Dueñas (Comp) La Patologización de La Infancia Niños o Sindromes Caps 1, 9 y 20
Dueñas (Comp) La Patologización de La Infancia Niños o Sindromes Caps 1, 9 y 20
Dueñas (Comp) La Patologización de La Infancia Niños o Sindromes Caps 1, 9 y 20
La patologización de la infancia
¿Niños o síndromes?
Gabriela Dueñas (comp.)
2014
Noveduc. Forumadd. Ensayos y Experiencias
Capítulos 1, 9 y 20
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Beatriz Janin
Todos los que trabajamos con niños y con adolescentes sabemos que la infancia no es esa
época idílica y sin problemas con la que fantaseamos los adultos, sino un período de
grandes convulsiones, de pasiones intensas, de miedos y sobresaltos. Es una época de
crecimiento, de adquisiciones nuevas, en la que el soporte de los otros es fundamental.
El niño “modelo”
Se podría decir que todo sujeto firma cuando nace, mucho antes de tener conciencia de
esto, un contrato con el grupo social al que pertenece. Contrato en el que se compromete
a cumplir con determinadas pautas para ser considerado parte del grupo y obtener el
reconocimiento del mismo.
Uno se tendría que preguntar qué contrato se les hace firmar a los niños hoy, cuál es la
propuesta que les ofrecemos en relación a los valores, los ideales, etc., qué es lo que les
pedimos y qué les damos a cambio, qué es lo que se les exige, cuál es la representación
que tenemos de niño como para que aparezca tanta diferencia entre los ideales educativos
y la cantidad de niños que fallan en la escuela. Esto genera preguntas que hay que
sostener.
Algunas cuestiones son relevantes. Por un lado, hay una exigencia desmedida en relación
a qué debería hacer todo sujeto en los primeros años de su vida. Así, se supone que un
niño tiene que poder incluirse en una institución a los dos años, debe aprender a leer y a
escribir antes del ingreso a primer grado, tiene que tolerar ocho horas de escolaridad a los
seis años (a veces antes) y debe estar gran parte de esas horas quieto, atento y respetando
normas.
No hay tiempo de juego libre. Suele haber espacios reglados para el juego, en momentos
y ámbitos delimitados, pero no para jugar libremente, solo o con quien se quiera jugar,
sin adultos que reglen esa actividad.
Frente a esto son muchas las situaciones en las que los niños rompen lo esperable, ese
ideal de niño.
El rendimiento del niño en la escuela ha pasado a ser clave. Se podría decir que el
narcisismo de los padres y los maestros se sostiene, entre otras cosas, en el éxito de los
hijos o alumnos. Así, el fracaso escolar de un niño es vivido como un terremoto que no
deja nada en pie, en tanto es un golpe también para padres y maestros.
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Ellos van construyendo soportes éticos desde la cuna. Y la construcción misma de los
deseos como recorrido, como búsqueda, está marcada por la posibilidad del adulto de
erotizar con ternura, sin dejar al otro en un estado de excitación permanente, de narcisizar
reconociendo diferencias, de transmitir prohibiciones sin esgrimir funcionamientos
autoritarios.
Es frecuente que el malestar de los adultos provoque en el niño efectos de diferente índole.
Cuando los adultos están desbordados o deprimidos, suelen no tolerar las demandas de
un niño o vivirlas como excesivas, y las registran como golpes. Esto los lleva a violentar
al niño.
Pero, muchas veces, la violencia se reitera en el mismo momento en que tendría que
desarmarse. La consulta a un profesional por una dificultad infantil, que suele ser un
síntoma con el que "dice" su desesperación, termina en algunos casos siendo un espacio
en el que el niño queda anudado a un decir sobre él que lo excluye como sujeto. Así,
cuando se lo "diagnostica" y se les devuelve a los padres un "cartel" para colgarle al niño,
cuando se hace esto sobre la base de pruebas estandarizadas en otros países, cuando se lo
medica para calmar la angustia de los adultos, se está redoblando la violencia.
Los niños que no responden a las exigencias del momento son diagnosticados como
deficitarios, medicados, expulsados de las escuelas. Ya no se "portan mal" sino que tienen
un déficit, no es que son inquietos, sino que sufren de un trastorno, no se distraen, sino
que tienen una enfermedad.
¿Por qué este auge de la medicación y de terapias en las que la cuestión es que el síntoma
desaparezca rápidamente?
El fantasma de la exclusión rige todo. Así, se considera que un niño que presenta
dificultades en la escuela es un futuro marginal; que uno que no tiene amigos va a quedar
aislado, y que aquel que tiene respuestas violentas es un futuro delincuente.
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De este modo, se supone que el rendimiento de un sujeto durante los primeros años de su
vida determina su futuro, desmintiendo que todo niño, como sujeto en crecimiento, está
sujeto a cambios. Desmentida que lleva a coagular un proceso, dificultando el desarrollo.
El placer del aprendizaje queda jaqueado y la escuela pasa a ser un lugar en el que lo
importante es "pertenecer", de acuerdo a grupos sociales. Si un niño queda "afuera" de la
escuela, queda afuera del mundo. Es tempranamente expulsado de la red productiva. Y
esto desespera a los padres.
La escuela es vivida como la puerta de entrada al mundo laboral, que a su vez alberga
sólo a unos pocos. Así, por la primacía de los temores a la exclusión, el desempeño en la
escuela de un niño desde el jardín de infantes se considera premonitorio de su desempeño
futuro. El placer en la adquisición de conocimientos tiene poco lugar. El tema es adquirir
los saberes necesarios para competir en el mercado laboral.
Charles Coutel advierte: "La Caja de Ahorro reemplazó la esperanza utópica; los intereses
reemplazaron al interés"1.
Y Zygmunt Bauman dice: “El progreso se ha convertido en algo así como un persistente
juego de las sillas en el que un segundo de distracción puede comportar una derrota
irreversible y una exclusión inapelable. En lugar de grandes expectativas y dulces
sueños, el 'progreso' evoca un insomnio lleno de pesadillas en las que uno sueña que 'se
queda rezagado', pierde el tren o se cae por la ventanilla de un vehículo que va a toda
velocidad y que no deja de acelerar"2.
Pero entonces una de las cuestiones que ocurren en esto es que lo que se les dice a los
niños no es "vas a poder cuando seas grande" sino "disfruta ahora, porque ya vas a ver
cuando seas grande", transmitiéndoles el futuro como peligroso.
Silvia Bleichmar afirma: "De esta manera estamos frente a situaciones en las que el temor
de los padres a que los hijos queden fuera de la cadena productiva los lleva a perder de
vista toda posibilidad de construcción de un sujeto, para centrarse en cambio en la
administración de conocimientos, como si uno construyera una computadora. La escuela
tiene que romper ese molde. Tiene que ayudar a producir subjetividades que no
solamente sirvan para la aplicación del conocimiento, sino para la creación de
conocimientos y de conocimientos con sentido, no solamente con el único sentido de
ganarse la vida"3.
Así, es frecuente que los padres digan cosas tales como: "Me da miedo decirle que no,
porque se enoja mucho". O: "Yo no puedo con él". ¿Qué poder se le está otorgando a ese
niño? Esto tiene una consecuencia que me parece crucial: se borran las diferencias niño-
adulto, se los ubica como poderosos y como aquellos que deberían resolver las angustias
de los adultos.
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Otro punto a tomar es el del tipo de información que reciben los niños de hoy.
Podemos deducir de sus ideas que el niño se halla solo frente a un exceso de estímulos
que no puede metabolizar y que, en lugar de ir construyendo un funcionamiento deseante,
queda en un estado de excitación permanente. Excitación que tenderá a descargar vía la
motricidad, al mismo tiempo que ese ejercicio choca contra la dificultad del mundo adulto
para tolerar el movimiento infantil. Así, la misma motricidad que le procuraría alivio, en
la medida en que expresaría un mayor dominio del mundo y de sus propios movimientos,
se transforma en pura descarga de excitación y es sancionada como disruptiva de la paz
que los otros esperan. El movimiento se torna de este modo una descarga insatisfactoria,
que le acarrea el rechazo del mundo.
También hay que tener en cuenta que el niño está expuesto, desde pequeño, a estímulos
audiovisuales, llamativos y veloces, mientras que en la escuela debe atender a la voz del
docente, sin luces ni colores.
Considero que esta situación no solo provoca niños "ADD" sino que es fundamental para
pensar las dificultades en la adquisición del lenguaje con las que nos encontramos
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En este contexto, los niños son diagnosticados luego como portadores de un supuesto
síndrome de causa genética. Diagnósticos que se realizan generalmente sin escuchar a
los niños, sobre la base de cuestionarios o de observaciones regidas por una normalidad
atemporal, desconociendo la incidencia del contexto y de los vínculos tempranos.
Sin bucear en la historia de ese niño, sin hablar con él, se atribuyen a causas orgánicas
sus comportamientos. Es decir, el modo mismo del diagnóstico implica una operación
desubjetivante, en la que el niño queda "borrado" como alguien que puede decir acerca
de lo que le pasa.
Así, los niños quedan sujetos a una doble violencia: se promueven conductas defensivas,
de alerta o de ensimismamiento y luego se redobla la violencia diagnosticándolos como
"deficitarios" y medicándolos. Quedan así como únicos portadores de una "discapacidad".
La diferencia entre pensar una dificultad infantil como algo del orden de lo analizable o
como algo del orden de lo que hay que acallar rápidamente es total y absoluta.
Es evidente que los niños de hoy están desatentos en la escuela, se mueven más de lo que
desearían los adultos y suelen no respetar las reglas. Pero parece que nos enfrentamos
aquí con un problema altamente complejo que debería generarnos dudas e interrogantes.
Pensar la constitución de la subjetividad y las dificultades que supone, los problemas que
van surgiendo, implica ubicar una encrucijada de determinaciones. No es una tarea
simple. Es tal la complejidad, tantos los entrecruzamientos, los avatares posibles, que se
convierte, necesariamente, en una tarea colectiva.
Los diagnósticos del DSMIV son principalmente agrupaciones arbitrarias de rasgos, que
simplifican las determinaciones a partir de una concepción reduccionista de las
problemáticas psicopatológicas y que anulan la complejidad de los procesos subjetivos
del ser humano.
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Estas denominaciones son nombres-sigla que implican un sello que se entiende como una
definición del otro. Posición que refleja la idea de que catalogar y definir cuadros supone
un avance en la resolución del problema.
Pero reducir toda conducta a causas neurológicas borra tanto a la sociedad como
productora de subjetividades como a cada sujeto como tal.
El niño fue así desde siempre. Esta idea supone el borramiento de la historia y de las
determinaciones intersubjetivas, tanto sociales como familiares.
Será así siempre. Esta idea implica el borramiento del niño como sujeto en transformación
y con un futuro abierto.
Y esto es crucial: si alguien fue así desde siempre (es decir, sus modos de hacer y de decir
no se constituyeron en una historia) y va a ser así toda la vida, solo queda paliar un déficit.
En el caso de la hiperactividad, es un síntoma que molesta a los otros. Son niños que
convocan la mirada del otro. Sin embargo, en lugar de leer esto como una señal de que lo
vincular está en juego, de que son niños que tratan de despertar a los que los rodean, que
están diciendo algo con sus movimientos o con su desatención, se supone una falla
orgánica.
Si se modifica algo del entorno, es para "adecuar" las conductas de padres y maestros a
las dificultades del niño, en tanto se considera que los otros no tienen incidencia en la
generación de esas conductas. Además, se piensa a los adultos como aquellos que actúan
de un modo exclusivamente consciente. Es decir, se desconocen las determinaciones
inconscientes de todo comportamiento humano.
Esto hace entonces mucho más necesario plantearse la responsabilidad que tenemos todos
los que trabajamos con niños. Responsabilidad que se acrecienta cuando somos los que
diagnosticamos, porque, ¿cómo constituir el narcisismo si nos han puesto un sello
invalidante?, ¿cómo sentirse valioso si de entrada se es rotulado, clasificado y ubicado
como portador de un síndrome? ¿Cómo investir libidinalmente el mundo y a sí mismo
desde ese lugar de menos"? ¿Cómo podrán los padres mirar a ese niño si lo que les
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Por eso, una cuestión preocupante es la fijeza de los diagnósticos, que arrasan con la idea
de movimiento y transformación.
Cuando se supone que alguien "es" ese diagnóstico, lo dejamos sin posibilidad de cambio
y todo el trabajo que hagamos con él va a estar signado por esa idea de no-modificación,
de destino ineludible. Es diferente tratar a un niño suponiendo que se trabaja con un
sujeto, con alguien que puede desplegar posibilidades o que puede construirlas, a suponer
que hay que adiestrarlo porque es alguien que nunca va a poder poner en juego sus deseos
y pensamientos.
Sin embargo, devolver la idea de crecimiento como potencia, como esperanza, puede
facilitar que el niño se lance a la aventura del aprendizaje, a los laberintos de los vínculos
con los otros, que pueda construir y construirse y que sostenga deseos.
Posibilitar el futuro, construir subjetividades, es la tarea que tenemos lodos los que
trabajamos con niños. Cuando esto no se cumple, cuando se los robotiza, se los
estigmatiza, se les niega un futuro abierto e impredictible y se encuentra patología allí
donde un niño quiere decir algo, se está ejerciendo violencia.
Sostener la esperanza
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Quizás lo fundamental sea sostener la esperanza. Porque si un niño siente que se confía
en él, que se lo escucha, que hay una posibilidad de revertir lo que le pasa, que otros lo
miran como alguien que crece... seguramente va a poder ir construyendo una
representación de sí que le permita desplegar sus posibilidades y sostenerse en los
momentos difíciles.
Y si siente que los que lo rodean tejen lazos con otros y apuestan al mañana y arman
proyectos, ese niño podrá verse a sí mismo como niño, construyendo deseos e ideales y
aspirando a desplegar sus sueños en un futuro.
Notas
1. Coutel, Charles. (2006). Por qué aprender. Buenos Aires: Ed. Del Signo, p. 35.
Capítulo 9.
Escuelas a la intemperie.
Pero hoy aquí no estamos hablando de "la escuela". Aquí se alude a "las escuelas", a las
escuelas a la intemperie y a las operaciones de discriminación, de segregación y de
marginación que las habita.
Porque había una vez... un sistema educativo. Hubo una vez una escuela pública, gratuita
y obligatoria. A la escuela pública se le había encomendado la misión de borrar las
diferencias entre los ciudadanos para poder aspirar, así, a ser considerados iguales frente
a la Ley. De modo tal que si todos pretendíamos ser iguales frente a la Ley, la escuela
debía contribuir a ese proyecto, homogeneizando a los niños aun a costa de ignorar las
diferencias; aun a costa de correr el peligro de perder la riqueza que encierra la diversidad.
Es cierto que igualdad de los ciudadanos se confundió, entonces, con homologación de
los ciudadanos; pero, de todos modos, el proyecto de escuela nacional estaba claro. El
guardapolvo blanco para todo el mundo, ricos y pobres, niñas y niños, rurales y urbanos,
pueblos originarios e indoeuropeos; el guardapolvo puso en evidencia la vocación de
uniformarnos. La institución educativa dentro del Estado instituido para garantizar la
grandeza de la Nación albergaba a una multitud de pibes y de pibas, sujetos que se
capacitaban para un futuro en el que los valores de progreso a partir del trabajo, la
honestidad y la decencia, tenían su lugar. La institución educativa ponía, por encima de
todo, el amor a la Patria y, junto a la Patria, el sistema aportaba a un instituido estable y
permanente. Eso quería decir que subordinarse al valor de la amistad y la sinceridad, a
los valores de respeto a los adultos, hacer lo que estaba bien hacer y renunciar a lo que
estaba mal, defender lo que era justo y ser consecuente con los principios que uno
sostenía, nos aseguraba una identidad definida y reconocida, un digno lugar en el mundo.
Estudiar era nada más y nada menos que eso: una obligación que no se discutía porque
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no se sentía como obligación. Estudiar era tan natural como comer con la boca cerrada o
cepillarse los dientes por la mañana. Estudiar era nada más que eso: prestarse como
recipiente a ser llenado de conocimientos, a veces, y a ubicarse como intérprete de textos,
otras.
Había una vez... un sistema educativo que se correspondía con la subjetividad de la época
a la que contribuía a reforzar. Hubo una vez una escuela pública, gratuita y obligatoria.
Ese sistema no ha desaparecido del todo pero ya hay otro modelo y otras subjetividades
que ocupan su lugar. No se trata de modelos nuevos que, contrastados con el que la
modernidad nos legó, dejan mucho que desear. No se trata -o, no sólo se trata- de edificios
deteriorados; de alumnos que le faltan el respeto a las maestras o de autoridades que han
perdido jerarquías. No se trata -o, no solo se trata- de la ausencia de valores, o de la
presencia abusiva de una cultura de la imagen que vino a desplazar a la cultura de los
textos. Lo que sucede es que con la destitución del Estado nacional2 como metainstitución
dadora de sentido, han estallado las demás instituciones. Y así, las condiciones de
permanencia y de estabilidad que el sistema educativo aportaba, desaparecen. Los
valores, los sagrados valores de la abnegación, la honestidad, el altruismo, el esfuerzo, ya
no están. Pero eso no quiere decir que ha triunfado el mal. Eso no quiere decir que ahora
el egoísmo, la corrupción y la pereza han venido a ocupar el lugar dejado vacante por las
buenas almas. Significa que, ante el vacío de instituidos que los aseguren, ya no hay
referentes que permitan separar el bien del mal, ya no hay valores trascendentes. Ahora
son valores inmanentes lo que se gestiona en cada situación y su regulación depende de
la correlación de fuerzas sostenida por los poderes de turno3. Sin Estado-nación que
asegure las condiciones de existencia, la escuela como dispositivo de capacitación ve
alterada su consistencia, se evapora su sentido. El agotamiento del Estado-nación como
principio general de articulación simbólica le ha quitado el sostén a la estructura y es así
como, insensiblemente, los alumnos de antes, les cedieron el lugar a los usuarios de ahora.
Si para los alumnos de antes estudiar era prestarse como recipiente a ser llenado de
conocimientos o ubicarse como intérprete de textos, para los usuarios de ahora la cuestión
es navegar el hipertexto eludiendo cualquier sentido, evitando la más mínima
significación que pudiera distraerlos de la infinidad de conexiones en las que se les juega
la vida.
En momentos como el que nos toca vivir, cuando después de siglos en que la escritura se
mantuvo reducida al lápiz con una sola mano sobre el soporte papel, se ha pasado a la
escritura con las dos manos en el teclado y, en menos de lo que canta un gallo, a la
producción de mensajes de texto en los teléfonos celulares con los pulgares (¡al fin se
supo para que servían esos dedos gordos e inútiles!). Pues bien: en momentos como estos,
la escuela -nuestra institución educativa- "continúa formando aprendices como si se
tratara de escribas de la antigüedad o de copistas medievales"4 y las maestras se debaten
en el eterno dilema acerca de las virtudes o desventajas de la escritura caligráfica con
caracteres ligados o separados. De modo tal que un abismo infranqueable tiende a abrirse
entre los nativos digitales y los inmigrantes digitales5. Porque el alumno de hoy en día se
define más como usuario que como aprendiz. Se caracteriza más por las operaciones que
puede llegar a hacer con el flujo de información que recibe que por el sentido que le
encuentra a los textos que se le ofrecen. Así es que, transformado en usuario, el alumno
no interpreta textos, no lee ni descifra, no incorpora algo que en el futuro puede llegar a
servirle, solo opera, genera estrategias operativas -muchas veces extremadamente
barrocas y complejas- para que la marea de información se le vuelva habitable.
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Con el éxito editorial de Harry Potter, ante la avalancha de best-sellers para niños, con la
familiaridad del chat y de los mensajes de texto por los celulares, a través de facebook,
twitter, myspace o youtube, quienes pensaban que la lectoescritura estaba agotada y había
cumplido su ciclo en la historia de la humanidad, volvieron a respirar. Claro está que el
nuevo género literario de mensajes usados por los pibes rápidamente transformó los
suspiros de alivio en gritos espantados ante la perversión de la lengua; pero aun así, es
inevitable aceptar que, al menos, leen y producen textos. Escriben, seguramente no como
a Pedro Barcia (Presidente de la Academia Argentina de Letras) le gustaría pero escriben
y leen. Se da la paradoja de que si ustedes buscan en Google "muerte de la lectura" se
encontrarán con 4.970.000 referencias que ¡habría que leer!; y si buscan "muerte de la
escritura" se encontrarán con 2.950.000 de referencias ¡escritas!
Pero la lectura de los usuarios nada tiene que ver con la lectura de los alumnos. En los
alumnos la lectura tiene una ventaja jerárquica sobre otros estímulos informacionales. En
los alumnos la lectura deja marcas que perduran y que reaparecen, investidas,
resignificadas o expulsadas a lo largo de la vida del sujeto. En cambio, para los usuarios,
leer es una acción destinada a producir imágenes. Es apenas un medio para un fin, una
más entre las múltiples operaciones de recepción del hipertexto que junto a las películas,
los sitios de Internet, los afiches, los juegos de cartas, los disfraces, contribuyen a la
producción de imágenes propias que son usadas para competir con la abrumación de
imágenes aceleradas, estímulos publicitarios que los bombardean y amenazan saturarlos.
Así, las pibas y los pibes navegan como esquiadores sobre el agua. Se desplazan a toda
velocidad intentando con las imágenes propias que, no sólo pero, también, les brinda la
lectura, reducir la aceleración. Si se detienen, colapsan agobiados: el aburrimiento se
apodera de ellos.
No estamos frente a innovaciones tecnológicas que, en el mejor de los casos, deberían ser
aceptadas e incluidas en el sistema educativo. No estoy hablando del Proyecto OLPC
(One Laptop Per Child). Lo que quiero compartir con ustedes es la impresión de estar
asistiendo a un cambio cultural dado por una transformación cualitativa que tiene a los
nativos digitales como protagonistas y a nosotros como analfabetos carentes, hasta ahora,
de recursos para abordarlos. Lo que quiero compartir con ustedes es la impresión de estar
incluidos en una cibercultura que pone en evidencia, como nunca antes había sucedido,
lo obsoleto del sistema educativo instituido.
represión, mano dura y encierro. Para otros, tomarlos uno a uno, lavarlos y peinarlos,
ordenarlos y ponerlos a estudiar -pupitre y pizarrón- y a trabajar con la esperanza de que,
algún día, lleguen a ser "hombres y mujeres de bien". Esto es, para que aspiren a llevar al
mundo al borde del precipicio como lo han hecho hasta ahora los hombres y las mujeres
de bien que han tomado ese camino.
¿O acaso es necesario recordar aquí que detrás de esa política hacia las nuevas
generaciones existen intereses bien fundados y mal intencionados?
La industria farmacéutica, por ejemplo, factura anualmente a nivel mundial una suma que
es superior al doble del producto bruto de Argentina, con una rentabilidad que aventaja
la de cualquier otro tipo de producción, mayor aun que la industria bélica o la del petróleo.
Pero ocurre que del otro lado están los niños; y los niños se ajustan mal a los sistemas
clasificatorios. La diversidad, la multiplicidad y la singularidad de "casos" resiste
indoblegable a cualquier intención de cristalizar las categorías de asistidos.
Los niños, las niñas y los jóvenes son a menudo -sucesiva y simultáneamente- un poco
desatentos, un poco desobedientes, un poco transgresores, un poco vagabundos, un poco
repetidores o desertores escolares. Un poco de todo, y nada de eso. Ninguna de esas
etiquetas les viene bien6. Esta inestabilidad desafía la vocación de servicio de los
profesionales y de las instituciones destinadas a ayudarlos. Ahí es donde la respuesta no
se hace esperar: se los fuerza para incorporarlos en categorías que pretenden confirmarlos,
aprisionarlos, convertirlos definitivamente en ADD, en ODD, en depresiones infantiles,
en drogadictos, en delincuentes o en disléxicos, porque entonces sí se sabe a dónde hay
que llevarlos y cómo hay que tratarlos. Guiados por ese afán de correspondencia, los
expertos tienden a adjudicar a cada patología la pastilla que le corresponde; a cada
patología, la población de especialistas y de instituciones específicas que les toca.
Por todo esto es que pienso que, tal vez, ha llegado el momento en que los educadores y
los expertos debamos empezar a reflexionar acerca de qué es lo que hacemos y qué es lo
que deberíamos dejar de hacer con la infancia. Tal vez, antes que tomar la infancia como
objeto de estudio y de asistencia, deberíamos pensar la "desatención" y la "desobediencia"
como un analizador de esta cultura y, sobre todo, preguntarnos qué es lo que el Sistema,
el Sistema de Salud, el Sistema Educativo y hasta el dispositivo académico hace con
nosotros. Qué nos demanda. Síntoma de qué somos. Tal vez ha llegado el momento en
que nosotros, los psicoanalistas, debamos empezar a pensar la infancia por fuera de una
intervención convencional: aquella que evite deslizamos al lugar común que clausura,
justamente, lo que el síntoma individual, que dice siempre algo del síntoma social, intenta
abrir.
Notas
Capítulo 20
Gabriela Dueñas
Antes de avanzar sobre esta cuestión, resulta conveniente sin embargo realizar la siguiente
aclaración en torno a lo que aquí denominamos patologización y medicalización de la
infancia y adolescencia. Con estos términos, no se está cuestionando de manera
generalizada el avance de los conocimientos médicos que posibilita la detección temprana
de una gama cada vez más amplia de enfermedades; tampoco a las intervenciones
terapéuticas que requieren del uso de medicación; menos aún el desarrollo científico
tecnológico de la industria farmacéutica gracias a la cual se ha logrado mejorar de modo
significativo la calidad de vida de amplios sectores de la población mundial que tienen
acceso a ella.
El derecho a la salud sin embargo -sobre el que algo anticipé- probablemente sea
uno los derechos más vulnerados por el fenómeno de la patologización y
medicalización. Por este motivo resulta necesario detenernos en él de manera
particular. Porque más allá de la desconsideración acerca de los efectos que sobre la
salud física pueda acarrear la administración innecesaria y/o inadecuada de drogas
psicoactivas en organismos en pleno desarrollo, resulta doblemente preocupante
observar además, las llamativas omisiones en las que incurren de manera sistemática
muchos profesionales de la salud -dedicados a la asistencia de niños con problemas
de conducta y/ o aprendizaje- a la hora de proceder a la realización de los diagnósticos
que justifican los mencionados tratamientos o de realizar el seguimiento que los
mismos requieren.
"A la información sólo hay que cambiarla de lugar. Dar información, suprimir
información, situar la información en otro lado para que el dato cambie y el trastorno se
anule."(...) "Les ponen así a los padres y maestros en la cabeza que "ellos no tienen nada
que ver" y entonces, ellos se comportan como si no tuvieran nada que ver;
consecuentemente, el niño queda condenado a los automatismos mentales porque para
ellos, lo único que existen son los automatismos mentales y de lo que se trata es de
cambiarlos por otros". (Jerusalinsky 2004).
Todo hace pensar que no hay tiempo, ni espacios, para detenerse a escuchar las novedosas
maneras en que los niños y jóvenes de hoy expresan sus sufrimientos. Sensaciones de
malestar, soledad, temores, desconcierto, presiones por el exceso de expectativas, etc.
En fin, nuevos y viejos dolores que padecen nuestros chicos, mientras esta sociedad, la
misma que los/nos produce, parece preocupada sólo por enmascararlos y clasificarlos con
etiquetas de síndromes que habilitan así, la vía de la medicalización como forma
privilegiada por su "eficiencia" (y razones económicas) de silenciarlos.
La vulneración del derecho de los niños a recibir educación que implica este
fenómeno, aparece algo desdibujado en relación a los mencionados anteriormente. Al
respecto, cabe señalar que -si bien en los últimos años se han logrado avances importantes
(no sólo en la educación sino en todos los ámbitos de la sociedad en cuanto a la
concepción de los derechos humanos y a la idea de integración e inclusión de las personas)
la proliferación de los discursos sobre la aceptación de la diversidad sostenidos por los
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• Niños que muestran más conocimientos que sus maestros sobre algunos temas (de
manera paradigmática, en el terreno informático).
• Niños/as que manejan con extraordinaria solvencia la compleja narrativa de los juegos
en red;
• Niños entrampados en el medio de severos conflictos que sostienen hoy -como nunca
antes había sucedido-las familias con las escuelas;
• Niños/as nómades en función de ciertos "acuerdos" a los que llegaron sus padres
separados (Que nunca saben en qué casa dejaron un libro o quien va a ir a buscarlos a la
salida de la escuela);
• Niños demandantes y hasta tiranos consumistas, producidos así por las lógicas del
mercado que atraviesan el contexto social en el que se crían;
• Niños y niñas, son apenas algunos ejemplos de la diversidad de situaciones que hoy
alberga la escuela.
Asimismo, nadie puede afirmar tampoco, que estas situaciones son específicamente
escolares. Por el contrario, se vinculan con procesos de orden social muy complejos que
remiten -entre otras razones- al fenómeno de la globalización, el desarrollo de las TIC y
al impacto de políticas neoliberales que - al producir un corrimiento del Estado a favor de
una progresiva hegemonía del mercado y sus lógicas consumistas, competitivas e
individualistas- acarrean consigo profundas modificaciones en la vida social en todas sus
dimensiones y en diversos aspectos que inciden de lleno (y como era de esperar) en los
procesos de constitución subjetiva y el desarrollo de las funciones cognitivas que de ésta
dependen.
La cuestión sin embargo sobre la que aquí quiero llamar la atención es que todos estos
procesos impactan de manera particular en la única institución que se propone albergar a
toda la población infantil y juvenil: la escuela y que esto, como consecuencia, produce
inevitablemente desplazamientos no sólo en la posición de alumno sino también en la
posición del docente.
Efectivamente, si bien hoy la educación intenta brindar una enseñanza general lo más
amplia que resulte posible, apoyándose en algunos aportes que trajeron consigo las
reformas educativas de las últimas décadas, parece ser que esto no es suficiente. Es más,
parece incluso que -en no pocos aspectos- se estuvieran generando efectos opuestos.
Esta situación se expresa de múltiples maneras. Entre ellas y como se adelantó, a través
del intento reiterado y persistente de aplicar un currículo homogéneo a una población
escolar que es sumamente heterogénea, con lo cual, la legítima pretensión social y política
de "incluir a todos", en la práctica, se torna un "imposible", renovando y resignificando
de esta manera, aquello que en su momento advertía Freud.
Asimismo considero necesario también explorar desde el lado positivo las nuevas
modalidades cognitivas que estarían adoptando muchos niños hoy, en lugar de ocupar
nuestro tiempo en completar formularios que pretenden describir cuantitativamente el
grado de déficits que acarrean estos "supuestos trastornos crónicos", tal como sucede con
aquellos ya mencionados, catalogados de manera indiscriminada como ADD/ADHD.
Al respecto, resulta oportuno tener presente que no pocas investigaciones han mostrado
que "muchos de estos niños son perfectamente capaces de prestar atención: ¡de prestarle
atención a lo que no deberían prestársela!" (Armstrong (2000). En este sentido, debería
llamarnos la atención cómo estos mismos chicos no tienen dificultades para concentrarse
en diversas actividades fuera de las aulas, incluso durante la misma jornada escolar, en
recreos o mientras practican deportes, artes o computación.
Por su parte, y retomando lo que venía diciendo, resulta pertinente también, reconocer
que este abordaje se complejiza si consideramos que el trabajo con las llamadas "nuevas
infancias y juventudes" no reconoce aún un campo de saber o de prácticas profesionales
consolidado y delimitado. Antes bien, se trata de un terreno atravesado por una
multiplicidad de miradas disciplinarias y de prácticas profesionales e institucionales
diferentes que difícilmente reconocen puntos de articulación, aún cuando se dirijan todas
ellas a los mismos sujetos. De allí que resulte prioritario generar instancias de
intercambio, de puesta en debate de los diferentes enfoques (disciplinarios y teóricos) que
orientan las prácticas educativas, en dirección a encontrar algunos principios de trabajo
comunes y marcos teóricos más ricos y complejos.
De allí que resulte necesario introducir perspectivas y formas de abordaje por lo general
ausentes en la formación de docentes, que más que agregar nuevas categorías a las
existentes para clasificar y calificar a los sujetos y pronosticar sus posibilidades de
aprender, permitan generar condiciones (subjetivas e institucionales) para que, más allá
de todo pronóstico, se habilite en la escuela la oportunidad de que otra cosa tenga lugar.
Notas
22
Bibliografía
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Amorrortu.
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