La Ciudad Novohispana. Del Tardomedievo A La Modernidad
La Ciudad Novohispana. Del Tardomedievo A La Modernidad
La Ciudad Novohispana. Del Tardomedievo A La Modernidad
ESCRITOS
I. Introducción
Dr. José María Luis Mora, 2016. Puede verse también Brewer-Carías, Allan R., “Poblamiento
y orden urbano en la conquista española de América”, Ordenamientos urbanísticos. Valo-
ración, crítica y perspectivas de futuro: Jornadas Internacionales de Derecho Urbanístico,
Madrid-Barcelona, Marcial Pons, 1998, pp. 311-349.
del Oro, a las que siguieron las concedidas a Luis de Figueroa para los po-
blados de indios de La Española, o a los padres Jerónimos para Puerto Rico,
en 1517. También podríamos traer a colación la real cédula otorgada en 1521
A los que hicieran descubrimientos en Tierra Firme, y dada pocos años des-
pués al gobernador Velázquez y a Francisco de Garay, o la Instrucción para
la población de la Nueva España, conversión de indios y organización del
país, dada a Hernán Cortés en 1523, tras la fundación de la primera ciudad
de lo que sería este virreinato, Veracruz, en 1519.3 Por el contrario, nada con-
tendrán sobre urbanismo las Leyes Nuevas de 1542. Estas normas referidas,
pues, se irían repitiendo —las Instrucciones al virrey del Perú el Marqués
de Cañete en 1556, o las Ordenanzas a la Española en 1560— hasta que se
aprobaron las Ordenanzas de 1573.
Frente a Indias, la Corona de Aragón no va a permitir en ningún momento
individualización normativa semejante, más allá, si se quiere, de las Ordi-
nacions de Jaime II de 1300 para el reino de Mallorca. Hablamos aquí de
diferentes estados dentro de la misma monarquía, que compartían formas
políticas y jurídicas, pero que tenían diferentes legislaciones; como veremos
después, la conformación de la potestad normativa en todos ellos no era
tanto real como regnícola y, en algunos casos, eminentemente local. El ca-
rácter feudal se mantuvo en estos territorios en mucha mayor medida que en
Castilla, hasta bien entrada la Edad Moderna. Pero también es cierto que la
cultura jurídica en sus orígenes y manifestaciones era en gran medida com-
partida con Castilla y tantos otros reinos europeos. Diferencias, pues, podía
haberlas, pero siempre dentro del mismo contexto, entendido éste desde la
acepción que se quiera.
Sea como fuere, en la corona aragonesa no hay un cuerpo legal equipa-
rable, en cuanto a objetivos y contenido, a las Ordenanzas de Felipe II. De
manera que, ante la mencionada exigencia de acotar, hemos decidido tomar
como referencia fundamental para esta corona la obra que a finales del siglo
XIV escribió el fraile franciscano, catalán de nacimiento pero valenciano de
adopción, Francesc d´Eiximenis, llamada Lo Crestià, en su libro duodéci-
mo, conocido como Lo Dotzè, al que vamos a prestar gran parte de nuestra
atención.4 Intentaremos encontrar posibles puntos de conexión entre la obra
3
Sobre los formulismos jurídicos que se siguieron en la fundación de las ciudades, pue-
de verse una extensa transcripción de actas —caso de Mérida, p. 143— en Domínguez Com-
pañy, Francisco, Política de Poblamiento de España en América. La fundación de ciudades,
Madrid, Instituto de Estudios de la Administración Local, 1984.
4
La información de que disponemos sobre la vida de Francisco de Eiximenis resulta
vacilante. Nació en Gerona, se cree que entre 1327 y 1332, y falleció en Perpiñán en 1409.
Tras una primera formación en Cataluña estudió, parece ser que largamente, en la Universi-
dad de Oxford, y es posible que también en la de París, graduándose más tarde en Teología
en la de Tolosa de Llenguadoc. Viajó también a las ciudades de Colonia, Florencia, Roma y
a otras tantas, y aunque no sabemos el tiempo que permaneció en cada una de estas últimas,
su conocimiento sobre la realidad de la Europa del momento queda perfectamente reflejado
en distintos pasajes de sus diversas obras. Después de impartir su magisterio en Barcelona y
otras poblaciones catalanas, se instaló en Valencia allá por 1384, año en que presentó a los
jurados de la ciudad el Regiment de la cosa pública, obra incluida más tarde en la primera
parte de Lo Dotzè, puesto que por aquellos momentos ya estaban escritas algunas partes de
Lo Crestià. En 1408 se traslada a Perpiñán para participar en el Concilio al servicio del Papa
Luna, de Aviñón. El año siguiente es ordenado obispo. Véase Renedo i Puig, Xavier, “Lo
Crestià: una introducció”, Francesc Eiximenis (c. 1330-1409): el context i l´obra d´un gran
pensador català medieval, s.l.i., Institut d´Estudis Catalans, Publicacions de la Presidència,
núm. 44, 2015, pp. 190-231, en donde se ofrece una completa y actualizada bibliografía.
5
Respecto a los autores castellanos nos referimos, por ejemplo, a Rodrigo Sánchez de
Arévalo, que a mitad del siglo XV escribió una Suma de la Política, dividida en dos libros: el
primero, sobre la fundación y edificación de ciudades y villas, y el segundo sobre su buen re-
gimiento, así en tiempos de paz como de guerra. O a Juan García de Castrojeriz, que a finales
de la misma centuria escribió De regimine principum. No obstante, los que han estudiado a
Sánchez de Arévalo consideran que en la mayoría de casos utiliza el término “çibdad” como
sinónimo de estado o reino. Véase Antelo Iglesias, Antonio, “La ciudad ideal según fray
Francesc Eiximenis y Rodrigo Sánchez de Arévalo”, En la España Medieval, Madrid, núm.
6, 1985, pp. 19-50; o Bonachía Hernando, José Antonio, “Entre la «ciudad ideal» y la «so-
ciedad real»: consideraciones sobre Rodrigo Sánchez de Arévalo y la Suma de la Política”,
Estudios de Historia Medieval, Salamanca, núm. 28, 2010, pp. 23-54.
atractivo, iremos seccionando cada una de ellas a medida que nos obliguen
las limitaciones materiales de un trabajo como este.
bíblica Jerusalén, y que, a su vez, enlaza con la Ciudad de Dios de San Agus-
tín y El Gobierno de los Príncipes de Santo Tomás de Aquino, para hundir
todo ello sus raíces en la teoría aristotélica de la causalidad.14
Mientras tanto, la motivación de las disposiciones castellanas, como fi-
nalmente aparece en las Ordenanzas, es distinto y mucho más concreto, por
mucho que la conformación física de la ciudad pueda ser la misma o muy
similar a la de Eiximenis. Se trataba, más que nada, de erigir y ordenar las
poblaciones. Las referencias teológicas, a modo de razonamiento legitima-
dor, no son más que un acompañamiento, por mucho que pueda parecer otra
cosa, y por mucho, incluso, que se aleguen las mismas bulas pontificias de
conquista.
Sin embargo, en ambos casos la ciudad tiene un claro concepto jurisdic-
cional, desde el control que ejerce sobre lo social y lo económico. El plantea-
miento del fraile franciscano, desde sus pretensiones teológicas, debería o al
menos podría mostrar diferencias, pero no parece que sea así, lo que creemos
que no es más que una consecuencia lógica de la realidad económica de la
Corona de Aragón de esos momentos y de su preeminencia dentro del co-
mercio mediterráneo, como ahora después veremos.15
V. Funcionalidad social
diesen entre los nativos.21 Propuestas éstas con magros efectos en tanto que
el mestizaje, en este caso urbano y no solo étnico, fue imparable. Es más,
también nos consta algún intento de refundir en un único cabildo interétnico
las diferentes repúblicas o concejos; caso de México desde 1531, entre otras
cosas para evitar los continuos conflictos jurisdiccionales. Y en todas estas
dualidades encontramos la cuestión todavía más compleja de la división pa-
rroquial y su discutido carácter territorial o personal.22
Por el contrario, el sarraceno simplemente no existe en Lo Dotzè. En el
momento en que nuestro fraile escribió su obra, la población cristiana prác-
ticamente se había igualado a la musulmana en el Reino de Valencia, para
llegar a superarla en el siglo XV. Tras la conquista cristiana, los llamados
moros, ahora mudéjares, que habían aceptado quedarse en territorio valen-
ciano, fueron expulsados de las ciudades y relegados a puntos geográficos
muy concretos, casi siempre recluidos en áreas montañosas del interior, mu-
cho más agrestes y menos fértiles. Son las aljamas, espacios rurales a modo
de verdaderas reservas indígenas, en tierras mayoritariamente de señorío, en
donde regía, en mayor o menor medida, la suna e xara, es decir, la religión
y, en el ámbito estrictamente propio, el derecho islámico, incluyendo la orga-
nización familiar, social, política y fiscal. Los términos de esta pervivencia
eran los que quedaban fijados en los pactos de capitulación o nuevas cartas
pueblas conocidas como sarracénicas, que también establecían los términos
21
Véase reales cédulas de 17 de junio de 1555, 2 de mayo y 29 de noviembre de 1563, o
de 3 de junio de 1571; De Solano, Francisco, Ciudades Hispanoamericanas…cit., pp. 23, 50,
77 o 333.
22
En este punto nos referimos fundamentalmente a Nueva España. En cualquier caso, la
significación política o municipalización de ambas repúblicas o ciudades, su intencionalidad
religiosa y su conveniencia fiscal, no les hacía peligrar seriamente en cuanto a su existencia
diferenciada por parte de la administración real. Aun así, Antonio Rubial García insiste en
que la separación de las dos repúblicas era una verdadera ficción, más legal que real; véase
en “¿El final de una utopía? El Arzobispo Lorenzana y la nueva distribución parroquial de
la ciudad de México”, España y América entre el Barroco y la Ilustración (1722-1804). II
Centenario de la muerte del Cardenal Lorenzana (1804-2004), coord., Paniagua Pérez, Jesús,
León, 2005, pp. 277-291. Véase también Rovira Morgado, Rossend, “«Se ha de suplicar que
los regimientos de esta ciudad sean veinticuatrías»: El cabildo de Granada como propuesta
institucional interétnica en la temprana república de la ciudad de México”, Estudios de His-
toria Novohispana, núm. 55, 2016, pp. 80-98; o Sánchez Santiró, Ernest, “El nuevo orden
parroquial de la ciudad de México: población, etnia y territorio (1768-1777)”, Estudios de
Historia Novohispana, núm. 30, enero-junio de 2004, pp. 63-92. Distinta pero en paralelo a
la cuestión estrictamente urbanística, está la de policía, la de control y la de explotación de la
población indígena; Suárez García, Carlos José, “El urbanismo humanista y la “policía espa-
ñola” en el Nuevo Reino de Granada, siglo XVI”, Topoi. Revista de Historia, Río de Janeiro,
vol. 16, núm. 30, enero-junio de 2015.
en que los musulmanes debían relacionarse con los cristianos. Y, aunque los
estudiosos no han llegado a conclusión definitiva, parece ser que, por enci-
ma de estos derechos locales, no existió uno general para toda la comunidad
musulmana valenciana.
Lo que queremos decir aquí, en cualquier caso, es que, en ningún momen-
to estos núcleos musulmanes —mudéjares o después moriscos— merecieron
objeto de atención o regulación urbanística alguna. Paralelamente, solo muy
escasamente se conformaron, en el momento de su expulsión de las ciudades
o después, morerías urbanas —arrabales, fuera de las murallas—, a la som-
bra del desarrollo económico de algunas de las ciudades más grandes y la
necesidad de mano de obra barata.23
En cuanto al Reino de Mallorca, la historiografía no habla más que de
exclusión absoluta. Aunque la información que nos ha llegado sobre este
territorio es escasa y muy deficiente, está demostrado que tras el atroz encar-
nizamiento en la toma de la ciudad de Palma, los sarracenos que quedaron
en la isla fueron, en su mayor parte, esclavizados, manteniéndose libres úni-
camente los que residían fuera de la ciudad, como premio a su colaboración
con las tropas catalano-aragonesas en el asedio de la ciudad. Sea como fuere,
todo indica que la cristianización para todos ellos fue inmediata y completa.
Aquí ni pudo haber segregación étnica-religiosa ni, por tanto, poblacional.24
Por todo lo dicho, es evidente que para América hay que hablar de nuevas
fundaciones, algunas sobre destrucciones de las anteriores a las que substi-
tuían bajo los nuevos parámetros, pero la mayoría nuevas. En los reinos de
Mallorca y Valencia, sin embargo, serán muchas menos las nuevas fundacio-
nes, puesto que aquí lo que primó fue el repartiment, es decir, la expulsión
de los musulmanes al campo, y de la huerta a la montaña, para emplazar en
23
Aunque muy irregularmente distribuidas ambas comunidades, la población de cristia-
nos a lo largo del XV solía alcanzar un 58% del total, frente a un 40% de musulmanes y una
mucho más reducida minoría de judíos. Aparici Martí, Joaquim, “Moreries urbanes a Caste-
lló: la integració del treball artesà musulmà durant el segle XV”, XVII Congrés d´Història de
la Corona d´Aragó…, t. I, pp. 171-183. En el segundo volumen puede verse Bonet O´Connor,
Isabel, “Urbanisme i minories: Xàtiva després de la conquista cristiana”, pp. 289-294, y Ma-
nuel Ruzafa García, “La morería de Valencia en la Baja Edad Media: aljama, municipio y
ciudad (1300-1530)”, pp. 353-359. Véase también Guinot Rodríguez, Enric, Los valencianos
de tiempos de Jaime I, Valencia, edit. Tirant Humanidades, 2012. Este autor señala que, al
margen de las aljamas y morerías, y excluyendo a los esclavos, existía un tercer grupo de
mudéjares formado por desposeídos de la tierra y convertidos en aparceros al margen de es-
tructuras sociales organizadas: son los exàrics (p. 102).
24
López Bonet, Josep Fc., “Els nuclis urbans a la part forana en el repoblament de
Mallorca (S. XIII-XIV)”, XVII Congrés d´Història de la Corona d´Aragó…cit., t. III, pp.
461-496.
Entre Lo Dotzè del Crestià del franciscano Francesc d´Eiximenis y las Orde-
nanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias de
1573, transcurre la transición entre la ciudad bajomedieval y la renacentista.
En la misma medida evolucionaba en las coronas de Castilla y Aragón la pers-
pectiva política de lo público, de los poderes municipal y real, y de la misma
soberanía, de la potestas y sus manifestaciones. Los Reyes Católicos habían
contribuido decisivamente, y en sus respectivas coronas, a la separación de
las funciones gubernativas y judiciales. Es el tránsito de la Baja Edad Media
a la Edad Moderna. Y a mitad camino en el recorrido de este proceso evolu-
tivo los españoles se encuentran con un Nuevo Mundo, y dictan las primeras
31
Es bien probable que estos hechos, siempre políticos, influyesen decididamente en
la decisión de Eiximenis de abandonar definitivamente el proyecto de Lo Crestià; Renedo i
Puig, Xavier, “Lo Crestià: una introducció…cit., p. 224.
sabe, sino qué debe ser y a qué fines debe servir. Lo mismo sería decir que
en Eiximenis no preocupa tanto la ciudad como la sociedad, mientras que la
legislación castellano-indiana que estamos estudiando, preocupada también
por la sociedad, centraba su atención más claramente en la ciudad real y uti-
litarista. Es, en parte, la diferencia entre un autor humanista y una adminis-
tración eminentemente pragmática. Ello no obsta, sin embargo, para que en
el fraile franciscano apreciemos una faceta urbanista muy acentuada, incluso
en algunos puntos más que en las disposiciones castellanas, al servicio de un
fin humano si se quiere, pero siempre como medio, instrumento, y no tanto
como fin. De ahí que digamos que su obra es, en su pretensión, más totalista.
Al menos en parte, los modelos de Eiximenis y de las Ordenanzas supo-
nen, respectivamente, el fin de una percepción-significación de la urbs-polis
y el inicio de otra ciudad que se está construyendo. Y las primeras ciudades
indianas, las novohispanas, resultan un ensayo entre dos aguas, pero siempre
con el utilitarismo como norte. Podemos pensar que la elaboración filosófica
de Eiximenis, junto con la ciudad de Santa Fe de Granada, como conquista
espiritual, y La Laguna en Tenerife, como colonización pacífica, conforman
una triple base de la política urbana implantada en Indias.33 El carácter ex
novo de estas dos ciudades últimas, les convertirá en verdaderas referencias
materiales, pero faltaba, si se quería, el sentido, no tanto espiritual pero sí
religioso.
Definitivamente, si el fraile franciscano vivía aferrado a la concepción teo-
crática y teocentrista del mundo, la legislación castellano-indiana sobre la
ciudad se muestra, desde el primer momento, más secularizada por funcional.
Es algo que ya se aprecia en la obra de Sánchez de Arévalo, que tenía una
concepción de la ciudad eminentemente social, por mucho que, como siem-
pre, fueran numerosas las referencias, obvias, a su origen divino y espiritual.
Nada encontramos en las disposiciones indianas sobre ese cos místic al que
Eiximenis se refería.
Por otra parte, en la obra del autor valenciano se observa un profundo
sentimiento burgués, al servicio certero no tanto del monarca, como de los
ciutadans, entre ellos y destacadamente, los mercaderes. Eiximenis, prototi-
po del ciudadano urbano, no buscaba asentar ni consolidar la población, pues
33
Navarro Segura, Ma. Isabel, “Las fundaciones de ciudades y el pensamiento urbanísti-
co hispano en la era del Descubrimiento”, Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y
Ciencias Sociales, Barcelona, Universidad de Barcelona, vol. 10, 2006, disponible en: http://
www.raco.cat/index.php/ScriptaNova/article/view/58243. A la ciudad de Santa Fe le habían
precedido otros planos regulares desde el XIII, como los del Puerto de Santa María, de Chi-
piona, Rota, Sanlúcar de Barrameda y, sobre todo, del Puerto Real.