Artículo de La Guerra

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Reconceptualizando la relación entre tecnología, instituciones y guerra

Alfredo-Leandro Ocón y Aureliano da Ponte

análisis histórico conceptual que indaga sobre la interacción entre la tecnología y las
instituciones, así como su impacto en la forma de hacer la guerra, a fin de distinguir las
condiciones estructurales de aquellas contingentes

La hipótesis planteada es que las convenciones y la tecnología son dimensiones estructurantes


en cuanto a las opciones estratégicas de los actores al momento del choque de intereses.
Como resultado, se evidencian factores que hacen novedosa la praxis de la guerra, pero en
esencia se mantienen rasgos distintivos permanentes, más allá de la coyuntura histórica.

El tradicional panorama signado por conflictos armados interestatales, instrumentados a través


de instituciones militares, ha sido alterado por el incremento cuantitativo de contiendas de
dificultosa categorización, dada la variedad cualitativa de actores involucrados.

Diferentes propuestas de denominación post Guerra Fría: nuevas guerras, conflictos de cuarta
(quinta, sexta, etc.) generación, ciberguerra, pequeñas guerras y/o guerras moleculares,
“guerra híbrida” (surgida en el marco de la llamada Segunda Guerra del Líbano).

Frank Hoffman, colocaron el foco de la hibridación en dos variables que operan de manera
autónoma, sin ser mutuamente excluyentes: la combinación entre modos simétricos y
asimétricos de ejercicio de la violencia; y entre protagonistas estatales y no estatales dentro de
un mismo bando en pugna. Elaboraciones ulteriores situaron la clave en la utilización de
medios militares de manera abierta o encubierta, con el empleo intensivo de los medios de
comunicación y el desarrollo de operaciones en el dominio cibernético. El empleo de la
violencia, en tanto elemento racional de política, se alejó de los cánones convencionales para
dar lugar a lo que actualmente se denomina “asimetría”

Los conflictos actuales son novedosos por: el rol de la tecnología, factor que ha modificado
profundamente su dinámica. Por otro lado, el tipo de actor involucrado y sus características
intrínsecas, insertas en un contexto determinado, ponen de manifiesto otra dimensión
relevante: la convencionalidad.

lo que cambia es la forma de hacer la guerra. La convencionalidad comenzó a ser una variable
prioritaria en los estudios contemporáneos.

1) Corriente holística: profundiza en su naturaleza y esencia, e identifica atributos generales


que trascienden la coyuntura histórica. Ejemplo de ello son autores clásicos como Sun Tzu, con
su obra El arte de la Guerra, y Carl von Clausewitz, con De la Guerra
2) entiende que el fenómeno se encuentra en constante cambio y responde exclusivamente a
una serie de peculiaridades histórico-coyunturales, es posible tipificarlo en función de los
climas de época y sus propias características. Esa racionalidad se sustenta en una amplia gama
de variables, desde “las causas de la guerra” hasta “los rasgos distintivos epocales”. Lo ilustran
las guerras napoleónicas, las guerras coloniales e incluso “las guerras del siglo XXI.
Mirada “teleológica” demarca la existencia de generaciones de conflictos cuyo
principal impulsor es la tecnología. Los principales exponentes de esa visión son
Lind et al: particularmente desde la Guerra de Vietnam y luego el atentado de las torres
gemelas, han puesto en perspectiva hasta qué punto la superioridad del instrumento (en
calidad y cantidad) conlleva la victoria militar o una mejor seguridad nacional
Van Creveld (1991).
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Objetivo del artículo: demostrar que una interacción histórica entre la tecnología y las
convenciones, que da forma ex post a la dinámica de cómo se hace la guerra. En todo caso, la
firma de convenciones, su respeto y la tecnología disponible son todas opciones estratégicas
de los actores a la hora de abordar un conflicto.

Guerra: significados, significantes y categorías:


Clausewitz “la guerra constituye un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al
adversario a acatar nuestra voluntad”
la literatura escrita en inglés diferencia conceptualmente la guerra, war, de cómo se hace o
práctica, warfare. Las traducciones de ambas palabras en español se reducen a una. Por
ejemplo, cuando se habla de guerras de 4ta generación, en realidad se alude a warfare y no a
war.
se pueden observar dos abordajes simultáneos en el estudio y la aproximación a la guerra: por
un lado, el que en esencia cree que se modifica y, por otro, el que sostiene que el principio
esencial se mantiene inmutable, a diferencia de sus manifestaciones.
La contradicción yace, pues, en una teleología conceptual que niega de alguna manera rasgos
generales de la guerra y, sin embargo, apela a establecer una categoría general a una serie de
conflictos contemporáneos al momento de la observación.
si la guerra cambia y la forma de entenderla también, podemos estar frente a dos problemas
metodológicos: (a) estiramiento y malformación conceptual y/o (b) la noción de guerra ha
mutado sucesivamente, por lo que carece de esencia conceptual. Consecuentemente, no
existen características universales históricas.
la evidencia empírica histórica demuestra que diversos tipos de guerra convivieron en un
determinado período con otros, es decir, que pueden existir en paralelo.
Almang: los actores involucrados en una contienda reconocen la existencia de instituciones o
convenciones que, en muchos casos, optan por articular estrategias o tácticas estructuradas
con base en la vaguedad de los conceptos y las normativas, en los espacios ontológicos
intermedios entre las nociones de guerra y paz.
Si bien las “causas” de legitimidad que justifican una acción bélica pueden haber sido sujetos
de cambios históricos, cada coyuntura ha estado marcada por una serie de convenciones
(formales e informales) que los actores involucrados consienten, pero que pueden optar por
respetar o no. Con la existencia de las Naciones Unidas en la actualidad, el ius ad bellum es un
concepto inseparable de ius in bello, es decir, las motivaciones y las causas que conllevan una
guerra legítima o justa, que de forma simultánea son inseparables de cómo se debe practicar.
Esas convenciones e instituciones demarcan un “deber ser”. Por lo general no son respetadas
por los actores internacionales, tal es el caso del continuo avance ruso sobre territorio
ucraniano, sobre todo en Crimea, en el año 2014. Paradójicamente, el “retorno” de Crimea a
Rusia es, para los rusos, una legítima anexación de un territorio que sociopolíticamente es
considerado propio.
Sobre esto, Rosa Brooks (2016, 218) afirma que la guerra es cualquier cosa que los Estados
poderosos dicen que es.

El problema conceptual de la simetría y la convencionalidad:


La particularidad de muchos de los conflictos contemporáneos que mezclan una gran variedad
de actores en cuanto a naturaleza, herramientas y tácticas conlleva la tradicional rotulación de
“no convencional”. La adjetivación asume que existe tal cosa como la convencionalidad y, por
ende, todo aquello que se aparta de los parámetros por ella establecidos es “no convencional”.
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La convencionalidad moderna se encuentra fuertemente arraigada a la construcción de la


estatalidad y los acuerdos derivados de ese proceso. La construcción de nociones tales como
“asimetría”, “(no)convencional”, “fuerzas (ir)regulares” e incluso “guerras híbridas” surge no
solo de un saber convencional, sino de la estructura misma de la convencionalidad vigente,
instaurada sobre un conjunto de entendimientos, arreglos, leyes e instituciones internacionales
e intergubernamentales.
La convencionalidad de un conflicto yace en lo usos y costumbres “aceptados” por los actores
involucrados en la guerra, como resultado de tratados, acuerdos y leyes internacionales.
Establece cuestiones como el uso del uniforme, los instrumentos o las prácticas permitidas y
prohibidas, el rol de los combatientes y no combatientes, el tratamiento de prisioneros de
guerra, el empleo de cierto tipo de armamentos, etc. Estos puntos, entre tantos otros, se
encuentran regulados por arreglos que aspiran a establecer cómo debe practicarse la guerra,
con el fin de evitar daños innecesarios, víctimas inocentes o excesos moralmente condenables.
al observar conflictos violentos, se asocia la no convencionalidad con la asimetría.
Mirriam-Webster brinda una definición ambigua, puesto que reduce la asimetría en la guerra a
la diferencia entre el poder de fuego de dos fuerzas, que generalmente involucra el uso de
tácticas no convencionales por parte del más débil
En términos actuales, desde la perspectiva vietnamita, coincide con nociones tales como
guerra irrestricta o guerra total, en la que todos los medios y recursos disponibles son
movilizados con el fin de destruir al enemigo.

la simetría y la convencionalidad son dos categorías independientes.

el acto deliberado y estratégico de no cumplir las convenciones es, para muchos actores, una
opción estratégica con costos y beneficios.

La tecnología, la industria y la guerra


La infraestructura científica, tecnológica y productiva, habitualmente identificada como base
industrial y tecnológica –no solo de defensa– es aquella que permite explicar la capacidad de
autonomía, desarrollo y poder instrumental de las fuerzas militares y/o de seguridad (Ocón y
da Ponte 2016). Este es uno de los principales ejes de asimetría convencional, es decir, ceteris
paribus: en un escenario con dos fuerzas que se enfrentan militarmente, ganaría la más
“poderosa”. Los sucesos transcurridos a partir del año 2001, en particular los atentados a las
torres gemelas pusieron de manifiesto la debilidad de dicho pensamiento paradigmático. La
fuerza más poderosa del planeta, en aquel entonces Estados Unidos, fue atacada en su propio
territorio por una fuerza no estatal con dispositivos técnicos no militares –aviones
comerciales–. Esa circunstancia revela lo que Max Boot (2006) ha denominado “paradoja de la
tecnología militar”. parece poco convincente comprender las asimetrías contemporáneas en
cuanto al poder duro de las naciones, en función de la comparación exclusiva de su
instrumento militar. El activo diferencial es el constante desarrollo de nuevas capacidades.
La RAM no es otra cosa que esa capacidad: la carrera constante por mantenerse en la
vanguardia de la tecnología de aplicación para la guerra.
más allá de las capacidades tácticas y la creatividad de los comandantes en el campo de
batalla, el choque de voluntades en la guerra pone de manifiesto una estructura anterior al
momento del conflicto: las capacidades adquiridas hasta entonces. Todo instrumento, técnica y
aprendizaje depende en gran medida de un proceso de mediano y largo plazo, que demuestra
su nivel de efectividad en el teatro de operaciones. La asimetría, desde el punto de vista
convencional, revela una racionalidad contundente: ante el choque de voluntades, quien posee
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mayor poder de fuego y la infraestructura tecnológica-industrial más desarrollada posee más


poder y, por ende, es más proclive a imponer su voluntad.
De allí surge la asimetría no convencional. Si la voluntad de pelea se mantiene a pesar de la
asimetría científica-tecnológica-productiva, la opción estratégica de los débiles es recurrir a
tácticas e instrumentos no convencionales o que atentan contra los mandatos institucionales
existentes: objetivos civiles con repercusión mediática, bombas caseras (artefactos explosivos
improvisados), bombas sucias, robo de material químico o bacteriológico, etc.
Eso está lejos de implicar que los más poderosos no recurran a mecanismos no convencionales.
La simetría puede generar como opción estratégica recurrir a la no convencionalidad, sobre
todo cuando las convenciones vigentes fomentan el statu quo y uno de los actores busca
romper dicho equilibrio.
ausencia de convencionalidad, como resultado de la innovación: bomba atómica, drones y
ciberespacio.
El desarrollo tecnológico y militar no es una variable explicativa del resultado final de un
conflicto o una guerra, tal como lo demuestra Arreguín-Toft (2001). En cambio, lo que sí
permite explicar la estructura científica-tecnológica y la base industrial de los actores es cuál es
su capacidad inicial, en un escenario con determinadas convenciones. De ahí que la existencia
de múltiples tratados en contra del empleo de armas de destrucción masiva se constituyera en
mera formalidad, en virtud de su utilización por Estados con capacidad de fabricarlos. Las
alternativas del actor “asimétrico” para equilibrar la balanza son: la adquisición de alta
tecnología militar (armas de destrucción masiva, etc.) o el uso de baja tecnología (dispositivos
improvisados, etc.).

La relación entre tecnología y convencionalidad: aceptación, innovación y/o transgresión


Resulta evidente la relación entre convencionalidad y tecnología, pues en los supuestos antes
referidos existen tres opciones factibles: (a) la aceptación de las convenciones, con la
utilización de medios existentes, (b) el desarrollo de nuevas tecnologías, que permita superar la
convencionalidad, a partir de la adquisición de dispositivos y/o sistemas que carecen de
regulación institucional y/o (c) el uso de tecnologías no convencionales, con lo cual se
transgrede el sistema normativo vigente.
En la actualidad, el concepto de armas no convencionales se puede referir a dos tipos: armas
de destrucción masiva, encuadradas en las siglas NQBR o armas “improvisadas”, que son
objetos que no fueron concebidos originalmente para ser utilizados como armas, pero se
utilizan o se diseñan mecanismos para hacerlo. Por ejemplo, el uso de “armas” químicas, o
1675 firmado en Strasburgo el primer tratado moderno que prohíbe el uso de armas químicas.
Dicho documento es un antecesor en muchos aspectos de las Convenciones de la Haya (1899-
1907), respecto al uso de armas químicas. Convenciones que fueron violadas tanto por Francia
como Alemania en la PGM. Frente a los sucesos de la PGM, surgió la iniciativa de establecer
mayores regulaciones. En lo referido al control de armas, se estableció en 1925 el Protocolo de
Ginebra, también denominado “Protocolo sobre la prohibición del empleo en la guerra de
gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos”
Bomba atómica: después de la SGM se originó una dinámica inédita. Luego de su empleo que
se prohibió tanto su uso como su fabricación, para la inmensa mayoría de los países, a
excepción de las potencias. El Tratado de No Proliferación tuvo sus primeros firmantes en 1968,
mucho tiempo después de las bombas a Hiroshima y Nagasaki.
El uso de armas improvisadas y la aplicación de modus operandi del tipo “irregular” es el
resultado claro de dos procesos interrelacionados: la firma intensiva de tratados
internacionales dedicados al control de armas y la consolidación de las “industrias de defensa”
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en el mercado internacional (Anderson 1992). Proceso que aún persiste y continúa


ampliándose, tal como se advierte con el tratado de comercio de armas que entró en vigor en
el año 2014. El establecimiento normativo y convencional de líneas divisorias entre lo que es
“militar” y lo que es “civil” (aplicaciones, fabricación y usos permitidos y prohibidos de
determinados instrumentos) es lo que paulatinamente ha generado una línea imaginaria
institucional de “cómo debe practicarse la guerra”. Sobre todo, cuál instrumento es
convencional y cuál no.
Las armas no convencionales del tipo “improvisadas” son elementos juzgados a priori por su fin
al momento de la fabricación o venta, y no por su utilización como instrumento para el
ejercicio de la violencia. Bombas de tubo, bombas molotov, cuchillos improvisados (shiv), etc…
son algunos ejemplos de armas “caseras” o fabricadas con objetos adquiribles en cualquier
supermercado.
La no convencionalidad de armas caseras proviene de la regulación del derecho internacional
que separa lo militar de lo civil, y dota a determinado tipo de individuo (no a otros) del derecho
y la capacidad de portar y utilizar determinados tipos de armas. Esto, siempre y cuando la
utilización de las armas convencionales se haga de acuerdo con lo establecido también por ley.
existe una notable relación entre el poder de determinadas naciones y su capacidad de
establecer ciertas convenciones a su favor, dotando de capacidad estratégica a los que posean
mayor infraestructura, debido a su capacidad de sobresalir de las convenciones.
Se pueden observar dos formas de estar fuera de las convenciones: el camino de la innovación
y/o el camino de la transgresión. El primero consiste en superar las barreras con prácticas o
instrumentos novedosos, que no estén sujetos a regulación, debido a un descubrimiento o a la
creatividad de estrategas y decisores.
existe “guerra” (warfare) del tipo político. Esa figura conceptual, hoy traducida como
“conflictos de zona gris”, alude a aquellas formas en la cual la manifestación de la guerra es
elusiva en términos convencionales. Es claro que no existe una clara definición de la no
convencionalidad, pero sí existen acuerdos en cuanto a tácticas y estrategias de determinados
actores para mantenerse en los límites (y por fuera) de lo convencional, con el fin de tener
mayor ventaja.
Es importante considerar que, durante un mismo conflicto, la convencionalidad no suele variar,
ya que son reglas de juego establecidas a priori, pero en lo que sí es necesario centrar la
atención es en cómo los actores involucrados pueden y/u optan por salirse de la
convencionalidad en un momento dado. Puede ocurrir desde el principio del conflicto o
durante este. En definitiva, existe un paradigma de la convencionalidad contemporánea,
construido históricamente con base en la estatalidad y en una serie de hechos y procesos que
han ido siempre detrás de las innovaciones tecnológicas, intentando establecer patrones,
normas y prácticas aceptables a partir de una serie de preceptos éticos, morales e
instrumentales, que son sujetos de varianza histórica.
Lo interesante de los comportamientos de actores como Rusia en su conflicto con Ucrania,
desde el año 2014, tiene que ver con la forma en que un actor con más poder militar encontró
los mecanismos tecnológicos para vulnerar convenciones en espacios de vacío legal, utilizando
tácticas híbridas y combinando transgresión con innovación.
los actores “poderosos” son aquellos que pueden utilizar un mayor abanico de opciones, entre
ellas la innovación. Por el contrario, los actores “débiles”, en relación asimétrica, suelen recurrir
a mecanismos no convencionales.
la guerra como acto político por medios violentos implica tomar decisiones estratégicas con
respecto a la aceptación o no de las convenciones frente al escenario de conflicto, el respeto a
estas, la innovación en la tecnología militar y las maniobras que apelan al engaño, la acción
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psicosocial o la utilización de actos aberrantes como fin político-militar. Pertinente es apuntar


que esas decisiones no son, de ninguna forma, novedosas, sino que es factible encontrar
numerosos ejemplos históricos.
existen al menos dos formas de evadirse de la convencionalidad. La primera es por medio de la
innovación. La segunda, a través de la transgresión. Para el camino de la innovación, es
necesaria una base científico-tecnológica e industrial, que generalmente poseen los países más
desarrollados. Sin embargo, la transgresión no deja de ser una opción para este grupo de
países.
la llamada guerra híbrida, que implica la combinación de formas de hacer la guerra por medio
de maniobras e instrumentos convencionales y no convencionales, refiere a estratégicas y
tácticas en las cuales un actor está dispuesto a empeñarse, pese a los costos de sus
transgresiones.

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