Tema 6. - El Consentimiento, La Causa y La Forma Del Contrato

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE GUINEA ECUATORIAL

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS POLITICAS


DEPARTAMENTO DE CIENCIAS JURIDICAS

AREA DE CONOCIMIENTO: DERECHO CIVIL (OBLIGACIONES Y


CONTRATOS)
PRIMER CURSO, SEGUNDO SEMESTRE.
PROFESOR: EUGENIO NZE OBIANG, Licenciado en Derecho.

CONTENIDOS:
TEMA 1.- LA OBLIGACION: CONCEPTO Y FUENTE.
TEMA 2.- CLASES DE OBLIGACIONES.
TEMA 3.- EL CUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACION.
TEMA 4.- EL INCUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACION.
TEMA 5.- EL CONSENTIMIENTO, LA CAUSA Y LA FORMA DEL CONTRATO.
TEMA 6.- LOS NEGOCIOS JURIDICOS ANOMALOS.
TEMA 7.- EL CONTRATO.
TEMA 8.- LA FORMACION DEL CONTRATO Y LA CONTRATACION POR
MEDIO DE CONDICIONES GENERALES.
TEMA 9.- LA INTERPRETACION, LA EFICACIA Y LA INEFICACIA.
TEMA 10.- EL CONTRATO DE COMPRA VENTA, PERMUTA.
TEMA 11.- LOS CONTRATOS DE DONACION Y EL CONTRATO DE
ADHESION.
TEMA 12.- EL CONTRATO DE ARRENDAMIENTO.
TEMA 13.- CONTRATO DE DEPOSITO.
TEMA 14.- EL CONTRATO DE MANDATO Y EL COMODATO.
15.- CONTRATO DE PRESTAMO Y CONTRATO DE FIANZA.
16.- LA RESPONSABILIDAD CIVIL Y EXTRA CONTRACTUAL.

PRESENTACION.
La asignatura del derecho civil, que se imparte en primer curso de Grado en
Derecho, en este segundo semestre, en ella se estudia gran parte de
Derecho Civil Patrimonial, que es aquella parte del Derecho Civil que
comprende las normas e instituciones atraves de las cuales se realizan y
ordenan las actividades económicas del hombre, por lo que su
transcendencia es enorme en la realidad práctica. Su contenido se ha
estructurado en tres grandes módulos: (I) La teoría general de la obligación
civil, dentro de cuyo contenido, se trata de relación jurídica a través de la
cual, las personas se vinculan jurídicamente unas con otras,
desarrollándose así el tráfico jurídico. (II) Los contratos y diferentes tipos
contractuales. Y por último (III) la responsabilidad civil extracontractual,
fuente de importantes obligaciones civiles derivadas de la lesión antijurídica
y culpable de derechos subjetivos ajenos.
Tradicionalmente, el Derecho Civil es la rama del derecho privado las
principales relaciones civiles de las personas, el estado civil de las mismas,
las relaciones familiares, la propiedad y los demás derechos reales, las
sucesiones, y las obligaciones y contratos rama esencial de esta materia.
El criterio de la distinción entre el Derecho Público y Privado, se sostiene
desde la base en que la teoría más antigua fundada en textos de derecho
romano, contempla en cada ordenamiento una utilidad diferente: la del
Estado en el Derecho Público, y la del individuo en el privado. Pero la norma
jurídica sirve a veces, juntamente con el público, a intereses privados, y
todo el derecho se formula en interés público, de modo que este criterio de
la utilidad es muy impreciso.
Otros piensan que las normas de Derecho Público son imperativas,
obligatorias, mientras las de Derecho Privado pueden ser derogadas por
voluntad de los individuos afectados por ellas (Derecho dispositivo), en el
sentido de que puedan, si quieren, dejar de aplicarlas. Pero este criterio no
conduce a ninguna distinción útil, pues en Derecho Civil y Mercantil
(considerados unánimemente como Derecho Privad) hay muchas reglas de
las llamadas “de derecho necesario”, irrenunciables que serían
reconducidas al Derecho Público, y no deja de haber algunas normas
dispositivitas en el Derecho Político y el Administrativo (considerados
unánimemente como Derecho Público).
THON distingue según la acción que concede la norma, sea pública o
privada, mas también hay normas de Derecho Público cuya violación es solo
perseguible a instancias de parte, y al contrario en el Derecho Privado.
Según la teoría más aceptada, el Derecho Privado regula relaciones entre
sujetos que se encuentran en una posición jurídica equivalente, en un plano
de igualdad (relaciones de particulares entre sí, o bien relaciones de un
particular con un ente público, si este actúa en un plano de igualdad: por
ejemplo, para alquilar un local). El Derecho Público, en cambio, se ocupa de
las relaciones en las que interviene el Estado en cuanto portador de la
potestad suprema o soberanía, revestido de imperio.

CONTENIDOS:

TEMA 6.- EL CONSENTIMIENTO, LA CAUSA Y LA FORMA DEL CONTRATO.


I.- CONSENTIMIENTO O CAPACIDAD.
El art. 1.261 del CC., con el que se abre el capítulo del Código Civil que trata
de los requisitos esenciales para la validez de los contratos, declara que no
hay contrato sino cuando concurren los siguientes requisitos: 1º,
consentimiento de los contratantes. 2º, objeto cierto que sea materia del
contrato. 3º, causa de la obligación que se establezca.
Según el art., 1.263, no pueden prestar consentimiento: 1º, los menores no
emancipados. 2º, los incapacitados.
Cuando la Ley niega a los menores la capacidad para contratar intenta, sin
duda, protegerlos de la posibilidad de que, como consecuencia de su
debilidad de juicio o de su inexperiencia, los contratos en que intervengan
degeneren como dice GARCIA GOYENA, de bilaterales en unilaterales, ante
la eventualidad de que el otro contratante capte la voluntad del menor.
Pero no supone ello que todos los menores sean naturalmente incapaces
de prestar consentimiento. Por ello el art., 1.263-1º, establecido para
proteger al menor, no comporta que los contratos llevados a cabo por el
menor de edad sean completamente nulos, ya que solo pueden ser objeto
de anulación a petición de las personas legitimas para ello, su representante
o el propio menor cuando alcanza la mayoría de edad, alegando al
interponer la acción impugnatoria correspondiente la menor edad en el
momento de contratar art., 1.301.
A.- Vicios de la voluntad o consentimiento
1.- El error.
Según el art., 1.265, será nulo el consentimiento prestado por error,
violencia, intimidación o dolo.
Veamos primero lo relativo al error.
a) Error obstativo y error vicio del consentimiento. Puede ocurrir que uno o
ambos contratantes se equivoquen al hacer una declaración que no se
corresponde con lo que quieren (el llamado lapsus linguae, o lapsus calami),
como si un declarante piensa poner 100 y, por desconocimiento del idioma
o por otra circunstancia, escribe 100 mil; o bien uno desea dar en arriendo
la finca por la cantidad de 50.000 FCFA semanal, y escribe que la ofrece en
venta por ese importe. A este tipo de error, que lógicamente debe hacer
completamente nulo el contrato, se le llama error obstativo, porque impide
que el que yerra manifieste o exteriorice lo que verdaderamente quiere.
b) Requisitos del error. El error, para que pueda dar lugar a la impugnación
del contrato, ha de poder ser reconocido por la otra parte contratante
usando de una diligencia normal, pues si no puede reconocerlo el
contratante, no cabe destruir la expectativa de este en orden a la validez y
eficacia del contrato.
c) Ámbito de relevancia del error. Sobre todo el error, para que dé lugar a
la invalidación del contrato, ha de ser sustancial: ha de recaer dice el art.
1.266 sobre la sustancia de la cosa que fuere objeto del contrato o sobre
aquellas condiciones de la misma que principalmente hubieren dado
motivo a celebrarlo o bien sobre la persona, cuando la consideración a ella
hubiere sido causa principal del mismo.
La jurisprudencia ha tenido múltiples ocasiones de señalar la existencia del
error como vicio del consentimiento por defectuosa representación de las
cualidades materiales o jurídicas de las cosas sobre las que recaía una
estipulación, o bien de su regulación legal. Ejemplo, el que un coche se
comprase como nuevo siendo en realidad usado; o el que una finca vendida
se comprase como propia del vendedor cuando en realidad era ajena; o que
una parte de la finca comprada en contemplación de su integridad estuviera
sujeta a expropiación forzosa.
Del ámbito del error como vicio del consentimiento queda excluido
expresamente de error de cálculo, pues como dice el art. 1.266, el simple
error de cuenta solo da lugar a su corrección. También es irrelevante el
mero error en los motivos: el que uno sufre cuando, por ejemplo, uno
alquila un disfraz para asistir a la fiesta que ignora que ha sido suspendida,
o cuando compra una vivienda en la ciudad en la que siendo funcionario,
cree erróneamente que ha sido trasladado.
2.- El dolo.
El error que mueve a una de las partes a contratar puede ser espontaneo o
provocado maliciosamente por el engaño del otro contratante.
a) La conducta artificiosa. Dentro de las palabras o maquinaciones a que
se refiere el Código pueden englobarse todas las acciones mediante las
cuales se puede lograr el objetivo de captar la voluntad del otro
contratante y también la abstención, es decir, aquella conducta que
consiste en no sacar al otro contratante del error que ya padece antes
de contratar. Así mismo, la reticencia, esto es, las medias palabras o las
informaciones imprecisas o incompletas, podrán también considerarse
en ocasiones como maquinaciones dolosas, y desde luego, lo son en
todos aquellos casos que exista, impuesto por la buena fe, un especial
deber de información fidedigna por parte de los contratantes en orden
a la determinación de los extremos básicos del contenido contractual:
pensemos por ejemplo, en la información que el asegurado debe
proporcionar al asegurador al objeto de poder establecer
adecuadamente la prima y la eventual indemnización .
Cada vez son más abundantes las normas que imponen al empresario la
obligación de informar al consumidor sobre las características de los
bienes y servicios puestos en el mercado. Se habla de “dolo omisivo”
cuando un contratante no ha informado a otro de hechos o
circunstancias que, conocidas por él, le hubiera llevado a no celebrar el
contrato.
b) El ánimo de engañar. Las palabras o maquinaciones que configuran el
elemento objetivo del dolo tienen que ser empleadas maliciosamente,
con intención de engañar, sin que puedan equipararse a ellas las
alabanzas excesivas de la mercancía propias de los comerciantes (dolus
bonus), y en general aquella conducta que se ajusta a la práctica
negocial corriente.
c) Requisitos. Como dice el art. 1.270 del CC., para que el dolo produzca la
nulidad de los contratos deberá ser grave y no haber sido empleado por
las dos partes contratantes. Además, el dolo ha de ser determinante,
esto es, ha de conseguir provocar un error en la otra parte de una
entidad tal que decida efectivamente su consentimiento o, como dice
el art. 1.269, que la induzca a celebrar un contrato que, sin las palabras
o maquinaciones insidiosas, no hubiera hecho. En cambio el, el dolo
incidental solo obliga al que lo empleó a indemnizar daños y perjuicios
art. 1.270, 2.
3.- Violencia o intimidación.
La voluntad contractual puede ser deformada no solo por el error, que se
refiere a la consciencia, sino también por el miedo, que afecta a la libertad.
Ahora bien, el ordenamiento no da relevancia a cualquier temor como vicio
del consentimiento invalidante del contrato, sino solamente a aquel que
reúne ciertas características que componen la figura legal de la
intimidación, categoría que tiene, como el dolo, un claro carácter de
ilicitud.
Según determina el Código Civil en el art. 1.267, 2, hay intimidación cuando
para conseguir su consentimiento contractual, según se desprende del
contexto del precepto se inspira a uno de los contratantes el temor racional
y fundado de sufrir un mal inminente y grave en su persona o bienes, o en
la persona o bienes de su cónyuge, descendientes o ascendientes.
La amenaza puede provenir tanto del otro contratante como de una
tercera persona, disponiendo el Código a este respecto, en el art. 1.268,
que la violencia o intimidación anularan la obligación, aunque se hayan
empleado por un tercero que no intervenga en el contrato. No se considera
técnicamente intimidación el miedo generalizado que es consecuencia de
una situación bélica o de subversión social.
En nuestro sistema son requisitos para que la intimidación pueda dar lugar
a la anulación del contrato que la amenaza sea considerable, que consista
en un mal inminente y grave de carácter antijurídico y que la coacción
inspire en quien la sufre un temor racional y fundado que le determine a
contratar.
a) Para que la amenaza provoque el miedo ha de ser de una entidad tal
que pueda hacer razonablemente mella en el contratante que la sufre,
de manera que su intensidad sea suficiente para arrancar el
consentimiento. Una amenaza intranscendente, pueril o hecha en
broma no reunirá las características considerable, si bien para calificar
la intimidación debe atenderse a la edad y a la condición de la persona
art. 1.267-3.
b) La amenaza ha de ser antijurídica, y por tanto no puede entrañar un mal
que sirva para amenazar el ejercicio legítimo de un derecho, como seria,
por ejemplo, provocar un procedimiento judicial justificado.
II.- OBJETO Y CAUSA DEL CONTRATO.
A.- El objeto.
Según el art. 1.261 CC., no hay contrato sino cuando concurren los
requisitos siguientes: 2º objeto cierto que sea materia del contrato.
Sin embargo, los autores, y sobre todo la jurisprudencia, refieren el objeto
de los negocios patrimoniales al de las prestaciones que constituyen su
contenido: en una venta se consideran como objeto la cosa vendida y el
precio, pese a que, en realidad, son el objeto de las prestaciones debidas,
respectivamente, por vendedor y comprador: no, propiamente, del
contrato.
Según el art. 1.272 no podrán ser objeto de contrato las cosas o servicios
imposibles: aquellas que no pueden llegar a existir o no pueden alcanzarse
por nadie. Y conforme al 1.273 el objeto de todo contrato debe ser una cosa
determinada en cuanto a su especie. La indeterminación en la cantidad no
será obstáculo para la existencia del contrato, siempre que sea posible
determinarla sin necesidad de nuevo convenio entre los contratantes.
A.- Causa.
Entre los requisitos del contrato, el art. 1.261 enumera, además del
consentimiento y del objeto, el de la causa: “causa de la obligación que se
establezca”.
El requisito de la causa, entonces, debemos entenderse como una exigencia
de que la obligación asumida por contrato esté justificada, es decir, que en
la intención de las partes la promesa se haya hecho, bien a cambio de algo,
bien con ánimo liberal, con intención de donar sin recibir nada a cambio.
Recordemos cómo, según el art. 609 CC., la propiedad y los demás derechos
sobre las cosas se adquieren por consecuencia de ciertos contratos
mediante tradición. Por ejemplo, cuando yo compro un paquete de
cigarrillos, me hago dueño de él por compra: el contrato de compra es la
causa de mi adquisición de la propiedad del paquete.
1.- La causa en los contratos gratuitos.
Las atribuciones que se hacen gratis, sin correspectivo, tienen como causa
justificativa, según dice el final del art. 1.274 “la mera liberación del
bienhechor”. Este se obliga a prestar o realiza la entrega sabiendo que no
va ser correspondido.
2.- Los contratos onerosos.
En los contratos onerosos cada promesa o prestación viene correspondida,
contrabalanceada por otra: por ejemplo, en la venta, la cosa que se obliga
a entregar el vendedor por el precio que habrá de pagar el comprador. Cada
parte está dotada de una exigencia y gravada con un deber recíprocos; cada
relación se establece sirviendo de causa a la otra, de modo que ambas
partes son, a la par, deudor y acreedor, y por un motivo idéntico: la
prestación de un contratante se quiere por el otro como equivalente de la
que él realiza.
3.- L excepción de contrato no cumplido.
Conforme al art. 1.100, final, en las obligaciones reciprocas ninguno de los
obligados incurre en mora si el otro no cumple o no se allana a cumplir
debidamente lo que le incumbe. Desde que uno de los obligados cumple su
obligación, empieza la mora para el otro.
Del citado precepto (también, en general, del art. 1.124, y en casos
concretos de los 1.466 y ss., y 1.303) se desprende que nadie está obligado
a cumplir, mientras no cumpla su contratante, salvo que del contrato se
deduzca la obligación de uno de realizar antes su prestación. Salvo esto, el
contratante a quien se pide el pago por la parte que tampoco ha pagado
podrá alegar esta circunstancia (inejecución) para negarse a cumplir él
primero; o bien, si el contrato le fuerza a iniciar primero el cumplimiento,
puede suspenderlo tan pronto como comience el incumplimiento de la otra
parte. Por ejemplo: una empresa constructora se obliga a edificar un bloque
de viviendas, a pagar por certificaciones mensuales de obra realizada. Es
evidente que la constructora habrá de iniciar ella primero su labor, pero si,
vencido el plazo para el pago de la primera certificación de obra, no la ha
cobrado, podrá suspender los trabajos hasta que perciba su importe.
4.- La resolución por incumplimiento.
Además, los mismos motivos de equidad que fundamentan la excepción de
contrato no cumplido, han impulsado al legislador a establecer que la
facultad de resolver las obligaciones se entiende implícita en las reciprocas
(pero solo en las verdaderamente reciprocas) para el caso de que uno de
los obligados no cumpliere lo que le incumbe art., 1.124-1º. O lo que es lo
mismo: negándose una de las partes a cumplir su obligación en un contrato
sinalagmático, la otra parte puede denunciar ese contrato dejándolo sin
efecto. Si se trata, por ejemplo, de la compra de una máquina, el vendedor
que la entregó, y a quien no se le paga el precio, puede pedir la resolución
del contrato y recuperar la cosa entregada. Si no tenía obligación de
entregarla hasta recibir el precio, la resolución le libera definitivamente de
realizar la entrega.
El CC., formula esto como si funcionase un pacto, implícito en todo
contrato, facultando a cada parte para resolver, en caso de incumplimiento
de la contraria. Bien entendido que se trata de una simple facultad: no es
que el incumplimiento culpable de una de las partes resuelva el contrato,
sino que, como dice el art., 1.124-2º, el perjudicado podrá escoger entre
exigir el cumplimiento o la resolución de la obligación, con el resarcimiento
de daños y abono de intereses en ambos casos: es la declaración de
voluntad de querer liberarse, hecha por la parte perjudicada y que ya
cumplió cuanto debía o se comportó con diligencia y buena fe, la que
extingue simultáneamente las obligaciones principales o deshace los
efectos de su cumplimiento, quedando solo el deber de indemnizar en su
caso. Dicha declaración puede consistir en una demanda judicial, o bien
hacerse extrajudicialmente, comunicando a la parte morosa la voluntad de
resolver.
Para que proceda la resolución, la resistencia del obligado a cumplir ha de
ser comprobada, real y considerable. En supuestos en los que todavía es
posible cumplir, dicen numerosas sentencias que, para resolver, ha de
tratarse de verdadero y propio incumplimiento; de una voluntad
deliberadamente rebelde a la ejecución de lo pactado; de modo que ni el
mero retraso, ni infracciones contractuales mínimas y poco significativas,
valen a tal efecto.
La jurisprudencia entiende, con razón, que para dar lugar a la resolución del
art. 1.124 el incumplimiento ha de ser culpable, es decir, por causas
imputables al deudor.
III.- LA FORMA DEL CONTRATO.
Cualquier negocio jurídico y, en general, cualquier declaración de voluntad,
únicamente es relevante para el Derecho a partir del momento en que tiene
una suficiente exteriorización: en que transciende a la realidad social. En
este sentido cualquier negocio tiene una forma, consistente en actos u
omisiones externos expresivos de una voluntad: las palabras, el documento
escrito, las señas (el que para un taxi), los actos concluyentes que hacen
presumir determinada voluntad, e incluso el silencio de la parte que pudo
y debió hablar.
Debemos tener en cuenta que, en principio, en el Derecho del CC., no se
exige una forma determinada a los contratos: la regla general es la libertad
de expresión. Según el art. 1.258 los contratos se perfeccionan por el mero
consentimiento, y con arreglo al 1.278 los contratos serán obligatorios,
cualquiera que sea la forma en que se hayan celebrado, siempre que en
ellos concurran las condiciones esenciales para su validez, esto es, como
especifica el siguiente art. 1.279, desde que hubiese intervenido el
consentimiento y demás requisitos necesarios para su validez. A través de
estas reglas, el Código ha continuado la línea del Derecho tradicional
español que, reaccionando contra la rigidez formalista y ritual característica
de los ordenamientos antiguos, proclamó en el ordenamiento de Alcalá de
1.348 el principio de la libertad de forma y de la primacía del
consentimiento en la contratación. Este principio se extiende a aquellas
declaraciones de voluntad unilaterales que no tengan señalada una forma
especial por Ley.

PROF. E. NZE OBIANG.

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