Cuando El Vallenato Tuvo Una Diosa
Cuando El Vallenato Tuvo Una Diosa
Cuando El Vallenato Tuvo Una Diosa
Recuerdo haber leído la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en el colegio
cuando adolescente; entonces comprendí que la realidad puede ser mágica y que la literatura
suele recrearla. Años después, escuche a Gabo decir en una entrevista, que su novela ícono del
llamado realismo mágico, era un vallenato. La música y el Caribe son dos de los temas que
interesan al autor colombiano, quien sostenía que para él su novela Cien años de soledad era
un vallenato de 450 páginas, mientras que El amor en tiempos del cólera era un bolero de 380
páginas. «Y lo digo con toda seriedad», sostenía. En esa música, al principio, «lo que más me
interesaba era el cuento que contaban, no tanto la música. Pero después siempre se me quedó
vinculada la historia, los hechos y prácticamente la vida de la región a una música”.
Fue entonces que me interesé por conocer la música de la región costa del Caribe de
Colombia, originaria en el Valledupar, actual zona de La Guajira. Descubrí que se trataba de
historias cantadas con melodías nostálgicas y letras elaboradas con frases largas que
describían el amor y el desamor del hombre y la mujer del pueblo.
Al margen de lo cursi que puede ser una canción de amor popular, en el vallenato había cierta
sobriedad en la construcción literaria y la estructura musical que, -luego me enteré
investigando-, se componía de los aires musicales del paseo, el merengue, la puya, el son y la
tambora. Interpretado tradicionalmente con acordeón diatónico, guacharaca y caja vallenata,
que además se puede interpretar con guitarra y con instrumentación de cumbiambas, el
vallenato fue declarado, en el 2015, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, e incluido
en la lista de salvaguardia urgente por la UNESCO.
Música exclusivamente cantada por hombres, con esa concepción machista del amor y la
visión del enamorado resentido que, además de vivir la pasión, la sufre, como una sentencia
del destino o de una mujer que está ahí para ser amada, siempre bajo el señorío patriarcal de
la forma amorosa del amante. El vallenato canta las pérdidas de un romance y, aunque hace
una apología a la belleza, pasión y ternura de la mujer, termina sometiéndola a la voluntad
masculina.
Patricia Teherán, considerada la diosa del vallenato, rompe aquello. Se pone en los zapatos de
la hembra marginal de la vida y del amor, -al margen, por lo prohibido-, que llega tarde a
conocer al hombre de su vida que ya no es libre y lo encuentra comprometido y amado por
otra. Y de igual manera se arriesga a conquistarlo y lo intenta contra toda corriente social,
renunciando a todo y arriesgándolo todo. He ahí el primer acto de liberación con el que se
identifica la mujer colombiana y latinoamericana, habitualmente objeto de conquista y
sometimiento en manos de su amante. Patricia se vuelve un referente del feminismo latino, sin
pretender serlo deliberadamente, solo con vivir como tantas otras mujeres de su país, el amor
como un drama en una sociedad machista.
Teherán se inicia en la música en 1988 como parte de un proyecto musical conformado
únicamente por mujeres que pasó a denominarse Las Musas del Vallenato. El último trabajo,
llamado Explosivas y Sexys, marcó el fin de su estancia al lado de Las musas y el inicio de un
nuevo proyecto que se llamó Las Diosas del Vallenato.
Patricia Teherán, como cantautora, por los temas de su música es considerada un ícono de los
derechos femeninos. Condición que no busca en un activismo explícito, sino que la vive en su
maternidad de mujer soltera, en una Colombia de cambio de siglo patriarcal y machista, que
no iba aceptar su romance con un hombre prohibido como Rodrigo Castillo, un bandido casado
y con familia que, actuando fuera de la ley, es un narcotraficante que muere asesinado en las
calles de Medellín en un confuso ajuste de cuentas. Castillo conoce a Patricia y se enamora de
ella, financia su carrera de artista y la relaciona con el ambiente donde él ejerce influencia y
tiene con ella un hijo, Yuri Alexander Teherán Romero. Es un romance intenso que termina por
la presión social. Patricia reanuda su vida sola con su hijo, mientras Castillo la busca por el
resto de su vida, hasta el día que la artista muere en noviembre de 1995 en un accidente de
tránsito a la edad de 26 años en la cúspide de la fama.
Irónicamente, los colombianos terminan amando a Patricia como artista, con el mismo orgullo
conque profesan admiración y gratitud por Rodrigo Castillo, capo que reivindica a los sin casa y
sin escuelas en la ciudad paisa, violenta y ensangrentada por sus propios sicarios a la que,
según cuenta la leyenda, procuró redimir de sus miserias. Castillo, narco de San Bernardo del
Viento, lejos de ser recordado como un mafioso, se le evoca como un carismático hombre
dispuesto a ayudar siempre al más necesitado. Se le quería tanto por su humildad y sencillez
que incluso bautizaron a un barrio con su nombre, puesto que fue construido con terrenos que
él mismo regaló a la gente.
Teherán lo amó con un amor impedido en la vida de una mujer. Ella interpreta en su música el
drama de la mujer colombiana humilde y soltera, convertida en madre rechazada por una
sociedad machista y conservadora. Los mercaderes de la música descubren en su historia el
perfecto argumento promocional y la encumbran a la fama como la mujer que lucha sola con
su hijo, cultivando un género musical reservado para hombres: así, Patricia se convierte gracias
a su talento en “la diosa del vallenato”.
El vallenato, Tarde lo conocí, del autor Omar Geles, la catapultó a la fama internacional como
un tema originalmente compuesto para ser cantado por hombres, y que su autor adapta para
Patricia Teherán que lo convierte en éxito. La historia de amor de miles de mujeres es cantada
en la voz inconfundible de una mujer que además de cantar el drama, lo vive.
Su trágica y prematura muerte hizo el resto a la hora de convertirla en mito, como ocurre con
los cantantes de música popular, hechos leyenda en historias que no distinguen entre la
realidad y la fantasía. Otra vez el realismo mágico vuelve a estar presente en la cultura popular
para hacer del género vallenato, el lenguaje propio del pueblo.
Realismo y magia que funden realidad y fantasía y muestran lo irreal, lo extraño u onírico,
como parte común de lo cotidiano. Realidad que está ahí para ser vivida, no obstante que, -
como dice Iván Égüez- para escribir hay que escuchar y cuando se escribe, se crea otra
realidad. Habría que agregar que esto ocurre a partir de una vida que, de todos modos, hay
que vivir para contarla, como escribió García Márquez: «Todo arte popular auténtico lleva por
supuesto un compromiso y hasta ahí es válido -indicaba-, lo malo es cuando se trata de utilizar
la música como un fusil porque siempre sale mal, ni dispara ni sirve para bailar». De suyo,
entonces, el arte no deja de ser creación pura.
Con Teherán ocurre algo similar, ella supo escuchar la realidad de la mujer colombiana,
condición que vive e interpreta en sus canciones -un amor y maternidad censurados-, como
ocurre a miles de mujeres latinoamericanas que reconocen frente al amante, tarde lo
conocí. Patricia Teherán continúa en la mente y en el corazón de los amantes del folklore
colombiano, con la misma intensidad de aquellos días cuando el vallenato tuvo una diosa.