Universidad Silenciosa
Universidad Silenciosa
Universidad Silenciosa
En efecto, en junio pasado las universidades Espol, Católica y Laica de Guayaquil, organizaron y
obligaron la asistencia de profesores y alumnos a una clase magistral del Mandatario, quien, con
pizarrón y multimedia, anonadó a los presentes con guarismos y ecuaciones hasta por
matemáticos indescifrables. Lo que sí se entendió con claridad es la exhortación que hizo Su
Majestad a las autoridades presentes: “Si tengo que hacerlos un fraterno reclamo, es que siento
una ausencia en la Universidad del debate político”. El `fraternal reclamo´ ensordeció aún más a
los regentes universitarios, salvo uno que otro que cuestionó la arremetida a la autonomía
universitaria y más tarde la maléfica injerencia en la Universidad Andina.
Bien sabido es que en esta última década se ha ahondado la crisis en diferentes campos del orden
social, entre ellos el de la educación y particularmente de la Universidad, que ha sido de doloroso
escándalo. Se comenzó con la supresión arbitraria del máximo organismo dirigente para sustituirlo
por otro a satisfacción del Ejecutivo. De esta manera se silenció las voces deliberantes de la
Universidad, clausurando la ideología de ella e instruyendo a que sus regentes sean resignados al
pensamiento único.
Las nuevas leyes y reformas universitarias se engendraron mal y nacieron bajo la sombra de un
obstetra de larga cabellera, de poco tino intelectual y político. Se echó por la borda todo lo ganado
en el sistema de educación superior, al `meter la mano´ en la Universidad, privándola de su
autonomía administrativa, académica y económica y, además, obligándola, ¡cómo no!, al silencio
sepulcral. De hecho, pronto la Universidad se vio retorcida en su desarrollo hasta empezar la
cosecha de frutos descompuestos.
Nuestras universidades fueron puntuales en el desarrollo de la región y del país, fueron líderes del
resto de instituciones de la ciudad y la región: lo que ellas hacían y decían tenía la anuencia de las
autoridades civiles y del pueblo. Primero lideró la Universidad de Cuenca, luego surgió con enorme
presencia la Universidad del Azuay, cuando a ella dirigían prestantes autoridades como los
doctores Mario Jaramillo Paredes y Francisco Salgado Arteaga.
A este último le honra el haber tenido una posición firme a favor de la autonomía. Cuando se hizo
tabla rasa de las leyes y reglamentos e inclusive se maltrató a sus personeros, como a los de la
Universidad Andina, el doctor Francisco Salgado se pronunció en contra de la arbitrariedad y a
favor de la democracia universitaria, mientras otros callaron. En 2014 publicó un artículo titulado
¿Universidad o Uniformidad?, en el que cuestiona la política vertical del actual sistema educativo,
denunciando una constante tendencia al isomorfismo en varios aspectos del sistema, tal la
evaluación de las universidades ecuatorianas y el proceso de admisión de estudiantes. En el mismo
escrito publicado en la Revista Anales de la Universidad de Cuenca acusa que “Estos moldes no
promueven el aprendizaje y la generación de conocimiento en una institución humana que es, por
naturaleza, abierta a la diversidad”.
Personas de este talante y valor requieren las universidades. Y para recoger las inquietudes y
legislar sesudamente se necesita, a su vez, de asambleístas competentes que revierta la década
obscura de retraso democrático.