Presencia y Transparencia La Mujer en La Historia de Mexico 924654
Presencia y Transparencia La Mujer en La Historia de Mexico 924654
Presencia y Transparencia La Mujer en La Historia de Mexico 924654
PRESENCIA Y TRANSPARENCIA:
LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
B EL COLEGIO
Hl DE MÉXICO
396.0972
P9332
2006
Presencia y transparencia : la mujer en la historia de
México / Carmen Ramos Escandón, coordinadora ;
Ma. de Jesús Rodríguez ... [et aL], -- 2a ed. --
México, D.F. : El Colegio de México, Programa
Interdisciplinario de Estudios de la
Mujer, 2006.
220 p. ; 21 cm.
ISBN 968-12-1209-6
1. Mujeres -- México -- Historia. I. Ramos
Escandón, Carmen, coord.
ISBN 968-12-1209-6
Impreso en México
Muchas son las preguntas que surgen atropelladamente cuando de la mu
jer en la historia se trata. Para intentar responder algunas de ellas dentro
del marco de la historia de México, en 1984 el Programa Interdisciplina-
rio de Estudios de la Mujer (PiEM) de El Colegio de México inició, jun
to con otros dos talleres, el de La mujer en la historia de México.
Con la coordinación de Carmen Ramos se impulsó la primera etapa
del taller, que buscó conocer algunos de los trabajos e investigaciones
que hasta el momento hubieran sido hechos en nuestro país.
Descorrer un velo no hace otra cosa que revelar la necesidad de
descorrer muchos más. Las visiones de la mujer en la sociedad prehispá
nica, colonial, independiente y posrevolucionaria, que en sus textos
lograron las autoras y los autores aquí reunidos, además de su contri
bución al conocimiento del tema, y de su interés específico, muestran la
necesidad de ahondar en él.
El piem agradece a Carmen Ramos, Ma. de Jesús Rodríguez, Pilar
Gonzalbo, François Giraud, Solange Alberro, Françoise Carner, Soledad
González, Pilar Iracheta, Jean Pierre Bastían y Enriqueta Tuñón su parti
cipación en el taller La mujer en la historia de México, que hizo posible
la integración de este libro.
Elena Urrutia
PIEM-E1 Colegio de México
INDICE
11
12 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
1 Véase el apéndice bibliográfico anexo donde, para esta edición, se incluyeron las
publicaciones recientes aparecidas desde entonces, así como algunas fuentes secundarias
precursoras en la materia.
15
16 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
tando por las variaciones que a través del tiempo han tenido las relaciones
sociales en las que se insertan las mujeres, las formas diversas en que se
encarna el deber ser femenino. Es decir, era importante señalar cómo eran
y vivían para conocer los cambios y las permanencias en las formas de
vida de las mujeres, en los espacios sociales en los que se insertan. En esto
consiste una perspectiva histórica propiamente dicha, en el señalamiento
de cambios y permanencias, de variaciones a través del tiempo de las for
mas de ser mujer, de ser varón, de las relaciones entre ambos.
Esta tarea, que se señalaba como inicial en Presencia, ha fructificado
en formas diversas, tanto en los autores presentes en el libro como en otros
autores que acaso tuvieron en éste una inspiración inicial a partir de la cual
profundizar en los problemas aquí apuntados. En este sentido, el texto ini
cial puede considerarse precursor en el recorrido de la historiografía sobre
la mujer, tanto para los autores aquí presentes como para otros.
El recorrido de la historia de México que Presencia proponía no
puede ser más tradicional. Se trata de un recorrido ordenado cronológica
mente que señala en cada periodo las preguntas básicas a partir de las
cuales se puede repensar el proceso histórico incorporando a la mujer, in
dagando sobre sus relaciones con los varones, sobre la distribución de
poder entre ellos y ellas en instituciones, en procesos. Este señalamiento
inicial no significa que las preguntas allí anotadas sean las únicas posi
bles. Por el contrario, la abundancia de respuestas, las contradicciones
entre éstas, las formulaciones críticas a los planteamientos iniciales, es lo
que constituye una forma de crecimiento de la disciplina. Éste no es poco
mérito pues es precisamente a través del cuestionamiento, de la crítica y
el comentario que se abunda en las problemáticas señaladas.
Así, el artículo de María de Jesús Rodríguez Shadow registra la per
manencia de los estereotipos prehispánicos en la vida de las mujeres, sobre
todo de las mujeres indígenas. Se ocupa de la importancia de las mujeres
como sujetos insertos en la trama social y religiosa de su sociedad y de la
permanencia de estos parámetros aun en el momento actual. Bien puede
pensarse que ese señalamiento inicial ha madurado en su libro más recien
te, La mujer azteca,2 donde muestra la importancia de las mujeres aztecas
dentro de los procesos laborales, y el significado simbólico de sus tareas.
Apunta cómo la sociedad azteca produce un tipo de familia en la que se
interiorizan las posiciones asimétricas como forma natural de las relacio
nes sociales.3
2 María Rodríguez Shadow, La mujer azteca, 4a. ed., México, Universidad Autónoma
del Estado de México (Colección Historia, núm. 6).
3 Ibid., p. 167.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN 19
masculina era particularmente dañina para las mujeres que se veían ex
puestas a la violación tanto si eran jóvenes como si de mayor edad. Tam
bién rastrean la doble moral sexual que reprimía en las mujeres
el comportamiento que fomentaba en los hombres.
En su artículo “Señoritas porfirianas” Carmen Ramos examina el
momento social y económico del porfiriato y cómo la sociedad de la
época asigna a la mujer las tareas del matrimonio y la maternidad como
funciones exclusivas que suponen abnegación, pasividad, aislamiento
doméstico y obediencia, y la aprisionan con un corsé de una moralidad
rígida que la convierte en el guardián de la moralidad propia y ajena.
Jean Pierre Bastian analiza los “Modelos de mujer protestante” y
subraya cómo las sociedades misioneras protestantes y las escuelas nor
males y para niñas por ellas establecidas, propiciaron unas formas de
conducta femeninas en donde se enfatizaba la necesidad de la instrucción
como un medio de combatir la influencia del catolicismo en la sociedad
mexicana, pues esta influencia era -según los protestantes- la culpable de
la situación femenina. Las propias mujeres protestantes habían asimilado
el austero código puritano de normas y valores que les permitiría mora
lizar su sociedad.
Finalmente el papel de la mujer en el siglo xx es el tema del artícu
lo de Enriqueta Tuñón, “La lucha política de la mujer mexicana por el
derecho al sufragio y sus repercusiones”. Se trata aquí de una forma
inédita de actividad femenina, la lucha política. Este tema, iniciado aquí,
fructificó en su libro ¡Por fin podemos elegir y ser electas!,4 en donde
profundiza sobre el proceso de concientización y luchas políticas que
culminaron con el derecho de la mujer al voto entre 1935 y 1953. El ras
treo histórico de la vida política de las mujeres mexicanas en el siglo xx
cobra una importancia insoslayable.
Este conjunto de ensayos da una visión general de los varios y diver
sos procesos de la vida de las mujeres en una perspectiva histórica que
propicia un incremento en la concientización y en la autoestima.
4 Enriqueta Tuñón Pablos, ¡Por fin podemos elegir y ser electas!, México, Plaza y
Valdés-Conaculta-iNAH, 2002.
MUJER Y FAMILIA
EN LA SOCIEDAD MEXICA
1 Bachofen había expuesto sus tesis en el año 1861, en su obra sobre el Derecho ma
terno, Tylor lo había hecho en 1865, y Morgan en su trabajo sobre la Sociedad antigua, en
1872. Engels analizó el desarrollo histórico de la institución familiar en El origen de la fa
milia, la propiedad privada y el Estado, obra de 1887.
2 Consideramos que algunas de las tesis expuestas por este autor han sido ampliadas
y parcialmente superadas por teóricos marxistas contemporáneos. Remitimos a los lectores
interesados a una obra que según nuestra opinión hace una justa valoración crítica de ellas:
Ann Foreman, La feminidad como alienación, marxismo y psicoanálisis, Madrid, Edit. De
bate, 1977.
3 Ralph Linton, “La historia natural de la familia”, en La familia, Barcelona, Edit. Pe
nínsula, 1978, pp. 5-29.
21
22 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
La mujer noble
las mujeres con un gran gasto de energía, lo que las mantenía ocupadas
largas horas de trabajo e hizo que gran parte de su vida transcurriera li
teralmente “sujetas al metate".
Todo lo anterior nos permite afirmar que la subordinación en la que
era mantenida la mujer entre los mexicas estaba sustentada sobre firmes
bases económicas.
ca. López Escobar nos menciona que las concubinas eran empleadas en
el servicio doméstico y que incluso “entre la gente muy principal”, lo que
apostaban en el juego de pelota eran “joyas, esclavos, piedras ricas... y
mancebas”.26
En este grupo la ceremonia nupcial era rígida y solemne, en ella los jóve
nes participantes se veían por primera vez, porque el trato era concertado
por los miembros de las familias involucradas. La costumbre establecía
que cuando un varón cumplía los 20 años, los padres eligirían una donce
lla con la que consideraran conveniente emparentar y enviarían a una an
ciana cihuatlanque a solicitar en matrimonio a la mozuela escogida. Los
padres de ella invariablemente consentían y después la doncella era lleva
da formalmente a casa del pretendiente, donde se anudaban las mantas de
ambos en una gran fiesta, quedaban así legalmente casados.
Antes de retirarse a su domicilio los padres de la doncella se despe
dían de su hija conminándola a ser obediente con su marido y diligente
con los quehaceres domésticos. Con base en todo lo anterior considera
mos que el matrimonio no era entre los pipiltin fruto del amor sexual in
dividual, sino que estaba apoyado en imperativos económicos o políticos,
que fomentaba la preponderancia masculina en la familia y en la socie
dad, que enfrentaba a la pareja en una relación antagónica que se resol
vía en la opresión del sexo femenino por el masculino; de tal manera que
el matrimonio fundado sobre tales bases se erigía como elemento legiti
mador de la subordinación femenina.
La familia macehual
otras estaban en sus [propias casas]”.28 Los muchachos que querían po
dían dormir en el templo, pero los “amancebados”, “íbanse a dormir a ca
sa con sus amigas”,29 a los guerreros que poseían reconocidos méritos
bélicos se les permitía en premio a su valentía tener dos o tres mance
bas.30 Los guerreros del Sol tenían anuencia para “tener muchas mujeres,
todas las que pudiesen sustentar”,31 a los guerreros tequihuaque, muy es
timados por su arrojo en las contiendas, se les otorgaba el privilegio de
cortejar públicamente a las prostitutas y de tener varias concubinas.
El rito matrimonial entre los macehualtin no debió ser tan rígido ni
tan solemne como la ceremonia nupcial entre los pipiltin, debido proba
blemente a que no había fuertes razones políticas o económicas para es
tablecer tales uniones. Es plausible que estos matrimonios obedecieran
más a impulsos emocionales, apegos afectivos o atracciones eróticas que
a motivaciones económicas.
Los jóvenes que se interesaban por una doncella “la pedían a sus pa
dres, especialmente a las madres y se las daban a este efectos de tomar
la por manceba, y no por mujer”.32 A la mujer pedida para manceba la
llamaban tlacatcahuilli; entre los macehualtin era común que se estable
cieran este tipo de vínculos, de tal manera que cuando los miembros de
la pareja comenzaban a vivir juntos y en esa unión procreaban un hijo,
los padres de la joven pedían al varón que la desposara, y en caso de que
recibieran una negativa, le rogaban que la abandonara para que le pudie
ran buscar otro marido; pero si él accedía a casarse, “llamaban a los
parientes... de la una y de la otra parte, y hacían las ceremonias y de
mostraciones de casamiento e símul consentimiento, según su posibili
dad” [económica].33
Lo que generalmente ocurría si los dos jóvenes se enamoraban y
mantenían relaciones sexuales en secreto, era que cuando deseaban co
menzar a vivir juntos, el varón comunicaba sus propósitos a los padres de
ella, pidiéndoles su consentimiento para casarse, los padres, al enterarse
de la falta en la que había incurrido la hija, otorgaban invariablemente el
permiso.34 Los vínculos desarrollados de este modo eran endogámicos y
patrilocales.35
Bibliografía
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ña, 4a. ed., México, Porrúa.
Glosario*
Metate: Implemento de piedra que sirve para moler el maíz para prepa
rar la masa con la que se elaboran las tortillas.
* Se incluye este glosario con el ánimo de que sirva como un auxiliar a los lectores
no familiarizados con el náhuatl, sólo se citan los términos empleados aquí.
TRADICION Y RUPTURA
EN LA EDUCACIÓN FEMENINA
DEL SIGLO XVI
Pilar Gonzalbo
Seminario de Educación
Centro de Estudios Históricos
El Colegio de México
39
40 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Fueron tan atropellados ellos y todas sus cosas que ninguna apariencia les
quedó de lo que eran antes. Así están tenidos por bárbaros y por gente de
bajísimo quilate (como según verdad, en las cosas de policía echan el pie
adelante a muchas otras naciones que tienen gran presunción de polí
ticas...).1
La buena curandera:
cura a la gente, la ayuda
la hace levantarse,
les templa el cuerpo,
los hace convalecer...5
7 León-Portilla, 1980, pp. 403-404. La ahuiani mujer pública entre los mexicas, tenía
su propio lugar en la comunidad. Era aceptada, pero no podía tener una familia.
8 Sánchez Pichardo, 1983.
9 La literatura española de la época aporta interesantes y abundantes referencias sobre
la libertad de costumbres de las mujeres, pese a las normas religiosas que vigilaban sus cos
tumbres, desde la Trotaconventos del Arcipreste de Hita hasta la Celestina de Femando de
Rojas, pasando por las cantigas de amor y de amigo y otros ejemplos similares.
10 Gaos, 1973, p. 78, compara la decoración de las catedrales góticas con la Summa
Teológica de Santo Tomás.
EDUCACIÓN FEMENINA DEL SIGLO XVI 43
11 Según Braudel, la población del mundo mediterráneo se duplicó entre 1500 (apro
ximadamente 30 a 35 millones de habitantes) y 1600 (60 a 70 millones). Calcula también
que, la miseria en las ciudades alcanzaba a 20% de la población, mientras que 70% apenas
alcanzaba a vivir decorosamente. Braudel, 1981, pp. 602-603.
44 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
entregar a sus hijas y el obispo tuvo que insistir para convencerlos e in
cluso escribió al rey en demanda de autorización para que las entregasen
por la fuerza. Su ideal -que no llegó a convertirse en realidad- era que
fuesen monjas quienes se encargasen de educar a las niñas:
...mas como ellas, según su natural, no eran para monjas, y allí no tenían
que aprender más que a ser cristianas y servir honestamente en ley de ma
trimonio, no pudo durar mucho esta manera de clausura, y así duraría poco
más de diez años.15
...porque los indios ni los que se crían en los conventos rehusaban de casar
con las doctrinadas en las casas de niñas, diciendo que se criaban ociosas y
a los maridos los tendrían en poco, ni los querrían servir según la costum
bre suya que ellas mantienen a ellos, por haber sido criadas y doctrinadas de
mujer de Castilla.16
sámente por su buen éxito, porque habían logrado que las mujeres indias
se asimilasen tan perfectamente a la vida cristiana que ellas mismas se
convirtieron en maestras de las otras y ya como madres de familia no
dejarían de educar cristianamente a sus propias hijas. Seguramente tuvie
ron fundamentos, al menos parcialmente, todas estas razones, pero tam
bién hubo otras, más profundas, las mismas que contribuyeron al fracaso
del hermoso proyecto del colegio de Tlatelolco y modificaron la situa
ción de la nobleza indígena, dando el golpe de gracia al antiguo orden
social, precariamente conservado en manos de las autoridades españolas:
los cambios demográficos y económicos, el consiguiente proceso de pau
perización de la población indígena y su empleo masivo como mano de
obra en las empresas de los españoles tornaron inútil y acaso inconve
niente el proyecto de preservar los privilegios de la clase dirigente y de
darle acceso a la educación superior.17
Los cambios demográficos fueron cualitativos y cuantitativos: la
población indígena del valle de México y de las regiones próximas
comenzó a descender desde el momento mismo de la conquista y su de
rrumbe catastrófico se aceleró en la segunda mitad del siglo.18 Simultá
neamente, aumentó la inmigración de españoles que no se conformaban
con tener los imprescindibles medios de subsistencia, sino que aspira
ban a enriquecerse:
dad comercial en los tianguis, del gusto por ciertos adornos y vestidos, de
la decoración, del cuidado del hogar, etcétera.
Uno de los cambios que afectaron a la mujer indígena fue la anula
ción de los enlaces conyugales poligámicos, sustituidos por la monoga
mia. Desde el punto de vista de la teología y de la moral católica, el
sacramento del matrimonio era una dádiva preciosa, que reconocía la dig
nidad de la mujer, la liberaba de una situación humillante y sublimaba la
sexualidad en beneficio de la familia. En la práctica, ese cambio signifi
có la ruptura del sistema económico familiar, el abandono de muchas es
posas que perdieron sus medios de subsistencia y el surgimiento de una
nueva actitud masculina que conservaba resabios de poligamia matizados
con la irresponsabilidad y la despreocupación. El orden social indígena
disponía que el esposo podía disfrutar de varias esposas, siempre que las
mantuviese a ellas con sus hijos; pero la legislación colonial, que elimi
nó la obligación y el derecho de mantener simultáneamente a varias fa
milias, fue incapaz de impedir que los hombres las formasen de todos
modos clandestinamente y ya sin la responsabilidad de mantenerlas.
Las indias viudas o huérfanas por las guerras y epidemias, así como
las repudiadas por esposos que escogieron a otra de sus mujeres, tuvie
ron que buscar un modo de vida en una sociedad que sólo las aceptaba
como empleadas domésticas o trabajadoras de obrajes y minas. La vida
como sirvientas en las casas de los españoles las obligó a incorporarse
pronto a la nueva situación y esa asimilación se reforzó cuando la proxi
midad del trato con los españoles originó relaciones de las que frecuen
temente las indígenas salían embarazadas. Rara vez la mujer que tenía un
hijo mestizo regresaba a su comunidad y era aceptada, lo que podía ser
la mejor suerte para ella, porque los mestizos demostraron pronto ser más
hábiles que los indios para defenderse y defender sus derechos y -pese a
todas las prohibiciones- desempeñaron cargos de prestigio y autoridad
en los pueblos indios.
Las que se quedaban en la ciudad consolidaron el grupo, cada vez
más numeroso, de las empleadas domésticas, sin las que habría sido in
concebible el género de vida de los hogares coloniales. Las Leyes de In
dias asignaban un salario de 12 pesos anuales a las mujeres que
trabajasen en las casas de los españoles, pero en la práctica fueron muy
pocas las que llegaron a ver esa cantidad, porque se conformaban con
que las alimentasen a ellas y a sus hijos o que los patrones compensaran
el trabajo con la enseñanza de sus obligaciones, como lo hacían los maes
tros artesanos con sus aprendices. Sin embargo, cuando se hicieron im
prescindibles, las sirvientas tuvieron en su mano un arma que les
permitió mejorar su situación y, aunque resignadas a servidumbre perpe
tua, se convirtieron en personajes insustituibles de la casa. Algo que sor
EDUCACIÓN FEMENINA DEL SIGLO XVI 51
fue cubierto en mayoría absoluta por las indias. Y unas y otras desarro
llaron su actividad sin que fuera obstáculo para ello su carencia de cono
cimientos especiales y la índole de algunos quehaceres, reñida con el
ideal de sumisión, enclaustramiento y vida hogareña. Tanto las españolas
dueñas de negocios como las indias que acudían a los tianguis con sus
mercancías podían llevar sus cuentas con mucha precisión aunque ni
unas ni otras hubiesen aprendido a escribir y desconociesen las reglas de
la gramática.
Entre españolas e indias había una segregación favorecida por el he
cho de que, mientras las indias vivían en el campo, casi la totalidad de
las mujeres españolas residía en las ciudades, aunque las propiedades fa
miliares se encontrasen alejadas, en zonas rurales que el jefe de familia
visitaba esporádicamente. Para las niñas existía la posibilidad de educar
se en su casa, con ayuda de maestras y profesores particulares o de asis
tir a la “amiga” donde, entre los 3 y los 10 años, aprendían el catecismo
de la doctrina cristiana, algunas labores de aguja, frecuentemente la lec
tura y muy raras veces la escritura. Desde que abandonaban esa escuela,
no recibían más instrucción que la que su familia les proporcionase: muy
pocas con preceptores bien pagados de música, idiomas, dibujo y, en al
gún caso latín; la mayoría de las enseñanzas de su madre, más ejempla
res que explícitas, sobre el manejo del hogar; algunas, las que aspiraban
a profesar como religiosas o eran enviadas por sus familias a educarse en
un convento, se instruían más ampliamente e integraban el grupo selecto
de las mujeres capaces de ser secretarias, cronistas o administradoras de
su congregación, músicas, maestras de novicias responsables de la prepa
ración de medicinas -como en el convento de Jesús María, de religiosas
concepcionistas-27 y, en todo caso, con los conocimientos imprescindi
bles para leer en latín el Oficio de Nuestra Señora y firmar documentos
en el momento de su profesión religiosa, de las elecciones de abadesa y
otras circunstancias. Aunque las niñas educadas en conventos siempre
fueron una minoría, no dejaron de tener influencia en la sociedad, porque
representaban el ideal, el prototipo de la mejor educación y del compor
tamiento que las demás debían imitar.
Las huérfanas españolas dispusieron pronto de un colegio donde
acogerse: el de Nuestra Señora de la Caridad, restringido a sólo 32 ni
ñas, pero muy influyente como modelo de vida y como proveedor de es
posas a muchos caballeros que buscaban la seguridad de la ascendencia
española, de la castidad y de las buenas costumbres de su desposada; a
cambio de estas virtudes no fueron pocos los que se conformaron inclu
so con recibir a su esposa sin la dote que solía ser requisito indispensa
ble, pero que a una huérfana sólo se la daba la suerte de una obra pía. Pa
radójicamente, el Colegio de la Caridad, que se había fundado en la pri
mera mitad del siglo xvi para recibir a niñas mestizas abandonadas, tardó
muy poco en convertirse en centro educativo para las descendientes de
familias criollas que podían presentar certificados de legitimidad y lim
pieza de sangre.
La preocupación por la pureza étnica y la preservación de la categoría
social por medio de vínculos familiares de intachable honorabilidad se ha
bía suscitado en España como reacción contra la influencia de los judíos
“marranos”, después de la expulsión de los que no renunciaron a su fe. El
ardor contrarreformista la alentó como escudo contra la heterodoxia, y
llegó a ser obsesiva durante el siglo xvu, el siglo de la "honra” individual,
familiar y nacional. En la Nueva España no existía, teóricamente, el riesgo
de contaminación judaizante, porque se había prohibido la migración de
los judíos a América, aunque la regla no fue tan rigurosa que no permitiese
algunas excepciones. Tampoco podía discriminarse legalmente a los in
dios, que desde la conquista habían sido equiparados con los vasallos de
los reinos peninsulares. La mancha en el linaje, el envilecimiento del ape
llido, provenía de cualquier mezcla con individuos de raza negra.
El negro era o había sido originalmente esclavo, y esa esclavitud era
consecuencia de su inferioridad; el negro era indigno y sus hijos y nietos,
mulatos, zambos o combinados en cualquier proporción con individuos
de otros grupos, heredaban la indignidad de sus antecesores. El caso del
mestizo era dudoso, porque si acreditaba que sus progenitores eran espa
ñol e india ¿cómo negarle los derechos ciudadanos que gozaban sus pa
dres? Además, el mestizo era una agresión permanente a la conciencia
del español, la evidencia de su pecado, en un ambiente donde las trans
gresiones morales de los individuos eran responsabilidad de toda la co
munidad.28 Por eso el mestizo aceptado por la familia del padre o de la
No cabe duda de que los frailes comprendieron pronto las amargas con
secuencias que tendrían para los indios los abusos de los españoles. Des
de la generosa denuncia de Montesinos, en 1511, hasta la paternal ternura
de un Motolinía o la comprensión respetuosa de un Sahagún, las diver
sas actitudes de los regulares tomaron siempre en consideración la defen
sa de los indios. Pero no todos compartían el mismo concepto de lo que
había de defenderse ni estaba a su alcance aislar y proteger plenamente a
los naturales y evitar su expolio y humillación. Tuvieron que conformar
se con enseñar a los indios algunos elementos con los que podrían alcan
zar la satisfacción de las más elementales necesidades de esta vida y la
bienaventuranza eterna en la otra.
Los catecismos, sermones, pastorales y confesionarios que se conser
van de esa época proporcionan abundantes muestras de lo que la Iglesia
consideraba que los fieles debían saber y practicar. Entre el dogma que se
daba a conocer a un indio y a un español no había diferencias esenciales,
porque la palabra de Dios era una sola y la moral se suponía sujeta a princi
pios invariables, pero en la práctica las diferencias tenían que ser muchas y
profundas, tantas como las había en las condiciones de vida de unos y otros.
Los textos de algunos teólogos eran muy explícitos en su condena
del comportamiento de los conquistadores y la existencia de que repara
rían los daños causados. No sólo el celebérrimo fray Bartolomé se atre
vió a amenazar a los encomenderos y los propietarios de esclavos con la
condenación eterna; también el respetadísimo, docto y ecuánime teólogo
agustino fray Alonso de la Veracruz, manifestó ideas similares y las de
fendió en sus cursos de la Real y Pontificia Universidad de México du
rante los primeros años de su vida académica:
29
Parecer razonado sobre el título de dominio del rey de España sobre las personas y
EDUCACIÓN FEMENINA DEL SIGLO XVI 59
tierras de indios, documento sin título, fecha ni autor conservado en el Archivo General de In
dias, AGI, México, 280; editado por Cuevas, 1914, pp. 176-180 y Burrus, 1968, pp. 77-90.
30 Fray Alonso de la Veracruz, “Instrucción para los confesores: cómo se an de aver
con los señores de yndios y otras personas”, en Burrus, 1968, pp. 133-141.
60 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
...aquellas cosas que se miden y pesan, quizá no las mediste bien ni las pe
saste al justo, ni henchiste como convenía las medidas de lo que vendías, o
pediste más de lo que valía... Quando compraste algunas mantas buenas, en
tremetiste con ellas otras malas. Y las mantas agujereadas cerrásteles los
agujeros, de manera que no mostraste al que las compró los dichos agujeros
y el daño de las dichas mantas...
Y tú que vendes cacao, revolviste el buen cacao con el malo, para que
todo se emplease y vendiese, engañando a las gentes. Encenizaste el cacao
verde o revolvísteio con tierra blanca para que pareciese bueno...
Y tú que vendes carne, cuando vendiste tus puercos y tus gallinas, qui
zá estaban enfermas cuando las mataste; y los huevos estaban quizá dañados
cuando los vendiste...32
Y por esto [Dios] no quiere que sacrifiquéis ni que matéis a nadie, ni que
os hagáis mal a vosotros ni a otros, ni que rompáis vuestras carnes, ni cortéis
vuestras lenguas, si no que le améis de buen corazón, como él ama a vos
otros...33
Y todos los que honráis a los vuestros sacerdotes que servían en vuestros
templos, pecáis porque toda aquella honra se la hacéis por amor del demo
nio y la quitáis al Dios verdadero. Y todos los que tenéis ídolos o alguna
cosa dellos y los honráis, pecáis en ello...34
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MUJERES ¥ FAMILIA
EN NUEVA ESPAÑA
François Giraud
Seminario de Mentalidades
Dirección de Estudios Históricos
Instituto Nacional de Antropología e Historia
65
66 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Como todo ser humano, la mujer entraba en la vida familiar cuando na
cía, a menos que formara parte del gran número de niños abandonados
que recogía la Iglesia. De este acontecimiento sabemos poco: ¿cómo pa
saba el parto?, ¿qué tipo de rituales lo acompañaban?, ¿cómo se recibía
al niño? Suponemos que el parto era un momento de solidaridad femeni
na, dirigido por una mujer de experiencia, la “matrona”, considerada más
por su saber tradicional empírico y por su moralidad que por su conoci
miento teórico.
De la niñez tampoco se sabe mucho, por las mismas razones, pero en
esto pasa lo mismo con los hombres. La historiografía mexicana queda
de alguna manera en una fase “preariesana”.7 Los niños y las niñas eran
seguramente numerosos, porque las mujeres fueron muy fecundas duran
te toda la época colonial, con excepción de las épocas de hambruna, en
las que muchos sufrían de “amenorrea”. Sin embargo, los escasos datos
demográficos de que disponemos nos llevan a pensar que muchos niños
morían antes de llegar a la edad adulta y que, por lo menos en los siglos
xvi y xvn, es probable que fuesen vistos con cierta indiferencia antes de
tomar parte en la existencia familiar. Las críticas de los médicos ilustra
12 Este caso se conoce debido al estudio de María Elena Cortés Jácome, “La memo
ria familiar de los negros y mulatos, siglos xvi-xvm”, en La memoria y el olvido. Segundo
Simposio de Historia de las Mentalidades, México, Dirección de Estudios Históricos, inah,
1985, pp. 125-135.
13 Véase François Giraud, “Vie et société coloniale: le cas de la Nouvelle Espagne au
xvméme siécle", en Histoire, économie et société 4, 1984.
70 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Mujeres casadas:
Españolas 90.9
Africanas 50.0
Americanas 66.4
bien las mujeres españolas se casaban más tarde, tenían también mayores
posibilidades de encontrar marido porque los hombres preferían casarse
con mujeres de este grupo socialmente privilegiado. Esta facilidad de las
españolas para encontrar un esposo se comprueba por la cantidad de se
gundos casamientos, que sugiere el reducido porcentaje de viudas que
hubo entre las españolas. Entre los otros grupos, en cambio, eran más nu
merosas las mujeres que nunca se casaban, que vivían amancebadas o
eran abandonadas por hombres que se casaban con mujeres españolas. En
el caso de las negras, su condición de esclavas domésticas disminuía bas
tante las posibilidades de matrimonio, lo mismo que las indígenas que
trabajaban de sirvientas.
La elección del cónyuge era un asunto importante y muy delicado. La
ley de la Iglesia consideraba que el matrimonio debía ser un acto libre y
defendía la libertad de los contrayentes, pero eso no implica que una mu
jer estuviera autorizada a casarse con cualquier hombre de su gusto.
La Iglesia misma imponía estrictas prohibiciones de parentesco que
descartaban a muchos de los hombres más cercanos, a menos que el obis
po otorgara una dispensa. Pero las consideraciones más apremiantes eran
las de tipo social y económico, aunque no siempre se expresaran en térmi
nos claros. El mecanismo de la alianza prohibía contraer matrimonio con
una persona desigual, perteneciente a estratos sociales o étnicos inferiores.
Dice Patricia Seed, en su estudio sobre las relaciones entre padres e
hijos, que no eran pocos los casos de oposición de los padres a la elec
ción de sus hijas.19 A lo largo de los tres siglos de la colonia, la libertad
de las jóvenes se fue limitando cada vez más, a medida que la Iglesia
abandonó su defensa de la libertad de los cónyuges. El punto de vista de
los padres se hizo más apremiante en el siglo xvm a causa de la fuerte ri
validad entre los españoles peninsulares y los criollos. Algunos padres se
apasionaban tanto en este tipo de asuntos, que se mostraban dispuestos a
usar la violencia contra sus hijas. Patricia Seed menciona el caso de una
madre que había amenazado a su hija en presencia de testigos, con cor
tarle el pelo o con ahogarla si no la obedecía.20 También había casos en
que los mismos padres no estaban de acuerdo entre sí.
La necesidad de preservar su valor para el matrimonio exigía que la
vida de las doncellas estuviera estrechamente vigilada. No podían salir
sino acompañadas por una “dueña” que trataba de alejar todo trato inde
seado. En las novelas de la época que reflejan una parte de toda esta rea
lidad, hay relatos de encuentros en las iglesias, de ardides, de cartas
intercambiadas en secreto, de conversaciones nocturnas desde una azo
21 Véase François Giraud, “La reacción social ante la violación: del discurso a la prác
tica (Nueva España, siglo xvm)”, en El afán de normar y el placer de pecar: ideologías y
comportamientos familiares y sexuales en México, México, Planeta.
22 Véase Asunción Lavrín, “Investigación sobre la mujer colonial en México”, en
Lavrín, op. cit., pp. 33-73, y Asunción Lavrín y Edith Couturier, “Dowries and Wills: a
View of Women’s Socio-Economic Role in Colonial México”, trabajo presentado en el 91 st
Annual Meeting of the American Historical Association, Washington, 1976.
74 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
23 Expresión usada por Ivan lllich para designar el trabajo doméstico de las mujeres.
MUJERES Y FAMILIA EN NUEVA ESPAÑA 75
24 Véase Edward Shorter, The making of the Modern Family, Nueva York, Basic
Books, 1975.
25 Elisabeth Badinter, L’amour en plus, París, Flammarion, 1980.
26 Jean Louis Flandrin, Origen de la familia moderna, “Crítica”, Barcelona, Grijalbo,
1976, cap. III, “La moral de las relaciones domésticas”.
27 Edith Couturier, op. cit.
76 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Europeas 10
Africanas 33.3
Americanas 15.1
Si había pocas viudas entre las europeas, era porque podían volver a
casarse fácilmente, y porque el periodo de viudez que se les imponía era
relativamente breve. (No hay razones para pensar que las mujeres espa
ñolas murieran antes que sus esposos.) Entre las mujeres indígenas y so
bre todo entre las negras, había muchas viudas. Acerca de esta última
categoría, Gonzalo Aguirre Beltrán considera que la frecuencia de su viu
dez se explica por la gran mortalidad de esclavos negros sobreexplota
dos en los trapiches y en las minas.35
En todo caso, la viudez presentaba ciertas ventajas. Aunque al per
der a su esposo, la mujer perdiera una protección y un apoyo material, la
misma pérdida la llevaba al primer plano del escenario, porque la obliga
41 Véase Asunción Lavrín, “La riqueza de los conventos de monjas en Nueva España:
Estructura y evolución durante el siglo xvm”, en Cahiers des Amériques Latines 8 (2o. se
mestre 1973).
80 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
A manera de conclusión
42 Existía en España, por ejemplo, una situación llamada harraganía, que era una for
ma de concubinato aceptado.
43 Véanse por ejemplo, los trabajos de Elsa Malvido. “El abandono de los hijos, un
modo de control del tamaño de la familia indígena en la época colonial”, ponencia presen
tada al Primer Encuentro sobre el Estudio de la Demografía en México, México, 1978.
44 Como lo subraya Asunción Lavrín, 1985, pp. 33-73.
45 Véase “Proceso y causa criminal contra Diego de la Cruz”, en Boletín del Archivo
General de la Nación, México, Tercera Serie, t. II, núm. 4 (6), octubre-diciembre, 1978,
pp. 8-17.
MUJERES Y FAMILIA EN NUEVA ESPAÑA 81
Solange Alberro
Dirección de Estudios Históricos
Instituto Nacional de Antropología e Historia
83
84 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
La hereje judaizante
El primer tipo de mujer enjuiciada por el Santo Oficio que nos toca aho
ra describir es el de la hereje.
No se trata de una discipula de Lutero o de Calvino, ya que los pro
testantes que pisaron el suelo novohispano eran corsarios ingleses, fran
ceses u holandeses arrojados por los azares de la navegación y, más
raramente, alguno que otro artesano borgoñón o flamenco, sin que se re
gistrara ningún caso de mujer que profesara la religión reformada. Se tra
ta más bien de la judaizante, también llamada conversa, cristiana nueva
o cripto judía -para mayor facilidad, utilizaremos aquí estos términos de
la misma manera aunque no sean exactamente sinónimos- es decir, la
mujer que pertenece a una familia de origen judío pero que se vio com-
pelida, varias generaciones atrás, a recibir el bautismo para permanecer
en España. A fines del siglo xvi y durante la primera mitad del siglo xvn,
gozando de la relativa tolerancia que marcó la privanza del conde-duque
de Olivares y mientras las coronas de Castilla y de Portugal estuvieron
unidas -desde 1580 a 1640- algunas decenas de esas familias se trasla
daron a América, esperando encontrar allí no solamente condiciones me
jores de existencia sino, sobre todo, más favorables a la práctica
clandestina, pero siempre viva entre ellas, de la fe mosaica, en un medio
ciertamente menos controlado que el de la metrópoli. Muchos judaizan
tes fueron entonces llamados “portugueses”, porque provenían efectiva
mente de Portugal, donde sus familias se habían asentado a fines del
siglo vi, al salir de la España de los Reyes Católicos.
Esta es la razón por la que durante los dos grandes periodos de per
secución de los judaizantes en Nueva España, en la última década del si
glo xvi y en la de 1640 a 1650, encontramos entre los herejes arrestados
por la Inquisición la misma proporción de mujeres que de hombres. Am
bos sexos recibieron las mismas penas: la reconciliación y la abjuración,
acompañadas de sanciones físicas, espirituales y monetarias la primera
vez y la hoguera en caso de reincidencia en la herejía y segundo proceso.
La mujer judaizante se yergue con fuerza y nitidez sobre todas las
que sufrieron los rigores inquisitoriales. La familia conversa siguió en
Nueva España los patrones occidentales -más precisamente mediterrá
90 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
La hechicera
La falsa beata
El tercer tipo de mujer que aparece en los registros del Santo Oficio es
la falsa beata, que, fingiendo una virtud y una devoción singulares, dice
tener revelaciones y visiones en medio de arrobos espectaculares. Esos
éxtasis congregan a no pocos ingenuos que constituyen pronto un grupo
de admiradores atentos a los consejos, órdenes, amonestaciones y pro
nósticos que la beata les prodiga con liberalidad. Esta mujer suele vestir
un hábito del Carmen o de terciaria franciscana, vive retirada en su pro
pia casa y sus demostraciones excesivas de religiosidad junto con el es
cándalo público le atraen invariablemente el interés inquisitorial. Los
documentos dan cuenta de un buen número de denuncias contra falsas
beatas y de algunos procesos interesantes. Los personajes de falsas bea
tas son a menudo picarescos, despiertan a veces la compasión y por en
cima de sus rasgos particulares, admiten una caracterización común.
Las falsas beatas son casi siempre españolas, solteras o viudas, y
parece haber entre ellas cierta tendencia a padecer malestares de origen
psicosomático: “males de corazón”, “desmayos”, “hinchazones” que des
embocan en partos verdaderos o nerviosos, etcétera.
Existe una notable diferencia entre ellas y las hechiceras con rela
ción al manejo de la sexualidad. Si las hechiceras, viudas o de “mal vi
vir”, son conocedoras directas de sus secretos, y actúan en la sexualidad
de los demás, las beatas son teóricamente del todo ajenas a ella; la viuda
no recuerda nada al respecto, y la soltera no puede ser sino una virgen sin
mancilla. Sólo llegan a tocar tan escabrosos temas para condenarlos en
los términos más clásicos, aunque los discursos que pronuncian durante
sus numerosos arrobos están llenos de imágenes y de símbolos sexuales
94 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
nada ambiguos. Sin embargo, todo esto no es más que apariencia y la fría
celda se llena a veces de susurros que no siempre son los de las oracio
nes mientras el hábito disimula con provecho extrañas redondeces...
Entonces, ¿quién es la falsa beata que implora el perdón de los seño
res inquisidores? ¿Es tan sólo la “embaucadora” que denuncian severa
mente, acusándola con razón de comerciar y de medrar con las cosas de
la religión? Lo es, por supuesto, pero es también, como su hermana la
hechicera, víctima de unos tiempos que no le deparan mejor alternativa;
las sentencias inquisitoriales, de carácter esencialmente infamatorio, las
mismas para una y otra, declaran esta fraternidad profunda en la miseria
existencial. Ambas son mujeres que tratan de imponerse mediante el mie
do, la admiración, o ambas cosas a la vez, de ser tal vez necesarias den
tro de un grupo. Toman unas de las pocas vías libres que ven ante sí,
pues su estatus social mediocre o bajo, su pobreza, su edad, su soledad,
o el sector étnico al que pertenecen, no las dejan aspirar a lo que para
sus semejantes constituye el destino normal: el matrimonio o el conven
to, con dote y buena fama. Esto explica por qué las falsas beatas suelen
ser españolas venidas a menos que se acogen a un remedo del patrón vi
gente entre su grupo, la santidad del hábito, mientras buena parte de las
hechiceras son mujeres de las castas que instintivamente arrebatan el pa
pel empírico e improvisado de intermediaria en un proceso un tanto tur
bio, pero finalmente aceptado por necesario. Sus elecciones reflejan a la
vez sus aspiraciones profundas sociales e individuales, la voluntad de re
conocimiento, de poder, o tal vez simplemente, de existencia, y el peso
de las contingencias que no pueden eludir del todo y que se les dictan.
flaqueza propias de su sexo. Este ardid propio de los débiles, sin embar
go, se les vuelve trampa, pues si la debilidad puede servir de protección
a veces, es difícil escapar de sus garras.
En las cárceles, la Inquisición cuida de las mujeres cuando su esta
do lo exige, de la misma manera que lo hace con los varones y tal vez
con mayor diligencia que otras instituciones represivas. Les proporciona
compañeras de cárcel, asistencia médica cuando enferman, el auxilio de
una partera si llegan a dar a luz en los calabozos inquisitoriales y el per
miso de que el niño comparta la celda de su madre durante todo el perio
do de lactancia. No pocos documentos revelan detalles sorprendentes y
algo que no se puede llamar sino conciencia profesional de los jueces,
que se ven cierta vez obligados a buscar una nodriza para un recién naci
do, ¡porque su madre no puede amamantarlo debidamente!
Sin embargo, pese a la opinión despreciativa del tribunal y de cierta
tendencia a la indulgencia para con las mujeres, y pese también al cuida
do innegable que se les da en algunas circunstancias, prevalece la noción
del delito. Si la humilde hechicera no suele recibir castigos rigurosos por
la nimiedad de su culpa, la judaizante sufre los mismos rigores que el
hombre, la hoguera, por ejemplo. Se puede por tanto afirmar que, aunque
el prejuicio negativo intervenga frecuentemente en favor de la mujer, es
la naturaleza del delito lo que determina la apreciación de su responsabi
lidad y la ponderación del castigo.
En este sentido, el Santo Oficio reacciona como un tribunal someti
do a la ideología vigente que ve en la mujer a un menor de edad parcial
mente irresponsable, pero que no puede negar esta verdad fundamental
del cristianismo: el alma no tiene sexo y hombres y mujeres son iguales
ante la mirada de Dios y el juicio de sus representantes.
En conclusión, hemos visto que las mujeres que se perfilan a través
de los documentos inquisitoriales parecen transgredir las normas defini
das por la ortodoxia religiosa, pues son objeto de menos denuncias y de
menos procesos aún. Aunque posiblemente hayan sido poco propensas a
algunos delitos -como es obvio en el caso de la bigamia, o de las decla
raciones temerarias sobre las cosas de la fe- cabe preguntarse si su repre
sentación relativamente débil, tanto entre los individuos denunciados
como entre los procesados se debe efectivamente a estas características o
más bien al hecho de que su vida más retirada las apartaba del peligro de
ser denunciadas. Pero, en la realidad, ¿qué acontecía en la cocina, cuan
do advertían que la negra esclava había roto la loza de China o hurtado
los zarcillos de diamante?, ¿qué pasaba en el aposento, cuando la coma
dre les traía un chisme venenoso o les revelaba que una buena amiga les
había seducido al marido?, ¿no proferirían acaso los mismos reniegos y
blasfemias que los hombres? ¿No se atreverían, a veces, en la tertulia del
96 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Comentario bibliográfico
Françoise Carner
Centro de Estudios Históricos
El Colegio de México
Periodización y enfoque
Para analizar los roles de las mujeres mexicanas del siglo xix hay
que tener en cuenta la herencia de la época colonial. Si bien la indepen
dencia constituyó una fractura política, ideológica y económica para el
país, en el ámbito de la vida femenina, centrada en gran medida en la
vida familiar y en el matrimonio, no se rompieron significativamente
la estructura social, las normas, ni las conductas que habían regido en la
Nueva España. Los cambios fueron graduales y se fueron dando a lo lar
go del siglo, tanto en las ideas, los ideales y la ideología subyacente de lo
que era y debía ser la mujer, como en las condiciones socioeconómicas
y legales que afectaban su situación.
Es fundamental, asimismo, destacar quiénes son los que expresaban
los conceptos vigentes acerca de la mujer, para relacionarlos primero con
el nivel social de las mujeres a quienes aplican sus ideas, y para enmar
carlos en segundo lugar en su propio contexto social e ideológico, sin
olvidar que en el siglo xix, los que escriben son casi todos hombres. Ob
viamente los “hombres” y las “mujeres” no son una masa homogénea y
compacta que actúa con las mismas ideas y los mismos fines. Sin embar
go la ideología, a veces explícita y a veces encubierta, pero siempre de
origen masculino, sobre la condición y el deber ser femeninos, llega a ser
interiorizada a tal grado por las mujeres, que ellas mismas son agentes de
la transmisión de los valores que se les imponen y de la reproducción del
sistema social que así las concibe.
La Iglesia pretende ciertos fines como institución de control social y
es agente de Dios en la tierra. El Estado sostiene políticas específicas en
materia de familia, de matrimonio y de reproducción biológica y del siste
ma social. El Estado mexicano, experimenta hacia mediados del siglo xix
grandes cambios en su posición frente a la Iglesia, pero no expide una le
gislación propia hasta el último cuarto del siglo. En lo que a derecho de fa-
99
100 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
milia se refiere, las leyes coloniales siguen rigiendo este renglón funda
mental de la vida de las mujeres; sin embargo, en las ideas y las políticas
específicas acerca de la educación y el trabajo, se pueden apreciar cambios
más rápidos. Asimismo, aunque cada clase social y aun cada grupo con
cibe la sociedad a través de sus propios intereses y deseos, los del grupo
dominante se erigen en norma, en valor moral y social. También es nece
sario ver si realmente los valores e ideales explícitos se acataban realmen
te, o si las conductas del propio grupo que los había propuesto o de los
grupos que debían acatarlos se ajustaban o no a ellos.
Las divisiones del siglo xix que se van a manejar aquí, pueden fun
damentarse en dos niveles. En relación con los ideales se pueden advertir
tres épocas, cada una con su concepto de sociedad y con sus consecuen
cias para las mujeres.
Los primeros años de la Independencia fueron optimistas. De acuer
do con las doctrinas de la Ilustración, los ideales de renovación se funda
ron en la educación e incluían a las mujeres. A mediados de siglo cunde
ya la desesperanza de un país que no ha sabido cumplir las promesas
de su independencia y adopta con fruición el pesimismo de un romanti
cismo que se lamenta en forma estéril aunque bella sobre las tristes con
diciones en que se vive.
Desde 1470 una ideología oficial más optimista, que confía en el
progreso a través de la educación se apareja con cambios en las condicio
nes sociopolíticas y económicas. Hay tendencias que apuntan al naci
miento de una mediana y pequeña burguesía y de una incipiente clase
obrera. Tanto el socialismo como el anarcosindicalismo veían la educa
ción masculina y femenina como agente de cambio social.
El siglo xix es en México una época de cambios ideológicos propi
ciados por reflexiones sobre la situación general del país que a partir del
último cuarto de siglo produce también cambios estructurales.
Aunque este trabajo trata de apuntar hacia todas las mujeres de la
sociedad mexicana, se refiere principalmente a las de las clases más altas
de la ciudad de México. Aunque parcial, este punto de vista nos permite
una visión del ideal social que se pretende imponer como norma a todos
los grupos sociales, pero que en muchos casos, ni siquiera era acatado
dentro de los límites sociales de donde había surgido.
Mujer y sociedad
Mujer e Iglesia
Mujer y legislación
ignorancia para dirigir los negocios las podía dejar en la miseria, y con
su honor en entredicho, ya que no contaban con su esposo para respaldar
las. Pero la viudez también revelaba el carácter y la fortaleza de muchas
mujeres que cuando podían tomar su destino en las manos, sacaban ade
lante a su familia aunque fuera en un mundo ordenado por los hombres
para los hombres. También se ha visto que solteras mayores de edad po
dían vivir solas o con algún pariente y manejar sus asuntos con inteligen
cia. Estos datos atenúan el concepto de que las mujeres vivían totalmente
bajo la tutela de los hombres, pues si bien en las leyes se pretendía esta
dominación en la realidad, las mujeres se las supieron ingeniar para ser
más independientes.
En la mente masculina que el México del siglo xix muestra en sus escri
tos, la mujer está íntimamente relacionada con el amor. Florecen dos
conceptos del amor y de la mujer, el tradicional cristiano, renovado con
ideas ilustradas, y el romántico. En ambos la mujer es la personificación
del amor en la tierra y los ideales religiosos y amorosos se conjugan para
buscar en ella abnegación, servicio a los demás y resignación silenciosa
ante el dolor, el sufrimiento y los malos tratos. La queja es ya una rebel
día ajena a la docilidad esencial del ser femenino. La caridad cristiana
también se entiende como virtud femenina. Este ideal de la mujer que pa
dece por amor, que en parte emana de la religión pero que adquiere tin
tes francamente patológicos en el concepto romántico, es aceptado y
difundido inclusive por hombres que hacen profesión de librepensadores.
Para ellos también la mujer debe ser religiosa, pues la religiosidad es
inherente a su ser. En esta condición se advierte que no confían en la mo
ral corno único control de la mujer y precisan de la religión para mante
nerla en su esfera. Hacia mediados y finales de siglo se limitan a pedir
una menor injerencia del clero en la vida doméstica.
El embellecimiento del dolor femenino va dejando paso a la concien
cia de los padecimientos reales de la condición femenina, de su depen
dencia legal, social y económica, de las dificultades de su vida cotidiana.
Los autores que se ocupan del tema compadecen a la mujer y atribuyen
los sufrimientos que padece a la esencia de su ser espiritual, de su biolo
gía y de su ignorancia.
El romanticismo de mediados de siglo refleja en la literatura los pro
blemas de la mujer y emite lamentaciones que van desde la triste situa
ción del país hasta la posición de las mujeres y el sufrimiento intolerable
del amor imposible. Frente a esta posición en el terreno estético, se plan
ESTEREOTIPOS FEMENINOS EN EL SIGLO XIX 107
Mujer y educación
Mujer y trabajo
Maternidad y trabajo
Hemos visto que en las clases más altas se pretendía enrolar a las mujeres
en su papel de madres educadoras y hogareñas y aun permear el ideal de
familia doméstica en las clases más bajas. Sin embargo, la necesidad de in
tegrar a las mujeres al trabajo fabril y después al de la educación como
maestras hizo ocultar este argumento. El valor de la maternidad de las
obreras no se enfatizaba, pues era sólo un estorbo para el empleador. Para
ellas no parecían regir los deberes de ser madres y educadoras de sus
propios hijos, ni se reconocía el problema de la contraposición entre el
cuidado del hogar y los hijos y el trabajo externo. Esta dicotomía no se
plantea, se omite el problema en la teoría y se resuelve en la práctica con
el abandono total o parcial de los hijos, o con la pérdida del trabajo. A las
mujeres de clase media baja que se incorporaban al magisterio se les veía
como educadoras de los hijos de otras y la maestra ideal parecía ser soltera.
Se usan, pues, diferentes argumentos para convencer a hombres y
mujeres de las metas que presenta la sociedad dividida en clases.
La ideología de los grupos dominantes propone diversas imágenes
de mujer según la clase a que pertenecen para lograr la consecución de
110 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Conclusión
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LA VIOLENCIA EN LA VIDA
DE LAS MUJERES CAMPESINAS:
EL DISTRITO DE TENANGO, 1880-1910
Introducción
Aunque el tema de la violencia entre las clases sociales tiene una lar
ga trayectoria en los estudios históricos y sociológicos, sólo en años re
cientes ha surgido interés por la comprensión de la violencia
intradoméstica. Este campo de investigación fue propuesto por el movi
miento feminista y gira en tomo a la concepción de la familia como es
tructura de dominación, en la que se dan desigualdades en las relaciones
de poder, por sexo y generación (Breines y Gordon, 1983). La mayor
parte de los trabajos publicados con este enfoque, se han interesado por
la violencia interpersonal en zonas urbanas contemporáneas y son esca
sos los que hacen referencia al mundo campesino.
En las páginas que siguen, analizaremos las formas en que este tipo
de violencia afectaba a las mujeres de un distrito rural del centro de Mé
xico, en el periodo 1880-1910. Tomando como punto de partida este
tema, nos proponemos abordar una cuestión más amplia: cuál era el lugar
que las mujeres campesinas ocupaban dentro de la familia y cuál era la
ideología que subyacía en la relación entre los sexos. La principal fuen
te de información de este estudio, el Archivo del Poder Judicial, nos
113
114 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Violencia y criminalidad
1 La principal fuente de información para este artículo fueron los expedientes del Ra
mo Penal del Archivo Judicial del Estado de México (ajt), con sede en Toluca. Para obte
ner los datos sobre violencia que se presentan en este estudio, revisamos todos los
expedientes de los años 1880, 1885, 1890, 1895, 1900, 1905 y 1910 y seleccionamos cer
ca de 200 que involucraban a mujeres: 80 son casos de heridas inferidas por hombres a mu
jeres, 24 son heridas entre mujeres, 29 son de delitos sexuales, 25 son demandas por
adulterio, 35 corresponden a robos cometidos por mujeres o contra ellas y 5 son asesinatos
de mujeres. De mucha utilidad para ayudar a interpretar este material fueron las entrevistas
a ancianas de la zona.
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LAS MUJERES CAMPESINAS 115
lonial, de manera que a fines del siglo xix sólo 20% de su superficie es
taba en manos de las haciendas. Aunque éste es el porcentaje más bajo de
superficie controlada por haciendas de todos los distritos del Estado
de México, el número de peones/jomaleros que empleaban está entre los
más altos (García Luna, 1981, pp. 58-60). La mayor parte de estos peo
nes vivía en sus comunidades, de las que salían sólo de manera tempora
ria a vender su fuerza de trabajo.
La población de la región era eminentemente campesina e indígena.
Según Velasco (1889, p. 110), los indígenas sumaban 60% del total, los
mestizos eran la cuarta parte, y los blancos 14%. En las villas del distri
to residía la mayor parte de la élite blanca y mestiza que dominaba el
comercio, los pocos talleres manufactureros y molinos y el poder polí
tico. Allí coexistían lado a lado dos mundos: el de los campesinos indí
genas y el de “la gente de razón”, como aún hoy se le llama. Pero en los
demás pueblos la población era casi toda indígena.2
El porfiriato fue una época de transformaciones rápidas y trascenden
tes para el distrito de Tenango. La construcción del ferrocarril, el tendido
de las líneas de telégrafo y de la electricidad, la inversión de nuevos capi
tales en los pueblos más grandes y -sobre todo- el aumento de la demanda
de sus productos,3 estimularon la economía regional. Esta expansión del
capitalismo, unida a la desamortización de los bienes comunales, tuvo un
impacto tremendo sobre las comunidades campesinas. Ahondó las diferen
cias económicas hasta un punto insostenible al favorecer la concentración
de la tierra y el surgimiento y afianzamiento de caciques locales, al mismo
tiempo que causó la desposesión de una gran masa de gente.
La agudización de las tensiones dentro de las comunidades provoca
da por esta situación, quedó registrada en los expedientes judiciales: la
violencia interpersonal fue en aumento en los últimos años del porfiriato
y el repudio a quienes estaban en proceso de enriquecerse se manifestó a
través de la utilización de formas de agresión tales como los incendios
intencionales de sus casas y graneros.
2 El distrito de Tenango fue la región nahua por excelencia del Valle de Toluca. A lo
largo del siglo xtx y sobre todo durante el porfiriato, experimentó cambios culturales que
siguieron de cerca a los cambios económicos. El principal fue el avance del bilingüismo.
Pronto fue raro que aun las mujeres -que aquí como en el resto del estado siempre habla
ron menos castilla que los hombres- no dominaran también el español. En la documenta
ción revisada sólo aparecieron tres casos de mujeres que se expresaron con dificultad en
español o que requirieron de intérpretes.
3 La zona producía maíz, haba, cebada, papa y trigo para el autoconsumo, para abas
tecer a la ciudad de México y para el intercambio con pueblos y haciendas del estado de
Morelos. Estos últimos aumentaron su demanda de granos y alimentos para consumo inter
no en el periodo estudiado pues su producción de estos cultivos estaba siendo desplazada
por los cultivos comerciales.
116 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
5 Los datos de Quiroz et al. (1939, p. 87) sugieren que cuanto menos industrializado
está un país y mayor peso tiene la agricultura en su economía, menor es la proporción de
mujeres convictas.
118 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Varones Mujeres
Indígenas No indígenas Indígenas No indígenas
Robo 52 2 11 1
Heridas 65 11 6 2
Homicidio 5 - 2** 1
Resistencia
a la autoridad 8 2 2 -
Despojo 2 - - -
Inhumación
clandestina 4 - - -
Perturbación de
la paz doméstica 2 - 2 -
Adulterio 1 - 1 -
Injurias 2 1 1 -
Abuso de confianza — 2 - -
Violación de
correspondencia - 1 - -
Total 141 19 25 4
* La población de esta cárcel fluctuó entre un mínimo de 136 reos y un máximo de
166, según el semestre. Los cuadros presentan información sobre todas las mujeres regis
tradas por el informe, pues sus nombres no se repiten. Pero sólo incluimos los datos sobre
los reos masculinos del primer semestre de 1907 -que es cuando hubo más presos- para
evitar contar más de una vez a los individuos que aparecen en varias listas por estar cum
pliendo sentencias largas.
** Uno es infanticidio cometido por una mujer indígena soltera.
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LAS MUJERES CAMPESINAS 119
B. Autores de los delitos más comunes, por sexo, estado civil y grupo étnico
Varones Mujeres
Presos por robo Indígenas No indígenas Indígenas No indígenas
Solteros/as 19 2 5 —
Casados/as 30 - - -
Viudos/as 1 - 6 1
Menores 2 - - -
Total 52 2 11 1
Varones Mujeres
Presos por heridas Indígenas No indígenas Indígenas No indígenas
Solteros/as 30 8 2 —
Casados/as 34 2 2 2
Viudos/as 1 - 2 -
Menores - 1 - -
Total 65 11 6 2
Fuente: Archivo del Poder Judicial, Ramo Penal, Distrito de Tenango, expediente sin nú
mero titulado “Noticia del movimiento de reos de la cárcel de Tenango, 1906-
1908”, por semestres.
6 Cada pueblo menor, barrio y ranchería tenía su juez auxiliar que remitía los conflic-
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LrtS MUJERES CAMPESINAS 121
tos al juez conciliador, en la cabecera municipal. Ninguno de estos funcionarios era espe
cialista en cuestiones jurídicas, sino que además de sus ocupaciones como campesinos o
artesanos debían fungir como autoridades judiciales, como parte de sus obligaciones ciuda
danas, sin recibir emolumentos por ello. Por lo general se elegían hombres que supieran
leer y escribir.
7 Una consulta rápida de los archivos municipales de Capulhuac y Chapultepec con
firmó que el número de conflictos que se presentaban ante la justicia local era bastante su
perior al que llegaba a oídos del Juez de Primera Instancia. Reveló también que las mujeres
hacían muchas más demandas en el juzgado local: de un total de 46 demandas hechas en el
de Capulhuac en 1900, 20 fueron presentadas por mujeres. Si a esto añadimos que las mu
jeres maltratadas podían llegar a un acuerdo o conciliación verbal ante el juez local, sin que
quedara registrada la acción, podemos concluir que las tasas reales de conflicto y violencia
debieron ser mucho más altas que las registradas por el juzgado del distrito, sobre las que
nos basamos para realizar esta investigación.
122 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
9El expediente 333, Penal, Tenango, 1905, atestigua hasta qué extremos de desespe
ración podía llevar la falta de libertad prolongada. Relata el caso de una pareja que llevó
124 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
adelante un pacto de suicidio porque ya no resistía su situación -el hombre había pasado un
tiempo preso y aún le faltaba cumplir unos años más de condena.
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LAS MUJERES CAMPESINAS 125
riódico. Muchas vendían en los tianguis, donde tenían puestos para el ex
pendio de café, fruta, carne o comestibles elaborados por ellas mismas.
Una parte de los excedentes generados por los hogares campesinos era
comercializada por las mujeres, dentro de sus propias comunidades o en
los pueblos más cercanos. Trabajaban también en la manufactura de ar
tesanías, por ejemplo tejiendo el tule que crecía en las lagunas de la zo
na. Otras daban servicio asalariado a otras personas, en calidad de
sirvientas, molenderas, lavanderas o costureras. Las mujeres cumplían
además un papel fundamental en la atención de la salud, como parteras y
curanderas.10 11
A pesar de la importancia del aporte que las mujeres campesinas ha
cían a sus hogares, su posición era de dependencia económica. A esto con
tribuían varios factores. En primer término, la mayoría de las mujeres
estaban en inferioridad económica con respecto a los hombres por el hecho
de que muy pocas heredaban tierras, casas o solares y por lo tanto eran po
cas las propietarias de bienes sustanciales -más allá de metates, ropa o
animales chicos.11 El grueso del trabajo femenino -el doméstico- no era
retribuido; y cuando la mujer lograba dinero por medio de la venta de pro
ductos o de sus servicios, los ingresos habitualmente eran tan bajos que re
sultaban insuficientes para que se sostuvieran solas ellas y sus hijos.
Esta inferioridad económica de las mujeres campesinas (a pesar de
que su trabajo era indispensable para la subsistencia y reproducción
de las familias), constituía la base de su subordinación a la autoridad
10 El expediente 10, Penal, Tenango, 1905, contiene la denuncia hecha por un médi
co contra una curandera por usurpación de profesión. Habían entrado en competencia por
la clientela, pues el cura local recomendaba a sus feligreses que se hicieran atender por la
mujer y no por el titulado,
11 Es costumbre en la región que los campesinos hereden a sus hijos varones casi to
da la tierra y el ganado. Con el fin de tener una base económica que les permita seguir ejer
ciendo autoridad, los padres tienden a retener la mayor parte de sus tierras hasta que
mueren o hasta que quedan incapacitados para el trabajo agrícola.
No podemos dejar de mencionar, sin embargo, que en los expedientes analizados apa
rece un número pequeño pero significativo de mujeres que viven con mayor desahogo eco
nómico y mayor independencia, por ser propietarias de sus casas y aun de tierras de cultivo.
Por lo general se trata de viudas, algunas de las cuales viven con sus hijas. Por lo común
están presentes como demandantes en casos de robos que les cometieron, o en pleitos en
tre parientes por propiedades, o en juicios a deudores (pues algunas eran prestamistas, co
mo la del exp. 46, Civil, Tenango. 1887). Es muy excepcional que alguna de estas mujeres
sepa firmar. De siete mujeres que declaran estar trabajando sus propias tierras, sólo una era
soltera, las demás eran viudas. Estas mujeres estaban decididas a cuidar sus propiedades
“como los hombres”: una viuda y sus hijas hicieron guardi» armada en su milpa varias
noches hasta que lograron sorprender al ladrón de sus elotes (exp. 302, Penal, Tenango,
1910). En la documentación consultada también aparecen algunas propietarias de cantinas
que además de bebidas alcohólicas vendían pan y otros artículos de primera necesidad; es
posible que la mayoría de estas mujeres no fuera indígena.
126 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
12 Aunque en todos los casos los médicos legistas comprobaron las lesiones produci
das por los violadores, el juez sólo castigó a uno: un muchacho de 14 años que violó a su
vecina de seis; por su poca edad no negó el delito, como lo hicieron todos los demás viola
dores (exp. 115, Penal, Tenango, 1905). Ejemplos de violaciones a sirvientas se encuentran
en los expedientes 216, Penal, Tenango, 1885 y 139 y 140, Penal, Tenango, 1905. Otras
violaciones quedaron registradas en los expedientes 134 y 166, Penal, Tenango, 1880; 122,
193 y 217, Penal, Tenango, 1890; 129 y 185, Penal, Tenango, 1900.
128 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
13 Sobre rapto y estupro se pueden consultar los expedientes 243 y 251, Penal, Tenan
go, 1895; 64, 155, 269 y 364, Penal, Tenango, 1905.
130 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Nótese que la cuñada (esposa del hermano del agresor, con quienes
la pareja en cuestión compartía la vivienda), ya estaba plenamente iden
tificada con la idea de que el marido debía imponer su autoridad. Des
pués de una o varias experiencias como ésta, es difícil imaginar que a las
mujeres les quedaran ganas de atreverse a insistir en sus opiniones cuan
do diferían de las de sus maridos; al menos no de manera directa.
Tres cuartas partes de la violencia masculina ejercida contra las mu
jeres registrada por los expedientes penales, consistía en heridas y lesio
nes producidas por hombres que agredían a sus esposas o concubinas. La
mayor parte de los agresores tenía entre 20 y 40 años de edad y entre las
agredidas, la mayoría tenía entre 16 y 35. Sin embargo, los golpes se
guían cayendo sobre las mujeres incluso más tarde: cerca del 40% de las
mujeres con heridas que tardaron más de 15 días en sanar tenía más de
35 años. Puede decirse por lo tanto, que mientras una mujer tuviera com
pañero, estaba expuesta a su violencia física.
Total 1 25 22 17 10 20 19 19
* Los expedientes no registraron los datos c—nietos de muchos individuos, por lo
que el número de agresores y agredidas no es exactamente el mismo que el total de casos
de delito (cuadro 6).
porque ella se había quejado de que él venía ebrio o de estar con otra
mujer.14 Aunque era muy común que la agresividad del hombre se acen
tuara con la ingestión de alcohol, de ninguna manera puede atribuirse
totalmente al alcohol la violencia contra las mujeres. Buen número de los
agresores no estaba bajo los efectos etílicos cuando atacaba, aunque era
frecuente que ésta fuera la excusa favorita de los golpeadores para tratar
de disminuir su responsabilidad frente a las autoridades.
Por otra parte, la violencia que se descargaba sobre las mujeres es
taba orientada a reprimir en ellas comportamientos equivalentes a los
masculinos en los planos de la movilidad física y de la sexualidad. Des
de el nacimiento se delimitaba simbólicamente el radio de acción de am
bos sexos: el cordón umbilical de la niña se enterraba debajo del fogón,
tlecuil, “para que le gustara el quehacer y no saliera mucho de la casa”;
mientras que el de los varones se enterraba en el monte, “para que fue
ran valientes y les gustara el trabajo de campo y salir al viaje...” 15
Pero los quehaceres de la mujer campesina continuamente la lleva
ban fuera de los límites de su hogar para buscar leña y agua, para lavar
la ropa, para comprar o vender. A diferencia de lo que ocurre en los sec
tores urbanos -en los que es un asunto de prestigio restringir los movi
mientos de la mujer al hogar- es muy difícil establecer en el mundo
campesino una división tajante entre el ámbito privado o doméstico y el
público. Sin embargo, los hombres campesinos compartían con sus con
géneres urbanos el deseo de imponer un control estricto sobre los movi
mientos de las mujeres.
Esto sin duda era costumbre muy antigua. Entre los expedientes pe
nales del siglo xvm encontramos una denuncia contra un indígena que
mató a golpes a su esposa porque ésta salió a buscar unos animales
que se le escaparon. El uxoricida fue castigado con sólo cuatro años de
trabajos forzados en un obraje, lo que sugiere que en esa época este tipo
de crimen no era considerado muy grave. Entre los expedientes que ana
lizamos para el periodo 1880-1910 no aparecieron casos tan extremos,
pero eran frecuentes las heridas causadas por maridos o amasios furiosos
porque sus compañeras habían salido sin su permiso o sin la “licencia”
de sus padres cuando él estaba ausente. Que la mujer no diera cuenta de
tallada de sus desplazamientos también daba motivo seguro para una
“buena” golpiza.16
Por lo que toca a la sexualidad, existía una doble moral que reprimía
en las mujeres el comportamiento que fomentaba en los hombres. Soste
ner esta situación de desigualdad requería el empleo de la violencia físi
ca contra las mujeres. Para los varones, tener muchas mujeres era prueba
de hombría y los expedientes consultados contienen muchos casos de
hombres que tenían de manera estable más de una mujer.17 El siguiente
es un ejemplo de prácticas poligínicas que no admitían cuestionamientos.
Declara María Petra que la hirió su marido Casimiro Pablo a causa de que
anoche fueron a su casa la amasia de su marido, María Cristina y la madre
de ésta, María Macaría, y la maltrataron de palabra; y porque dio aviso al
personal del juzgado y las puso presas, Casimiro la agarró a patadas hasta ti
rarla al suelo y ya tirada tomó un palo y le infirió con este la herida que tie
ne en el brazo derecho y de las patadas que sufrió en la barriga se siente
mala porque hace pocos días salió de su parto; que sus hijas la defendieron
agarrando a su padre y entonces ella corrió a casa de María Bárbara porque
él decía que la había de matar... siempre que le reclama algo, la golpea con
lo que encuentra... (exp. 286, Penal, Tenango, 1890).
16 Las heridas causadas por maridos o amasios furiosos porque sus compañeras salieron
sin su permiso, quedaron registradas en los expedientes 116 y 152, Penal, Tenango, 1885; 121
y 150, Penal, Tenango, 1895; 172, Penal, Tenango, 1905; 287, Penal, Tenango, 1910.
17 Los expedientes 73, 101 y 127, Penal, Tenango, 1880; 74, 120 y 202, Penal, Tenango,
1885; 40, 146, 171. 208, 225 y 286, Penal, Tenango, 1890; 47, 69 y 79, Penal, Tenango, 1895;
202, Penal, Tenango, 1900; 246 y 258, Penal, Tenango, 1905; 199, 210 y 266, Penal, Tenango,
1910; mencionan a hombres que tenían de manera estable a más de una mujer.
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LAS MUJERES CAMPESINAS 133
18 Casos de maridos que golpearon a sus esposas por celos aparecen en los expedien
tes 71 y 184, Penal, Tenango, 1890; 47, 73, 111 y 318, Penal, Tenango, 1895; 303, Penal,
Tenango, 1905.
134 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Total 6 10 13 80 24 5
Fuente: Expedientes del Ramo Penal, Distrito de Tenango, Archivo del Poder Judicial,
1880, 1885, 1890, 1895, 1900, 1905, 1910.
las que denunciaban delitos sexuales, adulterio o abandono del hogar por
el cónyuge. Es muy probable que esto se deba a que la justicia castigaba
indefectiblemente a los culpables de producir heridas y lesiones, pero
eran inoperantes en los demás delitos. La experiencia les señalaba a las
mujeres que en estas cuestiones la acción personal era mucho más expe
ditiva que la judicial. Por lo que respecta al adulterio, las acciones de las
mujeres se orientaban preferentemente hacia la agresión a las rivales. Y
si eran abandonadas, casi la única alternativa que les quedaba en térmi
nos prácticos, era buscar otro hombre que sustituyera al anterior.
La alternativa de huir de los malos tratos del compañero sólo estaba
abierta a un número limitado de mujeres. La documentación consultada
presenta pocos casos de mujeres que abandonaron a sus maridos; gene
ralmente no eran indígenas y se refugiaban en casa de sus padres.21 Para
21 Expedientes 29, 32 y 35, Civil, Tenango, 1887; 3, Civil, Tenango, 1890. Estas mu
jeres, excepto una, sabían leer y escribir, lo que jamás sucedía entre las mujeres indígenas.
Algunas de estas mujeres luego de ser capturadas promovieron juicios de divorcio. Hay
mujeres indígenas que entablaron juicios contra sus maridos por falta de alimentos o por re
cibir trato cruel, pero son excepción las que piden un divorcio, como la siguiente: “Grego
rià Félix, de Texcalyacac, casada civilmente con Valentín López, del mismo pueblo, pido
divorcio por malos tratos y porque él no me asignó ningún diario... ignorando yo el suel
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LAS MUJERES CAMPESINAS 137
las campesinas era más difícil hacer lo mismo pues en el hogar paterno
por lo común vivían uno o varios hermanos, solteros y/o casados, con sus
esposas e hijos; sobre todo si la familia era pobre, podía no haber facili
dades materiales para que las mujeres que “fracasaban” en el matrimonio
o fuera de él se incorporaran a una vivienda ya llena de gente.
Por otra parte, cuando era la mujer quien abandonaba el hogar, la ley
amparaba al marido que demandaba a las autoridades que su esposa le
fuera devuelta. A diferencia de lo que sucedía cuando eran las mujeres
las que reclamaban por haber sido abandonadas, las autoridades rápida
mente libraban exhortos para que las fugitivas fueran capturadas. A me
nos que las mujeres pudieran huir a otros pueblos, era fácil que las
autoridades las encontraran; en este plano sí resultaban eficientes: todas
las esposas denunciadas por abandono de hogar fueron finalmente apre
hendidas por las autoridades y devueltas a sus cónyuges.
Teniendo en cuenta que muchas mujeres debían sentirse atrapadas
por sus circunstancias, no es de extrañar que intentaran manipular la rea
lidad por medios mágicos. Fuera esto efectivo o no, al menos implicaba
un rechazo a las situaciones adversas y un esfuerzo por modificarlas.
Algunas referencias encontradas en la documentación del Archivo del
Poder Judicial dejan entrever la importancia del empleo de la magia
como un curso de acción posible para las mujeres. De los cinco homici
dios de mujeres cometidos durante los años estudiados, al menos uno se
debió explícitamente a que el agresor pensaba que su víctima lo había
embrujado a raíz de un pleito que tenían por un terreno; el hombre esta
ba convencido de que o él la mataba a ella, o ella acababa con él y su
familia (exp. 127, Penal, Tenango, 1895). A este caso se agregan un ho
micidio frustrado y un conato de violación y lesiones, además de algunas
denuncias de heridas contra mujeres acusadas de emplear la brujería.22
El grado de violencia de las agresiones sugiere el poder que se atribuía a
estas personas.
Dado este panorama sombrío, la solidaridad entre mujeres podría
haber sido una forma de aliviar la pesada carga que les tocaba. Sin em
bargo, a juzgar por la información de los expedientes judiciales, la soli
daridad no parece haber estado generalizada. La relación que aparece
como más fuerte y positiva en la vida de las mujeres que desfilan por los
do que disfrute en la casa donde trabaja. Si no fuera por mis petates de tule que hago y
vendo, me moriría de hambre” (exp. 26, Civil, Tenango, 1887).
Otras mujeres que se separaron o huyeron de los malos tratos de sus maridos, apare
cen en los expedientes 188, Penal, Tenango, 1890; 9, Penal, Tenango, 1895; 147 y 302, Pe
nal, Tenango, 1905; 305, Penal, Tenango, 1910.
22Expedientes que presentan casos de agresiones a mujeres por brujería son: 127 y
158, Penal, Tenango, 1895; 88 y 366, Penal, Tenango, 1905.
138 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
23 Ejemplos de hijas que salen en defensa de sus madres pueden encontrarse en los ex
pedientes 101, Penal, Tenango, 1880; 202, Penal, Tenango, 1885; 303, Penal, Tenango, 1905.
24 Madres que defienden a sus hijas de los golpes de sus maridos, se encuentran en los
expedientes 259, Penal, Tenango, 1890; TI y 88, Penal, Tenango, 1895; 287 y 290, Penal,
Tenango, 1905; 155, Penal, Tenango, 1910. Varias salieron heridas por evitarles los golpes
a las hijas.
25 Expediente 129, Penal, Tenango, 1885.
LA VIOLENCIA EN LA VIDA DE LAS MUJERES CAMPESINAS 139
Entre suegra y nuera era común que hubiera fricciones, pues la suegra
estaba en posición de autoridad directa sobre sus nueras. Muchas muje
res declaraban que sus suegras y cuñadas incitaban a sus compañeros a
agredirlas. Vale decir que cuando a una mujer Finalmente le tocaba ocu
par el lugar de suegra, actuaban en ella mecanismos compensatorios que
la llevaban a tener con su nuera el mismo tipo de relación que ella había
tenido antes con su propia suegra. Sin embargo, también encontramos
algunos ejemplos de suegras y suegros que actuaron como verdaderos pa
dres de sus nueras, protegiéndolas de los ataques de sus propios hijos.26
Las páginas precedentes han señalado que las relaciones dentro de la
familia campesina estaban estructuradas en tomo a una jerarquía de auto
ridad y que la violencia ejercida contra las mujeres en gran medida tenía
por objeto mantenerla en el lugar que se le asignaba en la jerarquía. Final
mente habría que añadir que en la reproducción de esta violencia interve
nían elementos psicológicos y culturales.
La violencia experimentada de distintas formas -y desde la más tierna
edad las personas presenciaban actos de violencia doméstica-27 sin duda
contribuía a moldear la psicología de los individuos, lo que a la corta o a la
larga debía tener consecuencias sobre sus valores y comportamientos. De
este modo la violencia pasaba a ser coengendradora de más violencia, en
un círculo vicioso que se repetía de una generación a la siguiente.
Conclusiones
26 Suegras que aconsejan a sus hijos que golpeen a sus esposas aparecen en los expe
dientes 139, Penal, Tenango, 1880, 169, Penal, Tenango, 1885; 147 y 172, Penal, Tenan
go, 1905. El caso de un suegro que denunció a su hijo porque éste apuñaló a su nuera, se
encuentra en el expediente 150, Penal, Tenango, 1895. Una suegra que defendió a su nue
ra de los golpes de su hijo, aparece en el expediente 202, Penal, Tenango, 1885.
27 Casi invariablemente había niños presentes en los actos de violencia doméstica pues
to que acompañaban a sus madres. El hecho de que una mujer estuviera cargando una criatura
no detenía a los agresores y a veces los niños también salían heridos: “...la tiró al suelo a
bofetadas, con todo y la criatura y ya caída le dio una patada en el ojo...” (exp. 111, Penal,
Tenango, 1895), “...le dio de patadas mientras ella abrazaba al bebé...” (exp. 47, Penal, Te-
nango, 1895), “...le dio con el azadón mientras cargaba a la criatura...” (exp. 287, Penal,
Tenango, 1905).
140 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Bibliografía
Apéndice 1
Este testimonio recoge los reclamos típicos de las mujeres campesinas de la re
gión y habla de una forma de rebeldía posible pero no frecuente: la fuga. La acu
sada huyó a Tenancingo, punto de atracción para las fugitivas por ser centro que
ofrecía mayores oportunidades de empleo a mujeres, en la industria del rebozo y
en los servicios.
Apéndice 2
Esta carta presenta el particular estilo de una mujer de Santa Cruz Atizapán,
quien, aunque analfabeta, probablemente no era indígena.
“Tenancingo
Sr. Luis X. Santa Cruz Atizapán
Apreciable Sr.:
El porfiriato
145
146 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
cia de las mujeres en los diferentes grupos sociales: de sus intereses, sus
actividades, sus conductas colectivas o personales y sus motivaciones.
La insistencia en la vida política ha tendido a presentar al porfiriato
como una unidad monolítica centrada en la adusta figura de Porfirio
Díaz, como caudillo, político o estadista, haciendo especial hincapié en
su labor pacificadora. La prensa oficialista de la época repitió hasta el
cansancio que con don Porfirio se había logrado pacificar al país y con
ducirlo por la senda del progreso.2 Sin embargo, esta impresión de soli
dez monolítica y estática del periodo se desmorona cuando se analiza
más de cerca y se estudian los grupos sociales de la época y sus relacio
nes entre sí.3
Sociedad porfiriana
Población y migración
sexo, en tanto que el número de viudas llegó a ser el doble que el de viudos, pues los hom
bres tendían más que las mujeres a contraer nuevas nupcias. En 1910, el 67% de las perso
nas viudas, eran mujeres. González Navarro, 1957, p. 17.
11 Código Civil del Distrito Federal y Territorios de Baja California, 1870, p. 46. Es
te fenómeno de reducir la capacidad jurídica de la mujer, es posterior a la consumación de
la Independencia. Véase, Arrom, Silvia Marina, “Cambios jurídicos en la condición jurídi
ca de la mujer en el siglo xix”, en Memoria del Segundo Congreso de Historia del Dere
cho Mexicano, México, unam, 1981, pp. 493-518. Según Arrom, a pesar de las pequeñas
modificaciones que sufrió la condición jurídica de la mujer a lo largo del siglo, los códigos
continuaron afirmando su desigualdad y en ocasiones se añadieron incluso ciertas dispo
siciones discriminatorias.
14 Código Civil del Distrito Federal y Territorios de Baja California, 1870, p. 45.
15 Ibid., Artículo 239.
156 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Señoritas trabajadoras
Las mujeres porfirianas, tanto las “esposas sin esposos”, como las ma
dres solteras o las esposas legítimas, veían morir a sus hijos con mucha
frecuencia. El índice de mortalidad infantil, debido sobre todo a las ma
las condiciones higiénicas de la época, era muy alto en todo el país, pe
ro en particular en la ciudad de México.19
Los diarios enumeraban como causas de la mortalidad la presencia
de personas extrañas en el momento del parto, la extendida práctica de
la crianza artificial con nodrizas cuya higiene no se controlaba, la mala
calidad de la leche que se consumía en la capital, el alcoholismo de los
padres y su enorme miseria. Pero al mismo tiempo, esos mismos diarios
reiteraban los beneficios de la maternidad, sus virtudes y conveniencias.
Este mensaje pronatalista contenía matices diferentes según el grupo
social al que iba dirigido. Si a las mujeres pobres se les acusaba de des
cuidar a sus hijos por ignorancia, a las mujeres de buena posición econó
mica se les reprochaba, en cambio, descuidarlos por frivolidad. A unas y
a otras se les predicaba el mérito de la maternidad y en algunas ocasio
nes parecía que en aras de ese ideal materno se pretendía borrar las ten
siones entre las clases. Así, un periódico de la época decía que: “no es
precisamente el dinero lo que remedia la miseria del niño peón en la ac
tualidad, es la ropita y el alimento oportuno y bien condimentado, la
cocina de la casa del patrón hace más en favor de esos niños que la far
macia y los cuidados cariñosos de la señora de la hacienda pueden hacer
más que un médico”.20 Las buenas intenciones del escritor van de acuer
do con el criterio oficial de minimizar o ignorar las tensiones y los anta
gonismos sociales, que no eran por cierto, pocas.
Burguesía y mujer
Señoritas porfirianas
Las leyes sociales que nos excluyen de las grandes escenas de la vida pú
blica nos dan la soberanía de la doméstica y privada. La familia es nuestro
imperio, nosotras cuidamos de satisfacer sus ocupaciones, de mantenerla en
paz y de conservar en ella el sagrado depósito de las buenas costumbres. De
Tenemos hoy día que el respeto a las damas va faltando, en razón de que
éstas ya no se entregan al cuidado de sus hijos, ocupadas como están en la
muy divertida tarea de seguir los imperativos de la moda, hay quien dice que
el dedicar dos o tres horas a la educación de un hijo es de muy mal tono.23
Una madre de familia, por mucho que la haya favorecido la fortuna con sus
dones, debe saber coser, zurcir, lavar, planchar, atender todos los pormeno-
res que exige el aseo de la casa y de los muebles, entrar en las menudencias
de los más groseros y triviales servicios que corresponden a cada una de las
personas sometidas a su vigilancia. La que no toma a su cargo estos debe
res y que carece de los conocimientos necesarios para evitar el desperdicio,
el fraude y el desorden, es una carga pesada para su marido y un objeto de
ludibrio para los inferiores.24
Una de las pocas actividades fuera del hogar que se considera propia
de la mujer de alta sociedad es la filantropía, en la que participan señoras
y señoritas de alta sociedad que se ocupan de fundar instituciones dedica
das a la beneficencia. Al dedicarse a esas labores, sin embargo, las muje
res burguesas, más que resolver problemas sociales, legitiman su estatus
social y el de sus familias, y se convierten en tema de crónicas sociales.
Una de esas crónicas dice que en la primavera de 1908 se había estable
cido un Congreso Nacional de Madres, con sede en la elegante casa
...de Doña Luz González de López, entre sus miembros se encontraban las
más connotadas damas de la capital Luz González Cosío de López fue elec
ta Presidenta, las señoras Casasús y Walker, vicepresidentas, y Tesorera la
Sra. Raigosa de Díaz. Doña Enedina A. Chávez quedó al frente de los clu
bes maternales para la enseñanza escolar, las señoras Macedo y de Portilla
encabezaron la comisión para la educación de la mujer y estudio del hogar;
a la señora de Olivam'a se le encomendó la sección de delincuencia infantil.
Su plan era reunir una asamblea en diciembre de este año para estudiar la
alimentación y cuidado del niño, el socorro de las madres pobres, el fomen
to de los ejercicios físicos, la difusión de los jardines de niños, el estableci
miento de casas de maternidad y dispensarios de ayuda a los padres
indigentes 25
Este rol de la mujer fuera del hogar, que sólo extiende el de la vida
doméstica, se origina y mantiene su vigencia entre las “buenas familias”.
Guardianas de la moralidad privada y social, a las mujeres burguesas se
las constriñe al ámbito doméstico que las legitima como señoras y seño
ritas propias y sobre todo decentes. Su conducta debe mantenerse dentro
de los límites de una moral que cifra en la conducta de la mujer “el ho
nor de la familia” y que establece como norma de comportamiento la
sumisión y la abnegación, valores que se proponen también a las otras
clases sociales.
La mujer porfiriana, sobre todo la burguesa, estaba presionada por
un doble corsé, el físico, que afinaba su talle hasta hacerle perder la es
pontaneidad y la libertad de movimiento y el más opresivo corsé de una
24 Ibid.
25 González Navarro, 1957, p. 409.
SEÑORITAS PORFIRIANAS 155
La misma ley de la naturaleza condenó a las mujeres, por sí y por sus hijos,
a ser juzgadas por los hombres, no les basta ser dignas de estimación, es pre
ciso que agraden, no es suficiente que sean recatadas, es indispensable que
por tales se les reconozca, la conducta que observan no constituye su honor,
tiene que añadir a ella la reputación, siendo imposible que sea honrada la
que consienta en pasar por infame.27
Señoritas trabajadoras
Entre las varias actividades a las que la mujer se fue integrando, muchas
fueron consideradas como propias de su sexo, por la delicadeza que re
querían. Se decía que eran particularmente aptos para las mujeres los ofi
cios de litógrafa, telegrafista, encuadernadora, mecanógrafa, taquígrafa y
cajista. Como tenía desarrollado el sentimiento de lo bello, también era
conveniente que se dedicase a tareas como las de grabado en madera,
pintura de porcelanas, cristal, rasos, iluminación de papel para cartas, te
neduría de libros y fotografía.
Sin embargo, la mayoría de las mujeres que ejercían una actividad
retribuida no se dedicaban a estos trabajos artísticos, sino que se desem
peñaban como sirvientas, cocineras, recamareras, nodrizas, y otras labo
res del servicio doméstico, mayoritariamente femenino, que en 1895
ocupaba 190 413 personas, en tanto que la fuerza de trabajo industrial
empleaba 183 292.34 Además de estas actividades que prolongaban el pa
pel doméstico de la mujer, otras actividades importantes fueron las de
costureras y cigarreras.
Al iniciarse un proceso de tecnificación acelerada en el trabajo tex
til, hubo un sector que permaneció en el nivel artesanal, orientado sobre
todo a la producción doméstica y en el cual la mujer tuvo un papel muy
importante; en cambio, en el sector fabril su integración fue sumamente
lenta y en números reducidos.
La mayor parte del trabajo femenino en el sector fabril textil no se
localiza en la manufactura sino en el ensamblado y costura de prendas
de vestir, ropa para el ejército, por ejemplo, llamada también munición.
Las mujeres trabajaban a destajo, es decir, cobraban según el número de
prendas elaboradas en el día, y en la mayor parte de los casos, laboraban
33 Ibid.
34 El Colegio de México, Estadísticas económicas del porfiriato, México, 1960,
p. 304.
SEÑORITAS PORFIRIANAS 159
Señoritas de oficina
Conclusión
39 Ibid.
162 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
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MODELOS DE MUJER PROTESTANTE:
IDEOLOGÍA RELIGIOSA
Y EDUCACIÓN FEMENINA, 1880-1910
163
164 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
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MODELOS DE MUJER PROTESTANTE 165
Acerca del nivel educativo de las escuelas a donde asistían las mu
jeres mexicanas, decía: “Encuentro que las niñas de 15 años que han ido
al colegio no saben lo que los niños aprenden en nuestras escuelas públi
cas de primer grado”.5
Ya para noviembre de 1873, los alumnos de las dos escuelas de Villa
de Cos habían rendido un excelente examen de lectura, escritura, aritmé
tica y gramática. A las niñas se les enseñaba además costura sencilla y
^sofisticada.6
En la ciudad de México, al contrario, el inicio fue difícil. La mayo
ría de las niñas que acudían provenían de la colonia americana, como las
hijas del cónsul y del ministro norteamericanos.
October 23, 1872, pcbfm-mcr, vol. 48, fol. 26; 62nd Annual Report of the Missionary So-
ciety of the Methodist Episcopal Church for the year 1880, Nueva York, Printed for the
Society, 1881.
3 Henry C. Thomson to Ellinwood, San Luis Potosí, enero 4, 1873, pcbfm-mcr, vol.
48, fol. 55.
4 Ellen P. Alien to Ellinwood, México City, marzo 15, 1873, pcbfm-mcr, vol. 4, fol. 70.
5 Ellen P. Alien to Ellinwood, México City, abril 26, 1873, pcbfm-mcr, vol. 4, fol. 83.
6 Maxwell Phillips to Ellinwood, Zacatecas, noviembre 13, 1873, pcbfm-mcr, vol. 48,
fol. 134. I
166 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Ahora, con una cuidadosa selección y combinación, las niñas están divididas
en cuatro clases. La cuarta y de primer ingreso con 10 niñas, leen y dele
trean dos veces al día; empiezan a escribir, a copiar ejemplos, algunas aña
diendo un poco de dibujo elemental. Cosen una hora diaria y con dos o tres
excepciones ayudan a su casa con la costura. La tercera clase tiene dictado,
lectura, aritmética, escritura y catecismo. Están en la clase de costura una
hora por día y algunas hacen una muy buena costura. Son 9 niñas. La clase
número dos estudia dictado, gramática, inglés, un pequeño libro de ciencia
de la familia, aritmética, escritura y catecismo. Están en la clase de costura
una hora al día y casi todas son expertas en el croché como en la costura.
Son 12 niñas. La primera clase también cuenta con 12 niñas y estudian gra-
7 EF, febrero 15, 1888; George B. Winton, México Today, Social, Political and Reli
gious Condilions, Nueva York, The Methodist Book Concern, 1913, p. 222.
8 ef, diciembre 1, 1888, p. 183, febrero 15, 1889, p. 30. abril 15, 1889, p. 55.
9 aci, agosto 15, 1891, p. 125.
MODELOS DE MUJER PROTESTANTE 167
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13 aci, enero 7, 1904, p. 3, 28 de junio, 1904, p. 239, aimem, 1906, p. 97, aimem, ma
yo 15, 1906, p. 82.
14 aci, junio 2, 1910, p. 341.
15 EF, noviembre 1, 1899, p. 160.
16 ef, febrero 15, 1896, p. 32.
17 ef, septiembre 1, 1889, p. 131, mayo 1, 1903, p. 66, febrero 1907, p. 19.
18 aci, mayo 22, 1902, p. 176.
170 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Sed mujeres, teniendo un corazón tierno, una voz agradable y las manos
prontas para ayudar, sed mujeres mexicanas: no debéis imitar a las mujeres
de ningún otro país. No procuréis ser mujeres francesas, españolas, inglesas
o norteamericanas, mas tened alegría y orgullo de ser conocidas como mu-
jeres mexicanas. Deben sentirse orgullosas al decir “Yo soy una mujer me
xicana, soy hija de la patria de Cuauhtémoc, de Hidalgo, de Juárez y de la
Corregidora.” Sed mujeres mexicanas educadas. Debéis ser suscriptoras de
los mejores periódicos del día, como por ejemplo El Mundo y El Imparcial,
y debéis leer todos los días lo que pasa en el mundo. Debéis procurar no só
lo leer sino también escribir y sostener conversaciones. Sed ambiciosas, no
perezosas ni palabreras. Sed mujeres mexicanas educadas cristianamente,
no digo protestantes sino cristianas.23
Sin embargo, para estas maestras, el problema parecía ser cómo asu
mir un feminismo activo sin negar el estatus fisiológico de la madreespo-
sa que la sociedad y el hombre imponían. Lo encontraban en la afirmación
de la necesidad de una cultura general para la maestra y para la mujer. En
la reunión de ex alumnas de 1904 María Orozco lo expresó así:
Un modelo de mujer
Llegad al inmundo chiribitil de ahumadas paredes que cuenta por todo mo
biliario petates, unas cuantas ollas, el metate y el comal, y allí encontraréis
a la infeliz esclava fatigándose el pulmón en triturar el maíz, aspirando el
humo penetrante de la leña y separándose solamente de su puesto para ama
mantar al niño. Os acercáis a uno de esos desgraciados esposos en los mo
mentos en que le pega a la mujer y si le pregunta por qué le pega, le
contestará: “qué le importa, es mi mujer y tengo derecho”.
Conclusión
Siglas
Enriqueta Tuñón
Seminario de la mujer en México contemporáneo
Dirección de Investigaciones Históricas
Instituto Nacional de Antropología e Historia
181
182 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
1 Ella es una de las mujeres que más se destacó en la lucha por la obtención del su
fragio femenino. Tuvo una vida muy activa dentro de la administración pública. Entre otros
puestos resaltan los siguientes: 1925, Jefe del Departamento de Acción Femenil del DDF;
1929, Jefe del Departamento de Acción Social del ddf; 1939, Representante de México en
la Comisión Interamericana de Mujeres; 1944, Vicepresidenta de la Comisión Interameri-
cana de Mujeres; 1948, Presidenta de la misma Comisión; 1956, Embajadora de México en
Suecia y Finlandia; 1957, Embajadora de México en Suiza; 1959, Subsecretaría de Asun
tos Culturales de la SEP; 1965, Embajadora de México en Austria.
LUCHA POLÍTICA DE LA MUJER POR EL SUFRAGIO 183
México no fue una excepción, las mujeres que lucharon aquí por el
sufragio pertenecían fundamentalmente a la clase media y no pretendían
transformar el sistema patriarcal salvo un grupo pequeño en los treinta
dirigido por Juana Gutiérrez de Mendoza3 y Concha Michel.4
En enero de 1917 Hermila Galindo de Topete, secretaria particular
de Carranza, y Edelmira Trejo de Mellón enviaron al Congreso Constitu
yente un escrito pidiendo igualdad de derechos políticos para la mujer.
La petición fue rechazada con el siguiente argumento:
2 “Clara Zetkin, 1957-1933”, en Fem, México, vol. IV, núm. 15, julio-agosto de 1980,
p. 108.
3 Veterana de la Revolución, coronela zapatista comandante del Batallón Libertad
(formado por viudas y esposas de zapatistas), maestra rural.
4 Folclorista, cantante de canciones populares, perteneciente al pc. Conoció a Alejan
dra Kollontai cuando, siendo ésta embajadora de la urss en México la invitó a dar recita
les en dicha embajada.
5 Diario de los Debates del Congreso Constituyente, 1916-1917, México, 1960, 1-829.
184 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
6 Ibídem.
LUCHA POLÍTICA DE LA MUJER POR EL SUFRAGIO 185
10 Adolfo López Mateos, “La mujer mexicana en la lucha social. Crónica de un mi
tin”, La justicia, México, 1958, p. 35.
11 En esa época la República contaba con 30 millones de habitantes.
188 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Prehispánico
191
192 LA MUJER EN LA HISTORIA DE MÉXICO
Colonia
Siglo xix
Siglo xx
B EL COLEGIO
B DE MÉXICO