SOCIOLOGÍA Y AMBIENTE: Formación Socioeconómica, Racionalidad Ambiental y Transformaciones Del Conocimiento

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SOCIOLOGÍA Y AMBIENTE: Formación Socioeconómica, Racionalidad Ambiental


y Transformaciones del Conocimiento *

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Enrique Leff
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SOCIOLOGÍA Y AMBIENTE:
Formación Socioeconómica, Racionalidad Ambiental y Transformaciones del
Conocimiento*
Enrique Leff

Introducción

Los cambios ambientales globales han venido a revolucionar los métodos de investigación y las
teorías científicas para poder aprehender una realidad en vías de complejización que desborda la
capacidad de comprehensión y explicación de los paradigmas teóricos establecidos. La
problemática ambiental plantea la necesidad de internalizar un saber ambiental emergente en todo
un conjunto de disciplinas, tanto de las ciencias naturales como sociales, para construir un
conocimiento capaz de captar la multicausalidad y las relaciones de interdependencia de los
procesos de orden natural y social que determinan los cambios socio-ambientales, así como para
construir un saber y una racionalidad social orientados hacia los objetivos de un desarrollo
sustentable, equitativo y duradero.

De allí ha venido surgiendo un pensamiento de la complejidad y una metodología de


investigación interdisciplinaria, así como una epistemología capaz de fundamentar las
transformaciones del conocimiento que induce la cuestión ambiental. Esta estrategia
epistemológica parte de un enfoque prospectivo orientado hacia la construcción de una
racionalidad social, abierta hacia la diversidad, las interdependencias y la complejidad, y opuesta
a la racionalidad dominante, tendiente hacia la unidad de la ciencia y la homogeneidad de la
realidad.

La construcción de esta racionalidad ambiental, aparece como un proceso de producción teórica,


desarrollo tecnológico, cambios institucionales y transformación social. Sin embargo, un
diagnóstico sobre los programas de formación ambiental a nivel universitario en América Latina
y el Caribe y un estudio sobre la incorporación de la “dimensión ambiental” en las ciencias
sociales han mostrado que las ciencias sociales, y entre ellas la sociología, se encuentran entre las
disciplinas más resistentes a transformar sus paradigmas de conocimiento y a abrir sus temas
privilegiados de estudio hacia la problemática ambiental (PNUMA, 1985; Leff, 1987, 1988a).
Aún no se ha constituido una sociología ambiental, entendida como una disciplina con un campo
temático, conceptos y métodos de investigación propios, capaz de abordar las relaciones de poder
en las instituciones, organizaciones, prácticas, intereses y movimientos sociales, que atraviesan la
cuestión ambiental y que afectan las formas de percepción, acceso, usufructo de los recursos
naturales, así como la calidad de vida y los estilos de desarrollo de las poblaciones. Este conjunto
de procesos sociales determinan la posibilidad de construir una racionalidad social, de transitar
hacia una economía global sustentable y de constituir formaciones económicas fundadas en los
principios y potenciales ambientales.

Este ensayo aborda la relación entre el saber sociológico y la problemática ambiental. Luego de
analizar las orientaciones dominantes del pensamiento sociológico, se plantean los aportes
conceptuales de tres teorías que aparecen como campos fértiles para comprender los procesos
*
Publicado en E. Leff (Coord.) Ciencias Sociales y Formación Ambiental, Barcelona: GEDISA, 1994, pp. 17-84.
2

sociales que constituyen una racionalidad ambiental: el concepto de formación socioeconómica


en Marx, el concepto de racionalidad en Weber y el concepto de saber en Foucault. A partir de
esos conceptos desarrollaré las categorías de formación socio-ambiental, de racionalidad
ambiental y de saber ambiental, correspondiendo a tres esferas que articulan las relaciones entre
la organización productiva de una formación socioeconómica, las formaciones teóricas e
ideológicas, la producción de conocimientos y las prácticas sociales inducidas por los principios
de racionalidad ambiental. El desarrollo de estas categorías me lleva a tratar el concepto de
calidad de vida y a una reflexión sociológica sobre el movimiento ambientalista como temas
privilegiados para la investigación sociológica en el campo de lo ambiental.

De estos desarrollos sobre las relaciones entre procesos sociales y el medio ambiente plantearé
algunas orientaciones para la investigación interdisciplinaria de los procesos socio-ambientales y
para elaborar contenidos de programas de formación ambiental a nivel universitario.

Procesos Sociales y la Problemática Ambiental

La cuestión ambiental es una problemática de carácter eminentemente social: ésta ha sido


generada y está atravesada por un conjunto de procesos sociales. Sin embargo, las ciencias
sociales no han transformado sus conceptos, métodos y paradigmas teóricos para abordar las
relaciones entre estos procesos sociales y los cambios ambientales emergentes.

Esta aseveración, que irá justificándose a lo largo de este estudio, es necesaria para desplazar el
campo de lo ambiental desde las perspectivas de una ecología generalizada y de las soluciones
tecnológicas, hacia el terreno de los procesos de orden social que lo caracterizan y constituyen.
En efecto, aunque han sido planteadas las conexiones entre el medio ambiente, los estilos de
desarrollo y del orden económico mundial (Sachs, 1982; WCED, 1987), muchos programas
internacionales de investigación sobre los cambios ambientales globales, minimizan o reducen la
especificidad de los procesos sociales en sus análisis. La conexión entre lo social y lo natural se
ha limitado al propósito de internalizar normas ecológicas y tecnológicas a las teorías y las
políticas económicas, dejando al margen el análisis del conflicto social y el terreno estratégico de
lo político que atraviesan el campo de lo ambiental.

Los procesos de destrucción ecológica más devastadores, así como de degradación socio-
ambiental (pérdida de fertilidad de los suelos, marginación social, desnutrición, pobreza y miseria
extrema), han sido resultado de las prácticas inadecuadas de uso del suelo, que dependen de
patrones tecnológicos y de un modelo depredador de crecimiento, que permiten maximizar
ganancias económicas en el corto plazo, revirtiendo sus costos sobre los sistemas naturales y
sociales (García et al. 1988a,b). Asimismo, las transformaciones ambientales futuras, dependerán
de la inercia o transformación de un conjunto de procesos sociales que determinarán las formas
de apropiación de la naturaleza y sus transformaciones tecnológicas a través de la participación
social en la gestión de sus recursos ambientales (Leff, 1986a).

La resolución de los problemas ambientales, así como la posibilidad de incorporar las


condiciones ecológicas y bases de sustentabilidad a los procesos económicos –de internalizar las
externalidades ambientales en la racionalidad económica y los mecanismos del mercado– y para
construir una racionalidad ambiental y de un estilo alternativo de desarrollo, implica la activación
y objetivación de un conjunto de procesos sociales: la incorporación de los valores del ambiente
3

en la ética individual, en los derechos humanos y en la norma jurídica de los actores económicos
y sociales; la socialización del acceso y apropiación de la naturaleza; la democratización de los
procesos productivos y del poder político; las reformas del Estado que le permitan mediar la
resolución de conflictos de intereses en torno a la propiedad y aprovechamiento de los recursos y
que favorezcan la gestión participativa y descentralizada de los recursos naturales; el
establecimiento de una legislación ambiental eficaz que norme a los agentes económicos, al
gobierno y a la sociedad civil; las transformaciones institucionales que permitan una
administración transectorial del desarrollo; y la reorientación interdisciplinaria del desarrollo del
conocimiento y de la formación profesional. Estos procesos implican la necesidad de abrir la
reflexión y la investigación sociológica al campo de los problemas ambientales.

La construcción de una racionalidad ambiental es un proceso político y social que pasa por la
confrontación y concertación de intereses opuestos, por la reorientación de tendencias (dinámica
poblacional, racionalidad del crecimiento económico, patrones tecnológicos, prácticas de
consumo); por la ruptura de obstáculos epistemológicos y barreras institucionales; por la creación
de nuevas formas de organización productiva, la innovación de nuevos métodos de investigación,
y la producción de nuevos conceptos y conocimientos.

Todo saber ambiental, aún en sus construcciones teóricas y conceptuales más abstractas, está
vinculado con la solución práctica de problemas (problem-solving) y con la elaboración de
nuevas políticas y estrategias de desarrollo (policy-making) (Walker, 1987). Algunos autores ven
la problemática ambiental asociada sobre todo a los cambios institucionales que requiere la
incorporación de la dimensión ambiental en las prácticas de planificación de los gobiernos
(Dwivedi, 1986). En un sentido más crítico y propositivo, la cuestión ambiental se orienta hacia
la construcción de una nueva racionalidad productiva, a través de procesos políticos de
concertación y la movilización de un conjunto de procesos sociales.

Las formaciones teóricas e ideológicas, así como las prácticas del ambientalismo, emergen con
un sentido prospectivo, reorientando valores, instrumentando normas y estableciendo políticas
para construir una nueva racionalidad social. En este sentido, el saber ambiental adquiere un
sentido estratégico y práctico en la reconstrucción de la realidad social (Mannheim, 1936, 1940).
El saber ambiental se va configurando desde su espacio de externalidad y negatividad, como un
nuevo campo epistémico en el que se desarrollan las bases conceptuales y metodológicas para
abordar un análisis integrado de la realidad compleja en la que se articulan procesos de diferentes
órdenes de materialidad (físico, biológico, social). Más aún, el saber ambiental se orienta en una
perspectiva constructivista para fundamentar, analizar y promover los procesos de transición que
permiten viabilizar una nueva racionalidad social, que incorpore las condiciones ecológicas y
sociales de un desarrollo equitativo, sustentable y sostenible (Leff, 1986c).

En esta perspectiva constructivista se inscribe el estudio de la contribución de las ciencias


sociales a la comprensión de la cuestión ambiental, y se enmarcan los problemas emergentes de
la realidad que plantean temáticas novedosas a la investigación sociológica y a la formación
ambiental.
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El Pensamiento Sociológico y el Saber Ambiental

Se ha afirmado que las ciencias sociales han sido las más resistentes a incorporar la “dimensión
ambiental” dentro de sus paradigmas teóricos, sus objetos de conocimiento y sus métodos de
análisis de la realidad (UNESCO/PNUMA, 1988). Sin embargo, es posible identificar algunas
áreas en las que el saber ambiental ha ido penetrando en un proceso diferenciado y desigual. Tal
es el caso de disciplinas de la antropología, la economía y el derecho, en las cuales es posible
identificar procesos de “fertilización” que han resultado en el avance del saber ambiental y en su
incorporación a los paradigmas de las ciencias sociales (Leff et al., 2000).

Existen otros campos de las ciencias sociales en los cuales no se ha aún abordado en forma
sistemática esta problemática. Tal es el caso del pensamiento sociológico, en el cual es difícil
definir un objeto de conocimiento o un espacio propio de reflexión del saber ambiental, con
temáticas y métodos de investigación que puedan caracterizarse como “ambientales”. Esto no
significa que no existan en los problemas clásicos y en las temáticas emergentes de la sociología
categorías, conceptos y métodos, que ofrecen acercamientos y elementos para el análisis de los
procesos socio-ambientales. Sin embargo, el pensamiento sociológico se ha desarrollado dentro
de enfoques y problemas teóricos que no son capaces de internalizar fácilmente estos procesos
emergentes, tanto por su complejidad como por su carácter novedoso, y por las interrelaciones
entre procesos de orden físico, biológico y social:

Históricamente, la elección de las grandes dimensiones analíticas en la ciencia social en gran parte
se ha hecho sin referencia a consideraciones ecológicas: la noción hegeliana sobre la racionalidad
encarnada por el Estado; la visión marxista sobre la lucha de clases como el “motor de la
historia”; los estados “naturales” de desarrollo de Compte; los “óptimos” de Pareto[…] En
consecuencia, en la interfase vital hombre-ambiente, el análisis de vínculos entre fenómenos del
ambiente natural y la actividad socio-económica humana es radicalmente incompleta. A parte de
los considerables avances de la ecología humana […], no existe ningún paradigma teórico
acordado […] Como resultado directo, las metodologías de investigación tienden a ser, ya sea ad-
hoc […] o indeseablemente rígidas para su aplicación a fenómenos del “mundo real”[…] (Walker,
1987:760).

En este sentido, problemas emergentes como el surgimiento de nuevos actores de la sociedad, la


cultura política de la democracia y de la igualdad social, la legitimidad del Estado y de sus
instancias partidistas y corporativas de representación, así como los nuevos derechos ambientales
y los ordenamientos jurídicos para la resolución pacífica de los conflictos ambientales, y los
procesos de concientización y movilización social a que conducen los nuevos valores de la
cultura ecológica, parecer desbordar a los paradigmas normales del pensamiento sociológico. La
rigidez y el apriorismo de la ciencia social, impiden captar la causalidad sociológica de los
problemas ambientales y los procesos de cambio social que están en germen en la ética y en los
objetivos del movimiento ambientalista, obstaculizando una praxeología que oriente al
movimiento ambiental hacia la construcción de una nueva racionalidad social.1

1
. “Una buena parte de la teoría sociológica está orientada a la estructura y no a los procesos, y tiende a enfocarse
hacia las instituciones. Esto ha llevado a tres problemas específicos: los de estabilidad y cambio, los de fronteras y
los de inflexibilidad. La sociología tiene dificultad para abordar el cambio porque sus modelos han sido estáticos y
porque sus acercamientos a los procesos de cambio social han sido apiorísticos. Ha tenido problemas con las
fronteras porque el énfasis en las instituciones ha llevado a una tendencia para enfocar procesos dentro y entre ellas,
5

Ante estos obstáculos y limitaciones del pensamiento sociológico, es necesario desarrollar nuevos
acercamientos que permitan analizar los procesos sociales emergentes vinculados a la
problemática ambiental, a los cambios globales y a la gestión social de los recursos naturales. La
sociología ambiental se presenta como un campo en gestación que sólo será constituido a través
de nuevos conceptos teóricos y métodos de investigación.

En lo que sigue demarcaré algunos conceptos de la teoría social que se presentan como campos
fértiles para desarrollar un saber sociológico ambiental, así como para elaborar nuevos conceptos
y enfoques sociológicos para investigar los procesos socio-ambientales emergentes. Será
imposible en este espacio hacer una revisión exhaustiva de las referencias del pensamiento
sociológico a la problemática ambiental y a las relaciones sociedad-naturaleza. Mi propósito es
identificar y retrabajar algunos conceptos y acercamientos privilegiados, que constituyen las
bases de una teoría sociológica que integre los procesos sociales que participan en la
comprensión y resolución de la problemática ambiental. No se trata pues de destilar los elementos
“ambientales” disueltos en el pensamiento sociológico, ni de sistematizar los estudios
sociológicos afines a la temática ambiental, sino de demarcar campos de la sociología que se
abren hacia al constitución de un saber y de una política ambientales. Entre ellos cabe desatar los
siguientes:

1. Marx y el concepto de formación económica y social


2. Weber y el concepto de racionalidad
3. Foucault y el concepto de saber

Marx y el Concepto de Formación Económico-Social

Los problemas emergentes del mundo moderno se caracterizan por una creciente complejidad,
demandando para su estudio nuevos instrumentos teóricos y metodológicos para analizar
procesos de naturaleza diversa que inciden en su estructuración y en su dinámica de
transformación. La cuestión ambiental ha planteado así la necesidad de un pensamiento holístico
y sistémico, capaz de percibir las interrelaciones entre los diferentes procesos que inciden y
caracterizan a su campo problemático. Esta demanda ha estimulado el desarrollo de teorías para
encontrar las homologías comunes de diferentes lógicas, para articular diversos saberes en
métodos interdisciplinarios de investigación para el análisis de sistemas socio-ambientales
complejos (von Bertalanffy, 1976; Morin, 1977, 1980; García, 1986).

Mientras que los problemas prácticos del mundo actual reclaman un pensamiento complejo e
integrativo, el desarrollo del pensamiento científico y filosófico moderno ha estado marcado por
una tendencia hacia la búsqueda de una síntesis y una unidad conceptual, más que al análisis de la
articulación de estos procesos desde la propia especificidad de su organización material y teórica.

e ignorar la riqueza de las interacciones informales. Su inflexibilidad es resultado de esto; frecuentemente ha sido
incapaz de explicar fenómenos bien comprobados, porque no encuadran dentro de ninguno de sus paradigmas
explicativos” (Walker, 1987:774).
6

Dentro de esa tendencia general del pensamiento positivista, el pensamiento marxista, el


materialismo histórico y dialéctico, abrió un campo para el estudio de los procesos históricos y
económicos y para el análisis de las estructuras y los procesos que integran el todo social, con
una visión más comprehensiva de sus diferentes instancias y procesos. La teoría marxista se abre
incluso a una percepción de las conexiones entre sociedad y naturaleza a partir de la centralidad
(de la determinación en última instancia) de la producción material y de los procesos económicos
(Leff, 1993a).

La forma más acabada del materialismo histórico como ciencia de la historia es la caracterización
del modo de producción capitalista. Este encierra el conocimiento de la estructura productiva
fundamental que determina la racionalidad del proceso económico desde la Revolución
Industrial. No obstante que sus efectos alcanzan a diferentes esferas de la vida social y a sus
impactos sobre la destrucción de la naturaleza inducidos por la lógica de la ganancia, el
conocimiento de este proceso económico no explica las condiciones ecológicas de constitución y
reproducción del modo de producción, ni sus relaciones “superestructurales” a través de las
representaciones ideológicas y las normas sociales de significación, el acceso sancionado y los
procesos de apropiación de la naturaleza. Estas relaciones de los procesos ecológicos con la
racionalidad económica desbordan el campo de explicación de la estructura y dinámica del modo
de producción capitalista.

Para “completar” este conocimiento de las estructuras económicas y sus relaciones con las
“superestructuras”, se planteó dentro del Marxismo un proyecto de articulación de diferentes
modos de producción. Así, el Marxismo ha avanzado por la construcción de un concepto de
Formación Económica y Social (FES), con el propósito de comprehender la riqueza, variedad y
autonomía de las diferentes prácticas superestructurales y sus interdeterminaciones con diferentes
modos de producción (MP). Sin embargo, la aplicación práctica de la categoría de FES no se
reduce a “ajustar” el concepto de MP “especificándolo en la realidad y mostrando sus variedades
históricas, geográficas y regionales, o reduciéndola a una combinación de modos de producción
(Dhoquois, 1971).

De lo que se trataría es de poder especificar e integrar los diferentes procesos superestructurales


(sistemas jurídicos, científicos, educativos; formaciones teóricas e ideológicas; estructuras
institucionales; organización del Estado y estructuras de poder; organizaciones y formaciones
culturales, etc.) que dan su organicidad al proceso histórico y social en su conjunto, sin perder la
centralidad y determinación fundamental del proceso material de producción. Sin embargo, la
categoría misma de FES se ha enfrentado a dificultades en su definición. Como señala Herzog:

No me es posible definir precisamente el concepto de formación social, por el cual se


designa frecuentemente un conjunto de relaciones que dan lugar a una superestructura
específica. No puede defínírsele por la unidad de la superestructura (en vista de la lucha
de clases, la superestructura es heterogénea), ni por la existencia de un aparato de Estado
particular. El concepto debe reflejar un conjunto de formas específicas, comprendidas las
socio-económicas, que conocen una relativa autonomía de reproducción y movimiento
(Herzog, 1971).

La categoría de FES no sólo ha sido aplicada para completar el estudio del “todo social” en la
sociedad capitalista moderna, sino también para el estudio de las sociedades tradicionales o
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“primitivas”, utilizando los fundamentos del estructuralismo bajo el predominio de la


“determinación en última instancia de lo económico” (Althusser), como garante del materialismo
histórico. En este sentido, para Godelier (1974, 1976), esta problemática se desplaza hacia la
búsqueda, en cada caso histórico, en cada modo de producción, de la estructura que adopta la
función dominante en las relaciones de producción. De esta manera postula que en las sociedades
“primitivas”, las relaciones de parentesco, la religión y las formaciones ideológicas o imaginarias
funcionan como infraestructura, es decir, integran las relaciones sociales de producción y la
organización de sus fuerzas productivas.

El propósito de integrar las diferentes instancias que conforman el todo social y sus procesos de
reproducción/ transformación, ha generado un problema teórico y metodológico aún no resuelto
por el Marxismo: el relativo a la articulación de los procesos naturales con las estructuras sociales
(productivas, ideológicas, jurídicas, políticas) en la caracterización de los modos de producción y
las formaciones económico-sociales actuales. La estructura y dinámica de todo MP o FES se
establecen en una articulación específica entre ciertas relaciones sociales de producción y el
desarrollo de las fuerzas productivas. Todo MP y toda FES establecen conexiones con la
naturaleza a través de los objetos y medios “naturales” de trabajo de los procesos productivos que
allí se desarrollan. Sin embargo, existe una dificultad irresuelta para comprender las
determinaciones del medio en la estructuración de las relaciones sociales y técnicas de
producción, y para incorporar los procesos ecológicos en los procesos productivos globales y en
el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad (Leff, 1993a).

La relación entre sociedad y naturaleza ha sido abordada en el estudio de las sociedades agrarias
y “primitivas”, en las cuales prevalece una racionalidad tendiente hacia la conservación de la
cultura y del equilibrio ecológico con el medio; ello determina la división social y familiar del
trabajo y el intercambio mercantil simple de excedentes con el exterior (Meillassoux, 1977). Para
el estudio de las sociedades tradicionales actuales se ha aplicado un enfoque ecológico y
energético para caracterizar y evaluar la racionalidad de sus prácticas productivas (Rappaport,
1971). Más aún, se han desarrollado esfuerzos teóricos y metodológicos para caracterizar modos
de producción vigentes en los medios rurales actuales (un modo de producción campesino), para
articular las relaciones de propiedad y posesión de la tierra, las prácticas de producción y
apropiación del producto y las prácticas culturales particulares de cada formación social que
permiten un cierto reconocimiento y valorización del medio (Toledo, 1980). Será necesario
identificar las vías por las cuales estos esfuerzos puedan desembocar en caracterizaciones
operativas para el estudio de casos actuales y en el desarrollo de metodologías para la gestión
ambiental, delimitando unidades ambientales de producción y manejo sustantable de los recursos
naturales, que integren los diversos procesos naturales y sociales que conforman su estructura y
determinan su funcionamiento productivo.

Tal vez el esfuerzo más acabado por construir una categoría de análisis sociológico a partir del
concepto de FES, es el realizado por Fossaert (1977). Este autor elabora, a partir de una
caracterización del tipo de trabajadores, propietarios, medios de producción, que constituyen un
conjunto de modos y lógicas de producción, toda una tipología de FES fundada en su
combinatoria. Sin embargo, esta diversidad tipológica no alcanza a romper con un cierto
esquematismo y estatismo del análisis estructural, que dificulta el análisis dinámico de los
procesos socio-ambientales, la transición hacia nuevas racionalidades productivas, y la
incorporación de los procesos culturales y ecológicos que participan en la conformación de las
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relaciones de producción y de las fuerzas productivas que deben caracterizar a las formaciones
sociales que funcionan y producen dentro de unidades ambientales determinadas (Leff, 1993b).

Las tipologías elaboradas por Fossaert se construyen con base en proposiciones generales (ie. la
“relación entre la sociedad y la naturaleza” o la “transformación de la materia natural que la
apropia a las necesidades humanas”). Así, las referencias a los procesos naturales se hacen
manifiestas sobre todo en los modos de producción “más antiguos”, vinculados a la tierra y a la
producción de valores de uso. En los modos de producción “más evolucionados”, el poder de la
ciencia como control sobre la naturaleza, parecería emancipar a la producción de los procesos
naturales directos.

Fossaert reconoce la necesidad de articular las estructuras económicas con las naturales para
caracterizar de manera más completa a los procesos productivos, pero deja a los geógrafos la
resolución de las cuestiones no estrictamente económicas, limitando así la necesaria integración
interdisciplinaria en el estudio de las formaciones económicas y sociales:

Los MP que componen a una FE, manifiestan en un marco natural dado las capacidades de
ocupación y de adaptación que le son propias. El estudio de los procesos económicos debería
prestar una atención igual a los dos términos del problema […] y a sus interacciones: el aspecto
natural y las capacidades propias de los MP. Por simplificación, me restringiré al segundo término
[…] dejando a los geógrafos el cuidado de elaborar más precisamente una teoría de los procesos
económicos (o políticos, o ideológicos) que juegan un papel importante en su disciplina (Fossaert,
1977:351).

Sin embargo, lo que se plantea hoy día, es la definición de formaciones económico sociales como
formaciones socio-productivas en las que se articulan los procesos ecológicos, los valores
culturales, los cambios técnicos, el saber tradicional y la organización productiva, en la
conformación de nuevas relaciones socio-ambientales y fuerzas ecotecnológicas de producción,
orientadas a la maximización de una producción sustentable de valores de uso y valores de
cambio, así como la articulación de estas economías autogestionarias y de autosubsistencia, con
una economía global de mercado (Leff, 1986a, 1990).

Desde otros acercamientos del Marxismo se ha construido la categoría de trabajo, como la


condición necesaria y general que establece la relación entre sociedad y naturaleza; de allí se
desprende una metáfora del intercambio ecológico aplicado a los intercambios económicos y a la
producción de valor. Alfred Schmidt (1976) afirma así que “con el concepto de stoffwessel Marx
describe el proceso social según el modelo de un fenómeno natural”. Siguiendo este argumento se
reduciría el proceso de formación de valor y de producción de plusvalía al intercambio de materia
que establecen los procesos de trabajo con la naturaleza en la producción de valores de uso.

La caracterización de una FES debe servir no sólo como una categoría clasificatoria, sino como
un proceso de elaboración teórica que permita articular la dinámica de una organización social
con las estructuras y funciones de los procesos naturales que le subyacen como base natural y
soporte material de sus procesos productivos, incorporando sus condiciones restrictivas y su
potencial de oferta de “valores de uso naturales” dentro de las fuerzas productivas y de las
relaciones técnicas, culturales y sociales de producción que conforman a una FES. Ello deberá
llevar a elaborar categorías operativas que permitan analizar la inscripción de diferentes
9

estrategias ambientales de producción y gestión de los recursos dentro de estructuras económicas,


políticas y sociales determinadas y de estilos alternativos de desarrollo.

Tipologías de Actores Sociales y Racionalidades Productivas: Hacia un Concepto de


Formación Económica-Socio-Ambiental

Los esfuerzos de complejización del análisis estructural, a partir de la categoría de FES, se abren
hacia la construcción de una categoría operativa para la investigación y la gestión ambiental, que
permita integrar los diversos procesos que conforman una unidad ambiental de manejo
productivo y sustentable de los recursos o los procesos de reproducción/transformación social, en
un espacio geográfico y económico delimitado. El concepto de formación económica-socio-
ambiental (FESA) articula los procesos ecológicos, tecnológicos y culturales que operan a nivel
local o regional, con los aparatos del Estado, los regímenes políticos y los procesos económicos
que operan a nivel nacional, y con el orden económico mundial que genera los patrones de
valorización y uso de los recursos y que determina los procesos de transformación socio-
ambientales.

La necesidad de elaborar categorías más operativas para especificar estas formaciones


ambientales y para comprender la racionalidad del uso de los recursos naturales, ha conducido a
elaborar tipologías de productores rurales. Estas permiten caracterizar sus relaciones con el medio
a través de las formas de propiedad de la tierra, de las formas sancionadas de acceso y uso de los
recursos, de las técnicas de producción y las formas de apropiación del ambiente (Gutman, 1985).
De esta forma se busca encontrar en la heterogeneidad de los actores rurales, ciertas regularidades
en la racionalidad de los procesos productivos y construir una metodología para orientar la
investigación y promover nuevas estrategias de manejo sustentable de los recursos. Se busca así
un método práctico y la elaboración de categorías concretas de análisis de los procesos socio-
ambientales que vayan más allá de conceptualizaciones demasiado abstractas para su
contrastación en el terreno y de tipologías empíricas carentes de una organización conceptual.

Esta tipología presenta la siguiente clasificatoria de los productores rurales, privilegiando su


relación con el capital, la propiedad de la tierra y su vinculación con el ambiente rural:

La propiedad especulativa
La gran empresa extra-rural extranjera
La gran empresa extra-rural nacional
La gran explotación de base rural
La empresa rural
El pequeño productor no campesino
El productor campesino
El productor itinerante

Gutman propone desagregar estas tipologías utilizando nueve criterios de clasificación, en


función de su vinculación con la tierra, la fuerza de trabajo extrafamiliar, los mercados de
destino, el tamaño de los terrenos, la intensidad del uso del suelo y los recursos, las tecnologías
utilizadas, la disponibilidad de capital y el tipo de producto. Se sugiere que estos criterios
“resultan apropiados para delimitar grupos y clases sociales entre los productores rurales de
América Latina, explorar diferentes características de cada grupo y poner en relación estas
10

tipologías con los problemas ambientales que genera la ocupación y explotación del medio rural,
a fin de reconocer comportamientos y causalidades diferentes de acuerdo al tipo de productor
involucrado” (Gutman, 1985:23).

Dentro de la perspectiva de una gestión ambiental de los recursos naturales, esta tipología de los
diferentes productores rurales es útil para caracterizar su racionalidad productiva, estableciendo
sus relaciones con los medios de producción, los recursos naturales y los productos, articulando
los procesos de producción y de distribución con los procesos culturales, el contexto político y las
condiciones económicas y ecosistémicas de una región determinada. Estas aportan elementos
para el estudio de las relaciones sociedad/naturaleza en espacios geográficos y culturales
determinados, así como para delimitar “unidades ambientales” y evaluar su potencial ambiental2
para la puesta en marcha de proyectos de manejo de recursos a nivel regional y local. Esto
plantea la necesidad elaborar esquemas de análisis capaces de articular estas racionalidades con
los procesos naturales, sociales, culturales y tecnológicos que constituyen las bases y potenciales
de los procesos productivos, en una perspectiva dinámica y diacrónica, que trasciende el
estatismo de las clasificaciones de los modos de producción y las tipológicas de los actores
sociales.

Ello es necesario sobre todo en la perspectiva de la construcción de una racionalidad ambiental,


que no sólo asegure condiciones de sustentabilidad ecológica, sino que genere un potencial
ambiental de desarrollo a partir de los principios materiales de una productividad ecotecnológica,
fundada en la articulación de los niveles de productividad cultural, ecológica y tecnológica que
genera una formación socioambiental. Este acercamiento metodológico y conceptual, deberá
posibilitar la definición de formaciones económicas-socio-ambientales (FESA), como unidades
productivas en las que se articulan las diferentes relaciones de producción establecidas por las
tipologías de los productores, con nuevas fuerzas productivas, que emergen de un proceso de
construcción social del potencial ambiental y de la productividad ecotecnológica para el
desarrollo sustentable (Leff, 1986a,b).

La constitución del concepto de FESA y el funcionamiento de unidades de manejo ambiental,


deberán incorporarse a los programas de investigación de las universidades, para probarlas en
diferentes estudios de caso y en programas de investigación participativa en la puesta en práctica
de proyectos de gestión ambiental y manejo de los recursos naturales.

2
. Definiré el potencial ambiental de desarrollo como el conjunto de fuerzas físicas, ecológicas, tecnológicas y
sociales, que se conjugan para determinar la oferta sustentable de recursos (de valores de uso) naturales, técnicos y
humanos, y que se traduce, a través de su ordenamiento ecológico, de la innovación de sistemas tecnológicos
apropiados y de procesos de trabajo, en una oferta y una productividad sostenida de bienes sociales para satisfacer las
necesidades básicas y elevar la calidad de vida de la gente. El potencial ambiental está fundado en la alta
productividad primaria de los ecosistemas diversos y complejos y lleva a plantear el proceso general de producción
como la articulación de un sistema de recursos naturales, un sistema tecnológico para su transformación, y un
sistema de valores culturales. Así, el ambiente reordena las relaciones sociales de producción y reorienta el
desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad (Leff, 1986a).
11

Weber y el Concepto de Racionalidad

Una racionalidad social se define como el sistema de reglas de pensamiento y comportamiento de


los actores sociales, que se establecen dentro de estructuras económicas, políticas e ideológicas
determinadas, legitimando un conjunto de acciones y confiriendo un sentido a la organización de
la sociedad en su conjunto. Estas reglas y estructuras orientan un conjunto de prácticas y procesos
sociales hacia ciertos fines, a través de medios socialmente construidos, reflejándose en sus
normas morales, en sus creencias, en sus arreglos institucionales y en sus patrones de producción.

Según Aron (1967), es posible distinguir cuatro tipos de acciones racionales en el pensamiento
weberiano:

a) Acción racional con respecto a un fin,

b) Acción racional con respecto a un valor,

c) Acción afectiva o emocional,

d) Acción tradicional, marcada por hábitos, costumbres y creencias que obedecen a prácticas
enraizados en valores culturales.

Desde la perspectiva de las formas de racionalidad a las que dan lugar estas acciones, Weber
define los siguientes tipos de racionalidad –teórico-formal, instrumental, y sustantiva–, que
operan sobre las esferas institucionales de la economía, el derecho y la religión (Gil Villegas,
1984; Zabludowsky, 1984).

La racionalidad formal y teórica permite el control consciente de la realidad a través de la


constitución de conceptos cada vez más precisos y abstractos, que pueden llegar a traducirse en
cosmovisiones del mundo que rigen los modos de producción y de vida. Estas concepciones
generales se reflejan en la esfera jurídica en las reglas procesales abstractas del derecho; en la
esfera económica se traducen en teorías sobre los procesos productivos y en principios del
cálculo económico, que determinan las formas sociales de apropiación de la naturaleza, de
explotación de los recursos y degradación del ambiente.

La racionalidad instrumental o zweckrationalität implica la consecución metódica de


determinado fin práctico a través de un cálculo preciso de medios eficaces. En la esfera
económica, se traduce en la producción y uso de técnicas eficientes de producción y en formas
eficaces de control y racionalización del comportamiento social para alcanzar ciertos fines
(económicos, políticos); en la esfera del derecho se refleja en ordenamientos legales que norman
la conducta de los agentes sociales.

La racionalidad sustantiva ordena la acción social en patrones basados en postulados de valor;


éstos varían en comprehensividad, contenido y consistencia interna, y son irreductibles a una
esquema de relaciones entre fines y medios eficaces. La racionalidad sustantiva plantea el
pluralismo cultural, la relatividad axiológica y el conflicto social frente a valores e intereses
diversos.
12

El concepto de racionalidad en Weber abre importantes perspectivas al análisis de la


problemática ambiental, no por su referencia directa a la relación entre procesos sociales y
naturales, sino porque permite pensar de manera integrada las diferentes procesos sociales que
dan coherencia y eficacia de los principios materiales y a los valores culturales que organizan a
una formación social ambientalmente sustentable. Estos se articulan a procesos discursivos,
ideológicos, teóricos, técnicos e institucionales, que orientan y legitiman el comportamiento
social frente a la naturaleza, así como las acciones que se proyectan para la construcción de una
racionalidad ambiental y la puesta en práctica de un proceso de gestión participativa de la
sociedad sobre sus recursos productivos, orientada hacia los fines de un desarrollo sustentable.

En el análisis de la conducta humana, Weber pone el acento en el concepto de la significación


vivida o de sentido subjetivo, a diferencia de Pareto que los descarta como desviaciones ó
residuos de la conducta lógica ideal. Weber abre así la posibilidad de incorporar al estudio de la
racionalidad social una multiplicidad de motivaciones y fuerzas sociales de cambio para analizar
la transición hacia una sociedad construida sobre los valores del ambientalismo. Mientras que
Pareto busca lo constante, Weber trata de aprehender los sistemas sociales e intelectuales dentro
de sus rasgos singulares. En este sentido, el pensamiento weberiano se abre al análisis de la
diversidad cultural que caracteriza a toda racionalidad ambiental, a los sentidos subjetivos que
definen la calidad de vida y a las motivaciones de los actores sociales del ambientalismo.

Con el concepto de racionalidad sustantiva, Weber rechaza la validez de una jerarquía universal
de fines, contraponiendo la diversidad de valores y estableciendo la inconmensurabilidad de fines
y medios entre diferentes racionalidades. Para Weber, “la defensa del pluralismo cultural se basa
en un pluralismo axiológico primigenio, en donde cada valor representa una forma especial tan
válida como cualquier otra” (Gil Villegas, 1984:46). Esta posición es afín con los principios de
pluralidad política y diversidad cultural del ambientalismo.

El concepto de racionalidad, como un sistema de valores, normas, acciones y relaciones de


medios y fines, permite analizar la coherencia de un conjunto de procesos sociales que se abren a
la construcción de una teoría de la producción y la organización social, fundada en los principios
del ecodesarrollo, de la gestión ambiental y el desarrollo sustentable. Esta teoría en construcción,
se encuentra sustentada en un conjunto de proposiciones no formalizadas y axiomatizadas. El
concepto de racionalidad ambiental permitiría sistematizar los principios materiales y axiológicos
del discurso ambientalista, organizando de esta manera la constelación de argumentos que
sostienen al saber ambiental, y analizar la consistencia y eficacia de un conjunto de acciones para
el logro de sus objetivos.

El pensamiento ambiental ha elaborado un conjunto de principios morales y conceptuales que


sostienen una teoría alternativa del desarrollo. Si bien éstos no constituyen un paradigma
acabado, fundado en un conocimiento positivo y formal, si ha conformado una percepción
holística e integradora del mundo que reincorpora los valores de la naturaleza y de la democracia
participativa en nuevos esquemas de organización social. Esta teoría está legitimando un conjunto
de valores y derechos que norman el comportamiento social, movilizando procesos materiales y
acciones sociales para generar patrones alternativos de producción, así como nuevos estilos de
consumo y de vida. La implementación de los principios del ambientalismo reclaman la
elaboración de instrumentos eficaces para la gestión ambiental. Así se han venido elaborando
ordenamientos legales e innovaciones técnicas para el control de la contaminación y la
13

evaluación de impacto ambiental que norman las acciones sociales y los procesos productivos;
asimismo, se ha planteado la necesidad de elaborar cuentas del patrimonio de los recursos
naturales y culturales, así como indicadores capaces de incorporar las externalidades ambientales
y los procesos ecológicos a los instrumentos del cálculo económico y de evaluar prácticas
alternativas de manejo de los recursos.

Los principios de racionalidad económica y tecnológica tendrán así que ser redefinidos y
normados por las condiciones ecológicas y políticas del desarrollo sustentable y por los
principios de diversidad cultural y de equidad social del ambientalismo. Así como la racionalidad
capitalista está dominada por una racionalidad formal e instrumental, la racionalidad ambiental
estará dominada por una racionalidad teórica y sustantiva, que incluye los valores de la
diversidad étnica y cultural y la prevalencia de lo cualitativo sobre lo cuantitativo. Estos valores
se articulan con nuevas principios materiales y potenciales productivos para sustentar un
desarrollo alternativo sobre bases de productividad, y no sólo de una confrontación entre valores
humanitarios y eficiencia productiva (Leff, 1990). Ello implica la necesidad de elaborar los
instrumentos de evaluación y ejecución de esta nueva racionalidad ambiental, y de los medios
que aseguren la eficacia de las estrategias políticas, las transformaciones productivas y las
acciones sociales para alcanzar sus objetivos.

La constitución de una racionalidad social fundada en los principios de la gestión ambiental y del
desarrollo sostenible, pasa por procesos de transformación de la racionalidad económica
dominante, así como de las instituciones y los aparatos ideológicos que la sustentan y legitiman.
De esta forma se ha planteado la necesidad de elaborar una economía ambiental; de promover la
administración transectorial del Estado y la gestión participativa de la sociedad; de desarrollar un
saber ambiental interdisciplinario; así como de incorporar normas ambientales al comportamiento
de los agentes económicos y a las conductas individuales.

La Construcción del Concepto de Racionalidad Ambiental

El discurso ambientalista, aún en sus formas menos radicales -orientadas a refuncionalizar la


racionalidad económica dominante incorporando la lógica de los procesos naturales dentro de los
mecanismos del mercado-, apunta hacia un conjunto de cambios institucionales y sociales
necesarios para contener sus efectos ecodestructivos y asegurar un desarrollo sustentable y
sostenido.

Sin embargo, la problemática ambiental cuestiona mucho más a fondo la racionalidad de la


civilización moderna. La sociedad capitalista ha generado un creciente proceso de racionalización
formal e instrumental, que ha moldeado todos los ámbitos de la organización burocrática, los
métodos científicos, los patrones tecnológicos, los diversos órganos del cuerpo social y los
aparatos jurídicos e ideológicos del Estado. La cuestión ambiental no sólo plantea la necesidad de
introducir reformas al Estado, de incorporar normas al comportamiento económico, de legitimar
nuevos valores éticos y procedimientos legales y de producir técnicas para controlar los efectos
contaminantes y disolver las externalidades sociales y ecológicas generadas por la racionalidad
del capital; la problemática ambiental cuestiona los beneficios y las posibilidades de mantener
una racionalidad social fundada en el cálculo económico, la formalización, control y
uniformización de los comportamientos sociales y la eficiencia de sus medios tecnológicos, que
han inducido un proceso global de degradación socio-ambiental, socavando las bases mismas de
14

sustentabilidad del proceso económico y minando los principios de equidad social y dignidad
humana. En un sentido propositivo, la cuestión ambiental abre así nuevas perspectivas al
desarrollo, descubriendo nuevos potenciales ecológicos, tecnológicos y sociales, y planteando la
transformación de los sistemas de producción, de valores y de conocimiento de la sociedad, para
construir una racionalidad productiva alternativa.

Desde la perspectiva de los fines de un manejo integrado y sostenido de los recursos naturales,
las contradicciones entre la lógica del capital y los procesos ecológicos no aparece como una
simple oposición de dos lógicas abstractas contrapuestas; su solución no consiste en subsumir el
comportamiento económico en la lógica de los sistemas vivos o en internalizar esta lógica, como
un sistema de normas y condiciones ecológicas, en la dinámica del capital (Passet, 1979). Las
contradicciones entre la racionalidad ambiental y la racionalidad capitalista es una confrontación
de intereses opuestos arraigados en estructuras institucionales, paradigmas de conocimiento, y
procesos de legitimación que enfrentan a diferentes agentes, clases y grupos sociales. Por ello las
acciones y políticas ambientales no pueden circunscribirse en los principios de una racionalidad
ecológica, pues si bien la evolución biológica es un proceso finalizado (teleonomía), le faltan sus
órganos de legitimación. La “lógica” de la unidad económica campesina y el “estilo” étnico de
una cultura, remiten a racionalidades sociales constituidas como sistemas complejos de
ideologías-comportamientos-acciones-prácticas, que son irreductibles a una lógica común y
unificadora.

Una racionalidad ambiental no es la expresión de una lógica, sino el efecto de un conjunto de


prácticas sociales y culturales diversas y heterogéneas, que dan sentido y organizan a los procesos
sociales a través de ciertas reglas, medios y fines socialmente construidos, que desbordan a las
leyes derivadas de la estructura de un modo de producción. Por ello, el propósito de resolver las
contradicciones entre la lógica del capital, la dinámica de los procesos ecosistémicos y las leyes
biológicas, debe prevenirse contra una fácil analogía entre la organización de los sistemas
sociales y los sistemas biológicos. Como señala acertadamente Canguilhem,

La regulación social tiende hacia la regulación orgánica y la imita, sin por ello dejar de estar
compuesta mecánicamente. Para poder identificar la composición social con el organismo social,
en el sentido propio de este término, sería necesario poder hablar de las necesidades y de las
normas de vida de un organismo sin residuo de ambigüedad […] Pero basta con que un individuo
se interrogue en una sociedad cualquiera acerca de las necesidades y las normas de esta sociedad y
las impugne, signo de que estas necesidades y esas normas no son las de toda la sociedad, para
que se capte hasta qué punto la norma social no es interior, hasta qué punto la sociedad, sede de
disidencias contenidas o de antagonismos latentes, está lejos de plantearse como un todo. Si el
individuo se plantea la pregunta por la finalidad de la sociedad ¿acaso no es ése el signo de que la
sociedad es un conjunto más unificado de medios, carentes precisamente de un fin con el cual se
identificaría la actividad colectiva permitida por la estructura? (Canguilhem, 1971:202-3).

Más allá de la ecologización de los procesos sociales, la resolución de la problemática ambiental


y la construcción de una nueva racionalidad productiva, plantea la intervención de un conjunto de
procesos sociales: la formación de una conciencia ecológica o ambiental, la transformación
democrática del Estado que permita y apoye la participación directa de la sociedad y de las
comunidades en la autogestión y cogestión de su patrimonio de recursos, la reorganización
transectorial de la administración pública y la reelaboración interdisciplinaria del saber. La
gestión participativa y democrática de los recursos ambientales va más allá de la incorporación de
15

los criterios de racionalidad ecológica dentro de los instrumentos de la racionalidad económica


(Carrizosa, 1985), implicando la internalización de esas racionalidades “objetivas” en la
racionalidad de los actores sociales que orientan el movimiento ambientalista y las prácticas de la
gestión ambiental.

La racionalidad ambiental no es la expresión de una lógica (del mercado, de la naturaleza) o de


una ley (del valor, del equilibrio ecológico); es la resultante de un conjunto de normas, intereses,
valores, significaciones y acciones que no se dan fuera de las leyes de la naturaleza y de la
sociedad, pero que no las imitan simplemente. Se trata de una racionalidad conformada por
procesos sociales que desbordan a sus actuales estructuras.

Así, la dialéctica teórica entre lógicas opuestas se traduce en una dialéctica social que induce
transformaciones del conocimiento y de las bases materiales de los procesos productivos. La
puesta en práctica de los principios de la gestión ambiental o la posible transición de una
racionalidad capitalista hacia una racionalidad ambiental, se da a través de una serie de procesos
políticos, de la confrontación de intereses opuestos y la concertación de objetivos comunes de
diversos actores sociales que inciden en todas las instancias de los aparatos del Estado (Althusser,
1971). Estos configuran el campo conflictivo de la cuestión ambiental, que prevalece a pesar del
discurso ambiental que tiende a disolverlos en un consenso mundial en torno a los propósitos del
“cambio global”, de “una sola tierra” y de un “futuro común” de la humanidad (WCED, 1987).

El saber ambiental emerge así como una conciencia crítica y avanza con un propósito estratégico,
transformando los conceptos y métodos de una constelación de disciplinas, y construyendo
nuevos instrumentos para implementar proyectos y programas de gestión ambiental. Si bien el
saber ambiental surge transformando los contenidos y orientaciones teóricas de un conjunto de
disciplinas, se orienta a su vez con un fin práctico hacia la resolución de problemas concretos y
hacia la implementación de políticas alternativas de desarrollo.

Ello conduce a la construcción de una racionalidad ambiental entendida como el ordenamiento de


un conjunto de objetivos, explícitos e implícitos; de medios e instrumentos; de reglas sociales,
normas jurídicas y valores culturales; de sistemas de significación y de conocimiento; de teorías y
conceptos; de métodos y técnicas de producción. Esta racionalidad funciona legitimando acciones
y estableciendo criterios para la toma de decisiones de los agentes sociales; orienta las políticas
de los gobiernos, norma los procesos de producción y consumo, y conduce las acciones y
comportamientos de diferentes actores y grupos sociales, hacia los fines del desarrollo
sustentable, equitativo y duradero.

La categoría de racionalidad ambiental, al integrar procesos de racionalidad teórica, instrumental


y sustantiva, constituye un instrumento para analizar la consistencia de los principios del
ambientalismo en sus formaciones discursivas, teóricas e ideológicas; la eficacia de los
movimientos sociales, de las reformas del Estado, las transformaciones institucionales y los
programas gubernamentales, para alcanzar los objetivos implícitos y explícitos de la gestión
ambiental y el desarrollo sostenible. La categoría de racionalidad ambiental posibilita un análisis
integrado de las bases materiales, los instrumentos técnicos y legales y las acciones y programas
orientados hacia estos fines. En este sentido, la categoría de racionalidad ambiental se plantea
como un concepto heurístico, dinámico y flexible para analizar y orientar los procesos y las
acciones “ambientalistas”.
16

Esta caracterización del saber ambiental y de la categoría de racionalidad ambiental no se plantea


como un principio epistemológico general para la reunificación del saber o para la integración
interdisciplinaria de las ciencias. La racionalidad ambiental se construye y concreta por múltiples
interrelaciones entre la teoría y la praxis. La problemática gnoseológica y epistemológica del
ambientalismo, surge en el terreno práctico de una problemática social generalizada, que orienta
el saber y la investigación hacia el campo estratégico del poder y de la acción política. Así, la
categoría de racionalidad ambiental no sólo resulta útil para sistematizar los enunciados teóricos
del discurso ambiental, sino también para analizar su coherencia en sus momentos de
“expresión”, es decir, el poder transformador del concepto –y de su construcción misma– a través
de sus aplicaciones.3

La racionalidad capitalista ha estado asociada a una racionalidad científica que incrementa la


capacidad de control social sobre la realidad, y una racionalidad tecnológica que asegura una
eficacia creciente entre medios y fines. La problemática ambiental cuestiona la legitimidad de la
racionalidad social construida sobre las bases de una racionalidad científica entendida como el
instrumento más elevado de racionalidad, capaz de resolver a partir de su creciente poder
predictivo, las “irracionalidades” o externalidades del sistema.4

Frente a esta pretensión de la razón científica moderna, el saber ambiental se plantea la


comprensión de una realidad compleja, abierta a la indeterminación y a la interdependencia de los
procesos, al riesgo y al cambio; como un saber atravesado por el conflicto social y fundada en
una epistemología política, en la cual los intereses están imbricados con el conocimiento
(O’Connor, 1989; Funtowics y Ravetz, 1993).

La categoría de racionalidad ambiental plantea la necesidad de definir los términos para evaluar
la eficacia de los diversos procesos que participan en su concreción práctica y de su tránsito a
través de la racionalidad social establecida, aceptando el carácter relativo e incluso opuesto de
ambas racionalidades, pues como apunta Marcuse,

En el desarrollo de la racionalidad capitalista, la irracionalidad se convierte en razón: razón como


desarrollo desenfrenado de la productividad, conquista de la naturaleza, ampliación de la masa de
bienes; pero irracional, porque el incremento de la productividad, del dominio de la naturaleza y
de la riqueza social se convierten en fuerzas destructivas (Marcuse, 1972:207).

3
. “La riqueza de un concepto científico se mide por su poder deformador. Esta riqueza no puede asignarse a un
fenómeno aislado al que le sería reconocida una riqueza cada vez mayor de caracteres, y sería cada vez más rico en
comprehensión […] Habrá que deformar los conceptos primitivos, estudiar sus condiciones de aplicación y sobre
todo incorporar las condiciones de aplicación de un concepto en el sentido mismo del concepto. Es en esta última
necesidad en la que reside[…] el carácter dominante del nuevo racionalismo, correspondiente a una fuerte unión de
la expresión y de la razón” (Bachelard, 1938:61).
4
. “Otro argumento racionalista de la supuesta comunidad de la ciencia afirma que la ciencia proporciona un control
predictivo acumulativo del medio ambiente y que su posición evidentemente privilegiada en este sentido sobre todos
los demás sistemas de creencias conocidos es una piedra de toque universal de racionalidad” (Hesse, en Olivé,
1985:174).
17

Las externalidades de la racionalidad capitalista (sobre-explotación de los recursos naturales y de


la fuerza de trabajo, degradación ambiental, deterioro de la calidad de vida), de ser problemas
marginales (aunque funcionales) para el sistema económico, fueron adquiriendo en su proceso
acumulativo y expansivo del capital un carácter crítico para su crecimiento. De allí el propósito
de internalizar las externalidades ambientales como un proceso de refuncionalización de la
racionalidad económica y de sus paradigmas de conocimiento.

En el concepto de racionalidad ambiental subyace un concepto de “adaptación” que predomina


sobre el concepto de “dominio” de la naturaleza en el que se apoya la racionalidad capitalista y
los paradigmas de la ciencia moderna. Además, los principios, valores y procesos que constituyen
una racionalidad ambiental son inconmensurables con una racionalidad capitalista e irreductibles
a un patrón unitario de medida (Kapp, 1983); ni las preferencias de los consumidores futuros, ni
los procesos ecológicos de largo plazo, ni los valores humanos y derechos ambientales son
traducibles a valores monetarios actuales (Gutman, 1986, Leff, 1986a, Martínez-Alier, 1991).

La racionalidad ambiental no puede definirse a partir de una investigación de operaciones


orientada a “realizar la mejor combinación de medios limitados para alcanzar un objetivo
cuantificable” (Godelier, 1969:I,21). En este sentido, la racionalidad ambiental implica una
crítica a la racionalidad de la civilización moderna. Así también, la construcción de una
racionalidad ambiental se produce en la desconstrucción de la racionalidad económica fundada en
el principio de escasez y movida por la mano invisible de las fuerzas ciegas del mercado para
construir otra racionalidad, fundada en otros valores y principios, en otras fuerzas materiales y
otros medios técnicos, a través de la movilización de recursos humanos, naturales, culturales y
gnoseológicos.

Más allá del problema de la inconmensurabilidad entre los principios, procesos y objetivos de
racionalidades diferentes, la construcción de una racionalidad ambiental plantea la cuestión sobre
la posibilidad de transitar hacia ella, y que ésta pueda funcionar como una praxeología, con
medios eficaces para la consecución de sus objetivos. Se trata de ver si una estrategia ambiental
de desarrollo funciona “como toda actividad finalizada con posibilidad de poseer una “lógica”
que le asegure la eficacia frente a una serie de restricciones” (Godelier, 1969:I,18). Ello tiene
relevancia para comprender el proceso social de construcción de un paradigma de productividad
ecotecnológica, así como para analizar la eficacia del movimiento ambientalista para revertir los
costos sociales y ambientales de la racionalidad económica dominante y para construir otra
racionalidad social.

La racionalidad ambiental incorpora nuevos principios y valores que impiden que sus estrategias
puedan ser evaluadas en términos del modelo de racionalidad generado por el capitalismo. De lo
que se trata es de analizar los procesos de legitimación y las posibilidades de realización de los
propósitos y los objetivos “ambientales” frente a las restricciones que antepone a su proceso de
construcción, la institucionalización de los mecanismos del mercado, de los intereses
económicos, de la razón tecnológica y de la lógica del poder establecidos. La racionalidad
ambiental se construye así mediante la articulación de cuatro niveles de racionalidad:

a) una racionalidad sustantiva, que es el sistema axiológico de los valores que norman las
acciones y orientan los procesos sociales para la construcción de una racionalidad ambiental
18

fundada en los principios de un desarrollo ecológicamente sustentable, socialmente equitativo,


culturalmente diverso y políticamente democrático.

b) una racionalidad teórica que construye los conceptos que articulan los valores de la
racionalidad sustantiva con los procesos materiales que dan soporte a una racionalidad productiva
fundada en una productividad ecotecnológica y un potencial ambiental de desarrollo.

c) una racionalidad técnica o instrumental que produce los vínculos funcionales y operacionales
entre los objetivos sociales y las bases materiales del desarrollo sustentable a través de un sistema
tecnológico adecuado, de procedimientos jurídicos para la defensa de los derechos ambientales y
de medios ideológicos y políticos que legitimen la transición hacia una racionalidad ambiental,
incluyendo las estrategias de poder del movimiento ambiental.

d) una racionalidad cultural, entendida como un sistema de significaciones que producen la


identidad e integridad internas de diversas formaciones culturales, que dan coherencia a sus
prácticas sociales y productivas; éstas establecen la singularidad de racionalidades ambientales
heterogéneas que no se someten a una lógica ambiental general y que cobran sentido y realidad a
nivel de las acciones locales.

Racionalidad Ambiental Sustantiva

La cuestión ambiental emerge como una problemática social del desarrollo, planteando la
necesidad de normar un conjunto de procesos de producción y consumo que, sujetos a la
racionalidad económica y a la lógica del mercado, han degradado el ambiente y la calidad de
vida. De esta consciencia ambiental han surgido nuevos valores y fuerzas materiales para
reorientar el proceso de desarrollo. Así, se ha ido configurando una cultura ecológica y
democrática asociada a los objetivos del desarrollo sustentable, fundado en los siguientes
principios:

1. Los derechos humanos a un ambiente sano y productivo y de las comunidades autóctonas a la


autogestión de sus recursos ambientales para satisfacer sus necesidades y orientar sus
aspiraciones sociales a partir de diferentes valores culturales, contextos ecológicos y condiciones
económicas;

2. El valor de la diversidad biológica, la heterogeneidad cultural y la pluralidad política, así como


la valoración del patrimonio de recursos naturales y culturales de los pueblos;

3. La conservación de la base de recursos naturales y de los equilibrios ecológicos del planeta


como condición para un desarrollo sustentable y sostenido, que satisfaga las necesidades actuales
de las poblaciones y preserve su potencial para las generaciones futuras;

4. La apertura hacia una diversidad de estilos de desarrollo sustentable, fundados basado el las
condiciones ecológicas y culturales de cada región y cada localidad;

5. La satisfacción de las necesidades básicas y la elevación de la calidad de vida de la población,


partiendo de la eliminación de la pobreza y de la miseria extrema, y siguiendo con el
19

mejoramiento de la calidad ambiental y del potencial ambiental, a través de la democratización


del poder y la distribución social de los recursos ambientales.

6. La distribución de la riqueza y del poder a través de la descentralización económica y de la


gestión participativa de los recursos;

7. El fortalecimiento de la capacidad de autogestión de las comunidades y la autodeterminación


tecnológica de los pueblos, con la producción de tecnologías ecológicamente adecuadas y
culturalmente apropiables;

8. La valoración de la calidad de vida y del desarrollo de las capacidades de todos los hombres y
mujeres, sobre los valores cuantitativos de la producción para el mercado y del consumo.

9. La percepción de la realidad desde una perspectiva global, compleja e interdependiente, que


permita articular los diferentes procesos que la constituyen, entender la multicausalidad de los
cambios socio-ambientales y sustentar un manejo integrado de los recursos;

Estos criterios, principios y valores deben ser sistematizados y operacionalizados a través de


conceptos, teorías y técnicas que los articulen con sus bases materiales (movilización de procesos
naturales, tecnológicos y sociales), a través de la organización de políticas científicas, la
organización de movimientos sociales y estrategias políticas y la elaboración de instrumentos
tecnológicos y normas jurídicas, que permitan su traducción en procesos productivos alternativos
para la gestión de los recursos ambientales de las comunidades y un desarrollo sustentable y
sostenible a nivel planetario.

Racionalidad Ambiental Teórica

La racionalidad ambiental no puede definirse tan sólo en términos de su racionalidad sustantiva,


sino que se funda en principios materiales y en procesos productivos que dan soporte a los
valores cualitativos que orientan la reconstrucción de la realidad. Estos principios generales han
orientado la elaboración de una teoría emergente sobre la racionalidad ambiental del desarrollo
sustentable a partir de las estrategias del ecodesarrollo (Sachs, 1982) y la construcción del
concepto de productividad ecotecnológica (Leff, 1986a).

La racionalidad ambiental teórica aparece así como una producción conceptual orientada hacia la
construcción de una racionalidad productiva alternativa. Al dar congruencia a los postulados y
principios ambientales, permite activar un conjunto de procesos materiales que dan soporte a
nuevas estrategias productivas fundadas en el potencial que ofrece el ambiente. Es en este sentido
que he sugerido conformar un nuevo “paradigma” de producción fundado en la articulación de
niveles de productividad ecológica, cultural y tecnológica, dentro de un proceso dinámico y
prospectivo que orienta las prácticas científicas, tecnológicas y culturales para construir y
objetivar esos niveles de productividad. Se plantea así la articulación de un sistema de recursos
naturales con un sistema tecnológico apropiado y con sistemas culturales, políticos y económicos
que condicionan y norman la construcción de ecosistemas productivos integrados a las fuerzas
productivas y a las relaciones sociales, políticas y económicas de diferentes formaciones
ambientales (Leff, 1986a).
20

La categoría de racionalidad ambiental teórica responde al proceso de sistematización que da


coherencia a los postulados de valor de las formaciones ideológicas del discurso ambientalista, y
organiza los diferentes procesos naturales y sociales que constituyen el soporte material de una
racionalidad productiva ambiental, contrastable en sus espacios de aplicación, y en función de sus
objetivos diversos, con las prácticas productivas derivadas de la racionalidad económica o
tecnológica dominante. De esta forma, la racionalidad teórica genera las bases para elaborar los
instrumentos de evaluación de proyectos y estilos alternativos de desarrollo.

Racionalidad Ambiental Técnica o Instrumental

La racionalidad técnica o instrumental establece los medios que confieren su eficacia a la gestión
ambiental, incluyendo las tecnologías ambientales y ecotécnicas, los ordenamientos jurídicos, los
instrumentos legales y los arreglos institucionales de las políticas ambientales, así como las
formas de organización del movimiento ambiental para generar las fuerzas sociales necesarias
para transformar la racionalidad económica dominante.

El propósito de internalizar los costos ecológicos y las externalidades ambientales en el cálculo


económico y de generar un potencial ambiental para un desarrollo sustentable, plantea la
necesidad de generar un conjunto de instrumentos técnicos, ordenamientos legales, procesos de
legitimación y organizaciones políticas, que traduzcan los objetivos de la gestión ambiental en
acciones, programas y mecanismos concretos que den eficacia a la construcción de la
racionalidad ambiental.

La ineficacia de los procesos de gestión ambiental ha radicado en gran parte en el hecho de que
se han fundado en un “juicio racional independiente” (Mannheim) y en un discurso crítico
(Marcuse) para revertir los efectos de la racionalidad capitalista, pero han carecido de los
instrumentos de su racionalidad técnica, funcional y operativa.

La planificación ambiental del desarrollo plantea limitaciones para implementar proyectos de


gestión ambiental con los instrumentos y dentro de las instituciones de la racionalidad económica
y política dominantes. De allí la necesidad de elaborar nuevos instrumentos económicos,
jurídicos y técnicos para implementar proyectos de gestión ambiental y dar eficacia a una
racionalidad alternativa: métodos de evaluación de impacto ambiental, inventarios y cuentas del
patrimonio natural y cultural (Gligo, 1986), indicadores sobre el potencial ambiental de
desarrollo y sobre calidad de vida y procedimientos legales en defensa de los valores y los
derechos ambientales.

La racionalidad instrumental implícita en un proceso de gestión ambiental, realza el hecho de que


la racionalidad social no es tan sólo la expresión de una lógica abstracta (del mercado, del valor)
o la expresión sobredeterminada de la estructura económica, sino la resultante de un conjunto de
normas y acciones sociales que limitan el uso de la ley (del mercado) por una clase y buscan
conciliar intereses ambientales opuestos y elevar el bien común por la intervención del Estado y
la participación de la sociedad civil.5

5
. Es de fuera del discurso ambiental de donde ha surgido una concepción de la “planificación de situaciones”
(Matus, 1980), que se concibe en términos de una estrategia de transformación de la racionalidad social a través de la
concertación de acciones para el cambio social. Esta propuesta, sin duda interesante, plantea problemas de orden
21

Racionalidad Ambiental Cultural

La categoría de racionalidad ambiental implica la diversidad étnica. Esta se integra por diversas
organizaciones culturales y por las racionalidades de las diferentes formaciones socio-
económicas que constituyen una formación nacional. La gestión ambiental implica la
participación directa de las comunidades en la apropiación de su patrimonio natural y cultural y
en el manejo de sus recursos. De esta forma, la racionalidad cultural no es tan sólo un argumento
más de la racionalidad sustantiva, sino que constituye también un principio que norma a toda
racionalidad instrumental.

Los valores culturales implícitos en las prácticas tradicionales de diferentes formaciones sociales,
no sólo incorporan principios de racionalidad ecológica, sino que imprimen el sello de la cultura
en la naturaleza a través de las formaciones ideológicas que determinan los procesos de
significación del medio, las formas de percepción de la naturaleza y los usos socialmente
sancionados de los recursos, vinculados a necesidades definidas culturalmente. La racionalidad
cultural demultiplica y diversifica las formas racionales de aprovechamiento de los recursos de
una comunidad para satisfacer sus necesidades fundamentales y su calidad de vida. En este
sentido, la racionalidad cultural organiza y confiere su especificidad al proceso de mediación
entre la sociedad y la naturaleza, entre las técnicas de producción y las normas de
aprovechamiento de los recursos naturales.

Racionalidad Ambiental/Racionalidad Económica

La construcción de una racionalidad ambiental aparece así como un conjunto de procesos de


“racionalización”, con diferentes “instancias de racionalidad” que confieren legitimidad a la toma
de decisiones con respecto a la transformación de la naturaleza y el uso de los recursos, dando
funcionalidad a sus operaciones prácticas y eficacia a sus procesos productivos. Estas diferentes
instancias y procesos son susceptibles de ser sistematizados y priorizados, pero no es posible
establecer en ellos un orden de racionalidad superior:

La historia no puede sujetarse al significado trascendental del inexorable avance dialéctico de la


“Razón” hegeliana o las leyes evolucionistas de cualquier tipo o al eje de una sola esfera
institucional, tal como la Economía […] La historia es un laberinto de procesos de racionalización
que llegan a constituirse en órdenes legítimos dentro de una sociedad. Algunos de estos procesos
convergen, otros chocan, otros más se dividen para coincidir en un momento futuro y algunos
llegan a traslaparse, surgiendo y luchando con otros procesos en diversas esferas. Por esta razón,
los distintos procesos no pueden jerarquizarse en un patrón legal de evolución (Gil Villegas,
1984:44).

La construcción de una racionalidad ambiental implica la realización y la concreción de una


utopía. Sin embargo, ésta no es la materialización de principios ideales abstractos, sino que
emerge como un proyecto social de respuesta a otra racionalidad que ha tenido su periodo

teórico y práctico para concebir una planificación para el cambio, es decir, sobre la naturaleza del cambio y de los
medios planificados de lograrlo (la teoría revolucionaria moviliza y produce elementos para una estrategia política de
cambio, pero la planificación ha sido un proceso de racionalización de un régimen establecido).
22

histórico de construcción, de legitimación, de institucionalización y de tecnologización. La


racionalidad ambiental emerge de otros principios, debatiéndose y avanzando en lo real de la
racionalidad capitalista que plasma la realidad económica, política y tecnológica dominante. El
proceso que va de esta emergencia hasta una consolidación de una racionalidad alternativa, es un
proceso de transición caracterizado por las oposiciones de perspectivas e intereses involucrados
en ambas racionalidades, pero también por sus estrategias de transformación, sus tácticas de
negociación y sus espacios de complementariedad.

El proceso de constitución y transición hacia una racionalidad ambiental implica procesos


políticos y sociales que trascienden a la confrontación de dos “lógicas” opuestas. Es un proceso
transformador de formaciones ideológicas, instituciones políticas, funciones gubernamentales,
normas jurídicas, valores culturales, estructuras tecnológicas y comportamientos sociales, que se
inserta en la red de intereses de clases, grupos e individuos que movilizan u obstaculizan los
cambios históricos para construir esta nueva racionalidad social.

Cada racionalidad social está constituida por diversas “esferas” articuladas de racionalidad. Así,
la racionalidad técnica o instrumental concierne al cálculo, a la eficiencia y a la optimización de
los procesos conducentes hacia una función objetivo, mientras que la esfera de la “racionalidad
ideológica” legitima y moviliza las acciones conducentes a ciertos fines. Ambas instancias se
articulan y complementan sus formas de dominación y sobredeterminación en diferentes
racionalidades y en diferentes momentos de su construcción y de su funcionamiento.

En la racionalidad capitalista, las racionalidades técnica y formal adquieren una función


dominante, fundamentando y legitimándose en los valores de la productividad y la eficiencia. De
allí que el modo capitalista de producción haya llegado a concebirse como la manifestación de
una “razón tecnológica” (Marcuse, 1968). Por su parte, la racionalidad ambiental se ha apoyado
más en la legitimación de sus valores (pluralidad étnica, fortalecimiento de economías
autogestionarias no acumulativas), que en sus medios instrumentales. El concepto de calidad de
vida y de calidad ambiental como objetivos de la estrategia ambiental de desarrollo funda su
racionalidad en los valores cualitativos de sus objetivos, en una racionalidad sustantiva entendida
como un sistema de significaciones, valores y normas culturales caracterizadas por su diversidad
y relatividad.

Las diferencias que plantean estas dos racionalidades (su carácter inconmensurable), van más allá
de la posibilidad de transformar los fines del desarrollo a los que apuntan los propósitos de la
racionalidad ambiental con los medios de la racionalidad económica y sus instrumentos
tecnológicos. Una productividad ecotecnológica construida por la articulación de procesos de
diferentes órdenes de materialidad –con su expresión en diferentes espacialidades y
temporalidades–, así como los principios de diversidad cultural y de equidad social en torno a
objetivos de carácter más cualitativo, impide reducir y evaluar la gestión ambiental del desarrollo
con una función objetivo generalizable y cuantificable. En este sentido, la racionalidad ambiental
implica “otra razón” que parte de la crítica a la racionalidad tecnológica y el cálculo económico
que conforman el instrumental de la civilización moderna orientada por los principios de la
ganancia, la eficiencia y la productividad inmediatas.

Al igual que cada ciencia presenta diferentes obstáculos epistémicos para transformarse al ser
problematizados sus paradigmas de conocimiento por el saber ambiental emergente, así cada
23

nación, cada Estado, cada economía, cada pueblo, tienen sus particulares condiciones para
desmontar la maquinaria tecnológica y desarmar los aparatos ideológicos generados y movidos
por las fuerzas del mercado, con el propósito de construir una racionalidad social alternativa a
partir de otros principios y bases materiales.

La racionalidad ambiental se construye así en el contexto y a contracorriente de la racionalidad


capitalista dominante en todos los órdenes de la vida social.6 Sin embargo, la desconstrucción de
esta racionalidad dominante en el sentido de una transición hacia una racionalidad ambiental hace
necesario analizar no sólo las contradicciones y oposiciones entre ambas racionalidades, sino
también, y en un sentido estratégico, sus formas de articulación y sus complementariedades
posibles.

El Concepto de Saber en Foucault y el Discurso Ambiental

La problemática ambiental ha generado un amplio proceso de transformaciones del saber,


abriendo un nuevo campo a la sociología del conocimiento. Este no se da como un desarrollo
interno de las ciencias, sino como un cuestionamiento social generalizado a la racionalidad
dominante, que implica la crítica a sus modelos de racionalidad científica y que induce una
transformación de diferentes paradigmas del conocimiento para internalizar una “dimensión”
ambiental, de naturaleza “inter-disciplinaria”. La complejidad de los problemas sociales
asociados con los cambios ambientales globales, ha abierto el camino a un pensamiento de la
complejidad y a métodos inter-disciplinarios de investigación, capaces de articular diferentes
disciplinas para comprender las múltiples relaciones, causalidades e interdependencias que
establecen procesos de diversos órdenes de materialidad: físico, biológico, cultural, económico,
social. Sin embargo, la demanda de un saber integrado para la comprensión de los procesos
socio-ambientales, no se agota en los isomorfismos provenientes de la formalización y
matematización de los procesos objeto de diferentes campos del conocimiento y en una teoría
general de sistemas (Bertalanffy, 1976). Tampoco se restringe a los métodos para integrar los
conocimientos, disciplinas y saberes existentes.

El saber ambiental se enfrenta a la compartimentalización y fraccionamiento del conocimiento


derivado de la racionalidad social y científica dominantes. Sin embargo, este saber no se
constituye en el medio que circunda a los objetos de conocimiento, sino que emerge de una
problemática social que desborda el campo de la racionalidad del conocimiento. La cuestión
ambiental emerge de una problemática económica, social, política, ecológica, como una nueva
visión del mundo, planteando una verdadera revolución ideológica y cultural que problematiza y
transforma a todo un conjunto de paradigmas del conocimiento teórico y de saberes prácticos. En
este sentido, la perspectiva ambiental de la transformación del conocimiento se inscribe en un
“programa fuerte de sociología del conocimiento”. Más aún, por el carácter global de esta
problematización social de conocimientos y saberes, y por los procesos gnoseológicos y sociales
6
. Esta crítica ambiental a la racionalidad económica y del capital se extiende también a la racionalidad social
construida por el marxismo, al hipostasiar los conceptos de producción, trabajo y necesidad como una metafísica
antropológica del hombre: “Las necesidades y el trabajo es la doble potencialidad del hombre o su doble cualidad
genérica. Esta es la misma corriente antropológica en la cual el concepto de producción es esbozado como el
'movimiento fundamental de la existencia humana', definiendo una racionalidad y una socialidad apropiada para el
hombre” (Baudrillard, 1973).
24

que induce el sujeto del conocimiento y de los actores sociales del ambientalismo, la cuestión
ambiental se inscribe en una nueva perspectiva de la sociología del conocimiento.7

Las perspectivas foucaultianas sobre el saber y el conocimiento nos permiten ver la irrupción del
saber ambiental como efecto de estos procesos de cambio social, de la emergencia de una nueva
consciencia y de nuevos valores. Este saber se inscribe en las formaciones ideológicas del
ambientalismo y en las prácticas discursivas del desarrollo sostenible, incorporando los principios
de diversidad cultural, sustentabilidad ecológica, equidad social y solidaridad transgeneracional.
Este saber ambiental, crítico y propositivo, entretejido de un conjunto de prácticas discursivas,
moviliza una serie de cambios institucionales en el orden económico mundial, comportamientos
de agentes económicos y actores sociales, y transformaciones del conocimiento teórico y
práctico: el nuevo discurso sobre el cambio global y el nuevo orden económico mundial; la
innovación de tecnologías “limpias”, adecuadas y apropiadas para el uso ecológicamente
sustentable de los recursos naturales; la recuperación y mejoramiento de las prácticas
tradicionales (ecológicamente adaptadas) de uso de los recursos para la autogestión comunitaria
de los recursos; el marco jurídico de los nuevos derechos ambientales, de la normatividad
ecológica internacional y la legislación nacional en materia ecológica en el campo de las políticas
ambientales; la organización de un movimiento ecologista sustentado en los principios del
ambientalismo; la internalización de la “dimensión ambiental” en los paradigmas del
conocimiento, en los contenidos curriculares y en las prácticas pedagógicas; la emergencia de
nuevas disciplinas ambientales (Leff, 1987, 1988a).

Desde esta perspectiva de análisis es posible ver aparecer las formaciones discursivas del saber
ambiental como un efecto del poder en el conocimiento; ver circular y transformarse
(manipularse y legitimarse) a sus conceptos a través del juego de intereses opuestos de países,
instituciones y grupos sociales. Al mismo tiempo nos permite entender el saber ambiental no
como una doctrina homogénea, cerrada y acabada, sino como un campo en construcción de
formaciones ideológicas y teóricas heterogéneas, abiertas, y dispersas, constituidas por una
multiplicidad de prácticas sociales: el saber campesino y de las comunidades indígenas sobre su
ambiente y sus recursos, integrado a sus formaciones ideológicas, sus valores culturales y sus
prácticas tradicionales de uso de los recursos; la dispersión del saber ambiental inscrito en el
discurso general del ecodesarrollo y del desarrollo sostenible y su apropiación desigual por el
discurso consensual del cambio global, por el discurso y las prácticas del movimiento
ambientalista, por el discurso oficial del Estado y por el ordenamiento jurídico de la legislación
ambiental. Desde allí es posible aprehender al saber ambiental desde los efectos del cambio
global, pero también desde los intereses en conflicto que atraviesan el campo ambiental; captar su
inserción en diferentes dominios institucionales y campos de aplicación; ver cómo se incorpora a
los diferentes dominios del conocimiento sociológico y de las ciencias sociales en general,
induciendo transformaciones diferenciadas en los objetos científicos, campos temáticos y
prácticas disciplinarias del conocimiento (Foucault, 1969).
7
. Foucault distingue el saber del conocimiento de la siguiente manera: “Cuando uso la palabra saber, lo hago para
distinguirlo de un conocimiento. El primero es el proceso a través del cual el sujeto se encuentra modificado por lo
que conoce, o mejor dicho por el trabajo realizado para conocer. Es lo que permite la modificación del sujeto y la
construcción del objeto. Conocimiento es el proceso que permite la multiplicación de los objetos cogniscibles, el
desarrollo de su inteligibilidad, la comprensión de su racionalidad, mientras que el sujeto que hace la investigación
permanece siempre el mismo.” (Foucault, 1991).
25

El Saber Ambiental y la Sociología del Conocimiento

La cuestión ambiental aparece como síntoma de la crisis de la razón de la civilización moderna,


como una crítica de la racionalidad social y del estilo de desarrollo dominantes, y como una
propuesta para fundamentar un desarrollo alternativo. Este cuestionamiento problematiza al
conocimiento científico y tecnológico que ha sido producido, aplicado y legitimado por dicha
racionalidad y se abre hacia nuevos métodos, capaces de integrar los aportes de diferentes
disciplinas para generar análisis comprehensivos e integrados de una realidad global y compleja
en la cual se articulan procesos sociales y naturales de órdenes diversos de materialidad. A su
vez, apunta hacia la generación de nuevos conocimientos teóricos y prácticos para construir una
racionalidad productiva alternativa (Leff, 1986c).

La atención sobre los problemas gnoseológicos que plantea la problemática ambiental se ha


concentrado en sus aspectos axiológicos y metodológicos. Así se ha planteado el estudio de los
valores que impulsan la conciencia ambiental y ha surgido la preocupación de elaborar un método
y un pensamiento de la complejidad, capaces de aprehender las interrelaciones entre procesos
naturales y sociales que determinan los cambios ambientales globales. Sin embargo, menos
atención han merecido las transformaciones del conocimiento que induce la problemática
ambiental.

La cuestión ambiental aparece como una problemática social y ecológica generalizada de alcance
planetario, que trastoca todos los ámbitos de la organización social, a los aparatos del Estado, y a
todos los grupos y clases sociales. Ello induce un amplio y complejo proceso de reorientación y
transformaciones del conocimiento y del saber, de las ideologías teóricas y prácticas, de los
paradigmas científicos y las prácticas de investigación. Estos procesos, no son producidos por los
desarrollos internos de las ciencias ni atañen solamente a las políticas científicas y tecnológicas,
es decir, a la aplicación de los conocimientos existentes a los fines del desarrollo sustentable. A
través de la conflictiva social puesta en juego por la crisis ambiental, se problematizan los
intereses disciplinarios y los paradigmas establecidos del conocimiento, sobre todo en el terreno
de las ciencias sociales, que son las formaciones teóricas e ideológicas que legitiman una
racionalidad social determinada (vgr. el derecho privado y la racionalidad económica que han
legitimado e institucionalizado las formas de acceso, propiedad, y explotación de los recursos
naturales, y que aparecen como causa de la degradación socio-ambiental).

Desde esta perspectiva, la construcción de una racionalidad ambiental implica transformaciones


de los conceptos y métodos de diversas ciencias y campos disciplinarios del saber, en los
sistemas de valores y las creencias de diversos grupos sociales. Estas transformaciones
ideológicas y epistémicas no son efectos directos trazables desde el emplazamiento de diferentes
clases sociales. Implican el análisis de procesos más complejos que ponen en juego los intereses
de diferentes grupos de poder en relación con la apropiación de los recursos naturales, los
intereses institucionalizados de una administración pública sectorial, y los intereses disciplinarios
asociados con la identificación y apropiación de un saber dentro del cual se desarrollan las
carreras científicas y profesionales. En este sentido es posible plantear que la emergencia del
saber ambiental abre una nueva perspectiva a la sociología del conocimiento.

La problemática ambiental induce efectos desiguales en la transformación de diferentes


disciplinas y paradigmas científicos y en la producción, integración y aplicación de
26

conocimientos. El saber ambiental emergente problematiza y reorienta el desarrollo del


conocimiento en tres niveles:

1. La orientación de la investigación y la aplicación de los conocimientos científicos y técnicos a


través de las políticas científico-tecnológicas.

2. La integración interdisciplinaria de especialidades diversas y de un conjunto de saberes


existentes en torno a un objeto de estudio y a una problemática comunes y la elaboración de un
conocimiento integrado a través de un método de análisis de sistemas complejos (García, 1986).

3. La problematización de los paradigmas teóricos de diferentes ciencias, planteando la


reelaboración de sus conceptos, la emergencia de nuevas áreas temáticas y la constitución de
nuevas disciplinas ambientales, que desbordan a los objetos de conocimiento y los campos de
experimentación de los actuales paradigmas teóricos (Leff, 1986c).

El saber ambiental, desde su posición de externalidad al desarrollo “interno” de las ciencias,


genera una demanda de saber que repercute en la orientación, desarrollo y aplicación de los
conocimientos. El propósito de internalizar la “dimensión ambiental” en la teoría y prácticas de la
economía, exige la implementación de políticas científicas y tecnológicas para producir los
instrumentos eficaces para una refuncionalización ecológica de la racionalidad económica
prevaleciente, para lograr un mejor balance entre conservación y crecimiento y para generar un
proceso de desarrollo sostenible sobre bases ecológicas de sustentabilidad y procesos
tecnológicos apropiados.

Las técnicas descontaminantes, los procesos de reciclaje de desechos y residuos, y la innovación


de “ecotécnicas” pueden generar un sistema tecnológico adecuado o apropiado, pero no
transforman los principios teóricos y metodológicos de las ciencias físicas o biológicas. La
incorporación de “funciones de daño ecológico” en las funciones de producción y la elaboración
del concepto de capital natural, se orientan hacia la evaluación de las externalidades de los
procesos productivos, pero no cuestionan el edificio paradigmático de la economía neoclásica. La
conciencia ambiental produce cambios en la percepción de la realidad social, en las creencias,
comportamientos y actitudes de los actores sociales, pero no transforma los métodos de las
ciencias sociales. En esta perspectiva sólo es posible establecer un “programa débil” para la
sociología ambiental del conocimiento.

Desde la perspectiva de la racionalidad ambiental, entendida como el conjunto de valores,


procesos materiales y finalidades que orientan la construcción de una racionalidad productiva
alternativa, se plantea un proceso de transformaciones teóricas, que problematiza a toda una
constelación de conocimientos. Esto permite plantear un “programa fuerte” de sociología del
conocimiento a través de la globalidad y profundidad de los efectos en el desarrollo y aplicación
de diferentes conocimientos a partir de una problemática externa, compleja y generalizada que
inducen, a través de intereses y condiciones sociales opuestos, una serie de efectos diferenciados
en las estructuras teóricas de diversas ciencias. Este programa de sociología del conocimiento se
construye sobre nuevas bases epistemológicas, en tanto que la problemática ambiental produce un
objeto de conocimiento complejo que desborda el campo de referencia de las disciplinas
tradicionales. Esto no sólo demanda nuevas metodologías para la integración de los saberes
existentes y la colaboración de diferentes disciplinas para la explicación de esta realidad
27

compleja, sino que induce la producción de nuevos conceptos, e incluso la transformación y


ruptura de ciertos paradigmas establecidos del conocimiento. Estos cambios epistémicos no sólo
dependerán del cuestionamiento externo a las ciencias, sino de las estructuras mismas del
conocimiento en cada campo del saber, que las hacen más dúctiles o rígidas para incorporar y
amalgamar un saber ambiental.

El saber ambiental no es un saber omnicomprensivo y totalizante que sería internalizado por los
diferentes paradigmas teóricos. Por el contrario, el saber ambiental se va configurando como un
campo de externalidad específico a cada uno de los objetos de conocimiento de las ciencias
constituidas. En este sentido, la contribución de las ciencias sociales a la definición de un
“paradigma ambiental” es un proceso dialéctico en el cual al mismo tiempo que las ciencias
sociales se orientan e integran para conformar un concepto de ambiente y un campo ambiental del
conocimiento, un saber ambiental emergente se va internalizando dentro de los paradigmas
teóricos y las temáticas tradicionales de las ciencias sociales para generar un conjunto de
disciplinas “ambientales”.

Las disciplinas que resultan más profundamente cuestionadas por la problemática ambiental son
las ciencias sociales y las ciencias naturales más cercanas a las relaciones entre sociedad y
naturaleza, como la geografía, la ecología y la antropología. No se trata tan sólo de revalorizar
disciplinas como la etnobotánica y la etnotécnica para la recuperación de los saberes técnicos de
las prácticas tradicionales de uso de los recursos, sino de la internalización del saber ambiental
emergente en los paradigmas de estas ciencias sociales.

En este sentido, la antropología ecológica ha “evolucionado” de la antropología cultural de


Steward –que veía en el “nivel de integración sociocultural” la especificidad de la articulación de
la organización cultural con las condiciones de su medio ambiente– y de la “ley básica de
evolución de White” que vio ésta en términos de incremento en el control y uso de energía a
medida que evoluciona la organización cultural (Adams, 1975; Rappaport,1971), hacia un
neofuncionalismo y un neoevolucionismo que incorporan los principios de la racionalidad
energética y ecológica, de adaptación funcional de poblaciones al medio y a la “capacidad de
carga” de los ecosistemas en la explicación de la organización cultural (Vessuri, 1986). La
ecología funcional ha generado conceptos como resiliencia, tasa ecológica de explotación y
capacidad de carga, que responden a la necesidad de internalizar los efectos de las prácticas
productivas y de los procesos económicos en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas
(Gallopín, 1986).

La geografía y la ecología han buscado sus campos de unión y colaboración (Bertrand, 1982;
Tricart, 1978 y 1982; Tricart y Killian, 1982), que permita “espacializar” a la ecología y dar
escalas temporales a la geografía, de manera de poder captar los mecanismos de apropiación de
los recursos naturales a través de los procesos de producción rural, y construir unidades
operacionales de manejo de los recursos naturales. De allí han surgido las nuevas ramas de la
geografía física y de la ecología del paisaje, así como la geografía y una ecología humanas, así
como nuevos métodos que permiten integrar el análisis cartográfico de la geo-grafía descriptiva
con las explicaciones de los procesos dinámicos de los ecosistemas de la eco-logía (Toledo,
1993).
28

La economía neoclásica ha respondido al reto ambiental construyendo los conceptos de capital


natural, de “funciones de daño”, “máximo rendimiento sustentable” o “máxima capacidad de
explotación” de un recurso dentro de una economía neoliberal de los recursos naturales.
Asimismo, el ecomarxismo ha iniciado un proceso crítico de reformulación de los conceptos del
materialismo histórico para incorporar los procesos naturales en la dinámica del capital y en el
desarrollo de sus fuerzas productivas (Leff, 1993a).

Estos procesos de transformación ambiental de los paradigmas de las ciencias no se produce por
un desarrollo interno de sus programas de investigación, sino por una demanda externa. Este
proceso tampoco puede explicarse como una “finalización de las ciencias” (Böhme et al., 1976),
en el sentido de que a partir de su maduración se abrirían a una multiplicación de sus aplicaciones
técnicas para solucionar problemas socioeconómicos. Ciertamente en estas transformaciones del
conocimiento ha influido fuertemente la emergencia y maduración de los campos teóricos de la
ecología y de la termodinámica de los sistemas abiertos. Ambos campos aparecen con un enorme
potencial para generar un proceso de trans-disciplinariedad, en el sentido de que a partir de su
capacidad de comprehensión e interrelación de múltiples procesos, se extienden hacia otros
campos del conocimiento.

Sin embargo, este potencial de fertilización trans-disciplinaria y de finalización depende de la


estructura teórica de cada una de las ciencias que son convocadas –demandadas– por la cuestión
ambiental. De esta forma, la antropología se ha mostrado como un campo particularmente abierto
y dúctil a su ambientalización. Ello no depende tan sólo del hecho “natural” de que su objeto de
estudio –la organización cultural– esté sustentada por un hábitat de orden natural, donde se
desarrollan sus prácticas productivas y sus formaciones ideológicas que les permite vivir en ese
medio –lo mismo podría argumentarse de la dependencia (aunque ciega) de la economía de sus
base natural de sustentación. Es el establecimiento y maduración de una antropología
evolucionista y funcionalista lo que las hace más susceptibles de acoger una demanda de
“ambientalización” a la que sin duda ha sido más resistente la antropología estructural.

Por su parte, los paradigmas de la economía fundados en una epistemología y una metodología
mecanicista, han sido mucho más resistentes a incorporar los principios ambientales. Ciertamente
ha habido un importante aporte crítico al cierre de estos paradigmas desde la percepción de los
procesos económicos como procesos entrópicos (Georgescu-Roegen, 1971, 1975) y el marxismo
inauguró hace más de un siglo la crítica de la economía política. Sin embargo, no ha sido fácil
internalizar las normas y condiciones ecológicas de una economía sustentable, los procesos de
largo plazo, los valores culturales, los derechos ambientales y los principios de la gestión
ambiental participativa de los recursos naturales a los paradigmas tradicionales de la economía
(Passet, 1979, Gutman, 1986, Leff, 1986a, Martínez-Alier, 1991), no obstante la presionante
demanda externa para construir una economía sustentable e igualitaria, y el incuestionable grado
de maduración del paradigma neoclásico. De allí están surgiendo los nuevos paradigmas de la
economía ecológica, de la bioeconomía y del ecomarxismo, pero que aparecen más como una
expresión de los límites de la racionalidad económica dominante que como fundamento de una
racionalidad productiva alternativa.

El propósito de dar bases al desarrollo sustentable y a la construcción de una racionalidad


ambiental de los procesos productivos, exige redefinir los paradigmas de la economía y elaborar
una nueva lógica de la producción, que permitan la constitución de formaciones económico-
29

socio-ambientales y la delimitación de unidades ambientales, que incorporen el potencial natural


de recursos naturales, los ciclos y tiempos ecológicos de regeneración y conservación y los
niveles de productividad ecológica en los procesos productivos (Leff, 1986a).

Las categorías de racionalidad ambiental y de saber ambiental aparecen como constructos


teóricos de esta sociología “ambiental” del conocimiento, en tanto que articulan un conjunto de
procesos “superestructurales” (formaciones ideológicas y discursivas; creencias y
comportamientos sociales, legitimación e institucionalización del saber) con la racionalidad
interna de las ciencias, y con la aplicación de nuevos conocimientos y técnicas al control y
desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. El análisis sociológico del saber ambiental
llevaría así a discernir la coherencia interna de los enunciados explicativos, valorativos y
prescriptivos del discurso ambiental, su capacidad de producción de sentido, de movilización
social, de transformación política del Estado, de legitimación y de institucionalización de nuevas
formas de organización productiva, que se concretan en la praxis de la gestión ambiental y en la
construcción de formaciones económico-sociales fundadas en principios de racionalidad
ambiental.8

Emerge así una nueva perspectiva de análisis de las relaciones entre producción y conocimiento.
Es en este sentido que podemos pensar las relaciones entre el saber ambiental, la emergencia de
las disciplinas ambientales, la constitución de una racionalidad ambiental y la construcción de un
paradigma productivo fundado en los procesos materiales que dan soporte a una productividad
ecotecnológica, orientado por los objetivos de un desarrollo equitativo, sustentable y duradero,
rompiendo con la relación mecanicista entre la economía, el desarrollo de las ciencias y sus
aplicaciones tecnológicas.9

El saber ambiental aparece así como el conjunto de paradigmas de conocimiento, disciplinas


científicas, formaciones ideológicas, sistemas de valores, creencias y conocimientos y prácticas
productivas sobre los diferentes procesos y elementos –naturales y sociales– que constituyen al
ambiente, sus relaciones y sus potenciales. Este saber se plasma en un discurso teórico,
ideológico y técnico, y circula dentro de diferentes esferas institucionales y órdenes de
legitimación social. De esta forma, el saber ambiental está reflejado en las teorías científicas
sobre al ambiente, en el discurso político y los planes oficiales, en las expresiones de la
conciencia ciudadana y en los principios de sus organizaciones y de sus programas de acción, en
los ordenamientos ambientales, y en las técnicas y tecnologías para la gestión ambiental.

Una racionalidad ambiental como fundamento de un desarrollo alternativo se construye en un


sentido prospectivo en un proceso de transformaciones históricas y cambios sociales donde teoría

8
. Este análisis obviamente sería fructífero para ver las inconsistencias entre la teoría y la práctica del paradigma
económico prevaleciente. En este sentido, las reglas formales de la economía neoclásica –ie la “regla de Hotelling”,
que establece que los costos de extracción de la unidad marginal del recurso debe crecer a una tasa igual a la tasa de
interés del mercado, regulando así el balance entre equilibrios ecológicos y económicos y acercándolos a un óptimo
social–, se ha visto refutada en la realidad de las políticas económicas que han generado un acelerado desequilibrio
ecológico y degradación ambiental (Cf. Gutman, 1986:180).
9
. “Según Foucault, es por esta vía que debemos pensar la inserción de una ciencia en una formación social; es por
esta vía que se evita a la vez el idealismo para el cual la ciencia cae del cielo, y el mecanicismo-economicista para el
cual la ciencia no es sino un reflejo de la producción.” (Lecourt, 1972:131).
30

y praxis van de la mano; esto significa que el conocimiento de esta racionalidad se produce en
ciencias y disciplinas sociales que se van constituyendo en el proceso mismo de reconstrucción
de la realidad de la que dan cuenta. Esto plantea la cuestión de la cientificidad de las ciencias
sociales desde la perspectiva ambiental y de su contribución a la explicación de los procesos
sociales que convergen hacia la realización los objetivos de una racionalidad ambiental. En este
sentido, la cientificidad de las ciencias sociales no sólo se plantea como un conocimiento objetivo
sobre la realidad social cristalizada a través del proceso histórico pasado, como las condiciones
de verificación o falsificación de las utopías ambientales frente a la realidad que niegan. El saber
ambiental se plantea en relación con la confirmación de las bases materiales que sustentan su
potencial transformador, en su eficacia en la movilización de los principios materiales para la
construcción de una racionalidad social alternativa, en la verificación histórica de su verdad como
potencia: en la productividad ecotecnológica de las prácticas de manejo sustentable de los
recursos, en la legitimación de los principios de racionalidad ambiental, en la eficacia del
movimiento ambiental.

Las limitaciones para conducir una estrategia ambiental de desarrollo sobre la base de una
racionalidad sustantiva (los valores y derechos ambientales), ha generado la necesidad de fundar
los principios del ambientalismo sobre bases materiales y teóricas consistentes y sobre medios
técnicos eficaces. De allí el sentido del concepto de racionalidad ambiental, capaz de evaluar,
orientar y movilizar los procesos materiales que conducen hacia la realización de sus fines. En
este sentido, la racionalidad sustantiva ambiental genera un proceso de racionalización teórica y
técnica, que le confieren su coherencia conceptual y su eficacia instrumental. Esto permite al
“paradigma ambiental” confrontarse y contrastarse con lo real de la racionalidad social
prevaleciente y verificarse en el proceso de construcción de su referente, a través de procesos de
racionalización generados por cambios sociales que conllevan transformaciones axiológicas,
gnoseológicas institucionales y productivas.

El saber ambiental es movilizado desde dos “momentos” de problematización del conocimiento


disciplinario prevaleciente. Por un extremo, es “empujado” por las causas de la crisis ecológica,
que implica un cuestionamiento al saber teórico e instrumental de la racionalidad económica y
social prevaleciente. Desde otro extremo, el saber ambiental es “jalado” por una racionalidad
social alternativa, por un saber prospectivo que proyecta una nueva visión de la realidad,
reorientando los avances del conocimiento hacia sus objetivos.

El saber ambiental emerge en un proceso diferenciado dentro de esferas disciplinarias específicas.


La percepción de lo ambiental no sólo proviene de los intereses involucrados en una problemática
determinada, o por la desigual distribución social de los costos ecológicos. La consciencia
ambiental se constituye en condiciones culturales, geográficas, políticas y económicas específicas
que afectan a los distintos grupos sociales y naciones donde se producen problemáticas
ambientales diversas. La percepción de una problemática ambiental depende también de las
perspectivas de análisis y de los acercamientos teóricas e ideológicos desde donde se busca
explicarlos y resolverlos (ecología humana, energetismo social, análisis sistémicos, neo-
malthusianismo, marxismo). De allí la existencia de múltiples métodos de análisis y de toda una
gama de conciencias ambientales que repercuten en forma diferenciada en la producción de
conocimientos teóricos e instrumentales. Así se articulan las estrategias epistemológicas y
conceptuales del ambientalismo con las políticas de investigación científica y los programas de
educación y formación ambientales.
31

La cuestión ambiental genera así una compleja dialéctica entre realidad social y conocimiento. El
saber ambiental no es tan sólo una respuesta teórica más adecuada a un real social (a un referente
empírico) más complejo a partir de nuevos acercamientos holísticos y sistémicos. El saber
ambiental cuestiona a las teorías sociales que han legitimado e instrumentado a la racionalidad
social prevaleciente y plantea la necesidad de elaborar nuevos paradigmas del conocimiento para
construir otra realidad social. Estas características del saber ambiental, de sus efectos en las
creencias y comportamientos de los agentes sociales, así como en el desarrollo de las ciencias y
disciplinas sociales, abona el terreno para fundar una sociología ambiental del saber sociológico.

Análisis Sociológico de Temáticas Ambientales Emergentes

La cuestión ambiental ha generado nuevas problemáticas sociales, que a su vez abren nuevos
espacios temáticos para la investigación interdisciplinaria de las ciencias sociales –y de la
sociología en particular–, tocando fronteras con otras disciplinas, como la economía, la
psicología, la antropología y la filosofía. Entre estas temáticas emergentes, destacan las
siguientes:

1. La noción de calidad de vida


2. La ecología política y los movimientos ambientalistas

En este primer abordaje será imposible agotar el análisis de estas nuevas temáticas. Se intenta tan
sólo ir delineando los elementos que conforman estos nuevos espacios para la reflexión
sociológica, dar algunos avances conceptuales, y esbozar orientaciones para el desarrollo de
estudios en estas áreas.

1. La Noción de Calidad de Vida

La noción de calidad de vida se ha constituido en un concepto central de los objetivos que


persigue la gestión ambiental del desarrollo. Sin embargo, ha sido más fácil su incorporación en
el discurso político, e incluso en el lenguaje común, que la elebaoración de un concepto
comprehensivo o de una categoría analítica que permita su instrumentación en proyectos de
investigación o en políticas de desarrollo. La noción de calidad de vida relativiza y contextualiza
la cuestión de las necesidades humanas y del proceso social para satisfacerlas, demarcando este
problema de las consideraciones tradicionales de las necesidades en la economía convencional
(léase la economía del bienestar) en una nueva perspectiva; sin embargo, poco se ha avanzado en
la sistematización y operacionalización del concepto.

La noción de calidad de vida emerge en el momento en el que la sociedad “opulenta”, parecía


liberarse de la etapa en la que el proceso económico fuera construido como un proceso de
producción de riqueza fundamentado en el concepto de escasez, así como del ahorro forzoso,
como necesidad para la acumulación de excedentes y la expansión del capital. El énfasis en los
aspectos cualitativos de las condiciones de vida representa la percepción de la degradación del
bienestar generada por la creciente producción de mercancías, del deterioro de los bienes
naturales comunes y los servicios públicos básicos y la homogeneización de los patrones de
consumo. Ello apunta a una evaluación del sentido de la existencia, la calidad del consumo y la
32

calidad del trabajo productivo, que va más allá de los problemas del empleo, del salario real y de
la inequitativa distribución de la riqueza.

La cuestión de la calidad de vida irrumpe en el momento en el que converge la masificación del


consumo y la concentración de la abundancia, con el deterioro del ambiente, la degradación del
valor de uso de las mercancías, el empobrecimiento crítico de las mayorías y las limitaciones del
Estado para proveer los servicios básicos a una creciente población marginada de los circuitos de
la producción y el consumo. Al tiempo que la ampliación de los mercados genera la
uniformización de los bienes de consumo, se ha generado un efecto de disfuncionalidad
ambiental por la variedad de condiciones ecológicas y culturales y la canalización de importantes
recursos económicos para promover el consumo (para la realización de las mercancías), que
genera un proceso de producción ideológica de necesidades y desencadena el deseo hacia una
demanda inagotable de mercancías. Se da en este complejo proceso una situación de
satisfacción/disatisfacción, de identificaciones subjetivas y marginaciones culturales a través del
consumo.

La noción de calidad de vida sugiere una complejización del proceso de producción y de


satisfacción de necesidades, que tiende a superar la división simplista entre necesidades objetivas
y necesidades de carácter subjetivo, o incluso la dicotomía entre factores biológicos y
psicológicos, incorporando la determinación cultural de las necesidades. En su análisis se
imbrican las nociones de bienestar, nivel de ingreso, condiciones de existencia y estilos de vida;
se entretejen procesos económicos e ideológicos en la definición de demandas simbólicas y
materiales, en la imposición de modelos de satisfacción a través de efectos demostración y en la
manipulación publicitaria del deseo.

Los valores culturales determinan la estructuración de las necesidades y de la demanda social, así
como de los medios para satisfacerla. Existen así vías diferenciadas para establecer una calidad
de vida, que va desde las formas más místicas y menos materiales, basadas en el ascetismo y la
abstinencia, hasta las formas más refinadas de cultura del gusto, como podría ejemplificarse entre
la calidad de vida del fakir y del monje budista, frente a los placeres sofisticados del gourmet o
del melómano.

Las consideraciones sobre la calidad de vida plantean así un cuestionamiento sobre la


homogeneización de medios masificados para producir y satisfacer las necesidades de diferentes
culturas, así como sus relaciones con el ambiente. Estas se manifiestan en relación con los
procesos culturales de definición de necesidades y los medios ecológicos para satisfacerlas.
Ejemplo de ello son los sistemas de medicina tradicionales, de vivienda ecológica y de prácticas
alimentarias acordes con la cultura y con el medio, y que han sido trastocados por los procesos
masificados de producción y consumo.

La calidad de vida, por los elementos que la definen, no permiten generalizar las necesidades
sociales, ni siquiera por estratos o grupos sociales. La calidad de vida es un proceso en el que
diversas circunstancias inciden en un individuo (una misma condición externa no se conjuga de la
misma manera y en el mismo tiempo con otras para incidir en la satisfacción de un individuo).
Por su parte implica una apertura del deseo y las aspiraciones más allá de la satisfacción de las
necesidades básicas.
33

La calidad de vida replantea los valores asociados con la restricción del consumo y el estímulo al
crecimiento económico, la satisfacción de las necesidades individuales frente a los
requerimientos para la reproducción social; cuestiona los beneficios alcanzados por las
economías de escala y de aglomeración y de la racionalidad del consumo que tiende a maximizar
el beneficio presente y descontar el futuro. La satisfacción de las necesidades de una sociedad
opulenta, o de una sociedad altamente estratificada y polarizada, requiere mayores recursos y
ejerce una mayor presión sobre el ambiente, que una sociedad igualitaria (Herrera et al., 1976).

Con el concepto de calidad de vida se han hecho esfuerzos por “humanizar” el consumo y por
explicitar y jerarquizar las necesidades básicas (Gallopin, 1982; Mallmann, 1982; Milbraith,
1982). Sin embargo, muchos de estos esfuerzos no parecen salir del marco de la racionalidad
productiva dominante para cuestionarla y replantear la calidad de vida en la perspectiva
ambiental. De esta manera, por ejemplo, se reconoce la importancia del acceso a un trabajo
productivo, a ciertas amenidades recreativas y a la participación en la toma de decisiones, mas no
se plantean estas necesidades como necesidades de autogestión de los recursos, del rompimiento
de los patrones de consumo producidos e implantados desde fuera, y de las implicaciones
macroeconómicas que generaría una mayor autosuficiencia de las comunidades fundadas en un
consumo diversificado. Esto lleva a una redefinición de las necesidades básicas: nutrición, salud,
vivienda, vestido, educación, empleo y participación.

La calidad de vida está necesariamente conectada con la calidad del ambiente, y la satisfacción de
las necesidades básicas con la incorporación de un conjunto de normas ambientales para lograr
un desarrollo equilibrado y sostenido (la conservación del potencial productivo de los
ecosistemas, la prevención frente a desastres naturales, la valoración y preservación de la base de
recursos naturales, sustentabilidad ecológica del hábitat), pero también de formas inéditas de
identidad, de cooperación, de solidaridad, de participación y de realización, así como de
satisfacción de necesidades y aspiraciones a través de nuevos procesos de trabajo.

Una cuestión importante para el análisis de la calidad de vida es la percepción del sujeto de sus
condiciones de existencia. En este sentido, existe una tensión entre ciertas condiciones
“objetivas” y la forma de internalizarlas, de tomar conciencia de las mismas. Entran aquí una
serie de mecanismos psicológicos de compensación/apropiación/rechazo. Por ejemplo,
comunidades urbanas y rurales pueden percibir el acceso a una vivienda construida con
estándares mínimos de habitabilidad y disfuncionalidad frente al medio ambiente, pero que
incorporan elementos que representan signos de status y de modernidad, como un mejoramiento
de su calidad de vida, sin percibir los disatisfactores, desadaptaciones e incluso riesgos a la salud
o a la vida misma de estos modelos. En este sentido, la percepción de las “condiciones de
existencia” genera, ya sea procesos de adaptación a situaciones impuestas, o la movilización
social de protesta incorporando en sus luchas demandas por nuevas formas de satisfacción de
necesidades fuera de las normas establecidas por los beneficios de la economía de mercado y de
la planificación nacional.

Ciertamente se ha avanzado en la elaboración de indicadores de calidad de vida que tienden a


desplazar a los indicadores tradicionales de bienestar (Milbraith, 1982). Sin embargo, éstos no
logran vencer fácilmente la limitación que imponen los indicadores “objetivos” a la producción
de indicadores cualitativos de calidad de vida. Mientras que algunos sociólogos se han
preocupado por introducir estimaciones sobre las percepciones subjetivas y sobre los sistemas de
34

valores que inciden en la calidad de vida, los conceptos sobre esos procesos se mantienen en un
nivel alejado de una sociología empírica capaz de derivar indicadores instrumentables para la
gestión ambiental (Smith, 1978).

2. La Ecología Política y los Movimientos Ambientalistas

La crisis ambiental no sólo plantea los límites de la racionalidad económica, sino también la
crisis del Estado, de una crisis de legitimidad y de sus instancias de representación, de donde
emerge una sociedad civil en búsqueda de un nuevo paradigma civilizatorio. Esta demanda de
democracia y participación de la sociedad obliga a replantear los paradigmas económicos, pero
también los análisis clásicos del Estado y las concepciones mismas de la democracia en el sentido
de las demandas emergentes de sustentabilidad, solidaridad, participación y autogestión de los
procesos productivos y políticos.

De esta forma han surgido nuevos actores y movimientos sociales que han poblado la escena
política. Estos “movimientos de base”, organizados típicamente como redes de interacción de
agrupaciones autónomas, segmentadas, policéfalas, en estructuras no jerárquicas, participativas y
descentralizadas (Gerlach & Hine, 1970; Gunderlach, 1984), aparecen como “portadores de una
cultura política democrática […] aportando nuevos valores, perspectivas, métodos y
acercamientos a la arena política” (Mainwaring y Viola, 1984). Estos nuevos movimientos se
distinguen por sus formas “apolíticas” de hacer política y por sus nuevas demandas de
participación social, por la obtención de bienes simbólicos y por la recuperación de estilos
tradicionales de vida, pero también por la defensa de nuevos derechos étnicos y culturales y de
reivindicación de sus ancestral patrimonio de recursos ambientales; de luchas por la dignidad y la
democracia, contra el sometimiento y sobreexplotación de grupos sociales, y por los derechos de
reapropiación y autogestión de sus recursos naturales.

Así, las estrategias de lucha de estos nuevos movimientos sociales plantean una ruptura con las
formas tradicionales de organización y con los canales de intermediación política. Estos procesos
están dinamizado y transformando las formas de sustentación, de ejercicio y de lucha por el poder
al abrir nuevos espacios de confrontación, negociación y concertación relacionados con la
conflictiva y la toma de decisiones relativa a la apropiación de la naturaleza y la participación
social en la gestión ambiental.

En este sentido, los movimientos ambientalistas emergen como transmisores de cambios sociales
a través de conflictos que no son resolubles mediante los procedimientos jurídicos establecidos ni
analizables dentro de los paradigmas dominantes del pensamiento sociológico propio de las
sociedades capitalistas (Gunderlach, 1984, Nedelmann, 1984). En este contexto surgen los
movimientos de protesta por el deterioro ambiental y la destrucción de los recursos naturales, por
la tala inmoderada de bosques, por los efectos ambientales y sociales generados por los procesos
de ganaderización, de la agricultura altamente tecnologizada, la hiperconcentración urbana y los
megaproyectos de desarrollo regional, por los peligros de las plantas nucleares, así como a favor
de la conservación de los recursos naturales, de la diversidad genética, y del mejoramiento del
ambiente, del desarrollo de nuevas tecnologías y la promoción de procesos autogestionarios y de
participación en la toma de decisiones.
35

Dentro de los nuevos movimientos de la sociedad civil (religiosos, feministas, juveniles,


estudiantiles y de las minorías étnicas), se incluyen a los movimientos ecologistas o
ambientalistas. Aunque estos movimientos comparten muchos rasgos, también se diferencían
tanto por sus móviles y objetivos, como por sus formas específicas de organización. Los
movimientos ambientalistas emergen como respuesta de la sociedad al creciente deterioro
ambiental. Sin embargo no se está produciendo un estudio sistemático de los mismos en América
Latina. Ello se explica tanto por su novedad, dinamismo y heterogeneidad, como a sus diversas
formas de organización, de expresión política y eficacia de sus acciones, lo que dificulta
sistematizar sus experiencias, tipificar sus estrategias y determinar sus tendencias.

Un importante aspecto del análisis de estos movimientos emergentes, es el de la eficacia de sus


formas de organización y de lucha. El principio de autonomía e individualidad en el que fundan
sus formas de organización, y su cautela en inscribirse en los procedimientos políticos
establecidos, puede confinarlos en espacios de “solidaridad marginal” carentes de medios para
generar un proceso generalizado de transformaciones sociales e institucionales (Gunderlach,
1984), o a radicalizar los medios de la acción política, al romper los canales institucionales de
intermediación entre los individuos y el Estado, a través de las organizaciones y partidos
políticos convencionales (Nedelmann, 1984).

Sin embargo, ante estas limitaciones, los nuevos movimientos ambientalistas muestran un mayor
grado de flexibilidad, adaptabilidad, capacidad de respuesta y posibilidades de radicalizar sus
demandas, lo que les ofrece ventajas estratégicas frente a las organizaciones políticas
institucionalizadas, partidos políticos y sindicatos. Los nuevos movimientos políticos han
diferenciado así las formas de acción y de comportamiento político.

A diferencia de muchos de los nuevos movimientos políticos que surgen en torno a demandas
morales y cada vez más individualizadas y asignables a grupos definidos de la población (grupos
religiosos, juveniles, estudiantiles, sexuales), los movimientos ambientalistas en los países
subdesarrollados, están directamente asociados con las condiciones de producción y de
satisfacción de las necesidades básicas de la población. Esto otorga a estos movimientos una
perspectiva social y política más global, a pesar de la heterogeneidad de los diferentes grupos
ambientalistas, de sus diferentes perspectivas sociales, estrategias políticas y prácticas concretas
de acción.

Los movimientos ambientalistas pueden caracterizarse por una serie de objetivos explícitos en
sus programas de organización y por las manifestaciones de sus planes de acción, así como por la
organización en torno a problemas concretos y la incorporación de valores y conceptos –muchas
veces no explícitos–, que conllevan a la búsqueda de nuevos canales de expresión y estrategias de
lucha. Una síntesis de los principios organizadores de los movimientos ambientalistas son los
siguientes:

a) Una mayor participación en los asuntos políticos y económicos, particularmente en la


autogestión de los recursos ambientales.

b) Su inserción en los movimientos por la democratización del poder político y la


descentralización económica.
36

c) La defensa de sus recursos y su ambiente, más allá de las formas tradicionales de lucha por la
tierra, el empleo y del salario.

d) La búsqueda de nuevos estilos de vida y patrones de consumo apartados de los modelos


urbanos y transnacionales.

e) La búsqueda de su eficacia a través de nuevas formas de organización y lucha, apartados de


los sistemas institucionalizados y corporativistas del poder político.

f) La organización en torno a valores cualitativos (calidad de vida) por encima de los beneficios
que pueden derivar de la oferta del mercado y del Estado benefactor.

g) La crítica a la racionalidad económica fundada en la lógica del mercado, la maximización de


la ganancia, la eficiencia y productividad tecnológica, y de los aparatos asociados de control
económico e ideológico.

Se plantea así el problema de la capacidad del movimiento ambientalista para incorporar viejas
demandas populares de participación, y en contra de la desigualdad, marginación, explotación y
sujeción que producen los procesos económicos y políticos prevalecientes; así, las demandas
inmediatas de mejoras salariales, de propiedad de la tierra, de derecho a la vivienda y a los
servicios públicos, pueden redefinirse dentro de las luchas por la defensa de los recursos
naturales, la calidad ambiental y de vida y las perspectivas de un desarrollo sustentable, para
incidir en la toma de decisiones sobre nuevos patrones de uso de los recursos, modelos de
urbanización, formas de asentamiento humanos, innovación de procesos y condiciones de trabajo
más satisfactorios, etc. Estos movimientos pueden generar una fuerza social capaz de internalizar
las reivindicaciones ambientalistas en los programas del Estado y de los partidos políticas
tradicionales, abriendo nuevas perspectivas y espacios de participación a la sociedad civil para la
gestión ambiental.

La cuestión ambiental no sólo incide sobre el problema de la distribución del poder y del ingreso,
de la propiedad formal de la tierra y de los medios de producción, y de la incorporación de la
población a los mecanismos de participación de los órganos corporativos de la vida económica y
política. Las demandas ambientales plantean la cuestión de la participación democrática de la
sociedad en la gestión de sus recursos actuales y potenciales, así como en el proceso de toma de
decisiones para la elección de nuevos estilos de vida y la construcción de futuros posibles bajo
los principios de independencia política, equidad social, diversidad étnica, sustentabilidad
ecológica, equilibrio regional y autonomía cultural (Leff, 1992).

La problemática ambiental cuestiona a una serie de ideologías teóricas y prácticas: no sólo a los
valores y comportamientos asociados con las prácticas de consumo derivadas de lo sociedad post-
industrial o post-moderna y a los intereses disciplinarios que obstaculizan el análisis integrado de
la realidad y la implementación de programas de manejo integrado de los recursos y desarrollo
sostenido, sino también las ideologías que orientan las demandas y reivindicaciones de las clases
trabajadoras y de los movimientos populares para satisfacer sus necesidades básicas a través de la
propiedad social de los medios de producción, del acceso al mercado de trabajo y de la
distribución del ingreso.
37

La incorporación de las clases trabajadoras y de las poblaciones rurales a las vías abiertas por el
progreso y la modernidad, en muchos casos ha significado la degradación de sus condiciones de
existencia: desarraigo cultural, emigración territorial, marginación social, explotación económica,
desempleo, inaccesibilidad a los servicios públicos, destrucción de sus recursos naturales,
abandono de sus prácticas culturales de uso de los recursos y pérdida de sus medios de
subsistencia. En muchos casos, los mecanismos de la economía del mercado y las
compensaciones derivadas de las políticas económicas y sociales del Estado han sido incapaces
de satisfacer las necesidades básicas mínimas de las mayorías y han incrementado las
manifestaciones de la pobreza crítica (Leff, 1994). Esta situación es más notoria en los grupos
marginados del proceso económico nacional, más dependientes de sus condiciones de arraigo
territorial y de su integración cultural a nivel local, para definir sus necesidades materiales y
espirituales y encontrar los medios de satisfacerlas. Ningún salario compensa la pérdida de
integridad cultural de los pueblos y la degradación irreversible del potencial productivo de sus
recursos. Así, más allá de las deficiencias e insuficiencias del sistema productivo para satisfacer
las demandas de los consumidores, el movimiento ambientalista plantea una crítica radical de las
necesidades y nuevas reivindicaciones en torno al concepto de calidad de vida.

Las demandas de transectorialización de la administración pública, de apertura de nuevos


espacios autogestionarios, de reorganización interdisciplinaria del saber y de distribución
territorial de las actividades productivas, cuestionan a todo un conjunto de prácticas ideológicas,
políticas, administrativas y económicas que se desarrollan dentro de los aparatos del Estado. El
ambientalismo es un movimiento que problematiza a los patrones de producción y consumo, los
estilos de vida, y las orientaciones y aplicaciones del conocimiento en el proceso de desarrollo. El
ambientalismo se abre así hacia un nuevo proyecto de civilización que implica la construcción de
una nueva racionalidad productiva y una nueva cultura. Esto induce una serie de reformas y
transformaciones del Estado, como “lugar” de confrontación de los intereses contradictorios de
diferentes grupos sociales.

La cuestión ambiental genera nuevas alianzas populares, tácticas novedosas de concertación del
Estado con grupos empresariales, políticos y con la sociedad civil para resolver los problemas
ambientales, así como negociaciones políticas al interior de la administración pública para inducir
los mecanismos de coordinación que demanda la planificación transectorial para la gestión
ambiental. Estos procesos sociales y políticos emergentes obligan a revisar algunos esquemas de
análisis del conflicto político, tales como la “cuestión clásica durkheimiana” de la intermediación
entre individuos, organizaciones políticas y gobierno (Nedelmann, 1984), y plantea la necesidad
de incorporar el estudio de estos procesos políticos dentro del campo tradicional de la sociología
política, agraria, y de los movimientos urbano-populares.

Los grupos ambientalistas no se identifican con una clase, un partido o un estrato social. Es un
movimiento que atraviesa con diferentes tensiones a todo el tejido social. Por otro lado, el
movimiento ambiental se articula con otros movimientos y organizaciones políticas dentro de las
organizaciones populares y de las clases trabajadoras, de campesinos, obreros, grupos indígenas,
y clases medias. El ambientalismo va más allá de la adición de nuevas reivindicaciones dentro de
las demandas y formas tradicionales de negociación. Incorpora nuevos criterios para la acción
social, nuevas formas de participación, nuevos objetivos y valores para el desarrollo humano,
nuevas estrategias económicas para la satisfacción de las necesidades materiales, a través de la
38

activación de otros principios y fuerzas naturales, tecnológicas y sociales. Lo ambiental aparece


así como una nueva fuerza productiva y una nueva fuerza política.

El estudio de los movimientos ambientales hace surgir una serie de interrogantes para el análisis
sociológico y politológico:

a) Sobre el impacto democratizador de estos movimientos en las estructuras políticas


establecidas;

b) Sobre las formas en las que el discurso ambientalista, sus propósitos, sus valores y sus
prácticas concretas influyen en la legitimidad de las formaciones ideológicas, del discurso
político y de las políticas macroeconómicas prevalecientes.

c) Sobre las estrategias políticas de estos movimientos emergentes ante el Estado, los partidos,
los sindicatos, y sus alianzas con otros movimientos de la sociedad civil.

d) Sobre la nueva cultura política, no sólo de mayor pluralidad y tolerancia, sino que permita
mediar y resolver los crecientes conflictos que surgen en la transición de una sociedad
jerarquizada y desigual hacia una sociedad igualitaria y democrática.

La sistematización del concepto de racionalidad ambiental permite evaluar el carácter ambiental


de una serie de movimientos sociales. La incorporación de los principios ambientales en las
prácticas productivas y en las estrategias políticas del ambientalismo, solo pueden definirse en
función de un conjunto de fines y medios que conforman una racionalidad ambiental, con
referencia a la cual pueden evaluarse las acciones y movimientos sociales que se inscriben y
participan en su proceso de constitución. Los actos de conciencia y sus efectos en la organización
social y en la movilización política son “ambientales” en tanto que internalizan un cierto
“paradigma ambiental”, y en tanto que como procesos sociales, prácticas productivas y acciones
políticas constituyen actos de “racionalidad ambiental”. Sin esta perspectiva metodológica en el
estudio de los movimientos ambientales, se corre el riesgo de reducir el campo de percepción a
aquellos grupos que se autodenominan “ecologistas”, o perder de vista el carácter ambientalista
de otros movimientos (campesinos, indígenas, populares), que no se reconocen como parte del
movimiento ambientalista ni incorporan de manera explícita reivindicaciones ecológicas en sus
demandas políticas.

En este sentido, el movimiento ambientalista es un medio para la realización de estas metas no


sólo a través de sus manifestaciones antinucleares, su lucha contra la contaminación y su defensa
de los recursos naturales, sino también por su eficacia en la transformación de la sectorialización
de la administración pública y de los intereses interdisciplinarios establecidos, en la promoción
de conocimientos científicos y tecnológicos y su aplicación en la implementación de proyectos de
autogestión, de manejo integrado y sostenido de los recursos, en la elaboración de nuevos
instrumentos para la gestión ambiental y en el mejoramiento de las condiciones de existencia y la
calidad de vida de diferentes grupos sociales (Leff, 1988b).
39

El Saber Ambiental en la Formación Profesional a Nivel Universitario

En años recientes se han producido avances significativos en la conceptualización de la


problemática ambiental en relación al proceso de desarrollo. Sin embargo, la investigación y la
formación ambientales de las ciencias sociales no ha tenido el mismo impulso. Un amplio
diagnóstico realizado en 1985 sobre los programas de formación ambiental a nivel universitario
en América Latina, mostró que las ciencias sociales han sido las más resistentes para
transformarse incorporando la dimensión ambiental, y la práctica inexistencia de programas,
cátedras y cursos ambientales en ciencias sociales (UNEP, 1985).

Algunos programas de formación ambiental de carácter disciplinario y multidisciplinario se han


puesto en marcha (sobre todo a nivel de posgrado), que hacen intervenir a algunas disciplinas
sociales en la integración de sus contenidos curriculares y sus proyectos de investigación. Sin
embargo, estos programas no podrán alcanzar su pretendida interdisciplinariedad sin antes
reconstruir las ciencias sociales y el pensamiento sociológico a partir de los principios y
conceptos del saber ambiental que hemos apuntado en este ensayo.

La problemática ambiental emerge como un cuestionamiento social a la racionalidad económica


dominante, cuyos efectos sobre la destrucción de la base de recursos de la humanidad, el
incremento de la pobreza y la degradación de la calidad de vida de las mayorías, alcanza
dimensiones planetarias. La cuestión ambiental es pues una problemática social que rebasa el
ámbito de las universidades, de los sistemas del conocimiento, del reciclaje de profesionales y de
la refuncionalización de la educación superior, para adaptarse a las necesidades de preservar el
ambiente y de mantener un equilibrio entre crecimiento económico y conservación ecológica.

Sin embargo no es posible responder a los complejos problemas ambientales, ni revertir sus
causas, sin transformar el sistema de conocimientos, valores y comportamientos que conforman
la actual racionalidad social que los genera. En ese sentido, es necesario pasar de la conciencia
social sobre los problemas ambientales a la producción de nuevos conocimientos, nuevas técnicas
y nuevas orientaciones en la formación profesional, lo que constituye uno de los grandes retos
para la educación superior en la última década del siglo.

El saber ambiental no es un nuevo “sector” del conocimiento o una nueva disciplina. La


formación ambiental va más allá de la incorporación de una materia adicional de ecología en los
contenidos curriculares actuales; se trata de generar este saber emergente (más que una
“dimensión”), que atraviesa y problematiza a los paradigmas actuales del conocimiento y a la
estructura académica del sistema educativo. Desde la perspectiva de la historia del conocimiento,
el ambiente se ha conformado como un sistema de relaciones que circundan a paradigmas del
conocimiento sobre diferentes procesos materiales (biológicos, económicos, culturales). Sin
embargo, como advierte Canguilhem,

El medio es en verdad un puro sistema de relaciones sin soportes. A partir de allí podemos
comprender el prestigio de la noción de medio para el pensamiento científico analítico. El medio
se vuelve un instrumento universal de disolución de las síntesis orgánicas individuales en el
anonimato de los elementos y de los movimientos universales (Canguilhem, 1971:134).
40

El medio no constituye pues el objeto de ninguna ciencia, ni es el campo de articulación de las


ciencias centradas en sus objetos de conocimiento, que organizan procesos materiales específicos.
El ambiente aparece como un objeto complejo, cuya comprensión requiere acercamientos
metodológicos que permitan integrar los diversos procesos que constituyen sus problemáticas
diferenciadas, demandando la articulación de diferentes ciencias, disciplinas y saberes (Leff,
1986c).

El saber ambiental está en un proceso de construcción. En muchos casos aún no se ha constituido


como un conocimiento acabado que pueda integrarse a investigaciones inter-disciplinarias o
desagregarse en contenidos curriculares para incorporarse directamente a nuevos cursos o
carreras. El saber ambiental tampoco constituye una “dimensión” neutra y homogénea para ser
asimilada por los paradigmas actuales de conocimiento. Por el contrario, el saber ambiental
depende del contexto ecológico y sociocultural en el que emerge y se aplica. Es un saber que
nace diferenciado, en relación con el objeto y el campo temático de cada ciencia, cuestionando e
induciendo una transformación desigual de sus conceptos y sus métodos. La cuestión ambiental
genera así un proceso de fertilizaciones trans-disciplinarias a través de la transposición de
conceptos y métodos entre diferentes campos del conocimiento. En ese proceso se va definiendo
lo “ambiental” de cada ciencia centrada en su objeto de conocimiento, que lleva a su
transformación para internalizar el saber ambiental que emerge en su entorno. Son esos cuerpos
transformados de conocimiento los que se extienden hacia una articulación interdisciplinaria del
saber ambiental.

Desde una perspectiva sociológica, el ambiente es ese espacio del medio físico y social, excluido
por la racionalidad económica que tiende a maximizar el beneficio económico en el corto plazo:
la pobreza, la contaminación, la degradación ecológica y de la calidad de vida. Así pues, el
ambiente no es el medio que circunda a las especies y a las poblaciones biológicas. Es una
categoría social (y no biológica) relativa a una racionalidad social, configurada por un sistema de
valores, saberes y comportamientos.

La pobreza, la deforestación y la erosión de los suelos, así como los índices de la contaminación
del aire, son observables de la realidad. Pero la perspectiva desde la cual se explican las causas de
estos procesos y se ofrecen acciones alternativas, depende de una estrategia conceptual que lleva
a la reformulación de ideologías, valores, saberes, conocimientos y paradigmas científicos que
generan los datos observables de la realidad.

El saber ambiental, aquello que es externo a cada uno de los paradigmas que conforman el
sistema de conocimientos de la racionalidad económica y tecnológica dominante, no constituye
un campo homogéneo. El saber ambiental, entendido como la constelación de conocimientos que
viabilizarían un desarrollo sustentable, sostenido y equitativo, está en construcción, en estado de
emergencia. La reestructuración del saber que demanda la transición hacia un desarrollo
sustentable, no sólo requiere la integración “interdisciplinaria” de las ciencias existentes. Para
cada ciencia y cada disciplina, se define un espacio del saber que transforma sus paradigmas en el
sentido de responder a la demanda de conocimientos que le plantea la problemática ambiental.
Esos campos del saber ambiental son claramente diferenciados en cada una de esas disciplinas, en
relación con su propio objeto y campo de conocimiento, mostrando más o menos ductibilidad
para explicar y resolver los problemas ambientales. En esa demanda de “ambientalización”, el
saber ambiental emerge a través de una lucha ideológica y política por el conocimiento, que
41

depende de problemáticas socio-ambientales diferenciadas y específicas, y de intereses sociales


muchas veces contrapuestos, condicionadas por el contexto económico, ecológico y cultural en
donde se producen.

El campo del saber ambiental está conformado así por un conjunto de saberes, técnicas y
conocimientos existentes, y por el potencial de “ambientalización” de las ciencias a través de un
proceso social que le es externo y que las transforma, para constituir un sistema gnoseológico que
sirve de soporte a la construcción de una racionalidad ambiental. Así, la propia ecología genera
conceptos referidos a la forma de intervención del “hombre”, (mejor dicho, de las formaciones
sociales), en la transformación de sus relaciones, funciones y equilibrios ecosistémicos; las
relaciones entre la cultura y el medio generan la antropología ecológica y la ecología cultural; y
la economía busca internalizar las externalidades ambientales a través del concepto de capital
natural y actualizar las preferencias futuras de los consumidores.

En esta perspectiva gnoseológica, el saber ambiental emerge en su interacción/integración/


exclusión con los paradigmas constituidos del conocimiento. Así pues, la interdisciplinariedad
ambiental no se limita al vínculo de las ciencias existentes, a la colaboración de especialistas
portadores de diferentes disciplinas y a la integración de recortes selectos de la realidad. Esta se
orienta hacia la reconstrucción de la racionalidad social a través de una reformulación de los
saberes constituidos. El saber ambiental se define por un conjunto de conceptos que son
reformulados desde las demandas que les impone la problemática ambiental, y que de esta
manera se abren a una articulación teórica para dar cuenta de la convergencia de procesos de
diferente orden conceptual, espacial y temporal, para aprehender la complejidad del sistema
ambiental tratado.

Lo anterior no significa que el campo de lo ambiental esté constituido solamente por teorías
científicas y conceptos abstractos. Aún éstos, se refieren a un campo estratégico del conocimiento
para la acción, referida a la transformación de la realidad económica, política y social en la que se
enmarca el campo de la problemática ambiental. Y este campo está habitado por un conjunto de
saberes prácticos, desde los estratégicos en el terreno de la política y el poder, hasta los técnicos
aplicados al monitoreo, el diagnóstico, la evaluación y la prospección de los procesos
ambientales, y sobre todo los sistemas tecnológicos y de técnicas que determinan el uso de los
recursos naturales y las prácticas de transformación productiva. En el campo del saber ambiental
coexisten los valores con los conocimientos, al grado que el uso socialmente sancionado de los
recursos depende tanto de los valores de cada cultura como de la disponibilidad de conocimientos
y técnicas para su apropiación y su transformación.

El propósito de integrar el saber ambiental y el pensamiento sociológico y de incorporar las


orientaciones y los valores del ambientalismo en la formación profesional a nivel universitario, se
presenta como un propósito no libre de dificultades; éste tiene una serie de implicaciones para la
investigación vinculada al diseño curricular de cursos, cátedras, carreras y postgrados
ambientales, ya que el saber ambiental no está desagregado en elementos y componentes listos
para ser incorporados por las diferentes disciplinas existentes.

La institucionalización del saber en las universidades ha generado intereses disciplinarios


vinculados a las prácticas en las que se desarrollan las carreras académicas tradicionales, que se
oponen a la transformación de las estructuras y a los contenidos curriculares vigentes. Junto con
42

estas resistencias institucionales al cambio -acentuadas con la crisis por la que atraviesan las
universidades latinoamericanas-, el saber ambiental se enfrenta a una serie de obstáculos
epistemológicos que sólo serán vencidos a través de la producción teórica de nuevos conceptos y
métodos y por su aplicación a la investigación científica de los procesos socio-ambientales.

La incorporación de la “dimensión ambiental” a los programas de formación a nivel universitario


plantea así la necesidad de generar y sistematizar el saber ambiental emergente para aplicarlo a
nuevas prácticas académicas y de resolver los problemas de orden teórico y práctico para elaborar
un currículum integrado. En los últimos años se han diseñado proyectos y programas de
formación ambiental orientados por los principios de la interdisciplinariedad hacia los problemas
ambientales y a formar recursos humanos para el desarrollo sustentable. Estas experiencias no
han sido fáciles. Por una parte han tenido que vencer los obstáculos institucionales para abrir
nuevos espacios académicos. Por otra parte, se han enfrentado a la dificultad de integrar los
conocimientos tradicionales en una formación interdisciplinaria. En muchos casos, los profesores
no han reformulado y reintegrado sus conocimientos, ofreciendo un mosaico variado de saberes y
métodos que el alumnado no siempre es capaz de integrar.

Ello plantea la necesidad de generar estrategias que den eficacia al proceso de incorporación de la
“dimensión ambiental” en el currículum universitario. Para lograrlo es fundamental concentrar
esfuerzos en la formación de investigadores y docentes, incluyendo procesos de autoformación
del profesorado y estrategias para elaborar contenidos curriculares integrados. Una vía para
alcanzar este objetivo sería establecer seminarios permanentes de profesores, para discutir nuevos
métodos didácticos y de investigación, para reelaborar los conocimientos y saberes ambientales,
y para perfeccionar en un proceso continuo la estructura y contenidos curriculares, así como
prácticas pedagógicas innovadoras.

Asimismo, habrá que identificar al saber ambiental existente, definir su proceso de incorporación
al currículum, y sugerir una estrategia para generar el saber ambiental faltante. Para ello es
posible partir del saber ambiental existente, plasmado en el discurso del ecodesarrollo, de la
planificación y de la gestión ambiental, del desarrollo sustentable y sostenido. Ese saber integra
desde posturas epistemológicas, metodológicas y conceptuales para el estudio de lo ambiental,
hasta diagnósticos y estrategias para vincular el medio ambiente al desarrollo. Este saber puede
sistematizarse en cursos, ya sea obligatorios u optativos en todas las carreras, con lo cual se iría
generando una consciencia y un interés por la problemática ambiental en las diferentes
profesiones. Más aún, cada universidad podría organizar cursos de formación de formadores
sobre este tema general y fundamental. Así, profesores de diversas carreras adquirirían este saber
general y podrían transformarlo según las temáticas específicas de sus propias disciplinas,
elaborando cursos sobre las relaciones de cada una de éstas con el desarrollo sustentable, que se
dictarían en las facultades y escuelas a nivel de grado.

Por otra parte, existe un conjunto de saberes prácticos ya sistematizados, que pueden ser
incorporados a diferentes cursos, cátedras y carreras. En éstos se incluyen los saberes técnicos
especializados, como las técnicas de monitoreo del aire, de saneamiento ambiental, de
tratamiento de aguas, de reciclaje de desechos, incorporables en carreras técnicas específicas, así
como a las metodologías de evaluación de impacto ambiental, que deberían ser incorporadas a las
carreras relacionadas con todo tipo de obras públicas. También las aplicaciones de las nuevas
tecnologías a la gestión ambiental (biotecnología, microelectrónica, teledetección, sistemas de
43

información y nuevos materiales), y los desarrollos de fuentes alternativas de energía renovables


y no contaminantes, deberán incorporarse a las carreras tecnológicas.

Asimismo, será necesario identificar y reconocer los avances que existen en la


“ambientalización” de diferentes disciplinas en el campo de las ciencias sociales, de manera que
éstos sean incorporados dentro de los cursos existentes. En este sentido, la formación del
antropólogo encuentra una enorme fuente de conocimientos y saberes para el tratamiento
ambiental de las relaciones entre las poblaciones humanas, la cultura y los recursos naturales,
desde la ecología cultural y la antropología ecológica, hasta el neofuncionalismo y el
neoevolucionismo en antropología, así como todas las nuevas corrientes de estudios
etnobotánicos y etnotécnicos. Por su parte, las carreras y postgrados en economía deberían
incorporar los conceptos emergentes de la bioeconomía y de la economía ecológica de una
bibliografía ya significativa sobre el tema de las externalidades, de la evaluación del largo plazo,
la valorización de los recursos naturales y de los servicios ambientales, hasta la puesta en práctica
de los conceptos de ecodesarrollo y la construcción de una racionalidad ambiental. Las carreras
de derecho podrían incorporar los avances realizados en materia de los derechos humanos por un
ambiente sano y productivo, de los derechos de los bienes comunes de la naturaleza, de los
derechos de las comunidades para la apropiación y autogestión de sus recursos ambientales y los
contenidos de la legislación ambiental, de la normatividad ecológica y de los nuevos
procedimientos jurídicos para dirimir los conflictos ambientales. Y la sociología podría acercarse
a los conceptos de racionalidad ambiental y al análisis del efecto democratizador y el potencial de
cambio social del movimiento ecologista y ambientalista.

No se trata de incorporar acríticamente un conjunto de saberes “ambientales” como el


energetismo y el biologismo en la antropología, o las corrientes neoclásicas en economía; por el
contrario, estos aportes deben analizarse en el contexto de la realidad natural y social de los
países del Sur, y en particular de América Latina, para generar un saber capaz de evaluar y
potenciar el patrimonio de los recursos naturales y culturales, incluyendo en ellos los saberes
ambientales y las prácticas tradicionales de las comunidades, como elementos fundamentales del
potencial ambiental para un desarrollo alternativo (Leff, 1993b).

En este contexto, las universidades deben realizar esfuerzos para configurar los ejes temáticos
que orienten el desarrollo del conocimiento y la producción de un nuevo saber ambiental, capaz
de ser amalgamado a los paradigmas y disciplinas tradicionales. Este proceso se da a través de un
trabajo teórico, y de investigación, del que destacaré tan sólo dos aspectos fundamentales. Uno de
ellos es la necesidad de abrir espacios de investigación interdisciplinaria, orientada a
problemáticas ambientales específicas por medio de estudios de caso concretos. Ello permitirá
desarrollar un saber sobre sistemas socio-ambientales complejos, diagnosticando adecuadamente
los procesos que determinan su estado problemático actual (García, 1986), así como diseñar
programas alternativos de manejo ambiental (Leff, 1986b). Otro aspecto es la necesidad de abrir
a las universidades hacia un proceso participativo de investigación con las propias comunidades y
poblaciones en las que se dan los problemas ambientales, captando los problemas “desde las
bases”, y devolviendo a ellas el saber generado para su aplicación en programas y proyectos de
gestión ambiental. Ello plantea el vínculo necesario de las universidades con los problemas
ambientales de su región de entorno, incorporando temas como el rescate de saberes autóctonos y
populares y su mejoramiento a través de la incorporación de conocimientos tecnológicos
44

modernos, así como la transmisión del saber ambiental y su asimilación por las comunidades,
para potenciar sus fuerzas productivas y la capacidad de autogestión de sus recursos.

Estos procesos de investigación son más susceptibles de incorporarse a programas de formación


en los niveles de postgrado, en los que la formación estaría estrechamente vinculada a procesos
investigativos. Estos irán generando nuevos conocimientos teóricos, metodológicos y prácticos
que podrán ser sistematizados en teorías y desagregados en nuevos contenidos curriculares para
la formación ambiental.

Finalmente, la formación ambiental cuestiona los métodos tradicionales de enseñanza, planteando


nuevos retos pedagógicos para la transmisión del saber ambiental, de un saber no sólo libresco,
sino vinculado a la práctica, a la estrecha relación entre investigación, docencia, difusión y
extensión del saber. Dentro del aula, y por articular nuevos valores y orientaciones hacia la
formación profesional, la formación ambiental demanda nuevos roles para enseñantes y alumnos,
nuevas relaciones sociales para la producción y transformación del saber ambiental, nuevas
formas de identificación y de inscripción de las subjetividades en las prácticas pedagógicas. El
diseño curricular no podrá elaborar sus contenidos sin atender a este proceso social de generación
del saber y de la formación ambientales.

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