El Altar de Muertos
El Altar de Muertos
El Altar de Muertos
2. La época prehispánica
Los orígenes de la tradición del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los españoles, quienes
tenían una concepción unitaria del alma, concepción que les impidió entender el que los indígenas
atribuyeran a cada individuo varias entidades anímicas y que cada una de ellas tuviera al morir un
destino diferente.
Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino
de los muertos descarnados o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles
tradujeron como infierno. Este viaje duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero ofrecía
obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera
Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve
regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida
en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de
los muertos”.
3.
Gráficamente, la idea de la muerte como un ser descarnado siempre estuvo presente en la cosmovisión
prehispánica, de lo que hay registros en las etnias totonaca, nahua, mexica y maya, entre otras. En esta
época era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales
que simbolizaban la muerte y el renacimiento. El festival que se convirtió en el Día de Muertos se
conmemoraba en el noveno mes del calendario solar mexicano, iniciando en agosto y celebrándose
durante todo el mes.
Para los indígenas la muerte no tenía la connotación moral de la religión católica, en la cual la idea de
infierno o paraíso significa castigo o premio; los antiguos mexicanos creían que el destino del alma del
muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida. Por
citar algunos ejemplos, las almas de los que morían en circunstancias relacionadas con el agua se
dirigían al Tlalocan, o paraíso de Tláloc; los muertos en combate, los cautivos sacrificados y las mujeres
muertas durante al parto llegaban al Omeyocan, paraíso del Sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de
la guerra. El Mictlán estaba destinado a los que morían de muerte natural. Los niños muertos tenían un
lugar especial llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche
para que se alimentaran.
Los entierros prehispánicos eran acompañados por dos tipos de objetos: los que en vida habían sido
utilizados por el muerto, y los que podía necesitar en su tránsito al inframundo.
4. La época colonial
En el siglo XVI, tras la Conquista, se introduce a México el terror a la muerte y al infierno con la
divulgación del cristianismo, por lo que en esta época se observa una mezcla de creencias del Viejo y el
Nuevo Mundo. En esta época se comenzó a celebrar el Día de los Fieles Difuntos, cuando se
veneraban restos de santos europeos y asiáticos recibidos en el Puerto de Veracruz y transportados a
diferentes destinos, en ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, ¡ procesiones y
bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar –antecesores de nuestras
calaveras– y el llamado “pan de muerto”
5. La época actual
La fiesta de Día de Muertos se realiza el 31 de octubre y el 1 y 2 de noviembre, días señalados por la
Iglesia católica para celebrar la memoria de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. Desde luego, la
esencia más pura de estas fiestas se observa en las comunidades indígenas y rurales, donde se tiene
la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches para disfrutar los platillos y flores
que sus parientes les ofrecen.
Las ánimas llegan en forma ordenada. El 1 de noviembre, o Día de Todos los Santos, es la celebración
de todos aquellos que llevaron una vida ejemplar, celebrándose igualmente a los niños. El día 2, en
cambio, es el llamado Día de los Muertos, la máxima festividad de su tipo en nuestro país, celebración
que comienza desde la madrugada con el tañido de las campanas de las iglesias y la práctica de ciertos
ritos, como adornar las tumbas y hacer altares sobre las lápidas, los que tienen un gran significado para
las familias porque se piensa que ayudan a conducir a las ánimas y a transitar por un buen camino tras
la muerte.
6. El altar de muertos
Como ya comentamos, el altar es la representación de la visión que todo un pueblo tiene sobre el tema
de la muerte, y de cómo en la alegoría conduce en su significado a distintos temas implícitos y los
representa en forma armónica dentro de un solo enunciado.
El altar de muertos es un elemento fundamental en la celebración del Día de Muertos. Los deudos
tienen la creencia de que el espíritu de sus difuntos regresa del mundo de los muertos para convivir con
la familia ese día, y así consolarlos y confortarlos por la pérdida.
Se coloca en una habitación, sobre una mesa o repisa cuyos niveles representan los estratos de la
existencia. Los más comunes son los altares de dos niveles, que representan el cielo y la tierra; en
cambio, los altares de tres niveles añaden a esta visión el concepto del purgatorio. A su vez, en un altar
de siete niveles se simbolizan los pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz.
Este es considerado como el altar tradicional por excelencia. En su elaboración se deben considerar
ciertos elementos básicos. Cada uno de los escalones se forra en tela negra y blanca y tienen un
significado distinto.
En el primer escalón va colocada la imagen de un santo del cual se sea devoto. El segundo se destina
a las ánimas del purgatorio; es útil porque por medio de él el alma del difunto obtiene el permiso para
salir de ese lugar en caso de encontrarse ahí. En el tercer escalón se coloca la sal, que simboliza la
purificación del espíritu para los niños del purgatorio. En el cuarto, el personaje principal es otro
elemento central de la festividad del Día de Muertos: el pan, que se ofrece como alimento a las ánimas
que por ahí transitan. En el quinto se coloca el alimento y las frutas preferidas del difunto. En el sexto
escalón se ponen las fotografías de las personas ya fallecidas y a las cuales se recuerda por medio del
altar.
Por último, en el séptimo escalón se coloca una cruz formada por semillas o frutas, como el tejocote y la
lima.
Imagen del difunto. Dicha imagen honra la parte más alta del altar. Se coloca de espaldas, y frente a
ella se pone un espejo para que el difunto solo pueda ver el reflejo de sus deudos, y estos vean a su
vez únicamente el del difunto.
La cruz. Utilizada en todos los altares, es un símbolo introducido por los evangelizadores españoles con
el fin de incorporar el catecismo a una tradición tan arraigada entre los indígenas como la veneración de
los muertos. La cruz va en la parte superior del altar, a un lado de la imagen del difunto, y puede ser de
sal o de ceniza.
Imagen de las ánimas del purgatorio. Esta se coloca para que, en caso de que el espíritu del muerto se
encuentre en el purgatorio, se facilite su salida. Según la religión católica, los que mueren habiendo
cometido pecados veniales sin confesarse deben de expiar sus culpas en el purgatorio.
Copal e incienso. El copal es un elemento prehispánico que limpia y purifica las energías de un lugar y
las de quien lo utiliza; el incienso santifica el ambiente.
8.
Arco. El arco se coloca en la cúspide del altar y simboliza la entrada al mundo de los muertos. Se le
adorna con limonarias y flor de cempasúchil.
Papel picado. Es considerado como una representación de la alegría festiva del Día de Muertos y del
viento.
Velas, veladoras y cirios. Todos estos elementos se consideran como una luz que guía en este mundo.
Son, por tradición, de color morado y blanco, ya que significan duelo y pureza, respectivamente. Los
cirios pueden ser colocados según los puntos cardinales, y las veladoras se extienden a modo de
sendero para llegar al altar.
Agua. El agua tiene gran importancia ya que, entre otros significados, refleja la pureza del alma, el cielo
continuo de la regeneración de la vida y de las siembras; además, un vaso de agua sirve para que el
espíritu mitigue su sed después del viaje desde el mundo de los muertos. También se puede colocar
junto a ella un jabón, una toalla y un espejo para el aseo de los muertos
Flores. Son el ornato usual en los altares y en el sepulcro. La flor de cempasúchil es la flor que, por su
aroma, sirve de guía a los espíritus en este mundo.
Calaveras. Las calaveras son distribuidas en todo el altar y pueden ser de azúcar, barro o yeso, con
adornos de colores; se les considera una alusión a la muerte y recuerdan que esta siempre se
encuentra presente.
Comida. El alimento tradicional o el que era del agrado de los fallecidos se pone para que el alma
visitada lo disfrute.
Pan. El pan es una representación de la eucaristía, y fue agregado por los evangelizadores españoles.
Puede ser en forma de muertito d e Pátzcuaro o de domo redondo, adornado con formas de huesos en
alusión a la cruz, espolvoreado con azúcar y hecho con anís.
Bebidas alcohólicas. Son bebidas del gusto del difunto denominados “trago” Generalmente son
“caballitos” de tequila, pulque o mezcal.
Objetos personales. Se colocan igualmente artículos pertenecientes en vida a los difuntos, con la
finalidad de que el espíritu pueda recordar los momentos de su vida. En caso de los niños, se emplean
sus juguetes preferidos.