La Argentina de Roberto Arlt. Campo Político y Campo Intelectual. Dra. Grisby Ogás Puga
La Argentina de Roberto Arlt. Campo Político y Campo Intelectual. Dra. Grisby Ogás Puga
La Argentina de Roberto Arlt. Campo Político y Campo Intelectual. Dra. Grisby Ogás Puga
Es necesario situar la problemática en estudio dentro del campo político y del campo intelectual de la
época, en relación con los acontecimientos histórico-sociales. Desde los primeros aportes de Bajtin (1974) se
postula que la ciencia literaria debe establecer un vínculo estrecho con la historia de la cultura. La literatura en
tanto parte inalienable de la cultura es comprendida en relación al contexto general de una época dada. El
período temporal que nos ocupa abarca la década de 1930 que se ubica dentro del contexto mundial entre la
vanguardia de los veinte y el período de entreguerras, momento en el que se da en nuestro país el segundo
aluvión inmigratorio. Si pensamos la historia de Argentina en la década de 1930 desde el campo político-
intelectual, encontramos a un agente literario como Roberto Arlt (1900-1942) quien, nacido con el siglo,
cumplía sus treinta años paralelamente a la revolución que el 6 de septiembre de 1930 derrocara a Hipólito
Yrigoyen.
La explosión del militarismo ocurría en la Argentina y en el mundo, en el contexto de las Guerras
Mundiales y de los totalitarismos europeos. El año 1930 fue uno de los más importantes de la historia del siglo
XX de la Argentina porque marcó el fin de una etapa y el comienzo de otra. El período histórico-político que
comenzó en 1912 con la sanción de la ley Saenz Peña, termina en 1930 en el instante del 6 de septiembre en que
la democracia sufrió su primera quiebra. Nuestro país entró en una fase que se caracterizó por la presencia
activa de las Fuerzas Armadas en el poder. Hipólito Yrigoyen había asumido su segunda presidencia en el año
1928, y en 1930 es depuesto por el golpe. El General José Félix Uriburu avanzó sobre la Casa de Gobierno
después de un tiroteo en la plaza del Congreso. Según cuenta en una de sus aguafuertes, Roberto Arlt observó
todo el acontecimiento durante horas acostado sobre el piso frente al Congreso 1. Allí Uriburu se hizo cargo del
1
Las aguafuertes dedicadas a la revolución, se extienden del 7 al 13 de septiembre de 1930. En la aguafuerte: “¡Dónde queman las
papas!” del 07 de septiembre (Diario El Mundo), alude a su propia experiencia en el tiroteo frente al Congreso. También aparece
1
gobierno de facto y el 20 de febrero de 1932 entrega las insignias del poder constitucional al General Agustín P.
Justo. La conspiración había estado conducida, aunque no claramente, por dos líneas totalmente discrepantes, la
de Uriburu y la de Justo. Las marcas de la conspiración se hacían patentes en los periódicos porteños de la
época a un ritmo cada vez más acelerado, con presunciones y profecías sobre cuando estallaría la revolución.
Ciertos diarios antioficialistas de agosto y principios de septiembre de 1930, como Crítica o La razón,
utilizaban estrategias discursivas de alta belicosidad contra la figura presidencial.
Uriburu era progermano y estaba rodeado por grupos juveniles que se nucleaban alrededor de un
periódico llamado La nueva república. Este grupo había introducido en nuestro país la ideología del fascismo
italiano, adaptado al concepto de “nacionalismo” que planteaba la irrelevancia de la democracia como forma de
manejar el Estado para conquistar el bien común. La caída de Yrigoyen fue acogida con júbilo por el país en un
primer momento, sobre todo por sectores de la izquierda: estudiantiles, obreros e intelectuales. Pero había
comenzado un régimen de opresión y censura para esos mismos sectores. “Para sus protagonistas la revolución
se había hecho contra los vicios atribuidos a la democracia, pero una vez depuesto Yrigoyen, no había acuerdo
sobre qué hacer, y las clases propietarias, así como el Ejército, que paulatinamente se iba constituyendo en un
nuevo actor político, vacilaban entre diversas propuestas” (Romero, 2001: 68). Uriburu tuvo que entregarse a
las fuerzas conservadoras, que eran las únicas que lo apoyaban. Se convocó a elecciones en la provincia de
Buenos Aires, con la idea de ir haciéndolo paulatinamente en otras provincias y culminar el proceso con una
convocatoria presidencial. El radicalismo decidió retirarse y abstenerse por la proscripción. El conservadurismo
logró unificarse en el Partido Demócrata Nacional. Su fórmula fue Justo-Roca y el ala antipersonalista del
radicalismo propuso Justo-Matienso. Así, el 20 de febrero de 1932 alcanzará el poder ejecutivo el General
Agustín P. Justo. En 1935 el radicalismo resolvió levantar la abstención, y a partir de ese momento se empezó a
practicar en gran escala el fraude electoral que tiñó de ilegitimidad los hechos políticos. Esta práctica incluía
desde manejos indirectos hasta intimidaciones al ciudadano votante opositor (“vos ya votaste, andate...”),
vuelco de padrones, cambios de urnas, agresiones directas y tiroteos. La “infamia” que adjetiva la década, no
solo se relacionó con el fraude electoral, sino también con el profundo escepticismo que se generalizó en la
sociedad argentina respecto de la validez del sistema democrático. Además, la mancha del fraude excedió los
límites de la política y tiñó otros aspectos. La llamada “década infame”, posee, según José Luis Torres (1973),
tres aristas: Un sistema sociopolítico deslegitimado por el fraude electoral, un pacto neo-colonial para la entrada
de la influencia inglesa -“el estatuto legal del coloniaje”-, y la insensibilidad social.
relatado en un artículo de su hija Mirta: “Otras veces mi padre estaba caviloso, trasuntaba un interior hiperemotivo y emocionado,
hasta enmudecer, hosco. Luego contaba, por ejemplo, que ese día había presenciado el fusilamiento del anarquista Di Giovanni, o que
había pasado horas tirado en el piso frente al palacio del Congreso, el día 6 de septiembre, cubriéndose la cabeza con la pata de un
caballo caído en medio de la balacera, y se pronunciaba sobre los barruntos del negro porvenir que nos aguardaba como gente de un
país que aplaudía la llegada de los mesías-militares”. (Arlt, Mirta, 2000: 17)
2
A nivel internacional es una etapa signada por el retroceso de las democracias en Occidente. Los grandes
acontecimientos políticos europeos incidieron en el campo político-intelectual argentino y en buena parte de sus
conflictos: en los años treinta, a pesar del estalinismo, 1917 seguía alimentando el imaginario de la Revolución;
y el fascismo, la guerra civil española, el nazismo y finalmente la guerra del ‘39 dividieron posiciones. Esto
repercutió en el campo político-intelectual y en ese clima se insertaron los debates nacionales sobre el
filofascismo de los sectores gobernantes, la represión, el fraude y los avances del clericalismo. En el seno del
campo cultural emergió la idea de la responsabilidad del intelectual ante una nueva sociedad de masas
(Gramuglio, 2001). En el marco del golpe de 1930 los intelectuales tomaron posiciones, muchos simpatizantes
de Florida rodearon al general Uriburu. En cambio los de Boedo navegaban entre el anarquismo y el socialismo
de Juan B. Justo, y lentamente irán comprendiendo el marxismo. Por entonces Roberto Arlt se vincula
brevemente con la Liga Antiimperialista que canalizaba la acción contra la dictadura. Roberto Mariani, colega y
amigo de Arlt ha referido a Larra (1950) que aquel intentó conocer el marxismo y la Revolución Rusa desde sus
fuentes. A diversos amigos les manifiesta su adhesión al comunismo y al materialismo histórico. Colabora en la
revista de izquierda Actualidad.
La crisis económica del ‘29, fue tomada como signo del final del capitalismo por la izquierda. Esta
situación unida al modelo de la Unión Soviética, y más tarde de la República española, alentaba la idea de una
sociedad sin clases. A los escritores de izquierda la identificación con estos modelos les permitió reafirmarse.
La idea de “revolución” se convirtió en la motivación de sus prácticas culturales y literarias. Problematizaron el
rol del intelectual, la función del arte, postulando una literatura de compromiso político-social, más o menos
militante, según su grado de filiación al Partido Comunista (Saítta, 2001). Ejemplo de un alto grado de
compromiso constituyeron Elías Castelnuovo y Raúl González Tuñón. Más limitadamente, Conrado Nalé
Roxlo, Eduardo González Lanuza y Roberto Mariani. Roberto Arlt era un simpatizante de la izquierda, aunque
no militante. Respondía ideológicamente a una izquierda más moderada, si bien tenía una posición filosófica
revolucionaria, en muchos aspectos disentía de la de los militantes comunistas. Recién llegado al mundo
ideológico del marxismo, en una de sus notas2 en el diario Bandera Roja instaba a los militantes comunistas a
estudiar guiados por los intelectuales. Esto fue leído por Rodolfo Ghioldi -director de la publicación- como una
2
Larra exhuma la polémica con Rodolfo Ghioldi (1950: 108-114): Rodolfo Ghioldi era el jefe del Partido Comunista Argentino
fundado el 1918. Éste busca la colaboración de Castelnuovo y de Arlt para fundar el diario Bandera Roja. La polémica se gesta a
partir del artículo firmado por Arlt “El bacilo de Marx” en Bandera Roja, Nº 18, 1932. Ghioldi responde acusando a Arlt de
antimarxista por sugerir que el intelectual debe guiar al proletariado, despreciando a la masa en general y al proletariado en particular.
Arlt refuta argumentando que en el país el proletariado y la gran masa rural no es comunista, y entonces ¿qué lugar le corresponde al
intelectual pequeño burgués? Larra afirma que de esta polémica se deduce que Arlt tenía un mayor conocimiento de la realidad
Argentina y de la gente que el dirigente comunista.
3
postura individualista que en definitiva demostraba una preferencia por las minorías selectas que tenían en sus
manos la dirección del proletariado, minoría que no era otra que la pequeña burguesía en la cual ubicaba a
escritores como Arlt. En definitiva, esta era la postura que también se le había criticado a Barletta y al Teatro
del Pueblo. Un año después Carlos Moog y Raúl González Tuñón sostendrían la misma disputa que mostraba
claramente “los encontronazos y malentendidos de los intelectuales considerados de izquierda con el Partido
Comunista, en un debate que puso en el centro las tensiones existentes entre militancia comunista y actividad
intelectual” (Saítta, 2001: 406).
Bajo el influjo de la experiencia rusa los intelectuales se desplazaban hacia el comunismo en un país
donde el proletariado y la gran masa rural se mantenían alejados e impermeables a la influencia del marxismo y
del movimiento comunista (a éste respecto se refería Arlt en el artículo criticado por Ghioldi). Creemos que es
ésta una de las causas por las cuales la clase obrera nunca se identificó con los postulados del teatro
independiente, específicamente del Teatro del Pueblo, ni fue su público como pretendía Barletta. Las relaciones
entre vanguardia estética y Partido Comunista siempre fueron complicadas en Argentina; la literatura y el teatro
de sus militantes parecieron haberse ligado al realismo como única forma de expresión de un contenido social
de denuncia.
Romero (2001: 81) explica que, por entonces, en el campo de los opositores al gobierno fue muy
importante el cambio de posición del Partido Comunista:
“En los años anteriores, con la consigna de “lucha de clase contra clase”, los comunistas
habían combatido por igual a los nazis y fascistas y a los partidos socialdemócratas, a
quienes estigmatizaban como los más peligrosos enemigos del proletariado, pero desde 1935
se lanzaron a impulsar la unidad de los “sectores democráticos” para enfrentar el
nazifascismo, sacrificando las consignas y prácticas que pudieran irritar o atemorizar a los
grupos progresistas y democráticos de la burguesía”.
En 1936 estalla la Guerra Civil española, que tuvo un impacto decisivo en el campo político-intelectual
y que contribuyó a definir los campos:
“No sólo se dividió la extensísima comunidad de españoles sino la sociedad argentina toda,
proliferando colectas, comités de ayuda, manifestaciones y peleas en cualquier ámbito
compartido por partidarios y adversarios de la República. En las derechas, la Guerra Civil
integró a conservadores autoritarios, nacionalistas, filofascistas y católicos integristas en una
común reacción contra el liberalismo democrático. En el campo contrario, terminó de soldar
el bloque de solidaridades que iba desde el radicalismo hasta el comunismo, pasando por
socialistas, demoprogresistas, los estudiantes de la Federación Universitaria, los dirigentes
sindicales agrupados en la CGT y un vasto sector de opinión independiente y progresista,
que también incluía figuras del liberalismo conservador” (Romero, 2001: 82).
4
La nueva izquierda se une para alinearse contra el fascismo: “A partir de 1936, el antifascismo3 fue el
aglutinante que contribuyó a dirimir las políticas internas y que dio coherencia al compromiso político de
intelectuales militantes que habían estado enfrentados.” (Saítta, 2001: 421). En este sentido, desde el Teatro del
Pueblo, Leónidas Barletta convocó a escritores provenientes de distintos sectores del campo cultural de
izquierda para colaborar en el nuevo emprendimiento cultural-teatral de la agrupación, que pretendía promover
una nueva dramaturgia argentina, a la vez que difundir las textualidades extranjeras. Es a partir de esta
convocatoria de Barletta que Roberto Arlt hace su debut en la dramaturgia argentina.
El país estaba viviendo transformaciones sociales significativas. Factores como la inmigración, lo
colocan entre el pluralismo cultural y el crisol de razas. Teniendo en cuenta que nuestro siglo XIX llega hasta
1930, la sociedad argentina de principios de siglo era prescriptiva, codificada, tenía normas rígidas sobre los
modos de comportamiento, había una clara idea del disciplinamiento social. La moral era fuertemente represiva.
Esta rigidez puede verse claramente en ejemplos simples como la jerarquización de la ubicación espacial de los
espectadores en el Teatro Colón. En la década del veinte la vida cotidiana de la gente seguía siendo muy
convencional, enemiga de los cambios y fuertemente estratificada. En 1930 todo se desestructura. La
conformación de la sociedad argentina da un giro con efectos determinantes en el campo intelectual. En este
contexto, el campo literario de la década producía movimientos interesantes, como señala Mirta Arlt:
“Por esa misma época, en 1931, Victoria Ocampo fundaba la revista Sur, y desde otra
perspectiva ideológica impulsaba y difundía la literatura del país y del extranjero. Pero
autores como Roberto Arlt nunca tuvieron cabida en las páginas de Sur, que representaba a
los escritores con diestro manejo de la retórica estilista. Sólo en 1953 Arlt es objeto de
atención en esa revista a través de un artículo de Juan José Sebreli. Por entonces ya hacía
más de diez años que (Arlt) había muerto.” (Arlt, M., 1985: 82).
En Sur Borges publica Historia universal de la infamia y algunos cuentos en Crítica; Eduardo Mallea
también publica algunas de sus novelas. Por otro lado, integrantes del grupo de Boedo fundan el Teatro del
Pueblo, desde la concepción del arte como factor de cambio y mejoramiento social, “teatro del pueblo y para el
pueblo”, donde estrenaría sus obras dramáticas Roberto Arlt.
Era el momento del surgimiento de la Argentina moderna y Roberto Arlt fue el primer modernizador de
nuestro sistema teatral, inaugurando también la novela urbana moderna con El juguete rabioso en 1926; el
mismo año, desde el sistema literario dominante, Ricardo Güiraldes publicaba su Don Segundo Sombra. Dos
novelas tan opuestas como simultáneas.
3
Justo en ese momento de antifascismo Arlt escribe Saverio el cruel cuyo protagonista quiere ser un coronel golpista y tirano.
Nuevamente, el personaje arltiano es un antihéroe.
5
La cuidad como producto de la modernidad, se evidencia en las innovaciones técnicas y culturales. Se
produce un movimiento del centro y los márgenes: surgen los suburbios. Hay además una transformación de la
ciudad, desciende el conventillo por los loteos masivos, en una ciudad que crece hacia la periferia. La crisis del
treinta generó una migración interna del campo a la ciudad. Esto implicó el crecimiento urbano, el crecimiento
del área de los servicios. Se consolidan y desarrollan los medios de transporte: a tranvías y trenes se suman
colectivos y subtes. Cambian las condiciones de vida y la formación del mercado de trabajo. La década de
treinta en la Argentina expresa la tensión entre una economía problemática y una sociedad que demanda
movilización social, en un Estado que va a ser cada vez más grande pero, a la vez, cada vez más débil.
Sarlo (1993) ha señalado que el campo intelectual de la época fue una escena donde se representó una
peripecia importante por la inclusión entre las filas de escritores, críticos y editores, de los hombres hijos de la
inmigración, cuyo origen traicionaba el habitus de clase y encrespaba la sensibilidad lingüística de los “criollos
viejos” con una flexión nueva de la lengua. En suma, se operaba un juego de mediaciones que la lógica
esquemática de la dependencia cultural como paradigma explicativo no puede captar.
En el período que va entre 1871 y 1920 el aluvión inmigratorio que llegó a Buenos Aires fue de cuatro
millones y medio de extranjeros. Su composición en grandes rasgos porcentuales era de un cincuenta por ciento
de italianos, un veintiocho por ciento de origen español, y el veintidós restante lo conformaban las demás
nacionalidades, sobre todo centroeuropeos y sirio-libaneses. Los extranjeros que llegaban eran en su mayoría
jóvenes de sexo masculino en edad de formar pareja fácilmente con mujeres extranjeras y criollas. Los
inmigrantes poblaron las orillas y los conventillos Paralelamente Buenos Aires crecía en forma desmesurada y
se industrializaba.
El fin del flujo inmigratorio europeo se produce en 1930. En el censo de 1947 el cuarenta por ciento de
los argentinos pertenece a la clase media, constituida en su mayoría por inmigrantes (urbanos y rurales). El otro
grupo relevante era la clase industrial o clase obrera. Luego empieza a mezclarse la sociedad y comienza a
desarrollarse una sociedad de masas. La clase media crece y se estratifica socialmente. En esta nueva
conformación de la Argentina aparece una dualidad entre masas y fragmentación, entre multitudes e individuos.
Porque se trata de masas “fragmentarias” y multitudes de “individuos”. Esto refleja la tensión existente entre
individuo-familia- sociedad, problemática que se convertirá en uno de los conflictos clave de la dramaturgia de
Arlt.
Respecto a la relación de la inmigración con la producción literaria y teatral en nuestro país, cabe
apuntar que aquella promovió, por un lado, la formación de la naciente clase media que permitiría la
emergencia de nuevos lectores y espectadores y, por otro lado, el empobrecimiento de una cantidad grande de
inmigrantes que se hacinaban en los conventillos y casi no tenían acceso a la cultura letrada.
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Creemos con Devoto (2003)4 que para nuestra conformación y crecimiento social todos los factores
podrían estar de más, menos la inmigración. Entre 1880 y 1914 se había producido una invasión inmigratoria
sin precedentes. Existía un estado de prosperidad en la Argentina sustentado en tres aspectos: la creación de un
mercado mundial, la disponibilidad de tierra, la disponibilidad de capitales. Era una Argentina agropecuaria que
crecía expansivamente, elaborando la materia prima que se exportaba, estado que duró hasta 1930. A partir de
ese momento el problema será nacionalizar al extranjero. Surgió una política nativista que intentó accionar por
dos vías: la educación cívico-nacionalista (en los programas escolares se implementaron más horas de historia,
geografía y castellano), y la invención de la tradición, la invención de un pasado en el cual los hijos de los
inmigrantes pudieran reconocerse.
El problema central era la argentinización. Se establecen también tres instrumentos: el servicio militar
obligatorio, el voto secreto y obligatorio -Ley Saenz Peña-, y la educación patriótica: a las horas de clase se
agrega la liturgia patriótica (ceremonia de la bandera, canto del himno nacional, etc.). Roberto Arlt experimenta
el servicio militar obligatorio y también la “educación patriótica” en los años en que desarrolló su escolaridad
primaria5.
Nos preguntamos con Devoto (1996: 101-102): “¿La nueva nación sería el resultado de la
argentinización de los inmigrantes, es decir de su integración a una sociedad preexistente? ¿O en cambio
deberíamos hablar de una sociedad que emergería (...) de la fusión de los inmigrantes y los nativos?”. El
historiador concluye que, en definitiva, las dos son formas divergentes de pensar el ‘crisol de razas’, uno de los
tópicos centrales de las mitologías argentinas.
En los intelectuales de la época encontramos una tendencia a pensar la Argentina desde la inmigración:
Primero, Ramos Mejía va a opinar que no es el inmigrante el que viene a civilizar a la Argentina, sino la
Argentina la que va a civilizar al inmigrante. El modelo de Ricardo Rojas veía a la Argentina como hija de lo
indio y lo europeo. El modelo de Manuel Gálvez proponía que nuestro país era fruto de la tradición hispano-
cristiana. Y el de Leopoldo Lugones concebía lo argentino como hijo de lo criollo, noción que tiene su
antecedente en Mitre. Se daba en esta época la necesidad de descifrar a Buenos Aires en su polémica más o
menos explícita frente a versiones “extranjeras y antojadizas” (Viñas: 1998) y las Aguafuertes porteñas de
4
Devoto, Fernando, 2003, Seminario: “Historia social argentina”, Maestría de Cine y Teatro Argentino y Latinoamericano. Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Apuntes de clase. FFyL, UBA.
5
Según la investigación biográfica de Sylvia Saítta (2000), Roberto Arlt habría completado sus estudios primarios, contrariamente a
los testimonios del propio Arlt quien en sus autobiografías afirmaba que sólo había cursado hasta tercer grado. Según esta biógrafa,
Arlt inventaba, hiperbolizaba ciertos rasgos en pos de la construcción de una imagen de escritor advenedizo, marginal, y
prácticamente privado de capital cultural. Por su parte, Mirta Arlt (Entrevista Personal 08-06-2008) afirma que su padre no completó
el ciclo primario, o por lo menos no de manera normal, ya que cursó varios grados en diversos establecimientos educativos, de los
cuales a menudo era expulsado por su indisciplina y desinterés en las tareas escolares.
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Roberto Arlt respondieron, de una manera oblicua, a esta demanda del campo intelectual. La preocupación por
lo nacional se manifestó, también en tres ensayos que reflexionaban sobre el ser nacional intentando tanto
develarlo y como construirlo: El hombre que está sólo y espera, (1931) de Raúl Scalabrini Ortiz; Radiografía de
la pampa (1933) de Ezequiel Martínez Estrada e Historia de una pasión argentina (1935) de Eduardo Mallea.
La tensión del conflicto identitario argentino es palpable en Arlt. Tanto en su obra como en su propia
vida, se evidencia ese conflicto al ser hijo de inmigrantes en un hogar donde no se hablaba el castellano y que
funcionaba como un injerto de Europa. En palabras de Beatriz Sarlo (2000) Arlt se sintió siempre como un
recién llegado de apellido impronunciable: herencia del sentimiento paterno y herencia de un nombre-marca
ineludible y vivenciado como mandato-carga, como lo expresa en su aguafuerte “Yo no tengo la culpa”6 .
Las autodefiniciones de Arlt optaron siempre por presentarse como ser autodidacta, marginal y
marginado, y en cierta manera excluido (auto-excluido) del campo intelectual:
“Me llamo Roberto Christophersen Arlt, y nací en una noche del año 1900, bajo la
conjunción de los planetas Saturno y Mercurio. Me he hecho solo. Mis valores intelectuales
son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre que trabajar y en
consecuencia soy un improvisado o advenedizo de la literatura. Esta improvisación es la que
hace tan interesante la figura de todos los ambiciosos que de una forma u otra tienen
necesidad instintiva de afirmar su yo (...)”. (Segunda autobiografía, Crítica, 28 de febrero de
1927).
Lo cierto es que desde su primera novela en 1926, comenzó a expresar el absurdo de la existencia del
hombre común y lo hizo desde un estilo inédito en la literatura del país, un estilo que tenía más que ver con los
existencialistas y absurdistas europeos (Camus, Sartre, Kafka), que con lo que se estaba escribiendo aquí en ese
momento. Aunque su temática fuera social y se reconozca el referente político del país y de la época, en
realidad, Arlt no respondía al realismo social de Boedo, como tampoco a la tendencia de la gauchesca, ni al
posterior criollismo. Por otro lado, siempre se filtró de la norma literaria convencional y estuvo al margen de la
llamada “buena literatura” de Florida.
Porque este autor, si bien coincidía con el reclamo ideológico de Leónidas Barletta y en general con los
postulados del grupo Boedo, estéticamente se distanciaba del realismo ingenuo que caracterizó a los integrantes
de este grupo, así como tampoco había coherencia alguna entre sus obras dramáticas y las puestas en escena que
de ellas realizaba Barletta en su Teatro del Pueblo. Sucede que la poética de Arlt inauguró tendencias
vanguardistas en el teatro argentino, alejándose así de la convención literaria realista de Boedo como también
del canon de Florida, hecho que lo convierte en un caso singular de nuestras letras.
6
Diario El Mundo, 6 de marzo de 1929.
8
Es interesante el paralelo entre la vida y obra de Arlt y la de Kafka, en cuanto a su posición en el campo
intelectual y su vínculo con la figura del padre 7 y con el entorno. Relaciones problemáticas de inclusión-
exclusión, de identificación-rebeldía, de amor y rechazo. Su padre, Karl Arlt era alemán y su madre de Trieste,
Italia 8 . Podemos aseverar que los conflictos arltianos estuvieron marcados por su condición de hijo de
inmigrantes con características especiales. Transcribimos un fragmento de la entrevista que realizamos a su hija
Mirta Arlt9:
“Mi viejo era un tipo fuera de contexto, y a la vez era el típico argentino, fruto de la
inmigración. Estaba como insertado en esta sociedad y la miraba desde afuera. Salía de un
hogar alemán donde se hablaba solamente este idioma y se desdeñaba la cultura argentina.
Con padres que nunca se adaptaron a esta cultura, vivían en una especie de burbuja. Por eso
Arlt funcionaba en la sociedad como un gajo, un injerto. Desde lo ajeno, contemplaba la
realidad argentina y se hacía cargo de un idioma que sólo aprendió en la calle, no en su
hogar. Sus reflexiones sobre el lenguaje, cultura e identidad de los argentinos, parten de esa
angustia existencial. Su casa era europea y desde ahí salía a mirar el mundo exterior, que era
Argentina. Ese desfasaje entre el mundo familiar y lo social es la raíz del desgarro
característico en sus textos”.
De esta proteica declaración pueden desglosarse varios aspectos de la vida y de la actitud artística del
escritor inmerso en su contexto, y a la vez “desterritorializado”, en el sentido deleuziano. Destacamos la
situación dual en la identidad arltiana respecto a su raigambre familiar y a su vida en la sociedad argentina.
Creemos que estos factores coadyuvaron a construir el estilo escritural de sus aguafuertes y también de sus
textos ficcionales, en su tono psicologista que analiza desde la identificación pero también desde la crítica.
7
“Su padre era un hombre rígido y autoritario, con un concepto definitivo del valor pedagógico del castigo y la inflexibilidad. Eso
humilla al hijo y le crea un resentimiento nunca superado”. (Arlt Mirta, 1985: 14)
8
“Era hijo de una de las tantas familias que llegaron al país a fines del siglo pasado como inmigrantes. Venían a la aventura, con la
ambición de enriquecerse y volver a Europa. Traían unos magros ahorros. Pero el capital principal eran ellos mismos, su juventud y
sus deseos de progresar. El padre de Roberto, oriundo de Posen, al norte de Alemania, y su mujer Ekatherine Iobstraibitzer de Trieste,
habían partido de Austria atraídos por la leyenda de América, donde “los ríos arrastraban pepitas de oro”. Además se iban de Europa
eludiendo el castigo pendiente sobre Karl Arlt por ser desertor del ejército prusiano. Ante ellos se abría el interrogante del futuro. Al
desembarcar en Buenos Aires entran en contacto con una pequeña colonia alemana. Se establecen en Flores y comienzan la ardua
búsqueda de trabajo. Viven en una casa decorosamente humilde, con el clásico jardincito adelante y el gallinero al fondo. Los padres
sólo hablaban sus idiomas de origen, alemán e italiano, y nunca llegaron a dominar el habla de los argentinos. Después de probar
suerte, Karl Arlt se emplea en la tendeduría de libros de empresas alemanas como la Farmacia Givson, molinos harineros y elevadores
de granos Río de la Plata. La corriente inmigratoria que llega al país incluía entonces hombres de empresa, inversionistas y los que
sólo se hacían ilusiones de alcanzar mejores salarios. Los Arlt siempre aspiraron a ser hombres de empresa… demás está decir que
nunca lo lograron.” (Arlt, Mirta, 1985: 11)
9
Entrevista personal a Mirta Arlt, Buenos Aires, 27 de febrero de 2005.
9
Según David Viñas (1998), en Arlt se percibe la doble actitud del “mirón y escucha”. Intento de mezclarse con
la multitud, ser uno más, e interpretarla, pero conservando un leve margen de ironía que lo distancia.
Arlt se burlaba de la postura hispanista tradicional de Enrique Larreta y Manuel Gálvez, esto es leído por
Viñas (1998: 23) como “la corroboración de un código general y progresista difundido entre ´los muchachos de
la izquierda’”. Efectivamente, en sus aguafuertes Arlt critica al sector del campo literario conformado por los
escritores Enrique Larreta, Ricardo Rojas, Arturo Capdevilla, Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones, critica la
retórica de esa literatura: “la pirotecnia y el brillo vinculado a lo decorativo e inútil de los que viven en las
nubes”. Defiende en cambio a “los muchachos de la izquierda” (llamados bolcheviques), que “viven en los
barrios”: Raúl González Tuñón, Leónidas Barletta, Roberto Mariani, Elías Castelnuovo. Dice David Viñas
(1998: 26): “Lugones, Rojas, Capdevila, Larreta, Wast, encarnaban el modelo de París y del escritor vinculado
al siglo XIX; Arlt y las vertientes del vanguardismo de los años ‘20, crispándose durante la década infame,
pugnaban bien, mal o regular por descifrar el siglo XX argentino fundamentalmente urbano y cosmopolita a
partir del creciente predominio como mercado de símbolos de la ciudad de Buenos Aires”.
Los escritores de los centenarios que rescata Arlt con mayor frecuencia son Benito Lynch y Horacio
Quiroga. Infiere Viñas que esto “resulta coherente: sus relatos no son ‘atildados’, sino que están surcados por
una violencia directa, radicada en La Pampa o Misiones, así como por un lenguaje no precisamente decorativo.
Expresivo sí, económico, directo y asimétrico. Y entre sus personajes predominan los peones, las víctimas,
borrachos, visitantes atónitos y grotescos, comadres, antihéroes y muchos alucinados” (1998: 27).
El pesimismo arltiano, su visión desahuciada del hombre, el relativismo ontológico y la irracionalidad de
sus personajes, contrastaban con el optimismo social del grupo Boedo y su idea de progreso. Sobre todo con el
de Leónidas Barletta, director del Teatro del Pueblo donde Arlt representó casi toda su producción teatral.
Barletta creía en la posibilidad de introducir un cambio positivo en la sociedad a partir de un teatro portador de
un mensaje claro para el pueblo. A pesar de esas divergencias, Arlt coincidía con algunas propuestas
barlettianas, como el cosmopolitismo y la culturización teatral, el activismo de los integrantes del elenco, y el
rechazo hacia el teatro argentino finisecular y hacia el teatro comercial.
Cuando Arlt incursiona en la dramaturgia ya estaba acostumbrado a ser un escritor que accedía al centro
desde los márgenes, -escritor de minorías, desterritorializado y político, parafraseando a Deleuze - Guattari10
(1978) en su estudio sobre Kafka-. Se trata de una marginalidad mitad real, mitad construida por el propio Arlt.
Porque si su origen, su conflicto con ciertos sectores del campo intelectual y de la crítica y la marginalidad de
algunos materiales discursivos y de la temática social elegida por el escritor, resultaron factores que indicaban
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Deleuze, Gilles – Guattari, Félix, 1978, Kafka. Por una literatura menor, México: Era.
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una posición marginal, fue el relato testimonial del propio Arlt el que se encargó de enfatizar este aspecto y
reafirmarse desde una imagen de escritor incomprendido11, excluido y no escolarizado.
La posición de Roberto Arlt en el campo intelectual siempre fue compleja. Son conocidas las
dificultades y las controversias que sostuvo en su relación con el campo literario. Acusado de “mal escritor” y a
la vez premiado por sus novelas, marginado del canon de la “buena literatura” y a la vez leído masivamente en
las páginas de El Mundo. Discutido y elogiado, marginado e incluido, su legitimación en el campo intelectual-
literario se desarrolló en forma problemática.
Su originalidad fue y es el motivo de su condena y también de su consagración como renovador de
nuestras letras, sobre todo como primer modernizador de nuestro sistema teatral.
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Viñas, David, 1998, “Ensayo preliminar” en Aguafuertes porteñas. Roberto Arlt: Obras Completas. Tomo II. Buenos
Aires Losada.
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Sylvia Saítta (2000) en su trabajo biográfico sobre Arlt, ha discutido la imagen recurrente que la crítica tradicionalmente sostuvo
sobre el escritor y que, según la autora, parte de la aceptación de una imagen construida deliberadamente por el propio Arlt.
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