Don Quijote Experiencia Viaje

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DON QUIJOTE Y LA EXPERIENCIA DEL VIAJE

SOFÍA M. CARRIZO RUEDA


Universidad Católica Argentina
CONICET

Don Quijote es en nuestro imaginario, un hombre del camino.


Estamos acostumbrados a evocar su desgarbada figura, a lomos de
Rocinante y acompañado por Sancho, andando por vías solitarias, en
las que quizá a lo lejos, apenas se perfila un molino. De las
innumerables imágenes que los ilustradores de la novela han ido
plasmando a través de los siglos, es esta representación la que ha calado
más hondamente en el público, al punto de convertirse en una especie
de figura simbólica que reúne los elementos fundamentales de la
novela.
La crítica no ha cesado de indagar acerca de varios de estos
elementos, como las relaciones sustanciales entre el caballero y su
escudero, la estampa bizarra -opuesta y complementaria- de cada uno
de ellos, e incluso, las características del caballo de uno y del asno del
otro. Sin embargo, no ha dado la debida importancia a la riquísima
significación de ese mudo escenario en el que el protagonista y su
acompañante aparecen situados. Entiendo no obstante, que no serían los
personajes que se van configurando a lo largo de la novela, si sus
aventuras no fueran el resultado de una marcha continua por ese camino
al que siempre terminan volviendo.
Pienso que tenemos que comenzar por preguntarnos si la atracción
que la salida a los caminos ejerce sobre el hidalgo, se reduce al deseo de
convertirse en caballero andante o hay algo más.

39
40 DON QUIJOTE EN AZUL

EVOLUCIÓN DEL PERSONAJE ENTRE LA I Y LA II PARTE

El análisis de una serie de rasgos con los que Cervantes va


construyendo la individualidad de su personaje, proporciona a mi
juicio, un conjunto de elementos que revelan una personalidad para la
cual, ya antes de enloquecer, salir a recorrer el mundo se había ido
convirtiendo en un sueño insatisfecho.
Recordemos en primer lugar, que a pesar de sus cincuenta años -
muchos para la época- D. Quijote no responde en la descripción de los
primeros renglones de la obra, a la imagen de alguien achacoso. Es un
“gran madrugador y amigo de la caza” (I, I) (1999: 36) lo que connota
un físico aún vigoroso.1 Y más adelante aparecerán además, rasgos que
sus contemporáneos identificaban con una muy buena salud, como
haber conservado completa e intacta la dentadura.2 Se trata pues de un
hombre en el que todavía bulle la energía vital -la misma que le
permitirá soportar luego tan duras andanzas-. Y sin embargo, que al
mismo tiempo, dada su edad, no puede ignorar que no tardará en
perderla.
Estas características corporales aparecen animadas en el personaje
por una inteligencia vivaz, permanentemente ocupada en ampliar sus
conocimientos. Antes que a los libros de caballerías, se había dedicado
a las más variadas lecturas, como lo demostrarán sus discursos y el
escrutinio que el cura y el barbero hacen de su biblioteca. Y asegura el
narrador: “El era algo curioso y siempre le fatigaban deseos de saber
cosas nuevas” (II, XXIIII) (1999: 832). Un capítulo más adelante será
el mismo D. Quijote quien declare: “el que lee mucho y anda mucho,
vee mucho y sabe mucho” (II, XXV) (1999: 842).3 Ambas citas aluden
por lo tanto, a un rasgo del hidalgo que consiste en un fuerte deseo de
aprender, pero que no se agota en lo libresco sino que necesita de la
complementación que deriva de las propias experiencias. Comple-

1
Utilizo la edición dirigida por F. Rico (1999).
2
“[...] ni en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha
caído, ni comido de neguijón [...]” (I, XVIII) (1999: 198).
3
Se trata de un aforismo citado otras veces por Cervantes.
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mentación bien explicitada en los cuatro verbos: leer, andar, ver y


saber.
Este hombre se ha visto atraído por añadidura, desde su juventud,
por el histrionismo y el colorido del teatro. Esto queda de manifiesto en
el encuentro con los comediantes: “Andad con Dios, buena gente y
haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de
provecho que lo haré con buen ánimo y buen talante porque desde
mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los
ojos tras la farándula” (II, XI) (1999: 714-715).
Sin embargo, su vida por lo que sabemos, ha estado muy lejos de las
variadas experiencias que puede brindar la realidad, así como de
aquellas emociones exaltadas por la comedia. Su existencia es la de un
hidalgo rural, pobre y digno, hecha de pequeñas rutinas, rodeado de un
reducido círculo aldeano y con muchos tiempos muertos, “[...] los ratos
que estaba ocioso -que eran los más del año-[...]” (I, I) (1999: 37). Para
peor, en mitad de este ocio obligado, Alonso Quijano ve el eclipse del
pasado guerrero de los suyos a través de “unas armas que habían sido
de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos
siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón” (I, I) (1999:
41).
Pero quizá el elemento más importante de esta mezcla
potencialmente explosiva es que la concepción de la vida que tiene el
personaje, consiste en una tensión permanente hacia aquello que al
cabo, le dará un sentido. La monotonía de su existencia pueblerina, sin
otro objeto que sobrevivir, es lo opuesto a las preocupaciones por “el
aumento de su honra” y “el servicio de su república” (I, I) (1999: 40),
normas de conducta a las que manifestará fidelidad a lo largo de la
novela. Y más allá del matiz paródico implicado en que las utilice como
respaldo de su delirante decisión de hacerse caballero andante,
reaparecen también en los discursos que pronuncia en momentos de
cordura. Aspiraciones que coinciden con las que según el pensamiento
humanístico, conforman la vida del varón digno.4

4
Bizzilli cita al respecto, las ideas de Giordano Bruno: “A un espíritu lúcido y
elevado se une la innata necesidad de actividad que aguijonea el amor a la justicia, a la
divinidad, a la verdad, a la gloria. Aquellos hombres hablan y obran, no como
42 DON QUIJOTE EN AZUL

Deseos de conocer el mundo de primera mano, el entusiasmo juvenil


-aún no apagado- ante las ilusiones que crea el teatro, energía vital
todavía no vencida por la edad aunque ya amenazada por el declive,
contraste de la vida activa y aventurera de sus mayores con la chatura
de la suya, la búsqueda de un sentido que deje justificado su paso por
esta tierra.
A mi juicio, ante todos estos elementos cabe legítimamente
preguntarse: ¿cuánto pesaron tantos y tales estímulos previos para que
las novelas de caballerías pudieran determinarlo finalmente, a lanzarse
a los caminos? ¿Solo ellas lo enloquecieron o Cervantes supo construir
un personaje que cargaba con un pasado poco satisfactorio, y que no
podía soportar la presión de tantos sueños sofocados?5.
Una complejidad incompatible con cualquier intento de lectura
unívoca es en este caso como en tantos otros, el acicate que nos incita a
seguir interrogando las páginas del Quijote.
Continuaré pues indagando las consecuencias de asumir la
perspectiva que propongo.
Don Quijote ha sido identificado sobre todo desde el romanticismo,
con el hombre cuyos ideales fracasan y consecuentemente solo le queda
morir.
Sin embargo, si consideramos que la necesidad de vivir las
experiencias que puede depararle recorrer el mundo, también es una
necesidad impresa en el personaje, el balance final resulta bastante más
matizado.6

recipientes o instrumentos, sino como artífices que trabajan cerámica. [...]. Tienen el
sentimiento de su propia dignidad” (Bizzilli 1935: 94).
5
Me he ocupado en otra oportunidad, de la construcción del personaje y de los
signos de su locura como resultado del desajuste con circunstancias temporales,
espaciales y sociales; pero que no son actos que impliquen la locura per se (Carrizo
Rueda 2004-2005).
6
En otro trabajo, me he referido a que la complejidad de la obra llega a incluir un
auténtico triunfo de D. Quijote en el episodio de las bodas de Camacho, acorde con la
evolución del personaje y su reencuentro con aspectos nucleares de su personalidad.
Pero este triunfo no ha sido señalado por la crítica, volcada desde el siglo XIX hacia un
prototipo de “el gran fracasado” (Carrizo Rueda 2005-2006: 150-151).
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A mi entender, este “D. Quijote viajero” -cuyos rasgos se


entrecruzan con los del demente decidido a restablecer la caballería
andante-, representa la antigua tradición del viaje como mediación
hacia la sabiduría.
Dicha tradición se encuentra presente en numerosos textos de la
literatura española muy anteriores a Cervantes.
En el siglo XIII, en el Libro de Apolonio, el rey Apolonio de Tiro
manifiesta “teníame por torpe e por menoscabado/ porque por muchas
tierras non había andado” (125 cd).7 No obstante, en mitad de sus
viajes, durante una crisis, el rey se arrepiente de haber abandonado su
hogar y su familia. Es entonces que un pescador -figura que evoca
simbólicamente a San Pedro, “pescador de almas”- le recuerda que las
aventuras favorables y desfavorables son el medio para que los
hombres alcancen la verdadera sabiduría.8 El viaje aparece así como
necesario para la formación de la personalidad del rey, pero no en el
sentido que él creía en cuanto a sumar más conocimientos, sino como
experiencia insoslayable para acercarse a la complejidad y los enigmas
del mundo.
En varios textos de la prosa didáctica medieval, se subraya la
significación que asumen los hechos vividos a lo largo de un itinerario
como fuentes de enseñanzas relativas a los hombres y al mundo, y que
resultan de este modo, tanto o más relevantes que los propósitos del
viaje en sí. Es lo que ocurre por ejemplo, en el cuento de “El religioso
robado”, narrado en el capítulo III de una obra clave de la literatura
sapiencial como Calila e Dimna (Haro 1993: 66). Lo que toca entonces
averiguar es hasta qué punto, un proceso de tales características es
apreciable en el personaje de D. Quijote.
Considero significativo que el aforismo ya citado, “el que lee mucho
y anda mucho, vee mucho y sabe mucho”, es pronunciado por D.

7
Utilizo la edición de Alvar (1991).
8
Los que las aventuras quisieron ensayar,/a las vezes perder, a las vezes ganar,/por
muchos de trabajos hobieron de pasar,/quequier que les avenga, hanlo de endurar./
Nunca sabrién los homnes que' eran auenturas/ si non probassen pérdidas o muchas
majaduras/ cuando han passado por muelles e por duras/ después s' tornan maestros e
cren las escipturas (135-136).
44 DON QUIJOTE EN AZUL

Quijote en un momento de la segunda parte de la obra, caracterizado


porque introduce aspectos novedosos en la conducta del protagonista.
Piskunova ha señalado por ejemplo, la paciencia que demuestra ante los
atrevimientos de Sancho y el hecho de que por primera vez, no
confunde una venta con un castillo (1999: v. c., 153).9 Pero este
proceder pacífico y discreto se complementa además, con otros
comportamientos que resultan absolutamente inéditos.
Uno de ellas es su actitud ante el dinero.
En el capítulo XXVI de la II parte, D. Quijote se dispone con
presteza a pagar los destrozos que ha causado en el retablo de Maese
Pedro, lo cual empareja este capítulo con otro cercano, el XXIX, donde
el hidalgo se aviene a resarcir a los pescadores por el barco
supuestamente encantado que ha quedado deshecho entre los molinos
de agua. Como señala Mancing, la buena voluntad para pagar por lo
que rompe es un rasgo propio de la segunda parte de la novela que
jamás aparece en la primera (1999: v.c., 162).
Pero lo económico también se manifiesta en el capítulo XXVIII,
cuando amo y criado hacen cuentas sobre el salario de éste. D. Quijote
reconoce con justicia y buena disposición todos los derechos de
Sancho, aún el deseo de marcharse sin más. Y si el hidalgo reacciona
enfurecido y le echa en cara que esas no eran las relaciones de los
caballeros andantes con sus escuderos es por la indignación que
finalmente le produce la codicia sin límites de su compañero de
aventuras. Hay reconciliación y nada cambiará por el momento, pero
evidentemente estamos muy lejos del capítulo III de la primera parte,
donde el hidalgo declara al ventero que nunca había leído nada relativo
a relación alguna de los caballeros andantes con el dinero (1999: 56).
La cuestión económica ya se manifiesta en el capítulo XXII de esta
segunda parte, a través de los consejos que da D. Quijote al recién
casado Basilio acerca de que “el mayor contrario que el amor tiene es la
hambre y la continua necesidad”, y le recomienda por lo tanto, “que
atendiese a granjear hacienda por medios lícitos e industriosos” (1999,
809).

9
Utilizo la abreviatura “v. c.” para referirme al Volumen Complementario de la
edición de 1999.
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Las referencias a la “necesidad” reaparecen insólitamente en el


capítulo siguiente, el XXIII, pues se instalan en el relato que hace D.
Quijote de lo acaecido en la mágica cueva de Montesinos. Sostiene que
Dulcinea, presa allí por un encantamiento, le mandó a pedir un
préstamo de seis reales, y que a su pregunta acerca de si era posible que
los encantados padecieran apuros económicos, Montesinos le
respondió: “Créame vuestra merced, señor Don Quijote de la Mancha,
que esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se
estiende y a todos alcanza, y aun hasta los encantados no perdona [...].”
(II, XXIII) (1999, 827). El pedido del préstamo y sobre todo que sea
hecho sobre una prenda de ropa interior, ha sido diversamente
interpretado por varios autores (1999, 522, v.c.). En líneas generales,
como señala Rodríguez Puértolas, es uno de los muchos aspectos
paródicos del episodio (1989: 52). Pero desde el punto de vista de la
construcción del personaje, resulta significativo a mi juicio, su
presencia dentro del relato sobre lo que el hidalgo supuestamente vio y
escuchó en la misteriosa cueva. Haya sido producto de un sueño o de su
fantasía, lo cierto es que parece revelar que en las profundidades
psíquicas del personaje, la preocupación por lo crematístico se
entreveraba con las fábulas idealizadas. Un psicólogo de nuestro tiempo
diría “que el sujeto se estaba permitiendo dejarla aflorar”, y no me
parece extraño que la penetración de Cervantes para captar los casos
humanos, hubiera reflejado esa heterogénea mezcla de cavilaciones
como propia de esta nueva etapa de la vida del hidalgo10.
En el capítulo siguiente, el XXIV, continúan las referencias a la
“necesidad” a través de las palabras del paje, quien deja bien en claro
que es lo único que lo empuja a la guerra. Hay que subrayar que todo el
discurso que le endilga D. Quijote acerca del heroísmo del soldado, no
tiene nada que ver con quimeras caballerescas sino con el debate sobre

10
Para Redondo (1981), el descenso a la cueva de Montesinos, en el capítulo
XXIII de la II parte, conforma un “viaje iniciático” y a él se deben los cambios en la
conducta de D. Quijote. Pero yo considero que dichos cambios ya aparecen dos
capítulos antes, en el XXI, y que el episodio de la cueva es una de las etapas de un
largo viaje que abarca también las tres salidas de la aldea, la navegación en el barco
encantado y el vuelo en Clavileño.
46 DON QUIJOTE EN AZUL

las armas y las letras como alternativas profesionales, y que el hidalgo


expresa su satisfacción ante la posibilidad de que el estado pague
pensiones a soldados viejos o baldados (II, XXIIII) (1999: 834-835).
En síntesis, el reconocimiento de las funciones ineludibles del dinero
dentro de la vida social constituye un eje que recorre distintos carriles
de los capítulos XXII, XXIII, XXIV, XXVI, XVIII y XXIX de la
segunda parte, no solo a través de las palabras del personaje sino
también de algunas de sus conductas, como avenirse a pagar los
destrozos que ha causado o los servicios recibidos del criado.
En otro orden de cosas, hay también en el capítulo XXV, un hecho
insólito que no han dejado de destacar algunos críticos. Es cuando D.
Quijote ayuda al hombre que ha prometido contarle “maravillas”, a
ahechar la cebada y a limpiar el pesebre para la cabalgadura (II, XXV),
(1999: 836). ¿Acaso D. Quijote está en esos momentos volviendo poco
a poco, a ser el que fue? Al efecto me pregunto si un hidalgo rural y
pobre como él lo había sido, con “un mozo de campo y plaza, que así
ensillaba el rocín como tomaba la podadera”(I, I), (1999: 36), no se
habría visto obligado en alguna ocasión a cumplir tales menesteres con
su caballo. O por lo menos, las había presenciado muy frecuentemente
como parte de su sencilla y austera existencia.
Puede apreciarse pues en estos capítulos que estamos revisando, la
presencia de ciertos ejes configurados por una serie de actitudes del
protagonista que parecen acercarse cada vez más, a algo que podemos
llamar genéricamente “la realidad”. Si bien D. Quijote sigue
padeciendo algunas alucinaciones y actuando en consecuencia, se
encuentra en mejores condiciones para no quedar prisionero de ellas.
Hay una “mejora” que se pone de manifiesto en la adquisición de cierta
dosis de paciencia, en un acercamiento a problemas reales y concretos
como el del dinero y en comportamientos cercanos a su pasada vida de
hidalgo rural, lejos de la continua autoidealización.
Pero por sobre todo, tal “mejora” implica a mi juicio, que D. Quijote
ya no es el mismo que fue antes de enloquecer.
Aquel hidalgo con una vida cercenada por las estrecheces
económicas y la rutina pueblerina, que pudo caer seducido por sueños
de omnipotencia, ahora es capaz de afirmar después de la aventura del
barco encantado: “Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y
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trazas, contrarias una de otras. Yo no puedo más” (II, XXIX), (1999:


873-874).
Mi conclusión es que si puede percibirse una “mejora” del
protagonista conjugada con una “maduración”, a través de las diversas
andanzas, es porque en su construcción ha intervenido la antigua
tradición del viaje como experiencia sapiencial.
Entiendo que puede trazarse un paralelo entre D. Quijote y el rey
Apolonio. Ambos se lanzan a recorrer el mundo porque además de
otras inquietudes, los “fatigaban deseos de saber cosas nuevas”. El rey
cree haber cometido una “gran locura” al alejarse de sus parientes,
actitud que todos atribuyen a D. Quijote. Sin embargo, los viajes de
ambos, más allá de las opiniones y deseos de los demás y aún de sus
propios protagonistas, terminan convirtiéndose en fuentes de un saber
que no se encuentra en los libros sino en la interacción con las más
diversas gentes y con un orden o desorden de las cosas que pueden
llamarse azar o designios providenciales.
El hidalgo manchego fallece pronto y no puede desarrollar, de vuelta
en casa, una existencia acorde con el aprendizaje adquirido, como si lo
hará el rey de Tiro. Pero hay que subrayar que D. Quijote tiene, de
acuerdo con las aspiraciones del viejo proverbio castellano, “poco mal
y buena muerte”, rodeado de todos sus afectos y dejando arreglados
tanto los asuntos terrenales como los espirituales.
Considero en definitiva, que los avatares del camino cumplen una
función medular en la novela cervantina que consiste en ofrecerse al
protagonista para que cumpla con aspectos postergados de su
trayectoria vital, y alcance a través de ellos, una nueva dimensión
personal que le permite matizar la tristeza de sus fracasos con una
serena mirada sobre las cosas del mundo, las personas y también, sobre
sí mismo.
Pero si por una parte, Cervantes recoge antiguas tradiciones acerca
del viaje, como la dimensión sapiencial, al mismo tiempo, abre nuevas
posibilidades para la consideración y el tratamiento del tema, que se
proyectarán en lo que llamamos la modernidad.
48 DON QUIJOTE EN AZUL

CERVANTES Y UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL VIAJE

Veremos en primer lugar, la creciente valoración del hecho de viajar


en sí, independientemente de las distancias recorridas y de la extrañeza
de las regiones visitadas.
Los viajeros medievales y los contemporáneos de Cervantes
consideraban que los viajes realmente capaces de transformarse en
fuentes de conocimiento y en formadores del carácter, eran los que se
desarrollaban por tierras lejanas. Y mejor aún, si éstas resultaban muy
distintas de aquella en la que residía el viajero. Recorrer largas
distancias y conocer sitios que revelaran la enorme diversidad del
mundo fueron recomendaciones que muchos autores repitieron a lo
largo de aquellos siglos.
Pero Cervantes da una torsión a estos conceptos, y el viaje dilatado
en apariencia que realiza su protagonista, se desarrolla por sitios tan
prosaicos y relativamente cercanos a sus lectores como El Toboso o el
Campo de Montiel.
D. Quijote y Sancho recorren las rutas familiares de la España
contemporánea. Posiblemente, la intención primigenia de Cervantes fue
el paródico contraste entre ellas y las tierras exóticas y quiméricas de
los libros de caballerías. Sin embargo, más allá de las alucinaciones del
caballero, hemos visto que puede atribuirse a este viaje una dimensión
sapiencial. Molinos, ventas, rebaños, aldeas, palacios, Barcelona con el
puerto y la imprenta, cómicos de la legua, eclesiásticos, campesinos,
bandidos, burgueses, grandes señores, ríos, lagunas y la funesta playa
de Barcino. Todo se transforma en un friso del más variado itinerario
que imaginarse pueda, y lo más importante, en un espejo del mundo
donde el hidalgo pueda llevar a cabo aspectos transformadores de su
trayectoria vital.
Cervantes no sospechaba que su novela resultaría precursora de una
actitud ante el viaje que caracteriza a los siglos posteriores: la
progresiva atención hacia los mundos próximos al espacio donde se
desarrolla habitualmente la vida del viajero, y el valor de detener la
mirada sobre sus aspectos comunes y cotidianos (Carrizo Rueda 2003-
2005).
DON QUIJOTE Y LA EXPERIENCIA DE VIAJE 49

La posibilidad de que los espacios más o menos cercanos y


prosaicos ofrezcan poderes formadores y transformadores como los que
se atribuían solamente a las tierras más alejadas y exóticas, es una
convicción que terminará por consolidarse. Y casi tres siglos después
de las andanzas de Alonso Quijano, para la generación del ´98, el viaje
por el propio país -incluso por sus regiones más relegadas- es un
imperativo encaminado al necesario reencuentro con una historia y una
identidad.
El ejemplo más significativo es el de Azorín, quien hará
precisamente un peregrinaje por las tierras de D. Quijote. Y en sus
periplos por aldeas empobrecidas se detendrá en objetos tan pequeños y
humildes como la alcuza, la escudilla o un jergón relleno de hojas de
maíz. Sus descripciones sin embargo, se teñirán de una dignidad y de
una empatía entrañable que no dudo en llamar “cervantinas” (Azorín
1947).
Casi medio siglo después, el ejemplo de los viajeros del ´98 seguía
representando una herramienta para tratar de conjurar el “dolor de
España”. Ahora, tras la terrible experiencia de la guerra civil. Y el
mejor discípulo de Azorín y sus contemporáneos será Camilo José Cela
quien con su Viaje a la Alcarria, va a buscar claves existenciales y
señales de esperanza en pueblos como Taracena, “un pueblo de adobes,
un pueblo de color gris claro, ceniciento, un pueblo que parece cubierto
de polvo, de un polvo finísimo, delicado, como el de los libros que
llevan varios años durmiendo en la estantería sin que nadie los toque,
sin que nadie los moleste” (1978: 41).
Una vez más, es una mirada atenta y hondamente sensible como la
que Cervantes supo echar sobre las humildes tierras manchegas.
Pero si buscáramos un hilo sutil por encima de las diferencias, que
sirviera para relacionar los textos medievales sobre países lejanos y
desconocidos, la novela de Cervantes y los recorridos en el siglo XX por
la España de Azorín y Cela, nos encontraríamos con un hecho decisivo.
Se trata de que en todos ellos como en muchos otros textos, el relato de
un viaje no solo hace traspasar las fronteras físicas sino también y sobre
todo, las mentales, al revelar nuevas dimensiones de la existencia. No
importa a qué distancia se hallen de la residencia del viajero ni el grado
de sus diferencias respecto a lo que él considera “común”. Lo que
50 DON QUIJOTE EN AZUL

cuenta son las inquietudes y tensiones profundas que entran en juego


durante sus desplazamientos.11
Es la concepción del viaje como apertura hacia la lectura de los
signos del mundo.

EL VIAJE EN LA CONSTITUCIÓN DE LA NOVELA MODERNA

Un discurso de tal tipo, por lo tanto, no puede menos que presentar


zonas ambiguas, contradicciones y enigmas sin solución. Es un discurso
necesariamente polifónico del que resulta sin duda, la irrupción de
variadas perspectivas. Irrupción que en la novela cervantina se resuelve
a través de sus tan famosas interpolaciones. Historias o pequeños
sucesos ajenos al protagonista, o que lo involucran solo en parte, o que
forman parte de los discursos de terceros, se presentan con una
frecuencia que precisamente, solo podemos encontrar antes de
Cervantes, en los libros de memorias de famosos trotamundos, como el
andaluz Pero Tafur (Carrizo Rueda 1997: 168-170).
D. Quijote y Sancho realizan un viaje corriente y moliente por la
España de fines del siglo XVI y principios del XVII, pero en última
instancia, lo que recorren es un espejo del mundo y de todas sus
complejidades, de sus “máquinas y trazas, contrarias una de otras”,
como declarará el propio protagonista. Y éste aspecto estructural de la
novela, inseparable de las mencionadas interpolaciones, influirá con el
tiempo, en la conformación de la novela moderna (Carrizo Rueda 1997:
168-177).
Es en el siglo XIX cuando la historia del singular hidalgo alcanza a
ocupar su sitio de referente universal. Ya en los primeros años de la
centuria, los hermanos Schlegel colocaron la novela de Cervantes en el
centro de su teoría literaria. Y aunque rastrear la influencia del Quijote
en la floración novelística que se da en la literatura decimonónica,
constituye una tarea verdaderamente ímproba, puede señalarse un punto

11
Me he ocupado de este tema en un estudio teórico sobre el género “relato de
viajes” (Carrizo Rueda 1997).
DON QUIJOTE Y LA EXPERIENCIA DE VIAJE 51

crucial en el conjunto que es la definición de Stendhal: “Una novela es


un espejo que uno pasea a lo largo de un camino”.
El viaje de D. Quijote será el paradigma de muchos autores del siglo
XIX que aspiran a plasmar totalidades discursivas flexibles, capaces de
incorporar a su unidad una variada polifonía que refleje a la sociedad.
Para citar un solo ejemplo pero en el cual la intertextualidad cervantina
constituye un permanente guiño al lector, quiero recordar las Aventuras
de Pickwick de Dickens. El protagonista también recorre
incansablemente un espejo de los hombres y del mundo que son los
caminos, los sitios rurales y las ciudades de su Inglaterra victoriana,
mientras numerosas interpolaciones van variando y matizando las
perspectivas.
Volvamos entonces a la imagen que mencionábamos al principio, la
del caballero y el escudero que marchan paso a paso, por un camino. Mi
conclusión es que éste no constituye un escenario neutro y soslayable,
sino que como todo elemento que forma parte de una imagen que ha
devenido simbólica, encierra valores cuya significación es preciso
analizar. En este caso, considero que llega a configurar el espacio
necesario para que el hidalgo viva las experiencias que su vida aún
necesitaba para transformarse.12 Pero también, como tantos elementos
de la obra de Cervantes, participará de procesos culturales como el de la
nueva valoración de los sitios cercanos y comunes. Y asimismo, influirá
en el florecimiento de un recurso literario como el del viaje revelador
de los intrincados laberintos sociales, que intervino tan eficazmente en
el surgimiento de la novela moderna.

12
También tendrá repercusiones significativas en Sancho, quien como Don
Quijote, verá aflorar aspectos de su personalidad que en su vida habitual nunca se
hubieran desarrollado. El tratamiento del tema presenta variadas facetas que requieren
un trabajo centrado en ellas.

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