas de caza y agricultura, organiza­
ción social y gobierno comunal de los santal de la región de Birb-
hum. Hay aquí muchos detalles que marcan el inicio del conflicto
como un choque de contrarios entre los nobles salvajes de las coli­
nas y los malvados explotadores de las llanuras; referencias a su
dignidad personal («no se humillan como los hindúes rurales»; las
mujeres santal «desconocen los tímidos remilgos de las hembras
hindúes», etc.) que implican el contraste entre su supuesta reduc­
ción a servidumbre por los prestamistas hindúes y su honestidad

25. Anon, «The Sonthal Rebellion», Calcutta Review, 1856, pp. 223-264; K.K.
Datta, «The Santal Insurrection of 1855-57», en Anti-British Plots and Movements
before 1857, Meerut, 1970, pp. 43-152.
LA PROSA DE LA CONTRA1NSURGENCIA 69

(«A diferencia del hindú, nunca piensa en ganar dinero a costa de


un forastero, evita escrupulosamente toda cuestión de negocios, y
se aflige si se le insiste en que acepte un pago por la leche y la fru-
ta que su esposa ofrece»), la codicia y el fraude de los comercian-
tes y terratenientes extranjeros conduce eventualmente a la insu-
rrección, su alejamiento («Los santal viven tan alejados como les
es posible de los hindúes»), la intrusión de los diku en su vida y en
su territorio y el holocausto que inevitablemente se siguió de ello.
Estos indicios dan al levantamiento no sólo una dimensión mo-
ral y unos valores de guerra justa, sino también una profundidad
temporal. Ésta se obtiene mediante una operación de marcadores
diacrónicos en el texto —un pasado imaginario, por la creación de
mitos (apropiado para una empresa que se inicia por consejo de
Thakur) y un pasado real pero remoto (que cuadra con una re-
vuelta empapada de tradición), bajo la capa de la prehistoria en los
rituales y en el habla, con la ceremonia de «Purificación para el
muerto» de los santal mencionada como vestigio de «una memoria
vaga del tiempo lejano en que habitaban junto a grandes ríos» y su
lenguaje como «ese documento intangible donde el pasado de la
nación está esculpido más profundamente que sobre tablas de co-
bre o en inscripciones en la roca».
A medida que se aproxima al acontecimiento el autor le añade
un pasado reciente que cubre aproximadamente un período de se-
senta años de «administración directa» en el área. Los aspectos
morales y temporales del relato se funden aquí en la figura de una
contradicción irreconciliable. Por una parte existían, según Hunter,
una serie de medidas benéficas introducidas por el gobierno: el
Asentamiento Decenal que ayuda a extender el área cultivada e
induce a los santal, desde 1792, a alquilarse como trabajadores
agrícolas; la creación, en 1832, de un cercado de pilares de mani-
postería donde podían colonizar tierra y selva vírgenes sin el temor
de ser acosados por las tribus hostiles; el desarrollo de la «empre-
sa inglesa» en Bengala en la forma de factorías de índigo a las cua-
les «los inmigrantes santal proporcionaron una población de jor-
naleros»; y el último, pero no menos importante, de los beneficios,
su entrada a miles en las cuadrillas para la construcción del ferro-
carril de la legión en 1854. Pero había también, por otra parte, dos
series de factores que se combinaban para anular todo el bien re-
70 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

sultante del gobierno colonial, esto es, la explotación y la opresión


de los santal por los codiciosos y defraudadores terratenientes,
prestamistas y comerciantes hindúes, y el fracaso de la administra­
ción local, su policía y sus tribunales para protegerles o remediar
los agravios que sufrían.

IX

Este énfasis en la contradicción sirve obviamente para un pro­


pósito interpretativo del autor. Le permite situar la causa del le­
vantamiento en el fracaso del Raj en conseguir que sus aspectos de
mejora prevalecieran sobre los defectos y las limitaciones que per­
sistían en su ejercicio de la autoridad. La narración del aconteci­
miento se ajusta directamente al objetivo manifestado al principio
del capítulo, esto es, el de hacer que interese no sólo a los estudio­
sos «de estas estirpes atrasadas» sino también a los políticos. «El
estadista indio descubrirá», había escrito refiriéndose eufemística-
mente a los responsables de la política británica en la India, «que
estos Hijos del Bosque pueden... ser sensibles a las mismas in­
fluencias de reforma que el resto de los hombres, y que la futura
extensión de la empresa inglesa en Bengala depende en gran me­
dida de su capacidad para la civilización». Es esta preocupación
por la «reforma» (es decir, acelerar la transformación de los cam­
pesinos tribales en trabajadores a sueldo y aprovecharse de ellos
para proyectos colonialistas de explotación de los recursos indios)
lo que explica la mezcla de firmeza y «comprensión» en la actitud
de Hunter con respecto a la rebelión. Siendo un imperialista-libe­
ral, la veía a la vez como una amenaza a la estabilidad del Raj y
como una crítica útil de una administración que estaba lejos de ser
perfecta. Así, mientras censuraba al gobierno de aquella época por
no haber deplarado la ley marcial más pronto con el fin de reducir
la hool desde el principio, se mostraba cauto para diferenciarse de
aquellos de sus compatriotas que querían castigar a la comunidad
entera de los santal por el crimen de los rebeldes y deportar a ul­
tramar a toda la población de los distritos implicados. Imperialista
previsor, aguardaba el día en que la tribu, como muchos otros pue­
blos aborígenes del subcontinente, demostrase su «capacidad para
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 71

la civilización» actuando como una fuente inagotable de mano de


obra barata.
Esta visión se inscribe en la perspectiva con que la narración
concluye. Culpando directamente del estallido de la hool a aquella
«administración práctica y barata» que ignoró las quejas de los
santal y se preocupó tan sólo de la recaudación de impuestos, sigue
catalogando los un tanto ilusorios beneficios del «sistema más jus-
to que se introdujo después de la revuelta» para mantener el poder
de los usureros sobre los deudores dentro de los límites de la ley,
desterrar el uso de pesos y medidas falsos en la venta al por menor,
y asegurar el derecho de los trabajadores forzados a escoger la li-
bertad por deserción o por cambio de patrones. Pero más que la
reforma administrativa fue nuevamente la «empresa inglesa» la
que contribuyó radicalmente al bienestar de la tribu. El ferrocarril
«transformó completamente la relación del trabajo con el capital»
y eliminó aquella «razón natural para la esclavitud»: a saber, «la
falta de un fondo de salarios para los trabajadores libres». La de-
manda de trabajo de las plantaciones en los distritos de té de As-
sam «estaba destinada a mejorar todavía más la posición de los
santal», al igual que el estímulo para contratar culis para Mauricio
y para las islas de Caribe. Fue así como el campesino tribal pros-
peró gracias al desarrollo de un vasto mercado de trabajo en el Im-
perio británico, tanto en el subcontinente como en ultramar. En los
huertos de té de Assam «su familia entera puede conseguir em-
pleo, y cada niño que nace, en vez de incrementar la pobreza de la
familia, se convierte en una fuente de riqueza», mientras los culis
volvían de África o de las Indias Occidentales «cuando expiraba su
contrato con ahorros de unas 20 libras esterlinas, una suma sufi-
ciente para que un santal se convierta en un importante propieta-
rio en su propio pueblo».
Muchas de estas llamadas mejoras eran, como sabemos ahora,
volviendo la vista un siglo atrás, el resultado de simples ilusiones o
tan efímeras como para no importar en absoluto. La conexión entre
la usura y el trabajo forzado continuó durante todo el dominio bri-
tánico, e incluso en la India independiente. La libertad del mercado
de trabajo estaba seriamente restringida por la falta de competen-
cia entre el capital británico y el indígena. El empleo de familias tri-
bales en las plantaciones de té llegó a ser una fuente de cínica ex-
72 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

plotación del trabajo de las mujeres y los niños. Las ventajas de la


movilidad y la contratación quedaban anuladas por las irregulari-
dades en el proceso de reclutamiento y por la manipulación de los
factores contrarios de dependencia económica y diferenciación so-
cial por arkatis. El sistema de contrato a largo plazo, como el de los
culis, sirvió menos para liberar trabajo servil que para desarrollar
una especie de segunda servidumbre, y así lo demás.
No obstante esta visión que nunca llegó a materializarse ofrece
una vía de penetración en el carácter de este tipo de discurso. La
perspectiva que lo inspiró implicaba de hecho un acto de fe en el
colonialismo. La hool fue asimilada aquí a la carrera del Raj y la
actuación militante de los campesinos tribales para liberarse del
triple yugo de los sarkari, sahukari y zamindari a la «empresa in-
glesa» —la infraestructura del Imperio. De aquí que el objetivo
manifestado al principio de la narración podía reiterarse hacia el
final con el autor diciendo que había escrito al menos, «en parte
por la instrucción que su [de los santal] historia reciente propor-
ciona acerca del método mejor para tratar con las razas aboríge-
nes». La supresión de las revueltas campesinas locales era una par-
te de este método, pero era incorporada ahora a una estrategia
más amplia diseñada para abordar los problemas económicos del
Gobierno Británico en la India como un elemento de los proble-
mas globales de la política imperial. «Éstos son los problemas»,
dice Hunter al concluir el capítulo, «que los estadistas indios ten-
drán que resolver durante los cincuenta próximos años. Sus prede-
cesores han dado la civilización a la India; será ahora su deber ha-
cer que esa civilización resulte beneficiosa para los nativos y
segura para nosotros». En otras palabras esta historiografía se asig-
naba un papel en el proceso político que debía garantizar la segu-
ridad del Raj mediante una combinación de fuerza para reprimir la
rebelión donde surgiese y de reforma para prevenirla, sacando al
campesinado tribal de sus bases rurales y distribuyéndolo como
mano de obra barata para que el capital británico la explotase en
la India y fuera de ella. La prosa agresiva y vigorosa de la con-
trainsurgencia, nacida de las preocupaciones de los primeros tiem-
pos coloniales, vino a adoptar en este género de literatura históri-
ca el idioma firme pero benigno, autoritario pero comprensivo, de
un imperialismo maduro y seguro de sí mismo.
•LA P R O S A D E L A CONTRAINSURGENCIA 73

X
¿Cómo es que incluso el discurso secundario de tono más libe-
ral es incapaz de liberarse del código de la contrainsurgencia? Con
todas las ventajas que tiene escribir en tercera persona y dirigirse
a un pasado distante, el funcionario convertido en historiador está
todavía lejos de ser imparcial allí donde están implicados los inte-
reses oficiales. Su simpatía por el sufrimiento de los campesinos y
su comprensión de lo que les incitaba a rebelarse, no le impide,
cuando llega la crisis, defender la causa de la ley y el orden y justi-
ficar el traspaso de la campaña contra la hool de manos civiles a
militares para poder sofocarla completa y rápidamente. Como se
ha visto más arriba, su simpatía por la rebelión estaba contrarres-
tada por su compromiso con los objetivos e intereses del régimen.
El discurso de la historia, apenas distinguible del político, acaba
por absorber los compromisos y objetivos de éste.
En esta afinidad con la política, la historiografía revela su ca-
rácter como una forma de conocimiento colonialista. Es decir, de-
riva directamente de ese conocimiento que la burguesía había uti-
lizado durante el período de su ascenso para interpretar el mundo
con el fin de dominarlo y establecer su hegemonía sobre las socie-
dades occidentales, pero que convirtió en un instrumento de opre-
sión nacional cuando empezó a ganarse "un lugar al sol". Fue así
como esa ciencia política, que había definido el ideal de ciudada-
nía para las naciones-estado europeas, fue usada en la India colo-
nial para establecer instituciones y articular leyes pensadas especí-
ficamente para crear una ciudadanía mitigada y de segunda clase.
La economía política que se había desarrollado en Europa como
una crítica del feudalismo se usó para promover un sistema de
tenencia de la tierra neo-feudal en la India. La historiografía tam-
bién se adaptó a las relaciones de poder bajo el Raj y fue utilizada
cada vez más para el servicio del estado.
Fue gracias a esta conexión, y a mucho talento para sostenerla,
que la literatura histórica sobre temas del período colonial tomó
Forma como un discurso muy codificado. Actuando dentro del
marco de una afirmación diversificada del dominio británico en el
74 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

subcontinente, asumió la función de representar el pasado más re­


ciente de su pueblo como la "Obra de Inglaterra en la India". Era
un discurso de poder que mostraba cada uno de sus momentos
como un triunfo, esto es, como el resultado más favorable para el
régimen de una serie de posibilidades en conflicto. En su forma
madura, por tanto, como en los Annals de Hunter, la continuidad
figura como uno de sus aspectos necesarios y cardinales. A dife­
rencia del discurso primario no puede ser un esbozo sin conse­
cuencia. El acontecimiento no constituye su único contenido, sino
que es el término medio entre un principio que sirve como contex­
to y un final que es al mismo tiempo una perspectiva enlazada a la
siguiente secuencia. El único elemento que es constante en estas
series ininterrumpidas es el Imperio y la política que se precisa
para salvaguardarlo y perpetuarlo.
Funcionando como lo hace dentro de este código, Hunter, pese
a la buena voluntad solemnemente anunciada en su dedicatoria
(«Estas páginas... tienen poco que decir con respecto de la raza
gobernante. Me ocupo del pueblo») relata la historia de una lucha
popular como un conflicto donde el sujeto real no es la gente sino,
por el contrario, «la raza gobernante» institucionalizada como el
Raj. Como cualquier otra narración de este género su relato de la
hool se hace para celebrar una continuidad —la del poder británi­
co en la India. La exposición de causas y reformas no es nada más
que un requisito estructural para este continuum al que propor­
ciona, respectivamente, contexto y perspectiva. Estos sirven ad­
mirablemente para registrar el acontecimiento como un dato en
la historia de la vida del Imperio, pero no hacen nada para ilumi­
nar esta conciencia llamada insurgencia. El rebelde no tiene lugar
en esta historia como sujeto de la rebelión.

XI

No hay nada en el discurso terciario que disimule esta ausencia.


Más distante en el tiempo de los acontecimientos que toma como
asunto, los contempla siempre en tercera persona. Se trata de la
obra de escritores que no son funcionarios en la mayoría de los ca­
notienenobligación o compro­
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 75

miso profesional alguno de representar el punto de vista del go­


bierno. Si ocurre que expresen un punto de vista oficial es sólo por­
que el autor lo ha decidido por voluntad propia más que por haber
sido condicionado para hacerlo por una lealtad o un compromiso
basados en una relación administrativa. Hay en efecto algunas
obras históricas que muestran tal preferencia y que son incapaces
de hablar con otra voz que no sea la de los custodios de la ley y el
orden —un tipo de discurso terciario que adopta ese estado de
identificación elemental con el régimen tan característico del dis­
curso primario.
Pero hay también otros y muy distintos idiomas dentro de este
género, que oscilan entre una perspectiva liberal y una de izquier­
das. Ésta última resulta particularmente importante ya que tal vez
sea la variedad más influyente y prolífica del discurso terciario. Le
debemos algunos de los mejores estudios sobre la insurgencia cam­
pesina india y siguen surgiendo cada vez más nuevos estudios
de este tipo que evidencian un creciente interés académico por el
tema y la relevancia que los movimientos subalternos del pasado
tienen para las tensiones contemporáneas de esta parte del mundo.
Esta literatura se distingue por su esfuerzo para apartarse del có­
digo de la contrainsurgencia. Adopta el punto de vista del insur­
gente y lo juzga, con él, como "magnífico" lo que los otros estiman
"terrible", y viceversa. No deja al lector ninguna duda de que de­
sea que venzan los rebeldes y no sus enemigos. Aquí, a diferencia
del discurso secundario del tipo imperialista-liberal, el reconoci­
miento de los agravios cometidos contra los campesinos conduce
directamente a apoyar su lucha para buscar reparación mediante
las armas.
No obstante, estos dos tipos de discurso, tan diferentes y contra­
puestos en orientación ideológica, tienen otras muchas cosas que les
son comunes. Tomemos por ejemplo esa extraordinaria contribu­
ción de la erudición radical, Bharater Krishak-bidroha O Ganatan­
26
trik Samgram de Suprakash Ray y comparemos su relato del le­
vantamiento santal de 1855 con el de Hunter. Los textos se
asemejan como narrativa. La obra de Ray, siendo más reciente, tie­
ne la ventaja de basarse en investigaciones más actuales, como las

26. Vol. I, Calcuta, 1966, capítulo 13.


76 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

de Datta, y por lo tanto ofrece mayor información. Pero mucho de


lo que tiene que decir sobre el comienzo y desarrollo de la hool está
tomado —de hecho, está citado directamente— de los Annals de
27
Hunter. Y los dos autores confían en los artículos de la Calcutta
Review (1856) como parte esencial de su evidencia. Hay por lo tan-
to poco en la descripción de este acontecimiento que difiera signifi-
cativamente entre los discursos de tipo secundario y terciario.
Ni hay tampoco mucho que diferencie a los dos en cuanto a su
admiración por el valor de los rebeldes y su aborrecimiento por las
actuaciones genocidas organizadas por las fuerzas de la contrain-
surgencia. De hecho, en estos dos puntos Ray reproduce in exten-
so el testimonio de Hunter, recogido de primera mano de los fun-
cionarios directamente implicados en la campaña, que los santal
«no se proponían ceder», mientras para el ejército, «no fue una
28
guerra... fue una ejecución». La simpatía expresada por los ene-
migos del Raj en el discurso terciario radical encaja plenamente
con la del discurso secundario colonialista. En efecto, para ambos,
la hool fue una lucha eminentemente justa, una evaluación que
procede de su mutuo acuerdo acerca de los factores que la habían
provocado. Terratenientes malvados, usureros extorsionistas, co-
merciantes deshonestos, policía venal, funcionarios irresponsables
y procesos legales injustos, todos figuran con la misma prominen-
cia en los dos relatos. Los dos historiadores se basan en la evidencia
sobre este asunto aportada en el ensayo de la Calcutta Review, y
para mucha de su información sobre el endeudamiento y el traba-
jo forzado de los Santal, sobre la opresión de los prestamistas y de
los terratenientes y sobre la complicidad administrativa con estos
abusos Ray confía mucho en Hunter, como lo demuestran los frag-
29
mentos citados abundantemente de la obra de éste.
Sin embargo, los dos escritores usan la causalidad para desarro-
llar perspectivas enteramente diferentes. La exposición de las cau-
sas tiene el mismo papel que representar en la narración de Hunter

27. Sobre esto ver. Ray, Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Samgram,


pp. 323, 325, 327, 328.
28. Ray, Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Samgram, p. 337; Hunter,
Annals, pp. 247-249.
29. Ray, Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Samgram, pp. 316-319.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 77

que en cualquier otro relato del tipo secundario: esto es, la de un


aspecto esencial del discurso de la contrainsurgencia. A este res-
pecto sus Annals pertenecen a una tradición de historiografía colo-
nialista que, para este acontecimiento particular, está típicamente
ejemplificada por ese ensayo racista y vengativo, "The Sonthal Re-
bellion". En él, un funcionario experto pero inflexible, atribuye el
levantamiento, como lo hace Hunter, al fraude de los banias, a los
negocios de los mahajani, al despotismo zamindari y a la ineficien-
cia sarkari. En una línea semejante Personal Adventures, de Thorn-
hill, atribuye la insurrección rural del período del Motín en Uttar
Pradesh a la ruptura de las relaciones tradicionales agrarias como
consecuencia del advenimiento del dominio británico. O'Malley
identifica las raíces de la bidroha Pabna de 1873 con las rentas des-
orbitadas que exigían los terratenientes, y la Comisión de las re-
vueltas del Deccan, la de los disturbios de 1875 con la explotación
de los campesinos kunbi por prestamistas extranjeros en los distri-
30
tos de Poona y Ahmednagar. Se podrían añadir muchos otros
acontecimientos y textos a esta lista. El espíritu de todos ellos está
bien representado en el siguiente extracto de las Resoluciones del
Departamento Judicial de 22 de noviembre de 1831 sobre la insu-
rrección dirigida por Titu Mir:

La grave naturaleza de los últimos disturbios en el distrito de


Baraset convierte en un asunto de capital importancia que la cau-
sa que los provocó deba ser plenamente investigada para que los
motivos que incitaron a los insurgentes puedan ser correctamente
entendidos y se puedan adoptar las medidas que se juzguen conve-
31
nientes para prevenir una repetición de similares desórdenes.

Esto lo resume todo. Conocer la causa de un fenómeno es ya


un paso dado para controlarlo. El hecho de investigar y con ello en-

30. Anon, «The Sonthal Rebellion», pp. 238-241; Thornhill, Personal Adventu-
res, pp. 33-35; L.S.S. O'Malley, Bengal District Gazetteers: Pabna, Calcuta, 1923, p. 25;
Informe de la Comisión Nombrada en la India para investigar las Causas de los dis-
turbios que tuvieron lugar en 1875 en los Distritos Poona y Ahmednagar de la Presi-
dencia de Bombay, Londres, 1878, passim.
31. BC 54222:./C, 22 de noviembre de 1831 (no. 91). La cursiva es mía.
78 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

tender la causa de los disturbios rurales es una ayuda «convenien­


te para prevenir una repetición de similares desórdenes». Con esta
finalidad el corresponsal de 1a Calcutta Review (1856) recomenda­
ba «la debida retribución», es decir, «que ellos [los santal] debie­
ran ser rodeados y cazados en todas partes... que debieran ser
obligados, si fuese necesario por la fuerza, a regresar a Damin-i-
koh, y a los campos devastados de Bhaugulpore y Beerbhoom,
para que reconstruyeran los pueblos en ruinas, recuperasen para el
cultivo los campos desolados, abriesen caminos, y trabajasen en las
obras públicas; y que hicieran eso bajo vigilancia y guardia... y que
esta situación debiera continuarse hasta que se calmen completa­
32
mente, y se conformen con sus deberes de sumisión». La alterna­
tiva más tolerante propuesta por Hunter era, como ya hemos vis­
to, una combinación de Ley marcial para sofocar una revuelta
inacabable y medidas impulsadas por la "Empresa Inglesa" con el
fin de (como su compatriota había sugerido) absorber el campesi­
nado rebelde como mano de obra barata en la agricultura y en las
obras públicas para el beneficio, respectivamente, de los mismos
dikus e ingenieros de ferrocarril y caminos, contra los cuales ha­
bían tomado las armas. Con todas sus variaciones de tono, sin em­
bargo, ambas prescripciones para «hacer... la rebelión imposible
33
por la elevación de los sonthals» —como todas las soluciones co­
lonialistas a las que se llegó por la explicación causal de nuestros
levantamientos campesinos— fueron aprovechadas por una histo­
riografía comprometida en la causa de asimilarlos al Destino tras­
cendental del Imperio británico.

La causalidad sirve, en el relato de Ray, para incorporar la hool


a un tipo diferente de Destino. Pero éste también sigue, para
alcanzarlo, las mismas etapas que Hunter —es decir, contexto-
acontecimiento-perspectiva ordenadas a lo largo de un continuum
histórico. Hay algunos paralelismos obvios en el modo en que el

32. Anon, «The Sonthal Rebellion», pp. 263-264.


33. Anon, «The Sonthal Rebellion», p. 263.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 79

acontecimiento adquiere un contexto en las dos obras. Las dos em­


piezan en la prehistoria (tratada más brevemente en la obra de
Ray que en la de Hunter) y continúan con un estudio del pasado
más reciente desde 1790, cuando la tribu entró en contacto por pri­
mera vez con el régimen. Es aquí, para los dos, donde se encuen­
tra la causa principal de la insurrección, pero con la diferencia.
Para Hunter los disturbios tuvieron su origen en un foco maligno
local dentro de un cuerpo sano; el fracaso de la administración
del distrito para mostrarse a la altura del ideal entonces emergen­
te del Raj como el ma-baap de los campesinos y protegerles de la
tiranía de los elementos malignos dentro de la propia sociedad na­
tiva. Para Ray fue la presencia misma del poder británico en la In­
dia la que empujó a los santal a la revuelta, puesto que sus enemi­
gos, los terratenientes y los prestamistas, debían su autoridad y su
propia existencia a las nuevas disposiciones sobre la propiedad de
la tierra introducidas por el gobierno colonial y al desarrollo ace­
lerado de una economía monetaria como consecuencia de ello. El
levantamiento constituía, pues, una crítica no sólo a la administra­
ción local sino al propio colonialismo. En efecto Ray utiliza la mis­
ma evidencia de Hunter para llegar a una conclusión muy diferen­
te, y hasta contraria:

Se demuestra en la propia exposición de Hunter que la res­


ponsabilidad por la miseria extrema de los santal reside en el sis­
tema administrativo inglés, tomado en su conjunto con los zamin­
dares y mahajans. Ya que fue el sistema administrativo inglés el
que creó los zamindares y mahajans para satisfacer su propia ne­
cesidad de explotación y de gobierno, y les ayudó directa e indi­
34
rectamente, ofreciéndoles su protección y patronazgo.

Con el colonialismo, o sea, el Raj como sistema en su totalidad


(más que cualquiera de sus disfunciones locales) identificado como
la primera causa de la rebelión, su resultado adquiere valores ra­
dicalmente distintos en los dos textos. Mientras Hunter es explíci­
to acerca de su preferencia por una victoria del régimen, Ray lo es
igualmente, pero en favor de los rebeldes. Y en correspondencia

34. Ray Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Samgram, p. 318.


80 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

con esto cada uno tiene una perspectiva opuesta que contrasta acu-
sadamente con la del otro. Para Hunter se trata de la consolidación
del dominio británico basado en una administración reformada
que no incita a la revuelta por su fracaso para proteger a los adi-
vasis de los explotadores nativos, sino que los transforma en una
mano de obra abundante y movible empleada libremente y con
provecho por los terratenientes indios y por la "empresa Inglesa".
Para Ray el acontecimiento es «el precursor de la gran rebelión»
de 1857 y un eslabón vital en una lucha pertinaz del pueblo indio
en general, y de los campesinos y los trabajadores en particular,
contra sus opresores, tanto extranjeros como indígenas. La insu-
rrección armada de los santal, dice, ha mostrado un camino al pue-
blo indio. «Ese camino particular se ha convertido, gracias a la
gran rebelión de 1857, en la gran ruta de la lucha de la India por la
libertad. Una ruta que se extiende hasta el siglo xx. Los campesi-
35
nos indios están marchando por esta misma senda». Al introdu-
cir la hool en una perspectiva de lucha continuada de las masas ru-
rales el autor se basa en una tradición bien establecida de la
historiografía radical como lo muestra, por ejemplo, el siguiente
extracto de un panfleto que tuvo muchos lectores en los círculos
políticos de izquierda hace cerca de treinta años:

El estruendo de las batallas de la insurrección se ha apagado.


Pero su eco no ha dejado de vibrar a través de los años, haciéndose
cada vez más fuerte en tanto que más campesinos se unen a la lucha.
La llamada que convocó a los santal a la batalla... se escuchó en
otras partes del país en tiempos de la Huelga del Índigo de 1860, de
la Insurrección de Pabna y Bogra de 1872, del levantamiento cam-
pesino Maratha en Poona y Ahmednagar en 1875-76. Se fundiría, fi-
nalmente, en la demanda en masa de los campesinos de todo el país
para que se acabase con la opresión de los zamindari y los presta-
mistas.. . ¡Gloria a los santal inmortales que...mostraron el camino
de la batalla! Desde entonces la bandera de la lucha militante ha pa-
36
sado de mano en mano a lo ancho y largo de la India.

35. Ray, Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Samgram, p. 340.


36. L. Natarajan, Peasant Uprisings in India, 1850-1900, Bombay, 1953, pp. 31-32.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 81

La fuerza de este pensamiento asimilador de la historia de la


insurgencia campesina puede ilustrarse con las palabras de conclu-
sión de un ensayo escrito por un veterano miembro del movimien-
to campesino y publicado por el Pashchimbanga Pradeshik Kris-
hak Sabha en vísperas del centenario de la revuelta de los santal.
Dice así:

Las llamas del fuego encendido por los mártires campesinos de


la Insurrección de los Santal hace cien años se habían extendido a
muchas regiones por toda la India. Esas llamas se pudieron con-
templar ardiendo en la rebelión de los cultivadores de índigo en
Bengala (1860), en el levantamiento de los raiyats de Pabna y Bo-
gra (1872), en el de los campesinos Maratha del Deccan (1875-76).
El mismo fuego se encendió una y otra vez en el transcurso de las
revueltas campesinas de los Moplah de Malabar. Este fuego no se
ha extinguido todavía, sino que arde en los corazones de los cam-
37
pesinos indios...

El propósito de este discurso terciario es claramente el de re-


cuperar la historia de la insurgencia de ese continuum que está di-
señado para asimilar cada revuelta a "la Obra de Inglaterra en la
India" con el fin de situarlo en el eje alternativo de una campaña
pertinaz por la libertad y el socialismo. Sin embargo, como sucede
con la historiografía colonialista, esto implica también un acto de
apropiación que excluye al rebelde como sujeto consciente de su
propia historia y lo incorpora como un elemento contingente en
otra historia con otro protagonista. Así como no es el rebelde sino
el Raj el protagonista real del discurso secundario y la burguesía
india lo es del discurso terciario del género de la Historia-de-la-lu-
cha-por-la-libertad, del mismo modo es una abstracción llamada
Obrero y Campesino, un ideal más que la personalidad histórica
real del insurgente, la que viene a reemplazarlo en el tipo de litera-
tura que hemos discutido ahora.
Decir esto no significa negar la importancia política de esta
apropiación. Dado que cada lucha por el poder realizada por las
clases históricamente ascendentes en cualquier época implica una

37. ABDULLA RUSUL, Saontal Bidrother Amar Kahini, Calcuta, 1954, p. 24.
82 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

tentativa de adquirir una tradición, está en el orden de las cosas


que los movimientos revolucionarios de la India reivindicaran, en­
tre otras, la rebelión de los santal de 1855 como parte de su patri­
monio. Pero por noble que sea la causa y el instrumento de esta
apropiación, la verdad es que conduce a la mediación de la con­
ciencia de los insurgentes por la del historiador —o sea, de una
conciencia del pasado por otra condicionada por el presente. La
distorsión que se sigue necesaria e inevitablemente de este proce­
so es una función de este hiato entre el acontecimiento-tiempo y el
discurso-tiempo que lleva, en el mejor de los casos, a que la repre­
sentación verbal del pasado no sea exacta. Y como el discurso se
refiere, en este ejemplo concreto, a propiedades de la mente —a
actitudes, creencias, ideas, etc., más que a características externas
que son más fáciles de identificar y describir, la tarea de la repre­
sentación se hace incluso más complicada de lo habitual.
No hay nada que la historiografía pueda hacer para eliminar to­
talmente esta distorsión, puesto que está inscrita en su propia óp­
tica. Lo que puede hacer es reconocer esta distorsión como para-
métrica —como un dato que determina la forma del ejercicio
mismo, y dejar de pretender que puede comprender plenamente
una conciencia del pasado y reconstituirla. Entonces y sólo enton­
ces podrá reducirse significativamente la distancia entre ésta y la
percepción del historiador hasta llegar a una buena aproximación,
que es lo mejor que se puede esperar. La brecha, tal como está por
el momento, es tan amplia que hay mucho más que un grado irre­
ducible de error en la literatura existente sobre este punto. Incluso
una breve ojeada a algunos de los discursos sobre la insurrección
de 1855 debiera mostrarlo.

XIII

La religiosidad fue, según dicen todos, central para el desarro­


llo de la hool. La noción de poder que la inspiró estaba compues­
ta de ideas y se expresaba en palabras y actos que eran de carácter
explícitamente religioso. No es que el poder fuese un contenido
envuelto en una forma externa a él llamada religión. Era que am­
bos estaban inseparablemente ensamblados como significado y sig­
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 83

nificante (vagarthaviva samprktau) en el lenguaje de esa violencia


masiva. De ahí la atribución del levantamiento a una orden divina
más que a cualquier agravio particular; la realización de rituales
tanto antes (por ejemplo ceremonias propiciatorias para prevenir
el apocalipsis de la serpiente primigenia —Lag y Lagini, la distri-
bución de tel-sindur, etc.) y durante el levantamiento (por ejemplo
el culto a la diosa Durga, los baños en el Ganges, etc.); la genera-
ción y la circulación del mito en su vehículo característico —rumor
(por ejemplo sobre el advenimiento del "ángel éxterminador" en-
carnado como un búfalo, el nacimiento de un héroe prodigioso de
38
una virgen, etc.). La evidencia es inequívoca y amplia en este
punto. Las manifestaciones que tenemos de los principales prota-
gonistas y de sus seguidores son claras e insistentes acerca de este
aspecto de su lucha, como debiera resultar obvio incluso de los po-
cos extractos de fuentes materiales reproducidos en el Apéndice.
En resumen, no es posible hablar de insurgencia en este caso, sal-
vo como una conciencia religiosa —esto es, como una demostra-
ción masiva de alienación (por tomar prestado el término de Marx
acerca de la esencia de la religiosidad) que hizo que los rebeldes
considerasen su proyecto como algo afirmado por una voluntad su-
perior a la suya: «Kanoo y Seedoo Manjee no están luchando. Es
39
el propio Thacoor quien luchará».
¿Hasta qué punto se ha representado esto con autenticidad en
el discurso histórico? Se identificó en la correspondencia oficial de
la época como un caso de "fanatismo". La insurrección llevaba ya
tres meses y mantenía su fuerza cuando J.R. Ward, un comisiona-
do especial y uno de los administradores más importantes de la
región de Birbhum, escribió con cierta desesperación a sus supe-
riores de Calcuta: «Soy incapaz de atribuir la insurrección de
Beerbhoom a otra razón que el fanatismo». La expresión que usó
para describir el fenómeno era propia de la respuesta sorprendida
y culturalmente arrogante del colonialismo del siglo XIX a cual-
quier movimiento radical inspirado por una doctrina no cristiana

38. Los ejemplos son demasiado numerosos como para citarlos todos en este
ensayo, pero para algunos de los ejemplos ver Mare Hapram ko Reak Katha, capítu-
lo 79, en A. Milra (ed.), DistrictHandbooks: Bankura, Calcuta, 1953.
39. Ver Apéndice:extracto2.
84 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

entre una población sometida: «Estos santal han sido inducidos a


unirse a la rebelión por la convicción, que procede claramente de
sus hermanos en Bhaugulpore, de que un ser Todopoderoso e ins-
pirado ha aparecido como redentor de su Casta y su ignorancia y
superstición se ha convertido en un frenesí religioso que no se de-
40
tiene ante nada». Ese lenguaje se encuentra también en el artícu-
lo de la Calcutta Review. Allí el santal es reconocido como «un
hombre eminentemente religioso» y su revuelta comparada a otros
acontecimientos históricos en que «el espíritu fanático de la supers-
tición religiosa» había sido «sido exhibido para reforzar y promo-
ver una querella que estaba ya a punto de estallar y que se basada
41
en otras razones». Sin embargo, el autor da a esta identificación
un sentido muy distinto del que tiene el informe citado anterior-
mente. En aquél, un Ward atónito, atrapado por el estallido de la
hool, parece impresionado por la espontaneidad de «un frenesí re-
ligioso que... no se detenía ante nada». En contraposición el artí-
culo escrito después de que el régimen hubiese recuperado la con-
fianza en sí mismo, gracias a la campaña de búsqueda y destrucción
en las zonas insurrectas, interpreta la religiosidad como un ardid
propagandista utilizado por los jefes para mantener la moral de los
rebeldes. Refiriéndose, por ejemplo, a los rumores mesiánicos que
circulaban dice: «Todos estos absurdos eran sin duda ideados para
42
sostener el ánimo de la chusma». Nada podría resultar más elitis-
ta. Los insurgentes son vistos aquí como una "chusma" estúpida
desprovista de voluntad propia y fácilmente manipulable por sus
jefes.
Pero un elitismo de este tipo no es patrimonio sólo de la histo-
riografía colonialista. El discurso terciario en su variante radical
exhibe también el mismo desprecio por la conciencia política de las
masas campesinas cuando está mediada por la religiosidad. Como
ejemplo volvamos al relato que Ray hace del levantamiento. En él
cita las siguientes líneas del artículo de la Calcutta Review en una
traducción algo descuidada pero claramente reconocible:

40. JP, 8 de noviembre: Ward al Gobierno de Bengala (13 de octubre 1855). La


cursiva es mía.
41. Anon, «The Sonthal Rebellion», p. 243. La cursiva es mía.
42. Anon, «The Sonthal Rebellion», 246. La cursiva es mía.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 85

Seedo y Kanoo estaban por la noche sentados en su casa, re­


volviendo diversas cosas... un pedazo de papel cayó sobre la cabe­
za de Seedo y de repente el (dios) Thakoor apareció ante la mira­
da atónita de Seedoo y Kanoo; parecía un hombre blanco aunque
vestido al estilo nativo; tenía diez dedos en cada mano; llevaba un
libro blanco, escrito; entregó a los hermanos el libro y con él 20
hojas de papel; ascendió por los aires y desapareció. Otro trozo de
papel cayó sobre la cabeza de Seedoo, y entonces vinieron dos
hombres... les dieron a entender el propósito de la orden del Tha­
koor, y se desvanecieron igualmente. Pero no hubo solamente una
aparición del sublime Thakoor; cada día de la semana, durante un
breve período de tiempo, hizo sentir su presencia a sus apóstoles
favoritos... En las páginas plateadas del libro, y sobre las hojas
blancas de los pedazos de papel, había palabras escritas; éstas fue­
ron después descifradas por letrados santal, capaces de leer e in­
terpretar; pero su significado había sido ya suficientemente indica­
43
do a los dos líderes.

Con cambios mínimos de detalle (inevitables en un folclore


vivo) éste es realmente un relato auténtico de las visiones que los
dos jefes santal creían haber tenido. Sus manifestaciones, reprodu­
cidas en parte en el Apéndice (extractos 3 y 4), así lo corroboran. És­
tas, dicho sea de paso, no se habían hecho en público para impre­
sionar a sus seguidores. A diferencia de "El Perwannah del
Thacoor" (Apéndice: extracto 2), destinado a dar a conocer sus pun­
tos de vista a las autoridades antes del levantamiento, éstas eran pa­
labras de cautivos que se enfrentaban a una ejecución. Dirigidas a
interrogadores hostiles en campamentos militares podían ser de
poca utilidad como propaganda. Pronunciadas por hombres de una
45
tribu que, según todas las opiniones, no había aprendido a mentir,
representaban la verdad y nada más que la verdad para quienes las
pronunciaban. Pero no es por este motivo que Ray se las atribuye.
Lo que aparece como una mera insinuación en la Calcutta Review se
eleva a la categoría de un recurso de propaganda elaborada en sus
observaciones preliminares sobre el pasaje citado más arriba:

43. Anon, «The Sonthal Rebellion», pp. 243-244. Ray, Bharater Krishak-bidroha
O Ganatantrik Sangram, pp. 321- 322.
86 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

Los dos, Sidu y Kanu, sabían que el eslogan (dhwani) que po-
día tener el mayor efecto entre los atrasados santal era uno de ca-
rácter religioso. En consecuencia, para animar a los santal a la lu-
cha difundieron las palabras sobre la orden de Dios en favor de
lanzarse a la lucha. La historia inventada (kalpita) por ellos es
44
como sigue.

Hay poco aquí que sea diferente de lo que el escritor colonia-


lista tenía que decir sobre el supuesto retraso del campesinado san-
tal, las intenciones manipuladoras de sus jefes y el uso de la reli-
gión como medio para esta manipulación. E n efecto, en cada uno
de estos puntos, Ray supera y es sin duda el más explícito de los
dos autores al atribuir una gran mentira y un engaño descarado a
los jefes rebeldes, sin tener ninguna prueba. La invención es toda
suya y demuestra el fracaso del radicalismo superficial en el inten-
to de concebir la mentalidad insurgente salvo en términos de un
laicismo total. Incapaz de comprender la religiosidad como la mo-
dalidad central de la conciencia campesina en la India colonial, no
se atreve a reconocer su mediación de la idea de poder de los cam-
pesinos ni las contradicciones resultantes. Está obligado por ello a
racionalizar las ambigüedades de la política de los rebeldes asig-
nando una conciencia realista a los líderes y otra contrapuesta a
sus seguidores, convertidos en inocentes engañados por hombres
astutos armados con todas las argucias de un político moderno in-
dio que solicita los votos rurales. Adonde lleva todo esto al histo-
riador es algo que podemos ver más claramente en la proyección
de sus tesis en un estudio sobre la ulgulan de Birsaite, su obra si-
guiente. Allí escribe:

Con el fin de propagar esta doctrina religiosa, Birsa adoptó


un nuevo ardid (kaushal) —como Sidu, el líder santal, había he-
cho en vísperas de la rebelión de los santal en 1885. Birsa sabía
que los Kol eran gente muy atrasada y que estaban llenos de su-
persticiones religiosas como consecuencia de la propaganda mi-
sionera hindú-brahmánica y cristiana que se había hecho entre

44. Ray, Bharater Krishak-bidroha O Ganatantrik Sangram, p. 321. La cursiva


es mía.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 87

ellos desde hacía mucho tiempo. Por lo tanto, no eludiría la cues­


tión de la religión, si los kol podían ser liberados de aquellas in­
fluencias religiosas perniciosas y llevados al camino de la rebe­
lión. Antes bien, para superar las malas influencias de las
religiones hindú y cristiana, sería necesario propagar su nueva fe
religiosa entre ellos en nombre de su propio Dios, e introducir
nuevos preceptos. Con este fin debía recurrirse a la falsedad, si
fuera necesario, por el interés del pueblo.
Birsa propagó la voz de que había recibido esta nueva religión
45
suya de la propia deidad principal de los Mundas, Sing Bonga.

Así el historiador radical se ve conducido por la lógica de su


propia incomprensión a atribuir una falsedad deliberada a uno de
nuestros más grandes rebeldes. La ideología de esta poderosa ul­
gulan no es otra cosa que pura invención. Y él no es el único que
interpreta mal la conciencia insurgente. Baskay le hace eco casi pa­
labra por palabra al describir la pretensión del jefe santal de con­
tar con apoyo divino para la hool como propaganda destinada «a
46
incitar a los santal a alzarse en revuelta». Formulaciones como és­
tas se pueden encontrar en otros escritos del mismo género que re­
suelven el enigma del pensamiento religioso entre los rebeldes san­
tal limitándose a ignorarlo. Un lector que tenga los un día
influyentes ensayos de Natarajan y Rasul como su única fuente de
información sobre la insurrección de 1855, apenas sospechará la
existencia de religiosidad en ese gran acontecimiento. Éste se ve
representado ahí exclusivamente en sus aspectos laicos. Esta acti­
tud no está, sin duda, limitada a los autores discutidos en estas pá­
ginas. La misma mezcla de miopía y rechazo categórico a contem­
plar la evidencia caracteriza una buena parte la literatura existente
sobre el tema.

45. Ray, Bharater Baiplabik Samgramer Itihas, vol. I, Calcuta, 1970, p. 95. La
cursiva es mía. La frase en cursiva se lee como sigue en bengalí: «Eijanyo prayojan
hoiley jatirsvartheymithyarasroygrahankaritey hoibey».
46. Dhirendranath Baskay, Saontal Ganasamgramer Itihas, Calcula, 1976, p. 66.
88 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

XIV

¿Por qué el discurso terciario, incluso en su variante radical,


es tan reacio a reconocer el elemento religioso en la conciencia re-
belde? Porque está todavía atrapado en el paradigma que inspiró
el discurso ideológicamente contrario, por colonialista, de los dis-
cursos de tipo primario y secundario. Esto resulta, en cada caso, de
un rechazo a reconocer al insurgente como sujeto de su propia his-
toria. Ya que cuando una rebelión campesina ha sido asimilada a
la carrera del Raj, la Nación o el Pueblo, resulta fácil para el his-
toriador renunciar a la responsabilidad que tiene de explorar y
describir la conciencia específica de esta rebelión y se contenta con
adscribirla a una conciencia trascendental. En términos operativos,
esto significa negar una voluntad a la masa de los rebeldes y re-
presentarlos meramente como instrumentos de otra voluntad. Es
por ello que en la historiografía colonialista la insurgencia se con-
templa como la articulación de una espontaneidad pura opuesta a
la voluntad del Estado, personificado en el Raj. Si se atribuye al-
guna conciencia a los rebeldes, ésta se limita tan sólo a unos cuan-
tos de sus jefes —con frecuencia a algunos miembros individuales
o a pequeños grupos de la burguesía rural. También en la historio-
grafía nacionalista-burguesa se lee una conciencia de élite como
fuerza motivadora de todos los movimientos campesinos. Esto ha-
bía conducido a extremos tan grotescos como la caracterización de
la Rebelión del Índigo de 1860 como «el primer movimiento de
47
masas no violento» y, en general, de todas las luchas populares en
la India rural durante los primeros ciento veinte años de dominio
británico como el antecedente espiritual del Congreso Nacional
Indio.
De modo muy parecido, la especificidad de la conciencia rebel-
de ha escapado también a la historiografía radical. Ha sucedido así
porque se basa en un concepto de las revueltas campesinas como
una sucesión de acontecimientos alineados en una línea directa de

47. Jogesh Chandra Bagal (ed.),PeasantRevolution in Benígal, Calcuta, 1953, p. 5.


LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 89

descendencia —como un patrimonio, como a menudo se dice— en


que todos los constituyentes tienen la misma genealogía y repiten su
compromiso con los más altos ideales de libertad, igualdad y frater­
nidad. Desde esta perspectiva ahistórica de la historia de la insur­
gencia todos los momentos de conciencia son asimilados al definiti­
vo y más elevado momento de la serie —a una Conciencia Ideal.
Una historiografía consagrada a este propósito (incluso cuando se
hace, lamentablemente, en nombre del marxismo) está mal equipa­
da para enfrentarse con las contradicciones que son de hecho la ma­
teria de que está hecha la historia. Como se supone que el Ideal es
de carácter cien por 100 secular, el seguidor tiende a apartar la mi­
rada cuando se enfrenta a la evidencia de la religiosidad como si no
existiese o la explica como un fraude hábil pero bienintencionado
perpetrado por jefes ilustrados sobre sus estúpidos seguidores —he­
cho todo ello, por supuesto, por «el interés del pueblo». De ahí que
el rico material de los mitos, los rituales, los rumores, las esperanzas
en una Edad de Oro y los temores de un inminente Fin del Mundo
que hablan de la alienación del rebelde, se desperdicie en este dis­
curso abstracto y estéril. Puede hacer muy poco para iluminar la
combinación de sectarismo y militancia que es un rasgo tan impor­
tante de nuestra historia rural. La ambigüedad de tales fenómenos,
visibles durante el movimiento Tebhaga en Dinajpur, cuando cam­
pesinos musulmanes venían al Kisan Sabha «sobreponiendo a veces
una hoz y un martillo a la bandera de la Liga Musulmana» y jóvenes
maulavis «recitaban versos melodiosos del Corán» en los mítines de
los pueblos, mientras «condenaban el sistema jotedari y la práctica
48
de cobrar tipos de interés elevados», quedará más allá de su capa­
cidad de comprensión. La rápida transformación de la lucha de cla­
ses en una contienda comunal y viceversa en nuestros campos sus­
cita de él o una disculpa forzada o un simple gesto de molestia, pero
no una explicación real.
Sin embargo, no es tan sólo el elemento religioso de la con­
ciencia rebelde lo único que esta historiografía no consigue com­
prender. La especificidad de una insurrección rural se expresa
también en términos de otras muchas contradicciones, que tam­
bién se pierden. Cegados por el brillo de una conciencia perfecta e

48. Sunill Sen, Agrarian Struggle in Bengal, 1946-47, Nueva Delhi, 1972, p.49.
90 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

inmaculada, el historiador no ve nada más, por ejemplo, que soli­


daridad en el comportamiento rebelde y no repara en su Otro, esto
es en la traición. Comprometidos inflexiblemente con la noción de
la insurgencia como un movimiento generalizado, subestiman el
poder de los frenos que representan el localismo y la territoriali­
dad. Convencidos de que la movilización para una insurrección ru­
ral emana exclusivamente de una autoridad total de la élite, tien­
den a ignorar la operación de otras muchas autoridades dentro de
las relaciones básicas de una comunidad rural. Prisionero de abs­
tracciones vacías, el discurso terciario, incluso de tipo radical, se ha
alejado de la prosa de la contrainsurgencia tan sólo por una decla­
ración de intenciones. Tiene todavía que recorrer un largo camino
antes de demostrar que el insurgente puede confiar en su trabajo
para recuperar su lugar en la historia.

ABREVIATURAS

BC: Board's Collections, India Office Records (Londres).


JC: Fort William Judicial Consultations in BC.
JP: Judicial Proceedings, West Bengal State Archives (Calcuta);
MDS: Maharaja Dehy Sinha, Nashipur Raj Estate, 1914.

APÉNDICE

Extracto 1

Vine a saquear... Sidoo y Kaloo [Kanhu] se declararon a sí


mismos Rajas y [dijeron] que saquearían todo el país y tomarían
posesión de él —también dijeron, nadie puede pararnos ya que es
la orden de Takoor. Por este motivo hemos venido todos con ellos.

Fuente: JP, 19 de julio de 1855. Declaración de Balai Majhi (14


de julio de 1855).
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 91

Extracto 2

El Thacoor ha descendido en la casa de Seedoo Manjee, Kanoo


Manjee, Bhyrub y Chand, en Bhugnudihee en Pergunnah Kunjea­
la. El Thakoor en persona está conversando con ellos, él ha des­
cendido del Cielo, está conversando con Kanoor y Seedoo, los Sa­
nios y los Soldados blancos lucharán. Kanoo y Seedoo no luchan.
El mismo Thacoor luchará. Por lo tanto vosotros Sahibs y Soldados
lucháis con el mismo Thacoor la Madre Ganges vendrá para (ayu­
dar) al Thacoor. Lloverá fuego del Cielo. Si estáis de acuerdo con
el Thacoor entonces debéis ir al otro lado del Ganges. El Thacoor
ha ordenado a los santal que por un arado tirado por bueyes debe
pagarse 1 anna de renta. Por un arado tirado por búfalos 2 annas.
El reino de la Verdad ha empezado. Se administrará una justicia
Verdadera a Aquel que no diga la verdad no se le permitirá per­
manecer en la Tierra. Los Mahajuns han cometido un gran pecado.
Los Sahibs y el amlah lo han hecho todo mal, en esto los Sahibs
han pecado grandemente.
Aquellos que dicen cosas al Magistrado y aquellos que investi­
gan casos para él, reciben 70 u 80 R.s. con gran opresión en esto los
Sahibs han pecado. Por este motivo el Thacoor me ha ordenado
que diga que el país no es de los Sahibs...
P.D. Si vosotros Sahibs estáis de acuerdo, entonces deberíais
quedaros al otro lado del Ganges, y si no estáis de acuerdo no po­
déis quedaros en esta parte del río, Yo lloveré fuego y todos los Sa­
hibs morirán por las propias manos de Dios y Sahibs si vosotros lu­
chais con escopetas los santal no serán alcanzados por las balas y
el Thacoor dará vuestros Elefantes y caballos por su voluntad a los
santal... si vosotros lucháis con los santal dos días serán como un
día y dos noches como una noche. Esta es la orden del Thacoor.

Fuente: JP, 4 de octubre de 1855. "The Thacoor's Perwannah"


(fechada "10 Saon 1262").
9 2 LAS VOCES DE LA HISTORIA Y OTROS ESTUDIOS SUBALTERNOS

Extracto 3

Entonces los Manjees y Purgunnaits se reunieron en mi Veran­


da, y nosotros deliberamos durante dos meses, «que Pontet y Mo­
hesh Dutt no escuchan nuestras quejas y nadie actúa como nuestro
Padre y Madre» entonces un Dios descendió del cielo en la forma
de una rueda de carro y me dijo «Matad a Pontet y los Darogah y
los Mahajuns y entonces tendréis justicia y un Padre y una Madre»;
entonces el Thacoor regresó al cielo; tras esto dos hombres como
Bengalíes vinieron a mi Veranda; cada uno de ellos tenía seis de­
dos, medio trozo de papel cayó sobre mi cabeza antes de que el
Thacoor viniese y otro medio cayó después. No podía leerlo pero
Chand y Seheree y un Dhome lo leyeron, ellos dijeron «El Thaco­
or os ha escrito para que luchéis contra los Mahajens y entonces
tendréis justicia»...

Fuente: JP, 8 de noviembre de 1855, "Interrogatorio del santal


Sedoo último Thacoor".

Extracto 4

En Bysack el Dios descendió en mi casa yo envié un perwan­


nah al Burra Sahib en Calcuta... Escribí que Thacoor había veni­
do a mi casa y estaba conversando conmigo y había dicho que to­
dos los santal iban a estar bajo mi cargo y que yo iba a pagar todos
los impuestos al Gobierno y no iba a oprimir a nadie y los zamin­
dars y Mahajans estaban cometiendo mucha opresión cogiendo 20
piezas por una y que yo iba a alejarlos de los santal y si ellos no se
marchan luchar con ellos.

Ishwar era un hombre blanco con solo una dootee y chudder se


sentó en el suelo como un sahib escribió sobre este trozo de papel.
Me dio 4 papeles pero después presentó 16 más. El Thacoor tenía
5 dedos en cada mano. Yo no le vi durante el día le vi tan sólo de
noche. Los santal entonces se reunieron en mi casa para ver al Tha­
coor.
LA PROSA DE LA CONTRAINSURGENCIA 93

[En Maheshpur] llegaron las tropas y nosotros luchamos... des­


pués viendo que los hombres de nuestro lado estaban cayendo nos
volvimos ambos por dos veces contra ellos y una vez les expulsa­
mos, entonces yo hice poojah... y entonces vinieron grandes bolas
y Seedoo y yo fuimos heridos. El Thacoor había dicho «las escope­
tas dispararán agua» pero mis tropas cometieron algún crimen y
por lo tanto las predicciones del thacoor no se cumplieron alrede­
dor de 80 santal fueron muertos.

Todos los papeles en blanco cayeron del cielo y el libro en que


todas las páginas están en blanco cayó también del cielo.

Fuente: JP, 20 de diciembre de 1855. "Interrogatorio del santal


Kanoo".

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