La Comunicación - Unidad I

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Unidad I

1. La comunicación como proceso social

Cuando hablamos de comunicación solemos representarnos el impacto que las nuevas


tecnologías tienen en nuestra vida. Por supuesto, la aparición de las redes sociales y de la
telefonía móvil constituyen una dimensión importante para pensar la comunicación. Pero lo
cierto es que desde la aparición de la escritura hasta la invención de la imprenta, desde las
primeras representaciones pictóricas hasta el arte de las catacumbas, desde el primer
cinematógrafo hasta Netflix, desde el telégrafo hasta la aparición de Internet, el acto de
comunicarnos, esencialmente humano, se configura como proceso fundante de nuestra
cultura.
Y es que la comunicación es un proceso de naturaleza social. En el momento que nacemos
los adultos que nos rodean nos asignan un nombre, acción que viene a configurar los
primeros rasgos de nuestra identidad. Enseguida una mirada, una caricia, un llanto, vienen
a dar testimonio de nuestra necesidad de comunicar que estamos en el mundo. Con los
primeros balbuceos aparecen las primeras palabras y con ellas el proceso lento pero
sostenido de adquisición del lenguaje y con él nuestra capacidad de nombrar ese sistema
de signos que la cultura ha creado para estructurar el pensamiento y poder denominar el
universo. Así, cultura y comunicación aparecen íntimamente ligadas. La cultura crea los
múltiples y complejos códigos con los que nos comunicamos, y la comunicación, a su vez,
constantemente crea y recrea la cultura otorgándole significados a nuestras prácticas
culturales.
Etimológicamente, la palabra “comunicación” viene del latín ​communicare​, que significa
“poner en común”. Sin embargo, como suele ocurrir con otros procesos sociales, se trata de
un concepto y un campo de análisis complejo. Pensar que “la comunicación está en todo”
no quiere decir que “todo sea comunicación”. Al respecto, el semiólogo argentino Héctor
Schmucler reflexiona:

Venimos de un obstinado fracaso: definir la comunicación. En consecuencia, siempre


resulta problemática establecer el campo específico en donde se incluyen los hechos
que nos proponemos analizar. Por supuesto existen definiciones. Pero normalmente
deben acudir generalidades tan vastas que abarcan el universo de lo posible: todo es

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comunicación. El concepto de comunicación, así, carga la culpa del racionalismo que
intenta formular leyes únicas para explicar el funcionamiento de fenómenos plurales. La
versión cibernética de retroalimentación está en el centro de esta corriente explicativa
que totaliza su visión en la teoría de sistemas. Todo se comunica, quiere decir,
estrictamente, que todo se autoregula, que todo tiende a un fin. El estudio de la
comunicación se convierte, con frecuencia, en el aprendizaje del uso de instrumentos o
en la evaluación de las consecuencias del uso de determinadas tecnologías. En uno u
otro caso, el instrumento aparece como un mediador más o menos neutro. Hay una
historia de los usos de algunas técnicas; hay otra historia, la de la técnica, que se
muestra como un proceso de evolución natural, condicionado, en todo caso, por otros
hechos científicos técnicos. Uso e instrumento suelen mostrarse como realidades
aisladas, cuando no son más que momentos indisociables de un mismo fenómeno.
La razón tecnocrática, meramente instrumental, encuentra su negación en la versión
ontológica-moral de la comunicación, consagrada desde sus orígenes: comunicar es
comulgar. Más allá de su connotación religiosa, la acción comunicativa es un hecho
ético, es decir, político, no instrumental. Habermas subraya la diferencia: “La acción
estratégica se distingue de la acción comunicativa, que tiene lugar bajo tradiciones
compartidas, en que la decisión entre posibilidades alternativas de elección puede y
tiene que tomarse de forma fundamentalmente monológica, es decir, sin un
entendimiento ad hoc, ya que las reglas de preferencia y las máximas que resultan
vinculantes para cada uno de los actores vienen ajustadas de antemano” (Ciencia y
técnica como “Ideología”, ed. Tecnos). La perspectiva de la comunicación/cultura asume
los problemas de la eticidad, “que sólo pueden surgir en el contexto de la comunicación
entre los actores y de una intersubjetividad que sólo se forma sobre la base siempre
amenazada del reconocimiento recíproco. (Habermas, id).
Desde aquí deberíamos reiniciar el camino: estimular algunas tendencias vigentes,
cuestionar otras, superar (negar) la mayor parte. Muchas preguntas, por lo tanto,
deberían ser alteradas. Lo que está en cuestión es el qué y no sólo el cómo. No se trata
de describir apartándonos, sino de construir un saber que nos incluya, que no podría
dejar de incluirnos. La relación comunicación/cultura es un salto teórico que presupone el
peligro de desplazar las fronteras. Pero, justamente, de eso se trata: de establecer
nuevos límites, de definir nuevos espacios de contacto, nuevas síntesis. En vez de
insistir en una especialización reductora, se propone una complejidad que enriquezca.
Nada tiene que ver esto con la llamada interdisciplinariedad que, aún con las mejores
intenciones, solo consagra saberes puntuales. Se pretende lo contrario: hacer estallar los
frágiles contornos de las disciplinas para que las jerarquías se disuelvan. La
comunicación no es todo, pero debe ser hablada desde todas partes; debe dejar de ser
un objeto constituido, para ser un objetivo a lograr. Desde la cultura, desde ese mundo

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de símbolos que los seres humanos elaboran con sus actos materiales y espirituales, la
comunicación tendrá sentido transferible a la vida cotidiana” (Schmucler, 1984).
En síntesis, todo acto de comunicación constituye una interacción, un intercambio, un
encuentro con otro/a que tiene lugar en el constante crearse y recrearse de la cultura, en la
búsqueda de un horizonte de significados compartidos. Y el arte siempre es, desde esta
perspectiva, un acto de comunicación: es, en todas sus manifestaciones, un intento de
expresar algo, de vincularnos, de contar historias, de hacernos preguntas sobre nuestra
existencia, a través de la obra artística. La música, la pintura, el cine, con sus propios
lenguajes y características y su maravillosa capacidad de ampliar nuestra experiencia, de
narrarnos historias, de reponer lo que está ausente para hacerlo presente a la experiencia.
A partir de aquí focalizaremos en esta dimensión comunicativa del arte, con centralidad en
la literatura y el texto escrito como puerta de entrada a otros lenguajes, como el audiovisual.
Para ello describiremos los componentes clásicos de lo que denominamos la “situación
comunicativa”.

1.1 La situación comunicativa

El lingüista ruso Roman Jakobson identifica seis factores que caracterizan a todo acto
comunicativo verbal:

El destinador manda un mensaje al destinatario. Para que sea operante, el mensaje


requiere un contexto de referencia (un referente, según otra terminología un tanto
ambigua), que el destinatario puede captar, ya verbal ya susceptible de verbalización; un
código del todo, o en parte cuando menos, común al destinador y destinatario (o, en
otras palabras, al codificador y decodificador del mensaje); y, por fin, un contacto, un
canal físico y una conexión psicológica entre el destinador y destinatario, que permite
tanto a uno como al otro establecer y mantener una comunicación. (…) (Jakobson, 1984)

Entonces, decimos que toda situación comunicativa está compuesta de un ​emisor/a​, que es
quien ​emite el mensaje a trasmitir y un ​receptor/a​, que es o son aquellas personas que se
constituirán como receptores activos de ese mensaje y que será recreado y reinterpretado
en intercambio y diálogo constantes. Las conversaciones en los grupos de WhatsApp, las
publicaciones en las redes sociales, ver el capítulo de tu serie favorita o ir a un recital para
escuchar tu banda predilecta son situaciones comunicativas que vivenciamos con
cotidianeidad. Para que exista comunicación debe existir, además de un mensaje a
comunicar y un código, que es un sistema de signos creados culturalmente y que debe ser

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compartido por destinador/ y destinatario/a. El esquema se completa con un canal, o medio
físico a través del cual se producirá el mensaje y un contexto sociocultural en el que tendrá
la comunicación, lugar a la vez que le dará marco de referencia. Este contexto, decimos,
refiere a un ámbito en el que se fijarán ciertos límites necesarios para que destinador y
destinatarios puedan dialogar entre sí. El código compartido a utilizar, por ejemplo, variará
según el contexto y las reglas sociales asociadas a él. Por ejemplo, no nos expresamos de
la misma manera en una clase de la Escuela Universitaria de Artes que como cuando
vamos a ver un partido de fútbol. El modo en que escribimos en las redes sociales o en los
chats privados con amigos/as difiere considerablemente del modo en que escribiríamos la
reseña de un disco para una revista de música o un ensayo académico. Y esto es porque el
contexto determina en gran manera el modo en que se producirá el mensaje.

La teoría de Jakobson se completa y complejiza al poner en relación los seis factores de la


situación comunicativa con las funciones que cumplen en las operaciones del lenguaje.
Cada uno de estos seis factores (emisor/a, receptor/a, mensaje, contexto, canal y código)
determina, pues, una función del lenguaje diferente: ​emotiva, conativa, poética,
referencial, fática y metalingüística​. Sin embargo, no cabe pensar en mensajes que
respondan a una sola de estas funciones en forma pura. Es posible distinguir, más bien, una
función predominante, que estará llamada a determinar la estructura del mensaje.
Cuando la estructura del mensaje está orientada principalmente hacia el contexto o
referencia, es decir, a aquello sobre lo que se habla, predomina la ​función referencial​. La
función emotiva o “expresiva” está centrada en el destinador y enfatiza en la actitud del
hablante y cómo a través de sus rasgos expresivos, por ejemplo, la entonación, éste exhibe
las emociones ligadas a aquello de lo que está hablando. Si predomina la orientación al
destinatario/a se trata de la función ​conativa o apelativa​, que para Jakobson “halla su más
pura expresión gramatical en el vocativo o imperativo”. Pensemos, por ejemplo, en los

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mensajes de la publicidad o las expresiones propagandísticas: “Hacete el autoexamen” o
“Vote por mí”.
La función fática​, orientada al canal, refiere a esos mensajes que sirven para establecer,
prolongar o interrumpir la comunicación, para asegurarse que el circuito funcione o bien
constatarlo. (“Hola, ¿estás ahí?” “No tengo señal”, “Me quedo sin batería”). Cuando el
destinador/a o destinatario/a quiere confirmar que están usando el mismo código, el
discurso se centra en el código; entonces realiza una ​función metalingüística​. Ella
predomina cuando se pregunta al otro sobre el sentido de lo que se está diciendo o por el
significado de alguna palabra que se está usando. Veamos, por ejemplo, este fragmento de
A través del espejo y lo que Alicia encontró allí,​ escrito por Lewis Carroll:

“​-Ya ves. ¡Te has cubierto de gloria!


--No sé qué es lo que quiere decir con eso de la «gloria» -observó Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente.
-Pues claro que no..., y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que «ahí te he
dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada».
-Pero «gloria» no significa «un argumento que deja bien aplastado» --objetó Alicia.
-Cuando yo uso una palabra -insistió HumptyDumpty con un tono de voz más bien
desdeñoso-quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
-La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas
diferentes.
-La cuestión -zanjó HumptyDumpty- es saber quién es el que manda..., eso es todo.​”
(Carroll, 2004)

La ​función poética finalmente, no refiere únicamente a la poesía o a la rima, sino a un


modo de construcción del discurso que lo revaloriza totalmente y a cada uno de sus
componentes. Jakobson pone este ejemplo de esta función orientada al mensaje: ¿Por qué
dices siempre Ana y María y nunca María y Ana? ¿Acaso quieres más a Ana que a su
hermana gemela María? No, lo que ocurre es que suena mejor. Juegos de palabras,
publicidades con slogans pegadizos, consignas políticas con cierta sonoridad (“Quien ama
no mata, ni humilla, ni maltrata” o “DumpTrump”), pueden también ser ejemplos de
mensajes en los que predomina la función poética.

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En la Universidad podemos encontrar las más variadas situaciones comunicativas: entre
estudiantes, entre docentes y estudiantes, entre investigadores. Aquí circulan todo tipo de
discursos: literarios, periodísticos, científicos. Uno de los discursos que predomina es el
Discurso académico. Nos ocuparemos de esto más adelante pero por el momento nos
limitaremos a decir que en la Universidad se leen y se producen todo tipo de textos.
Mayoritariamente, se trata de textos académicos para cuya comprensión es necesaria una
serie de competencias discursivas sobre los géneros que nos habilitará a escribirlos y
comprenderlos.
Finalmente, en todo encuentro con el libro encontramos una situación comunicativa.
Situación que vincula dos polos entre sí a través del texto escrito, diálogo imaginario capaz
de trascender el tiempo y el espacio, capaz de abrirnos a nuevos mundos, a conectarnos
con otro al que quizás nunca conoceremos en persona, vislumbrar, acaso como buscaba
Borges, un “aleph”, un punto desde el cual se pueden apreciar todos los puntos del
Universo.

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