Vicente Fidel López - Introducción - Historia de La República Argentina

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Vicente Fidel López

Historia de la República Argentina


Su origen su Revolución y su desarrollo político hasta hasta el gobierno
del General Viamonte

Nueva edición profusamente ilustrada


Tomo I
Editorial sopena argentina, Buenos Aires

Introducción
Paralelismo de la historia colonial con la historia Europea

Prefacio

I
La República Argentina es una evolución espontánea de la nacionalidad y de la raza
española, comenzada en el desierto del América del Sur recientemente descubierto y
consumada a orillas del más espléndido de los ríos del globo. Desde luego era natural que
al luchar con las necesidades de la vida y al obedecer con las leyes de su desarrollo las
futura sociabilidad hubiera de entrar una serie de condiciones totalmente diversas de
aquellas que habían vivido sus primeros colonizadores y que su organismo moral
encerrase, desde entonces, el germen de un crecimiento propio; tanto más distinto del de su
metrópoli cuánto más lo apartasen de su origen del tiempo y de los accidentes históricos.
Dijiste sería apreciar esa divergencia entre la vida de la madre Patria y el crecimiento
de la colonia Argentina, sí, al estudiar los accidentes que la produjeron, no fijásemos con
precisión igual la necesaria amplitud de los detalles históricos, el punto en que las dos
corrientes comenzaron a separarse de su tronco común de la historia de España. Los
mismos sucesos diplomáticos y las mismas guerras y conflictos que España tenía que
sostener con las otras naciones de Europa ya por sus intereses territoriales o dinásticos ya
por la defensa de sus posesiones ultramarinas, asumían entre nosotros la doble faz y
pronuncian, por lo mismo, un doble resultado: Inmediato el uno, en la metrópoli, y en sus
relaciones con los poderes europeos; mediato el otro, en el río de la plata, donde, por más
esfuerzos que ella hiciera le era imposible impedir que penetraran los apetitos del comercio
ultramarino y la de la Industria, y evitar que el monopolio colonial, se pusiese, poco a poco,
el antagonismo con las aspiraciones sociales de la colonia misma, que, como parte integral
de la monarquía y productos social de su mismo cuerpo se sentía movida también por los
intereses propios.
El paralelismo aparente de los sucesos contemporáneos en una y otra porción, oculta
un ángulo de divergencia imperceptible al principio, pero qué más acentuado, siempre con
el andar del tiempo, envuelve una enseñanza histórica y el fenómeno moral más importante
es que contiene nuestra historia colonial: O por mejor decir, la historia colonial íntegra y
verdadera; pues Las Guerras de ocupación más o menos felices, con que la raza Blanca ha
ido desarrollando las tribus salvajes hasta las extremidades del desierto, no tiene ningún
interés político, ni pueden mirarse como otra cosa que como la adquisición de fuentes, cada
vez más amplias y desembarazadas, para extender la producción agrícola y la población del
suelo; son una continuación del movimiento conquistador y nada más. Esto explica nuestro
plan y el carácter que vamos a dar a esta introducción.
Si la historia colonial no sirviere para revelarnos el desarrollo político de una sociedad
incipiente que con pasos lentos al principio, y con espléndidas manifestaciones después, ha
podido salir de las envolturas españolas para constituir una nacionalidad vigorosa, qué, si
es favorecida por la fortuna, llegará, sin duda, a prestar inmensos servicios a la humanidad
y a la civilización, esa historia no tendría sentido a nuestros ojos ni merecería ser estudiada
por los propios, o ser presentada a los extraños. Desde este punto de vista, creemos que
nuestra obra si bien trata hechos modernos y contemporáneos cuyos elementos todavía
están en la tradición de los vivos y que los impresos te recientes fecha, es nueva por el
plan, por el método y por el paralelismo riguroso con que hemos estudiado en ella aquellos
acontecimientos europeos que a la vez aparecen como portugueses, ingleses,franceses,
holandeses o españoles, fueron las causas que en las orillas del río de la plata
determinaron la marcha de las evoluciones internas que forman nuestra historia política en
el período colonial.
De la historia colonial a la revolución de mayo de 1810 no hay solución de
continuidad. Los mismos principios y los mismos acontecimientos que comenzaron a obrar
aquí desde los últimos días del siglo 16, son los que hicieron sus crisis y obraron, desde los
últimos días del siglo 19, hasta estos momentos. La enseñanza que su estudio puede
darnos, es inminentemente fecunda si se aprecian bien los documentos que la contienen y
si se cierta a presentar el encadenamiento de sus causas y sus efectos, con la luz y con la
claridad que deben hacerlo evidente, comprobando aquello tan sabido que: EL PRESENTE
HIJO DEL PASADO ES SIEMPRE PADRE DEL PORVENIR.

II
Al estudiar la historia de las colonias cristianas, que las potencias modernas han
establecido en las tierras vírgenes del globo, se verá, con asombro, lo efímero de los
vínculos que las ligaron con la madre patria, y la rapidez con la que han pasado del estado
de embrión al Estado de Naciones capaces de tomar la responsabilidad de su propia suerte,
y de dar desarrollo a sus propios elementos; de acuerdo con el espacio que ocupan, con los
medios a su alcance y con los agentes que estuvieron provistas. Y tan lejos de esto puede
hacer mirado con un mal para la comunidad de las naciones cultas, y aún para aquellas
mismas que pierden sus colonias por la evolución natural que las emancipa con la rápida
virilidad que alcanzan por las leyes Morales de su época, es uno de los más grandes y más
beneficios resultados que entran en acción y en provecho del bien general. Lo que el mundo
quiere y busca es aumentar el número de los miembros libres y productores que aceleren el
movimiento de la tierra y de la industria para que, con el trabajo y la cultura intelectual,
extiendan su territorio, realce en sus condiciones morales y abriguen en su mismo ser social
y Cristiano, todas las aptitudes y todos los esfuerzos de la humanidad y de la civilización.
Esta ley es la esencia misma de las manifestaciones modernas, es la que condena las
inicuas usurpaciones de las conquistas, y con mayor indignación de los pueblos libres de
día en día, y la qué, más fuerte que todos los egoísmos, al final hará que esas iniquidades
fracasen y que sean sustituidas por la acción benéfica de las emigraciones pacíficas, que
llevan el trabajo de tierra a tierra, como un simple producto de importación y de capital
económico.
La América del Norte y la del Sur son las que han venido a comprobar la existencia
del valor primordial de esa verdad, que es la ley Suprema de las relaciones políticas de
nuestro tiempo. Napoleón III fracasó en México; y si Inglaterra gobierna en Canadá y en la
India, no es sino a trueque de no imperar en una parte y haber constituido un imperio tuitivo
en la otra, cuya tutela irá desapareciendo a medida que las razas del país europeicen y
entren en el cauce de la civilización cristiana.
La emancipación del río de la plata se justifica por esos mismos principios; y España,
que luchó a muerte contra nosotros por mantener su imperio colonial, ha encontrado
mayores beneficios y menos cargas en el recíproco comercio con que nuestro triunfo ha
convertido en tráfico libre el monopolio que ella pretendía sostener con el régimen colonial.
La paz que ha realizado con los intereses tiende, cada día más, arraigarse en los Espíritus,
y consecuencias serán de una inmensa importancia para la lengua de ambas naciones y
para la creciente prosperidad y unión de las dos ramas: El mundo español podrá quizás, en
no largo tiempo, pos ser tan vasta extensión en el mundo civilizado como el mundo inglés,
lo que por cierto, será de inmensa ventaja para todas las nacionalidades que lo constituyan.
Como potencia colonizadora, españa tenía en su seno deficiencias, y casi diríamos
vicios o, mejor dicho, enfermedades, cuyas fatales consecuencias no pudo dominar ni
evitar. Las Guerras dinásticas y religiosas la habían empobrecido y, a la vez que su posición
entre las naciones europeas la ponía en un continuo conflicto con otras potencias
marítimas, aquella era la época en que todo el mundo carecía de capital flotante y
circulatorio. Las consecuencias de esta falta eran funesta para todas sus colonias. Sin
capital y con una industria decadente y empobrecida, españa se hallaba en absoluta
impotencia para desempeñar las dos funciones primarias que debe desempeñar una
potencia colonizadora, qué son: Fecundizar las fuentes naturales del territorio colonial, y
surtir su población con los productos de trabajo propio y ajeno.
El territorio Argentino(para no hablar de la América) era tan vasto, con aptitudes tan
variadas y tan asombrosas, que se habría necesitado, no diremos que todos los capitales
españoles, sino que una enorme masa de los capitales de las otras naciones comerciales
para fomentar las fuentes naturales de ese territorio, levantar sus productos y transportarlos
a los mercados que pedían su consumo. Incapaz de hacer este servicio, por su pobreza y
por la esterilización del comercio propio, españa puso un empeño tenaz encerrarnos la
entrada de capitales extranjeros, en alejar el comercio marítimo que tendía atraerlos para
comprar nuestros frutos, y en estancar el valor y la fecundidad de las fuentes, para limitar su
producción, no ya lo que su comercio podía extraer, sino a lo que el monopolio exclusivo de
Cádiz podía sacar y usufructuar al año. De manera que nuestro territorio, haciéndose inútil
por la misma extensión, queda no solo inexplotado, sino de cierto y abandonado a la
barbarie de las tribus, que lo ocupaban como res nullsius.
El monopolio no solo era, pues la montaña de piedra que esterilizaba las fuentes
naturales de nuestra producción, sino el que tenía en su mano el surtido de las mezquinas y
escasas poblaciones que vegetaban el anchurosa baste dado de nuestros campos, o en el
silencio sepu de nuestros Valles al pie de nuestras fértiles y ricas montañas. Dueño del
surtido pero sin industria propia con quedarlo en la proporción de los medios naturales de
nuestra tierra, el monopolio de Cádiz llenaba las necesidades del consumo con una escasez
y una limitación adecuada a su egoísmo. Resultaba pues, la carestía en los productos de
importación, la escasez opresora en las comodidades de la vida, falta de cultura
consiguiente a la Pobreza común, y la depreciación excesiva del valor de los retornos
esclavizados por la avaricia de los favorecidos.
Esta fatal situación no habría sido tan tirante ni tan pesada si los otros puertos de
España hubieran tenido capitales industriales y producción fabril con qué hacer
competencias al de Cádiz y luchar en los mercados argentinos. Pero, por más que las leyes
expedidas en el siglo XVIII se hubieran esforzado por poner los demás puertos de España
en esta condición, la falta de capitales y de Industrias hizo que los busques extranjeros se
concentrasen en Cádiz para expender las mercaderías con que el monopolio debía hacer
nuestro surtido; de modo que los cueros, las lanas y el dinero efectivo con qué Buenos Aires
saldaba esos valores, pasaban a los países productores del material, después que el
monopolio había levantado sobre las remesas y los retornos la enorme prima o tributo con
que apuraba su interés pecuniario.
A presentar este estado económico tan lamentable, nada está más lejos de nuestro
ánimo que adelantar cargos contra nuestra madre patria, para justificar reflexiones
agresivas. Conocemos bastante las leyes intrínsecas y la fatalidades que muchas veces se
extravían la política de las naciones, para no tener presente que hay grandes males que son
obra del tiempo y de funestas complicaciones históricas, que no pueden remediarse sino
con la experiencia y con los contratiempos mismos que ellos ocasionan.
Pero tenemos que hacer notar que con esto explican dos órdenes de hechos que
tuvieron gran influjo en la marcha progresiva de la Revolución y de la independencia
Argentina. El primero es el conato con que las naciones marítimas le disputaron a España el
comercio y las entradas del río de la plata; y el otro, la vida propia con que esas tentativas
fomentaron nuestro carácter nacional, ya por causa de Las Guerras que tuvimos que
sostener contra las invasiones extranjeras, que no cesaron del siglo 17 al 18, ya por los
medios propios e ilegítimos del contrabando, con que nuestra riqueza principió a progresar,
a pesar de las trabas que le ponía el oficialismo colonial, hasta que lo venció y ahí hirió un
sentimiento enérgico de su propio derecho, y también de su poder.

III
Si bien No cabe duda que el régimen colonial fue desastroso para nosotros y para
España, bajo su aspecto económico, sería evidentemente Injusto o no reconocer la
moderación y la sensatez del régimen administrativo que ella nos dio. De libertades políticas
no hablemos, porque la madre patria no podía darnos ni consentirnos lo que ella no tenía, lo
que ella no gozaba y lo que, fuera de Inglaterra, inapreciada ni comprendía entonces
ninguna otra de las otras potencias colonizadoras de aquel tiempo. Pero aparte de esto, el
régimen colonial español fue siempre grave, serio y templado en sus condiciones normales
para con los pueblos de su raza que ocupa en el país.
Hemos explicado, como un resultado de sus errores económicos, el estado de
lamentable y estéril de las campañas. La vida civil no había podido penetrar ni consolidarse
allí por causa del monopolio dominante en la exportación y en el surtido que mantenía
inexploradas e inexplotadas las fuentes; y esta había sido, por consiguiente, la razón de que
el trabajo, la ocupación y la industria no se hubiesen apoderado de su fértil y vastísima
extensión. Quedaban, se puede decir así, sembrados en el desierto, y aislados en la
soledad, con difíciles y escasos caminos, algunos pueblos que debían su vida y su escaso
vigor al tráfico interior en cuyas rutas se hallaban situados. De modo que, a la vez que da la
administración era defectuosísima, era también impotente y mala en las campañas, donde
su acción estaba reducida a esos pueblos aislados en el desierto, y sus relaciones jurídicas
como dependencia del gobierno general, concentrado, a enormes distancias, en los cuerpos
en los funcionarios que actuaban en las capitales.
La primera de esas instituciones, o, mejor decir, la única institución local, era el
Cabildo a ayuntamiento. Componían el Cabildo aquellos vecinos afincados que tenían
mayor séquito o influjo en el reducido como un que habitaban. Se renovaba cada año por
elección de los salientes hacían de los entrantes, y era presidido por los alcaldes de primero
y segundo voto que, de entre ellos mismos, elegían. El Cabildo o ayuntamiento gobernaba
el distrito poblado y su suburbios; hacia la policía; entendía en el abasto y pop y en la
expedición de víveres y de granos; administraba sus bienes y rentas propias, y puede
decirse que gozaba de una completa independencia en el gobierno que, en su reducida
esfera, le concedían las leyes. En él se hallaba también depositado a la justicia Correccional
y las primeras instancias en causas por desorden público o por delitos.
Además del Cabildo, los corregidores o intendentes gobernaban la provincia y tenían
jurisdicción contenciosa en materias administrativas y civiles, gentes de la audiencia en
Unos ramos, y como agentes de los Virreyes o gobernadores en otros.
En cada virreinato, el virrey era el magistrado supremo que representaba el rey; pero
no gozaba de absolutismo personal. Su poder está limitado por la audiencia en materias
contenciosas, por el tribunal de cuentas en materias fiscales y económicas, y por consejos o
juntas de gobierno, de guerra y hacienda en los Ramos relativos.
Modo que puede decirse que los poderes administrativos tenían bases templadas y
limitadas con acierto, en relación a sus fines y dado su tiempo.

IV
Esas bases no eran eficaces, sin embargo, porque donde falta la libertad política, y
donde todo se hace y se manda por una clase prepotente, nacida fuera del lugar o del país
en que impera, se produce necesariamente un antagonismo Inevitable que viene del distinto
origen de sus habitantes. Al cabo de cierto tiempo, los nacidos en el país conquistado son
más numerosos que los venidos del país imperante. Los unos reclaman, cada vez con más
insistencia y con más derecho, al influjo y la gerencia de que a ellos les pertenece Y les toca
más de cerca. Los otros se aferran al principio tradicional, y a la lucha que se entabla entre
unos y otros, llega necesariamente a un término fatal para el que disponga de menos
fuerzas en el momento del conflicto. El gobierno de lo propio es de derecho natural. No hay
compensación ninguna con que un régimen colonial pueda satisfacer a los que están
privados de él.
Las invasiones inglesas de 1806 y 1807, el armamento del pueblo de Buenos Aires, la
cuestión económica suscitada por los derechos del comercio libre, las represiones violentas
y sanguinarias con que se pretendió sofocar el espíritu público en nuestras provincias del
Perú, la conquista de España por Napoleón, la desaparición de la monarquía de los
borbones, fueron con causas que combinaron el día en que el régimen colonial ya era
impotente y caduco para satisfacer los intereses y las aspiraciones del río de la plata, y la
revolución se produjo como una emergencia natural de los propios antecedentes sin
solución de continuidad.
V
La historia de la Revolución Argentina da testimonio en cada una de sus páginas del
fracaso constante que ha sufrido el verdadero gobierno representativo y electoral, desde su
origen hasta nuestros días. Que la causa de nuestra libertad se presentase al principio bajo
la forma si las necesidades de un poder armado y absorbente, nada tiene de extraño.
Había tenido que comenzar por una Rebelión. El Antiguo dominador imperaba por todas
partes; sus tropas ocupaban a Montevideo, y sus agentes podían levantar numerosas
legiones, desde Córdoba hasta Lima, con que ahogar el movimiento insurreccionario. La
junta de gobierno de Buenos Aires eligió el mismo día que destituyó el virrey nació, pues,
bajo las condiciones fatales que pesan casi siempre por los poderes revolucionarios. Tenía,
ante todo, que defenderse;y, y para defenderse, era menester echar mano a las armas.
Forzada, así, por los sucesos a convertirse en un poder militar y agresivo, tuvo que ser un
poder despótico, al mismo tiempo que un poder de opinión popular. Así fue que, delante de
su influjo prepotente y absoluto, pudieron decaer por el momento todas las garantías del
Antiguo régimen; y con ella se fueron todas las formas que atemperaban el poder público,
para no dejar más autoridad en pie que la debía encabezar y armar el movimiento del país.
Era cuestión de vida o muerte; y bien sabido es que, en estos casos, no hay lugar para la
libertad ni para otra lucha que la de las Dos Banderas que disputan la soberanía. La junta
Revolucionaria de 1810 salió, a no dudarlo, del voto público. Pero vigorosamente constituida
por la pasión popular como una máquina poderosa de guerra y de combate, está destinada
a no satisfacer al Espíritu público convulsionado que había dado su ser; porque dada la
naturaleza de su poder y de la exigencia de sus circunstancias, tenía que hacer pesar la
concentración despótica de Su autoridad sobre sus enemigos y sobre los mismos que había
creado, chocando así con la movilidad indispensable que toman las ideas, las aspiraciones
y los intereses, en medio de las vertiginosas eventualidades que nacen siempre de estas
convulsiones populares.
Nuestra guerra de Independencia fue larga y dispendiosa. Tuvimos que combatir sin
descanso dentro de nuestro territorio, en nuestros ríos y en Chile y en el Perú, desde el bío
bío hasta las alturas de titicaca.
Nuestros adversarios eran generales y soldados españoles que en todas partes se
mostraron dignos de serlo por el valor y por la energía; así es que, obtuvimos grandes
victorias, harto gloriosas por lo mismo, no pocas veces sufrimos notables reveses que
dilataron durante mucho tiempo al triunfo que, al fin, alcanzamos.
Con la guerra de la independencia se complicó la guerra civil desastrosa que puso en
completa convulsión al país todo entero y que introdujo una fatal insubsistencia en los
gobiernos, o, mejor dicho, en los ensayos de gobierno que tomaron sucesivamente la
responsabilidad de los sucesos de esta terrible lucha, llena de armas, de impaciencia y de
odiosidades.
Imposible fue en los diez primeros años, de 1810 a 1820, asegurar sobre un terreno
sólido el sistema de garantías y de Procedimientos que constituyen el gobierno
representativo. Moderar la acción unísona de la autoridad, era como quebrar en sus manos
las facultades y los medios indispensables de hacer la guerra y de desde levantar los
recursos que se se prodigaban en ella.
No bien usaban de esas facultades los gobiernos creados para salvar la causa de la
independencia, cuando se echaba de menos la libertad y la repartición poco igual de poder
público que habían entrado como promesas y elementos necesarios para la revolución.
Puestos los pueblos al borde del Abismo por el Terrible antagonismo entre los fines y los
medios con que había nacido nuestra revolución, llegó un momento de mortales angustias.
Chile había caído en poder de los realistas. Un fuerte ejército, en el que figuraban los
mejores regimientos de las tropas españolas, se aglomeraba allí en 1816 para caer como
torrente sobre el territorio argentino. Por el lado de salta se había desbordado el ilustre
general Laserna, teniendo por tenientes a Espartero, Valdés, Canterac, Sardina, Tacón y
muchos otros ilustres guerreros, de los que habían arrojado a los franceses de las península
ibérica. Morillo había partido de España, y se sabía que traía sus fuerzas sobre el río de la
plata. Se puede decir que aparecíamos vencidos, o próximos a hacerlo por todos lados.
Pero en esos momentos el espíritu público se retempla, con un vigor hasta entonces
desconocido, en el famoso congreso de tucumán. Sale de allí el poder revolucionario
reconcentrado en las fuertes manos de Pueyrredón, el más grande y el mejor inspirado de
los argentinos de su tiempo. La energía y la actividad hacen frente a todo: Vencen hasta lo
imposible, la miseria pública y la miseria del erario. Salta Reproduce al norte de la república
Argentina los prodigios que la insurrección española había realizado contra una parte. ¡ los
hijos eran dignos de los padres! Y así como Soult, Massena, Victor, Lanes y Duroc habían
tenido que salir desechos de España, Laserna y sus ilustres tenientes salen también
vencidos y destrozados del suelo Argentino, al mismo tiempo que San Martín salva a los
Andes y que, en un día inolvidable, nos aseguraba en Chacabuco la línea de las cordilleras,
y en Maipú las costas del Mar Pacífico.1
Apenas ha pasado el peligro, rugen con nueva Furia las pasiones de la guerra civil. Se
ensayan constituciones; pero el mal no tiene ya Remedios ilusorios. Es preciso que el
desorden se ore a sí mismo. ¡todo cae! El organismo nacional se hunde en el desplome. Y
cada provincia se acoge de las imperfecciones de su vida social, dentro de sus propios
límites. La revolución de mayo ha llenado su misión. Nos ha dado una patria independiente.
Pero no ha tenido tiempo ni medios de darnos un organismo libre y representativo, en
sustitución de aquel otro organismo, solemne por los años templado por la sensatez
administrativas de tres siglos, que ella ha demolido.
En su seno se habían tratado, sin embargo, todos los problemas políticos y se habían
ensayado mil medios de resolverlos. Hombres llenos de luces y de virtudes habían puesto
en circulación todas las ideas modernas e iluminado todas las cuestiones sociales. La

1
Jamás será bastante pondera por la historia Argentina la maravillosa grandeza del paso de
los Andes, realizado por el ejército argentino bajo las órdenes del General San Martín. El general
Bartolomé mitre hace proceder con estas palabras una cita que toma de un libro alemán que pasa
por clásico en los estudios extranjeros de nuestro siglo.
Los escritores alemanes de la escuela de Federico, en una época (1853) en que buscaban
ejemplos y lecciones para su ejército, consideraron digno de ser estudiado el paso de los Andes
como un modelo, deduciendo de él enseñanzas nuevas para la guerra " la poca atención, decían,
que en general se había prestado el estudio de la guerra en la América del Sur, hace más interesante
la marcha admirable que el general San Martín efectuó a través de la Cordillera de los Andes, tanto
por la clase de terreno en que la verificó, como por las circunstancias particulares que la motivaron.
En esta marcha, así como en la de Swwarof por los alpes y la de Perefski por los desiertos de la
Turannía (Turquestán), se confirma más la idea de que un ejército puede arrastrar toda clase de
penalidades, si está arraigada en sus filas, como debe, la sólida y verdadera disciplina militar. No es
posible llevar a cabo las grandes empresas sin orden, gran amor al servicio y una ciega confianza en
quien los guía. Estos atrevidos movimientos de los caudillos que los intentan, tienen por causa la
gran fuerza de voluntad, el inmenso ascendiente sobre su subordinados y el estudio concienzudo
practicado sobre el terreno en que van a ejecutar su sus operaciones, para llevar con un Exacto
conocimiento de las dificultades que presente y poderlas aprovechar en su favor; siendo su principal
y más útil resultado enseñarnos que las montañas Por más elevadas que sean no deben
considerarse como baluartes inexpugnables, sino como obstáculos estratégicos". He ahí a San
Martín, juzgado por los maestros del arte militar en nuestro siglo.
senda de todos los grandes principios del gobierno libre estaba atrasada en la tradición en
las aspiraciones de todos los partidos. Nuestros diplomáticos y nuestros políticos habían
estudiado todas las condiciones del país y conocían todos los resortes que operaban en las
primeras y las cultas naciones de Europa. Lo que faltaba era el contrapeso social; era la
masa de intereses territoriales y económicos que da coherencia a los pueblos y a la vida
orgánica de los partidos. El sistema virreinal había dado todo eso con los resortes
originarios de la conquista y del régimen colonial. Pero la revolución había tenido que
demoler toda la obra antigua y no había podido sustituirla con los resortes nuevos, que eran
indispensables, dado el cambio realizado en las bases políticas del régimen social.
Roto el viejo organismo por la guerra civil y las aspiraciones libres, aunque
inorgánicas, del nuevo estado de cosas, cada provincia quedó entregada a sus propios
elementos intrínsecos.
Pero en la de Buenos Aires que había sido el centro del movimiento, resurgió, de
entre sus mismos contrastes, el partido organizador y casi inmobiliario de la de la burguesía
decente, que había hecho la revolución de 1810, y que, no habiendo podido dar un gobierno
representativo a la nación, se concentraba ahora en la tarea de fundarlo y organizarlo en la
provincia particular, en donde había recobrado su imperio.
Esta fue la obra de rivadavia y de García (don Manuel José) de 1821 a 1825. Por
desgracia, la tradición política era extraviada o estaba incompleta en todas las cabezas. La
revolución, en sus diversas fases, había imbuido en los Espíritus la preocupación de que
hasta hasta para lo bueno se requería un poder público Armando de un personalismo
potente, capaz de imponer el bien a todos los que pudieran resistirlos por los resabios de la
tradición colonial, o por la falta de iniciación bastante en la ciencia de los principios políticos.
Y así fue como el personalismo prepotente que venía imperando como un hecho fatal,
producido por las convulsiones que habíamos sufrido, se deslizó en en las miras mismas de
los amigos de Progreso moral y de la libertad política. No era el poder de la opinión pública
el que les inspiraba confianza, sino El Poder Personal de los hombres que debían dirigir el
país hacia los fines recomendados por la sabiduría y por el patriotismo.
Buenos Aires, por otra parte, estaba en 1821 anheloso de mejoras, te avida tranquila
y utilitaria; estaba ávido de movimiento literario y artístico; pedía establecimientos públicos;
reformas y leyes administrativas a la Europea, comercio, fomento de a, prensa, libertades,
espacio para trabajar, para moverse y para divertirse, bancos y ópera, universidades y
sociedades científicas; arreglo de las rentas; y, en fin, ese trabajo multiforme y de todos, que
levanta los Espíritus y que caracteriza lo que vulgarmente se llama una época de libertad y
progreso. La provincia estaba alegre al verse fuera de Los Tremendos conflictos que se
había salvado en 1820; y la alegría pública es, como se sabe, una nodriza el bien general,
porque adhiere la opinión popular a la hora gubernativa.
Tocole la gloria de iniciar este movimiento (harto pasajero, por desgracia, en nuestra
historia) al gobernador de Buenos Aires, general Don Martín Rodríguez, y a sus ministros
Don Bernardino rivadavia y don Manuel José García. Y afe que no había tres hombres más
adecuados ni mejor preparados para la honrosa misión.
El gobernador, alma llena de buenos instintos, amaba, ante todo, la pureza
administrativa, y tenía el noble orgullo de la honradez personal en el manejo de los
intereses políticos. Incapaz de concebir ni la tentación siquiera de fomentar a su alrededor
partidos o círculos de agraciados, no pretendía otra cosa que gobernar el país para el país.
Modesto y honrado, hasta para conocer donde debía tener su límite natural la autoridad que
ejercía, ponía empeño simpático y notorio en que su gobierno marchara fuertemente unido
a la opinión pública; y, haciendo a un lado las pretensiones del poder personal e influyente,
había levantado sus ministros a la altura y a la independencia majestuosas que tienen los
ministros ingleses, a términos que un país entero lo reconocía y que esos ministros tenían la
dignidad del puesto que ejercían, con las responsabilidades de la obra que desempeñaban.
De ahí la gloria excepcional del gobernador mismo, la de cada uno de sus miembros de su
gobierno, el real se moral y cívico de los que lo recibían en los diferentes ramos de la
administración, y la inmensa satisfacción pública que parecía purificar hasta la atmósfera
que el pueblo respiraba durante aquel periodo inolvidable, continuado también por el ilustre
general Las Heras con los mismos principios y con los mismos hombres.
Pero, a pesar de todo, la organización era viciosa en el fondo. Sigue en la opinión
pública está unida con el gobierno, cualquier día podía suceder que el gobierno se
divorciara de ella; porque entre algún otro jefe del Poder y el país, no había cuerpo ninguno
orgánico constitutivo que pudiera hacer frente a la voluntad personal de un gobernador así
facultado. Y las cámaras legislativas que, unidas al poder presidido por un hombre honrado
y bien inspirado, representaban la opinión, unidas a otro hombre de bajas condiciones,
quedaban siempre sujetas a ser simple instrumento de un despotismo disimulado o
descarado, que, por lo mismo que concentraba en sus manos todo el poder ejecutivo, tenía
también los medios de viciar hasta la corrupción el mecanismo electoral.
El verdadero gobierno representativo, el poder ejecutivo está siempre contrastado por
un cuerpo intermediario y constituido, de modo que recocentre en su seno las exigencias de
la moral y de la opinión pública, ya sea por el mecanismo del ministerio parlamentario, como
en la república francesa actual, ya sea en un alto cuerpo moderador como el consejo de
estado, en Chile. Y Con este motivo haré observar que pocos son todavía los que se han
fijado en todas las ventajas de Chile nos ha llevado en cuanto a gobierno y pureza
administrativa, consisten en que allí el consejo de estado, compuesto de categorías
políticas, y determinadas por la ley, se reúne invariablemente cuatro veces a la semana en
la misma casa de gobierno, y que el presidente y sus ministros tienen El Deber de llevar en
su seno los negocios de su respectivo despacho, al ser discutidos antes de ser decretados y
de ser puestos en Vía de ejecución. De modo que, por su número, pon su composición y
por sus funciones, ese cuerpo es el verdadero gabinete ministerial, que refrenda todo el
despacho administrativo, y que contrasta el despotismo de la voluntad personal o el
favoritismo presidencial.
Sin esto no hay gobierno representativo, mi
gobierno libre; y por eso es que toda nuestra historia
política, después de la Revolución es cómo se verá, un
constante testimonio de su fracaso entre nosotros;
fracaso que viene a probarnos qué, nacidos nuestros
gobiernos de las intrigas electorales y de la
usurpaciones del poder público que ella se engendran
la transmisión del poder No es otra cosa que la
delegación omnimoda de la soberanía Qué hacen que
los unos a los otros, que sin la opinión pública tenga
jamás como estorbarlo, ni Cómo hacerse sentir en la
administración de sus grandes intereses, que quedan
por lo mismo abandonados siempre al personalismo
gubernativo, a no ser que el poder caiga, por acaso, en
los saldos y nobles caracteres como los generales
Rodríguez y Las Heras, accidente casual que, por
desgracia, no se ha reproducido.
Este vicio fundamental de nuestras instrucciones es el que a los ojos de los partidos
produce esa indefinida semejanza que casi todos los gobiernos antiguos y modernos, han
tenido con las tiranías personales; pues si la de Rozas se presenta como el monstruo de la
especie, hay un algo en todos los demás que hace visible también el mismo vicio intrínseco,
dándoles un cierto aire de familia y haciéndolos obrar como dañados en el personalismo
funesto de nuestro organismo nacional.
Los Estados Unidos se agitan en los dolores del mismo mal. Los vicios de su
organismo político, la inmoralidad de sus administradores, el menosprecio de la opinión
pública y de las clases elevadas, han sido Ya tan estudiados por propios y por extraños,
qué, después de Tocqueville, de Bagehot, de lord Grey, de Sheldon Amos, de Von Holt2 y de
otros tantos que han hecho luz en la materia, nos tenemos por excusados en entrar en
mayores detalles sobre los vicios orgánicos si funestos que de la Constitución
norteamericana para hacer Resaltar, como una verdad, que no hay gobierno libre ni puede
haber gobierno de opinión sino allí en donde exista un cuerpo moderador entre el poder
ejecutivo y El poder legislativo, para, a la vez en su en su seno se contraste el personalismo
del primero, se mantenga también su independencia y se produzca su concordancia con las
mayorías parlamentarias que resulten del mecanismo electoral.
En los organismos políticos presidenciales, o personales, como el nuestro y el de los
Estados Unidos, un cualquiera que se acomode de pinzote, por la intriga o por el desorden
social, aunque no tenga la menor preparación ni juicio sentado en antecedente alguno es
pactable, osara gobernar con toda desenvoltura en nombre de su propia individualidad. ¡ Y
eso que las ha habido harto raquíticas hasta como hombres comunes! Mientras que en los
organismos parlamentarios, ministeriales, o atemperados por cuerpos intermedios, como los
de Inglaterra y el Brasil, el de la Francia actual y el de Chile, los mismos hombres de estado
más caracterizados, los más probados por sus antecedentes en las luchas políticas del
régimen libre, no osan jamás provocar las enemistades de la opinión pública, sino que, al
contrario, ponen toda su honra en hacerse dignos de servirla y de dirigirla.
"El resultado de las batallas que durante tres siglos ha dado la civilización moderna
por completarse con la adquisición de la libertad política, dice Sheldon Amos, ha sido que
se impongan al poder ejecutivo dos limitaciones muy serias: La una que es la más
importante, en qué por el ascenso de una legislatura popular; y la otra, en que la autoridad
suprema, a unas ilimitada, no pueda contravenir los juicios y las resoluciones de la
asamblea o congreso constitucional, cuya investigación debe estar sometidos todos los
actos del poder ejecutivo". De aquí la necesidad indispensable de las mayorías orgánicas y
la del esfuerzo continuo de los partidos por merecer el apoyo de la opinión pública, y qué es
el juez supremo de todos los gobiernos libres o de opinión, qué es lo mismo.
Algún día la verdad entrará en los Espíritus por la influencia de los hechos: Será
indispensable entonces curar el mal de su origen; los ojos del país lo verán en toda su
deformidad, y emplearán el único remedio que tiene: El Ministerio parlamentario, o el
consejo de estado constitucional. Porque la simplicidad geométrica del organismo político
según la vieja escuela francesa, es prácticamente opuesta al gobierno libre.

2
A work founded on a minute investigation of all state papers to be found in America or in
England, as well as on observation conducted in America, will be found elementary for such a history.
It is only not such a history, because it is so much more. (the science of politics by Sheldon Amos,
pag. 189).
VI
Hay gobiernos constituídos sobre la más amplia libertad de la palabra, que no dan
entrada, sin embargo, al influjo de la palabra en el verdadero poder de gobernar, que es el
poder ejecutivo, por falta de mecanismo para dar influjo en el gabinete ministerial a la
opinión pública y hacer jugar allí sus resortes. Y hay otros gobiernos que, sin tanta profusión
de los medios de hablar como aquéllos, tienen un organismo legal por cuyo medio la opinión
pública, y la palabra oficial, hablan y debaten constantemente delante del país, de igual a
igual, en pro o en contra del gobierno, todas las cuestiones políticas, sin excepción de
aquellas mismas que tocar a los detalles más ínfimos de una vasta administración. El poder
ministerial de gobernar es el premio de esta lucha. Cada cambio de la opinión pública,
arrebatado por el triunfo de la palabra pariamentaria, decide de la composición del personal
administrativo. Pierden el poder los que han perdido la opinión del momento; y lo ganan los
que han sabido ganar esa opinión por la fuerza demostrativa de la palabra. De manera qué
la discusión es un certamen en que, cada vez que la opinión pública pronuncia su veredicto,
da el poder de gobernar el país al que está de acuerdo con ella, retirándolo,
inmediatamente, a los que han perdido ese acuerdo. Estos gobiernos parten del principio de
que nadie tiene título para gobernar un país libre, sino aquel que goza del favor de la
opinión. Es sabido que Inglaterra es el modelo acabado de este precioso y delicado
organismo, y que Suiza se gobierna también (como nación y en cada uno de sus Estados)
con un Consejo deliberante, que alcanza y suple a la perfección del sistema inglés.
Otros países, no menos libres en la vida social y en la iniciativa civil, pero
infinitamente menos libres en la vida política, se han organizado negándole a la palabra y a
la opinión pública el derecho de gobernar como premio de sus triunfos en el debate, y han
suplido este principio, coartativo del poder de la palabra, con un vasto organismo electoral,
cuyas operaciones se reproducen periódicamente a plazos relativamente cortos.
Persuadidos de que así harían que el poder público brotase de la opinión electoral del país,
creyeron no necesitar otra garantía que su renovación a períodos fijos; y, no sabiendo
todavía (porque era cosa no demostrada en su tiempo) cómo podría dejarse a la palabra
otro influjo que el poder electoral, en un país que no tenía rey a la cabeza del Poder
Ejecutivo, ni cómo podría darse subsistencia al gobierno en sí mismo, para que no flotase al
viento de las facciones, resolvieron que, una vez electo el gobernante, fuese inflexible su
derecho a gobernar personalmente, cambiase o no la opinión pública, y cualesquiera que
fuesen las contingencias o los accidentes que se produjeran en la marcha natural y libre del
pueblo. Era claro que, para conseguir este fin, se hacía de absoluta necesidad cerrar todas
las entradas orgánicas del poder público hay un flujo de la palabra parlamentaria, al influjo
de la prensa y de la opinión. Constituido el derecho del plazo, no hay fuerza posible que
influya para hacer obrar al gobierno en otro sentido que en el de la persona electa con sus
gustos, sus afinidades, sus voluntades, sus intereses y hasta con sus caprichos, sin contar
algo peor también, los que son los compromisos personales de repartir los lucros del poder,
con los instrumentos electorales que lo elevaron y que deben mantener en él a sus amigos
personales, delegándolo mano a mano.
Todo esto se funda en qué, así como el sistema del gobierno de la palabra es perfecto
y depurable de la moral de los pueblos libres, el sistema electoral puro, privado de su
complemento natural, que es el influjo de la palabra parlamentaria sobre el gobierno, es un
sistema inervante y delusivo, fundado en el axioma totalmente falso de que los pueblos
eligen, y que los selectos gobiernan siempre de acuerdo con el pueblo que apareció
cómicamente como su elector.
Fuera de que es una imposibilidad natural, históricamente demostrada, que una
nación moderna pueda elegir llevando a los comicios una verdadera mayoría, basta
reflexionar que los efectos de la elección no pueden ser legítimos sino cuando proceden de
un pueblo que sabe lo que elige, para comprender que el sistema lectivo, como base única
el gobierno libre, es completamente dilusivo. Cuando este sistema es el eje de todo el
mecanismo político, es imposible separar al que sabe elegir del que no sabe cumplir con
esta eminente función del organismo libre. La intriga electoral se sustituye, entonces al
influjo legítimo del voto, en los comicios: Elimina, anula y arroja el terreno a la nación entera,
dejando apenas minorías vergonzosas, que por sí mismas, son altamente elocuentes para
proclamar la falacia del medio empleado. A esto se agregan que estas mismas minorías
votan sin conocer, del hombre a quien eligen, otra cosa que su nombre y los agentes
venales de su elección. El resultado es, pues, una obra ficticia, obtenidas detrás de un
mecanismo falaz y no por el mecanismo legal.
Nunca debiera ser más necesaria que entonces la precaución de reservar a la opinión
pública y a la palabra parlamentaria el derecho de tener, bajo su acción moderadora, al
Poder Personal creado con vicios tan notorios. Y sí, por la estabilidad necesaria en la parte
representativa del poder, no es oportuna esa acción de la palabra sobre el electo mismo, no
habría razón ninguna para que ella no se ejerza sobre los órganos forzosos o intermediarios
de que ese electo se debe servirse para gobernar; es decir de sus ministros, a fin de que,
en sus funciones se muevan y operen en armonía con las exigencias y con los cambios
legítimos de la opinión y de los debates entrando y saliendo del ministerio, no por la
voluntad omnipotente del jefe del poder ejecutivo, sino por el triunfo o La derrota de su
mayoría relativa en el parlamento. Son así se mueven los partidos a elegir, para gobernar
por el perfecto derecho que tienen a ellos, y solo así se puede adquirir la prensa El Poder
que tienen los cuerpos compactos y disciplinados para servir la acción del partido a qué
pertenecen. Elegir no es gobernar: Elegir es delegar el gobierno; y el interés así como el
derecho de un país libre, no es delegar, sino gobernar por la palabra y por la opinión.

VII
Los gobiernos electorales tienen una fisonomía enteramente distinta de la que tienen
los gobiernos libres. Los unos y los otros apoyan sus cimientos en el origen representativo;
pero, cuando se los estudia con propiedad, se advierte que la inclinación natural e
Irreversible de los primeros es entregar el poder ejecutivo al influjo personal del funcionario,
mientras que los segundos se fundan en la acción viva de la palabra que hace mover toda
la máquina política, bajo la influencia directa y coercitiva de la opinión pública. La idea
fundamental de los gobiernos electorales reposa Por consiguiente, en la teoría conocida de
la independencia absoluta de los poderes. En teoría cada uno de ellos debe ser libre y
soberano dentro de su propia esfera. Ningún vínculo orgánico pueda dar sus respectivos
procedimientos, ni puede imponerles la dirección superior de un resorte externo que los
domine; porque hacerlo sería atacar el principio de su independencia y de su división.
En los gobiernos parlamentarios y libres, todo es de distinto carácter. Su esencia
consiste en que los cuatro poderes constitucionales estén concentrados en el debate: En
qué, a cada instante de su vida política, ellos se hallen dominados y dirigidos por la palabra
oficial y parlamentaria del país legal, para que todas sus fuerzas legítimas concurran al
manejo de los negocios públicos, bajo ese resorte superior de la discusión y de la
publicidad, qué es el que debe dominar y decidir de los movimientos y de las
transformaciones del poder público en un país verdaderamente libre.
En los problemas fundamentales de la política orgánica, cuya gravedad alcanzarán sin
duda todos los que tengan idea seria sobre las cuestiones sociales, es donde se encierra el
éxito práctico con que una constitución liberal puede resolver las dificultades del gobierno
propio. El más importante de los intereses de una sociedad libre es obtener ese gobierno, y
si para ello Es de una absoluta necesidad que las bases constitucionales reposen en el
poder electoral del pueblo, es preciso, también, que las entidades personales que resulten
de esa elección no queden libradas a su propio juicio ni a su propia conciencia, sin otro
freno que las reparaciones de la que puedan hacerse responsable al fin de su periodo. De
este modo, no se obtendrá jamás que la Constitución produzcan el acuerdo del gobierno
con la opinión viva y actuante del país en es donde impere; y el mecanismo electoral, por
amplio que sea, será ejercido siempre con una falacia indispensable y con una esterilidad
evidente en los resultados.
El elemento electoral no será por sí propio la acción de la opinión pública en el
gobierno de los intereses nacionales. Él no basta para establecer sobre los elegidos aquel
control necesario que debe operar sobre ellos a cada momento, para que sean el eco del
país mismo. Y cómo ese es el objeto primordial de una constitución libre, se necesita para
alcanzarlo, que otros medios más prácticos que la absoluta independencia de los poderes,
mantengan entre sí el vínculo político de los dos poderes, imponiéndoles el influjo superior
de la palabra y de la opinión de las cámaras.
Libertad está muy lejos de ser un resultado matemático del derecho electoral. Ella es
algo más elevado y más noble: Es un producto complejo de la inteligencia de la razón
social, trabajando por la lucha de las ideas y llevado por la palabra libre y pública al
construir los pactos del gobierno. Esta lucha es el trabajo incesante con que la opinión
Procura resolver los intereses que afectan su bienestar o que comprometen su justicia; y
cuando es libre el pueblo que la sostiene, sus palabras se presenta también viva y poderosa
en que cada una de las evoluciones de su Progreso; ejerce su prepotencia gobernando por
acto propio, y llena así los objetos primordiales de un gobierno liberal.

VIII
Para formarnos la idea de los puntos más importantes que componen esta materia,
conviene que tratemos de fijar una noción Clara de los elementos que entren en la
naturaleza fundamental de los gobiernos. Hay un acto capital que es indivisible de suyo Y
que, por más artificioso que sea el mecanismo con que se pretenda fraccionarlo en
secciones diversas e independientes, permanecerá siempre habido y dominante en una de
las partes del gobierno, sin que sea posible desvirtuarlo. Ese acto es el acto de gobernar: Y
el acto del gobernar es de tal manera indivisible que, por más perfecta que sea el
Independencia en que se dé a los poderes públicos de una nación, la pendiente natural de
las cosas sociales ha de hacer fatalmente que, en el régimen presidencial de los Estados
Unidos, el acto de gobernar pertenezca por al presidente y sea un despotismo personal. No
hay remedio.
Donde domina la teoría de los gobiernos electorales, domina también el principio de
que la independencia de los poderes públicos y su absoluta separación deben ser la base
de la constitución política; y aunque semejante teoría es evidente cuando se trata del acto
de gobernar, que constituye en el conjunto de los poderes administrativos, en relación con el
acto de juzgar, que constituye el conjunto de los poderes judiciales, ella es absolutamente
falsa, y da resultados contrarios al objeto mismo que se busca, siempre que el acto de
gobernar se divida en dos poderes absolutamente separados y sin el vínculo del ministerio
común.
El poder de administrar, se llama poder ejecutivo, es un poder en que una constitución
libre no puede estar separada ni ser independiente, por un día solo, de la opinión pública del
país que lo elige. Un poder ejecutivo independiente de la opinión pública, y entregado a los
consejos de su propia prudencia, o a la finalidades de su propia predilección, será siempre
un poder personal y absoluto, que tendrá en los propios atribuciones que lo hacen
independiente, la facultad de divorciarse, cuándo le convenga y quiera, en la opinión pública
y aún de la moral del país que gobierna. Con eso solo será, pues, un poder discrecionario
que, para gobernar a su antojo y para contrariar el espíritu y las exigencias del pueblo, no
necesitará dejar rastros de las responsabilidades aquellas que puedan provocar un juicio y
un castigo. Para quedar libre de polvo y paja se bastará delegar el poder, y hacer seguir la
cosa entre amigos. Y basta con que sea poder discrecionario y personal para que haga
dañinos todos sus actos, para que desmoralice en su raíz las bases de todo gobierno
representativo, y para que el poder ejecutivo se haga hombre y círculo corruptor.

IX
Con estas verdades, que son concluyentes de un país de forma presidencial, y que la
historia misma de los Estados Unidos pone de bulto delante de todos los hombres reflexivos
que quieran estudiarla, se ha venido a comprender que el poder ejecutivo de un país libre
debe estar organizado de modo que, en todos los instantes de su existencia, tenga que ser
flexible en su composición personal y en sus actos ante las exigencias de la opinión pública.
Escritores americanos, muchos de ellos, y nutridos de un verdadero espíritu liberal,
han hecho este estudio con una imparcialidad tan profunda como su notoria competencia.
Las palabras con que demuestran Cómo es que esos gobiernos minan las bases del
gobierno libre, parecen escritas entre nosotros al frente del espectáculo que presentamos; y
esta luminosa analogía es por sí misma la prueba de su verdad." ordinariamente - dice uno
de ellos - sucede que, país electoral, y tomo portal un país que en la vida política sea fuerte
y que el pueblo sepa servirse de las instituciones populares, la elección de los candidatos
encargados de escoger el jefe de gobierno es una pura comedia. Lo que es así en el colegio
elector americano. Al establecerlo, se había querido dejar a los diputados que Lo componen
el ejercicio de un acto discrecional y una verdadera independencia para elegir el presidente.
Pero los electores del primer grado toman sus medidas y sus garantías, y no nombran El
lector ninguno que no lleve misión obligatoria de dar un voto forzosamente por tal candidato,
de manera que ese diputado se limita a recibir un billete de Voto, que va a depositar
pasivamente en la urna electoral. Jamás elige por Sí, ni siquiera piensa en hacerlo no es
sino un mensajero y un intermediario; los que deciden del voto son aquellos que lo han
elegido a él, porque saben que obrará pasivamente y en el modo que se les impone... En
casi todas las elecciones de presidente predominan la acción de los círculos, por medio de
un mecanismo completamente ajeno a la constitución; y lejos de que ese presidente sea
elegido de una nación, no es otra cosa que el predilecto de las trampas electorales.
" es imposible, noa diciendo el mismo autor, que pueda suceder de otra manera en el
seno y en el movimiento de la de una nación popular. La elección directa de un magistrado
gubernamental es, por su misma naturaleza, operación elevadísima del Análisis social. Para
que fuese acertada, sería necesario conocer las condiciones permanentes y peculiares del
electo, y sería preciso que se verificase una cosa, y que en todo, a saber: La compleja
comunidad de ideas y de opiniones en que la conciencia y la mente del electo había de
permanecer con la mente y con la conciencia de los cambios y eventualidades de la opinión
del país. Un resultante semejante no puedo obtenerse jamás por la elección directa de una
nación populosa; porque las masas carecen de aquella inteligencia capaz de discernir el
futuro y de conocer a los candidatos que eligen en toda la extensión del voto de confianza
que se los defiere.
" Ante este imposible, cuando se trata de un vasto territorio poblado por una nación
libre, no hay más remedio que una elección de un cuerpo de intermediarios para que
designen a qué candidato corresponde el triunfo de la elección; y sí, después de un acto
semejante, opinión pública no conserva un resorte permanente, ha dejado en las manos
propias del país, para dirigir por medio de la palabra parlamentaria los movimientos del
poder que ha sido elegido, ese poder no será jamás otra cosa que un Poder Personal, que
no puede ser tiránico ni despótico para llevarse por delante las garantías políticas y civiles
de los individuos que gobierne cómo Pero no por eso dejará de ser omnipotente y arbitrario
en todo el orden administrativo de los negocios públicos quedando levantado por su origen
y por su naturaleza personal sobre todo los cambios y sobre todas las tentativas que la
opinión pública puede intentar para influir en su marcha, y dirigirlo en el ramo especial de
sus atribuciones".
" en un país donde impera semejante régimen, dice otra doctora americano, la opinión
pública no tiene más eco que las prensa. Se podría creer que las discusiones de la prensa
pudieran suplir a los efectos de la constitución; que cuando se trata de un pueblo que lee, la
prensa puede tener el poder de vigilar con cuidado la conducta del gobierno y de establecer
opiniones acertadas sobre los actos, con la misma justicia, con la misma madurez que un
gobierno presidencial que en un gobierno parlamentario. Pero los que ponen esta
esperanza en la acción de la prensa no se fijan en que ella se siente menospreciada por el
poder y en que se encuentra, para ejercer su influjo, las mismas dificultades que se oponen
a la acción gubernamental de los cuerpos legislativos. La una, lo mismo que los otros,
carece de todo poder propio para llegar a su resultado práctico qué, cualquiera que sea su
justicia y su razón, le es imposible alterar el personal de la administración; el poder ejecutivo
debe perdurar mientras dure su periodo, y va a estar eso para que la acción de la opinión se
rompa contra la voluntad inalterable de la persona y del círculo que lo posea. Causa sombra
que en un pueblo tan instruido como el de América del Norte, donde hay más lectores y
mayor número de diarios que ninguna otra parte del mundo civilizado, la prensa periódica
sea de un carácter tan mediocre y tan estrecho. Sus diarios no tienen el mismo valor que los
de Inglaterra, donde el influjo de la opinión carece de todo poder constitucional. En los
momentos de una lucha política en que se juega el destino de una administración, que la
suerte de un ministerio depende de unos cuantos votos indecisos en una cuestión grave de
gobierno, los artículos serios de los grandes diarios tienen una importancia considerable. El
Times ha hecho y desecho muchos ministerios por el eco de las opiniones de la prensa
tienen en el seno de los cuerpos deliberantes, y por la acción de los cuerpos deliberantes
tienen en el seno del ministerio parlamentario. Pero la prensa americana están impotente
para alternar el personal administrativo de Washington, como el Times lo sería para destituir
al alcalde de Londres durante el año de sus funciones. Aquí, la opinión no se preocupa de
los debates del Congreso, porque esos debates no conducen a cosa alguna: Nadie lee los
artículos de doctrina y de los principios sobre el gobierno político, desde que todos saben
que esas opiniones son impotentes para producir el menor resultado interesante. Los
Americanos nos limitamos a pasar nuestra vista sobre el sumario de noticias y de los
chismes, recorriendo rápidamente las columnas de los diarios. La parte mercantil y los
asuntos de agio son solo los que nos interesan; la política nos preocupa solo por sus
conexiones con los asuntos de especulaciones pecuniarias; los periodistas, que saben esto,
están a la altura de su papel y se guardan bien de
entrar con seriedad y conciencia en los asuntos graves
de la política, que, por otra parte, no existen tampoco
en el seno de la publicidad y de la discusión".
" Aquí - dice un autor inglés que copia estas
palabras- la cosa es diversa. Cuando un gobierno,
como sucede con frecuencia, no dispones de una
mayoría hecha, y tiene la necesidad de que lo sostenga
la opinión externa del país, el apoyo o el ataque en la
discusión de un diario influyente como órgano de la
opinión es casi siempre decisivo. Cuando se trata de
derribar a Peel, a Gladstone o a Disraeli del pedestal
que ocupan por sus talentos, bien se comprenderá qué
dosis enormes de talento y de elocuencia tienen que
venir a derribar ese debate a que todo el país asiste y
en que todo el país se interesa y decide".

X
Si fuese cierto que los gobiernos republicanos y democráticos son ineptos para
darnos el gobierno parlamentario, día preciso declarar que son ineptos para constituir
gobiernos libres.
El gobierno de lo propio o de la opinión pública y gobierno unipersonal son dos
términos incompatibles e irreconciliables, como es el gobierno de lo ajeno con el gobierno
de lo propio.
Don Mariano Moreno, que tenía un conocimiento admirable de Estos principios
fundamentales del gobierno libre, nos decía en 1810:
"Nuestros pueblos no deben contentarse con que sus mandatarios obren bien, sino
que deben aspirar a que en ningún caso obren mal; que sus pasiones tengan un dique más
fuerte que su propia virtud, y qué, delineado el camino de sus operaciones por reglas que
no esté en sus manos trastornar, se delivere la voluntad del gobierno, no de las personas
que lo ejercen, sino de la Constitución firme que obligue a los Sucesores a ser Igualmente
buenos que los primeros, sin que ningún caso les deje la libertad de hacerse malos
impunemente"3.

XI
Esto nos lleva a encargarnos con la cuestión de la imparcialidad, que, según se dice,
es el primer deber del historiador político.
Si se entiende por imparcialidad el indiferentismo para con uno y otro lado de los
debates y de estas luchas, que son la materia fundamental de la historia política; si se exige
la falta de pasiones propias en la contienda de los principios, la impasibilidad del criterio
moral en el choque de los intereses, y de las ambigüedades del juicio moral entre el crimen
y la virtud, entre los grandes patriotas y los egoístas o los criminales que hayan conculcado,
las luchas, las leyes del honor, del deber, de la libertad y del patriotismo, declaramos, desde

3
Arengas y Escritos, pág. 209.
luego, que no somos imparciales. Tenemos partido y tenemos opiniones liberales. Amigos
decididos del gobierno libre, creemos que no hay otra forma que pueda otorgarlo que
aquella que en el poder ejecutivo esté orgánicamente "limitado" por el influjo de la opinión
pública concentrada en un alto cuerpo intermediario, sea gabinete, ya consejo de estado,
como antes lo hemos dicho. Bien Se comprende el vasto espacio que abraza esta sola
sugestión, sin la cual no será posible jamás Un gobierno presidencial que no sea
esencialmente personal y sagrado para hacer su santa voluntad en un en el período de su
institución. En este caso, es inútil pensar en la fuerza moderadora que la opinión pública
limitada a las vocingleras de la prensa. Porque la prensa no tiene alcance sobre las
condiciones y sobre los intereses personales del único que manda: Las cámaras no tienen
miedo eficaz ninguno con que coartar sus caprichos o sus errores; ni con qué modificar las
fuerzas de la máquina administrativa con que se traspasa el poder delegado de mano en
mano, o Con qué se consigue la... diremos la impunidad4.
Pero reconocemos también que, estudiar y juzgar a los adversarios de nuestros
principios, nuestro juicio debe aparecer limitado por la tolerancia, es la ley de la libertad por
el criterio histórico que da a cada tiempo lo suyo, justicia, es la ley de la verdad y del
derecho. Así es que si se entiende por imparcialidad el deber de ser justo y de tomar en
cuenta las circunstancias atenuantes Con qué se explican los errores y las desgracias de
nuestra historia revolucionaria las faltas de los amigos tanto como la de los adversarios,
liberales o retardatarios, protestamos que escribimos con la más profunda voluntad de
hacerlo, y de serlo con Independencia y con claridad, pero sin apartarnos jamás del
principio fundamental que guía nuestro juicio. Por él daremos nuestras conclusiones sobre
los hombres, las cosas, los partidos, los gobiernos y sobre los ensayos de organismos
políticos que han hecho durante el curso de nuestra revolución. Creemos que nada
demostrará mejor las condiciones indispensables que debe tener " un gobierno libre y
limitado", que el enlace mismo de los sucesos en que lo vamos a ver actuar: En que haya
sido suprimido o en que haya sido formulado con poco conocimiento de sus leyes, con varia
y triste fortuna siempre, y siempre con un dudoso por venir o con un vago presente.
Muchas veces se equivoca la forma con el fondo de los escritos; y, por eso, nos
creemos en el deber de decir algo que nos es peculiar: Quizá entre los efectos de la crítica
entendida pueda reprochar a nuestro estilo (en el sentido de nuestra imparcialidad, pues de
otro efecto no hacemos defensa), sea el mayor su vehemencia y su calor, cuando nuestro
natural impulso nos obliga a actuar, con lo más caro de nuestro principio, en el recuerdo en
la exposición de los debates en el pasado. Empeñarnos en eliminar este efecto sería como
querer falsificar nuestra propia naturaleza: Y preferimos presentarnos como somos.
Estamos, sí, seguros que, lo menos, no ha de desconocerse la lealtad y la honradez de los
motivos que, al agitar nuestro espíritu, calentado la pluma con la que nos expresemos. El
historiador, lo mismo que el abogado y que el médico son siempre parte: Paciente unas
veces y otras triunfadoras; indiferente ¡jamás!
Por eso, hacer la historia política de nuestra época colonial hemos actuado, así,
escribiendo Como si estuviésemos sido contemporáneos en una serie de contingencias y de
sucesos que la constituyen. No hemos obedecido al hacerlo sino a las exigencias de lo
legítimo y del curso progresivo de nuestro desarrollo social y económico; y en ese sentido
hemos creído que no puede desconocérsele a España el mérito de haber sido gobernada
en el siglo XVIII por el más ilustrado y el más Sensato de los gobiernos de Europa, después

4
Toda la vida hemos sostenido esta doctrina, y la hemos ampliado en trabajos extensos, como
puede verificarse en la Revista del Río de la Plata, entregas 14 ,15 y 16 de 1873.
de Inglaterra. Por esos principios, y por los mismos que somos sinceramente liberales, no
somos ni podemos ser panegiristas de los extravíos democráticos con que la Revolución
Francesa de 1789 se salió de los límites del gobierno libre, evidentemente incompatible con
el sufragio universal y con la soberanía brutal del número, que siempre ignorante de los
deberes que impone y que exigen el orden político. La organización de los Estados Unidos
no nos ha dado su última palabra todavía. La miramos como un ensayo altamente
aventurado y demasiado nuevo que, a pesar de los valiosísimos elementos de gobierno
propio que había recibido del organismo parlamentario inglés, nos ofrece un aspecto
bastante nebuloso, por no decir otra cosa, la organización y funciones de los altos poderes
políticos de la Esfera nacional y en la moralidad de sus procedimientos. No negamos que
considerándonos hijos, por línea recta, de la España liberal, la amamos como patria de
nuestros padres; y que vemos en los antecedentes históricos que formaron el gobierno
nacional, muchas de las calidades con las que hemos desempeñado y satisfecho las
grandes necesidades y los altos fines de nuestra vida Revolucionaria Cómo y del organismo
que aspiramos a darnos. Esto quiere decir que si bien miramos la Revolución y la guerra,
con que nos hicimos independientes, con todo el amor y el Patriotismo con que los pueblos
deben Mirar los actos que los han regenerado en el camino del Progreso, honramos
también a la nación de la que fuimos parte; y la honramos haciendo entrar en nuestra
historia política, como poderosos factores, los gérmenes con que ella contribuyó a tan
valiosa revolución.

XII
“La historia, escribía Macaulay, en su perfección, menos, es una obra de poesía y De
filosofía. Ella debe imprimir en el espíritu las verdades generales que representen al vivo los
caracteres y los sucesos particulares. Pero la voluntad es que estos dos elementos hostiles
de que ella se compone, no han formado hasta ahora una amalgama perfecta. Acerca el
pasado viva como el presente; aproximar lo lejano; colocarnos en las intimidad de los
hombres importantes, o sobre una eminencia de sobresedomine un vasto campo de batalla;
dar la realidad de la carne de la sangre a los personajes históricos que pudieran
presentarse nos como personificaciones ideales y alegóricas de la leyenda; evocar a
nuestros ojos las figuras de nuestros abuelos con todas sus peculiaridades de dicción, de
hábitos, de trajes; introducirnos en sus casas, sentarnos en sus mesas, revolver sus
antiguos armarios, explicar sus costumbres y sus macizos muebles, todas estas
peculiaridades del dominio del historiador han ido a parar a manos de la novela histórica;
mientras que al extraer la filosofía que se desprende de la historia, el formular nuestra
opinión sobre los sucesos y los hombres, el establecer las relaciones de las causas con sus
efectos, y sacar de la vida pasada lecciones de sabiduría moral y política, son cosas que
han venido a hacer la tarea de una clase distinta de escritores. Nos parece, embargo, este
método o sistema tiene todas las desventajas de la división del trabajo, sin tener ninguno de
sus méritos".
Opinamos como el famoso escritor inglés;y, aunque la deficiencia de nuestros medios
personales no nos permita la perfección que a él lo ha hecho tan ilustre en el mundo de las
letras, estamos inhibidos, como no lo está ninguno otro, de seguir sus huellas, de tomarlo
como modelo y de aspirar, por lo menos, a que se nos acepte como discípulo suyos en el
afán de imitarlo.
Una cosa son los sucesos en sí mismos y otra cosa es el arte de presentarlos en la
vida con todo el interés Y con toda la animación del drama que ejecutaron. Es preciso ver
los tumultos y sus actores, oír el estruendo de sus voces, sorprenderlos en las tinieblas de
sus conciliábulos, sentir sus triunfos y temblar al derrumbe de los cataclismos, como si todo
ese bullicio estuviera removiéndose en el fondo de cada una de las páginas que se
escriben.
Este arte no debe confundirse con la mecánica exactitud ni con la afiliación metódica
de los hechos. Una y otra cosa tienen su mérito y sus necesidad relativa; pero estas últimas
condiciones no son el arte sino cuestiones de simple ordenación; mientras que la actualidad
de la acción es cuestión de estética, de más o menos poder imaginativo para agrupar los
conflictos de la vida social, para restablecer los golpes de la lucha, para movimiento, gesto,
ademán y palabra a la generaciones desaparecidas que actuaron en la escena de la patria.
Esto es en lo que consiste en las bellezas y las grandes enseñanzas de la historia; y
esto lo que hace la diferencia entre los clásicos antiguos y esos otros escritores de cuyas
obras Macaulay ha dicho también extras irónicas y admirables palabras: Very valuable but a
little tedious5.

XIII
Este libro es una recomposición hecha con nuevo método y con aumento de
materiales de nuestros trabajos históricos anteriores. Cuando estos trabajos extensos
aparecieron en la Revista del Río de la Plata, la Historia Argentina se hallaba reducida a la
obra del deán Funes, al compendio del señor Domínguez y a la biografía del General
Belgrano, por el general Mitre; todavía tardó algunos años el general Mitre en introducir, en
su primitiva biografía del General Belgrano, la historia de la República Argentina. La obra
del deán Funes contiene muchos de los elementos de la historia colonial pero es demasiado
interna y no nos presenta de bulto y con amplitud las evoluciones y complicaciones
europeas que, trabajando en la política española hacían el paralelismo de aquellos
conflictos lejanos con el desarrollo de nuestra vida colonial, que podemos con toda verdad
llamar nuestro desarrollo revolucionario.

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Critical and Hist. Essays: HALLAN, IV.
Nosotros hemos tratado de la época colonial a la inversa. Hemos buscado en las
complicaciones políticas y diplomáticas de España los gérmenes de nuestra marcha
evolutiva, y hemos localizado los resultados de la vida de nuestro país al través del régimen
colonial. Hemos prescindido, en general de las vulgares guerras con las tribus salvajes, que,
al fin y al cabo, nada que ver con la historia política y social de una nación. Y que, no ser
otra cosa que asimilaciones de territorios desiertos, por medios militares elementales,
parecen del carácter histórico de las luchas morales y aún de interés estratégico.
Creemos, pues, que, desde este punto de vista ofrecemos al público en estos dos
volúmenes6 un libro de historia colonial, nuevo por el método y la apropiación de la materia
que hemos tratado en él.
Si no tenemos la pretensión de derecho un libro de historia europea en sí misma,
pensamos que no hay en otras lenguas ni en la historia de alguno otro que, mismo plan,
estudiado esa historia en sus relaciones peculiares del río de la plata desde 1582, hasta
mediados de nuestro siglo lo que quiere decir que si los hechos no nos son originales, lo es
la faz y el reflejo peculiar con que están presentados y compendiados para nuestro objeto.
Al hablar del levantamiento español de 1808, no hemos tratado de historiarlo ni de
compaginarlo con estricta cronología en sus diversas peripecias. Para nuestro objeto,
bastaba trazar el conjunto a la manera de un cuadro que, con el relieve de sus accidentes
capitales, explicase el influjo que tuvo en la marcha que tomaron nuestros propios asuntos
desde aquellos momentos.
La historia de los sucesos revolucionarios contaba entre nosotros con algunas
monografías de alto mérito, como Las Noticias, del señor don Ignacio Núñez, y las dos
obras del señor don Manuel Moreno. Pero no existía ninguna en que nuestra historia
moderna, la de este siglo, estuviera tratada en toda su latitud o en sus más mínimos
movimientos políticos. Lo que haya aparecido después es posterior de algunos años a la
obra conjunto que hicimos en 1873, y que, si no está reproducida en la presente, se mueve
al menos en su misma carta topográfica y social, es decir, con otro método pero con el
mismo fondo.
Hemos puesto el mayor esmero en hacer nuestro ahora, una obra de lectura amena,
incitante y popular. Esto de saber a fondo y de difundir el conocimiento y la historia nacional,
de un interés vitalisimo para los pueblos que aspiran al gobierno libre y a la cultura social.
Excusado sería que nos pusiéramos a demostrarlo, cuando hay un estado civilizado que lo
profese este principio, y cuando desde la antigüedad clásica, él es un axioma reconocido.
Uno de los maestros modernos más levantados por la fama nos dice algo de que
quisiéramos aprovecharnos, como una autorización, por lo menos. "No me disculpo -dice-
de haber buscado en mi narración enseñanzas a nuestra situación política. La exposición de
los hechos no ofrece a las investigaciones sino un interés limitado; pero las lecciones que
se pueden sacar de ellos pueden renovarse hasta el infinito. Ellas son las que dan a la
historia su profunda atractivo, benéfica influencia, soy inagotable variedad aún al tratar de
los ya sabido. En este sentido, la historia tiene una respuesta siempre pronta para el que la
interroga. No hay situación que no tenga en ella su precedente, su correctivo o su ejemplo
para todos los tiempos; y las lecciones que se toman de los enemigos no son las menos
preciosas. Lo difícil no es sacarlas a la luz, entrar una nación que tenga bastante juicio y

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Al hablar de "estos dos volúmenes", el Dr. López se refiere a los dos primeros, qué, en efecto,
tratan de la historia de la colonia, exclusivamente, terminando con el permiso otorgado por el virrey
Cisneros para celebrar el Cabildo abierto que puso término al dominio español. (Emilio Vera
Gonzalez".
sensatez para oírlas y bastante energía propia para aprovecharlas". Lo tomamos así de
Lanfrey: Hic lavor: hic opus.

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