El Rey de Los Ratones o El Pinochet de Armando Uribe

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El rey de los ratones o el Pinochet

de Armando Uribe

Rodrigo Zúñiga Contreras

La noche del 25 de octubre de 2020, una vez conocidos los resultados


del Plebiscito Nacional sobre el inicio de un proceso constituyente para
una nueva carta fundamental, emocionado, escribí en Facebook: “El po-
eta, abogado y diplomático Armando Uribe decía que no vivíamos en transición
democrática, sino en una “dictadura imperfecta” (notable concepto) cuyo norte no
eran nuestros derechos, sino el sofisma de la “estabilidad”. Con Uribe en el corazón
y en las entrañas (con su amarga bilis, como él gustaba decir de las palabras), hoy,
quienes lucharon y se alzaron, todas y todos, nos acompañan en el inicio de este
nuevo ciclo”.

A pocos años de esta conmovida declaración —tres apenas, ya tan


remotos…—, las brújulas políticas, contra cualquier pronóstico, incluso
el más cauteloso, que se hubiere planteado por aquellos días llenos de
agitación, marcan rumbos imprecisos, de amenazante negrura. No tiene
sentido, ahora, al amparo del tiempo transcurrido, desdecirse ni regañarse
por haber cedido en octubre de 2020 al empuje momentáneo de una reivin-
dicación tan largamente sentida. Lo que para muchos era el anuncio de la
aurora de Chile, acabó declinando, o por lo menos cediendo importantes
posiciones, ante la arremetida de los pragmatismos y las poderosas agen-
das de los intereses económicos y políticos que imperan desde larga data
en el país. Con la perspectiva de 2023, ese entusiasmo de ayer, aparte de
naïf, parece como si hubiera nacido muerto. El detalle a considerar, claro,
es que tanto a nivel de las emociones personales (entre las que contaremos
las expectativas sobre el curso de una política nacional que pareciera sumi-
da en la incongruencia y la destemplanza de los votantes), como a nivel

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de los afectos colectivos, a partir de los sucesos de 2019 entramos en una
zona accidentada. Si el 18-O supuso algo cataclísmico, de una intensidad
sobrecogedora, fue porque la magnitud de su condición de “accidente”,
desbordando toda medida y toda capacidad de previsión, puso en jaque el
sofisma de la estabilidad (el mentado “oasis” piñerista: el de Chile como plu-
tocracia neoliberal). Una estabilidad llena de amarres y amenazas veladas,
tan arduamente defendida por un “frente único” político-empresarial, que
resulta tentador pensar que es la misma a la que se refería Armando Uribe
en 19991, a propósito de otro episodio de “desborde”: el accidente Pinochet.

Voy a retener, entonces, la palabra accidente. No debiéramos olvidar


que, aunque en una escala ciertamente menor a la de 2019, la detención de
Augusto Pinochet en Londres y la larga secuela de incidentes que desenca-
denó entre octubre de 1998 y marzo de 2000, supuso asimismo un estallido2.
Dos accidentes, dos estallidos de signos contrarios, diferidos en años (y
quién sabe si las cargas contrarias de esas manifestaciones políticas, en su
desmesura, se llaman secretamente...). En el caso del pequeño estallido
ultraconservador de 1998, Armando Uribe, actuando como poeta vigía,
descifró sagazmente las claves que el evento ponía en juego en la reciente
historia de Chile y, en particular, en la política del consenso. Esa mirada
continúa aportándonos hitos importantes de reflexión. Equidistante en-
tre el Golpe de Estado y el ciclo político actual, braceando en las aguas
extrañas del retorno democrático con Pinochet instalado como senador

1 En una conocida conversación con el filósofo Miguel Vicuña, sobre la que


sería oportuno regresar en estos días de conmemoración, el poeta se explayaba sin
contemplaciones: “Se ha formado respecto de este caso [el arresto de Pinochet en
Londres] un frente único de todos los poderes del Estado y de todos los poderes
fácticos en Chile, en que están aliados absolutamente todos los que mandan en
Chile, los que mandan en términos politicos, de gobierno y de oposición, los que
mandan en términos administrativos, los que mandan en términos económicos,
los que mandan en términos gremiales, etc.” (Armando Uribe y Miguel Vicuña, El
accidente Pinochet. Santiago: Sudamericana, 1999, p. 62-63).
2 Se diría mejor: una parodia de estallido, una mímica penosa que, contravinien-
do la frase archiconocida de Marx, ocurrió primero como tal parodia, mucho antes
que el entusiasmo del estallido real —de las capas medias y populares— que so-
brevendría en 2019. Con todo, ese proto-estallido fascista tuvo el efecto concreto
de conmocionar el estado de las cosas en plena Transición y eso fue, justamente, lo
que Uribe supo dimensionar en el momento.

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vitalicio, la meditación y el diagnóstico de Uribe llaman la atención por su
agudeza ante los sucesos de aquella hora, por su atrevimiento intelectual
y su invocación de arquetipos y fantasmas, para pensar en la figura que da
nombre al accidente, Pinochet.

Uribe comprendió —en sus propias palabras, “clamando de profun-


dis”— y puso a nuestro alcance varias cosas en torno a la figura de Pinochet.
La interpretó como el movimiento subterráneo de una psiquis colectiva
enraizada en los comportamientos, sensibilidades y modos de ser chilenos.
Tuvo la osadía y el buen criterio, del todo apropiado para la causa, de la
invocación de saberes arcanos (la poesía, el psicoanálisis mismo) para su
tentativa. En El fantasma de la sinrazón, incluso confesó: “He sido durante
26 años y diez meses un permanente “pinochetólogo” (en inglés: un “pino-
chet-watcher”). ¿Constituye esto una manía personal? Desgraciadamente,
no. En todo este tiempo, casi 27 años, los diarios de mi país se han ocupado
todos los días, sin excepción, de lo que le ocurre a Pinochet; y la televisión y
las revistas y la radio. Y las mentes de 1os chilenos”3. Pinochet en la mente
de todos. ¿Cómo destrabar este nudo ciego? ¿Cómo explicar su fuerza
de arrastre entre sus feligreses, que se dejaban ver nuevamente sin
contemplaciones? Para el poeta Uribe, las “imprevisibles” reacciones
de los seguidores de Pinochet tras su arresto en Londres, su espan-
toso fanatismo, no hicieron otra cosa que exhibir en la superficie de
la vida pública, con meridiana claridad, el grado de vulnerabilidad
de la Transición —y el desfondamiento histórico del Estado de Chile
después del Golpe. Cuando la erupción, el desenfreno de pasiones
idolátricas irracionales, ocupa el centro de la escena; cuando la triste
pasión marginada por el consenso (pseudo)democrático empuja
ahora con todo su vigor e iracundia reconociéndose cada vez más
influyente en el día a día de la crisis, queda a la vista que Pinochet
excede —‘por abajo’, a nivel inconsciente— a la persona misma del
general golpista. Para Uribe, Pinochet es otro que “Augusto” Pinochet.
Pinochet es el nombre de un afecto inconsciente, ligado a fuerzas,
emociones y reminiscencias profundas, propias de una “gnosis

3 Armando Uribe, El fantasma de la sinrazón y el secreto de la poesía (Santiago:


Be-uve-dráis Editores, 2001, p.12).

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arcaica”4, que cruza y tensiona los devenires identitarios chilenos,
y que el 11 de septiembre de 1973 habría consumado su contenido
fantasmático: la violencia que se quiere legítima5.

Ahora bien, ante la retención del personaje golpista en un país extranje-


ro, se hace evidente que para devotos tanto como para algunos opositores
(impensadamente), “el cuerpo de Pinochet con vida es el garante de Chile”6.
Esta frase terrible, pronunciada irónicamente por Uribe, condensa la
verdad más oscura de la Transición. De pronto, el “frente común” de
la derecha y la centroizquierda gobernante profesan la idea de que la
Transición no estará a salvo sin el cuerpo sobre el que ella descansa,
la piedra de toque, el único cuerpo que la hace posible. La cruzada
por la recuperación del cuerpo del anciano, o más bien del cuerpo
prometido y puro que se encarna y a la vez trasciende la fragilidad
carnal del anciano (el cuerpo otro en el cuerpo mismo), adquiere
tonos y tintes sacros. Uribe da a entender que la gran dificultad que
impone la figura de Pinochet para su asimilación conceptual, radica
en la movilización de conatos teológicos y rasgos animistas y fe-
tichistas entreverados con la política fáctica. Al dolor de las muertes
y de la represión, corresponde la atrocidad de un fervor como jamás
se había conocido en Chile. Varios son los cuerpos, y no sólo los dos
recién mencionados, reunidos en esa figura, en ese nombre: en el
nudo ciego Pinochet. ¿La Transición puesta en vilo por un cuerpo
que falta, por el único cuerpo que importa, por el que vale la pena
y se vuelve indispensable iniciar una Cruzada ante los imperios ex-
tranjeros? ¿La Transición como asunto teológico? Al menos, como
asunto de arcanos, que cuando más se menosprecian y desmerecen
como criterios de análisis sociopolítico, mejor y con mayor evidencia
dejan sentir su impacto. De muestra, el accidente Pinochet y sus dis-
turbios —performativos, lingüísticos, semánticos, animistas, histriónicos,
políticos, diplomáticos, legales…— altamente irracionales.

4 Armando Uribe, El fantasma de la sinrazón…, op.cit., p. 41.


5 El fantasma de la sinrazón…, op.cit., p. 49.
6 Armando Uribe y Miguel Vicuña, El accidente Pinochet, op.cit., p. 109.

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¿Alguna vez —parece preguntarse Armando Uribe— volveremos a la
razón, al comportamiento comedido, al país que tuvimos, o que hemos
creído tener, antes del Golpe, antes de la irrupción de Augusto Pinochet
Ugarte, el general golpista, es decir de Pinochet, el arquetipo de una violen-
cia que se quiere legítima para salvaguardar los intereses de unos pocos?
¿Volveremos a algo que parecía existir, antes de que nos diéramos cuenta de
que ya no existiría más, de ninguna manera? En un momento luminoso,
de los más brillantes, de la conversación sostenida con Miguel Vicuña, el
poeta declara (cito en extenso):

“(…) con el Golpe, desde el día del Golpe de Estado, y centradas en el


señor Pinochet, las actitudes en realidad reflejaban movimientos subrepti-
cios, profundos, gruesos del inconsciente, en mi opinión del más nefasto
inconsciente colectivo chileno, con raíces en historias chilenas muy anti-
guas, de siglos atrás, también manifestadas en las crueles atrocidades que
en la historia de antes se produjeron en forma en apariencia entrecortada,
a través de represiones atroces, sobre todo respecto de los sindicatos y de
algunos partidos políticos desde principios de siglo.
Esa irracionalidad se concentró, formó una especie de nudo, nudo
ciego, el día del Golpe de Estado, y el centro de este entrecruzamiento de
colas de ratones —estoy usando una metáfora que no es tal, porque es algo
que ocurre, hay un fenómeno que se llama el del rey de los ratones, el que
es puesto al medio de un círculo grande, grueso, de numerosos ratones,
entrelazadas las colas de todos, para proteger al rey de los ratones que está
al centro de este círculo —el señor Pinochet pasó a ser eso, y lo es hasta
ahora. Ese es un fenómeno subterráneo de la psique colectiva, concretada
en la persona del señor Pinochet, la psique no sólo individual, mientras
se está oníricamente soñando y actuando, también la psique que se mani-
fiesta en las conductas, las retorsiones de crueldad, de crímenes atroces.
Es el estallido del volcán, la erupción del inconsciente, de la irracionalidad
chilena. De modo que esto tiene esa historia, y nunca el país, ¡nunca!, desde
cuando tiene nombre en el siglo XVI, había visto un fenómeno de irra-
cionalidad colectiva concretada en una persona como la que vemos ahora
en Chile carnalizada en el señor Pinochet. Ahora, eso mismo hace, en ese
entrecruzamiento de las colas de los ratones, tan estrecho y tan difícil de
desentrañar, que el señor Pinochet como persona física represente algo que

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excede con mucho al individuo Augusto Pinochet Ugarte. Es un arquetipo,
en el sentido de los viejos, primitivos arquetipos que describió el psiquiatra
Jung en Suiza. Supongo que no me acusarán de psicologismos. La vejez
enseña a discernir lo de detrás; y ha permitido leer sobre estas cosas”7.

El nudo ciego Pinochet, tan difícil de desentrañar, como no sea con el


auxilio de la gnosis arcaica y de la lógica del arquetipo, de los oscuros mo-
vimientos de una psique colectiva, es figurado por el poeta Armando Uribe
con la repulsiva imagen del “rey de los ratones”. Ahora comprendemos
con más claridad que cuando el poeta habla de estallido, está refiriéndose
ante todo al “estallido del volcán”, a la erupción descomedida de lo irra-
cional. El día del Golpe, precisa, y desde ese día el resto de los días, vio
la mutación del general Augusto Pinochet en Pinochet rey de los ratones,
emisario y encarnación de las potencias de la violencia represiva de la clase
dominante (latifundista, terrateniente, oligarca, empresarial…). Todos los
días contando desde el día aquél, el imperio de la fuerza y de los actos
sanguinarios acometió sobre la República sin ningún contrapeso.

Lo que tiene de revelador el accidente Pinochet del período 1998-2000,


a juicio de Armando Uribe, es que la Transición iniciada en marzo de
1990 sólo había de ser una dictadura imperfecta, un juego de manos y de
argucias semánticas y de amenazas veladas o no tanto. El “accidente” o
“proto-estallido fascista” que puso en aprietos al gobierno de Frei Ruiz-
Tagle, derivó en una rápida e infortunada concesión a la derecha: expuso
la herida abierta que era la Transición pactada; hizo ver que el ciclo de la
dictadura estaba lejos, muy lejos de acabarse. Más lejos de lo que todos,
incluidos los escépticos demócratas que miraban con desolación el paso de
los años ´90 en una vorágine de consumo, impunidad y olvido, hubiesen
creído en realidad.

¿Pudo ser, el estallido de 2019, por fin algo totalmente distinto a las
erupciones de la irracionalidad de corte fascista? Si el Golpe de 1973 y el
proto-estallido de 1998 resultaron, como propuso Uribe en su minuto, no
sólo en el asalto criminal y depredador al Estado legítimo y a la vida de

7 Armando Uribe y Miguel Vicuña, op.cit., p.73-74.

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chilenas y chilenos, sino en el triunfo del miedo, de la ignorancia y la ob-
cecación, de la hipocresía y la desvergüenza, ¿cómo enfrentarnos a lo que
vendrá, esta vez? ¿Será que las huestes ultraconservadoras de esta hora,
traen muchas más colas de ratones para sumar a la inexpugnabilidad del
rey? ¿Será que la irracionalidad colectiva apuntada por el poeta Armando
Uribe halló, poco a poco, cómo vestirse a sus anchas y tomarse el sentido
común? Si Chile alguna vez fue distinto —y poco importa, en realidad,
cuán distinto fue—, ¿podrá serlo aún, en nombre de una justicia social ple-
na en la que volvimos a creer, conectando con la memoria profunda de
Allende y del proyecto de la UP, hace apenas tres o cuatro años, en esos
meses entre 2019 y 2020 en que parecía que Pinochet, nudo ciego y rey de
los ratones, cuerpo sacro de una Transición que nos sigue persiguiendo, se
volvía finalmente una imagen borrosa, enterrada para siempre?

Armando Uribe, es sabido, distaba de proyectar una imagen optimista


entre sus compatriotas, todo lo contrario. Pero, al cierre de esta breve refle-
xión conmemorativa, me permitiré arrimarme, en su nombre y con respeto,
a un sentimiento colectivo. Circula, entre los muchos Reels de Instagram, un
fragmento de la entrevista que Uribe concediera al programa Plaza Italia,
del canal Rock & Pop, conducido por Marcelo Comparini, probablemente
hacia 1999. En un momento, Comparini formula una pregunta que, en el
contexto de la Transición democrática, tenía toda lógica: “Don Armando,
¿no se siente un poco solo en esta sociedad, donde al parecer, la mayoría
tiende a guardar un poco de silencio?”. Es conocida la sentenciosa respues-
ta de Armando Uribe: “- Mire, yo estoy con las decenas de miles de personas
que fueron torturadas, con los muchos miles que estuvieron detenidos, con los
cientos de miles que fueron desterrados y creo que con muchos más también, que
por jóvenes o por otros motivos semejantes, no sufrieron ellos o sus familias, o sus
amigos, esos fenómenos. Yo estoy con muchos, ¡no estoy solo!”.

Esas muchedumbres de las que el poeta se reclama, esos miles, muchos


miles y cientos de miles, que siguen siendo, todavía hoy, de una manera
u otra, reducidos y apartados por el sofisma de la estabilidad, forman, tam-
bién, el reclamo de una esperanza. Escuchar y leer a Armando Uribe en
2023, habiendo transcurrido cincuenta años del derrocamiento de Salvador
Allende y veinticinco del “accidente Pinochet”, sigue siendo faena nece-

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saria, imperativa. Uribe nos exige pensar e intuir, con los saberes arcanos
y con la inteligencia analítica e histórica, lo que está ocurriendo en torno a
nosotros, en un mundo sostenidamente más automatizado y enamorado
de sí mismo hasta la náusea. Y en especial, nos sigue forzando a detectar
qué clase de monstruos emergen, cuando todos, en apariencia, prefieren
guardar un poco de silencio.


Rodrigo Zúñiga Contreras (Santiago, 1974)
Escritor y poeta, Doctor en Filosofía por la Universidad de Chile. Como
académico del Departamento de Teoría de las Artes en la misma uni-
versidad, ha publicado numerosos ensayos y artículos sobre filosofía,
artes visuales, fotografía, música y estética contemporánea, tanto en
Chile como en el extranjero. Entre otros, ha publicado los libros La
demarcación de los cuerpos. Tres textos sobre arte y biopolítica (2008), La
extensión fotográfica (2013), Ultra-peau. Au-delà de la dermatologie photo-
graphique (2017), Un príncipe en el exilio. Las ideas estéticas de Adolfo Couve
(2022). Entre su obra literaria, destacan títulos como Mazinger y otros
poemas (2019) y Ovnis sobre Santiago! (2021).

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