Tema 07.2. - La Restauración Borbónica (1874-1902) - Los Nacionalismos y El Movimiento Obrero

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Tema 7.2.

La Restauración Borbónica (1874-1902): Los nacionalismos catalán y vasco


y el regionalismo gallego. El movimiento obrero y campesino.

El sistema de la Restauración marginó a amplios sectores políticos y sociales. Aunque estas fuerzas de
oposición eran numerosas, su diversidad impidió plantear una alternativa al régimen. Había fuerzas creadas
a los largo del siglo XIX que desde que comienza la Restauración están en declive (republicanos y
carlistas) y otras que irán creciendo y ganando cada vez más protagonismo en este periodo
(nacionalismos/regionalismos y movimiento obrero anarquista y socialista)

Los grupos opositores al sistema de la Restauración previos al mismo.

a) Los republicanos. Después del fracaso de la I República, el republicanismo español tardó mucho en
constituir una alternativa política. El ideario republicano, basado en una posición anticlerical, en la fe
en el progreso y en la defensa de políticas reformistas en materia social, se mantuvo vivo en los
casinos y ateneos, en la prensa y en los sectores intelectuales y universitarios, pero perdió fuerza entre
la clase trabajadora y entre las clases burguesas de ciertas regiones. Además, el republicanismo seguía
muy fragmentado, debido tanto a razones ideológicas como personalismos. Cada uno de los grandes
líderes republicanos del Sexenio Democrático acaudilló su propio partido: Partido Federal, Pi y
Margall.; Partido Progresista, Ruiz Zorrilla; Partido Histórico, Castelar; y Partido Centralista,
Salmerón. Las grandes divergencias entre ellos se situaban en torno a la organización centralista o
federal del Estado y la estrategia para alcanzar el poder (la insurrección o los medios electorales).

A partir de los años ochenta, muchos republicanos se integraron en el régimen de la Restauración, lo


que debilitó aún más el movimiento. Sólo desde comienzos del siglo XX, la desaparición de los líderes
republicanos tradicionales permitió la irrupción de nuevos representantes con nuevas ideas, lo que
facilitó la conjunción republicana bajo la denominación Unión Republicana (1903). Pero duró poco,
ya que se escindió en modernos partidos republicanos, muy personalistas y con fuerza local, que sin
hacer desaparecer a los antiguos seguían ahondando en la división. El mejor ejemplo fue el Partido
Republicano Radical creado en 1908 por Alejandro Lerroux en Barcelona, con estructuras
organizativas y prácticas políticas de un partido de masas cuyas bases eran el nuevo proletariado
industrial. En ese mismo año, Vicente Blasco Ibáñez funda en Valencia el Partido de Unión
Republicana Autonomista. También de ideología republicana nació en 1913 el Partido Republicano
Reformista, encabezado por Melquiades Álvarez, que en un primer momento agrupó a la mayoría de
la intelectualidad crítica de la época.

b) Los carlistas. La derrota militar del carlismo en 1876 no supuso su desaparición como opción
política. La alianza entre la Iglesia y el régimen de la Restauración dejó al carlismo sin una parte de sus
argumentos políticos y de sus apoyos tradicionales. Buena parte del clero se fue alejando del carlismo
y apostó por la integración de los católicos en el sistema canovista, como demuestra la incorporación
de la Unión Católica, dirigida por Alejandro Pidal, en el Partido Conservador. Por otro lado, la
aparición de los nacionalismos conservadores vasco y catalán redujo aún más las bases sociales del
carlismo. El fuerismo fue reivindicado también por los nuevos nacionalismos, así que poco a poco fue
perdiendo partidarios. Sólo en Navarra mantuvo fuerza.

En 1879 Cándido Nocedal, como representante del pretendiente carlista en España, reorganizó el
carlismo enfatizando su carácter de movimiento católico y apoyándose en una red de periódicos afines
(destaca El Siglo Futuro) que efectuaron una política integrista muy agresiva. En 1886 Vázquez de
Mella lideró un intento de modernización de la ideología carlista, que quedó reflejada en el Acta de
Loredan. Su propuesta mantenía un carácter católico y tradicionalista, así como el compromiso con la
recuperación de los fueros, pero aceptaba el nuevo orden liberal-capitalista. Tras el desastre del 98

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volvió a recuperar protagonismo como una salida a la crisis y obtuvo seis diputados en las elecciones
de 1901, siete en 1903, cuatro en 1905 y catorce en 1907.

Cuando, en 1909 muere el pretendiente Carlos VII y le sucede como pretendiente su hijo, Jaime de
Borbón. Los carlistas pasaron a llamarse «jaimistas» o simplemente «tradicionalistas» o «legitimistas».

Nuevos grupos: Los nacionalismos catalán y vasco y los regionalismos gallego y valenciano.

A finales del siglo XIX se produjo la eclosión política de los nacionalismos y regionalismos
periféricos, primero en Cataluña, País Vasco y Galicia, pero más adelante en Valencia, Andalucía y
Aragón. El motivo fue la centralización administrativa del Estado liberal y el reforzamiento de la
identidad nacional española, ante los cuales reaccionaron grupos provenientes de estratos sociales e
ideológicos heterogéneos: intelectuales (historiadores, lingüistas, literatos y periodistas locales),
políticos (federales y carlistas) y hombres de negocios que ya no veían tan rentable la unidad
administrativa. El punto de partida de sus argumentos nacionalistas consistía en afirmar que en el
Estado español existían unas realidades diferenciales -lengua, derechos históricos (fueros), cultura,
procesos económicos y costumbres propias- que merecían ser potenciadas cuando no protegidas a
través de su propio autogobierno.

a) El catalanismo

Cataluña y los demás reinos de la Corona de Aragón habían perdido sus leyes y fueros particulares con
los Decretos de Nueva Planta, tras la guerra de Sucesión. Pero a lo largo del siglo XVIII no creó
problemas al resto del estado, ya que la abolición de las fronteras comerciales interiores y la
posibilidad de entrar en los mercados coloniales americanos conformó a las élites catalanas. Sin
embargo, tras la emancipación americana el sentimiento nacionalista empezó a reavivarse. El
regionalismo y el nacionalismo catalán se fueron construyendo en varias etapas:

- En la década de 1830, en pleno período romántico, se inicia la Renaixença, movimiento


intelectual, literario y apolítico, basado en la recuperación de la lengua catalana a través de escritos
literarios y publicaciones (revistas y periódicos). Queda todo en un ámbito de una élite cultural
liberal, quedando la reivindicación política foralista dentro del carlismo.

- De hecho, el movimiento político no comienza hasta el sexenio revolucionario, de 1868 a 1874.


Más concretamente el adjetivo «catalanista» empezó a ser usado entre 1870 y 1871 para referirse a
sí mismos por los miembros de la Jove Catalunya y de la revista La Renaixensa. Sin embargo, es
una nacionalismo de izquierda vinculado al republicanismo federal.

- ​ omo movimiento político propio nace a finales de la década de 1880 tras el fracaso del Sexenio.
C
Un sector del republicanismo federal encabezado por Valentí Almirall, dio un giro catalanista y
rompió con el grueso del Partido Federal que dirigía Pi y Margall. Convocaba en 1880 el Primer
Congreso Catalanista del que surgiría en 1882 el Centre Català, la primera entidad catalanista
claramente reivindicativa, aunque no se planteó como partido político sino como una organización
de difusión del catalanismo y de presión sobre el gobierno. En 1885 se presentó al rey Alfonso XII
un Memorial de greuges (agravios), en el que se denunciaban los tratados comerciales que se iban
a firmar con Gran Bretaña, reclamando el proteccionismo para los bienes indutriales, y las
propuestas unificadoras del Código Civil que hacía desaparecer del derecho civil catalán. En 1886,
Almirall publicó su obra fundamental Lo catalanisme, en el que defendía el «particularismo»
catalán y la necesidad de reconocer «las personalidades de las diferentes regiones en que la historia,
la geografía y el carácter de los habitantes han dividido la península». Este libro constituyó la
primera formulación coherente y amplia del «regionalismo» catalán y tuvo un notable impacto.
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Durante esos mismos años ochenta fue cuando comenzó la difusión de los símbolos del
catalanismo, la mayoría de los cuales no tuvieron que ser inventados, sino que ya existían
previamente a su adopción como símbolos del nacionalismo: la bandera (les quatre barres de
sang), el himno (Els Segadors), la diada o día de la patria (11 de septiembre), la danza nacional
(la sardana) y los dos patronos de Cataluña (Sant Jordi y la Virgen de Montserrat).

- Década de los 90. En 1887 el Centre Català vivió una división producto de la ruptura entre las dos
corrientes que lo integraban, una más izquierdista y federalista encabezada por Almirall, y otra más
conservadora proveniente de los desencantados del carlismo como Enric Prat de la Riba, Francesc
Cambó y Josep Puig i Cadafalch, que fueron haciéndose con la hegemonía catalanista. En 1891,
Prat de la Riba, fundó la Unió Catalanista, partido que recogió en una sola plataforma a
diferentes sectores nacionalistas de ideología conservadora y católica. La Unió celebró en marzo de
1892 su primera asamblea en Manresa donde se aprobaron las Bases de Manresa, que se suelen
considerar como el «acta de nacimiento del catalanismo político», al menos el de raíz conservadora.
Las Bases de Manresa es un programa político en el que se reclama el autogobierno y una división
de competencias entre el estado español y la autonomía catalana. También reclama la oficialidad
exclusiva del idioma catalán en todos los ámbitos, la reserva para los catalanes en exclusividad de
los cargos públicos, incluidos los militares, el servicio militar voluntario, un cuerpo de orden
público y moneda propio.

- Fue desde principios del siglo XX cuando el nacionalismo catalán empezó a tener importancia. En
1901, la burguesía catalana creó un partido moderno, la Lliga Regionalista, cuya ideología recogía
los ideales de las Bases, pero además se declaraba un partido de corte conservador, católico,
autonomista, monárquico y que pretendía la defensa de los intereses económicos de los industriales
catalanes. La victoria electoral de este partido en Cataluña en ese mismo año le permitió ser la
principal expresión del catalanismo hasta la Segunda República. Sus figuras principales fueron
Francesc Cambó y Enric Prat de la Riba. Frente a ella surgió también una tendencia republicana
y laica, que si bien fue minoritaria en un primer momento, se puede entender como la inspiradora de
la futura Esquerra Republicana de Cataluña, que no cuajaría políticamente hasta los años 20.

- En Nov. de 1905 el ejército asaltó la redacción de periódicos de tendencia catalanista, lo que desató
las iras de todos los nacionalistas. Eso se tradujo en la formación de una coalición política,
Solidaridad Catalana, que aglutinó a todos los opuestos al sistema de la Restauración. En las
elecciones generales para el congreso de 1907 obtuvo 41 de los 44 escaños que se disputaban en
Cataluña. La Semana Trágica de Barcelona ocasionó la disolución de Solidaridad.

b) El nacionalismo vasco

El nacionalismo vasco nació en la década de 1890. En sus orígenes no encontramos una fase literaria
como en Cataluña, aunque sí una corriente romántica tardía en defensa de la lengua vasca, el euskera.
Es mucho más importante para entender su origen la reacción ante la pérdida de una parte sustancial de
los fueros tras la derrota del carlismo (1876); pero también hay un importante componente religioso y
de defensa de las tradiciones ante el avance del liberalismo y la industrialización. En su origen, se ve
un componente racista y xenófobo muy importante. Y como no, todo ello no hubiera sido posible sin la
acción “mesiánica” de Sabino Arana Goiri, que junto a su hermano Luis, es considerado el padre o
creador del nacionalismo vasco.

Sabino Arana nació en el seno de una familia carlista y ultra-católica de Abando, un barrio de Bilbao.
Hacia 1885, con poco más de 20 años, mientras estudia en Barcelona, tiene ya fijadas las cuatro ideas
centrales de su ideario que empezará difundirlas en cuanto llegue a su casa en 1888: pureza de raza,
religiosidad a ultranza, el euskera como seña de identidad e interpretación del régimen foral como
independencia vasca ("leyes viejas"). Todo envuelto en una exigencia de lucha, heredada del carlismo
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profesado por su padre, que se concreta en su libro Bizkaya por su independencia (1892) y sus
escritos de su periódico el Bizcaitarra (1893).

Los fundamentos ideológicos del nacionalismo vasco parten de la consideración de que la existencia de
lengua prerromana, el euskera, es un elemento ancestral que hace único y legendario al pueblo vasco
que lo hablaba, un pueblo elegido por Dios, sin contaminar con el resto de los pueblos de España o
Francia. Analizando la historia y las costumbres ancestrales del pueblo vasco reclamaba el
reconocimiento de éste como nación soberana, sosteniendo que la pervivencia de su lengua (euskera)
implicaba forzosamente que el siempre católico pueblo vasco jamás había sido sometido y nunca
habría renunciado a su soberanía, que manifestada en los fueros, suponían un pacto entre naciones
soberanas que no era respetado por España. Otros presupuestos ideológicos son:

- La necesidad de crear un Estado independiente de Euskadi por ser la única forma de acabar con la
«degeneración» de la raza vasca. Una vez conseguida la independencia se constituiría una
confederación de Estados vascos con los antiguos territorios forales de ambas vertientes de los
Pirineos en el que se incluirían siete territorios en los que se hablaba el euskera, cuatro españoles
(Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, Navarra) y tres franceses (Lapurdi, Benafarroa y Zuberoa).

- Radicalismo antiespañol y exaltación de la etnia vasca. La existencia de una "raza vasca" de habla
vasca, pura y ajena a mezclas con otras razas, especialmente la "española" a la que Arana
consideraba como invasora, desleal, anticatólica y, por ello, especialmente impura. Esta actitud
racista implicaba la oposición a los matrimonios entre vascos y otras razas, los maketos (habitantes
del País Vasco procedentes de otras zonas de España), así como despreciar a los inmigrantes, en su
mayoría obreros industriales que acuden a la ría del Nervión por el proceso minero y siderúrgico.
Identificaba a los vascos no porque hablaran euskera (el mismo tuvo que aprender el idioma vasco)
o por su lugar de nacimiento, sino por los apellidos, de ahí que exigiese tener los cuatro primeros
apellidos vascos para ser miembro de su partido. Su idea es que el pueblo vasco ha ido
«degenerando» por la invasión de los maketos que hicieron desaparecer la sociedad tradicional e
hicieron retroceder la lengua vasca y su cultura basada en la religión católica. Con la llegada de de
los maketos llegan las ideas antirreligiosas, así como “la impiedad, todo género de inmoralidad, la
blasfemia, el crimen, el libre pensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo…” La
campaña contra nuevas costumbres como el baile agarrado al que condena en términos
apocalípticos es comparable a los de un integrista islámico para calificar el vestido de la mujer a la
europea. Arana no pudo comprender bien el cambio ocasionado en su tierra tras el surgimiento de la
revolución industrial; en pocos años la tradicional población vasca había sido desplazada por la
llegada de inmigrantes procedentes de otras provincias, triplicando en algunas zonas a la población
local. Para él y sus seguidores los vascos son superiores en todo a los españoles, una raza
degenerada, afeminada e inferior. Sus críticas también se dirigen a los vizcaínos «españolistas».

- Integrismo religioso católico: Arana afirmó “Euskadi se establecerá sobre una completa e
incondicional subordinación de lo político a lo religioso, del Estado a la Iglesia”. El lema del PNV
será “Dios y Leyes Viejas” Este aspecto es un claro elemento de continuidad con el carlismo. Su
catolicismo, derivado de sus raíces carlistas, justifica sus fines independentistas. Debido a que
considera que la «catolicidad» era un elemento constituyente y esencial de la raza vasca, pues si los
vascos no fueran católicos, refiere, «renegaría de mi raza: sin Dios no queremos nada».

- Promoción del idioma y de las tradiciones culturales vascas. Euskaldunización de la sociedad vasca
y rechazo de la influencia cultural española, calificada de extranjera y perniciosa. Los hermanos
Arana son los creadores de algunas modernas señas de identidad vasca: la bandera o ikurriña sobre
el patrón de la Union Jack británica (hoy también bandera oficial de la Comunidad Autónoma del
País Vasco) y el sustantivo Euzkadi, neologismo creado para nombrar los territorios de Euskal
Herria. La creación de una gramática y ortografía vasca unificadora, inventándose muchos
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neologismos para suplir el vocabulario que no existía en euskera. Euskaldiniza también los nombres
del santroral para no tener nada que ver con los maketos. Propuso para la práctica totalidad de
nombres de santos versiones inventadas por él siguiendo un criterio específico: acudir no a la forma
romance del nombre sino a la raíz de dicho nombre en su (supuesto) idioma original, y una vez
encontrada ésta, aplicarle una serie de reglas fonéticas dudosas para “vasquizarlo”. Así JOSU
equivale a “Jesús”; KOLDO a “Luis”; KEPA a “Pedro”; JOSEBA a “José”; GORKA a “Jorge”; Jon
a “Juan”; Ander a “Andrés; Julen a “Julián”; Andoni a “Antonio”; Imanol a “Manuel”, etc. Y los
de mujer también los tradujo o los modificó, acabándolos en -e : Ane equivalente a “Ana” y Jone a
“Juana”; Nekane "Dolores"; Terese "Teresa"; etc.

En 1895 Sabino Arana fundó el PNV (Partido Nacionalista Vasco). La ideología se extendió sobre
todo entre la pequeña y media burguesía, y en el mundo rural. La gran burguesía industrial y financiera
se distanció del nacionalismo, y el proletariado, procedente en su mayor parte de otras regiones
españolas, abrazó mayoritariamente el socialismo. Pero cada vez es más consciente de la necesidad de
atraer a los capitalistas para el nacionalismo y sofocar las estridencias formales. Es así cómo en 1902,
año en que es de nuevo encarcelado tras enviar un cablegrama de felicitación a Roosevelt por haber
concedido la independencia a Cuba, pone en marcha el proyecto de una Liga de Vascos Españolistas, el
aspecto más polémico de su biografía política. Hasta las vísperas de su muerte lo mantiene en pie. Sólo
que unas semanas antes de morir nombra como sucesor a Ángel Zabala, hombre de confianza suyo
pero también antiguo integrista muy rígido que desecha la "evolución españolista" apenas Sabino es
enterrado.

c ) El regionalismo gallego.

En Galicia, las élites sociales habían abandonado el empleo del gallego siglos atrás, por lo que en el
siglo XIX este era patrimonio del campesinado. A diferencia de Cataluña o del País Vasco, las
dificultades económicas, la falta de cohesión social y la dispersión del hábitat retrasaron el
renacimiento cultural galleguista. A mediados del siglo XIX, intelectuales y literatos gallegos
emprendieron el camino de convertir la lengua gallega en una lengua literaria. Ello dio lugar al
nacimiento del Rexurdimiento, cuya figura literaria de mayor influencia fue la poetisa Rosalia de
Castro (1837-1885). Podemos destacar dos tendencias del regionalismo gallego:

- Tendencia tradicionalista, con Alfredo Brañas, con planteamientos a la manera del


carlismo: clericales, antiliberales y anticapitalistas que mitificaban la sociedad tradicional
gallega. Hablaba de una patria gallega dentro de la patria española común pero
descentralizada.
- Tendencia liberal-democrática, representada por Manuel Martínez Murguía, esposo de
Rosalía de Castro. Llevó a cabo la recuperación intelectual y mítica del pasado histórico
gallego, basándose en los elementos de identidad “celtas” y “suevos” anteriores a los reinos
medievales. Su protesta económica proviene de que Galicia ha sido marginada durante
siglos por el poder central y por ello necesita un autogobierno que velase por sus propios
intereses culturales y modernizadores (industriales).
Ambas corrientes se integraron una Asociación Regionalista Gallega en 1891, más tarde reconvertida en la
Lliga Gallega, que intentó presentarse a las elecciones sin mucho éxito tanto por la poca respuesta de la
sociedad gallega como por sus propias divisiones internas.

Nuevos grupos. El asociacionismo o movimiento obrero y campesino.

− El nacimiento del movimiento obrero.

La primitiva legislación liberal no contemplaba ningún tipo de normativa que regulara las relaciones
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laborales y prohibía explícitamente la asociación obrera. Ante esta situación, las primeras
manifestaciones de protesta obrera contra el nuevo sistema industrial adquirieron un carácter violento,
clandestino y espontáneo. El ludismo fue la primera expresión de rebeldía obrera contra la
introducción de nuevas máquinas a las que se responsabilizaba de la pérdida de puestos de trabajo y
del descenso de los jornales. El incidente más relevante fue el incendio en agosto de 1835 de la fábrica
Bonaplata de Barcelona, pionera en el uso de nuevas tecnologías (primer vapor de España).

Muy pronto, los trabajadores comprendieron que el origen de sus problemas no estaba en las máquinas,
sino en las condiciones de trabajo que imponían sus propietarios. Por tanto, el eje de la protesta se fue
centrando en la defensa del derecho de asociación y la mejora de las condiciones de vida y de trabajo.
Surgió así un primer embrión de asociacionismo obrero para defender sus intereses. A partir de
entonces, el movimiento asociacionista obrero se extendió creando Sociedades de Socorros Mutuos o
Sociedades Mutualistas, a las que los obreros asociados entregaban una pequeña cuota para asegurarse
una ayuda en caso de desempleo, enfermedad o muerte. La primera de estas asociaciones fue la
Sociedad de Protección Mutua de los Tejedores del Algodón, creada por el tejedor Juan Munts en
Barcelona (1840).

El asociacionismo se expandió por muchos lugares de España y significó la extensión de las


reivindicaciones obreras, fundamentalmente referidas al aumento salarial y a la disminución del
tiempo de trabajo. Las huelgas, aunque estaban prohibidas, fueron un instrumento usado cada vez con
mayor frecuencia para presionar a los patronos. Por ello, las sociedades obreras crearon un fondo para
ayudar a los obreros en huelga, las llamadas cajas de resistencia. El hecho de mayor trascendencia fue
la primera huelga general declarada en España en 1855, durante el bienio progresista. Su origen
estuvo en Barcelona, como reacción a las nuevas máquinas hiladoras mecánicas (selfactinas) que
dejaban a muchos obreros en el paro. La alarma general de las autoridades motivó la prohibición de las
sociedades obreras.

− Las revueltas agrarias.

Los conflictos y las revueltas en el campo fueron una constante en la historia española del siglo XIX,
sobre todo en Andalucía. En la década de 1840, una ola de manifestaciones y ocupaciones de tierra
agitó el campo andaluz, donde el jornalerismo era mayoritario y los años de malas cosechas
provocaban situaciones de hambre crónica y sumían en la miseria a miles de campesinos. Ante esta
situación, se produjeron quemas de cosechas y matanzas de ganado que podrían asimilarse a los
movimientos de carácter ludista. El problema se agravó en 1855, con la desamortización de los bienes
comunales de los municipios (Madoz), pues estas tierras de aprovechamiento común pasaron a manos
privadas. Como consecuencia se produjeron más alzamientos campesinos, que fueron duramente
reprimidos por el ejército y la Guardia Civil. En 1861, un levantamiento en Loja (Granada), dirigido
por Rafael Pérez del Álamo, alcanzó una gran intensidad, se extendió por Jaén y Málaga, y llegó a
contar con 10.000 hombres. La represión del movimiento provocó numerosas víctimas entre los
campesinos.

− Socialismo utópico y republicanismo.

El movimiento obrero y jornalero se vio potenciado cuando sus reivindicaciones fueron apoyadas por
doctrinas internacionalistas como el socialismo y el anarquismo. La primera de ellas fue el llamado
socialismo utópico, que pretendía crear sociedades igualitarias, con propiedad colectiva y reparto
equitativo de la riqueza. Estas ideas propugnadas por Saint-Simon, Cabet o Fourier, entre otros,
calaron en los círculos más concienciados de los asalariados españoles. Hubo bastantes escritores,
generalmente republicanos, que difundieron el socialismo y el cooperativismo mediante libros y prensa
(Fernando Garrido, Ramón de la Sagra, Francisco Pi y Margall -introdujo las ideas del Proudhon-). En
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cuanto a la política, el primitivo obrerismo español estuvo muy ligado al republicanismo liberal.
Cuando a partir de 1868 se concedió el sufragio universal masculino, los obreros votaron
sistemáticamente por el republicanismo. Pero la no satisfacción de buena parte de sus reivindicaciones
condujeron a importantes sectores del obrerismo hacia las nuevas ideologías internacionalistas
(anarquismo y socialismo).

− La llegada de la Internacional a España.

Tras el triunfo de la revolución de septiembre de 1868 y la existencia de una libertad de asociación y


expresión, llegaron a España enviados de la AIT1. El primero fue el italiano Giuseppe Fanelli, que
creó los primeros núcleos de afiliados a la Internacional. Fanelli difundió los ideales anarquistas de
Bakunin entre el proletariado catalán y el campesinado andaluz. A partir de 1869, las asociaciones
obreras se expandieron por toda España, llegando a existir hasta 195, que contaban con 25.000
afiliados. Los núcleos de mayor importancia fueron Barcelona, Madrid, Levante (Alcoy) y Andalucía.
El primer congreso de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT se celebró en Barcelona
(1870), y allí se adoptaron acuerdos claramente concordantes con la línea anarquista del obrerismo. Se
definió la huelga como el arma fundamental del proletariado, así como su apoliticismo y la realización
de la revolución social por la vía de la acción directa. Entre los españoles destacados estaban los
dirigentes sindicales como Anselmo Lorenzo y Ramón Farga Pellicer.

Crisis y escisión de la FRE. En 1871 llegó a Madrid otro enviado de la internacional, Paul Lafargue,
yerno de Karl Marx, que difundió la doctrina del socialismo marxista sobre todo entre grupos de
obreros internacionalistas madrileños entre los que se encontraban Francisco Mora, José Mesa y Pablo
Iglesias. Las discrepancias entre las dos corrientes internacionalistas (anarquista y socialista)
culminaron en 1872 con la expulsión del grupo madrileño de la FRE y con la fundación de la Nueva
Federación Madrileña, de carácter netamente marxista. El núcleo socialista escindido fue minoritario
debido a que la mayoría de las organizaciones integradas en la AIT mantuvieron su primitiva
orientación bakuninista.

El internacionalismo tuvo su momento álgido durante la I República (1873), cuando diversos grupos
de anarquistas adoptaron una posición insurreccional para provocar la revolución y el derrumbe del
Estado. Tras el fracaso de estos levantamientos, el dictador Serrano y luego el nuevo régimen de la
Restauración declaró ilegal al asociacionismo obrero, obligándole a organizarse en la clandestinidad.

- El movimiento obrero durante la Restauración.

El Anarquismo. Desde 1874 la Federación Regional Española de la Asociación Internacional de


Trabajadores (FRE-AIT) estaba prohibida y como consecuencia de ello estaba siendo objeto de una
dura represión -unos dos mil internacionalistas fueron deportados a las Filipinas y a las islas
Marianas-. Esta persecución contribuyó a la radicalización violenta de la clandestina FRE-AIT, unido a
la influencia del movimiento anarquista europeo que evolucionó hacia la justificación del uso del
atentado mortal contra los dignatarios de los países («propaganda por el hecho»). Todo comenzó en
Rusia y se extendió por Alemania, Italia y, por supuesto España, donde Alfonso XII sufrió dos
atentados fallidos entre 1878 y 1879. Los anarquistas que los protagonizaron fueron ejecutados, pero
el resto de los anarquistas que no aprobaban la violencia, el grupo más numeroso, tuvo que articularse
en la clandestinidad y fue muy perseguido.

Esta situación cambió cuando en 1881 el gobierno liberal inició una política de mayor tolerancia
hacia el asociacionismo obrero. Un sector de los anarquistas catalanes, partidarios de las acciones

1
La AIT o “Primera Internacional” había sido creada en Londres por un grupo de obreros de diferentes países e ideologías con el
propósito de lograr la emancipación económica y social de la clase obrera y superar la división en clases de la sociedad liberal.
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sindicales abiertas y no clandestinas, consiguieron crear la Federación de Trabajadores de la Región
Española. En el Congreso de 1882, y que se celebró en Sevilla, se comprobó el auge de dicha
Federación porque ya contaba con 50.000 afiliados, especialmente del mundo industrial catalán, y de
Andalucía, las dos zonas donde siempre el anarquismo español tuvo sus mayores fuerzas.

En Andalucía los grandes propietarios comenzaron a temer la fuerza creciente del movimiento obrero
anarquista, y como respuesta desarrollaron una lucha sistemática. El resultado de esta represión fue la
detención de centenares de trabajadores, consiguiendo desarticular muchas organizaciones o
federaciones. Ante esta represión volvieron a surgir partidarios de la acción violenta. En este contexto,
tuvo lugar en Jerez (Cádiz) durante 1882-83 unos sucesos violentos reivindicados por un grupo secreto
conocido como la Mano Negra a la que se le atribuyeron quema de cosechas, ocupaciones de fincas,
asesinatos y acciones criminales contra los patronos. En realidad no se sabe si tal organización criminal
existió o fue pura invención. Fuera o no cierto, las fuerzas de orden público multiplicaron las
detenciones, se practicaron torturas para obtener confesiones y se dictaron algunas sentencias a muerte.
Aunque el III Congreso de la FTRE celebrado en Valencia en octubre de 1883 rechazó los sucesos y
negó tener nada que ver con la Mano Negra, la represión que vino a continuación hizo que el
anarquismo rural fuera desarticulado y pasara a funcionar en la clandestinidad. La Federación terminó
por disolverse en 1888.

En la década de los 90, pequeños grupos anarquistas autónomos, especialmente en Barcelona,


continuaron aplicando su filosofía de la “propaganda por el hecho”, es decir, con atentados. El más
famoso fue el de la bomba del Teatro del Liceo (nov 1893) y el de la procesión del Corpus (jun
1896), que provocaron una verdadera matanza indiscriminada. Estas acciones motivaron la represión
que se puso en marcha contra todo sospechoso de simpatizar o estar relacionado con el movimiento
anarquista, llegando al Proceso de Montjuïc con cerca de cuatrocientas personas consideradas
revolucionarias o subversivas encarceladas, cinco penas de muerte y algunas deportaciones. El proceso
tuvo una enorme repercusión en toda España y en el extranjero, con diversos actos de denuncia y
protesta. Una de sus consecuencias fue el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897 por parte del
anarquista italiano Michele Angiolillo en venganza por las ejecuciones de Montjuic,​ aunque otras
fuentes siempre han sostenido que detrás de este asesinato había una trama mucho más amplia y con
intereses diversos.

La propaganda por el hecho, (el terrorismo revolucionario) llegó a ser menos común cerca del cambio
de siglo. En los primeros años de siglo XX directamente desapareció hasta que en 1906 el anarquista
Mateo Morral atenta en Madrid contra la comitiva del casamiento del Rey Alfonso XIII con Victoria
Eugenia. Pero la mayoría del anarquismo estaba renegando de las tácticas terroristas al estar cada vez
más convencidos de que solo la huelga general era capaz de derrocar el Estado y el capitalismo
(sindicalismo revolucionario). El impulso que estaba logrando este sindicalismo revolucionario en
España, se vio de nuevo detenido por la represión que siguió a la Semana Trágica de 1909. Pero la
semilla ya estaba sembrada y existía un consenso general entre los anarquistas de que era necesaria una
nueva organización laboral de carácter nacional para fortalecer el movimiento obrero. Esta
organización, sería la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que fue fundada en octubre de
1910.

El socialismo marxista. En 1879 se fundó en la clandestinidad el Partido Socialista Obrero Español


(PSOE), formado por un grupo de tipógrafos madrileños entre los que se encontraba Pablo Iglesias, su
primer secretario. El partido se declaró de ideología marxista. Fue inscrito oficialmente en 1881
después de haber sido aprobada la nueva Ley de Asociaciones del gobierno liberal de Sagasta. Su
primer programa se basó en: La abolición de las clases y la emancipación de los trabajadores; la
transformación de la propiedad privada en colectiva y en la conquista del poder político por la clase
obrera. Su consolidación fue lenta y muy difícil en el ambiente represivo de la Restauración. En 1886
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apareció el semanario del partido “El Socialista”. Su primer congreso, ya permitido, tuvo lugar en
Barcelona en agosto de 1888. Allí se decidió constituir la Unión General de Trabajadores (UGT),
sindicato vinculado al partido.

Tres posturas fueron haciendo más popular al socialismo a lo largo de los años 90. Una fue el carácter
pacífico y su rechazo total a la violencia generada por el anarquismo (ya visto),. Otra fue la decisión de
celebrar el 1º de mayo como una gran manifestación internacional en esa fecha fija para que en todos
los países y ciudades los trabajadores reclamasen la reducción de la jornada laboral a las ocho horas.
Anarquistas y socialistas se sumaron a la primera jornada en 1889, pero la decisión socialista de que la
jornada debía ser un día de afirmación pacífica de la lucha obrera pero no de la revolución social como
pretendían los anarquistas. Estos decidieron que, al no poder realizar la revolución ese día, no tenía
mucho sentido la jornada y a mediados de la década de los 90 dejaron de tener interés en el 1º de
mayo. Por último, fue muy popular su denuncia de las guerras coloniales de fin de siglo y su
disconformidad con el sistema de redención en metálico del servicio militar.

Pese a su lenta expansión, el socialismo consiguió consolidarse en Madrid y en las zonas industriales
de Vizcaya y de Asturias. En el Segundo Congreso del partido, celebrado en Bilbao en 1890, se decide
la participación en las elecciones, aunque no se logró representación parlamentaria hasta 1910, en que
Pablo Iglesias se convirtió en el primer socialista en el Parlamento Español al ser elegido diputado por
Madrid, gracias a ir en una candidatura conjunta con los republicano. Siguiendo las pautas de otros
partidos, fundamentalmente el SPD alemán, los socialistas crearon una red de casas del pueblo,
espacios de difusión de su ideología. En 1910, militantes socialista fundaron la Escuela Nueva,
adoptando el espíritu de renovación pedagógica de la época. Este tipo de iniciativas facilitaron que el
crecimiento del partido fuera continuo en las dos primeras décadas del siglo XX.

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