Corrupcion en El Ministerio

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La Corrupción del Ministerio

Wenceslao Calvo (2007)


Quisiera con este artículo iniciar una serie sobre este devastador fenómeno que parece
ir en aumento, no con la intención de sentarme en el tribunal, porque ´el que piensa estar firme,
mire que no caiga´, sino a fin de de advertirme a mí mismo y al que leyere, para no caer en ello.

A tal fin haré uso de ocho casos representativos de corrupción ministerial descritos en las pá-
ginas de la Biblia, los cuales, aunque registrados hace dos mil y tres mil años, no parece que el
tiempo haya pasado por ellos, lo que nos muestra, por una parte, el realismo y la actualidad de la
Biblia, y por otra, la uniformidad de la naturaleza humana, sea la del segundo milenio antes de
Cristo o la del tercer milenio después de Cristo.

Los ocho casos que trataré son los siguientes:

• Corrupción por debilidad de carácter.

• Corrupción por ambición de poder.

• Corrupción por codicia material.

• Corrupción por inmoralidad sexual.

• Corrupción por contemporizar con los poderosos.

• Corrupción por apatía espiritual.

• Corrupción por relajamiento.

• Corrupción por conveniencia política.

Estos casos representativos nos muestran el amplio abanico de flancos y peligros a los que
estamos expuestos los que servimos a Dios. Y aquí no hay diferencia: tanto los novatos como los
veteranos en el ministerio, somos por igual blanco potencial de caer en uno o más de esos peligros.
De ahí que todos aquellos jóvenes que deseen consagrarse a ese servicio han de examinarse a sí
mismos, para que sus motivaciones sean rectas y no movidas por algún interés espurio. Y los que
llevamos tiempo hemos de tener sumo cuidado, no sea que comencemos a descansar en nuestra
propia capacidad o experiencia, en lugar de seguir dependiendo de Dios, y caigamos en aquello de
lo cual estamos advirtiendo a otros.
Las consecuencias de la corrupción ministerial se dejan sentir, por lo menos, en tres esferas:

1. La primera y más evidente es el derrumbe personal del individuo mismo, al convertirse en


una patente contradicción. Si su llamamiento y enseñanza van por un lado y su vida por otro, en-
tonces su autoridad queda por los suelos porque el testimonio, la viga maestra que debe sostenerla,
está carcomido.

2. La segunda, y consecuencia de la anterior, es el efecto destructor en los de su entorno.


Spurgeon hace esta acertada reflexión: ´Sucede con nosotros y nuestros oyentes, lo que con los re-
lojes de bolsillo y el reloj público: si el de nuestro propio uso anduviese mal, con excepción de su
respectivo dueño, pocos se engañarían por su causa; pero si el de un edificio público tenido como
cronómetro llegare a desarreglarse, una buena parte de su vecindario desatinaría en la medida
del tiempo. No es otra cosa lo que pasa con el ministro; él es el reloj de su congregación; muchos
regulan su tiempo por las indicaciones que él hace, y si fuere inexacto, cual más, cual menos, to-
dos se extraviarían, siendo él en gran manera responsable de los pecados a que haya dado oca-
sión.(1) En otras palabras, con la corrupción del ministro del evangelio sobreviene la confusión, el
desánimo y el escándalo en otros. No en vano está escrito: ´Hiere al pastor y serán dispersadas la
ovejas.´ (Zacarías 13:7).

3. Además de las ya de por sí gravísimas consecuencias mencionadas, hay una tercera que aña-
dir. La de dar ocasión a los enemigos del evangelio de blasfemar o denigrar a Dios, como le re-
prochó Natán a David: ´…con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor…´ (2 Samuel
12:14).

¡Qué temor y temblor debiera inspirar en nosotros la perspectiva de convertirnos en piedras de tro-
piezo!

No es extraño que ante ella, el mismísimo apóstol Pablo tomara todas las precauciones y medidas,
tal como el texto superior nos enseña.
Líderes débiles y sin convicciones

El primer caso representativo a examinar de corrupción ministerial es el de la debilidad de carácter


y está ejemplificado en Aarón, el hermano de Moisés. Las circunstancias que rodearon este caso
están explicadas en el libro del Éxodo capítulo 32, versículo 1.

`Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y
le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón
que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido.'

Y ante la presión de la masa, Aarón va a ceder y se va a convertir en ejecutor de la voluntad popu-


lar al fabricar un becerro de fundición como representación de Dios. Ahora bien, si el artífice de
esta aberración hubiera sido otro personaje que no fuera Aarón, hasta podría entenderse que se
hubiera hecho algo así. Pero él fue precisamente el hombre que, junto con su hermano Moisés, se
presentó ante Faraón, siendo testigo directo de la grandeza y la realidad de Dios y de la futilidad de
los dioses de Egipto. Fue por el toque de su vara que el Nilo, río sagrado para los egipcios, se con-
virtió en sangre y también por el toque de la misma que acontecieron las plagas de ranas y de pio-
jos. Él vio que la resistencia del hombre más poderoso de la tierra, Faraón, fue quebrantada por la
omnipotencia de Dios. Además, el recibió palabras directas de parte de Dios, como una y otra vez
repite el texto: `Habló el Señor a Moisés y a Aarón, diciendo…'
En resumidas cuentas, no estamos ante alguien que tiene una experiencia espiritual de segunda
mano o que ha conocido a Dios de oídas simplemente, sino que se trata de uno que tiene un
conocimiento directo, personal y sobrenatural de Dios. Por lo tanto, reúne todas las cualida-
des para ser un ministro suyo ante el pueblo.

Y sin embargo, este hombre, que se mantuvo firme delante de Faraón, no es capaz de hacer
lo mismo delante de su propio pueblo. Tal vez el hecho de tener a su lado a su hermano Moisés,
explicaría el porqué de su fortaleza ante el monarca egipcio, así como la ausencia de su hermano
explicaría su debilidad ante el pueblo hebreo. Y esto nos lleva a una importante conclusión: si la
firmeza de un ministro depende del apoyo horizontal que tenga, entonces hay motivos sobrados
para pensar que ante la falta de tal apoyo se vendrá abajo. Ningún ministerio que quiera ser fiel a
su llamamiento puede en última instancia basarse en el apoyo humano. Esto no quiere decir que el
apoyo horizontal es despreciable, porque hasta el mismo Jesús buscó la compañía de sus más ínti-
mos en sus horas de mayor angustia. Pero quiere decir que eso no puede ser nunca el factor deter-
minante.

La debilidad de carácter fue fatal en el caso de Aarón y es fatal en cualquier caso. Se trata de
agradar a la gente, lo cual en sí no es nada malo si no fuera porque al hacerlo se está desagradando
a Dios. Tal vez el ministro que así se conduzca se convierta en alguien muy popular momentánea-
mente; el problema es que tal popularidad será al precio de perder el favor de Dios. Lo paradójico
del caso es que el ministro que agrada a la gente, al final provoca la ruina de esa misma gente, co-
mo sucedió con Aarón, cuya acción fue causa de turbación y mortandad entre su pueblo.

Pero detrás de la debilidad de carácter de Aarón, se esconde otro tipo de debilidad, si cabe
todavía más grave: la debilidad de sus convicciones. En efecto, el hecho de fabricar un toro para
representar a Dios es toda una demostración de lo erráticas que eran sus convicciones espirituales.
El toro Apis era uno de los dioses en Egipto, teniendo un templo dedicado a su culto en la capital
de la nación, Menfis. Era el símbolo de la fuerza y la fertilidad. Era la manera en la que los paga-
nos, ignorantes de la naturaleza de Dios, pretendían personificarlo. Aarón había conocido esa ido-
latría en Egipto, porque al igual que sus paisanos había nacido y vivido en esa nación. Y ahora, en
el momento de la presión popular, echa mano de los grotescos conceptos paganos para representar
a Dios. Nótese que al hacer eso no está violando una cuestión secundaria sino una vital: la natura-
leza de Dios, la cual es irrepresentable, porque es espiritual e inefable. La representación de Dios
mediante categorías humanas es una degradación, porque se está desvirtuando su naturaleza. Es
una proyección de ideas humanas, una fabricación de la imaginación y la mente. Justo todo lo con-
trario a lo que es la realidad, donde el ser humano es una limitada y parcial representación de lo
que Dios es.

Pero al representar a Dios como el toro Apis, Aarón estaba siguiendo las corrientes en boga, lo que
en aquel tiempo estaba de moda. Es un intento de mezcla, de lo erróneo con lo verdadero, porque
al terminar la obra de fundición se proclama esto: `Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la
tierra de Egipto.' Es la acomodación de la fe al contexto cultural de aquel tiempo. Y de nuevo hay
que hacer aquí una distinción: una cosa es adaptar el envoltorio del mensaje para que sea más
comprensible a nuestros contemporáneos y otra es modificar el contenido del mensaje para que sea
del gusto de nuestros contemporáneos. Lo primero es deseable si queremos que el mensaje sea re-
levante a nuestra generación, lo segundo es prevaricación.

Debilidad de carácter y debilidad de convicciones son dos ingredientes que mutuamente se


retroalimentan. Es un cóctel que termina en el mal del propio ministro, pero también en el
del pueblo. En nuestros días, tal vez más que nunca, hacen falta ministros que tengan ideas claras,
basadas en la verdad, y fortaleza de carácter para sostenerlas en medio de la presión popular.
La corrupción del poder
`Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron:¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congre-
gación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está el Señor; ¿por qué, pues, os levantáis voso-
tros sobre la congregación del Señor?' (Números 16:3)

Durante la última etapa del siglo XIX y la primera del XX surgieron en Europa diversas es-
cuelas de psicología que trataban de explicar y erradicar los desórdenes mentales y emocio-
nales de las personas. De entre los proponentes de las muchas teorías que surgieron para cu-
rar tales desórdenes destacan tres nombres: Sigmund Freud (1856-1939), Carl Jung (1875-
1961) y Alfred Adler (1870-1937). A grandes rasgos, y con el riesgo de no hacer plena justicia
a sus planteamientos, se podrían resumir así: Para Freud la fuerza sexual, la libido, es un
componente decisivo en la vida personal y comunitaria, siendo su teoría uno de los motores
de cambio que produjo la revolución sexual hacia mediados del siglo XX. Para Jung el in-
consciente colectivo, con sus arquetipos o imágenes primordiales, sería el factor que condi-
cionaría al individuo ya desde su nacimiento. En cambio para Adler el elemento básico de-
trás de la motivación humana sería la superioridad, es decir, la búsqueda de autorrealiza-
ción, plenitud y perfección. Pero la obtención de esos ideales se puede frustrar por un com-
plejo de inferioridad, cuyo reverso es una lucha egocéntrica por el poder y el auto-
engrandecimiento incluso a expensas de otros.

Es decir, la ambición de poder sería la explicación, para Adler, de buena parte de los desórdenes
que hay en las personas y lo que convierte a este mundo en un campo de batalla permanente.

Si le concedemos crédito a la teoría de Adler, desde luego explicaría mucho del comportamiento
que vemos a diario en cualquier nivel de la vida humana. Ya sea en el ámbito laboral, donde solo
los más fuertes pueden aspirar a ocupar los puestos directivos en esa jungla que es la empresa mo-
derna, en el político, donde la batalla por llegar al poder y mantenerse en el mismo adquiere tintes
bélicos en los que casi cualquier arma es válida, o en el eclesiástico, donde tantas veces hay poca
diferencia con los dos campos anteriores. Ahora bien, si por algo se debería diferenciar la esfera
eclesiástica de la laboral o la política tendría que ser, precisamente, por su concepción, ascen-
so y administración del poder. Sin embargo, tristemente, la Historia de la Iglesia está jalona-
da por luchas mundanas e intrigas para conseguirlo, que la han convertido en un escenario de
refriegas y pendencias que la han acercado más a un saloon del Oeste que a un lugar de manse-
dumbre y paz. Hasta el punto de que una de las claves para comprender dicha Historia sería preci-
samente ésa: la ambición de poder de sus dirigentes.

Andar discutiendo sobre quién ocuparía los primeros puestos en el Reino, ya fue una tenden-
cia observable que Jesús hubo de corregir desde el principio. Pero lo que fue síntoma eviden-
te en aquellos seguidores de la primera generación, vuelve una y otra vez a surgir en cada
generación, aunque de forma cada vez más acentuada. El caso de Juan es ilustrativo de esta
reiterativa sed de poder que va in crescendo en cada generación; mientras que él en un momento
dado solicitó al Maestro tener un sitio prominente, siendo amonestado por ello, años después, y
con la lección aprendida, se encontró con alguien llamado Diótrefes que le negaría la entrada a la
iglesia, porque a este sujeto le gustaba `tener el primer lugar'. Así pues, mientras que Juan sola-
mente pidió honores, Diótrefes, representante de la nueva hornada de dirigentes eclesiásticos, se
los arroga sin más. ¡Todo un compendio de lo que vendría después!

Si hubiera que escoger a un personaje que sufrió lo que era vivir rodeado de pasiones ecle-
siásticas por el poder, yo elegiría a Gregorio de Nacianzo (330-390). Ha pasado a la Historia
junto a los otros dos Padres capadocios, Basilio y Gregorio de Nisa, siendo uno de los grandes pre-
dicadores de la antigüedad. Sus inclinaciones estaban muy lejos de aspirar a cargos y ostentar títu-
los, pero sin embargo por su valía fue puesto al frente de la iglesia de Constantinopla. Ahora bien,
esa ciudad era la capital del Imperio y la sede más apetecible por todos aquellos cuya motivación
era la ambición de poder.

Moverse y sobrevivir en ese ambiente de política eclesiástica enrarecida, suponía para cualquier
aspirante tener que ser un maestro en el arte de las sutilezas, de los cálculos y de la astucia. Dos
años duró en el cargo Gregorio, al cabo de los cuales presentó su dimisión ante las maquinaciones,
insidias y maniobras que sus enemigos pusieron en su camino. En su sermón de despedida diría lo
siguiente:

`…elegid a otro que agrade a la mayoría y dejadme con mi desierto, mi vida rural y mi Dios, el
único al que debo agradar y lo haré mediante mi vida sencilla. Es doloroso ser privado de discur-
sos y conferencias y reuniones públicas y aplausos… y parientes y amigos y honores, y de la belle-
za y grandeza de la ciudad y de su brillo que deslumbra a los que miran la superficie sin indagar
en la naturaleza interior de las cosas; pero no es tan doloroso como ser resistido y mancillado en
medio de públicos altercados y agitaciones… porque no buscan sacerdotes sino oradores, ni pas-
tores de almas sino administradores de dinero, ni ofrendantes puros sino patrocinadores podero-
sos. ' (Oratio 42)
¡Qué sentencia tan apropiada también para nuestros tiempos! ¡Cuántos males, escándalos y divi-
siones han sido originados por la ambición de poder! Llámesele como se quiera: protagonismo o
búsqueda de posiciones, preponderancia del propio nombre o egocentrismo, todo va a desembocar
al mismo mar, que es el de la corrupción ministerial, porque lo que debería ser un servicio a Dios y
a los demás se convierte en un medio de promoción personal.

El texto bíblico superior nos trasmite el caso de Coré y su facción buscando posiciones hace ya tres
mil quinientos años, de manera que la tesis de Adler no es algo novedoso. Pero una cosa es ser-
virse de la iglesia para colmar la ambición de poder y otra el anhelo de servir a la iglesia para
la gloria de Dios y edificación de su pueblo. Refiriéndose a esto último el apóstol Pablo dijo: `Si
alguno anhela obispado, buena obra desea.' Que Dios nos ayude a distinguir ambas cosas, des-
echando la primera y quedándonos con la segunda.
Mercaderes de la religión

´Fueron los ancianos de Moab y los ancianos de Madián con las dádivas de adivinación en su
mano, y llegaron a Balaam y le dijeron las palabras de Balac.´ (Números 22.7)

Entre las grandes fuerzas que mueven a los seres humanos una de las más poderosas es el materia-
lismo. Ahora bien, dentro del materialismo se podría hacer distinción entre uno teórico y otro prác-
tico. El materialismo teórico o filosófico, que desemboca en el ateísmo, se podría condensar en el
axioma que Demócrito (c. 460 a.C.-370 a.C.) expuso: ´nada se crea de la nada ni desaparece en la
nada´, con el cual se ponían las bases de la eternidad de la materia. Sin embargo, al ser un axioma
hace falta tener fe en el mismo, porque por definición un axioma es un principio indemostrable. La
fe exigida para creer en tal principio es de categoría diferente a aquella necesaria para creer en el
que dice que la materia fue creada por Dios, porque mientras el axioma de la eternidad de la mate-
ria es irracional, el de la creación de la materia es racional.

El otro materialismo, el práctico, es el más universalmente extendido, aun entre aquellos que no
hacen suyas las proposiciones del materialismo filosófico. Y es que mientras los sustentadores de
éste son minoría, los seguidores de aquél son, hoy como siempre, legión.

El materialismo práctico consiste en una actitud y un estilo de vida, donde lo material lo es


todo o casi todo. No hace falta rastrear mucho en la Historia para descubrirlo porque lo tenemos
presente, más que nunca, en las prósperas y florecientes sociedades actuales, donde el culto al
cuerpo podría ser una expresión de esa clase de materialismo. Pero donde seguramente lo vemos
en acción es en la ambición por el dinero, lo cual es característica no de tal o cual sociedad sino de
todas en general, de manera que sin importar la condición social, el dinero es meta y cima de la
vida. No es extraño que Jesús se refiriera al mismo como a un dios que, como cualquier dios, de-
manda absoluta entrega haciendo así imposible la entrega a Dios.

Un ejemplo de persona que nunca hubiera hecho suyas las tesis de Demócrito, pero que sin embar-
go es prototipo del materialista práctico, es Balaam quien representa la codicia material o el
ministerio movido por intereses económicos. El famoso episodio del asna fue plasmado con sin-
gular maestría por el ilustrador francés Gustave Doré (1832-1883), en el que Balaam, en su desen-
frenado deseo de dinero, azota al animal que se ha detenido para no ir al lugar adonde él recibirá su
salario. Es toda una demostración de cómo el afán de lucro puede trasmutar a un ser humano y co-
locarlo por debajo de las criaturas inferiores. Es, una vez más, la constatación de que las pasiones,
fuera de control, nos degradan, hasta el punto de que los animales nos dan lecciones.

Pero antes de llegar a ese punto de inflexión, Balaam ha pasado por alto el semáforo en rojo que se
le ha encendido y que consiste en el claro aviso de Dios de que no haga lo que sus alquiladores le
están proponiendo. El aviso es contundente y hasta un niño podría entenderlo: ´No vayas con ellos,
ni maldigas al pueblo, porque bendito es.´(1) Sin embargo, ante la tentadora oferta que se le hace,
Balaam vuelve a consultar a Dios sobre la misma cuestión. Esta segunda consulta a Dios sobre al-
go que Dios ha dejado taxativamente claro en la primera, es evidencia de que en el corazón de este
hombre ha anidado la codicia por el dinero. Porque si no ¿cómo se explica que pregunte otra vez
sobre algo a lo que ya se le ha respondido? Pero como la primera respuesta de Dios no le satisface
porque significaba la pérdida de una ocasión de lucro, de ahí la segunda consulta que le hace, a ver
si esta vez consigue una respuesta diferente. En otras palabras, lo que Balaam busca no es tanto oír
lo que Dios tiene que decirle, sino oír lo que quiere oír. Es decir, es querer que Dios diga lo que yo
quiero que diga. O es manipular su mensaje para que concuerde con mis perversos deseos y de esta
manera encontrar plena justificación a los mismos.

En tres ocasiones la figura de Balaam es evocada en el Nuevo Testamento: la primera para


referirse al ´camino de Balaam´(2), la segunda al ´error de Balaam´(3) y la tercera a la
´doctrina de Balaam´(4). Es interesante la asociación entre camino, error y doctrina. Mientras
que la palabra camino indica una determinada forma de vida, el término error sugiere la teoría que
lo sustenta y el vocablo doctrina alude a ese mismo error, pero elevado a la categoría de enseñanza.
Por lo tanto, lo que comienza siendo un deseo perverso, degenera en una mentalidad y estilo de
vida que se racionaliza y se hace dogma. Lo cual muestra la indisoluble unión que hay entre lo que
uno piensa, lo que uno hace y lo que uno enseña.

El ministerio cuya motivación para el servicio reside en la ganancia material fue calificado por Je-
sús como ´asalariado´, el cual, cuando llegan las dificultades, abandona al rebaño. Aquí hay una
piedra de toque para distinguir a los pastores de los asalariados. Por eso las dificultades no solo son
buenas sino imprescindibles, al ser el tamiz por el que se descubren las motivaciones de las perso-
nas en el ministerio. De ahí que Pedro exhorte a los ancianos de las iglesias a que no apacienten al
rebaño ´por ganancia deshonesta sino con ánimo pronto´(5) y por eso Jetro recomienda a Moisés
que quienes van a estar al frente de la congregación sean aquellos ´que aborrezcan la avaricia´.(6)
¡Cuántos ministros se han echado a perder por este motivo! El caso de Balaam es la prueba
contundente de que sin ser materialista filosófico es posible serlo práctico. Y aún más, es la de-
mostración de que alguien que recibe y transmite oráculos de Dios no necesariamente agrada a
Dios. Y todavía más, es la evidencia de que la codicia material es incompatible con un auténtico
servicio a Dios.

No es extraño que en una de sus cartas el apóstol Pablo avise a los pastores sobre aquellos
que ´…toman la piedad como fuente de ganancia.´(7). A los que podríamos calificar justamen-
te de mercaderes de la religión. Un mercantilismo que termina por corromper el ministerio.

(1) Números 23:12


(2) 2 Pedro 2:15
(3) Judas 1:11
(4) Apocalipsis 2:14
(5) 1 Pedro 5:2
(6) Éxodo 18:21
(7) 1 Timoteo 6:5
Sexo desordenado
´Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían
con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión.´ (1 Samuel 2:22).

Don Miguel de Unamuno nos ha dejado un rasgo autobiográfico de cómo un muchacho de catorce
años puede experimentar el surgir de la fuerza sexual que hasta poco antes parecía estar adormila-
da o ser inexistente.

Aquel adolescente con hambre profunda de conocimiento que a tan precoz edad leía a Balmes y a
Donoso Cortés, combinando estas lecturas filosóficas con las enseñanzas religiosas impartidas por
los jesuitas en su ciudad natal, Bilbao, sintió, como siente cada muchacho en esa edad, el ímpetu
de la sexualidad que, como río desbordante, quisiera arrasar con todo.

´Soñaba en ser santo y de pronto atravesaba este sueño su imagen. Iba de corto, sus cortas sayas
dejaban ver las lozanas pantorrillas, su pecho empezaba a alzarse, la trenza le colgaba por la es-
palda, y sus ojos iban iluminando su camino. Y mi soñada santidad flaqueaba.´(1)

Pero Unamuno no ha sido el único que ha descrito la erupción de ese volcán que es la sexualidad
en los primeros años de la segunda década de la vida. Otro escritor, mucho antes que él, descri-
bió de manera retrospectiva esa experiencia, si bien con tintes mucho más dramáticos que los de
Unamuno.
´¡Dónde estaba yo, y cuán lejos de las delicias de tu casa andaba desterrado en el año decimosex-
to de mi edad! Entonces fue cuando tomó dominio sobre mí la concupiscencia, y yo me rendí a ella
enteramente, lo cual aunque no se tiene por deshonra entre los hombres, es ilícito y prohibido por
tus leyes.´(2)

Así pues, dos hombres tan distanciados en el tiempo como Agustín de Hipona y Miguel de Una-
muno dan testimonio de haber experimentado el despertar de esa imponente fuerza… algo que
prácticamente todo varón conoce por sí mismo.

Ahora bien, si estamos ante una experiencia común en el tiempo y en el espacio, quiere decir-
se que debe tener un origen único para toda la humanidad, lo cual es precisamente lo que en-
seña el libro del Génesis; por un lado afirmando que lo sexual pertenece por origen a la esfera de
lo perfecto: ´y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer y no se avergonzaban´(3) y por otro que,
tras la Caída, el desorden hizo acto de presencia allí donde no había habido más que orden ante-
riormente: ´Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos…´(4)

A partir de ahí, como un efecto dominó, cada una de las piezas o seres humanos procedentes de
aquellas dos primeras, experimenta esa agitación compulsiva que el Nuevo Testamento calificará
mediante la palabra concupiscencia, siendo de hecho una de las evidencias más patentes de la de-
gradación humana. Y no importa que en determinadas épocas, como la nuestra, se aplauda o se
alabe tal desorden como si fuera algo magnífico, ya que como dijo un actor, bien conocido por sus
papeles románticos, cuando le preguntaron en un programa de televisión, "¿Qué es lo que se preci-
sa para ser un gran amante?" respondió, "Un gran amante es aquel que puede satisfacer a una
sola mujer durante toda su vida; y quien puede ser satisfecho durante toda su vida por una sola
mujer. Un gran amante no es alguien que va de mujer en mujer. Cualquier perro podría hacer
eso." Por lo tanto, lo que muchos estiman como sublime, en realidad es pura torpeza animal.

Vivimos en un tiempo en el que el sexo desordenado está al alcance de cualquiera, especial-


mente en el ámbito de la pornografía, que se ha convertido en una plaga potenciada por las nuevas
tecnologías, hasta el punto de que basta un clic de ratón o una pulsación en el móvil para tener ac-
ceso a la misma. La inundación es tal, que anuncios pornográficos ilustrados aparecen en periódi-
cos supuestamente serios, así como en revistas que nada tienen que ver con el sexo explícito. Por
no decir nada de la publicidad, cuya vinculación con el reclamo sexual es constante. El bombardeo
no para y la saturación de sexo es total en todos los ámbitos de la vida, habiendo pasado el comer-
cio del sexo a ser uno de los más florecientes, junto con el de las drogas y las armas. Se calcula que
el número de prostitutas en España sobrepasa las 300.000, lo que se acerca al uno por ciento de la
población.

El año pasado se reabrían al turismo los restos del lupanar de Pompeya tras años de recupe-
ración arqueológica. Viendo las imágenes de las obscenas pinturas en sus habitaciones, pare-
ce que el tiempo no ha pasado y que aquella sociedad era muy parecida a la nuestra, pues tenían
un dios que es el mismo que ahora se adora: el sexo. El súbito y trágico fin de Pompeya es un
anuncio, para todo el que quiera entenderlo, del fin que aguarda a este mundo, que sigue en los
mismos pasos de aquella ciudad. A decir verdad, no es sorprendente que pasen las cosas que pasan
ni que Occidente esté en el punto de mira de los terroristas que buscan su destrucción. Si no hay un
arrepentimiento, el juicio de Dios no se tardará.

El caso de Ofni y Finees, los hijos de Elí, es el aviso permanente de que la sexualidad desor-
denada acaba por enraizarse y convertirse en algo que inevitablemente traspasa el ámbito de
lo personal, trocándose en cosa de dominio público. Lo que estos dos hombres terminaron
haciendo, lo hicieron aprovechándose de su condición ministerial en la casa de Dios, una vez per-
dido todo sentido de pudor.

Es una de las amenazas que puede destruir a un ministerio cristiano, tal y como tristemente
estamos siendo testigos en nuestros días. Porque el mundo podrá ser inmoral y jactarse de ello, pe-
ro no perdonará la hipocresía. Pero si temible es la condenación del mundo, más grave es el vere-
dicto de Dios sobre los ministros corrompidos que se convierten en piedras de tropiezo. ¡Cuidado
con este pecado que puede terminar con nosotros!

1) Recuerdos de niñez y de mocedad


2) Confesiones, Agustín de Hipona
3) Génesis 2:25
4) Génesis 3:7
Siervos de Dios o del poder?
Después fue el rey Acaz a encontrar a Tiglat-pileser rey de Asiria en Damasco; y cuando vio el
rey Acaz el altar que estaba en Damasco, envió al sacerdote Urías el diseño y la descripción del
altar, conforme a toda su hechura. Y el sacerdote Urías edificó el altar; conforme a todo lo que el
rey Acaz había enviado de Damasco, así lo hizo el sacerdote Urías, entre tanto que el rey Acaz
venía de Damasco… E hizo el sacerdote Urías conforme a todas las cosas que el rey Acaz le man-
dó.´ (2 Reyes 16:10-11,16)

Uno de los personajes que descuellan en la Historia de la iglesia universal es Juan Crisóstomo
(350-407), quien llegó a ser uno de los grandes predicadores de todos los tiempos. No en vano el
apelativo con el que ha pasado a la Historia, Crisóstomo = boca de oro, así lo demuestra. Creo que
a todos los predicadores nos debe ayudar, para no entrar en depresión, el saber que Juan a veces se
lamentaba de que muchos cristianos de las dos ciudades donde ejerció su ministerio, Constantino-
pla y Antioquía, llegadas determinadas ocasiones festivas, preferían irse a disfrutar del esparci-
miento y la diversión de ciertos espectáculos antes que ir a la iglesia a escuchar la Palabra de la-
bios de Juan.

Así que si él, siendo un gigante de la predicación, sentía que su ministerio era poco apreciado entre
sus contemporáneos, tú, si eres predicador, no debes entristecerte demasiado si a veces notas algo
parecido. Supongo que también Dios en su sabiduría permitía eso para mantenerlo humilde y que
sus dones no se le subieran a la cabeza.

Una de las grandes diferencias que distinguió a la Iglesia en la parte occidental del Imperio
de aquella en la parte oriental, es que la primera, la Iglesia latina, fue celosa, aunque no
siempre, de la independencia de sus dirigentes respecto al poder secular, mientras que la se-
gunda, la Iglesia bizantina, se plegó a su voluntad.

Un ejemplo de dirigente latino, prototipo de esa independencia, fue Ambrosio (339-397), arzobis-
po de Milán, quien fue capaz de poner en su sitio al mismísimo emperador Teodosio I. El motivo
fue la matanza de una multitud en el año 390, ordenada por Teodosio, como represalia por la muer-
te del gobernador militar en Tesalónica. En un arrebato de ira el emperador quiso dar un escar-
miento a los culpables de tal asesinato, lo cual desembocó en un baño de sangre. Al enterarse,
Ambrosio escribió una carta a Teodosio en la que entre otras cosas le decía: ´…es un pesar para
mí, tú que eras un ejemplo de piedad inusual, que eras conspicuo por tu clemencia… que no llores
por tantos que han perecido.´(1)

A continuación le amonesta a que se abstenga de participar en la comunión y se arrepienta, convir-


tiéndose así Ambrosio en un ejemplo de valentía y coherencia que no se arredra ante los grandes
de este mundo.

¡Qué diferente hubiera sido la trayectoria de la Iglesia en el lado oriental del Imperio si sus dirigen-
tes hubieran tenido la misma fibra de Ambrosio! Desgraciadamente, el ministerio cristiano en ese
lado era conceptuado como una especie de funcionariado al servicio del Estado, lo cual llegó
a ser denominado cesaropapismo, es decir, el dominio del gobierno secular sobre la iglesia.
Felizmente, Juan Crisóstomo fue una honrosa excepción a esa trayectoria. Él tenía un alto con-
cepto del ministerio cristiano, como lo demuestra el hecho de que su principal obra, De sacerdotio,
esté dedicada a describir las responsabilidades de todo ministro cristiano: proclamación de la pala-
bra de Dios, protección de los indefensos, ejercicio de la justicia y defensa de la fe. En su ciudad
natal, Antioquia, ejerció como predicador durante 12 años, tras lo cual fue llamado para hacerse
cargo de la sede que era capital del Imperio: Constantinopla.

El historiador Hubertus R. Drobner describe así la elección de Juan para tal cargo: ´Se vio muy
pronto que le elección del emperador fue extraordinariamente acertada para la pastoral de la
ciudad, pero fatal desde el punto de vista político. Porque Juan no era un político como su antece-
sor Nectario…´(2)

Sin miramientos con el poder, ni con la política, ni con las riquezas, Juan comenzó a predicar y a
denunciar abiertamente lo que él consideraba contrario a la Palabra de Dios. Pronto en la casa im-
perial comenzaron a sentirse incómodos y aludidos por sus mensajes, de manera que, pasada la lu-
na de miel del primer encuentro, la animosidad contra Juan crecía en las altas esferas políticas y
eclesiásticas.

Sus enemigos se confabularon para destruirlo y quitarse de encima al molesto predicador-


profeta que los ponía en evidencia. Finalmente, la maquinación tuvo sus resultados: Juan fue
deportado, muriendo en una remota localidad del Mar Negro.

Si simplemente se hubiera adaptado a las circunstancias o si hubiera contemporizado con los pode-
rosos, Juan habría sobrevivido en aquel nido de víboras, plagado de intrigas, y habría llevado una
existencia tranquila. Claro que el precio hubiera sido demasiado elevado para el alto concepto que
él tenía de lo que debe ser un ministro cristiano. También hubiera sido demasiado elevado ante el
sentido de dignidad personal que le impedía rebajarse servilmente ante los poderosos. Así pues,
Juan pagó su coherencia con su vida.

Sí, hay una amenaza real que pesa sobre todo ministro cristiano que no quiere contempori-
zar con los poderosos. Pero peor que esa amenaza, es la que pende sobre aquellos que ceden
ante la misma, porque entonces se convierten en sujetos de corrupción ministerial.

Eso es lo que le pasó al sacerdote Urías, en el pasaje superior. Si la corrupción de Aarón se produjo
por querer agradar al pueblo, la de Urías fue por causa de querer agradar al gobernante de turno. Al
doblegarse a su voluntad y hacer lo que le mandó, estaba contraviniendo el mandato de Dios. Si no
hubiera agradado al rey seguramente hubiera tenido problemas, pero Urías habría puesto a salvo su
propia dignidad y el honor del ministerio. Al someterse al poderoso, se convirtió en un mero mu-
ñeco manejado a su antojo.

Cuando el poder político legisla sobre cuestiones de índole moral y espiritual, el ministerio
cristiano tiene la responsabilidad de pronunciarse. Callar en tales circunstancias tal vez sea
prudencia política, pero hay un momento en el que la prudencia deja de serlo y se convierte
en cobardía. Hoy, como ayer y como siempre, hacen falta en España dirigentes eclesiásticos que
no contemporicen con los poderosos. Que Dios nos ayude a ser, aquí y ahora, siervos de Dios y no
de los hombres.

1) Carta 51
2) Manual de Patrología, Herder.
Burócratas de la fe
´¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo
complacencia en vosotros, dice el Señor de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda.´
(Malaquías 1:10)

Uno de los graves peligros que se ciernen sobre el ministerio cristiano es el de la profesionali-
zación. Pero antes de pasar a exponer tal peligro sería conveniente definir etimológicamente
lo que la palabra profesionalización significa. El término latino profeso, de donde deriva pro-
fesar, profesión, etc. es equivalente a su homónimo griego homologeo, del cual se deriva nues-
tro vocablo homologar. Combinando los conceptos de ambas lenguas tendríamos que un pro-
fesional sería alguien que tiene la homologación necesaria para desempeñar una determinada
tarea. Ahora bien, la homologación necesariamente implica que existe un patrón o norma
original que es garantía de autenticidad, porque reúne en sí mismo todos los requisitos nece-
sarios.

Cualquiera que desee estar homologado ha de coincidir y concordar con ese patrón original, siendo
la falta de conformidad con el mismo suficiente razón para descalificar al aspirante a la homologa-
ción. De aquí se deriva que el concepto de homologación está íntimamente ligado con los de auten-
ticidad y veracidad.

Cuando yo era niño se nos enseñaba que un metro no es simplemente una longitud de diez centí-
metros o cien centímetros o mil milímetros, porque eso significaría volver a preguntarse qué es un
decímetro, centímetro o milímetro. La respuesta era que un metro es la distancia entre dos líneas
hechas sobre una barra de platino e iridio que se conservaba en la Oficina de Pesos y Medi-
das de París. Al ser de platino e iridio se suponía que no sufría alteraciones debido a los cambios
de temperatura. Ese era el metro-patrón universal y a partir de ahí cualquier metro que pretendiera
estar homologado debía acercarse todo lo posible al de París; en la medida en que se alejara era un
metro espurio o falso.

Así que aquella barra guardada celosamente en una urna en París nos remitía siempre al me-
tro primordial. Posteriormente, y con el avance de la ciencia, se definió el metro en otras maneras
tal vez más exactas aunque también más abstractas; así en 1960 se redefinió como 1.650.763,73
longitudes de onda de la luz anaranjada-rojiza emitida por el isótopo criptón 86. Y hace poco más
de 20 años se volvió a redefinir como la longitud recorrida por la luz en el vacío en un intervalo de
tiempo de 1/299.792.458 de segundo. Aunque si hubiera que escoger yo me quedaría con el metro
de la Oficina de París, que tenía el encanto de lo sencillo, cosa que les falta a los isótopos y a la luz
en el vacío, asociados a esas ristras de números imposibles de memorizar.

Pero volviendo al asunto de la homologación y su conexión con la profesionalización, es evi-


dente entonces que debe haber un modelo-patrón para el ministerio cristiano. ¿Quién es ese
modelo-patrón? La respuesta es sencilla: Nuestro Señor Jesucristo es quien reúne en sí mismo
todos los requisitos de lo que debe ser un ministerio, habiendo sido señalado por Dios mismo de
forma especial como tal patrón universal. Él es, pues, el espejo en el cual hemos de mirarnos para
saber si nos acercamos o alejamos y por tanto en qué medida estamos homologados o des-
homologados. Si nos parecemos a él, entonces estamos homologados, es decir, somos profesiona-
les capacitados para realizar nuestra tarea. En caso contrario estaremos des-homologados y sólo
seremos falsarios que quieren hacerse pasar por profesionales. De igual manera que la aproxima-
ción al metro-patrón de París es la piedra de toque para conocer la autenticidad de cualquier otro
metro, así la aproximación a Jesucristo es la clave para probar la autenticidad de cualquier ministe-
rio.

El término profesional se contrapone a los de aficionado y chapuza. Todos huimos, con ra-
zón, de los tales, especialmente cuando lo que está en juego es vital. A nadie en su sano juicio
se le ocurriría ponerse en manos de un aficionado a la cirugía y no de un profesional, ya que su vi-
da correría serio peligro. Y aunque los chapuzas cobren menos, sin embargo es mejor que sea un
profesional quien se encargue de algo tan delicado como la instalación del gas en nuestro hogar,
aunque nos cueste un poco más. El riesgo no compensa el ahorro. Está, pues, claro, que un minis-
tro cristiano ha de ser un profesional homologado por y de acuerdo a Cristo para el desempeño de
su tarea, toda vez que la salud eterna de los que están a su cuidado depende en una medida de él.

Y sin embargo, y después de todo lo dicho, hay que agregar que uno de los grandes peligros
de todo ministro cristiano es el de la profesionalización. ¿Me contradigo? No. Porque hay un
sentido en el que ser profesional puede significar ejercer el ministerio cristiano como si fuera
una profesión. Y aquí me serviré del símil que me brindan tantos deportistas de élite, especial-
mente futbolistas, que cuando son contratados por un nuevo equipo que les ha pagado más que el
anterior y son interpelados sobre su lealtad, responden uniformemente: ´Yo soy un profesional y me
debo a mi nuevo equipo.´ Así que no importa cuánto amara antes los antiguos colores, la profesio-
nalización, sinónimo aquí de contratación, es quien dirige valores tales como lealtad, fidelidad y
sacrificio. En la medida en que tengo un contrato soy fiel y entregado, pero si surge otro mejor mi
fidelidad cambia de bando, de manera que la fidelidad está gobernada por el beneficio personal.

Leyendo algunas revistas evangélicas españolas parece que el ministerio cristiano fuera el
sujeto de una especie de bolsa de trabajo de ofertas y demandas. Y así como en los periódicos
hay una sección de anuncios de los que buscan y ofrecen empleos a profesionales de tal o cual es-
pecialidad, de la misma manera ocurre en tales revistas, sólo que allí son profesionales del ministe-
rio cristiano los que son buscados o demandan trabajo. De esa forma, la iglesia se convierte en una
empresa y el pastor en un profesional contratado, no sólo a los ojos de la Administración del Esta-
do, la cual no puede verlo de otra manera, sino también a los propios ojos del pastor y de la iglesia.
La relación pastor-iglesia se convierte así en una relación mediatizada por la profesionalización del
contrato.

Pero Dios no busca profesionales de la religión, sino siervos que le sirvan de corazón y no en
razón de las cláusulas del contrato. Los sacerdotes del tiempo de Malaquías, en el pasaje supe-
rior, se habían convertido en profesionales de la religión, no haciendo nada sin contrato por medio.
Que Dios nos libre de caer en tal actitud, pues de lo contrario estaremos en peligro de deslizarnos
fácilmente por la pendiente de la corrupción ministerial.
Ministerios `quemados´
´Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear
a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en
día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con
los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes.´ (Mateo 24:48-51)

Uno de los fenómenos naturales más comunes es el de la erosión, por el cual la capa terrestre
se deteriora hasta tal punto que un vergel puede terminar convertido en un páramo. Desde
luego ese proceso destructivo no es de un día para otro, sino que se precisan largos periodos
de tiempo en los que la acción del viento, el agua, el calor, el frío y otros elementos contribu-
yen, lenta pero inexorablemente, a la destrucción del suelo y la corteza terrestre. Tan pode-
rosa es la erosión que de su acción no se libran ni siquiera las rocas que parecen más duras y
resistentes. Todos hemos visto alguna vez el sorprendente resultado que la acción de una gota
continua de agua ejerce sobre una piedra, hasta el punto de horadarla. Y es que, con el factor
tiempo de su lado, lo débil e insignificante puede acabar con lo más fuerte.

Si a este proceso natural erosivo se le añade la acción humana, entonces nos encontramos con un
deterioro acelerado que multiplica sus efectos y disminuye el tiempo necesario para que su labor
destructiva sea visible. Precisamente uno de los grandes problemas medio-ambientales de nuestros
días es éste: el galopante deterioro de grandes superficies debido a la explotación desmesurada y a
la irresponsabilidad humana. Que la región del Amazonas esté siendo desforestada de forma incon-
trolada plantea una amenaza de consecuencias insospechadas, no ya para esa región sino para todo
el planeta. El peligro de desertización de ciertos territorios no es ningún cuento para asustar a niños
sino un peligro real e inmediato.
Pues bien, de la misma manera que existe una erosión física, existe otra espiritual y moral y
así como la acción humana dispara sus destructivos efectos en la primera, algo semejante ocurre en
la segunda. Pero vayamos por partes. En primer lugar, ese deterioro no es exclusivo de nadie en
particular sino que potencialmente todos los cristianos podemos ser objetos del mismo; y no sólo
las personas físicas sino también las personas, llamémosle, jurídicas (iglesias), pueden ser blanco
de este mal. Por supuesto, los ministros del evangelio no están exentos del mismo; más bien, son
ellos quienes más deben cuidarse porque hay buenas razones para que sean los principales afecta-
dos.

Uno de los factores más patentes en la erosión espiritual es el paso del tiempo, que desgasta
las voluntades más recias, las determinaciones más firmes y las emociones más intensas. Lo
que un día fue fresco y parecía inexpugnable e invencible, termina por doblegarse y conver-
tirse en algo ajado y sin vida. ¿Cuántos pastores, misioneros y candidatos al ministerio han aca-
bado desapareciendo de la escena, y no por muerte física o jubilación, si tomamos un periodo sufi-
cientemente largo de tiempo, como de veinte o treinta años? Algunos de los más entusiastas, de los
más comprometidos, de los que estaban en la primera línea de combate, acabaron sucumbiendo
ante el factor tiempo.

Que el ministro cristiano es el primer candidato a ser objeto de erosión espiritual viene de-
terminado por la propia función que ejerce, según la cual está continuamente dando y dando. De la
misma manera que un suelo no puede ser sometido a una continuada utilización de sus recursos
porque terminará yerto, de ahí la institución del descanso sabático para la tierra, así ocurre con la
mente y el corazón de los que sirven al evangelio. Puede llegar un momento en el que no tengan
nada más que dar, porque el frenético e ininterrumpido ritmo de servicio les ha dejado exhaustos.
Y una vez en ese estado son blanco fácil de otros peligros añadidos.

Si a ello sumamos la dificultad del terreno, árido y poco protegido por la escasez de manto vegetal,
nos hallamos ante otro factor a ser tenido en cuenta. Muchos de los nacionales y extranjeros que
servimos en España concordamos en describir a esta nación como algo que se acerca bastante a un
desierto espiritual. La dificultad de trabajar en un medio tan poco atrayente, unido a la escasez de
resultados obtenidos tras arduas tareas, lleva a más de uno a tirar la toalla ante la frustración acu-
mulada. Especialmente esto es así si las expectativas eran muy altas y se buscaban resultados a
corto plazo. Por eso ha habido tantas organizaciones misioneras y evangelizadoras que, habiendo
tenido mucho éxito en otras latitudes, han tenido que levantar el campamento y marcharse de aquí,
porque España, ahora mismo, no es terreno propicio para los buscadores de resultados espectacula-
res a corto plazo. Más bien es terreno para trabajar a largo plazo, lo cual introduce el factor tiempo
que, como hemos visto, incide directamente en la erosión espiritual del ministerio.

El pasaje bíblico superior nos remite a alguien al que se califica como ´siervo malo´. ¿Qué es lo
que lleva a ese alguien, según ese texto, a convertirse en un ministerio corrupto? La expresión ´mi
señor tarda en venir´ nos da la clave para ello, y en la misma está implícito el factor tiempo. La
tardanza ocasiona desgaste y junto con el desgaste acontece el relajamiento. Es fácil mantener el
arco del espíritu tenso por un poco de tiempo, pero no es tan fácil mantenerlo por tiempo prolon-
gado. Con el relajamiento ocasionado por el desgaste entran otros males, como la confianza en uno
mismo, la pérdida del temor de Dios, el abuso de la autoridad, el mal uso de los recursos y la disi-
pación carnal. El resultado final de este cóctel es la corrupción ministerial. Una corrupción de la
que se nos avisa solemnemente en la frase ´pondrá..
Servidores de su propio interés
´Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué hare-
mos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán
los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Entonces Caifás, uno de ellos, su-
mo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un
hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.´ (Juan 11:49-50)

El estudio de las palabras tiene dos campos bien definidos: uno es el etimológico, mediante el
cual se conoce el origen de las mismas y su significación original y otro es el semántico, me-
diante el que se investiga el significado o ´la capacidad que la palabra tiene de ´representar´ un
concepto que está dentro de mi cerebro, de tal manera que el mismo concepto se reproduzca en
el cerebro del que está escuchando.(1) Es decir, a lo etimológico lo que le interesa es la raíz
gramatical origen de la palabra, mientras que a lo semántico le interesa el significado actual
que el término tiene en la mente de los que lo hablan, oyen o leen. Aunque a veces ambas fa-
cetas, la etimológica y la semántica, coinciden, sin embargo, en muchas ocasiones no es así y
ello es lógico, porque el paso del tiempo incide necesariamente en la evolución de toda lengua.

La palabra ministerio sería uno de esos casos en los que etimología y semántica van cada una por
su lado. El vocablo procede del latín ministerium que significa literalmente servicio, de manera
que un ministro sería uno que realiza un servicio. Es un precioso significado que nunca hemos
de olvidar, porque implica no mando ni tampoco posición de relieve sino más bien subordinación
y obediencia, ya que hay un jefe que es a quien se sirve y obedece.

Pero el significado semántico en manera alguna tiene esa connotación, sino más bien la contraria,
porque la palabra ministro, desde hace mucho tiempo, automáticamente introduce la idea de
alguien muy importante en una posición destacada e incluso con privilegios que el resto de los
mortales no tienen, de ahí las expresiones populares ´vivir como un ministro´ o ´vivir mejor que un
ministro´.

Pues bien, esta dislocación de las palabras ministro y ministerio es bien expresiva de otro de los
graves peligros a los que está sujeto el ministerio cristiano. Lo que originalmente comienza sien-
do un servicio hecho de corazón generoso, e incluso con un punto de locura para aquellos que
todo lo miden por el rasero del cálculo, puede terminar convirtiéndose en lo que yo llamo un
ministerio clericalizado. ¿En qué consiste esa clericalización? Básicamente en hacer del mi-
nisterio, y de todo lo que le rodea, un fin en sí mismo. A tal punto, que lo que importa es el
sostenimiento de una serie de intereses creados y adquiridos, los cuales hay que preservar
por encima de todo. Esos intereses son ahora el propósito del servicio, de manera que lo que en su
día fue hecho por y para Dios, ahora es realizado por y para tales intereses. Por eso, al ministerio
cristiano le puede suceder lo mismo que a la palabra de donde toma nombre, donde todo parecido
con lo original es pura coincidencia, porque el ministerium se ha clericalizado.

El pasaje superior es iluminador al respecto y nos remite al instante en el que la situación es-
tá a punto de írsele de las manos a los ministros de Israel ante la irrupción imparable de ese
fenómeno de masas que se llama Jesús. No forma parte de su círculo, no comparte sus intereses e
incluso les pone en evidencia ante el pueblo. Si no se toman medidas urgentes la situación puede
volverse incontrolable, hasta el punto de que ocurran acontecimientos muy graves y perjudiciales.
¿Cuáles son esos acontecimientos? Que los romanos intervengan y acaben con los símbolos que
dan sentido al ministerio clericalizado, esto es, el templo y la nación.

Lo que importa no es la verdad, no es saber si ese hombre, Jesús, es quien dice ser, sino el
mantenimiento de un determinado estatus que les permita seguir conservando sus posiciones e
intereses. Por eso se impone la conveniencia política, porque de ese modo sobrevivirán como
cuerpo ministerial clericalizado. No conviene sobresaltar al poder político porque las consecuen-
cias pueden ser desastrosas y las razones que se aducen son muy poderosas; son razones de Estado
porque, efectivamente, es eso lo que está en peligro, y ya se sabe que sin Estado, sin sus símbolos,
que son el templo y la tierra, no hay ministerio institucional.

Aquí tenemos a un ministerio preocupado no por los intereses de Dios, sino por los suyos
propios. Aunque aparentemente están perturbados por dos cuestiones que están en el corazón de
Dios, el templo y la tierra, en realidad no es el Dios del templo ni el Dios de la tierra quien les pre-
ocupa, sino el templo y la tierra en sí mismos, convertidos en fines que perpetúan su estatus minis-
terial. Se ha divorciado a Dios de esas dos entidades y ahora son ellas lo que verdaderamente im-
porta. Por eso y en aras de ese estatus, están dispuestos a todo, incluso a renegar de aquel que es
mayor que el templo. Se rechaza al Hijo de Dios, en el nombre de Dios, para retener lo que ya no
es de Dios: un ministerio clericalizado.
Pero las conveniencias políticas no son problema exclusivo de Caifás y compañía, ya que a noso-
tros nos puede suceder fácilmente algo parecido. Cuando lo que hay que sacar adelante es nuestra
historia, nuestra influencia, nuestra cultura, nuestra tradición, nuestra posición y nuestra imagen,
pero a costa de la verdad de Dios, entonces es señal de que estamos cerca, si no ya dentro, del mi-
nisterio clericalizado. Un ministerio corrompido.

1) Gramática esencial del español, Manuel Seco, Espasa Calpe


Cumple tu ministerio
´Cumple tu ministerio.´ (2 Timoteo 4:5)

Hemos analizado en esta serie sobre la corrupción ministerial –que finalizo hoy- una relación
de los múltiples peligros a los que el ministro cristiano se ve expuesto y que pueden desembo-
car en una crisis que termine por corromperlo.

La podríamos sintetizar así:

-
Corrupción por debilidad de carácter, o la cesión en cuestiones esenciales ante la co-
rriente mayoritaria (Aarón).

- Corrupción por ambición de poder, o la búsqueda del protagonismo y la promoción


del propio nombre (Coré).

- Corrupción por materialismo, o el ansia de ventajas económicas (Balaam).

- Corrupción por inmoralidad sexual, o la gratificación del sexo fuera del matrimonio
(Ofni y Finees).
- Corrupción por contemporización, o la cesión en cuestiones esenciales ante los que de-
tentan el poder (Urías).

- Corrupción por profesionalización, o la preeminencia del contrato laboral (sacerdotes


del tiempo de Malaquías).

- Corrupción por relajamiento, o el desgaste que socava y termina en desorden como re-
sultado del paso del tiempo.

- Corrupción por conveniencia política, o el sacrificio de la verdad en aras del manteni-


miento de unos determinados intereses (Caifás).

El apóstol Pablo escribió tres cartas dirigidas específicamente a pastores, cuyo propósito era, entre
otras cosas, el de aleccionarlos para que su ministerio no fuera justamente vituperado.

De ellas, la segunda que dirigió a Timoteo adquiere una importancia particular, al ser la úl-
tima que escribió en su vida. Esa circunstancia y el hecho de que fuera escrita desde la cárcel
con la conciencia de que sus días estaban contados, le dan un tono de emotividad profunda
muy singular. Es como su testamento personal, donde constan sus últimas voluntades.

El documento tiene en español 1545 palabras, en la versión Reina-Valera de 1960, las cuales caben
en dos folios de DIN A4. Es decir, nada impresionante. Y sin embargo ¡cuánta enseñanza prove-
chosa para los candidatos al ministerio y para los que ya están en el mismo, independientemente
del tiempo que lleven ejerciéndolo! Debería ser su libro de texto fundamental, allí donde acudir
una y otra vez para aprender, recordar y ser consolados. Aunque nunca se haya ido a un seminario
bíblico para formarse, ahí está todo lo necesario para recibir lecciones imperecederas donde se sin-
tetizan el carácter de un ministro y el desempeño de su tarea.

Algunas de las líneas maestras recogidas en esa carta para beneficio de todo ministro del evangelio
son las siguientes:

Renovación espiritual: ´…que avives el fuego del don de Dios…´(1) La cual es imprescindible si
se quiere evitar la fosilización que produce el paso del tiempo. El primer amor, como en el matri-
monio, hay que alimentarlo una vez pasada la fase inicial si no se quiere entrar en una etapa peli-
grosamente rutinaria y mortecina.

Buena doctrina: ´Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste…´(2) El valor de la sana
doctrina no depende del que las modas teológicas le quieran otorgar, sino del que la propia Escritu-
ra le da. Hay pastores que no creen en la Trinidad o que niegan la concepción virginal de Jesús, por
poner unos ejemplos de los extravíos doctrinales en los que algunos han caído. Miedo da pensar en
qué manos están los que domingo tras domingo escuchan sus sermones. Y es que las antiguas here-
jías que hicieron acto de presencia en la antigua Iglesia perduran hasta el día de hoy.
Capacidad para sobrellevar el sufrimiento: ´Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de
Jesucristo.(3) Seguramente es una de las características, ser sufrido, más necesarias porque los sin-
sabores en el ministerio abundan, razón por la cual hay pocos candidatos al mismo. Viviendo ade-
más en una época donde el sufrimiento es el intruso por excelencia al que hay que evitar por enci-
ma de todo, no es extraño que éste sea un filtro determinante para excluir a muchos.

Comunión con Dios: ´Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado…´(4) La vida devo-
cional no tiene sustituto. Aunque vivamos en la era de Internet y tengamos a nuestra disposición un
sinnúmero de recursos multimedia y Biblias electrónicas en varias lenguas disponibles en un apa-
ratito que cabe en la palma de la mano, con todo, la oración y la meditación en la Palabra son vita-
les si queremos que nuestra relación con Dios sea fresca.

Santidad de vida: ´Huye también de las pasiones juveniles...´(5) Aunque se nos quiera hacer creer
que los patrones morales han cambiado porque el mundo ha cambiado, siempre hay que recordar
que los de Dios siguen siendo los mismos y que la santidad personal del ministro es esencial, si
quiere agradar a Dios.

Desempeño de la tarea: ´…que prediques la palabra…´(6) La predicación y enseñanza de la Pa-


labra de Dios es el principal quehacer de un ministro del evangelio; por eso buena parte de su
tiempo ha de dedicarlo al estudio concienzudo de la misma. Y aquí no hay atajos. Se trata de una
labor que demanda mucho tiempo y esfuerzo, si se quiere que el mensaje sea fresco, relevante,
creativo y deje huella.

Que Dios nos ayude para poder ser fieles y de esta manera llevar a cabo lo que dice el texto del
encabezamiento.

1) 2 Timoteo 1:6
2) 2 Timoteo 1:13
3) 2 Timoteo 2:3
4) 2 Timoteo 2:15
5) 2 Timoteo 2:22
6) 2 Timoteo 4:2

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