01-Un Pacto Con El Alfa - 241024 - 135106

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Londres 1840

PRÓLOGO
El sol no terminaba de calentar en aquellas tierras frías. No
le gustaba Inglaterra. Era un país frío lleno de personas

encopetadas que no tenían la más mínima conciencia social


y que se ponían sus mejores galas para ir a grandes cenas

mientras los vagabundos morían por las calles. Puede que


alguno muriera de inanición, pero lo que más se los llevaba

al otro barrio eran las noches glaciales de noviembre. En

alguna ocasión había hecho detener su carruaje para dar


mantas y alimentos a aquella pobre gente.

Aquella noche sus ojos se habían fijado en una muchacha de

figura vulnerable que parecía dispuesta a ejercer la


prostitución a cambio de poderse llevar un trozo de pan a la

boca. Su delgadez extrema lo conmovió. Era prácticamente

una niña y lo miró con ojos aterrorizados pero con la firme

convicción de hacer lo que él deseara con tal de no morir de


hambre o de frío. La joven tenía una fuerte determinación

en los ojos azules que llameaban tras el cabello rojizo sucio

y mal cortado que le tapaba la frente. La sorpresa de la

muchacha fue mayúscula cuando en lugar de llevarla al

lecho le preguntó qué sabía hacer.

-No sé hacer nada – respondió ella con voz tímida. – Nunca

he estado con un hombre, pero haré lo que usted pida.

La respuesta dio un vuelco a su corazón cansado.

En ningún momento había pasado por su cabeza

aprovecharse de la chica.

-No quiero yacer contigo. Quiero emplearte en mi hogar.

¿Sabes limpiar?

Algo cambió en el rostro de la joven que, dando un

manotazo, apartó el cabello de su rostro. Pudo entonces ver

la magnífica estructura ósea de la joven. Los ojos grandes,

la nariz pequeña y ligeramente celestial, y la boca carnosa.

-Sí, señor. Sé limpiar, cocinar, coser, ir a las compras. Si me

emplea en su hogar no se arrepentirá.

Era una buena muchacha, no tenía ninguna duda. Su

sonrisa de alivio lo confirmaba.


-Espero que sea cierto porque mi casa está muy sucia. Me

acabo de instalar en Londres. Tengo una vivienda en Irlanda

pero por motivos profesionales tengo que pasar aquí una

temporada. Tendrás un sueldo y, desde luego, no se te

pedirá otra cosa que ocuparte de la vivienda. ¿Estás de

acuerdo?

La joven suspiró.

-Sí, claro que sí. Gracias, señor, es usted un buen hombre.

-Soy un hombre viejo que no soporta las injusticias sociales.


–Lord Briton tocó su cabello canoso para ordenarlo. –

Cuando llegues a casa te darás un baño y te pondrás la ropa

que te proporcionará una de mis empleadas.

-Así lo haré, señor – respondió ella sin dejar de sonreír.

-¿Cómo te llamas y qué edad tienes?

-Me llamo Katherine Walls. Tengo dieciocho años.

Tenía una cara angelical, la voz templada y la edad

adecuada.

No había ocupado su carruaje porque quisiera gozarla.

Había sido pura compasión. La había visto desde lejos tiritar


de frío y caminar hacia el encuentro de los carruajes para

ofrecerse con una dignidad en la mirada que la hacían a sus

ojos una superviviente. La había salvado de la prostitución.


Se ganaría la vida honradamente. Pero tal vez pudiera hacer

algo más por él. Quizás un rostro como el suyo sería capaz

de sublimar a más de un licántropo. Y Londres estaba lleno

de ellos. No tenía nada en contra de tan noble raza. Conocía

su existencia desde que fue atacado en su juventud por uno

de ellos y su mejor amigo lo salvó de una muerte segura

transformándose en lobo delante de él. Fue entonces

cuando no tuvo más remedio que contarle la verdad.

Aquella raza era poderosa. Vivían cientos de años,

acumulaban dinero y poder. Toda la vida había hecho

negocios con ellos. Lástima que jamás ninguno de ellos

hubiera querido convertirlo. Ni siquiera su mejor amigo que

desechó su pedido alegando que ser eterno era un castigo.

Él no estaba de acuerdo, pero jamás había convencido a un

licántropo para su conversión.

Pero ahora…mirando a aquella muchacha…

Tenía ante sí a un diamante en bruto. Era hermosa, su rostro

era perfecto, tenía la vulnerabilidad humana que tanto


apasionaba a los licántropos y si la aseaba, la vestía y la

metía en los círculos adecuados quizá pudiera conseguirlo.

No le quedaba mucho de vida.

Había viajado hasta Londres para tratar de buscar a su

amigo de la juventud, contarle que estaba enfermo, que

deseaba convertirse y vivir muchos años más, que su

cuerpo se rejuveneciera, incluso aunque se quedara con las

fuerzas actuales, eso sería suficiente. Se podía ver a sí


mismo sentado en un café londinense, jugando al criquet o

almorzando puding de almendras mientras miraba el

periódico y hacía negocios. Era todo cuanto deseaba; vivir

sano y disfrutar de la vida. Un likae podía dárselo y, tal vez,

aquella mujer podría conseguirlo con sus ojos grandes y sus

cabellos color fuego irlandés.

Una satisfacción recorrió su cuerpo.

Todo era posible con aquella belleza entre sus manos.

Podía decir que era su hija, o su sobrina, tenía la edad

perfecta para que un likae la desposara y era virgen.

Apartó la mirada de la joven para que no se incomodara. Lo

último que deseaba era asustarla.


¡Ojalá aceptara!

CAPÍTULO 1

Katherine se sintió dichosa al sumergirse en la bañera

donde la doncella había echado agua caliente y la había

ayudado a enjabonarse.

-No hace falta que lo haga, señora – había dicho la

muchacha. – Soy una empleada más como usted. Yo lo haré.

– Y acto seguido metió las manos en la abundante cabellera

rojiza para enjugarse el cabello con aquella espuma que olía

a lavanda.

-Son órdenes de Lord Briton, señorita. Si prefiere hacerlo

sola puede hablarlo con él. Para mí es un placer ayudarla –

contestó la amable doncella de unos cincuenta años, cara

agradable y buena figura.

Mientras se dejó hacer examinó los botes de los estantes de

madera. Había todo tipo de botellitas de cristal con líquidos

de color caramelo dentro. Se preguntó qué serían. Sabía

que las damas de alta sociedad usaban aceites y perfumes

para embellecerse. Incluso había escuchado decir que se


echaban cremas en el cutis para cambiar su color pero eso

solo eran las suposiciones de los barrios bajos de Londres.

Cuando era una niña era un placer fantasear con la idea de

poder usar uno de esos aceites alguna vez y … no podía

creerlo…ahora ella estaba allí metida con los cabellos

enjabonados y entre las manos de una mujer que se

comportaba como si fuera su sirvienta.

-Pero señora, lord Briton me ha contratado para limpiar y

guisar.

La mujer enarcó los labios en una media sonrisa.

-Puede que haya cambiado de idea.

Katherine se estremeció en el agua.

-¿Cree que desea que comparta su lecho? – Los ojos se le


empañaron al preguntar aquello.

-De ninguna manera, señorita. Lord Briton es un hombre


bueno que jamás se aprovecharía de la indefensión

económica de una muchacha. Lo que quiero decir es que tal


vez haya cambiado de planes y le asigne otras tareas. Pero

de ninguna manera comprometerán su honor, de eso puede


estar segura.
La doncella notó el cuerpo de la chica relajarse de nuevo en
el agua, agua que , por cierto, empezaba a emerger en un

tono marrón al sacar la suciedad del bonito cuerpo de


Katherine.

-¿Cuánto tiempo llevaba sin asearse?

A Katherine no le gustó la pregunta.

-Es difícil conseguir agua y calentarla en los barrios pobres

de Londres.

-Por supuesto, señorita, lo sé. Yo también crecí en un barrio


pobre y cuando me bañé por primera vez en esta casa el

agua también salía marrón. – Katherine sonrió. La doncella


apreció la cara bonita de la joven. Reconocía aquella

dignidad de la pobreza. – Yo diría que mi agua salía negra


porque llevaba el cabello lleno de alquitrán.

-¿En serio?

Katherine dejó que la ayudara a incorporarse del agua y la

envolviera en un albornoz.

-¿Por qué tenía el cabello con alquitrán? – preguntó.


-Lo hizo mi padre para castigarme. Era un borracho
indecente.

Katherine pensó que al menos había tenido un padre que la

protegiera. Tener un padre, después de todo, te daba una


referencia, aunque fuera para maldecir tu suerte. Ella había

vivido en las calles desde que era una niña y todo el mundo
sabía que el destino de una niña sin hogar era la

prostitución.

En los barrios bajos había incluso señoras que se dedicaban

a preparar a las jóvenes más bonitas para encomendarlas a


un buen protector. Ese era el mejor destino que podía tener

alguien como ella. Un hombre mayor y adinerado que la


tomara por amante, le comprara una casa, la vistiera como

una dama y le asegurara el futuro. Muchas tenían incluso


hijos con sus protectores. No era un mal destino en
comparación con lo que se podía sufrir en las calles. Pero el

día en que la madame la abordó para ofrecerle su ayuda le


escupió en la cara.

-Tienes aún dignidad – había mascullado la mujer con su

cabello en un extraño color – Veremos cuando el hambre


apriete. Búscame entonces. – Y se alejó con su cuerpo

grueso y sus andares cadenciosos como si la vida le fuera


muy bien con su repugnante negocio.

Y sin embargo, dos meses después pasó por su cabeza la


idea de buscarla. Fue después de dos días comiendo

mondas de patatas y trozos de pan duro. Le dolía la cabeza


por el estómago vacío y se sentía desfallecer. Vio pasar a

una de las recomendadas de la madame por delante de ella.

La conocía.

Había compartido manitas y juegos de la infancia con la

bonita rubia sonriente que salía de casa de la madame.

-No seas tonta, Kathy – dijo la joven sacando de su bolso


unas monedas y entregándoselas. – Ahora tengo mi casa,
mira mi ropa, huelo a perfume y tengo un protector bueno.

Deja que la madame te ayude.

Katerine aceptó las monedas pero preguntó:

-¿Y si te va tan bien por qué estás aquí?

-Para cumplir mi parte del trato. Cuando consigue

encontrarte un buen protector hay que entregarle


quinientas libras esterlinas.
Katherine abrió los ojos de par en par.

-Eso es una fortuna – dijo.

-Eso es calderilla para un lord, Kathy. Eres muy hermosa.


Entra en su casa y déjate ayudar.

Las monedas en la mano de Katherine hicieron un sonido

metálico. Cerró su puño con fuerza como si temiera que su


amiga de la infancia se arrepintiera de dárselas.

No entraría, aquellas monedas le servirían para dormir


caliente varias noches y también podría comer.

-Lo pensaré – respondió.

-Hazlo. No hay razón para que te dejes morir. El amor no es


para las mujeres como nosotras. Busca tu seguridad. – Un

carruaje hizo sonar los cascos de los caballos que tiraban de


él. – Debo irme, Kathy. Te deseo mucha suerte.

Quince días después vagabundeó por las calles observando


a las prostitutas callejeras. Tenía mucha hambre y mucho

frío. No resistiría una noche más en la calle. Y entonces fue


cuando paró el carruaje de Lord Briton…justo a tiempo.
-Eres realmente hermosa, niña – dijo la doncella mirando su
cuerpo frente al fuego. – Ojalá tengas suerte con los planes

de Lord Briton.

La doncella guardó silencio repentinamente como si hubiera

dicho algo indebido pero Katherine no lo pasó por alto.

-¿Usted sabe cuáles son esos planes, verdad?

La doncella dejó escapar el aire de su pecho.

-Te va a proponer que seas el cebo amoroso de algún

hombre importante. Pero serás una dama. El trato no


incluye tener intimidad sexual con nadie. De hecho es difícil

que siendo una dama se te permita estar a solas con


alguien. Él te dará más detalles. Pero no digas que te he
dicho nada.

La doncella llevó a Katherine frente al gabán de cuerpo

entero.

Y fue entonces cuando Katherine abrió la boca de par en par

al verse reflejada en él.

CAPÍTULO 2
Ahora entendía la seguridad de aquellas mujeres de buena
posición.

Era fácil sentirse segura cuando tenías buen aspecto, ibas

vestida entre sedas susurrantes que crujen al caminar y tu


cabellos brillan como una gema colocada al sol.

Katherine pasó sus manos por el rostro, casi no creía que


fuera la mujer reflejada en el espejo. Sus ojos brillaban sin

que hubiera ningún mechón de cabello sucio que interfiriera


en la claridad de su mirada. La señora Graw había dispuesto

sus ondas rojizas en suaves bucles que rozaban los hombros


al descubierto y el vestido color melocotón caía sobre unas
enaguas que con suave vuelo elevaban su falda dándole

movimiento. El corpiño apretaba sus pechos sin brusquedad


dándole un aspecto sugestivo sin caer en la vulgaridad.

-Con lo joven que eres no hace falta apretar más – dijo la


doncella. – Mostremos que eres una mujer bonita sin
pasarnos. No queremos que Lord Briton sufra una
conmoción.

-Señora Graw…¿Está segura de que ese anciano no me ha


traído aquí para calentar su cama? A mí me dijo que era
para emplearme en el hogar.

-Estoy completamente segura, niña. Puedes estar muy

tranquila.

Katherine volvió a suspirar para aliviar la tensión que sentía


y advirtió como sus pechos se elevaban en el corpiño y
volvían a descender.

Bajó por la escalera de mármol guiada por la señora Graw


hacia el despacho donde Lord Briton la esperaba.

La mirada del anciano se paseó por su cuerpo hasta llegar


al rostro.

-¿Lo ve, señora Graw? – dijo. – Yo sabía que esta joven era
una belleza y merece una oportunidad.

Katherine sintió como su cuello se tensaba al escuchar


aquellas palabras.

-¿Qué tiene que ver mi belleza con los servicios que voy a

desempeñar en la casa? – Preguntó levantando el mentón.

-Y además es una dama – dijo Lord Briton sonriendo. – Ya ve


que no me equivoqué.

Se giró hacia Katherine.


-Siéntese, niña, por favor. Señora Graw, tengo la impresión
de que la joven tomaría más confianza si usted permanece

con ella, la invito a tomar asiento.

La doncella tomó a Katherine de la mano y la hizo sentarse


para ponerse después a su lado.

-Verá, señorita Walls, necesito entablar relaciones con


personas muy especiales. Hay un cierto grupo de
negociantes en Londres muy poderosos. – Lord Briton se
quedó por un segundo meditando acerca de sus propias

palabras. – Los reconocerá porque son muy altos, muy


grandes y muy guapos. – Volvió a haber una inflexión en su
voz. – Con esa clase de atractivo que los haría apetecibles
para cualquier joven de su edad.

-No entiendo qué quiere decir con eso. A mí no me tiene que


resultar apetecible ningún hombre, Lord Briton. Usted me
dijo que me ocuparía del hogar.

-No te está proponiendo nada indecente, Katherine – dijo la


señora Graw. – Escucha a Lord Briton, es un buen hombre
como tú eres una buena muchacha.

Katherine volvió a poner sus ojos cobalto sobre el anciano.


-Entiendo que estés susceptible, querida, sé que todo esto

es muy poco ortodoxo. Es cierto que en un principio pensé


que sacarte de las calles para ponerte a servir en mi hogar
sería una oportunidad para ti. Pero cuando he visto tu
belleza he pensado que podrías ayudarme a conseguir mis
propósitos. Lo que te propongo no es nada deshonesto. Al

contrario. Estaría feliz si pudieras pescar un marido y


ayudarme a mí a la misma vez.

-¿Pescar marido…yo?

La risa de Lord Briton se mezcló con la de la señora Graw.

-¿Y por qué no, Katherine? – Preguntó la doncella. – Eres una


joven realmente hermosa.

-Porque soy una chica sacada de las calles, sin formación,


sin conocimiento de los protocolos en la sociedad en la que
ustedes se mueven. Y – Katherine tomó unos segundos para
encontrar las palabras – porque no entiendo cual es el

motivo por el que ustedes desean ayudarme.

-Tus dudas solo vienen a demostrar que eres una persona


inteligente, querida. Me hace feliz comprobarlo.
Una mujer joven ataviada con una cofia que sujetaba su

cabello oscuro entró en el despacho llevando un carrito en


el que transportaba una tetera acompañada de tres tazas
para servir el té.

-Buenas noches, lord Briton – dijo la muchacha. - ¿Sirvo té


para los tres?

Lord Briton hizo un gesto afirmativo.

-Yo no tomaré, gracias – dijo Katherine.

-¿No le gusta el té, niña? – Preguntó Lord Briton.

-Me encanta pero quisiera aclarar esta confusión antes de

tomar nada.

Lord Briton entendió la desconfianza de la muchacha.

-Regina – dijo dirigiéndose a la bonita sirvienta – muéstrele


las tazas a la señorita Walls para que vea que no hay nada

dentro de ellas y sírvanos primero a la señora Graw y a mí.


– Se giró hacia Katherine. – No sabe cómo me gusta que
esté tomando tantas precauciones pero le aseguro que
nadie va a envenenar su té.
Katherine observó como ambos, Lord Briton y la señora

Graw, bebían su té entero.

-Regina, puede servirnos de nuevo.

Katherine tomó su té y bebió.

-Señorita Walls… ¿me permite llamarla Katherine? – La


joven hizo un asentimiento con la cabeza. – Bien, muchas
gracias, Katherine. Lo que yo le propongo es colocarla junto

con la señora Graw en los bailes y encuentros de Londres


para que me localice a ese tipo de hombres con un
abundante caudal económico.

- Lord Briton, no entiendo mucho de alta sociedad pero

siempre he pensado que las personas que se mueven en


ese círculo son todas ricas. No sabría reconocer quién tiene
más dinero.

-Pero la señora Graw y yo, sí. No se preocupe, querida, ella


le dirá quiénes son, usted solo debe hacer que se
embelesen con su preciosa cara.

Katherine agitó las manos en el aire para abanicarse.

-¿Está bien? – Preguntó Lord Briton preocupado.


-No, estoy aturdida – respondió Katherine.

La señora Graw se levantó para abanicarla con un


pergamino de los que Lord Briton tenía sobre el escritorio.

-Creo que está confundida con tanta información. – Dijo la


señora Graw mirándola con cierta compasión.

-De verdad no sé si estoy preparada para esto, Lord Briton.


Seguramente debería usted buscar a una joven dama que

conozca todos los secretos de la alta sociedad londinense y


que le ayude en sus negocios. Me siento incapaz de hacerlo.
Yo jamás interactué con hombres, no sé comportarme.
Déjeme limpiar su casa y organizar su escritorio y seré feliz

con ello.

-No puedo creer lo que me está pidiendo, Katherine –


respondió Lord Briton. – Le estoy ofreciendo la vida que

cualquier dama querría, mucho más si viene de la miseria


de los barrios pobres. ¿Es su miedo más grande que su
ambición?

-Discúlpeme si le parezco poco ambiciosa pero lo que usted

ve como un defecto es una virtud. Yo solo aspiro a una vida


sencilla donde no falte comida en mi mesa ni techo sobre mi
cabeza. Eso es todo.

Lord Briton echó una mirada cómplice a la señora Graw.

-¿No desea un marido ni unos hijos? – Preguntó Lord Briton.

-No – respondió Katherine.

El anciano puso sus manos nudosas bajo la barbilla en un

gesto pensativo.

-¿Puede saber por qué?

-He visto como los hombres se acercan al callejón oscuro

para tomar los servicios de las prostitutas. – Respondió


Katherine. – Hombres encopetados, hombres de la alta
sociedad que tienen esposas e hijos. Deseo para mí una
vida sin mentiras y veo que la mentira es la forma de vida

en estos círculos.

Lord Briton abrió la boca para decir algo pero la señora


Graw le hizo un gesto con la cabeza.

-Tienes razón, Katherine, los hombres son despreciables,


juega pues con ellos, incítalos, hazles ilusiones y después
rompe sus corazones. Si lo haces bien y atraes hacia ti los
hombres que Lord Briton necesita para su propósito se te
pagará cuantiosamente para que puedas llevar esa vida
sencilla y honrada que tanto anhelas. ¿Confías en mí?

Lord Briton sabía que la señora Graw era una baza fuerte a
la hora de ganar la confianza de la muchacha y la dejó
hacer.

-No estoy segura de que yo sepa romperle el corazón a un

hombre. – Respondió Katherine.

-Es muy sencillo, querida – le respondió la doncella. – Te


muestras encantadora en ocasiones y fría y distante en

otras. Yo te enseñaré.

Katherine inspiró el aire con profundidad y lo dejó salir de su


pecho tras unos segundos.

-Tengo una duda – dijo. - ¿Por qué usted, Lord Briton, es tan
condenadamente ambicioso? Es usted rico, mayor…¿no
debería ya conformarse puesto que la vida ha sido muy
generosa con usted?

Lord Briton apuró el té de su taza.

-Lo que ambiciono no es económico – respondió el anciano.


– Se lo contaré todo con más detalle cuando esté preparada.
CAPÍTULO 3

El olor a licor fuerte cargaba el ambiente del casino hasta


crear un clima asfixiante donde la conversación entre dos
licántropos se tornaba por momentos en una diferencia
opresiva de opiniones.

El licántropo más mayor había contado cómo tenía


conocimiento de la enfermedad que aquejaba a un amigo
de la infancia y su convencimiento al no haberlo convertido
en lobo sesenta años atrás. Sostenía que le resultaba

dolorosa la pérdida pero que lo justo era que los humanos


vivieran su tiempo tal y como les hubiera tocado.

-No no me arrepiento de la decisión. Aunque ahora me vea

afectado la verdad es que perder a humanos con los que


hemos establecido lazos afectivos forma parte de la vida de
un licántropo. No podemos convertir en un lobo a todo
humano que vaya a morir.

-¿Y si podemos transformar humanas para que puedan parir


un hijo nuestro? – Preguntó Kenneth Midelton con voz suave
pero espíritu de hierro.
-No deberíamos pero por el problema de falta de hembras
es natural que se haya pasado por alto tal condición. –

Respondió el lobo mayor. – Sé perfectamente que no estás


de acuerdo con la práctica, Kenneth, por eso aún no tienes
descendencia. Pero ¿qué ocurriría si te sublimaras con una
humana? ¿Dejarías pasar la ocasión sabiendo que el
momento solo se presenta una vez en la vida?

-Walter, te respeto y respeto tus ideas – respondió Kenneth –


pero permíteme que te recuerde que son muchas las cosas
que solo se presentan una vez en la vida. El nacimiento es

solo una vez, la pérdida de la inocencia también, la muerte


es otra de ellas. ¿Qué diferencia hay entre decidir no
intervenir en la muerte humana o no intervenir en la
sublimación? De la misma manera que tú decides

libremente, yo también lo hago. No me parece correcto que


solo se acomoden las normas a nuestra conveniencia. Si
podemos convertir humanas también deberíamos poder
salvar de la muerte a un humano ¿no crees?

-Hay una lógica innegable en tu razonamiento, muchacho,


pero no termino de captar tu negativa a la sublimación.
-Mi negativa solo es tal si la sublimación se produce con una
hembra que no es de nuestra especie, es decir, si no es

licántropa.

-Pero entonces nos habríamos extinguido, Kenneth.

-Pues aceptemos el hecho de que somos una especie en

extinción y que antes o después esa extinción llegará sin


alterar el orden cíclico de la naturaleza.

La luz de la tarde fue apoderándose del recinto donde


algunos likaes más se incorporaron a la conversación. El

ambiente se fue despejando cuando los humanos apagaron


sus puros para volver a casa. Kenneth Midelton siempre
disfrutaba de ese tipo de conversaciones donde se debatía
el hecho de convertir su especie en una mezcla de razas. Él,

con ciento cincuenta años a sus espaldas, no tenía ningún


problema en aceptar que debía desaparecer en algún
momento y creía firmemente que todos los licántropos
debían aceptarlo. Sin embargo, en algún momento de esa

tarde alguien dijo algo que lo hizo reflexionar.

-¿Y las humanas que han sido atacadas por lobos y que se
han convertido involuntariamente? Por lo menos a estas
deberíamos ayudarlas. Se enfrentan a una vida de rarezas

físicas y emocionales que no saben descifrar. Al menos


merecen que se les diga que la mitad de su sangre es
licántropa. Que no son raras ni unas inadaptadas, son
diferentes, especialmente diferentes y superiores a todas
aquellas a las que les gustaría parecerse.

-¿Cuántas de esas hembras tenemos? – Preguntó Kenneth.

-Se cuentan por decenas – respondió el licántropo joven. –


Son una asignatura pendiente en nuestra raza. No sabemos

cómo abordarlas para ponerlas en conocimiento, Kenneth.

-¿Pero están ubicadas?

-Tenemos a algunas pero me temo que la mayoría

permanecen en el anonimato.

Lord Stanford abandonó con discreción el salón del casino.

Hacía tiempo que la conversación había dejado de tener

importancia para él. No le preocupaban las humanas


atacadas por lobos, ni las nuevas razas que se formaban por
uniones entre humanas o valquirias. No le importaba que
los lobeznos nacidos fueran likaes o semi licántropos. Todo

eso a él le daba igual. Era un viejo lobo con el físico de un


hombre de cuarenta años, un lobo mayor que había visto de

todo y lo único que no había podido olvidar en toda su vida


era la mirada suplicante de su amigo de la juventud
pidiéndole que lo convirtiera. Lord Briton había tenido una
buena vida. Había sido reconocido y respetado en todos los

círculos. Había amasado una fortuna a pesar de sus


múltiples errores de inversión. Si debía morir ahora por su

ancianidad debía aceptar su destino.

Sin embargo, al salir a la calle y sentir sobre sus mejillas el

aire frío de Londres, se preguntó una vez más por qué un


muchacho como lo era Lord Briton en su juventud, deseaba

ser otra cosa que un humano con una buena vida.

CAPÍTULO 4

Tras las cortinas de su dormitorio Katherine Walls contempló


como un cielo grisáceo se alzaba sobre las montañas que

divisaba a lo lejos tras los amplios ventanales. Lástima

perder el tiempo colocando vidrieras altas y amplias para


iluminar una habitación en un lugar como Londres donde

apenas asomaba el sol. En eso estaba de acuerdo con Lord


Briton, existían lugares mejores para vivir pero sus ojos

jamás habían contemplado otro paisaje que el de los barrios

pobres de la gran urbe.

A pesar de que las nubes anunciaban agua y de que el día


estaba frío ella se sentía como nunca. No era raro. Después

de haber dormido sobre frías losas de granito o bajo algún

arbusto buscando algo de calor, aquel colchón mullido y


suave era una delicia, ni qué decir de las suaves cobijas que

habían abrigado su cuerpo durante toda la noche.

A las ocho de la mañana había entrado la señora Graw con

un vaso de leche caliente con miel, unas tostadas de


mantequilla, café y té.

¡Dios, los ricos también comían a primeras horas de la

mañana!

Mientras la dejaba comiendo observando con una sonrisa en

los labios el apetito con que devoraba todo, la señora Graw


había encendido el hogar del dormitorio. Katherine había

mirado el proceso con fascinación. Primero ponía unas

piedrecitas de carbón, después algo así como unas hebras


pajizas y, sobre éstas, preciosos troncos de madera
cortados de forma cilíndrica. Poco a poco y con ayuda de un
fuelle para darle aire las pequeñas ramitas fueron

prendiendo hasta conseguir llegar a los troncos.

-¿Nunca habías visto encender un fuego? – Preguntó la

señora Graw al verla contemplar extasiada las llamas.

-Lo he visto hacer en la calle, pero no es muy seguro para

una mujer acercarse al fuego donde los vagabundos


duermen.

-Pues este es solo para ti, mi niña. – Katherine respondió

con una sonrisa al cariñoso comentario. – Disfrútalo. Has

debido sufrir mucho por esas calles. Ahora tendrás la


seguridad que te ha faltado toda la vida. Has sido

afortunada de haber encontrado a Lord Briton. ¿Tienes más

hambre? – Katherine asintió con la cabeza tímidamente. –


Muy bien, ahora te traeré más comida y después daremos

un paseo por el centro de Londres.

La señora Graw no podía estar más contenta. La muchacha

tenía mucha facilidad para aprender el protocolo. Apenas le


había explicado un par de veces el uso de los cubiertos y

parecía llevar usándolos toda la vida.


Sin duda Lord Briton había acertado al poner a la joven

como cebo para los licántropos. La muchacha no sufriría

ningún daño con ella al lado y podrían conseguir alargar la


vida de su Lord, aquel que hacía treinta años también le

había dado una oportunidad apartándola de las calles. No


había tenido tanta suerte como la joven Katherine. Ya no era

virgen cuando se empleó en su hogar y su única alternativa

era contraer matrimonio con algún señor mayor. Ella se


negó en redondo y prefirió seguir trabajando a sus órdenes

como ama de llaves.Y sobre todo, prefirió seguir al lado de

lord Briton con su hermoso cabello negro, sus ojos grandes


y expresivos y su cuerpo elegante.

Ahora haría todo lo que pudiera por Katherine Walls.

Todo cuanto pudiera por salvar a Lord Briton.

CAPÍTULO 5

Sin duda era una persona afortunada, pensó Katherine

cuando al salir de la casa para meterse en el carruaje con la


señora Graw el cielo de Londres decidió dejar de llorar para

que el sol tuviera un lugar. El camino fue absolutamente


delicioso entre los pliegues de su vestido sedoso como toda

una dama, las brisas invernales que se colaban por la


pequeña ventanilla moviendo sus ondas rojizas y la mirada

de todo el mundo clavada en ella cuando el cochero abrió la


portezuela del carruaje para que ella pusiese sus pies sobre

los adoquines londinenses.

Acababa de llegar a Madison ‘Square con sus calles repletas

de toldos con vendedores ambulantes ofreciendo un


mercadillo con todo tipo de artículos femeninos; calzas para

los zapatos, medias, sombreros, corsés, enaguas, ricas telas

que se extendían desplegándose de sus rollos de cartón.

Era consciente que su cabello llamaba la atención. Escuchó


a alguien preguntarle a la señora Graw si era irlandesa. No

lo era, era inglesa, sin embargo, en su barrio siempre le

habían contado que su madre era una irlandesa pelirroja y


con pecas que tras tener una aventura con un marinero

inglés la había parido en la habitación de un motel. Nunca

supo si era verdad. Las inglesas tenían el cabello dorado,


alguna belleza exótica caminaba con sus oscuros cabellos

recogidos y destellando brillos azabaches y luego…luego


estaba ella. La pelirroja sin ascendencia. No menos bella
que otra. De hecho, más hermosa que la mayoría de las

mujeres, damas o sirvientas.

La señora Graw le advirtió que entrar en la tienda de la Lady

Chaim sería toda una experiencia.

-Querida, recuerda que eres la sobrina irlandesa de Lord

Briton y que has venido para pasar la temporada de


invierno en Londres – le advirtió la doncella mientras le

acomodaba el volante del vestido para que su escote no

fuera demasiado evidente.

Y, efectivamente, en cuanto entró de la mano de la señora


Graw, Lady Chaim la atrapó entre las suyas como si fuera

una presa. Dio dos palmadas y dos empleadas empezaron a

sacar sombreros y pamelas, rollos con telas de seda y


terciopelo, y delicados encajes de chantilly. Antes de que se

pudiera dar cuenta ya había un modisto de maneras


afectadas tomando medidas en su pecho y cintura y dejó de

contar las veces que le dijeron lo hermosa que era.

Era tal su deleite que no pudo observar al caballero que la

contemplaba al otro lado del salón mientras esperaba

detrás de uno de los vestidores. Una mirada extasiada


brillaba en los ojos de Kennet Midelton mientras observaba

a la dama. La señora Graw se fijó en la altura, en la línea


firme de la mandíbula, en los anchos hombros que

dominaban las jambas de los vestidores para albergar unos

brazos musculados y un cuerpo fuerte y robusto. Eran


demasiados años tratando con licántropos para no advertir

sus ojos verdes con una ligera sombra dorada tras ellos.

Vaya, tan pronto como Katherine había salido al centro de

Londres había atraído al primer likae. El problema era que


estaba esperando a alguien y por aquel tipo de tienda

dedicada solo a artículos femeninos, con seguridad


esperaba a una mujer. Ni a ella ni a Lord Briton le interesaba

que Katherine pudiera ser tomada por amante de un

hombre poderoso. Querían un likae, un likae tan enamorado


de ella que fuera capaz de convertir a Lord Briton en otro

licántropo y así salvar su vida.

Tal vez lo más aconsejable sería acercarse al muchacho de

unos treinta años y hacerle saber que la hermosa joven que


la acompañaba era la sobrina de uno de los hombres más

acaudalados de la ciudad. Con esa carta de presentación

cualquier intento deshonesto quedaría mutilado.


Miró a Katherine que, con regocijo, se dejaba querer por las
amables palabras del modisto quien le aseguraba que

había medido a pocas damas que tuvieran tan equilibradas


proporciones, y se acercó al muchacho. Este ni siquiera

advirtió los pasos de la señora Graw hacia él, seguía

hipnotizado con Katherine.

-Disculpe, señor… - hizo la pausa pertinente para que el

joven completase su nombre.

-Midelton – respondió él. – Kenneth Midelton.

La señora Graw sonrió al acaparar la atención del joven por


primera vez.

-Me alegra de que por fin ponga sus ojos en mí, señor


Midelton. Soy la señora Graw, doncella particular de la

señorita Briton, Katherine Briton, sobrina de Lord Briton.

La señora Graw advirtió como el joven apartaba los ojos de

ella y los volvía a posar en Katherine.

-¿Sobrina? Pues no se parece en nada – respondió Kenneth

con algo de insolencia.

-Sobrina, señor Midelton, que no le despisten sus cabellos


de valquiria. – Con aquella frase y especialmente con la
mención de la palabra “valquiria” logró que Kenneth la

mirara fijamente. – Una madre irlandesa es la responsable


del color de sus cabellos, el azul de sus ojos es

innegablemente de su padre inglés. Ambos viajan en este

momento hacia las exóticas tierras del pacífico así que


durante una temporada nuestra Katherine se quedará con

Lord Briton.

-¿Qué edad tiene la señorita Briton? – preguntó Kenneth.

-Dieciocho años – contestó la señora Graw.

-¿No es demasiado joven para ser su sobrina? – Insistió

Kenneth.

-Señor Midelton – dijo la señora Graw sin perder la sonrisa –

empiezo a tomar como una cierta insolencia sus aparentes


dudas.

-No lo tome como tal, mi querida señora – respondió


Kenneth con una sonrisa encantadora que remarcaba los

hoyuelos de sus mejillas. – La joven es realmente hermosa,

muy joven para ser la sobrina de un lord tan mayor, pero


hermosa.
-¿Le serviría de algo saber que en realidad es hija de un
sobrino y no de un hermano? Algo así como una sobrina

nieta.

Kenneth sonrió.

-Eso es mucho más apropiado, señora Graw, sinceramente,

un alivio – declaró Kenneth.

-¿Un alivio dice, señor Midelton?

-Bastará con que me llame Kenneth, querida señora. Un

alivio saber que un anciano tan respetable tiene una sobrina

tan hermosa y, debo intuir, igual de respetable que él.

La señora Graw sabía perfectamente lo que intentaba


dilucidar el joven Midelton. Era llamativamente cierto que la

muchacha tenía edad de ser su nieta y no una sobrina. La

inquietud del joven pasaba por saber si Katherine Briton era


la concubina de un anciano.

-La señorita Briton es tan respetable que jamás ha tenido

pretendientes – respondió la señora Graw. – Lord Briton es

conocido por su honorabilidad y tan honorables como él son


sus descendientes entre los que se cuenta nuestra belleza

irlandesa. – La doncella adivinó un gesto de satisfacción en


el muchacho. – No obstante, mi querido joven, no debería

quitarle el sueño la respetabilidad de una joven recién

llegada a Londres cuando usted espera que una dama salga


del vestidor.

Quiso la casualidad, que es el nombre que los humanos dan

al destino, que en ese momento Katherine girara la cabeza

y se encontrara con la mirada verde de Kenneth Midelton.


Un azul femenino frente al verde de Kenneth, una exquisita

combinación que hizo que aquel par de ojos se miraran


intensamente durante un largo minuto en el que la señora

Graw se preguntó si debía interrumpir la posible

sublimación que estaba ocurriendo, pero no fue necesaria


su intervención. Una cabeza llena de rizos negros asomó por

el vestidor.

-Querido – dijo la mujer que con toda probabilidad era una

dama enviudada demasiado pronto – la señora tiene razón.


Deja de mirar a esa joven y de embelesarla – dijo lo

suficientemente alto como para que Katherine la escuchara.

– Le encanta probar sus dotes de seducción sobre jóvenes


inocentes, discúlpelo – dijo la dama dirigiéndose a la señora

Graw.
Algo se contrarió en el gesto de Katherine al escuchar
aquellas palabras y ver como la mujer de los rizos azabache

cogía a Kenneth posesivamente del brazo. Una mujer

innegablemente hermosa, con esa clase de voluptuosidad


femenina que volvía locos a los hombres. Una dama, no

obstante.

-Señora Graw – dijo la mujer – será un placer ver a la

sobrina nieta de lord Briton en un baile de temporada.

Dicho lo cual dirigió los pasos de Kenneth hacia la salida de

la tienda.

Katherine miró con el ceño fruncido a Kenneth.

Este parecía malhumorado.

La puerta de la tienda tintineó su carrusel de aire cuando se

cerró tras ellos.

CAPÍTULO 6

Lady Elizabeth Gregory había lavado sus cabellos con

aquellos polvos importados que eran la última novedad en

Francia. Se trataba de una base pulverizada que, al


mezclarse con agua, hacía espuma. Los últimos artículos

traídos del país galo eran una locura; medias de seda en

color negro que estilizaban las piernas hasta convertirlas en


firmes y satinadas columnas corintias y la idea de sombrear

las pestañas con la pasta de cerosa de carbón era una


genialidad que agrandaba aún más sus ojos grises, la única

característica de su belleza que no le gustaba. Hubiera

soñado con tener unos ojos profundamente azules como los


de esa mujer que había capturado con su mirada la atención

de Kenneth. Sin embargo los suyos parecían un mar acerado

en una noche de invierno, casi transparentes. Se olvidó de


aquel feo pensamiento y dedicó de nuevo su atención al

embellecimiento. Adoraba la idea de higienizarse y que su


cuerpo oliera bien contradiciendo la fea costumbre inglesa

de lavarse únicamente una vez por semana. En Italia los

baños y termas eran tan habituales que se podía decir que


era el país más aseado de Europa. Era una magnífica idea

traer esas costumbres a Inglaterra y que, al menos las

damas de alta sociedad, fueran exhalando dulces perfumes.

Los polvos para el cabello eran francamente agradables al


convertirse en espuma y despedían un sutil olor a vainilla. Y
ella no olvidaba jamás que lo primero que le gustó a

Kenneth Midelton de ella fue su olor a vainilla.

Aquel hombre no solo era impresionantemente guapo sino


que tenía docenas de cualidades extraordinarias y una de

ellas era esa; su capacidad para percibir los olores más

sutiles. Por eso a ella le gustaba sorprenderlo con fragancias


nuevas. Era una cliente habitual en las perfumerías más

caras de Londres y, a menudo, pensaba que era esa mezcla


de flores y aceites lo que mantenía enganchado a Kenneth

Midelton a ella. En cuanto a los costes no había problema,

todo lo pagaba Kenneth. Después de todo ser mujer solo


resultaba rentable cuando un hombre rico se encaprichaba

de una.

Su magnífica melena azabache, sus ojos grandes y su

voluptuosa figura la habían convertido tiempo atrás en la


esposa de Lord Gregory, ya fallecido. El único problema de

aquel enlace era que su esposo era un hombre muy mayor.

Su padre, un hombre práctico que conocía las miserias de la


pobreza, no había tenido miramientos a la hora de

entregarla a un hombre mayor siempre y cuando asegurara


la supervivencia de su hija más allá de su muerte. Así lo
prometió Lord Gregory prendado de aquel pimpollo de piel
clara y cabellos oscuros.

Siempre fue bueno con ella. Incluso en sus torpes intentos

sexuales había en él una dulzura que la conmovía y vivió

con satisfacción a su lado a pesar de desconocer los


deleites de una vida sexual plena.

Vivió en la opulencia. Viajó con su esposo por toda Europa.

Probó los más dulces manjares traídos de cualquier lugar

del planeta. Sus vestidos de las más ricas telas y sus


perfumes eran admirados por todo Londres. Tal vez Lord

Gregory quería así compensarla por su fidelidad y por la


falta de esa intimidad sexual que toda mujer joven necesita.

Sin embargo, para su tranquilidad, el anhelo íntimo de la

virilidad masculina pasó a un segundo plano ya que si había


algo que le sobraba a Lady Elizabeth Gregory era

inteligencia y no tenía la menor duda de que la verdadera

felicidad consistía en una vida sin preocupaciones.

Sintió la muerte de su esposo, lo lloró de verdad, lo extrañó


terriblemente.. Echó de menos las charlas en el sofá

mientras el fuego crepitaba en las chimeneas y las ventanas


del salón se empañaban por la lluvia.. Lord Gregory

encontraba amena su charla sobre telas, bordados y


vestidos. Le divertían sus comentarios acerca del aspecto

desmejorado de Lady Ederton o sobre lo que había

engordado la esposa del marqués de Bath. Por su parte, a


ella le encantaba escuchar las historias de su esposo, sus

viajes a la soleada Italia para copiar el sistema de drenaje


de las aguas residuales y las historias de las especias indias

que eran transportadas a través de la Ruta de la Seda, un

negocio cada vez más próspero del que lord Gregory se


beneficiaba con sus inversiones.

Cada vez que escuchaba el crujido de las hojas de té

hirviendo se le antojaba que su esposo podía aparecer en

cualquier momento para recordarle lo hermosa que era y lo


afortunado que se sentía de haberla encontrado. Y al final

de su matrimonio, cuando Lord Gregory ya estaba my

enfermo, comprendió que lo amaba.

Tal vez existían muchas clases de amor y el cariño estable y


respetuoso era uno de ellos.
Después de la muerte de su esposo vino la peor época. No
solo sentía el vacío doloroso de su pérdida sino que el

riguroso luto de un año le pesaba día tras día. Vivía


enfundada en telas negras, en un ambiente de penumbra

con las cortinas siempre echadas para impedir que la luz del

escaso sol inglés penetrara en la vivienda y acudiendo a los


cultos religiosos cada tarde para llorar su muerte.

Tres meses pasaron hasta que Lady Gregory decidió que ya


había llorado lo suficiente y una mañana de primavera

descorrió el pesado cortinaje y dejó que la luz del día


iluminara su bello rostro.

El luto fue pasando del negro al gris y en solo seis meses ya


había hecho la delicada transición de colores que imponían

las normas sociales. Empezó a salir al centro de Londres


vestida con suaves colores de tono ocre, pero al comprobar

que la alta sociedad criticaba su premura para dejar el luto

a pesar de sus intentos por hacer las cosas de la forma más


correcta posible, decidió llenar sus armarios y vestidores de

colores carmesí.
Aquella fue su rebeldía contra las estrictas normas sociales

que obligaban a una joven de veinticinco años a llorar


durante un año entero la muerte de su esposo.

¿Acaso alguien ignoraba que lo normal en ese tipo de


matrimonios era que el esposo muriera ante que la esposa?

Después de todo había pocas posibilidades para una viuda

aunque esta fuera joven. Dada la evidente pérdida de virtud

era muy difícil que un hombre joven la desposara de nuevo.


Desde luego podía volver a contraer nupcias con un hombre

mayor pero esto solo tenía sentido si los recursos


económicos eran escasos…¿para qué quería ella un hombre

mayor si su economía estaba saneada?

¡Ella quería a uno joven!

Deseaba fundirse en las manos de un hombre que la hiciera


vibrar de pasión, que la hiciera gemir…deseaba sentir eso

que cantaban los poetas en sus versos, deseaba el fuego, la


pasión arrebatadora, la locura que te roba los sentidos, las

mariposas en el estómago…lo único que Lord Gregory no le

había podido dar.

Y entonces apareció Kenneth Midelton.


Fue la explosión de sus sentidos, el olvidarse de sí misma, la
desnudez incitante, la ilusión de sentirse amada, el deseo

corrosivo de la carne…un mundo hasta entonces vetado

para ella. Pero siempre , en ese paraíso de sensaciones,


supo que solo un milagro conseguiría que él la tomara por

esposa.

No le importaba…mientras fuera suyo, no le importa nada

más.

CAPÍTULO 7

Los cubitos de hielo sobresalían dando un toque gélido al

líquido dorado y oscuro. Un buen whisky irlandés templaba


los nervios de cualquiera. Le daba absolutamente igual

estar en pleno centro de Londres y pedir el licor irlandés.

Era un tipo robusto y fuerte y, aunque su naturaleza era


pacífica, no se las gastaba con remilgos si alguien le

increpaba. Si el whisky irlandés era mejor que el inglés era

así y había que aceptarlo…y punto.

Naturalmente no iba a permitir que su lobo se impusiera en


cuestiones tan intrascendentes y por su mente no pasaba la
idea de lastimar a ningún humano pero Kenneth Midelton

tenía que reconocer que su ánimo estaba por los suelos

desde que había visto a la encantadora Katherine Briton en


la sombrerería de Lady Chaim.

Había varias cosas que lo perturbaban, pensó mientras

escuchaba el rumor de la lluvia cayendo contra el techo del

casino provocando un ruido sordo…en primer lugar le


molestaba quién era ella. Conocía la reputación de Lord

Briton. Jamás aquel hombre había dado un escándalo. En su


juventud había estado enamorado de una joven de la que se

alejó repentinamente. Nadie supo nunca cuál fue el motivo.

Kenneth y el resto de licántropos de Londres sabían que tal

hecho coincidía con el momento en que le pidió a lord


Stanford que lo convirtiera, negándose este. Más allá de ese

pequeño detalle que bien podía ser una casualidad, no se

sabía nada más de él. Hombre austero a pesar de su


fortuna, parecía encontrar satisfacción en ayudar a las

personas más desfavorecidas. Todos sus empleados estaban

recogidos de las calles de Londres; eran mujeres y hombres


de mala vida a los que Lord Briton había dado una

oportunidad y todos, sin excepción, se habían rehabilitado y


llevado una vida honrada y digna a su servicio. Además
cada uno de ellos guardaba una profunda lealtad al lord. No

se le conocían ni cuarteronas ni amantes, jamás había

estado metido en negocios sucios ni estafado a nadie. Era


un hombre respetable e íntegro… ¿de dónde salía pues

aquella muchacha cuyos ojos color mar le habían

hipnotizado?

Se había sentido un soberano imbécil cuando la joven le


mantuvo la mirada y, en lugar de acercarse a ella para

besarla, se había dejado apabullar por Lady Elizabeth

Gregory que lo había cogido posesivamente del brazo…por


no hablar del marcaje de la señora Graw, fiel doncella de

Lord Briton.

¿Pero que estaba ocurriendo?

¿Llevaba tanto tiempo entre humanos que se había

aburguesado?

Él era un licántropo, un ser indomable que hacía su voluntad

y las estrictas normas sociales de Londres no iban a mitigar


su naturaleza salvaje.
Lo primero que iba a tratar de averiguar era aquello que le

estaba quemando la sangre…¿era la muchacha una

concubina de Lord Briton? Era muy joven, y teniendo en


cuenta la disposición del lord a ayudar a las personas

descarriadas, tal vez fuera una protegida a la que dotaría

de fortuna si calentaba su cama en los últimos años de vida.

Le preguntaría a a lord Stanfor, decidió.

Él lo había conocido en su juventud y le había negado la


posibilidad de ser un likae convertido. Siempre podría

retomar el contacto con su viejo amigo y averiguar quién

era la joven que lord Briton vestía con las mejores telas. Eso
en cuanto a Katherine Briton. Y con respecto a Lady

Elizabeth Gregory…esto era harina de otro costal.

Era del todo cierto que la mujer le gustaba. Era hermosa,

deseable, notablemente culta y de modales refinados. No


buscaba un marido aunque sí un amante como compañero

de vida. Nunca le mintió, nunca le hizo promesas, pero

Kenneth, en su fuero interno, sabía que con ella había


adoptado muchos de los usos de los machos humanos.
La diferencia entre un likae y un humano en estas

cuestiones era básica. Mientras que un humano se


guardaba las espaldas no haciendo promesas y

amparándose en el silencio de no comprometerse con una


mujer, un likae entendía que no ser claro también era una

forma de mentir. Y él no había sido claro con Lady Elizabeth.

La relación se había alargado durante un año, tiempo


suficiente para que la mujer pensara que había una cierta

estabilidad. Kenneth no había visto a otras mujeres y se

sentía muy cómodo con ella, sin embargo, no estaba


enamorado. Y ese era el pequeño detalle que no se había

molestado en desmentir.

Apuró el whisky de un tirón.

Dejó unas monedas sobre la mesa y salió a la noche de

Londres para enfrentarse con Lady Elizabeth Gregory.

Sus palabras le harían daño. Sería cortés y caballeroso. Le

diría lo mejor que se puede decir en estos casos, que era


una mujer extraordinaria y que merecía algo mejor que él.

Sintió asco por sí mismo.

Se estaba comportando como un humano.


CAPÍTULO 8

Katherine había desfilado con sus sombreros para Lord

Briton. Lejos de sentirse sucia, observada o mirada con


lascivia, había encontrado en el anciano el beneplácito de

un padre o de un abuelo.

Las relaciones entre la muchacha y el anciano se habían

estrechado al punto de llegar a conversar sobre la


conveniencia de dominar con precisión la lengua inglesa,

aprender buenos modales y empezar a jugar al ajedrez, la


última moda de los casinos de Londres. Se decía que la

reina Victoria usaba aquel juego para evadirse de la crianza

de sus nueve hijos y el resto de la sociedad londinense


estaba más que dispuesta a probar cualquier cosa que

propusiera su amada reina.

Katherine parecía tener una disposición innata a la hora de

aprender las diversas y variadas estrategias del tablero,


algo que satisfizo enormemente al lord que, por fin, tenía un

contrincante sin tener que salir de casa.


Hasta ese momento solo podía disfrutar de las delicias del

ajedrez acudiendo al casino y la fría niebla londinense no


era adecuada para su delicado estado de salud por lo que el

anciano bendecía el momento en que había decidido

recoger de las calles a Katherine.

También a la joven le complacía sentarse ante el tablero


para concentrarse e intuir los posibles movimientos de su

adversario. Ignoraba, desde luego, que con ello lord Briton

medía su inteligencia. Los resultados eran impecables;


Katherine era generosa en la victoria y humilde en la

derrota y tenía una mente despierta con curiosidad por


aprender. No se sentía humillada en la caída sino que con la

madurez que a muchos contrincantes les faltaba, trataba de

entender sus fallos para repararlos.

Durante días la muchacha había paseado con la señora


Graw por el centro de Londres para adquirir artículos

femeninos y todos y cada uno de esos artículos fueron

mostrados con el máximo placer a Lord Briton.

Al lord le parecían bien los cepillos de cerdas naturales para

el delicado cabello de Katherine, las barras de jabón


artesanal de olorosas fragancias y los tocados en colores de
gama cálida. Daba el visto bueno a las telas y solo pedía

que el escote no se mostrara en exceso. Y en todo momento

Katherine se sintió como miembro de una pequeña familia


en la que fantaseaba que Lord Briton y la señora Graw eran

sus abuelos.

Una de esas tardes en las que lord Briton pidió que le

sirvieran el té en la biblioteca, sacó un pergamino de uno de


los cajones de su escritorio de madera de cerezo.

Exhibió el papel ahumado delante de Katherine y dijo:

-Supongo, querida niña, que no sabes leer y eso es algo que


vamos a remediar muy pronto pero mientras que aprendes
quiero que mires este pergamino.

Katherine alargó una de sus manos y cogió entre sus dedos


el suave pergamino. Lo miró con atención, observó el sello

lacado en cera roja que sellaba la firma del lord. El suave


tacto del papel le hizo pensar que sería algo importante.

Sonrió y dijo:

-Lord Briton, no sé qué es.


El anciano deslizó una mano rugosa por la mejilla de
Katherine.

-Este pergamino dice que, desde este mismo momento, eres


lady Katherine Briton, sobrina nieta de Lord Briton y con

todos los derechos a mi legado.

La joven tuvo que respirar profundamente para asimilar la

noticia.

La señora Graw la abrazó por los hombros.

-¿Estás bien, querida?

Katherine no respondió.

Volvió a tomar aire y contrajo la garganta para aclarar su


boca seca.

-Llamaremos a la fiel Selene para que le prepare un ponche


– dijo lord Briton preocupado. – Pensé que la noticia te
entusiasmaría, pequeña.

-Sí … - se apresuró a decir Katherine - … yo… estoy tan


agradecida…

Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas.


-¿Cuál es el problema entonces, Kathy? – Quiso saber la

señora Graw.

-Yo… deseo saber por qué.

Ahí estaba la pregunta … flotando en el aire como si fuera


una pompa de jabón sostenida en un halo de vapor…
dispuesta a romperse en cualquier momento y desaparecer

dejando solo el recuerdo de su delicada fragancia.

Era lo lógico, pensó lord Briton, era natural que la joven

quisiera conocer el motivo. Mientras había sospechado que


en algún momento el anciano la requeriría sexualmente
había una explicación pero ahora, despejada toda duda

acerca de la honorabilidad del lord, la pregunta la acuciaba


cada vez con mayor intensidad.

-Vengo de los barrios bajos. No sé quiénes son mis padres.


Me he criado en las calles y he visto demasiadas cosas para
creer en la bondad genuina de la gente. Sé que todo esto no
es gratis y solo deseo que me hagan saber de forma clara

qué es lo que esperan de mí.

El silencio rodeó a Katherine como un abrazo protector, tocó

con sus dedos expectantes a Lord Briton y a la señora Graw


y rodeó cada mueble de la biblioteca en un haz misterioso
que hizo el ambiente pesado.

La joven advirtió la mirada pensativa del lord y la cautela de


la doncella.

-Sea lo que sea que teman pedirme o fuera lo que fuera lo

que esperan de mí, quiero que ambos sepan que estoy muy
agradecida por todo cuanto me han dado. Y no me refiero
solo a lo material que sería algo digno de un sueño, también

estoy profundamente agradecida por el cariño recibido.


Jamás había tenido una familia y esto es lo más parecido a
lo que yo me imaginaba. Por favor, díganme qué he de

hacer para devolver tanto como me ha sido dado.

-Me temo que el ponche he de tomarlo yo, niña. No puedo

sino admirar que una joven de baja cuna tenga tales


modales y tal predisposición. – Lord Briton enjugó una
lágrima. - ¿Estás dispuesta a escuchar una historia y decidir
con total libertad si deseas ayudarme?

Katherine miró a la señora Graw. Esta tomó su mano.


Katherine sintió que tras aquella caricia más propia de una

madre que de una sirvienta no podía ocurrirle nada malo.


Era imposible que aquellas dos personas estuvieran
preparándole una emboscada. De alguna forma cierta y

precisa sintió que confiaba en ellos.

Tomó aire y dejando escapar un suspiro, dijo:

-Estoy dispuesta.

CAPÍTULO 9

Los humanos eran unos grandes hipócritas…claro que sí.

Desde que iba paseando por los jardines de Kesintong ya


había visto varios personajes de peso de los círculos

selectos de Londres, entre ellos un marqués y un lord, y


ambos salían de las casas de sus queridas.

Kenneth no podía entenderlo.

Era cierto que los machos humanos no sentían la

sublimación por la hembra, pero aún así…¿era necesaria


tanta falsedad social? Si no amaban a sus esposas, que las
dejaran. Por supuesto entendía que un humilde trabajador
del ferrocarril no pudiera hacerlo dejando a la esposa y a los

hijos bien cubiertos económicamente pero un lord, un


marqués o un conde sí podían. Sin embargo, ellos preferían

desposarse con la dama adecuada, una joven virginal de


buena familia, con buena dote y con un padre importante
que le asegurara enlaces comerciales prósperos que
aumentaran sus fortunas. Y después de un opulento enlace

donde estaba invitada la alta sociedad londinense, venía


aquello de conseguir una amante.

Se había convertido prácticamente en una moda. Los


machos humanos se casaban con quien debían pero luego
buscaban una mujer que realmente les gustara. Los había

incluso que tenían hijos con la querida y criaban a esos


niños con los mismos bienes materiales que a los legítimos
pero sin convertir jamás a la querida en la oficial.

No dejaba de ser paradójico que una sociedad moralmente


tan estricta como la victoriana hiciera la vista gorda ante
aquellas costumbres tan deleznables.

Muchas eran las esposas que sabían , o al menos


sospechaban, de la infidelidad de sus esposos pero eran

aconsejadas por otras mujeres para que miraran hacia otro


lado hasta que el capricho del macho por la nueva hembra
se saciara. Después las aguas volverían a su cauce.

Probablemente tendrían otro bebé con la legítima y, en los


primeros meses de la criatura, volverían a buscar otra
amante. Ese era el motivo por el que Londres estaba lleno

de bastardos. Las queridas, sabedoras de la poca constancia


de los hombres, en cuanto notaban los primeros indicios de
desinterés se quedaban embarazadas para que los hombres

no rompieran los vínculos con ellas. Las hembras humanas


demostraban una inteligencia que a los machos les faltaba
cuando se trataba de líos amorosos.

Mientras el aire invernal azotaba su cabello castaño


reconoció en su fuero interno que le había costado trabajo

dejar a lady Elizabeth Gregory Llevaba pensando en hacerlo


desde que advirtió que para ella había dejado de ser una
aventura para convertirse en una relación con ciertos visos
de estabilidad pero lo que definitivamente lo había

determinado a acabar con aquello era la visión de la sobrina


de lord Briton… su sangre se había calentado hasta
convertirse en un volcán de fuego en cuanto había visto

aquella cara exquisita donde cada una de las facciones de


su rostro parecían esculpidas en una piedra de alabastro.
La criatura le había parecido prácticamente transparente
como si fuera una divinidad griega con la humanidad que
dan unos rasgos sólidos , equilibrados y hermosos. El color

de sus ojos imitaban los corales del Pacífico, la boca de


labios gruesos podía hacer perder la cordura al hombre más
sensato del mundo y la figura delgada pero exquisitamente

femenina lo había hecho perderse en fantasías húmedas


durante noches enteras.

Y ahora, con la luz de las farolas de gas alumbrando los


jardines de Kesintong con ese halo de misterio y bruma
nocturna, sus pasos lo llevaban directamente a Covern
donde lord Stanford lo aguardaba para una conversación

que no le iba a gustar.

Al noble licántropo no le gustaba hablar de su viejo amigo

lord Briton, el hombre que en su juventud le había pedido la


conversión a la vida licántropa. No había en Londres ni un
solo lobo que no conociera la leyenda. Lord Briton jamás

supo que su buen amigo Jacob Irons se había convertido en


lord Stanford. Durante treinta años no se habían visto. Lord
Briton había hecho su vida en la verde Irlanda y había

regresado a Inglaterra en su ancianidad…¿por qué? …Nadie


lo sabía. Había quien aseguraba que el viejo lord iba a morir
y deseaba hacerlo en la tierra de sus abuelos. Sin embargo,

poco le interesaban a Kenneth aquellas leyendas. Todo


cuanto él deseaba saber era si Katherine Briton era
realmente pariente del anciano.

El viento de noviembre enredó los olores a hierba de los


jardines en su capa y la agitó antes de que Kenneth

levantara su puño para tocar la puerta de Lord Stanford.

CAPÍTULO 10

Siempre le había fascinado la rutina del té…incluso en los

barrios bajos donde la ceremonia no se alargaba tanto. La


señora Graw despidió a Selene diciéndole que ella misma
serviría y se tomaba toda la calma del mundo en dejar caer

el agua de la tetera sobre los vasos provocando aquel


reconfortante sonido de las hojas de té al quebrarse. Aquel
sonido era igual en todas partes; ante la mesa de la
biblioteca de un lord o ante una hoguera improvisada en los

suburbios donde se hervía té para calentar el cuerpo. Agitó


su rubia cabeza para espantar aquellos negros
pensamientos. No sabía qué le iban a contar pero la idea de

que no le gusta el plan y tuviera que volver a las calles la


estremecía. Lord Briton había asegurado que en caso de
declinar la invitación a ayudarle, podría seguir en su casa

trabajando para él. Sería, desde luego, un problema puesto


que ahora era una lady pero, de alguna manera, intuyó que
un hombre tan respetado y poderoso como Lord Briton
encontraría la forma de volver las cosas a su lugar.

No obstante, no consideraba un acto de egoísmo el hecho


de que su negativa le quitara la herencia de su legado. Lo

comprendía. Jamás había sido ambiciosa y entendía que


aquel derecho a ser lady tenía que ser a cambio de algo
grande.

El lord dio un sorbo a su té.

La señora Graw resopló en el oscuro líquido y Katherine


pensó que lo hacía más por aliviar la tensión que por enfriar
la bebida.

Ella también dio un sorbo. No le apetecía el té pero era la


excusa perfecta para tragar saliva porque estaba nerviosa.
-Querida niña, sé que la historia que estás a punto de
escuchar va a parecer la senilidad de un anciano, por eso
quiero que la señora Graw esté presente pues ella lleva

acompañándome muchos años y puede certificar la


veracidad de los hechos que estás a punto de conocer.

Katherine trató de acoplar en un movimiento la espalda a su

asiento para infundir comodidad a aquella situación tensa.

-Yo crecí en Irlanda – comenzó el anciano. – Mi infancia

trascurrió en las verdes colinas, en las praderas húmedas,


rodeado de ganado y vegetación, muy alejado de lo que es
una gran urbe como Londres. Mi madre, una mujer buena y

cariñosa, mi padre, un hombre cumplidor y pacífico y mi


mejor amigo, Jacob, era todo cuanto necesitaba para
sentirme feliz.

-Una de las cosas que siempre he admirado en usted es su


sencillez – dijo Katherine que ahora comprendía que el lord
tenía una procedencia humilde.

-Te lo agradezco, querida. – Respondió él dando otro sorbo a


su té para tomar resuello. – En una ocasión Jacob y yo

habíamos quedado en los graneros para jugar. Jacob


tardaba en venir y yo me dediqué a jugar solo. Estaba
abstraído en mi entretenimiento cuando escuché un rugido

a mi lado. Cuando giré la cabeza había ante mí un animal


enorme. – Katherine abrió los ojos de par en par. – Tan
grande que, a pesar de tener la apariencia de un lobo, su
tamaño impedía pensar que se tratara de una manada de

las que habitaban los bosques irlandeses.

-¿El lobo lo atacó, mi lord? – Preguntó Katherine con la mano

sobre el pecho.

-Aquel animal tenía todo el propósito de hacerlo. Tenía las

fauces abiertas y babeantes, rugía como si fuera un


demonio y la espantosa negrura de sus ojos no anunciaba
nada bueno. Me preparé mentalmente para morir. Sabía que
aquel ser horrible, fuera un animal o fuera lo que fuera, iba

a acabar conmigo. Y justo en ese momento entró Jacob en el


granero.

Katherine se temió lo peor.

-Oh dios, perdió a su amigo, lo vio morir entre las fauces de

esa horrible bestia.


-Tranquila, mi querida niña, aguarda con paciencia sin
asustarte.

Lord Briton hizo un gesto para que la señora Graw sirviera


más té a Katherine. Aquella pausa era deliberada para que

la joven se tranquilizara.

El anciano esperó a que la muchacha volviera a tomar el té

que la señora Graw le ofrecía.

-No perdí a Jacob sino que pude comprender algo de él que


desconocía hasta el momento. – Lord Briton escuchó el

suspiro de alivio de Katherine. – Jacob era un chico


extraordinariamente fuerte. Y cuando digo fuerte, quiero
decir fuerte de verdad. No solo tenía un físico espectacular

a sus quince años, sino que era capaz de manejar el ganado


sosteniéndolo en peso. – Katherine arqueó una ceja en una
evidente señal de que aquello le parecía una exageración. –

No te miento, pequeña, aquel chico cogía entre sus brazos


las vacas y los terneros, movía los tacos de pienso como si
fueran plumas entre sus dedos. Yo lo veía todo admirando

aquella fuerza sobrenatural pero jamás se me ocurrió


pensar algo tan descabellado hasta que lo vi con mis

propios ojos.

-Por favor, lord Briton, dígame de una vez lo que está

resuelto a decirme porque no puedo aguantar más la


tensión. ¿Aquel chico peleó con la bestia con sus propias
manos?

-No, mi querida niña, aquel chico se dirigió a la bestia por


un nombre de pila… un nombre humano.

-¿Cómo que se dirigió a la bestia… le habló, trató de


tranquilizarla? – Preguntó Katherine.

-Le habló, sí, pero no trató de tranquilizarla, le dio la orden


de que abandonara el lugar inmediatamente.

-Solo un loco haría algo así- repuso Katherine. – Por muy


fuerte que sea una persona jamás podría con la fuerza de
una bestia salvaje.

-Una persona – repitió el anciano. - ¿Pero y si Jacob no era


una persona?

Katherine se irguió en el sillón y acercándose a Lord Briton


puso una de sus manos sobre el brazo del anciano.
-¿Qué insinúa? ¿Qué quiere decir con que Jacob no era una
persona?

Lord Briton puso la mano sobre la de su protegida.

-Niña, ante mis ojos vi algo que se sale de lo natural, de lo

que entendemos como el mundo normal con personas


normales y hechos normales. Si yo hubiera sido atacado por
un lobo y hubiera resultado muerto, eso habría estado entre
lo normal en las colinas de Irlanda, nadie tenía por qué

haber sabido que aquel lobo triplicaba el tamaño de un lobo


normal, todo habría quedado como un lamentable incidente
que terminó tragedia, pero yo vi lo que vi. La bestia no

obedecía las órdenes de Jacob a pesar de que este las


pronunciaba con mucha autoridad, como si tuviera algún
tipo de jerarquía sobre él, como si el animal fuera suyo.-

Lord Briton aclaró su garganta con un sorbo de té


azucarado. Inspiró aire con profundidad y continuó: - El lobo
dejó de mirar a mi amigo y volvió a poner sus ojos oscuros

sobre mí. Lo demás ocurrió como si hubiera allí una cámara


que ralentizara los movimientos de los allí presentes. El
animal dio un salto para caer sobre mi cuerpo y devorarlo.
Un metro más allá, Jacob dio otro salto más grande aún que
el de la bestia y, por increíble que te parezca, mi querida
niña, mi amigo cayó sobre cuatro patas.

Katherine engranó con rapidez todas las piezas en su


cabeza… una bestia que doblaba o triplicaba su tamaño, un

chico extraordinariamente fuerte, un ataque, un hombre


que da un salto y cae convertido en una bestia.

-¿Pretende decirme, Lord Briton, que su amigo cayó

transformado en otro lobo de similares característica que el


que lo atacó?

-No me atacó, querida Katherine, Jacob lo impidió. Se


transformó en una bestia más grande aún que el primer
lobo e hirió con sus fauces la garganta de su contrario hasta

que cayó herido de muerte. Nunca había contemplado nada


tan espantoso en mi vida.

-¿Qué pasó con su amigo? – Preguntó Katherine guiada por

la inteligencia. - ¿Qué hizo cuando el primer lobo cayó


muerto?

- Me miró con sus ojos dorados y se marchó. No temí aquella


mirada. En mi fuero interno sabía que Jacob jamás atentaría
contra mí ni siquiera convertido en bestia
-Es una historia espeluznante, mi lord – dijo Katherine

circunspecta. – Entiendo que haya podido marcar su vida


para siempre pero ¿qué tiene eso que ver conmigo?

-Por favor, Katherine, aguarda con paciencia – pidió la


señora Graw.

Katherine dejó escapar el aire de sus pulmones en un

intento de calmar su ansiedad.

- Años después – continuó lord Briton - fui diagnosticado con

una enfermedad con la que podría vivir toda la vida o morir


en cualquier momento. – La cara de Katherine se contrajo
en un gesto de compasión. - Era una cuestión de que sus

síntomas vieran la luz y en el momento en que eso ocurriera


ya no habría vuelta a atrás. Le pedí a Jacob que me
convirtiera en lo que él era. Le conté mi situación. Me dijo
que no podía atentar contra las leyes naturales de su

especie, que no podía convertir a un humano en licántropo.

Katherine no desconocía aquel término.

En los barrios bajos de Londres también se hablaba de


licantropía y de bestias que atacaban a las personas

durante las frías noches invernales. La aparición de varias


prostitutas muertas no hacía sino incrementar todo tipo de
teorías y algunas de lo más descabelladas, entre ellas la
leyenda de los hombres lobo.

-He escuchado su historia, lord Briton, pero sigo


preguntándome qué tengo yo que ver en todo eso.

-¿No lo imaginas ya, querida, no supones que la licantropía


dejaría atrás la enfermedad diagnosticada hace tanto años
y que ahora da la cara?

Katherine se frotó una de las sienes en un gesto pensativo.


Y, de repente, como si aquel toque de sus dedos pudiera

transportar la lucidez a su cerebro comprendió todo de


golpe.

-Supone que yo soy capaz de atraer a los licántropos, por

eso me ha dado el título de Lady, usted cree que yo puedo


dar con uno de ellos y hacer que lo convierta.

CAPÍTULO 11

Kenneth Midelton había crecido entre lobos y, por mucho


que lo intentara, no sabía de los sacrificios que un licántropo
tenía que pasar cuando era criado entre humanos. La
historia de Lord Stanford era, desde luego, singular. Un lobo
echado a la colinas de Irlanda, sin manada, sin licántropos
adultos que lo protegieran y que había tenido que vivir

disimulando su sobrenaturalidad.

Esa era más o menos la historia que Kenneth siempre había

escuchado pero cuando el anciano lord le explicó cuáles


eran los lazos que le unían a Lord Briton no había podido por
menos que sorprenderse. Un hombre con una extraña

enfermedad que puede revelarse en cualquier momento y


que, en medio de la angustiosa noticia, le pide a su amigo
licántropo la conversión. Y aquel señor era nada más y nada

menos que el supuesto abuelo de Kaherine Briton.

¿Quería eso decir que ella también sabía que más allá de la
humanidad había algo más?

¿Quería decir que Katherine conocía el hecho de que junto a


los humanos había todo tipo de criaturas sobrenaturales?

-Si no lo sabe, le falta poco para saberlo – había sentenciado


Lord Stanford.

-¿Por qué lo cree? – Preguntó Kenneth. – Que yo sepa Lord


Briton jamás ha contado su experiencia con la licantropía.
-Porque la llegada de Lord Briton a Londres no es casual.
Finalmente la enfermedad acabará con él dentro de unos

meses. Ha venido a Londres buscando algo y lady Katherine


Briton lo ayudará.

-¿Lady Katherine Briton? Me dijeron que no tenía un título –


dijo Kenneth. – La señora Graw se refirió a ella como la
sobrina nieta del lord, pensé que realmente el título de lady

era solo una forma de hablar.

-Hace apenas unos días ostenta el título de lady a pedido de


lord Briton. Ella heredará sus bienes – respondió lord

Stanford. – No sé si usted piensa, como muchos, que la


joven es su amante. – Kenneth no respondió. – Tengo la
impresión de que la historia que deseas escuchar es la de

lady Katherine y no la de su abuelo.

-¿Cree que es realmente su abuelo? – preguntó Kenneth

cada vez más intrigado.

-No – respondió lord Stanford. – Si lord Briton hubiera tenido

hijos me hubiera enterado. Se negó a contraer matrimonio y


a tener descendencia por su enfermedad. Le parecía
irresponsable ligar su vida a la de una mujer a la que podía

dejar viuda en cualquier momento.

-Llevaba razón – dijo Kenneth. – Entiendo a Lord Briton.

-Puede que encuentres una cierta lógica en su


comportamiento pero, al fin, lord Briton mutiló su vida…una

vida larga en la que hubiera podido hacer feliz a una esposa


y a unos hijos. Creo que la muchacha es alguien a quien él
conoce y en quien confía tanto como para poner lo que le
queda de vida en sus manos. Tal vez la hija de un conocido

que conoce su historia.

La mente rápida de Kenneth unió todos los cabos sueltos.

-Cree que ha venido a Londres para buscarlo y pedirle de


nuevo la conversión, ¿no es así?

Lord Stanford guardó un reflexivo silencio.

Se levantó de la silla con vitalidad. Se acercó a la ventana.

Desde allí contempló la luna con su aura plateado, la forma


en que sus haces de luz ponían destellos argentados sobre
uno de los tres estanques redondos que tanta fama daban a

los jardines de Kesintong. Miró su Bourbon con hielo y se


giró de nuevo hacia Kenneth Midelton.
-Ha venido a buscar cualquier pista que lo acerque a un
licántropo. Y su nieta, Lady Katherine, es el cebo.

Kenneth se levantó de su sillón y se acercó al ventanal. Miró


la luna, su astro, también el de Lord Stanford. Sus ojos se
entornaron al preguntar:

-¿Le consta lo que dice, mi lord?

-No me consta, muchacho, es solo una conclusión. La joven

tiene una belleza deslumbrante, es virgen, y tiene esa piel


casi trasparente que tanto nos gusta a los likaes. Es una
simple deducción. – Lord Standord escuchó la respiración de

Kenneth. – Muchacho, no comprendo tu inquietud. Lo que


acabo de confesarte a ti y solo a ti, te pone las cosas fáciles
con la mujer que te interesa. – Kenneth fue a decir algo pero

el lord agitó su mano en el aire pidiéndole silencio. –


Acércate a Lord Briton, pide la mano de la muchacha a
cambio de convertirlo. Si la joven te acepta, habréis ganado
ambos. ¿No es divertido que la sociedad se empeñe en

mantener a las mujeres en un segundo plano y que sea una


mujer la que tenga la vida de dos hombres en sus manos?
CAPÍTULO 12

Aquella fue una larga noche de lluvia que Katherine


contempló desde su ventana mientras sus pensamientos
iban y venían, tomando derroteros incómodos en ocasiones.

Lobos…lobos en Londres…

¡Por el amor de dios, menudo disparate!

Quizá si se hubiera criado en Irlanda fuera más


supersticiosa. Tenía una cierta lógica que Lord Briton

estuviera convencido de su historia cuando había crecido


rodeado de bosques de hayas con sus raíces retorcidas
sobresaliendo sobre la tierra húmeda. Un país lleno de

leyendas, mitos y fábulas sobre hadas, sirenas, elfos, y


cómo no, hombres lobo.

Quizá Lord Briton hubiera sido realmente atacado por un

lobo y todo lo demás lo imaginaba como consecuencia de


una alucinación. Ella había visto por las calles de Londres
ancianos y ancianas contando historias sobre fantasmas y

apariciones .Era natural que al llegar a esas edades la


mente humana imaginara mundos aparte para consolarse
de la proximidad de la muerte. Incluso por las calles había
quien sabía leer y contaban oralmente las leyendas que

escritores contemporáneos narraban acerca de espíritus


encerrados en castillos. Estaba claro que todo aquello era la
chifladura de un par de ancianos. Sin embargo, Katherine se
preguntaba qué debía hacer. Su actitud al escuchar la

historia había sido de sumo respeto. En ningún momento se


había reído o había tratado de convencer a lord Briton ni a
la señora Graw de que aquel cuento era descabellado. Pero

no les creía.

¿Debía marcharse de la casa?

¿Debía aceptar su puesto como empleada y seguir con su


vida?

La lluvia caía torrencialmente en una noche cada vez más


fría. Katherine se acercó a la ventana que daba al jardín
trasero de la casa estilo victoriana de lord Briton. Su casa, al

fin y al cabo, esa sería su casa si decidía ayudar al lord.

Pasó la mano por el cristal para retirar el vaho adherido a su

transparencia. Se estremeció al sentir el contacto frío.


Recordó ese mismo contacto frío en cada suelo de Londres,
en cada losa encharcada por la lluvia. Miró a través de la
ventana. El enorme roble que colindaba la casa dejaba caer
la lluvia a chorros haciendo charcos sobre la tierra mojada.
Todo era frío, humedad y niebla…como en las calles.

Recordó las palabras de su amiga, recordó sus consejos


acerca de buscarse un protector. Le habían repetido muchas
veces que los pobres no tenían dignidad, que cualquier cosa

valía con tal de tener un techo sobre tu cabeza y no dormir


a temperaturas que te quebraban el alma y el cuerpo…y era
cierto.

¿Quién podía juzgarla por complacer en su locura a un lord?

¿Alguien sabía lo que era dormir sobre un banco en el Hide

Park vestida con ropas de hombre para no ser atacada?

¿Alguien sabía lo que era robar una manta de los

colganderos de ropa para no congelarse de frío?

¿O buscar asilo en las iglesias para no pasar horas a la

intemperie con el estómago vacío?

Siguió con sus dedos el recorrido de una gota de agua que


descendía por la ventana. La vio quebrarse al unirse con

otras gotas que formaban un hilo de agua. Aquella noche


sería difícil de pasar para todos los indigentes de los barrios
más pobres. Y ella estaba allí, con un fuego caliente
calentando su piel, con un té caldeando su cuerpo y con una
cama confortable llena de mantas acogedoras…¡y no quería

perderlo! No quería renunciar a todo cuanto la vida le debía.

Le diría que sí a lord Briton. Le daba igual que no estuviera

cuerdo. Había muchas personas en el mundo y cada uno


tenía sus fantasías. El anciano se había portado muy bien y
estaba dispuesto a dejarle su legado… de pronto cayó en la

cuenta de algo… si el lord necesitaba un licántropo para no


morir ¿cómo es que pensaba dejarle la herencia a ella?
¿Estaba intentando engañarla?

La sola idea hizo que el calor subiera a sus mejillas y sintió


la necesidad de abrir la ventana para recibir el soplo de aire
fresco. Abrió la cerradura de hierro engarzado a la sólida

piedra que servía de base y dejó entrar el aire sintiendo su


caricia gélida sobre la piel. Sintió un destello azul en la
penumbra que la hizo abrir los ojos…¿había sido un haz de

luna?...Tal vez un hilo de luz nívea procedente de la nublada


luna había tocado la transparencia de una gota de agua y
como resultado había destellado en azul…debía ser eso…

Sintió que el calor se encendía de nuevo en sus mejillas y


descendía hasta su pecho cubierto únicamente por la
camisola de lino.

Era la primera vez que sentía algo así en su vida; Londres


helaba y arreciaba lluvia y ella, en lugar de tiritar sobre un

banco de los jardines reales, sentía un calor que la recorría


desde las mejillas hasta el pecho y ,desde ahí, empezaba a
bajar hasta su vientre como si una corriente de calor la

estuviera traspasando.

De nuevo el destello…esta vez más cerca…

Acuciada por una curiosidad que desoía la prudencia sacó


parte de su cuerpo por la ventana. Respiró un olor a
almizcle que la deleitó con su dulzor. Intentó saber de dónde

venía aquella fragancia. Un foco de calor entibiaba la


humedad de la noche. Y ese foco procedía del mismo lugar
que el aroma de almizcle y, para su sorpresa, del mismo

sitio donde se había producido el destello azul.

Lo vio.

Se cubrió la boca con ambas manos para sofocar el grito.

¡Dios del mundo y de la vida, un perro enorme la miraba

desde el tronco sólido de un roble!


Sintió que el corazón le latía con rapidez resonando contra

sus costillas mientras mantenía la mirada en los ojos del


animal. Este emitió algo parecido a un ronroneo. Las orejas
puntiagudas del perro no dejaban lugar a dudas de que se

trataba de un lobo.

Tragó saliva…¿era ese animal lo que lord Briton vio en su

juventud?

Trató de conservar la cordura. Usó su mente fuerte para


acallar el miedo que estaba sintiendo. Se fijó en los rasgos

del animal. Un pelaje blanco con hebras doradas cubrían un


cuerpo largo y musculado, de aspecto ágil pero fuerte, una
actitud tranquila, pacífica que no invalidaba la tremenda

sensación de poder que transmitía y unos ojos…unos ojos


humanos. Ese era el destello que había visto. Unos ojos azul
cobalto como el oscuro mar británico parecían envolver de

azul todo lo que tenía alrededor. Era un animal realmente


hermoso pero ¿quién podía predecir lo que era capaz de
hacer?

Entonces el miedo se apoderó de ella con la rapidez de un


relámpago en el cielo. Sintió como el calor abandonó su
cuerpo y dio dos pasos aterrorizados hacia el interior del
dormitorio. Puso sus manos sobre la cerradura de la ventana
y cerró el cristal de golpe haciendo que lluvia acumulada en

su superficie cayera sobre el suelo de la habitación.

Sintiéndose segura se volvió a acercar a la ventana para


mirar al temible animal. Este le echó una última mirada que

la hizo recobrar algo de calor y, acto seguido, incorporó su


enorme cuerpo sobre las raíces retorcidas del roble y
levantando la cabeza hacia la luna aulló.

Katherine dejó escapar un suspiró. Tenía la sensación de que


aquella visita no era casual, ese animal quería decirle algo,

tal vez que la historia de lord Briton era cierta, quizás que
debía empezar a creer en ciertas cosas vetadas para la
gente normal… vetadas para …¿los humanos?

Se metió debajo de la manta y sintió durante toda la noche


aquella mirada azul expectante, fija…esperándola.

CAPÍTULO 13

Fue difícil atravesar los jardines para llegar hasta la casa de


lord Briton ya que justo en aquel momento se celebraba en
el Kesintong Palace una recepción en la que los invitados
entraban y salían a llenar el contenido de sus ponches a los

jardines reales llenos de fuentes y espacios habilitados para


sentarse.

La lluvia no parecía amilanar a los invitados al salón de la

condesa de Berkeley acompañada de su buena amiga lady


Duce .Ambas damas habían pedido a Eduard Jenner que
administrara a sus hijos la vacuna contra la viruela. El

Congreso Médico Británico estaba en contra de aquella


disparatada idea de que administrando una dosis mínima de
un virus se conseguía inmunizar a la población, sin

embargo, eran cada vez más las damas dispuestas a


vacunar a sus hijos para evitarles las caras terriblemente
marcadas que provocaba la enfermedad. Hasta la

mismísima Reina Victoria estaba dispuesta a recibir en su


palacio al joven químico que podía dar el giro definitivo a la
sociedad londinense con sus investigaciones médicas.

Los licántropos eran inmunes por naturaleza a la viruela


pero Kenneth reconoció que la epidemia estaba haciendo
estragos en la población y celebró la llegada de un humano

valeroso que hiciera algo más que relacionarse con la alta


sociedad para enriquecerse. Todo ello, no obstante, de que
le resultara difícil pasar desapercibido entre tantos

conocidos. Tuvo que detener su paso varias veces para


saludar hasta que decidió meterse en la maleza y, oculto
entre los árboles, transformarse en lobo. Solo así pudo

llegar con discreción más allá de Kesintong donde lord


Briton tenía su hermosa casa victoriana. La razón, debía
reconocerlo, no era otra que contemplar de nuevo el

hermoso rostro de la señorita Katherine, ahora flamante


Lady Elizabeth Briton.

La joven sería toda una sensación en cuanto la pusieran en


uno de los bailes reales. Su cara de muñeca y la figura
femenina atraería como la miel a las moscas a todos los

galanes en busca de esposa y él, precavido como cualquier


lobo, quería asegurarse de que verdaderamente estaba
sublimado con ella.

No es que pusiera en cuestión algo tan íntimo de su raza


como la capacidad para sublimarse con la compañera de
vida. Era un instinto que no fallaba pero no dejaba de ser

curioso que tras años buscando a la compañera que debía


acompañarlo, esta fuera precisamente una humana. Toda la
comunidad licántropa sabía que no era partidario de

prolongar la especie haciendo que las humanas se


convirtieran. No era el sentimiento de pureza de raza lo que
sostenía aquel argumento sino la convicción de que no

deberían engañar a nadie con tal de evitar su extinción.

Pero la había visto otra vez.

Su cuerpo de animal empezó a rezumar almizcle al olfatear


el aroma de lavandas y vainilla que ella despedía. La
imagen de su cuerpo contra la ventana dejando ver el

sublime escote con la elevación suave de los pechos le


había hecho hipnotizarse imaginando como la rendía a él,
como la tomaba y cómo sería el interior cálido de aquel

cuerpo.

Era suya.

Su compañera.

Divertido, muy divertido, una humana salida de dios sabía


dónde y puesta a dedo en la alta sociedad para beneficio de
un humano, lord Briton, que quería evitar su muerte a
través de la conversión.
Y no le quedaba más remedio que hacerlo. Tendría que ir a
esos aburridos bailes de salón donde las jóvenes
encontraban esposo y competir por ella. Ese punto no le

preocupaba. Sabía el efecto devastador que producía en las


mujeres. Pero temía que una vez satisfecho el pacto con
Lord Briton la muchacha volviera feliz y adinerada a su vida

olvidándose de él. Con una compañera likae eso jamás


ocurriría pero era humana, maldita sea.

Solo le quedaba esperar a que se produjera ese primer


baile. Y en ese momento ella ya no podría escapar de él por
mucho que lo deseara…y si para eso había que
comprometerla…lo haría. Si para eso debía hacerle el amor

y forzarla al matrimonio…qué demonios…también lo haría.

Se quitó los restos de culpabilidad que le apretaban la

conciencia y volvió a casa trasformado en un hombre.

CAPÍTULO 14

Lady Elizabeth Gregory sabía que para la sociedad inglesa

era muy importante la moral. La reina Victoria era


realmente machacona con sus estrictas normas sociales.
Ella era la que había alargado el luto a los tres años y, por
supuesto, todos aquellos cultos religiosos insoportables que

hacían de la vida de una joven viuda un auténtico suplicio


sin fiestas, ni bailes de salón, ni salidas a las modisterías del
centro para conseguir telas y tocados.

Ella estaba ya totalmente fuera de la alta sociedad salvo por


sus ricas relaciones comerciales. Por algo su difunto esposo
la instruyó en el manejo de sus negocios hidráulicos y le

enseñó todo lo necesario para seguir prosperando. Y no era


porque ella lo necesitara. La había dejado una cuantiosa
fortuna con la que podría permitirse estar organizando

cócteles durante el resto de su vida. Pero quizá Lord


Gregory, intuyendo su carácter alegre y disperso, pensó que
la única forma que ella tendría de conservar todas aquellas

relaciones selectas sería mantenerla ocupada activamente.


Después de todo, ni la mismísima Reina Victoria era capaz
de decir que no a un negocio que la enriqueciera. El dinero

y la ambición de las clases más privilegiadas era lo que


mantendría a su esposa en el nivel que le correspondía.

Después de que sir Kenneth Midelton la abandonara no se

había dejado caer. También había evitado desarrollar esa


especie de fervor que suele entrar a las damas

abandonadas por saber quién es la mujer que las ha


separado de su hombre, porque si había algo que estaba
claro y que ella a sus veinticinco años sabía con la misma

certeza que una anciana de cincuenta, era que un hombre


jamás deja a una mujer a no ser que tenga ya otra
esperándole en la recámara.

Desde luego sabía que Kenneth no era un mujeriego. Jamás


hubiera mantenido con él una relación de un año si lo fuera.
Pero estaba segura de que alguien había llamado su

atención. De hecho tenía la sospecha de que era la última


novedad en el panorama de Londres; la nieta de lord Briton.
Así pues, su mente empezó a trabajar en una idea. Una

fiesta. Para observar a la muchacha debía dar una fiesta.


Sería maravilloso ser ella quien la introdujera en los círculos.
Eso formaba un lazo inquebrantable entre dos damas, así

podría vigilarla de cerca e impedir que sucediese nada entre


ellos…por lo menos hasta que ella encontrara el siguiente
amante. No se trataba de egoísmo ni despecho. Se trataba
de justicia divina. Debería haber existido una ley escrita que
dijera que la abandonada debía ser la primera en rehacer su
vida.

El segundo asunto al que le estaba dando vueltas era

discurrir la forma en que podía dar un baile de salón al que


acudieran las grandes damas. No era fácil. Nadie había visto
con buenos ojos que dejara el luto a los tres meses. Poco a

poco dejaron de invitarla a las reuniones sociales. Mantenía


una buena vida social a base de duro trabajo. Presentaba
sus novedades con respecto a los filtros de arena

importados de Francia para mejorar la salubridad del agua,


los métodos de ebullición que usaban otros países para la
esterilización y todas las mejores de las que se iba

enterando y que estudiaba concienzudamente para


aplicarlos a los negocios de su difunto esposo. Y nadie podía
privarse de aquellas reuniones que enriquecían no solo la

ciudad de Londres sino a una buena parte de inversores.

Y ahí estaba el asunto.

Tenía que usar algo profesional para transformarlo en una


fiesta social. Pero no daba con qué. Hasta aquella tarde en
que la condesa de Berkeley comentaba en Square Garden
que la cólera había disminuido notablemente en la ciudad
gracias al filtrado de aguas. Fue entonces cuando Lady
Elizabeth Gregory se auto invitó en la conversación

haciendo saber a las congregadas que fue ella la que innovó


con los filtros de arena importados de Francia. Le bastaron
unos minutos para convencer a la condesa de que era una

altruista innata y que pronto celebraría una fiesta para


congratular las mejoras que Londres estaba viviendo. Por
supuesto dejó muy claro que estaba dispuesta a invertir en

cualquier proyecto que implicara una mejora en la vida de la


ciudad.

Una semana después mandó imprimir las invitaciones para


el evento. Se aseguró personalmente de que la condesa
acudiera con su esposo.

-Siempre he admirado a las mujeres decididas e inteligentes


– dijo la condesa de Berkeley. – Puede estar segura de
nuestra presencia y le garantizo que todo el que sea alguien

a Londres irá a reconocer sus méritos, querida Lady


Gregory.
Era un martes por la tarde de cielos rojos y anaranjados
cuando la invitación llegó a las manos de lord Briton.

Al leer la nota frunció el ceño y preguntó:

-¿Estamos enseñando a Lady Katherine a bailar los pasos


del vals?

CAPÍTULO 15

Los pasos del vals eran francamente deliciosos y Katherine


se sentía transportada por la música. La señora Graw la
había llevado al estudio de baile de Madame Zolta, un

espacio habilitado en Square Garden donde las hijas


casaderas de grandes familias acudían a aprender los
gráciles pasos de un vals.

La profesora, una mujer extraordinariamente ágil a pesar de


su edad, la sostenía por los brazos y la llevaba como si fuera
el hombre en la pareja de baile. Era, desde luego, una mujer

peculiar con una amplia visión de las cosas y con un sentido


místico que atraía. Iba ataviada con un sencillo vestido de
muselina de color azul, algún encaje bordado en el escote y

…¡sin enaguas! . Madame Zolta aseguraba que el cuerpo


debía sentirse libre para poder captar la magia de la

música.

-Has conseguido dejarte llevar por la música – dijo Madame

Zolta. – Ha sido muy agradable darte clases. La mayoría de


las jóvenes que vienen solo se aprenden mecánicamente los
pasos para poder acudir a los bailes de temporada. Sin

embargo, te has dejado llevar y has actuado con


naturalidad siguiendo la cadencia del baile.

-Es hermoso mover el cuerpo al ritmo de la música –

respondió Katherine con una sonrisa que Madame Zolta


sospechó que rompería más de un corazón en sus primeros
bailes.

-He escuchado hablar de ti, Katherine Briton, nieta sobrina


de Lord Briton, recién titulada como Lady Katherine Briton.

¿Cómo es posible que a tus dieciocho años no tuvieras


ninguna idea de cómo bailar un vals?

Katherine recordó la mentira que tenía preparada con la


señora Graw.

-He vivido en Irlanda todo este tiempo. Allá los bailes son

otros. Nunca he ido a un baile de temporada porque prefería


perderme en los hermosos bosques de hayas y caminar
descalza sobre las colinas de hierba verde.

Sonaba tan poético que a Madame Zolta le costó una


fracción de segundo reconocer la mentira. Arqueó una de
sus cejas oscuras y dijo:

-Tu cabello rojizo podría confirmar tu procedencia pero me


pregunto qué hace una irlandesa acostumbrada a vivir en el
país de las hadas en la cívica Inglaterra. – Katherine prefirió

sonreír. La señora Graw le había dicho que cuando no


supiera que contestar se limitara a sonreír. Le aseguró que
si sostenía la mirada y sonreía durante el tiempo suficiente

el interlocutor de la conversación se vería forzado a hablar


de nuevo.

Así fue.

– Aquí nadie cree más que en lo que ve – continuó Madame


Zolta. – Para los ingleses no existen las hadas, ni los elfos, ni

la sangre mágica ni … - hizo una pausa – ni los hombres


lobo.

Katherine se ajustó el lazo del vestido que comenzaba a


sentir prieto por la apurada conversación.
- Es una suerte entonces que haya decidido vivir en Londres
porque yo tampoco creo en los hombres lobo. – Katherine

escuchó resoplar a madame Zolta.

-¿También crees que es una suerte tu incredulidad para Lord

Briton? – El rostro de Katherine se contrajo. Aquella mujer


parecía saber más de lo que evidenciaba a simple vista. –
Algunos conocemos la leyenda de tu abuelo.

-No sé a qué se refiere – respondió Katherine.

-A esa vieja leyenda de que tu abuelo le pidió a un

licántropo la conversión para librarse de una fatal


enfermedad. – Respondió Madame Zolta llena de aplomo. –
No es extraño habiendo pasado toda su vida en Irlanda. Hay

muchas personas en Londres que creemos en la magia.

Katherine había notado el tono capcioso de la frase.

-¿Y usted, Madame Zolta, es una de ellas?

La mujer se cubrió con un chal y volvió dando pasos ligeros

al lugar donde estaba parada Katherine. Alargó su mano.


Tocó los cabellos rojizos de la joven.

-Soy una de esas personas, querida, yo creo en las hadas,


en los elfos, en la sangre gaélica, en montañas llenas de
manadas de lobos extraños.

-Me congratulo de que tenga los mismos pensamientos que


mi abuelo. Sería fascinante recibirla en casa. Lord Briton
disfrutaría mucho con su presencia.

-Desde luego responderé a tu gentil invitación e iré a charlar


con Lord Briton cualquiera de estas frías tardes. Porque yo,

como él, pienso que Londres también alberga criaturas


sobrenaturales. Se mueven entre nosotras, pobres
humanas, disimulando su magia. Tu adorable señora Graw

sabe identificar a un licántropo de lejos y cuando estés en el


baile de lady Gregory no dudes en pensar que ese hombre
alto y corpulento que te saca a bailar es uno de ellos.

-Hay muchos hombres altos y corpulentos en Irlanda,


Madame Zolta, y jamás pensé que ninguno de ellos fuera un
licántropo.

Una sonrisa curvó los labios de Madame Zolta.

-Ya, pero cuando uno de esos hombres te tome entre sus


brazos lo sabrás. Y espero que entonces recuerdes a esta
vieja profesora de baile que también cree en la magia.
CAPÍTULO 16

No se podía negar que la casa de la condesa de Berkeley


era espectacular. Katherine no había visto nada así en su

vida. Altos techos decorados en barras y arcos de color


dorado, lámparas de cristal que acogían centenares de
velas esbeltas con su llama flameando en la punta, sillones

tapizados en ricas telas y dispuestos por todo el salón para


que se pudiera descansar entre baile y baile.

-Seguramente la condesa de Berkeley convenció a Lady


Gregory de que el baile se hiciera en su casa. La mitad de
los invitados no hubieran venido de haberse celebrado en
casa de la viuda – dijo la señora Graw.

-¿Por qué no? – había preguntado Katherine mientras las


ruedas de su carruaje levantaban chorros de agua de los

charcos del camino en dirección al palacete de la condesa.

-Porque Lady Gregory no goza de buena reputación,

querida. No hizo el luto a su esposo y se le ha visto


acompañada en más de una ocasión por hombres jóvenes.

Katherine soltó una risita.


-Debe ser una mujer valiente si ha plantado cara a las
rígidas normas sociales. Lo que no termino de entender es
el motivo por el que la condesa va a un evento organizado

por ella ya que pone en entredicho su reputación.

-Porque es inmensamente rica. – Respondió la señora Graw.

– Su difunto esposo dejó una fortuna que ella ha sabido


conservar y multiplicar. Nadie quiere quedarse sin el favor
de Lady Gregory en un futuro proyecto para Londres.

La tal lady Gregory era toda una belleza llena de rizos


oscuros que enmarcaban el rostro femenino donde
sobresalían unos bellísimos ojos grises.

-Es un placer contar con la nieta de lord Briton entre mis


invitados – dijo cogiéndola del brazo y llevándola hasta un

sillón. –No olvide, lady Katherine, venir a contarme cómo le


fue su primer baile en Londres. Tengo muchísimos invitados
a los que atender pero usted para mí es alguien especial.

Antes de que Katherine pudiera preguntar por qué, lady


Gregory ya se había esfumado detrás del rumor de los

volantes de su vestido. Katherine se preguntó si su sencillo


atuendo con falda de poco vuelo en tono verde jade era el
más adecuado después de ver la magnificencia del vestido
de lady Gregory.

-Dígame que no he hecho el ridículo al vestirme con


sencillez, señora Graw – dijo Katherine disimulando su

pánico.

La señora Graw observó la falda larga sin enaguas que

mantenía un escaso vuelo, el escote sin corpiño que


permitía ver la línea natural de los pechos de la joven y el
recogido que dejaba buena parte de su cabello rojo sobre
los hombros.

-Si madame Zolta ha asegurado que marcarás tendencia al


despojarte de las enaguas y los corpiños, puedes creerla. Es

la que más sabe de las modas europeas. Probablemente en


la cercana Francia este sea el atuendo habitual. Los
hombres lo agradecerán al tocar la blandura de la carne al

bailar y no la dureza de un corpiño.

Tras unas palabras de los condes de Berkeley comenzó la


música con una conocida pieza de vals. Katherine vio a tres

caballeros caminar en su dirección.


-No sé si voy a poder hacerlo, señora Graw, he olvidado los

pasos del vals.

-Es porque estás nerviosa, querida, puedes hacerlo – le

respondió la doncella sonriendo al joven que había tomado


la delantera. – Este no nos interesa, Katherine, a mitad de la
pieza dile que te encuentras cansada y quieres sentarte.

Cada movimiento de la joven era seguido por lady Gregory y


la condesa de Berkeley. Katherine se equivocó en varios
pasos y pisó a su compañero e baile.

-Será hermosa – dijo lady Gregory. – Pero baila como un pato


en un estanque de cisnes.

-Sea más compasiva, lady Gregory –respondió la condesa. –


Es su primer baile y la muchacha viene de Irlanda donde no

están acostumbrados al vals.

A lo lejos el compañero de baile de Katherine parecía


cómodo con la torpeza de la joven y, lejos de echarlo atrás,

la animaba a continuar la pieza.

-Creo que para su compañero en la pista es indiferente lo

bien que baile – acuñó la condesa de Berkeley. – Lady Briton


pescará esposo en este primer baile.
CAPÍTULO 17

Kenneth Midelton había escuchado los comentarios que


sugerían que, si bien era cierto que la hermosa lady Briton
no era una experta en el arte del vals, su torpeza resultaba

encantadora. No solo eso, sino que, además, daba la excusa


perfecta a sus compañeros de baile que aprovechaban la
desventaja para tener un tema de conversación y … maldita

sea…era motivo justificante para agarrar con más fuerza a


la joven ya que solo llevándola entre sus brazos podía ella
seguir los alegres movimientos.

Dos cosas había sacado en claro sir Kenneth Midelton en la


media hora que llevaba apostillado en la jamba de uno de

los arcos góticos del salón. La primera era que,


efectivamente, la joven no había estado en un baile en toda
su vida con lo que era muy fácil especular acerca de su
origen noble, y la segunda era que no iba a permitir que

aquellos patanes siguieran aprovechando la torpeza de lady


Katherine para estrecharla contra su cuerpo. Aquella mujer
de cabello rojo y rostro esculpido era suya. Solo él tenía el
derecho a tocarla y, cuanto antes zanjara el tema, mucho
mejor para todos.

En realidad había intentado sacarla a bailar desde que


comenzara la música .pero lady Elizabeth Gregory seguía de
cerca sus pasos y pretendía evitarla. Conocía por supuesto

la naturaleza despierta de su antigua amante y, sin duda,


aquel baile organizado por ella solo tenía el propósito de
descubrir quién era la mujer que había motivado su ruptura.

Está bien, pensó Kenneth, si lo que ella deseaba era hacer


evidente su interés por otra mujer no pondría ningún

inconveniente.

Se ajustó la capa y comenzó a caminar hacia lady Katherine


Briton.

**********

Hacía ya rato que se sentía observada.

No era una sensación cómoda aunque tampoco amenazante

como cuando vivía en las calles. Allí, en medio de aquel


salón lleno de personas con títulos nobiliarios y oro, nada

podía pasarle. Por supuesto era consciente de que estaba


siendo observada por todo el mundo. El propio lord Briton se
lo había advertido.

-Querida niña, no te pongas nerviosa cuando compruebes


que la alta sociedad no aparta los ojos de ti. En lugar de
sentirte insegura o sospechar que estás haciendo algo mal,

piensa que eres la nueva joya que todos desean tener.

Poco podía saber lord Briton de los peligros que alguien

corre viviendo sin un techo sobre su cabeza, de los canallas


a los que se había tenido que enfrentar y de la lucha por
sobrevivir en una urbe infecciosa y delincuente. Ahora
estaba en la otra cara de Londres donde sobraba comida,

higiene y nadie podía lastimarla. Era imposible que nada la


hiciera sentir atemorizada…ni siquiera aquel tipo alto y
fuerte que llevaba media hora observándola.

Había echado algún que otro vistazo para mirarlo de reojo.


Era imposible obviar su presencia, pero no era la única que

había reparado en él. No había una sola mujer en el salón


que no le hubiera dedicado una amplia sonrisa incitándolo a
invitarlas a bailar. Pero el tipo no desviaba su atención de

ella.

Le había perdido la pista desde hacía dos minutos porque su

compañero de baile la estaba estrujando demasiado. No se


le ocurría otra palabra para describir la actitud de aquel
hombre que le tocaba la espalda en un lugar demasiado

bajo y ya había echado varias miradas a su escote


haciéndola sentir incómoda. Ella se alejaba de él con un
paso disimulado pero el compañero volvía a acortar la

distancia para retenerla.

-Tal vez haya llegado el momento de que cambia de


compañero de baile.

Antes de que ella pudiera girarse a ver qué rostro


acompañaba aquella voz grave, su compañero de baile

contestó:

-La señorita está bailando conmigo. – las últimas palabras

sonaron tímidas cuando el hombre comprobó la


envergadura de quien había sugerido un cambio de
compañero. – Supongo que lleva razón – añadió ofreciéndole
la mano de Katherine. – Estimada lady Briton, espero que
me reserve alguna pieza más.

Kenneth alargó el brazo y atrajo hacia sí a Katherine


haciéndola dar un par de giros en los que no perdió el
equilibrio porque se aferró a sus hombros. Bajo la yema de

sus dedos pudo comprobar la musculatura dura del hombre.


Fue como si una llama eléctrica la recorriera. Levantó la
mirada hacia los ojos masculinos…¿no había visto aquellos

ojos azules con motas doradas en alguna parte?... Bajó la


vista desde los ojos hasta los labios…gruesos, sugerentes,
aptos para un beso… se ruborizó al tener aquellos
pensamientos. No debía imaginar ningunos labios

besándola. No lo haría. Recordaría las calles frías de Londres


y se olvidaría del calor que estaba sintiendo en su espalda
mientras él la sujetaba, se olvidaría de que aquella

mandíbula cuadrada tenía un hoyuelo en la barbilla que


capturaba la mirada, y desde luego, no prestaría demasiada
atención a las ondas castañas de su pelo, ni a los músculos

duros que debía haber bajo aquella capa. Claro que era un
hombre interesado en ella…¿la había sacado a bailar, no?
Incluso había hecho algo más que eso. Literalmente se la
había arrebatado de las manos a su anterior compañero de
baile y ahora la sostenía prácticamente en brazos haciendo

que sus pasos volaran gráciles sobre el suelo. Quien la


pudiera ver en ese momento imaginaría que había sido

criada en los salones reales y que los bailes eran su hábitat


natural porque el tipo se las había apañado para que ella

pudiera seguir cada uno de sus pasos sin dificultad ninguna.

Sin olvidar que la estaba sosteniendo el hombre más guapo

del salón y con la conciencia plena de su impresionante

físico recordó súbitamente todos los pasos que Madame


Zolta le había enseñado en su academia. Lo cierto era que

sabía lo suficiente como para poder seguir el vals sin

cometer torpezas, sin embargo, las había cometido una tras


otra con cada uno de sus compañeros.

-Gracias por librarme de ese tipo – dijo Katherine en el

recorrido que iba desde la boca de Kenneth hasta sus ojos.

-De nada, lady Briton, me temo que la falta de enaguas y

corpiño da más cobertura a las sensaciones de bailar con


una mujer – respondió Kenneth atrayéndola un poco más

hacia sí.
La muchacha notó el leve tironeo pero en lugar de oponerse

se dejó hacer y aterrizó en el pecho amplio del hombre. Algo


le hizo aspirar con profundidad. El olor que aquel tipo

despedía era tan penetrante como delicioso y estaba segura

de que lo había olido antes.

El vals hizo un requiebro en sus movimientos y Kenneth la

hizo girar para evitar cambiar de pareja.

-Madame Zolta me dijo que marcaría tendencia sin corpiño


y que en Francia las damas iban vestidas así. – Dijo

inocentemente sin advertir que hablar de corpiños era


demasiado íntimo.

-Madame Zolta sabe lo que hace y porqué lo hace. Hágale


caso, es la que más entiende de bailes de salón en todo

Londres. – Katherine respondió con una sonrisa. Dios

bendito, era la inocencia en estado puro. Sus ojos destilaban


pureza y su olor virgen lo estaba enloqueciendo. –

Permítame presentarme, me llamo Kenneth Midelton y he

venido a este salón exclusivamente a bailar con usted.

Ella abrió sus ojos para luego parpadear confundida.

-Supongo que es un halago, sir Midelton.


-Supone mal, no es un halago, Katherine – dijo dejando

resonar el nombre en los oídos de ella. – Es una verdad

absoluta. No me interesa nadie más en este salón. Solo


usted.

Kenneth advirtió como ella tensaba los músculos de su


espalda al escucharlo.

-Le diré más, querida lady Briton, sé lo que su abuelo

necesita de usted y estoy dispuesto a ayudarlo.

CAPÍTULO 18

No había bebido apenas así que no podía llegar a


comprender porque se imaginaba que los ojos de sir Kennet

Midelton se estaban llenando de pequeñas motas doradas

como si el azul océano de sus iris fuera interrumpido por un


ocaso color tierra.

De repente todo parecía detenido, el mundo se había

parado y en aquel salón solo estaban ellos dos…un hombre


de estatura colosal que la sujetaba con unas manos que

parecían cálidas cadenas alrededor de su cintura y esos

ojos… los había visto antes…estaba segura…igual que el


olor al almizcle que parecía envolverla como una bruma a

su alrededor.

-No entiendo lo que quiere decir, sir Midelton. Mi abuelo no

pretende de mí otra cosa más que compañía en sus tardes

de invierno.

La mano de Kenneth subió desde la cintura hasta sus

omoplatos. El pecho femenino se elevó con una respiración

agitada.

-Le confieso que me ha atormentado pensar que lo que Lord

Briton necesita de usted sea compañía – dijo sin esperar


que la joven comprendiera el significado de sus palabras. –

Pero ahora sé la verdadera historia.

Katherine se echó hacia atrás.

-Creo que estoy cansada de tanto bailar. Ha sido un placer


volar en sus brazos. Gracias. No dude que la compañía de

lord Briton se limita a conversar y jugar al ajedrez.

Katherine se giró para marcharse.

Él tardó una décima de segundo en comprender que ella

había adivinado el significado de aquellas palabras que


aludían a una supuesta compañía íntima. Alargó su brazo y
la hizo girar sobre sí misma.

-Lady Briton, siga bailando o se pondrá en evidencia porque


no la pienso soltar – dijo Kenneth.

- Deseo dejar de bailar .No puede retenerme en contra de

mi voluntad, sir Midelton, – Katherine puso las manos contra


su pecho y lo empujó con suavidad.

-Me temo que puedo hacerlo – respondió él. – Lady Briton,


voy a pasar por alto su comentario y a ignorar que una

dama inocente nunca habría adivinado que tras mis

palabras había un deshonor. No obstante, no pongo en duda


su virtud porque puedo olerla.

-¿Qué puede olerla…de qué está hablando? Suélteme o


montaré un escándalo.

-Le animo a que lo haga, me ahorrará el trabajo de hacerlo

yo para ligar su nombre al mío – dijo él sintiendo como ella

ofrecía resistencia entre sus brazos.

-No hace falta que ligue su nombre al mío, sir Midelton, solo
la forma en que me sujeta está dando que hablar. Afloje sus

brazos sobre mi espalda o fingiré un desmayo. – Kenneth


alzó las cejas sorprendido. - ¿Quiere que todo Londres
piense que me dijo algo tan inadecuado que me perturbé?

Kenneth aflojó la tensión de sus brazos.

¡Vaya, la dulce lady Briton sabía defenderse!

-Realmente me importa poco lo que Londres piense de mí y


sospecho que a usted le importa tan solo un poco más pero

estamos hablando de lord Briton. Un hombre honorable no

puede mantener su fortuna con una nieta que no se sabe


comportar en los salones reales ¿verdad?

Katherine dio varias vueltas a sus pensamientos antes de


decir:

-A lord Briton no le preocupa mi honorabilidad, sabe


perfectamente lo que tiene metido en su casa, usted es el

que parece confundir virtud con sumisión. Sir Midelton, diga

lo que ha venido a decirme y si me ofrece un trato favorable


para mi abuelo, lo pensaré.

No le estaba gustando nada la forma en que estaban

desarrollándose los acontecimientos.

La mujer había comenzado cayendo en su mirada…después

de todo era humana y todas las humanas eran susceptibles


a la belleza viril de un likae. Pero algo había hecho mal.

Quizá había sido demasiado directo y ella se había


asustado. De cualquier manera y , a pesar de estar seguro

de su virginidad, la muchacha se comportaba como alguien


que está acostumbrada a defenderse.

Se había dado cuenta de su presencia desde que había


entrado en el salón. Sus miradas eran disimuladas pero

estaba pendiente de lo que él hacía. Ni siquiera lady

Gregory se había dado cuenta de su presencia hasta que él


había decidido hacerse notar. Sin duda Lady Briton estaba

acostumbrada a vigilar su entorno. Después la había visto

mantener a raya a todos los tipos que habían bailado con


ella. No era una actitud muy habitual. Las jóvenes inocentes

no sabían cómo manejar esas situaciones porque, entre

otras cosas, no eran conscientes de esos movimientos


masculinos debido a su inocencia. Y por último, no se

esperaba esa frase tan directa…”si ofrece algo que me

resulte beneficioso, aceptaré”

Kenneth sujetó la mano de Katherine Briton con firmeza. La

hizo seguir los pasos de un nuevo vals que empezaba a

sonar encadenando su melodía con el anterior.


-Muy bien, preciosa, empezaremos reconociendo que no

eres la nieta de lord Briton. – Katherine hizo el además de


separase de él pero las manos la retuvieron con energía y ,

esta vez, no puso ningún reparo a estrecharla

completamente contra su cuerpo como si ella le


perteneciera. - ¿Eres su amante?

-No – masculló ella. – Soy su nieta.

-Mentira – dijo él. - ¿Tu visita en esa casa tiene alguna

motivación sexual?

Katherine agitó la mano que tenía en el pecho del hombre

en el aire. Kenneth supo que pretendía darle una bofetada y

cambió la mano de baile para no llamar la atención.

-Si sigues llamando la atención con comportamientos pocos

decorosos los planes de tu lord se vendrán abajo. -¿Te deja


su fortuna a cambio de tu compañía?

-Ya le he dicho que no…¿no decía hace unos momentos que


podía oler mi pureza?

-La puedo oler pero no sé que pretende lord Briton de ti si

es capaz de ponerte como cebo en un baile real. ¿No ha


pensado que alguien podría aprovecharse de tu inocencia?
-No soy inocente – la respuesta de la muchacha le hizo

gruñir en silencio. – Soy virgen pero sé lo que pasa entre un


hombre y una mujer y sé defenderme de los tipos

asquerosos que pretender engañar a una mujer.

-¿Y cómo es posible que lo sepas? No lo habrás aprendido

en los salones bailando entre condes y marqueses.

Kenneth advirtió como la vulnerable garganta se contrajo


para tragar saliva.

-¿De dónde has salido Lady Katherine Briton? – preguntó él


susurrando.

Katherine buscó a la señora Graw con la mirada. Esta notó


en un solo pestañeo la angustia de la muchacha y

recogiendo el vuelo de su falda se encaminó hacia la pareja.

Katherine agradeció al cielo que llegara a rescatarla pero su

sorpresa fue mayúscula cuando al llegar al lado de ambos

dijo:

-Sir Kenneth Midelton, acompáñenos a mi lady y a mí al

jardín. Es importante que hablemos.


CAPÍTULO 19

Una fría bruma cobijaba la luna en su fase previa a la


plenitud. La neblina se enredaba en los pies de Katherine y

removía con gracia la falda verde jade de su vestido

mientras caminaba con Kenneth Midelton y la señora Graw,


una a cada lado. El frío erizaba su piel hasta hacerla tiritar.

Con la premura de la doncella haciéndolos abandonar el

cálido salón de baile había olvidado coger su capa. No


obstante, Katherine se preguntó si aquel estado gélido de su

interior se debía a las bajas temperaturas o a su alma que la


alertaba de algo.

La atmósfera olía a lluvia aunque las nubes se negaban aún

a descargar su oscuridad sobre la hierba cubierta de rocío.

El olor a almizcle era cada vez más pesado en aquel


recorrido hasta una de las fuentes que adornaban los

jardines del palacete de la condesa. Tras la cascada de la

fuente una figura adornaba su base. Resultaba


premonitorio que la escultura pulida en piedra granito

mostrara a una muchacha de cabellos largos abrazada por


los brazos fuertes de un hombre.
Un ave graznó en el lóbrego cielo y Katherine supo que no

era una inocente paloma buscando su nido sino un oscuro

cuervo cuyo sonido al batir las alas provocó un escalofrío


que la recorrió desde la espina dorsal hasta los pies.

La señora Graw puso una mano helada sobre el hombro


desnudo de Katherine.

-A estas alturas, mi querida muchacha, debo preguntarte…

¿te agrada el licántropo?

Katherine se cubrió los brazos en un gesto automático de

defensa sin poder evitar sentir un escalofrío.

Kenneth advirtió el gesto.

-Está helada, lady Katherine, - le dijo quitándose su capa –

permítame prestarle mi abrigo. – No la dejó responder y

acomodó la prenda sobre sus hombros. La muchacha exhaló


una bocanada de alivio que al contacto con el exterior se

convirtió en vaho. – Kenneth miró con dureza a la señora

Graw. - ¿ Es así como usted cuida a la nieta de lord Briton?

La doncella ignoró las palabras de Kenneth y continuó

hablándole a Katherine.
-Kathy, querida, es importante que señales que el likae te
gusta. No te entregaré a nadie que no sea de tu agrado.

Kenneht pudo escuchar el ritmo acelerado de las


pulsaciones de Katherine, el vuelco de sangre que recorrió

su cuerpo preparándola para huir…Comenzó a preocuparse


de veras cuando escuchó respirar a la joven con pesadez.

-¿Entregarme? ¿Qué quiere decir con “entregarme? El trato

no incluía ningún intercambio sexual.

Una sonrisa escéptica cubrió la boca de la señora Graw.

-Querida, estoy segura de que no pensarías que se te iba a


entregar un legado como el de lord Briton a cambio de

tomar el té y jugar al ajedrez.

Kenneth vio pasar una sombra de dolor cruzar los ojos de

Katherine.

-Pensaba eso porque eso era lo que se me había dicho –


respondió Katherine con la voz quebrada.

-Oh, por favor, déjate de gimoteos infantiles. Puede que a


Lord Briton le hayas hecho creer en tu inocencia pero

viniendo de las calles no me vas a hacer creer que


pensabas que esta vida era gratis ¿verdad?
Katherine la apuntó acusadoramente con su dedo índice.

-Le pregunté muchas veces si mi virtud estaría en juego y

usted me dijo que podía confiar en Lord Briton.

-Lord Briton es un ingenuo al que hubieran engañado

muchas veces en su vida si yo no hubiera estado a su lado

protegiéndolo de gentuza como tú- respondió la señora


Graw con dureza.

-Es usted peor que toda esa gente de los barrios bajos, peor
que las prostitutas que venden sus cuerpos para comer,

peor que el ladrón más hábil de los bajos fondos del barrio…

¿y sabe por qué? – la señora Graw puso los ojos en blanco –


porque toda esa gente no ha tenido elección en cambio

usted y lord Briton fingen ser honorables y comercian con la

confianza de las personas sin recursos.

La doncella la agarró por los hombros y le arrancó la capa

que la cubría. Forzó el cuerpo de Katherine sujetando sus


brazos por detrás de la espalda. Bajó el escote hasta dejar

los pechos semi desnudos y se dirigió a Kenneth con

determinación.
-¿Le gusta la humana, verdad, sir Midelton? Mire sus
cabellos, los pechos jóvenes, la boca jugosa…es suya si

convierte a Lord Briton en un licántropo.

CAPÍTULO 20

Kenneth tenía la teoría de que los humanos llegaban a la


certeza de las cosas a través de metafóricas llaves. Iban

recibiendo una serie de indicios que les llevaban a descubrir


algo importante, eso era lo que sir Midelton llamaba “una

llave”, y después de que los indicios se encadenaran unos

con otros y todas las llaves hubieran abiertos cada una de


las puertas, era cuando unían los hechos para llegar a una

conclusión.

Sin embargo, Katherine Briton había sido rápida, muy rápida

usando sus llaves y llegando a la conclusión…con algún que

otro error, no obstante.

Sentía como suyo el dolor de la muchacha al comprender

que había sido engañada por la doncella, pero no podía


negar que aquella conversación le había proporcionado más

información que mil charlas con lord Stanford.


Aquella muchacha cuyo cuerpo sujetaba la señora Graw

como si fuera una mercancía no era una dama de alta


alcurnia sino una mujer salida de las calles y aleccionada

para atraer la atención de un licántropo. El fin, desde luego,

era la conversión de lord Briton a la licantropía para librarse


de la muerte. La joven había deducido el engaño pero era

notable señalar que aquella mentira inducida era solo del

ama de llaves. Katherine había dicho bien claro que el pacto


no incluía perder su virtud, que lo había preguntado muchas

veces y se le había asegurado que permanecería intacta.

Por lo tanto no era una prostituta a pesar de su origen


humilde. Tampoco una mujer dispuesta a perder su honor a

cambio de una fortuna. Eso era algo francamente


agradable. La hubiera deseado igual si hubiera sido una

ramera que deambulaba por las calles hediondas de

Londres, pero descubrir que era virgen y que para ella su


respetabilidad era importante era mucho más de lo que

había esperado. Las palabras de la señora Graw la habían

delatado más allá de lo que pudiera parecer a simple vista.


Según la doncella si lord Briton no había sido engañado era

porque la mujer velaba por sus intereses. Era más que


posible que lord Briton no estuviera al tanto de que su ama

de llaves estaba ofreciendo el cuerpo de la muchacha a un


lobo como si fuera un pedazo de carne.

Sir Kenneth Midelton miró a Katherine presa entre los brazos


de la señora Graw.

Su gesto era altivo, su ceño fruncido daba cuenta de la

animadversión que sentía hacia él.

Era comprensible…después de todo la ofrecían como si

fuera una prostituta. No la quería de aquella manera. No la


iba a tomar forzándola a una relación sexual pero tampoco

podía dejar que su compañera de vida se esfumara de entre

sus manos.

-Acepto el trato pero se hará a mi manera – dijo Kenneth. –

Lo primero que quiero que haga es soltar a lady Katherine. –


La señora Graw asió los brazos de la joven con más fuerza

provocando un gesto de dolor en su rostro. – La está

lastimando. ¡Suéltela!

El grito de Kenneth sobresaltó al ama de llaves que la soltó

con rapidez.
Katherine se giró y apretó su mano en un puño que dejó

caer sobre el rostro de la señora Graw. Esta se dobló de

dolor y gritó:

-Maldita zorra.

Kenneth dio un paso rápido para atrapar a Katherine. La


cogió de los brazos y la muchacha cayó de lleno sobre su

pecho. Su puño pequeño, apretado e iracundo no dio

tregua y propinó un certero golpe sobre la mandíbula de


Kenneth. Este apenas sintió el dolor del impacto de la

humana pero le dio cuenta de la fortaleza de su carácter.

-Yo no acepto el trato – masculló Katherine. – O me suelta o

monto un escándalo que haga salir a todos los invitados.

-La soltaré si me promete que no huirá – respondió Kenneth

aflojando la presión de sus manos.

-Oh, por supuesto, lo prometo – dijo ella en un tono de voz

templado.

Kenneth la liberó de sus manos y Katherine salió corriendo.

Al licántropo le bastaron dos pasos para atraparla de la

falda y hacerla regresar contra su cuerpo.


La muchacha levantó la cabeza y se enfrentó a la mirada

del lobo.

-Ni sueñe que me voy a acostar con usted.

-¿No quiere salvar la vida de lord Briton? Él es inocente.

Estoy seguro de que no le gustaría que las cosas fueran de


esta manera.

Katherine apretó los labios para decir:

-Lord Briton no tiene moral, ni él ni su doncella…ni tampoco

usted.

-Si me permitiera sacarla del equívoco – dijo Kenneth

susurrando.

-No le permito absolutamente nada. Quite sus manos de

encima de mi cuerpo o gritaré tanto que la condesa de

Berkerly lo echará de su palacio por molestar a una dama.

-Me aseguró que si le ofrecía un trato favorable lo aceptaría

– dijo Kenneth.

-No quiero ningún trato que venga de un ser tan

despreciable como usted.


Katherine levantó la rodilla y la impactó contra la
entrepierna de Kenneth.

Era un licántropo pero hasta el más fornido de los likaes

tenía unos genitales vulnerables. Gruñó de dolor y se dobló

para aullar. Katherine corrió aprovechando que el hombre la


había soltado. Llego a la verja de hierro negra que guardaba

los espacios verdes del palacete. Tiró de ella pero estaba

cerrada. Sintiendo como una gota de sudor frío corría por su


frente se giró con el corazón desbocado y vio a Kenneth

corriendo hacia ella. Sus zancadas eran enormes y sus fosas

nasales aleteaban poniendo en evidencia su magnífica


capacidad pulmonar. Katherine dio las gracias al cielo por

haber hecho caso a madame Zolta y haber prescindido de

las enaguas . De haberlas llevado no hubiera podido saltar


la reja. Su muslo derecho resultó herido con una de las

afiladas puntas de hierro y la tela del vestido se tiñó de

color carmesí. Kenneth entrecerró los ojos de dolor al verla


herida pero la dama no se dio por vencida y siguió

corriendo. Hubiera saltado la verja para seguirla pero no con

el ánimo de retenerla en contra de su voluntad sino para


arrodillarse ante ella y pedirle que se casara con él. No
aceptaría otra cosa, no la tomaría como a una fulana que se
vende, no la quería en su cama dominada por el rechazo o

el desprecio, ni siquiera si lo aceptaba le impondría su

presencia a no ser que ella la reclamara, pero para


explicarle todo eso tenía que retenerla, tenía que conseguir

que lo escuchara.

Estaba a punto de saltar la reja de hierro cuando escuchó la

voz de la señora Graw dando un grito a lo lejos.

-¡Sir Midelton!

Cuando giró el rostro vio a lady Elizabeth Gregory y a la

condesa de Berkerly rodeadas de sus invitadas y siendo


testigos a lo lejos de la fuga de lady Katherine Briton.

CAPÍTULO 21

Corrió tanto que la noche londinense se enredó entre sus


pies haciéndola caer más de una vez. Daba igual …lo

importante era huir…huir de la maldad de las gentes, huir

de la ruindad, de la mezquindad, de la dolorosa sensación


de haber confiado en quien solo pretendía prostituirla

entregándola a un hombre a cambio de un beneficio. Corrió


y la niebla humedeció sus cabellos mientras ella se
preguntaba dónde podría ir. Su falda ensangrentada se

elevaba en cada zancada dejando ver de forma indecorosa

sus mulos…poco le importaba ya. Solo quería conseguir un


lugar a salvo…

Algo hizo un click en su cerebro…su falda…la sangre de su


pierna herida…había podido saltar la cancela de hierro

gracias a madame Zolta…eso era…¡Madame Zolta, ella le

ayudaría!

Katherine aminoró el ritmo de sus pasos…Square Graden…

el estudio de Madame Zolta estaba en Square Garden…solo

tenía que caminar hasta allí.

**********

-Kenneth – dijo Madame Zolta - ¿Dónde está la chica…dónde

está Katherine?

Tuvo que cerrar sus ojos ante una madre que lo miraba con

reproche.

La había visto llegar corriendo en mitad del jardín mientras


las otras invitadas se cubrían el rostro con las manos o se

acariciaban la garganta intentando aliviar la tensión. Nadie


sabía lo que había ocurrido allí pero, sin duda, no era algo

bueno.

-Te dije que me temía lo peor de la señora Graw – insistió

Madame Zolta – Esa mujer nunca me ha inspirado


confianza. Deberías haber actuado antes.

-Madre, sugerí secuestrarla para poder reclamarla por la ley

de los humanos para reparar su honor y te pareció


descabellado. Recuérdame que no vuelva a hacerte caso.

Madame Zolta giró el cuello para comprobar cómo lady


Gregory y la condesa de Berkerly se acercaban a ellos.

-Vete al estudio de baile, madre. Si busca un lugar para


esconderse tarde o temprano acudirá a ti. No conoce nadie

más en Londres salvo… - Madame Zolta miró a su hijo con

una mirada de preocupación - …maldita sea, salvo que


quiera volver al East End.

-¿Adónde?

-Al barrio del que procede.

-Sir Midelton – Kenneth se giró al escuchar la voz de la


señora Graw. A su lado, con cara circunspecta, estaban lady

Gregory y la condesa. – Les he explicado a las anfitrionas


que hemos recibido la terrible noticia de que Lord Briton

empeoró en su estado de salud y lady Katherine se ha


puesto tan nerviosa que no ha reparado en sus actos. Pobre

muchacha – dijo la doncella con maneras afectadas – quiere

tanto a su abuelo que ha perdido momentáneamente la


cabeza por el shock. Señoras – se giró hacia las dos ladys –

soy testigo de cómo sir Midelton ha intentado llevarla él

mismo, le ha ofrecido su carruaje y cuando lady Katherine


ha salido corriendo ha tratado de retenerla. Muchas gracias,

sir – dijo poniéndole una mano sobre su brazo - Será mejor

que me monte en mi carruaje para regresar a casa. No se


preocupen, señoras, la joven lady Katherine debe estar

caminando por las calles en dirección a nuestra casa.

Kenneth hizo un gesto a madame Zolta.

-Permítame que la acompañe, querida señora Graw.

-No será necesario.- Respondió la doncella.

Madame Zolta apretó tanto el brazo de la señora Graw


mientras fingía una sonrisa que la doncella supo que no

tenía elección. Ambas desaparecieron entre la bruma de la

noche para recoger el carruaje que las devolviera a casa.


-Daré la explicación de lo sucedido a todos los invitados y

seguiremos con el baile – dijo la condesa de Berkely

mirando a lady Gregory para que la acompañara. – Sir


Midelton, aunque sus intenciones sean las mejores

entenderá que ha comprometido el honor de la joven.

Espero que actúe como lo dictan las normas.

¡Perfecto!

¡Tenía la bendición de la condesa para el matrimonio!

Lo malo de todo aquello es que Katherine tenía que aceptar

y, por supuesto, tenía que aclarar las cosas con lord Briton y
la señora Graw. Una mujer así no podía seguir al servicio del

lord. Probablemente ni siquiera él supiera las toscas

intenciones de la doncella. Y sobre todo y por encima de


todo, tenía que asegurarse que Katherine Briton estaba

bien.

Esperó que ambas mujeres desaparecieran por los jardines

y volvieran al salón.

En cuanto se perdieron de vista dio un brinco para rebasar

la cancela. Cayó convertido y corrió sobre sus patas.


CAPÍTULO 22

Siguió el rastro de su olor por las calles estrechas de


Londres. Deducía que Katherine había deambulado sin

mucho sentido tal vez en el impacto de sentirse traicionada

por la señora Graw, tal vez buscando un refugio para pasar


la noche. Pero, finalmente, había tenido la cordura de

encaminar sus pasos hacia el estudio de baile de madame

Zolta.

Lo que más le preocupaba a Kenneth era el rastro de

sangre. Visualizó en su mente los picos de hierro de la

cancela del palacete de la condesa. Picos negros, sucios y


mojados por el rocío de la niebla. Por más que se intentaran

limpiar la lluvia era tan frecuente que, a menudo, se

mezclaba con el polvo del aire y de la tierra ensuciándolos


de nuevo. Aquellos picos podían llegar a ser mortales si

alguien trepaba la alta verja. La funcionalidad de las

altísimas cancelas victorianas era precisamente esa; evitar


que cualquier desconocido pudiera invadir el territorio de

una casa privada.


Desde luego, cuando la condesa de Berkerly la puso ahí no
fue pensando que una chiquilla salida de las calles y

convertida en lady tuviera la necesidad de huir de su


presencia.

Una presencia que, dicho fuera de paso, era muy apreciada


en cualquier baile de salón. No se podía considerar que

perteneciera a la aristocracia aunque le hubiera bastado

con desposar a una joven noble para entrar en ella, pero él


era un burgués dedicado a crear nuevas rutas por donde

introducir en el país británico las especias traídas de la India

y su fortuna superaba a la de muchos lores. Por ello, y cómo


no, por su impresionante físico, era un reclamo para las

familias que tuvieran hijas en edad casadera. Era, en

definitiva, una pieza valiosa en la alta sociedad inglesa, una


pieza que cualquier noble querría en su familia. Él jamás

había ambicionado ese tipo de vida, no le gustaban los

bailes de salón aunque fuera un maestro bailando el vals,


no le satisfacía la doble moral victoriana que fomentaba el

matrimonio como una bendición pero hacía la vista gorda a

las cortesanas. Su único deseo al entrar a formar parte del


juego era encontrar a su compañera de vida.
Años atrás le habían asegurado en uno de los Consejos
licántropos que su compañera sería una dama de alta

sociedad, ese y solo ese era el motivo por el que participaba

activamente en la vida social inglesa. Ahora la tenía, la


había encontrado, la mujer que había estado esperando

durante años había estado frente a él y como un idiota la

había perdido. Él era tan víctima de la señora Graw como


Katherine. Le hubiera gustado cortejarla poco a poco,

despertar el deseo de la muchacha, no solo sexualmente,

esto era muy fácil para él, sino emocionalmente, deseaba


que lo amara y lo hubiera conseguido si no hubieran puesto

a la joven como cebo para un plan descabellado. Claro que,

por otro lado, jamás la hubiera encontrado de no ser así. La


vida tenía esos misterios. Nunca se le hubiera ocurrido que

su compañera de vida viviera pasando hambre en los


suburbios ingleses… hambre, tal vez frío, puede que ni

siquiera tuviera un hogar… El dolor le hizo entrecerrar los

ojos y seguir avanzando a través de la maleza con el olor de


Katherine sobre el hocico.

A lo lejos vio su delgada figura. El vestido había extendido


su mancha carmesí y casi teñía toda la falda. Su paso era
cadencioso en medio de una llovizna que mojaba sus
cabellos cobrizos deshaciendo el elaborado peinado que

mantenía su rostro despejado. Cojeaba y una de sus manos

se apoyaba en la cadera como si caminar le resultase


doloroso.

Dio un salto para colocarse a su lado.

Katherine se giró lentamente.

A pesar de su dolor advirtió de manera instintiva la mirada


noble del animal.

-Debes ser una alucinación – bromeó mirando el cuerpo


enorme del animal. – Me alegro de no sentirme sola. –

Alargó la mano para acariciar su pelaje. Kenneth dejó que

ella lo tocara y cuando estuvo seguro de que no le tenía


miedo inclinó su cabeza por detrás de las corvas haciéndola

caer sobre su lomo. – Sé que eres una alucinación – susurró

Katherine agarrándose al pelaje del animal que trotó en la


dirección del estudio baile – pero una alucinación muy

agradable.

La joven hundió su cabeza en el grueso pelo blanco. Un olor

a almizcle penetró a través de sus fosas nasales haciéndola


sentir un bienestar inmediato. A pesar del dolor en su pierna

era capaz de dilucidar que aquello era real…extrañamente


real…nadie percibía un olor con tanta precisión en algo que

imaginaba. No había tenido miedo del enorme lobo aquella

noche frente a su ventana cuando los destellos azules de los


ojos felinos lo habían delatado, y ahora…ahora es que ni

siquiera sentía temor a ser devorada por aquella bestia sino

gratitud por cobijar su cuerpo y ayudarla a llegar a su


refugio.

Rezó íntimamente para que madame Zolta hubiera llegado

ya a su casa y la recibiera. Era consciente de que estaba

perdiendo mucha sangre y se sentía debilitada. Cerró los


ojos y un suave sopor se apoderó de ella.

Katherine ni siquiera fue consciente de que al entrar en el

estudio era un hombre el que la llevaba en volandas hasta

el dormitorio de madame Zolta.

CAPÍTULO 23

Madame Zolta iba de camino, Kenneth podía olerla a través

de la humedad de la noche. El cielo londinense no parecía


dar tregua en una noche tan oscura como tantas otras pero

con un ingrediente nuevo… el temor de que la humana


muriera desangrada.

Decidió no esperar más. Volteó el cuerpo de Katherine sobre


la cama y deshizo los botones de su falda. Sus manos se

engancharon a la falda mientras tiraba de ella sin conseguir

sacarla. La luz de candelabro hacía temblar la sombra de


sus dedos sobre el vestido de Katherine. Miró a su alrededor

y vio una lámpara de gas. Tomó la caja de apliques de

madera y prendiendo la punta del palo con la llama aplicó el


calor flameante a la lámpara para prenderla. La luz iluminó

toda la habitación. Miró de nuevo la falda. Su sorpresa llegó

al comprobar que la hilera de diminutos enganches iba


desde la parte superior del vestido hasta el final del mismo.

¡Mierda, tendría que desnudarla entera!

No es que le disgustara la idea. En realidad había imaginado

como sería su cuerpo desnudo desde que la había visto

aquel día en la tienda de telas de Madame Chaim, pero no


podía obviar que no eran las mejores circunstancias para

admirar su belleza. Además el cuerpo de la joven estaba frío


y le preocupaba que al desnudarla por completo perdiera

aún más calor. Maldiciendo en silencio las extrañas modas

femeninas desabotonó todos los enganches y tiró con


delicadeza de la prenda.

La mujer era realmente exquisita. Sus hombros suaves

daban lugar a unos pechos llenos a pesar de su delgadez.

Los pezones eran dos puntas color carmesí sobre un fondo


blanco de textura suave, la cintura se estrechaba

mostrando el ombligo como si fuera una circonita sobre

terciopelo y las caderas se agrandaban en la proporción


correcta dando al hermoso cuerpo el contorno de una

guitarra. Más abajo el suave vellón rojizo invitaba a

descubrir secretos inconfesables y tras él dos piernas largas


y bien formadas, una de ellas exhibiendo una fea herida

cuyos bordes empezaban a amoratarse.

Kenneth sabía lo que significaba aquello. Con toda


seguridad la herida se estaba empezando a infectar. Buscó

con rapidez una botella de licor. Sabía que su madre las

tenía en todas las habitaciones para caldear el paladar


antes de irse a dormir. Era una costumbre que había tenido

toda la vida. Abrió el armario y sacó una botella de whisky.


Vertió el líquido dorado sobre la herida abierta del muslo.

Katherine gimió de dolor.

-Lo siento, pequeña – susurró – es necesario para que no se

infecte.

Volvió a aplicar el líquido sufriendo por su dolor pero


sabiendo que era absolutamente necesario. Fue al botiquín

del dormitorio de su madre y extrajo unas vendas del

maletín. Al regresar de nuevo al dormitorio vio Katherine


temblando de frío sobre la cama. Se dio prisa en vendarla y

avivó el fuego apagándose en la chimenea. Tapó el precioso

cuerpo de la mujer con una manta y esperó que el calor


hiciera su efecto.
La herida estaba desinfectada pero la muchacha estaba
débil por la hemorragia. Sin reprimir su necesidad de
protegerla acarició sus cabellos rojizos. Deslizó los
mechones entre sus dedos admirando los destellos cobrizos

que el fuego arrancaba a la gloriosa melena. Aquella caricia


no era suficiente. Katherine debía entrar en calor. Observó

el movimiento de sus hombros que se agitaban por los


tiritones bajo la gruesa cubierta.

Supo lo que tenía que hacer.

Lo había visto hacer en alguna ocasión para devolver el


calor corporal, incluso un médico le había asegurado que

nada elevaba la sensación térmica tan rápidamente como el


contacto de un cuerpo desnudo. Se levantó de la cama

donde reposaba la joven y se deshizo de toda su ropa.


Levantó la manta y se colocó junto a ella… muy cerca…con

la decorosa actitud de quien no quiere aprovechar un

momento de debilidad para sacar un beneficio, sin

embargo, no era suficiente.

Agarró el cuerpo de la mujer por la cintura y la volteó contra

sí. Los brazos fuertes se deslizaron por la espalda… el tórax


de Katherine con sus jóvenes pechos aplastados contra su

torso caliente de licántropo... la pelvis femenina pegada a la

suya…los muslos masculinos enredándose en los

femeninos.

Las manos de Kenneth caminaron una y otra vez por la

espalda de Katherine dándole el alivio que necesitaba.

Kenneth supo que estaba haciendo lo correcto cuando la

mujer, en un gesto inconsciente, se arrebujó contra él

gimiendo de placer al contacto con una fuente de calor.


Escuchó su respiración. Poco a poco los sonidos se

acompasaron y el cuerpo entró en su habitual tibieza. Miró

el hermoso rostro que tenía apoyado sobre su hombro. Tuvo


que hacer uso de toda su fuerza de contención para no

besarla.

Suspiró aliviado al comprobar que estaba bien…sus


párpados lucían relajados, sus labios habían recuperado el

calor y parecía cómoda entre sus brazos…todo estaba

bien…Kenneth cerró los ojos y se quedó dormido con el

cuerpo de Katherine envuelto en el suyo.


CAPÍTULO 24

Las ruedas del carruaje levantaron todos los charcos del

centro de Londres mientras Madame Zolta regresaba a casa.

A pesar de ser una hembra licántropa el corazón le latía con

ferocidad ante la espantosa situación. Una muchacha sin

más abrigo que un delicado vestido de baile hechos de

sedas y satenes, con los hombros y el escote descubierto

caminando sola por las calles de la ciudad…

Dios mío, estaba expuesta a todo; morir congelada, ser

atacada por un animal o ser abusada por los mendigos y

ladronzuelos. Cierto era que la joven procedía de los barrios

pobres y, probablemente, se sabría defender bien….pobre

Kenneth, la patada que le había dado en sus partes debía

dolerme todavía…pero, aún así, si alguien deseaba hacerle


daño no podría escapar con esa pierna herida.

Miró con rencor a la señora Graw…una indecente que se

había aprovechado de la confianza del lord Briton y de la

inocencia de aquella joven que, no debía olvidarlo, era la


compañera de su hijo.
Le había dado órdenes al cochero para que la retuviera en el

carruaje mientras ella entraba en el estudio de baile a

buscar a Katherine.

Corrió sobre los adoquines que marcaban el sendero hasta

su casa y entró dando un portazo. Arriba Kenneth se movió

en la cama. Abrió los ojos y miró a Katherine que seguía

profundamente dormida y con sumo cuidado salió del lecho

procurando no mirar aquel cuerpo desnudo que le

pertenecía.

Madame Zolta entró en el dormitorio justo cuando él se

colocaba una capa encima.

Kenneth la agarró del brazo y salieron juntos por el pasillo.

-No es lo que te imaginas, madre. – Dijo Kenneth.

-Lo que me imagino es lo mejor que puede suceder, pero

supongo que la muchacha no está en las mejores

condiciones para tener una noche de amor con un

licántropo así que dime qué haces desnudo con ella en la

cama.

-Estaba temblando, tuve que hacerlo para darle calor –

respondió Kenneth sin contar los esfuerzos que había hecho


por no tocar el cuerpo de Katherine más allá de lo

necesario. – Le curé su pierna. Está vendada y desinfectada

pero me gustaría que velaras su sueño y controlaras su

temperatura. Mañana cuando despierte debe comer caldos

y debes echarle un ojo a su herida. Necesitará varias curas.

Madame Zolta no necesitó preguntar qué se proponía su

hijo.

-¿Vas a ofrecerle ya el trato a lord Briton?

-En cuanto me vista iré a visitarlo. El anciano debe de estar

muerto de la preocupación al no ver allí ni a la doncella ni a

la muchacha.

-¿Qué hacemos con la señora Graw? – Preguntó Madame

Zolta.

-La llevaré con Lord Briton. Él decidirá si la tira a la calle o

sigue con ella- dijo Kenneth.

Media hora más tarde Lord Briton elevaba sus cejas y abría

sus ojos más allá de sus órbitas.

Realmente le costaba trabajo creer que la señora Graw

hubiera sido capaz de tratar a Katherine de aquella manera.


-Tantos años a mi servicio, señora Graw, y ahora esto…¿qué

puedo hacer con usted?

-Le prometo, mi lord, que ha sido mi lealtad hacia usted, y

no otra cosa, la que ha motivado mis impulsos. No tenemos

tiempo para un cortejo y mucho menos para esperar la

decisión de lady Katherine. El likae está sublimado – un

gruñido contenido salió de la boca de Kenneth que estaba

presente – el trato era tomarla a cambio de convertirlo. – La

señora Graw se enjugó una lágrima.

-Pero no fue eso lo que le prometimos a Katherine –

respondió lord Briton duramente. – La muchacha

permanecería intacta. Se le dijo en todo momento. Ella

confió en usted, señora Graw, y yo también.

-Insultó a la chica – intervino Kenneth. – La trató como una

cualquiera, prácticamente desnudó sus pechos ante mí para

que la tomara sin importar la oposición de Katherine. –

Kenneth observó con el gesto de Lord Briton se endureció. –

Quiero saber cuál fue exactamente el trato que se le ofreció

a lady Katherine.
Lord Briton se levantó del sillón con dificultad. La señora

Graw le ofreció su brazo. Lord Briton la rechazó.

-Quiero que vaya usted a su dormitorio, que recoja sus


enseres y salga de esta casa.

-Mi lord, por favor, lo hice por usted, le queda muy poco

tiempo y …

-Silencio, mujer – la interrumpió él. – Cuando haya recogido

sus enseres una de las empleadas le dará un sobre con el


suficiente dinero para que pueda encontrar una casa y vivir

dignamente. No voy a tirarla a la calle como un perro


porque no puedo olvidar todos los años que me ha servido
fielmente pero no la quiero más aquí.

-Mi lord, Katherine no aceptará ningún pacto después de

esto …¿va a renunciar a la conversión?

-Eso, mi estimada, ya no es asunto suyo. Quítese de mi


vista antes de que me arrepienta del sustancioso dinero que

le voy a dar por todos estos años a mi servicio.

La señora Graw pasó como una sombra al lado de Kenneth y

dejó la puerta de la biblioteca en silencio.

Tras ella solo se escuchó su sollozo.


CAPÍTULO 25

Kenneth Midelton y Lord Briton se miraron fijamente durante

unos segundos.

La noche avanzaba brumosa helando los cristales de las

ventanas, congelando las gotas de lluvia que caían del


oscuro cielo convirtiéndolas en copos de nieve que se iban

acumulando en las esquinas de los cierres de hierro. La


temperatura del salón descendió y Lord Briton sintió un

escalofrío.

Kenneth avivó el fuego con el atizador.

Lord Briton examinaba al fuerte likae en cada uno de sus

movimientos.

Kenneth podía escuchar los débiles latidos de su corazón. El

lord estaba muy enfermo.

-Es usted un likae generoso como solo lo saben hacer las


almas nobles. – Kenneth dejó caer una manta sobre las

piernas del anciano. Este se lo agradeció con una sonrisa. –


Mi doncella aseguró que está sublimado con mi Katherine.
Kenneth humedeció sus labios antes de sentarse frente al
lord.

-Es cierto, lo estoy – respondió poniendo una copa de jerez

en las manos de lord Briton. – Bébalo, le ayudará a entrar en


calor.

-¿Dónde está mi nieta ahora?

-A salvo en el estudio de madame Zolta – respondió


Kenneth.

-¿Y cuáles son sus intenciones con ella?

-Antes quiero que hablemos de su conversión – respondió


Kenneth.

-No, sir Midelton, hablemos de Katherine. Mi conversión


importa poco frente al bienestar de una muchacha como

ella. Ha venido a mi casa, ha alegrado mis últimos días. Por


fin alguien a quien querer, por fin alguien con quien

compartir una copa de vino en una tarde lluviosa y una


partida de ajedrez. Una mujer hermosa, inteligente, llena de

vida, dispuesta a aprender, a salir de la miseria en la que


vivía. ¿Sabe que quiso rechazar mi legado cuando pensó

que era a cambio de ejercer favores sexuales?


-¿No era así? – Preguntó Kenneth.

-No, por dios, de ninguna manera. Usted conoce mi historia.


Yo solo le pedí que atrajera la atención de un likae para

pedirle la conversión. No incluía intercambios sexuales, ni


siquiera un matrimonio que ella no deseara.

Kenneth apoyó su barbilla contra la mano.

-¿Katherine creyó su historia?

-Oh, desde luego que no, me miraba como lo haría cualquier


ser humano a quien le cuentan que existen los hombres

lobo. – Una sonrisa triste inundó el rostro de Lord Briton. –


Pero supongo que pensó en seguirme la corriente para

agradecerme la vida que le estaba proporcionando. Lo único


que quiso saber es si su virtud sería sacrificada y, en caso
de que fuera así, quedarse como empleada de limpieza en

la casa.

-¿Estaba dispuesta a rechazar su fortuna para no sacrificar


su virtud? – Preguntó Kenneth que quiso escucharlo de

nuevo.

-Así es, sir Midelton, uno pensaría que una mujer salida de

las calles que ha pasado su vida sola tratando de sobrevivir


aceptaría cualquier cosa que le propusieran con tal de no

volver al horror de la miseria, pero Katherine no, ella


hubiera vuelto a las calles si aceptar mi trato hubiera

significado prostituirse. Sorprendente ¿verdad?

Kenneth asintió con la cabeza.

-Sir Midelton – continuó lord Briton – sé lo que es la

sublimación. Sé que Katherine será suya de una forma u


otra. Lo único que le pido es que no la convierta en una

concubina.

-Lord Briton, soy un caballero. Jamás convertiría a la mujer a

la que amo en una acompañante. Conozco la moral de


nuestros tiempos y estoy dispuesto a casarme con ella. Le

pido formalmente su mano. – Kenneth guardó silencio tras


observar la cara de satisfacción del anciano. – Tal vez pueda

convertirlo si me ayuda a ser aceptado. Tengo mis serias


dudas de que Katherine acepte un matrimonio.

-Olvídese de mí, sir Midelton, yo ya soy muy mayor, he

vivido una buena vida, mi enfermedad surgió en la niñez


pero no se ha hecho latente hasta mis días ancianos. La

vida ha sido muy generosa conmigo. Cuando me vaya la


única satisfacción que deseo llevarme conmigo es ver a mi
nieta bien casada con un hombre que la ame de verdad y la

haga feliz. Quiero que tenga todo aquello que le fue privado;
una casa caliente, un hogar, cariño y respeto, la seguridad
de saberse amada. Ella lo merece. Haga todo cuanto pueda

por dárselo, incluso en contra de su propia voluntad. Sé que


un likae jamás forzaría a una compañera a aceptar una

intimidad que no desea. Confío en usted.

-¿Ya no desea la conversión? – Preguntó Kenneth sintiendo


un sincero aprecio por el lord.

-No deseo que ella crea que mi cariño no ha sido honesto.


No me gustaría que pensara que todo el calor familiar que

hemos vivido estos días ha estado supeditado a un


beneficio mío. No, no deseo la conversión. Deseo que lady

Katherine Briton sea feliz.

CAPÍTULO 26

Katherine se despertó al comienzo de la tarde. Miró el reloj

de aguja que había prendido en la pared. Las cuatro de la


tarde…
Cielo Santo, había dormido desde la noche anterior.

Un cosquilleo picajoso en su pierna derecha le recordó todo


lo que había ocurrido.

Cerró los ojos dolorosamente al recordar la traición de la


señora Graw. Después había huido saltando aquella cancela

de hierro y se había herido la pierna…sí, así era…la pierna le


había dolido en cada una de sus zancadas como un aguijón

clavado en su piel. Pero no le había importado. En ese


momento necesitaba correr, huir, sentir que sus piernas

eran lo suficientemente poderosas para alejarla de toda


aquella mezquindad, de toda esa gente de mucho dinero y
pocos valores.

En algún momento de ese camino el dolor acuciante de su


muslo la había obligado a aminorar la marcha. Aún así había

continuado intentando que su paso fuera rápido mientras la


lluvia mojaba su pelo y su vestido.

¡Oh, dios, su vestido!

Levantó la manta que la cubría y vio sus pechos desnudos.


Un ardoroso pudor subió hasta sus mejillas.

¿Quién la había desnudado y metido en aquella cama?


Se llevó los dedos a las sienes y las masajeó…

Había aminorado su paso en aquella huida, recordó, la lluvia

extendía la mancha carmesí de su sangre sobre el vestido …


no estaba segura de que lo siguiente no fuera una
alucinación…un lobo enorme se había colocado a su lado.

-No es posible – susurró mirando de nuevo su cuerpo

desnudo por debajo de la manta. – Debí de imaginarlo por el


dolor…debió darme fiebre por la herida y lo imaginé…no
existen los lobos gigantes – continuó diciendo mientras
palpaba con sus manos cada parte de su cuerpo hasta

llegar a la herida.

Parpadeó varias veces para mitigar la sorpresa. Alguien se


había tomado la molestia de curar su herida. Llevó los

dedos hasta el lazo que ataba la venda y deshizo el nudo.


Una fea herida de unos diez centímetros de largo le cruzaba
el muslo. Examinó los bordes del desgarro. Estaban limpios,
con buen aspecto. Fuera quien fuera quién la había curado
lo había hecho muy bien.

Se levantó de la cama y silenció el gemido de dolor que le


provocó el movimiento al estirar la piel de la herida. Cogió
la capa que había en el suelo y se cubrió con ella. El olor de
la prenda le despertó los recuerdos de la triste noche…

aquel hombre tan guapo que la había obligado a bailar


mientras le hacía preguntas incómodas…su olor a almizcle
era el mismo que impregnaba la capa… ¿Había sido él quien
la había desnudado y curado su herida?

Se acercó a la ventana.

Aunque la tarde avecinaba lluvias el cielo conservaba algo


de brillo de la mañana. A lo lejos se veían las montañas con

sus picos nevados. Eran las montañas que separaban


Londres del pueblo más cercano. Estaba en Square Garden
y era la casa de Madame Zolta.

Sonrió con regocijo.

¡Lo había conseguido!

Había conseguido llegar al estudio de madame Zolta…


aunque fuera con la ayuda de un lobo imaginario que olía a

almizcle.

Se dirigió hacia la puerta del dormitorio con la seguridad de


que estando con la profesora de baile nadie le haría daño.
Alguien abrió la cerradura para entrar a la misma vez que
ella ponía sus manos en la llave que la abría. El susto fue

mayúsculo al ver ante sí a aquel gigante de ojos azules que


le había prestado su capa la noche antes.

Katherine reculó y se puso tras una silla. La levantó con sus


manos y dijo:

-No dé un paso más o le rompo la silla en el cráneo.

Kenneth permaneció inmóvil pero levantó sus manos para


decir:

-Lady Katherine no voy a hacerle daño. He venido para


revisar su herida.

-No sueñe que voy a enseñarle las piernas – dijo ella con la

silla aún en alto.

-No vería mucho más de lo que ya vi anoche – respondió


Kenneth.

El rubor subió hasta el rostro de Katherine cubriéndolo de


un atractivo tono carmesí.

¡Cielo Santo, era él el que la había cambiado y curado!

La joven agitó la silla que usaba de arma con gesto


amenazador.
-No me extrañaría que un miserable como usted

aprovechara mi debilidad para abusar de mi cuerpo –


escupió ella.

Aquel bofetón hirió profundamente a Kenneth que, tratando

de contener su enfado, alargó la mano y tomó la silla que


Katherine sostenía. La arrojó con rabia al otro lado de la
habitación y cayó destruida al suelo.

-Me pregunto con qué se va a defender ahora de este


miserable – siseó Kenneth dando un paso hacia ella.

Katherine buscó desesperada algo con lo que poder


defenderse. El atizador estaba aún caliente entre los
rescoldos del fuego. Lo tomó entre sus manos e intentó

golpear a Kenneth con él.

Este esquivó el golpe y gritó:

-¿Estás loca? ¡Suelta inmediatamente el atizador!

-Ya no es tan valiente con una mujer que puede herirlo


gravemente ¿verdad?

-Ese ridículo atizador no puede herirme más que tus

palabras – Agarró la herramienta por su lado más candente


y tiró de ella. Katherine dio un grito preguntándose como el

hombre había podido cogerlo sin quemarse.

Kenneth la agarró de los brazos. Katherine dio varios


puñetazos en el aire tratando de alcanzar la cara de

Kenneth.

-Estate quieta de una vez, maldita sea, terminarás


lastimándote - dijo Kenneth temiendo que su fuerza
sobrehumana pudiera lastimarla si tenía que inmovilizarla.

-Claro, tal vez prefiera lastimarme usted – respondió ella


forcejeando con todas sus fuerzas.

El puño cerrado de Katherine estalló en el ojo derecho de

Kenneth. La muchacha esperaba un grito de dolor pero el


hombre no pareció inmutarse.

-Yo diría que la que quiere acabar conmigo eres tú – Dijo

Kenneth que soltó sus brazos y la agarró por las muñecas


sujetándoselas por detrás de modo que el cuerpo de
Katherine aterrizó contra su pecho piel con piel.

Katherine echó hacia atrás la espalda en un intento de

poner distancia entre ambos cuerpos. Su torsión la hizo


perder el equilibrio y ambos cayeron sobre la cama. La capa
que cubría a la joven se abrió y bajo el cuerpo de Kenneth
quedaron expuestos los pechos femeninos.

Kenneth los miró…eran preciosos…tan cerca de su boca,


solo tenía que bajar la cabeza para sentirlos, para

chuparlos, para saborearlos…

Katherine se sintió atrapada. El tipo parecía fascinado con


sus senos. ¿Nunca había visto unos pechos en su vida?
Estaba perdida. Aquel gigante la iba a tomar. La iba a

poseer aprovechando que la capa se había abierto. Jamás


en su vida se había sentido tan indefensa.

De repente el hombre levantó la mirada hacia su rostro.

Tenía los ojos líquidos. Era como si el color azul de sus iris se
estuvieran derritiendo en dos cascadas de agua cristalina.

Dios, era tan hermoso…

En el baile no le había dado lugar a mirarlo. Las velas en las


lámparas de araña no eran la mejor iluminación y, después,
en la noche oscura en los jardines y con el sobresalto de
saberse vendida por la señora Graw, lo único que había

sellado en su mente de aquel tipo era su espectacular


corpulencia y su destacada altura. Un tipo grande…había
dicho su cabeza tomando la respectiva conclusión de cuán
difícil sería defenderse de él.

Ahora, de cerca, mirándole el rostro tenía ante sí una frente

amplia, unos labios carnosos, un cabello castaño y suave, su


cuello se abría para dar paso a unos hombros que se
levantaban como arcos mientras le sujetaba las muñecas
por encima de su cabeza. Y unos ojos… dios bendito, no

encontraba un adjetivo lo suficientemente grande para


describirlos.

Katherine se quedó atrapada en aquella mirada. Sabía lo


que debía hacer, debía gritar, llamar a madame Zolta a

voces, forcejear, cualquier cosa menos sentir lo que estaba


sintiendo; el deseo de aquella boca probando sus labios.

Tragó saliva cuando la cara del hombre empezó a descender


para capturar su boca. Permaneció inmóvil sintiendo aquella

primera humedad. Kenneth mordisqueó sus labios y ella,


bajo su cuerpo, se estremeció con su toque…quería más,
quería saber cómo sabía su boca. Él introdujo la lengua
dentro de su interior húmedo, buscó la de ella. Katherine se

retorció de placer sintiendo una gravidez pesada entre sus


piernas. La deliciosa sensación la hizo arquear su cuerpo y
al hacerlo chocó su pelvis contra la dureza caliente del
hombre. Kenneth gruñó de deseo al comprobar que ella

estaba excitada.

-Me vuelves loco, Katherine – susurró al despegarse de su


boca para volverla a tomar con más pasión.

Katherine notaba la excitación masculina sobre su muslo.

Aquel hombre besaba bien, muy bien…tanto que deseaba


sentir sus manos recorriéndola de arriba abajo. Se maldijo a
sí misma por responder tan fácilmente a la pasión de un
macho…¿dónde habían quedado sus principios, dónde

estaba ahora la mujer virtuosa que había salido corriendo


de aquel baile para que no la entregaran a un likae? Estaba
ahí, maldición, debajo de él, desnuda bajo el cuerpo de un
hombre excitado que acababa de mirar sus pechos con ojos

hambrientos, y lo peor es que le había gustado, había


sentido el regocijo de ser deseada por un hombre tan
espectacular. Quería más. Desconocía lo que era el amor
íntimo entre un hombre y una mujer pero si aquello era solo

el principio no le iba a importar nada llegar hasta el final.


Kenneth soltó una de las manos de Katherine. Sabía que se
estaba arriesgando pero quería a la mujer entregada por su
propia voluntad y aquellos pechos moviéndose bajo él lo

estaban enloqueciendo. Deslizó su mano hasta el seno y lo


acarició mientras seguía besándola. Ella gimió ante su
contacto. Se atrevió a soltarle la otra mano y llevar la suya
hasta la nuca de la mujer. Acarició un cabello sedoso y

presionándola contra su boca intensificó el beso.

Katherine sentía que su piel quemaba, su cuerpo entero


quemaba con aquella mano jugando con su pezón,

moviéndolo en insidiosa delicia entre sus dedos, estirándolo


para después volver a acariciar todo el seno con aquella
mano caliente.

¿Qué venía después?

Ella no era una cualquiera…no lo era…si en algún momento


había pensado en entregarse a un hombre a cambio de
unas monedas había sido por supervivencia, no por lascivia.
No iba a dejarlo salirse con la suya, no a un tipo que no la

amaba y que era capaz de aceptar un trato tan sucio como


el de la señora Graw.
Enredó sus dedos en el cabello castaño del hombre y, a la
vez que daba un fuerte tirón, mordió sus labios con furia.

Justo en ese momento la puerta se abrió y ambos


escucharon la voz de madame Zolta:

-Chicos, sería mucho mejor que tuvierais paciencia hasta


que formalicéis el matrimonio.

CAPÍTULO 27

Madame Zolta había tenido la gentileza de ayudarla a


ponerse un vestido de tela de damasco sin enaguas, la
había peinado y preparado el té que dispuso junto con unos
dulces de salmón. Le dio su tiempo para tomarlo y dejó caer

breves apuntes de todo lo ocurrido.

-Lo primero que debo aclararte es que Sir Kenneth Midelton


es mi hijo. Ese es el motivo por el que está en esta casa.

-Su hijo – repitió Katherine. – Jamás lo hubiera imaginado.


He escuchado la palabra “matrimonio” de su boca, madame
Zolta, supongo que no estará pensando en casarme con él.

Madame Zolta sonrió.


-A juzgar por lo que he visto al entrar en el dormitorio no
creo que lo pasases muy mal siendo la esposa de Kenneth.

Katherine bajó la vista avergonzada.

-Madame Zolta, usted no sabe la historia, no sabe el pacto


al que llegue con lord Briton, desconoce lo que ocurrió ayer

en ese baile y …

-Conozco todos los detalles. Y antes de que llegues a


conclusiones erróneas debes de saber que mi hijo no
hubiera aceptado jamás el trato de la señora Graw. Nunca

tomaría a una mujer en contra de su voluntad. Trató de


protegerte desde el primer momento. Incluso cuando en el
baile te hizo todas aquellas preguntas que tanto te
incomodaron. También entonces te estaba protegiendo.

-¿Por qué iba a proteger a alguien a quien ni siquiera


conocía? – Preguntó Katherine.

-Quizá sea mejor que eso lo conteste yo – la voz de Kenneth

reverberó en las paredes. – Madame Zolta, por favor,


quisiera estar a solas con lady Katherine.

Katherine tomó la mano de la otra mujer.

-No me deje a solas con él.


-Debe contarte algo importante, querida, hay cosas que

deben salir de la boca del interesado. Confía. Aquí y con él


estás a salvo.

Kenneth acercó una silla al sofá donde Katherine estaba


sentada. Tenía la espalda tensa. La proximidad con él la

alteraba de un modo que enardecía sus sentidos.

-Conozco la historia de lord Briton – dijo Kenneth.

-¿Qué historia? – preguntó Katherine tratando de evitar la

mirada masculina.

Kenneth puso una de sus manos bajo la barbilla de


Katherine y la hizo mirarlo.

-Katherine, lo sé todo, sé que lord Briton quiere la


conversión a la vida licántropa. Sé que te ha entregado su
legado a cambio del contacto con un likae que lo pueda
convertir. Sé que te sacó de las calles donde estabas a

punto de prostituirte para sobrevivir, que te enseñó


modales, te aleccionó para moverte entre las damas de
alcurnia y que su propósito era atraer la atención de
cualquier likae.
Katherine puso sus dedos sobre los de Kenneth para retirar

su mano del mentón que sujetaba.

-Lo que está diciendo es un auténtico disparate. Soy la


única familia del lord y por eso me ha dejado su legado.

-No es cierto. No debes avergonzarte de tus orígenes y


mucho menos conmigo. Yo también haría lo que fuera

necesario para sobrevivir. Tu situación no me provoca


rechazo sino admiración. Es muy valerosa la determinación

de alguien por salir adelante. Tuviste suerte de que Lord


Briton te recogiera antes de que vendieras tu cuerpo…

tuviste suerte tú y también yo.

-No veo en que puede importarle a usted las situaciones

que yo viva.

-Katherine, deja el trato formal, vas a ser mi esposa y me

importa todo lo que atañe a mi futura mujer.

Katherine se atragantó con el té y empezó a toser


ruidosamente.

Kenneth levantó una ceja escéptica.

-Espero que no hagas lo posible por morir antes de que el


enlace se confirme. Por cierto, no hemos sido presentados
formalmente.- Kenneth cogió su mano y dejó un beso sobre

la palma. – Soy Sir Kenneth Midelton, esposa mía.

¿Se estaba riendo de ella?

Sí, lo estaba haciendo.

Katherine retiró la mano.

-Debe de estar loco si cree que me voy a casar con usted.


Pero ¿qué digo? – dijo afectadamente poniendo las manos

sobre su garganta. – Por supuesto que está usted loco si

cree en licántropos y criaturas sobrenaturales. Es algo que


se puede pasar por alto en un anciano pero usted no tiene

más de treinta años. Una pena que la locura lo haya


atenazado con su mano.

-Sí, claro, lo dice una mujer que ha llegado a casa de su


profesora de baile montada en el lomo de un lobo ¿verdad?

¿Cómo lo sabía?

¿Cómo era posible que lo supiera?

Seguramente había delirado en sueños y él lo había


escuchado.
-Será otra más de sus locuras, sir Midelton, llegué a la casa
de su madre por mi propio pie.

Katherine se levantó dispuesta a salir del salón.

Kenneth la retuvo cogiéndola de la mano y haciéndola girar


hacia él.

El cuerpo de ambos estaba pegado el uno al otro.

-Entonces supongo que estabas consciente cuando te


desnudé para curar tu herida.

-Espero que tuviera la gentileza de no mirarme


aprovechando mi inconsciencia – dijo Katherine poniendo

las manos sobre el pecho de Kenneth en un intento

desesperado de no mirar su boca.

-Lo siento, no la tuve – susurró Kenneth. – Tienes un cuerpo


precioso, Kathy.

-Kenneth, basta – Madame Zolta miraba a su hijo con el

ceño fruncido. – Suelta a lady Katherine inmediatamente.

¿Cuántas veces voy a tener que decirlo antes de que la


conviertas en tu esposa?

Katherine corrió hacia su profesora.


-Madame Zolta, por favor, haga entrar a su hijo en razón.

-La que debe entrar en razón eres tú, Katherine. – Dijo


Kenneth. -Todo Londres sabe a estas horas que has pasado

la noche aquí ¿crees que no pensarán que somos amantes?.


Eres la nieta de Lord Briton, o eso se supone, no puedes

ofenderlo de esta manera, debes casarte conmigo si quieres

que la sociedad siga respetando al lord.

Katherine dio dos pasos hacia Kenneth y dijo:

.Kenneth Midelton, soy un mal partido para ti. Soy una chica

salida de las calles. En cualquier momento podría


descubrirse todo. Dirán que soy una prostituta o que he sido

la amante de Lord Briton. Sé bien lo sucios que pueden ser

los de tu clase. Por el amor de dios ¿por qué ese


empecinamiento en desposarme? – Kenneth tenía la

mandíbula contraída y respiraba pesadamente tratando de


contener aquello que Katherine aún no estaba preparada

para escuchar.

-La pregunta de la muchacha es razonable, hijo. Díselo, dile

porque estás empeñado en casarte con ella.

Madame Zolta hizo un gesto de asentimiento a su hijo.


Katherine se temió lo peor.

-Madre, demos los pasos adecuados en el momento

adecuado. –Respondió Kenneth. – Debes casarte conmigo


por las razones expuestas. No puedes ofender a lord Briton,

eres una mujer soltera que ha pasado la noche en la casa

de un hombre soltero y tu situación necesita una


reparación. – Se acercó a Katherine y levantó su mentón. –

Entiende bien lo que te voy a decir, Katherine Briton, vas a


casarte conmigo lo desees o no, lo vas a hacer por lord

Briton, por tu reputación y porque no voy a consentir que

vuelvas a las calles. A cambio te prometo un matrimonio


meramente nominal si no deseas otra cosa.

-Kenneth, tal vez lo conveniente sea decirle a lady Katherine

la verdad de…

-Ya le hemos dicho cuanto necesita saber, madre. – Kenneth

se encaminó hacia la puerta pero se giró en el último

momento. – Una última cosa, permanecerás aquí hasta el


día de la boda. Lord Briton será bienvenido en nuestro hogar

cada vez que lo desee.


CAPÍTULO 28

Lady Elizabeth Gregory había dispuesto un baño con aceites


de sándalo importados desde la India a través de la Ruta de

la Seda. Aquellos artículos de higiene femenina estaban en

boga en la cercana Francia. Le encantaba la costumbre de


las mujeres galas del aseo completo. Gracias a Dios era una

moda que empezaba a extenderse en Londres…al menos en


las clases altas. Ni por asomo esa desgraciada de lady

Katherine Briton se habría dado un baño en condiciones

hasta que la sacaron de las calles.

Rumores había muchos por los salones de Square Graden


pero para ella no era solo un rumor, era una certeza desde

que la doncella de lord Briton, la señora Graw, le había

pedido ayuda al ser expulsada de la magnífica vivienda del


anciano lord. Por supuesto, le había conmovido la pobre

mujer. Toda la vida sirviendo a su lord y ahora una ramera

de cara inocente la sacaba de su hogar…la vida era injusta,


bien lo sabía ella porque esa misma ramera era la que le

había robado a su hombre.


Lo primero que había hecho era poner en las manos de la

doncella un té con agua hirviendo para calentar su cuerpo.


La mujer había deambulado por las calles de Londres bajo

una intensa lluvia buscando un hostal donde hospedarse. Si

bien Lord Briton había sido generoso con ella era difícil que
una mujer sola fuera recibida en Londres en un hospedaje

decente. Y lo segundo que había hecho era interrogarla.

De aquella conversación que empezó con un té, siguió con

unos dulces de jerez y terminó con brandy escocés, había


extraído una historia rocambolesca.

No podía dilucidar si la señora Graw estaba senil o sus

desvaríos tenían algo que ver con las tres copas de brandy.

El caso es que tenía en sus manos una suculenta historia


que esparcir por los salones de Londres acerca de la dudosa

procedencia de lady Briton. Naturalmente se privaría de


decirle a la condesa de Berkely que además de una ramera

en el chisme también había un licántropo y lord senil.

El tema de la licantropía podía ser la excusa perfecta para

ver de nuevo a Kenneth. Podía hacer una visita casual a

madame Zolta para contarle que una vieja doncella


señalaba a su hijo como un anormal. Cuando Kenneth
descubriera que los rumores partían de la pequeña

mujerzuela, sin duda, la despreciaría. Nada molestaba más


a su hombre que las mentiras.

Durante días había dedicado su tiempo propagando el


rumor de la escasa reputación de la supuesta nieta. Tres

días después de comentarlo con la condesa y con lady Duce

todo Londres imaginaba que la nietísima no era más que la


concubina de un viejo de moral distraída..

Sin embargo, su satisfacción no había durado mucho.

Aquella misma mañana se había entrado de que Kenneth

Midelton se casaba…y nada más y nada menos que con la


ramera salida de las calles.

¿Qué podía hacer que un hombre tan orgulloso como

Kenneth tomara por esposa a una meretriz mientras que a

ella la había despreciado por ser viuda?

Ella era toda una belleza y se consideraba una buena


amante sin los remilgos que debía mantener una mujer

casada; nada de sábanas cubriendo los cuerpos como

dictaba la buena moral, nada de pudorosa oscuridad para


no incitar al pecado… ella mostraba su cuerpo a la luz de las

lámparas de gas o enriquecía las sombras de su voluptuosa


figura con las llamas crepitantes de un buen fuego. ¡Y aún

así se lo había llevado una ramera de los suburbios! Estaba

claro que aquellas mujeres debían de hacer cosas


repugnantes para enganchar a los hombres.

Fue ese desprecio hacia Katherine Briton lo que la mantuvo

a flote. Después de todo ella era mucho más decente y,

antes o después, Kenneth Morrigan se daría cuenta. Ella era


una viuda joven y hermosa que se había enamorado de un

hombre joven y hermoso. Cuando repudiara a Katherine por

lascivia volvería a ella dispuesto a convertirla en su esposa.


Solo era cuestión de tiempo.

Se convenció de ello para diluir el dolor de sentirse

olvidada. Pasó por alto los cabellos rojos de lady Briton…

unos cabellos capaces de hacer volver la mirada para


contemplar los hermosos destellos caoba…se olvidó de que

los ojos azules de la muchacha iban acompañados de


larguísimas pestañas que parecían acariciar el aire que

desplazaban en cada parpadeo… no prestó atención a esa

voz interior que le decía que la figura de la joven parecía


modelada por un escultor que le diera unos pechos llenos,
una cintura estrecha y unas larguísimas piernas…Prefería

no pensar en ello para no volverse loca.

El día en que la señora Graw le confesó que la joven

recogida no era una prostituta sino una vagabunda de las


calles pero casta y pura, tuvo que tomar un par de brandys

y salir a comprar vestidos y aceites para procurarse el auto

cuidado que la consolara.

Desde su punto de vista lo último que debía hacer una


mujer cuando un hombre la abandonaba era abandonarse a

sí misma.

Todo lo contrario.

Una mujer en ese momento debía llorar en su casa pero

salir a la calle con una sonrisa puesta y su mejor vestido. A

los hombres les encantaba pensar que una mujer sin ellos
se moría, pero cuando veían que esa mujer seguía con su

vida sin buscarlos, sin entrar en pánico, manteniendo su

vida social sin hablar de ellos en ningún momento y


coqueteando con otros hombres, ahí era cuando se daban

cuenta de lo que habían perdido. Incluso si el amor estaba


acabado o nunca había existido realmente, la actitud

despertaba un respeto inmediato del varón hacia la mujer.

Se levantó de la bañera.

Secó su cuerpo con una toalla nueva de fino algodón

irlandés. Se miró al espejo de cuerpo entero. Deseable. Ella,


se dijo a sí misma, era muy deseable. Nadie la iba a hacer

pensar otra cosa. Se vistió. Era ya tarde para salir al centro

de Londres, sin embargo, le apetecía un poco de aire fresco


para templar sus nervios.

Decidió prescindir de las enaguas y del corpiño lleno de


varillas imposibles que apretaban sus pechos y dejó caer

sobre ella un delicado vestido en muselina turquesa,


hermoso en su sencillez…¿no era así como había acudido

lady Briton al baile que ella había convocado? ¿No era de

esa guisa como Kenneth la había tomado posesivamente y


la había retenido entre sus brazos sin dejarla cambiar de

acompañante? Todo el salón se había dado cuenta de que


Kenneth Midelton actuaba como un marido celoso con

Katherine.
Agitó su cabeza para deshacerte de los pensamientos
dolorosos y sus rizos rozaron las blancas mejillas. No iba a

permitir que el recuerdo de otra mujer le arruinara el paseo.

Puso sobre su cuerpo una capa abrigada y salió a la noche.


Se quedaría por sus propios terrenos. Su vivienda era un

lugar seguro con varias hectáreas de tierra que se

extendían por detrás de los jardines de Kesintong


introduciéndose en el bosque poblado de vegetación y

grandes árboles.

Recordó a su difunto esposo, aquel hombre bueno que

siempre la reprendía por dar paseos en la noche y que


estaba empecinado en poner cancelas altas de hierro y

bronce para separar los lindes de la vivienda del espeso


bosque. Cuando lord Gregory falleció la construcción de la

cancela quedó a la mitad. Ella, siendo un espíritu libre al

que no le gustaban los límites, nunca había terminado la


obra porque le gustaba la idea de pasear por el espeso

bosque.

Pisó la maleza que dirigía hacia el verdor del bosque y

pensó que sería agradable sentir el frescor natural en sus


pies. Se sintió dichosa al sentir como las hojas crujían bajo
sus pisadas y se prendó de los colores invernales que la

luna llena iluminaba. Cada árbol destellaba en haces

blancos nevados y azul oscuro de la noche. El olor era


fresco, húmedo, a naturaleza en estado puro. Camino

dichosa escuchando el rumor de las ramas moverse con la


brisa helada del invierno.

Sin embargo, llegó un momento en que empezó a notar un


aroma distinto. Las fugaces notas de los troncos mojados

dieron paso a un olor de estela pesada. Algo estaba

cargando el ambiente. Lady Gregory se giró sobre sus


talones y tuvo la sensación de estar siendo observada.

Recordó que alguna vez había escuchado a su esposo decir


que un atacante agrede más rápidamente cuando el

atacado lo descubre. No sabía si había una posibilidad real

de que alguien le hiciera daño pero trató de dar ligereza a


su gesto girando sobre sí misma antes de regresar a casa. El

corazón se agitó en su pecho cuando escuchó la respiración

de un animal. No sabía qué era peor, si ser atacada por una


persona o por una bestia cuya respiración parecía mover el

aire en cada exhalación. El sonido de los pasos del animal la


seguía. Trató de conservar la calma. La linde de la casa
estaba ya muy cerca, estaba viendo la cancela a medio

terminar. Lanzó una plegaria al cielo y echó a correr.

La adrenalina acumulada en su cuerpo le dio unas zancadas


grandes que casi la llevan hasta la seguridad de su casa

pero el animal, más fuerte y ágil, saltó sobre ella

derribándola contra la húmeda tierra. El impacto de cuatro


pesadas patas sobre su espalda fue muy doloroso. Se giró

con celeridad para ver el rostro del fiero animal. Unos ojos
oscuros llenos de maldad parecían prometer una muerte

segura. La primera dentellada fue en el brazo como si la

fiera quisiera jugar con ella. Cuando pensó que era el fin al


sentir la mirada del inmenso lobo sobre su garganta alguien

apartó con rotundidad el peso del lobo de su cuerpo. Con el

brazo sangrante y dolorido lady Elizabeth Gregory se


incorporó sobre la tierra. Un lobo de color blanco con hebras

doradas luchaba sangrientamente contra el que la había


atacado. El pelaje negro de la fiera iracunda brilló en color

carmesí cuando el lobo blanco arrancó las últimas notas de

vida de su garganta. El pesado animal cayó al suelo


provocando un ruido sordo por el impacto de su enorme

cuerpo.
¡Maldita sea! Pensó lady Gregory. Había tenido un tiempo
precioso para salir huyendo y se había quedado sentada

sobre un charco como una estúpida y ahora el lobo blanco


se dirigía hacia ella. Los ojos de este animal no eran fieros

como el del pelaje negro. Eran azules en lugar de oscuros,

eran tan azules como los de Kenneth Midelton… y en ese


momento mientras la luz de la luna cuajaba un halo níveo

sobre el hermoso pelaje blanco lo comprendió todo; todas


las piezas encajaron en una fracción de segundo…la historia

de la señora Graw, la llegada de Katherine Briton para

atraer a un hombre diferente, aquel extraño pacto…

El lobo metió el hocico por debajo de su espalda y la

arrastró con suavidad por la tierra mojada hasta la entrada


de su casa. Después levantó el cuello y aulló a la luna. Salió

corriendo antes de que el servicio de lady Gregory abriera la


puerta.

CAPÍTULO 29

Había sido agotador para sus nervios recibir a Lord Briton.

Lo apreciaba, por supuesto que sí, sobre todo ahora que


sabía que el pacto no incluía favores sexuales y que todo lo

demás había sido cosa de la señora Graw. Lord Briton,


atento y cariñoso como era, le había expresado el máximo

afecto y le había dicho lo mucho que la estaba echando de

menos en sus tardes frías sin compañero de ajedrez. No era


el afecto del anciano lo que la ponía nerviosa, sino esa

insistencia en su descabellada historia sobre los hombres


lobo. Lo peor era ver la forma en que madame Zolta le

seguía el juego asegurándole que una vez desposada con

ella, su hijo no pondría ninguna oposición en convertirlo a la


vida licántropa. Tal vez, la actitud de madame Zolta era la

más adecuada. Seguirle el juego a un anciano próximo a la


muerte. Puede que ella debiera hacer lo mismo. Pero solo le

seguiría el juego a su adorable lord, no a madame Zolta ni a

su hijo.

No terminaba de creerse aquello de que Kenneth no la

reclamara sexualmente una vez le diera el sí. Conocía a los


hombres. Desde niña había visto oculta tras las esquinas los

tratos que las prostitutas hacían con sus clientes. A los


hombres los dominaba el vicio, a veces de una forma

repugnante. Pero ella estaba preparada. Si Kenneth Midelton


le ponía una mano encima la noche de bodas le clavaría un
cuchillo en la mano. En su cómoda de madera oscura había

ido acumulando objetos punzantes. Cada día, antes de salir


de su alcoba, se aseguraba de que Kenneth no estuviera. No

quería coincidir con él. Aún se le ponían las mejillas

sonrosadas al recordar con que pasmosa facilidad la había


hecho doblarse de placer bajo su cuerpo… y solo por un

beso y unas pocas caricias.

Se acercó a la ventana.

Miró la luna en el cielo oscuro. Una redondez blanca y

etérea acompañada de las luces titilantes de las estrellas

iluminaba el jardín de la vivienda. Kenneth y madame Zolta


debían estar ya dormidos. Tal vez si bailaba un poco podría

relajarse. La experiencia del baile le había resultado muy


gratificante. Dejarse llevar en cada movimiento por una

nota musical era algo así como magia. La mente parecía

olvidarse de otros asuntos complicados para seguir los


pasos de un vals y, una vez que conseguías hacerlos de una

forma mecánica, entraba a formar parte del juego esa


magia extraña; el mundo dejaba de existir y solo existía tu
cuerpo y los acordes de un violín para mecerte con su

música.

Era una sensación muy parecida a la que había

experimentado con Kenneth cuando la había besado. Su


mente, su cuerpo y su vida habían dejado de existir, se

habían detenido como si el alma pudiera escaparse del


cuerpo y envolverse en una ola de sensaciones de las que

solo tenías la sensación de que querías probar más.

¿Sería capaz de negarse a él si la besaba de nuevo?

¡Dios, otra vez estaba pensando en aquel hombre! Sería tan

fácil abandonarse a él, tan sencillo dejarse amar por él…al

fin de cuentas iba a ser su esposo. Un esposo licántropo…


¡por dios, estaban todos locos!

Se puso sobre la camisola de dormir una bata de tela


damasco y bajó por las escaleras hasta el estudio. Una vez

allí encendió el rústico fono chasis para simular la música y


extendió sus brazos para practicar los pasos del vals.

Y se dejó llevar …

Kenneth entró por la puerta procurando no hacer ruido.


Caminó por el pasillo dispuesto a dirigirse al salón donde
madame Zolta guardaba los vendajes en su botiquín. Quizás

hubiera debido quedarse a curar a lady Gregory puesto que

aquel lobo le había lastimado el brazo. Aquello le


preocupaba. Si la sangre del lobo contrario había entrado en

el cuerpo de lady Elizabeth podría pasarlo muy mal en los


próximos días. Era posible que algo de la sobrenaturalidad

se adueñara de su cuerpo. Tendría que hablar con ella,

prepararla para lo que estaba a punto de vivir si había


ocurrido aquello que sospechaba. Abrió la puerta de la

alacena donde guardaban los vendajes pero detuvo el

movimiento de su mano cuando escuchó un ruido en el


estudio. Un ruido sordo, como si alguien hubiera caído al

suelo.

¿Era posible que su madre se hubiera puesto a ensayar a

aquellas horas? Eran más de las nueve y la oscuridad ya se


había cernido sobre Londres. Pero bien conocía a su madre,

era incansable aprendiendo nuevas melodías y bailes


venidos de otros países. Últimamente le había hablado

mucho de los bailes tradicionales de la India y tenía el

propósito de divulgarlos por Londres para conseguir más


alumnas. Su principal fuente de ingresos eran las jóvenes

casaderas que deseaban perfeccionar el arte del vals para

participar con soltura en los bailes de temporada y


conseguir un marido, pero también había un nutrido grupo

de cortesanas, amantes aburridas y viudas jóvenes que


deseaban sorprender a sus hombres con bailes poco

convencionales, y madame Zolta las recibía en su casa con

la discreción de una dama sin cuestionar la procedencia de


su dinero. Según su madre todo el que tenía una gran

fortuna había empleado en algún momento de su vida


algunos métodos poco convencionales para conseguirla.

Kenneth estaba de acuerdo con aquel punto de vista.

Se dirigió al salón con premura para asegurarse de que


madame Zolta estaba bien, pero no fue a su madre a quien

se encontró en el suelo, sino a Katherine.

Detuvo sus movimientos para observarla en la distancia sin

que ella lo notara. La muchacha se levantaba en aquel

momento del suelo maldiciendo con palabras malsonantes


por haberse caído. Sin duda palabras aprendidas en la calle

que una dama no debía decir. Tendría que tener cuidado con
eso cuando estuvieran casados porque tenía todo la
intención de llevar a su esposa a todos los hermosos lugares

de Inglaterra que, estaba seguro, no había visto. Aún así no

pudo evitar que la sonrisa aflorara en sus labios al


escucharla. Era admirable su entereza, la forma en que una

muchacha pobre defendía su virtud siendo capaz de

rechazar una fortuna solo por dignidad. Era, desde luego,


una mujer digna de él … y tan hermosa.

La camisola le caía floja por el cuerpo y transparentaba sus

formas a la luz de las llamas que había prendido en varias

lámparas de gas. Sus pechos se mecían en cada uno de sus


movimientos y los pezones se adherían a la tela cuando

daba un paso atrás simulando el baile. Le encantaba, era


exquisita, femenina, hermosa, suave, con carácter… la

muchacha dio un traspiés al hacer el paso hacia atrás y

Kenneth corrió a recogerla antes de que su cuerpo cayera


de nuevo en el suelo. La incorporó y la cara de ambos

quedó a unos escasos centímetros.

-El problema es que este paso necesita un compañero para

sujetar a la dama – dijo Kenneth susurrando.


Katherine se humedeció los labios.

-La otra noche parecía muy sencillo bailando contigo.-


Respondió ella mirando los profundos ojos azules.

-Podemos hacerlo otra vez. Permíteme – dijo cogiendo su

mano.

Katherine le dejó asirla de la cintura y acercar su cuerpo al

de él.

-Espero que esta vez no me hagas preguntas difíciles – dijo

con un hilo de voz sin poder dejar de mirar sus ojos.

Empezaron a mecerse al ritmo de la suave música.

-Ya sé lo que debía saber – respondió Kenneth – no habrá

preguntas.

A Katherine le pareció ver la sombra de una sonrisa en los


labios de Kenneth.

-¿Y no te importa que haya salido de las calles?

-No me importa – deslizo su mano desde la cintura de


Katherine hasta la media espalda. – Concéntrate, cariño.

-¿Llamas cariño a una mujer que podría ser una prostituta?

Un músculo se tensó en la mandíbula de Kenneth.


-No eres una prostituta. – Respondió él.

-O tal vez una mujer aprovechada de un pobre anciano que

a cambio de calentar su cama en sus últimos días se lleva


su fortuna.

-Tampoco eres esa mujer, Katherine.

Kenneth llevaba el cuerpo de Katherine en sus brazos. La


muchacha prácticamente no tocaba el suelo.

-Así que estás convencido de que soy virgen – dijo ella.

-Lo eres – dijo él manteniendo sus movimientos de baile de


forma que ambos quedaron pegados el uno al otro

sosteniendo sus miradas.

-Jamás habrías aceptado el trato de lord Briton de ser

impura ¿verdad?

Kenneth inspiró profundamente antes de levantar el mentón

de la joven y decir:

-Te hubiera aceptado aunque fueras impura, aunque


hubieras vendido tu cuerpo en las calles para sobrevivir,

aunque hubieras sido la amante de lord Briton. Llevo años

buscándote, Katherine, años en los que creí que la soledad


sería mi compañera para siempre. Hubieras hecho lo que
hubieras hecho, te habría aceptado.

-Se me hace difícil entender el motivo por el que un hombre

joven y bien parecido lleva años buscando una mujer. Hay

muchas jóvenes casaderas todos los años debutando en los


salones de baile.

-No he dicho que buscara una mujer. – Kenneth detuvo el

movimiento de su cuerpo y Katherine puso las manos sobre

su pecho para no caer contra él. – Te buscaba a ti.

-A mí – repitió Katherine. - A mí cuando ni siquiera sabías


quién era, donde vivía ni como me llamaba. ¿Cómo se

puede buscar a alguien de quien desconoces su existencia?

Kenneth enredó uno de los mechones de Katherine entre

sus dedos.

-No sabía quién eras, ni dónde vivías ni cómo te llamabas,

pero sí conocía tu existencia. – Katherine levantó sus cejas


en un gesto escéptico. Kenneth sonrió. – Sabía que estabas

en alguna parte y que en algún momento de mi vida te

encontraría.
-No consigo participar de las fantasías amorosas, lo siento,

no soy una mujer romántica. – Katherine trató de apartarse


de él pero Kenneth la retuvo cogiéndola de las manos

consiguiendo con ello que volviera a sus brazos.

-Lo podrías comprender fácilmente si creyeras la historia de

tu anciano lord. – Katherine volvió a hacer el ademán de


retirarse. No estaba dispuesta a volver a escuchar esa

tontería de la vida licántropa. Kenneth no le permitió

retirarse. – Dime qué debo hacer para que creas a lord


Briton.

-Sir Midelton , por favor, la música dejó de sonar hace rato,

suélteme – pidió Katherine.

CAPÍTULO 30

Kenneth retiró las manos del cuerpo de Katherine con


dolorosa lentitud…una lentitud que ella misma percibió, una

tristeza que a ella misma le traspasó.

-Te prometí que jamás te iba a imponer mi presencia,

Katherine, y voy a cumplir mi palabra.

Kenneth se giró y dio dos pasos hacia la puerta.


Katherine vio el rastro de sangre en el suelo. Sintió algo
resbaladizo en el suelo y miró hacia sus pies. Habían estado

bailando sobre un reguero de sangre. Miró a Kenneth

aterrorizada. Un hilo de sangre pendía del brazo masculino.

Corrió hacia él y puso la mano en el brazo malherido.

-Estás herido, Kenneth – dijo haciéndolo girarse hacia ella.

Asió su brazo y remangó su camisa.

Una herida llena de líneas irregulares cruzaba el brazo del

hombre.

-Cielo Santo ¿cómo te has hecho esto?

-Me atacó un lobo – respondió él de forma inexpresiva.

-No hay lobos en Londres – respondió ella cogiéndolo de la

mano y haciéndolo sentarse en una de las butacas del


salón. – No te muevas de aquí, voy a por el botiquín de
Madame Zolta.

Fue corriendo por el pasillo. Tomó el botiquín y con él en el


regazo como si asiera un bebé salió disparada hacia el salón
de baile.
Cuando entró Kenneth estaba con el torso desnudo
examinando su brazo. Ella llegó hasta donde él estaba

sentado y se arrodilló para poder curarlo. Tomó con las


manos el brazo y …no había nada…estaba segura de que
era el brazo izquierdo el que llevaba lastimado pero agarró

el otro y lo examinó…tampoco había nada. Buscó en los


brazos las dentelladas sin mirar el rostro de Kenneth.

Finalmente, rindiéndose a la evidencia, preguntó con voz


nerviosa:

-¿Dónde está tu herida?

-Ha desaparecido – respondió Kenneth mirándola fijamente.

-¿Cómo que ha desaparecido? Hace un momento tenías el


brazo izquierdo casi desgarrado…¿dónde está la herida? –
preguntó de nuevo elevando la voz.

Kenneth guardó silencio.

Katherine sentía que el corazón iba a estallar en su pecho.

Sus pulsaciones se subieron hasta las sienes haciendo que


su cuerpo se llenara de adrenalina. Apretó sus puños llena
de furia y golpeó con ellos el pecho de Kenneth.

-¿Qué broma pesada es esta…te diviertes asustándome?


Los puños de Katherine golpearon con todas sus fuerzas el

pecho de Kenneth una y otra vez sin que el likae se


resintiera.

Finalmente agarró las muñecas de Katherine para detenerla.

-Te vas a hacer daño, Katherine, para, por favor.

Ella dio un tirón de sus manos y se zafó de las de él. Dio un


brinco hacia atrás y dijo:

-Por el amor de dios…¿quién demonios eres?

Kenneth dio un paso hacia ella.

-Soy aquello que lord Briton desea ser, aquello que deseaba
que tu atrajeras…soy un licántropo, Katherine, tengo la
capacidad de curar mis heridas en minutos. Acepté el trato

de lord Briton porque estoy sublimado contigo. Eres mi


compañera. Aunque te niegues a creerme, aunque me
rechaces, incluso si no aceptas casarte conmigo yo seguiré

insistiendo hasta que seas mía.

-Estás completamente loco.

-¿Tu lord también lo está?


-Mi lord es un anciano senil. – Respondió ella más furiosa
que asustada.

-¿Y madame Zolta también es una anciana senil? ¿Estás


loca tú y dudas de que mi herida estuviera alguna vez aquí?
– Preguntó señalándose el brazo. - ¿Y de qué más dudas,

Katherine? ¿Dudas de ti misma porque te estremeces


cuando me acerco a ti? ¿Dudas porque te gustaría sentir
indiferencia y en lugar de ello me deseas?

-No te deseo – gritó ella – ni siquiera siendo tu esposa te


perteneceré. – Kenneth avanzó hasta ella y alargó uno de
sus brazos atrayéndola posesivamente hacia él. – Voy a

casarme contigo porque es lo que desea Lord Briton.

Kenneth acercó su cara al oído de Katherine.

-Mientes – le dijo.

Ella se retorció en sus brazos.

-Dijiste que no pedirías nada que yo no quisiera darte –


susurró Katherine al sentir los labios de Kenneth en sus

mejillas.

-Y no he cambiado de idea, pero quieres dármelo, me lo

hubieras dado la otra noche si madame Zolta no nos


hubiera interrumpido.

Los labios de Kenneth ya estaban en su cuello.

-Antes de que ella entrara te mordí en el labio para


deshacerme de ti – dijo ella sin apenas resistencia a los

besos de Kenneth.

-Quiero otro de tus mordiscos – Kenneth la sentía blanda

entre sus brazos – quiero volver a escucharte gemir, quiero


tenerte ahora.

Kenneth retiró la camisola que cubría el cuerpo de Katherine


y esta se quedó desnuda en sus brazos. La muchacha gimió
al sentir como la mano de Kenneth alzaba uno de sus
pechos y lo capturaba en su boca. Una oleada de

sensaciones atravesó el cuerpo de Katherine. El vacío que


aquel poderoso hombre le había dejado la noche anterior
clamaba por ser satisfecho. Las emociones la recorrían

haciéndole arquear las caderas en busca de su proximidad.


Kenneth se deshizo de su pantalón y la cogió de las piernas
haciendo que las doblara para acoplarla a su cintura. Los

senos de Katherine se movían jugosos ante la boca de


Kenneth y él los devoró una y otra vez mientras su mano
acariciaba la intimidad chorreante de Katherine. La mujer

tenía el cuello doblado hacia arriba y su garganta vulnerable


gemía sin control ante cada caricia. Kenneth la cogió de la
nuca y la hizo poner los ojos en sus ojos.

-Te voy lastimar un poquito, amor, pero si confías en mí será


solo un momento.

El miembro duro del likae invadió con lentitud la suavidad


esponjosa de la mujer, sobrepasó los límites y se introdujo
con delicadeza en el interior del cuerpo femenino. Ella

sentía la invasión masculina con un placer que la deleitaba.


Jamás había sospechado que una mujer deseara tan
fervientemente que un hombre la penetrara. Kenneth
encontró la barrera que separa la inocencia femenina de su

erección. Ahí estaba su virginidad. Con un empujón rápido


rompió el himen sofocando el grito de ella con su boca. Él la
sostuvo de las nalgas en cada uno de sus impactos. El

interior de Katherine era húmedo, suave y se enroscaba a


su virilidad con fuerza, disfrutando de cada empujón, de
cada embestida con la misma pasión que él. Gozó viéndola

entregada, sonrosada de placer, abierta para él, disfrutando


de su posesión. La intensidad de los gemidos femeninos se
intensificó y Kenneth supo que estaba a punto de llegar al

orgasmo.

-Ahora, amor, córrete conmigo, a la vez.

La garganta de Katherine desgarró un sonido primitivo, un


placer que reverberó en las paredes del estudio de baile, y

Kenneth se deshizo en su interior conteniendo los deseos de


aullarle a la luna.

La cabeza de Katherine cayó sobre su hombro después de


disfrutar del orgasmo.

Kenneth sacó su miembro del interior y con ella en brazos,

desnuda, relajada, feliz, subió las escaleras que lo


separaban de su dormitorio y la dejó sobre la cama.
Katherine se hizo un ovillo y se enroscó en su cuerpo.

Él cerró los ojos y dejó que se refugiara en su protección.

Era su mujer…al fin era su mujer.

CAPÍTULO 31

Había contemplado el amanecer con sus franjas violetas

mezclándose con el naranja del sol y el azul del firmamento.


Había podido precisar cada cambio de matiz como si lo viera
a cámara lenta, nunca en su vida había tenido todas
aquellas sensaciones mágicas de estar en un mundo

perfecto donde todo el mundo se hace pequeño frente a la


inmensidad de la vida.

Lady Gregory ni siquiera se había sorprendido al ver que su


brazo desgarrado se curaba en minutos. Se había negado a
dejárselo curar porque sabía que los criados se iban a

empecinar en que era algo de brujas y se empeñarían en


llamar a un curandero. A ella no le hacía falta que le dijeran
lo que había pasado. Estaba segura de lo que había vivido.
Tiró su vestido enlodado al suelo y se metió durante una

hora en la tina caliente.

Al principio llegó a pensar que era todo una sugestión por

las últimas habladurías de Londres. Todo el mundo contaba


como Lady Katherine Briton huía de una fiesta porque sir
Kenneth Midelton la había intentado seducir. Los rumores

habían llegado a dar voz a la historia de lord Briton. Lobos


en Londres… lobos vestidos en el cuerpo de un hombre
guapo y alto, llamativamente fuerte, con cualidades

hipnóticas en la mirada… Kenneth era todo eso. Las mentes


aburridas de Londres estaban servidas de fantasía y una
historia de amor con la que soñar. Sobre todo desde que era

conocido por todos que Kenneth Midelton se casaba con la


nieta de lord Briton. Ella había participado activamente en la
propagación de la historia. En ningún momento imaginó que

hubiera nada de cierto en aquellas fantasías. Ahora lo había


vivido…ahora sabía que todo era cierto.

Lord Briton no era un viejo loco que deliraba en la


proximidad a su muerte, era un hombre cabal, con la cabeza
puesta en su sitio que había vivido toda su vida
escondiendo una verdad y ella había estado cerca de un año

con esa verdad acostada en su cama…Kenneth era un


licántropo. Un lobo de pelaje negro la había atacado en las
lindes de su vivienda y había sido Kenneth el que la había

salvado de morir desgarrada por las terribles fauces de su


enemigo. Hubiera reconocido aquellos ojos azules con
motas doradas en cualquier parte.

Era él.

El lobo del pelaje blanco era Kenneth Midelton.


Lord Briton no mentía…Londres albergaba lobos y algunos

de ellos eran muy especiales.

¿Sabía lady Katherine el peligro que corría?

Las horas fueron pasando en aquella noche de verdades y


lady Elizabeth sentía su cuerpo fuerte, lleno de vida, lleno
de una energía que la sobrepasaba. La luna parecía ejercer

una influencia hipnótica sobre ella hasta el punto de abrir


las ventanas e inhalar los olores del bosque con una fuerza
que parecía estallar en sus pulmones. En una de esas

inhalaciones no pudo retener el movimiento de su cuello


para mirar la blancura del astro y aullarle como si le hiciera
un tributo.

Era una de ellos…por algún motivo…ella se había


convertido en una de ellos.

¿Quién la había atacado?

¿Por qué?

Y de repente imaginó de nuevo al lobo negro, vio sus ojos


oscuros mirando hacia su ventana.

El imaginario aullido que había escuchado no la asustaba…


la atraía..
La imagen de lady Katherine vino a su mente…¿estaría ella
en ese momento en los brazos de Kenneth?

El dolor le hizo aullar de nuevo y, un segundo después le


pareció escuchar un nuevo aullido.

Era una comunicación… su mente la incitaba a una forma

de vida nueva, excitante, un mundo de pasiones que


descubrir…

En un último intento de saber Lady Gregory alzó de nuevo


su rostro hacia la luna, invocó la imagen de Katherine y
aulló…un segundo después sintió la subida de adrenalina en

su cuerpo.

La luna reclamaba su venganza.

CAPÍTULO 32

Le hubiera gustado mucho sostener en sus brazos a


Katherine y observarla hasta que abriera los ojos y lo mirara

pero, pensó tristemente, no tenía demasiado tiempo. Debía


de convertir a Lord Briton. Desde que la historia del anciano
lord había corrido por las calles de Londres no había habido
una sola noche en que no hubiera escuchado el aullido de
un lobo.

Sin duda en la comunidad licántropa no había gustado la


noticia de que un humano iba a convertirse a cambio de un
pacto. Aquello, había que decirlo, no era del todo cierto.

Katherine era su compañera. Lo había sabido desde que la


vio en aquella tienda acompañado de la doncella. De una
forma u otra la humana hubiera sido suya. Eso era

incuestionable más allá del pacto. De hecho, en la última


conversación con lord Briton el anciano solo le pidió de
cuidara de Katherine.

Una conversión rápida y sin dolor sería suficiente.

Lo haría aquella misma noche.

Y por otro lado estaba la cuestión de lady Elizabeth Gregory.


Había sido ella quien había extendido la historia poniéndole

tintes de locura, riéndose de lo que se suponían eran los


desvaríos de un anciano y tachando a Katherine de
buscona. Los resultados de tanta inquina no se habían

hecho esperar; lady Elizabeth había sido atacada por un


lobo. Era el castigo habitual para un humano que
conociendo el secreto lo extiende en lugar de guardar un
discreto silencio, aún así, le parecía cruel acabar con la vida

de un humano por ese motivo, después de todo, la mayoría


solo conocían la historia como una leyenda más y nadie
daba credibilidad a la veracidad de la misma.

Miró a Katherine con el cabello rojizo extendido sobre la


almohada como si fuera una sábana de seda. Había

enredado muchas veces durante esa noche aquel cabello


entre sus dedos y lo había olido. El olor de su compañera lo
volvía loco…

Avivó los rescoldos de la chimenea con el atizador, se vistió


en silencio y salió para convertir a Lord Briton.

**********

Lo estaba esperando…

Cuando vio la figura imponente abrirse paso entre la niebla


londinense y cruzar su jardín que compartía hierba con los
hermosos verdes de Kesintong, lady Elizabeth Gregory sintió
que su cuerpo se estremecía.
Era curioso que ahora era fuera lo mismo que él; una

licántropa y que aún así hubiera escogido a Katherine. Se


preguntó si la joven sabría con quien compartiría su lecho y
si era consciente del peligro que corría.

Antes de que Kenneth tocara la puerta Elizabeth ya la había


abierto.

-Vamos a mi dormitorio – le dijo en voz baja.

-No he venido para eso, Elizabeth.

Ella se giró en redondo.

¿De verdad suponía aquel hombre que se iba a acostar con


él en semejantes circunstancias?

Estaba claro que una vez los hombres te encasillaban en el


rol de la amante no te concedían ninguna dignidad.

-Naturalmente que no has venido para eso – dijo ella. – Si

hubieras venido para hacer el amor conmigo después de


revolcarte con la niña de las calles yo misma te patearía el
trasero y te pediría que no vuelvas nunca más.

Los hombros de Kenneth se tensaron al escuchar la alusión


a Katherine.
-Elizabeth, te voy a pedir que en lo sucesivo te refieras a
lady Briton con respeto. – La cara circunspecta de Elizabeth
lo reafirmó en sus palabras. – Katherine va a ser mi esposa

y exijo un respeto para ella a quien sea y donde sea. Me


conoces bien, a mi no me importa de dónde haya salido
Katherine. Para tu información jamás ha ejercido la

prostitución y nunca ha sido la amante de lord Briton. Sé


que has extendido esas difamaciones y te ruego que ceses
en tu empeño de destruir su reputación porque acabaré con

cualquiera que la ponga en tela de juicio.

-Es un poco pronto para discutir, Kenneth – dijo ella


sirviendo un té en el carrito que sostenía las teteras y los

tazas de plata. – Está bien, te pido disculpas por la falta de


respeto a lady Briton. Me acostumbraré a verla como tu
esposa y dejaré de verte a ti como mi hombre. – Se sentó a

su lado con el té entre sus manos y acomodó su falda en el


sofá. – Creo que voy a seguir la moda impuesta por tu
prometida. De veras que se está mucho más cómoda sin

enaguas.

-¿Todo esto es verdad? – Preguntó Kenneth.


-¿El qué, querido?

-Esta aceptación, esta serenidad…¿es cierta?

Lady Elizabeth sonrió con un dejo de tristeza.

-Supongo que eres ese tipo de macho alfa al que le gusta


saber que una mujer ha llorado amargamente por él, si es el
caso, sí, Kenneth, he llorado por ti, he sentido el vacío de tu

ausencia pero era algo que esperaba. Como bien sabes soy
una mujer inteligente, amé a mi esposo a mi manera, no de
la forma apasionada que te he amado a ti, pero sí con la

admiración y el respeto que se merecía una persona que me


cuidó hasta el último día de su vida. Lord Gregory no solo
disfrutó mi compañía, también me enseñó a dirigir un

negocio. Soy una de las mujeres más ricas de Londres y no


pierdo de vista ni un segundo que si soy respetada y
aceptada en los círculos sociales es solo por mi fortuna.
Siempre supe que una mujer joven y viuda solo tiene dos

caminos para seguir en el centro de Londres; volverse a


casar con un señor muy mayor que acepte la ausencia de su
virtud, o ser inmensamente rica. Lord Gregory me preparó
para lo segundo ya que sabía que hubiera sido muy infeliz

con la primera opción.

Kenneth inspiró el aire lentamente.

-Es estupendo que tuvieras ese tipo de relación con tu


esposo. Debió de ser un gran hombre.

-Lo fue, Kenneth, y si pudiera pedirle algo al cielo lo haría


regresar de inmediato. El sexo es solo una forma más de
evadirse de la gravedad de la vida. Es fácil conseguirlo para

una mujer joven y hermosa, pero lo que tenía con Lord


Gregory… - Elizabeth suspiró - … eso no lo volveré a tener
con nadie jamás.

-Es curioso que yo siempre haya pensado que no lo habías


amado – dijo Kenneth.

-No lo engañé jamás mientras vivió – respondió Elizabeth – a


pesar de que no era el sexo lo que nos unía. Ni siquiera lo
engañé a su muerte. Lord Gregory sabía muy bien que

durante mi viudez iba a experimentar la vida íntima que él


no había podido darme. Fue ese el motivo por el que me
preparó para administrar y multiplicar su fortuna. Kenneth –

lady Gregory puso una de sus manos en el brazo de Kenneth


– fuiste el mejor amante que pude encontrar. Un hombre
guapo, de gran corazón y muy bueno en la cama. Pero
siempre supe que esto duraría hasta que pusieras tus ojos
en una joven pura. No voy a negarte que cuando vi que

nuestra relación se alargaba en el tiempo albergué la


esperanza de que pudiéramos formalizar un compromiso,
incluso pensé que una vez sedujeras a lady Briton volverías

a mí… pero entonces yo no sabía lo que ahora sé.

-¿Qué es lo que sabes, Elizabeth?

-Sé quién eres Kenneth, sé lo que eres. Sé lo que yo misma


soy después de ser atacada anoche por un lobo y ver como

la herida de mi brazo está completamente cicatrizada.

Kenneth tomó el brazo de Elizabeht entre sus manos y lo


examinó. Lo que estaba viendo significaba una conversión.

-No sé quién era el lobo negro, Elizabeth.

-Yo tampoco, querido, pero me basta con saber que el lobo


blanco eres tú – miró fijamente los ojos de Kenneth. –
Siempre reconoceré estos ojos que me han mirado tantas

veces.

Kenneth se levantó del sofá para poner distancia entre ellos.


-Elizabeth, te agradezco los sentimientos que has albergado
por mí. Lo creas o no te tengo mucho cariño, pero amo a
Katherine. Desde que la vi supe que era mi compañera. Sin

embargo no he venido aquí para hablarte de mi futura


esposa. He venido a advertirte de que tomes recaudos para
protegerte. Dentro de un par de noches habrá una luna

llena y te convertirás. La conversión es algo que se contiene


solo cuando se tiene una cierta experiencia. Yo también he
sido un lobo joven y tuve que tomar mis precauciones en los

primeros tiempos. Cuando caiga la luna debes estar en un


lugar seguro, protegida del exterior.

-¿Tan peligroso es? – Preguntó Elizabeth con los ojos llenos


de pánico.

-Lo es para los humanos. No olvidemos que nos convertimos

en animales. Solo con el tiempo podemos dominar los


instintos más primarios. Siendo una recién convertida lo
más seguro es que si no estás encerrada vayas a la busca

de tus enemigos y los lastimes… podrías incluso matarlos.

De repente todo cobró sentido para lady Elizabeht

Gregory… Kenneth no estaba allí para preocuparse por ella,


ni para ver cómo estaba su brazo, ni para acompañarla en
la conversión, ni siquiera para comprobar cómo estaba

llevando el descubrimiento de la vida licántropa, algo que


puede convertirse en un desafío para la cordura humana…
estaba allí para proteger a Katherine Briton, para

asegurarse de que estaría encerrada y no iría a buscar a su


enemiga. Y una vez hecho el pedido se iría de nuevo a los
brazos de la otra mujer, una mujer que probablemente no

sería tan comprensiva como ella, que sería informada a su


debido tiempo de lo que era realmente Kenneth Midelton,
alguien a quien se protegería y a quien se cuidaría para que

no sufriera, en tanto que a ella solo se le pedía respeto para


Katherine.

¡Era tan injusto!

-Está bien, Kenneth, no te preocupes, tomaré todos los


recaudos que me has pedido. No someteré a nadie a mis

revanchas, puedes tener la seguridad de que lady Briton


estará a salvo de mí.

Kenneth cogió sus manos.


-Gracias, Elizabeth, siempre estaré ahí para cualquier cosa

que necesites.

Lo vio adentrarse en la niebla del amanecer para

desparecer de su vista. Su altura, sus hombros anchos y su


increíble fortaleza desafiaban el frío gélido de las primeras
horas de la aurora. Llegaría a los brazos de lady Briton antes

de que ella despertara y supiera que había visitado a su


antigua amante para pedirle que se ocultara en la
conversión.

Sin duda la amaba…ese maldito lobo amaba a lady Briton…


si tan siquiera le hubiera ofrecido su ayuda para protegerse
cuando se convirtiera habría hecho caso de su pedido, pero

no así, no bajándola hasta los abismos para proteger a su


amada.

Desde que la figura de Kenneth Midelton se convirtió en una


sombra que se disipaba en la bruma solo deseó una cosa;
que la luna se hiciera llena.

CAPÍTULO 33
Los licántropos tenían la costumbre de no mentir…una mala
costumbre según madame Zolta.

A los humanos les mentían ¿verdad?...

¿No era cierto que se hacían pasar por personas normales


viviendo años y años, pasando una época tras otra,

sobreviviendo a reyes y reinados, cambiando de país cada


diez años para que nadie pudiera notar que no envejecían,
tomando diferentes nombres y profesiones?

¿No era eso un engaño?...

Y sin embargo, había algo en sus temperamentos que les


hacía incapaces de mentir en cosas tan básicas como decir
que su hijo se había dado una vuelta por el centro de

Londres al amanecer. Hubiera sido tan sencillo como eso.


Lady Katherine Briton seguiría teniendo la misma cara de
felicidad que iluminaba la estancia del desayuno cuando
bajó a comer tras una noche de pasión con Kenneth. Y lo

que era peor…las humanas eran fértiles, tan fértiles que ya


podía notar en su olfato los cambios que se estaban
produciendo en el cuerpo de Katherine. La muchacha

apestaba a hormonas maternales. Pero esa maldita


imposibilidad de mentir a quien apreciaba lo había
enturbiado todo.

-Katherine, querida, lady Gregory sufrió un desagradable


accidente anoche. Kenneth solo ha querido asegurarse de
que está bien.

La joven había apretado los labios para contener el torrente


de palabras que, sin duda, revelara los celos que sentía. En

lugar de ello había arrojado la servilleta de tela sobre la


mesa y se había levantado ruidosamente para regresar a su
dormitorio.

Tendría paciencia…mucha paciencia…conocía a los


humanos, tenían brotes de rabia, ira, celos, vivían llenos de

frustraciones que no sabían verbalizar y, a menudo, se


arrepentían de sus primeras reacciones. No obstante, la
comprendía. Acababa de entregar su virtud a un hombre y
pensaba que tras el encuentro, este se había ido

tranquilamente a visitar a su amante.

La siguió hasta el dormitorio donde la joven abría las

puertas dando portazos y arrojaba sus vestidos sobre la


cama.
-Katherine, cariño, cuando aceptas a un hombre en

matrimonio debes confiar en él.

-¡Y un cuerno!

-Te aseguro que Kenneth sería incapaz de traicionarte, te


ama.

-¡Já!

Katherine extendió una valija de madera sobre la cama y

comenzó a meter su ropa en ella.

-No seas imprudente, muchacha, en este momento podrías


estar esperando un hijo de Kenneth.

-¡Oh, por favor, madame Zolta, ese truco no va a funcionar


conmigo! – respondió furiosa.

Madame Zolta se acercó a la valija y la cerró. Agarró de los


brazos a Katherine.

-Te aseguro que no es un truco, Katherine, en este momento


ya llevas una vida dentro de ti. Lord Briton no aceptara otra
cosa que no sea un matrimonio.

-¿Y quién ha dicho que necesite la aprobación de lord Briton


para marcharme de aquí?
-Puede que la aprobación de lord Briton no, pero la mía sí.

Katherine se giró al escuchar la conocida voz, la misma voz


que hacía unas horas le había susurrado al oído que la

amaba, la misma voz que se había marchado al amanecer


para estar con otra mujer.

¡Maldito!

Y pensar que había estado a punto de creerlo todo…

-Madre, déjanos a solas – pidió Kenneth.

-Hijo, ella está en…

-Lo sé – la interrumpió él – yo también lo huelo.

-¡Ah, estupendo, ahora resulta que huelo mal! – dijo


Katherine echando otro vestido sobre la valija.

En cuanto madame Zolta salió del dormitorio Kenneth se


acercó a Katherine y tomó su mano.

-Mi amor, por favor, escúchame.

Katherine apartó la mano de Kenneth con furia.

-Sir Midelton, no vuelva a tocarme nunca más en su vida. –


Levantó su dedo índice para decir: - He pateado genitales
en las calles de Londres desde que me salieron los pechos
así que apártese de mí si no quiere probar la furia de una
vagabunda acostumbrada a sobrevivir.

-Ya no eres una vagabunda ni hay motivos por los que debas
defenderte de mí, Katherine, sé un poco más respetuosa
porque no quiero enfadarme.

-¿Respetuosa? ¡Esto es el colmo! El lobo dando lecciones de


urbanismo a las ovejas.

Katherine alargó el brazo para coger otro vestido. Kenneth


agarró el brazo y la giró para retenerla de forma que la
espalda de Katherine quedó pegada al pecho del likae. Ella

se resistió pero dejó de forcejear cuando la voz de Kenneth


le susurró al oído:

-No he hecho el amor con Lady Gregory. Solo deseo hacerte


el amor a ti. No quiero a nadie más, solo a ti, Katherine.

Ella permaneció inmóvil.

Él aprovechó su silencio para seguir hablando:

-Tenía que visitarla por tu seguridad.

Katherine se giró quedando atrapada entre los brazos de

Kenneth.
-¿Puedo pedirte que me sueltes?

-¿Puedo pedirte que me escuches? – Respondió él.

Ella asintió con la cabeza.

Kenneth la liberó de sus fuertes brazos.

-¿Y qué le ha pasado a lady Gregory…se le ha escapado un

rizo negro del moño?

Kenneth resopló.

-No sé si eres más peligrosa estando furiosa o adoptando el


venenoso velo de la ironía.

-¿No vas a responderme?

-Fue atacada por un lobo – dijo él sabiendo que la respuesta

no le iba a gustar.

-Atacada por un lobo…en Londres…échate a un lado que

tengo que seguir recogiendo mi ropa.

-Las consecuencias de sobrevivir al ataque de un lobo

pueden ser peligrosas. – Insistió Kenneth dejando que


Katherine siguiera con el ritual de los vestidos en la maleta.

-Ya, claro, se puede convertir en loba y todas esas cosas

¿verdad?
Kenneth pasó por alto el tono escéptico de la muchacha.

-Verdad, una loba recién convertida no tiene capacidad de


contención contra sus enemigos. Tú eres su enemiga,

Katherine, eres la futura esposa de un hombre al que ama.


Tenía que pedirle que se mantuviera encerrada en la
primera luna para evitar que trate de lastimarte.

-Muy gentil por tu parte, muchas gracias – dijo Katherine


cerrando su maleta y cogiéndola en peso.

-No vas a ir a ninguna parte, Katherine - el tono de


Kenneth era firme cuando puso su mano sobre la maleta y
la arrojó contra la cama.

Katherine dio un resoplido de rabia.

-Sir Midelton, el pacto ya se cumplió. Lord Briton abraza la


conversión y usted me ha tenido en su cama. Le libero de
cualquier otra obligación. Es libre para irse con lady Gregory
y convertirla de nuevo en una señora desposándola.

-No deseo la libertad que me ofreces, además podrías estar


esperando un hijo mío en este momento – respondió

Kenneth conteniendo su irritación.


-Con la fortuna que poseo no será ningún problema traer al
mundo a un hijo sin padre, si se diera el caso. Apártese
porque me voy. – Dijo Katherine recogiendo de nuevo la

maleta.

-He dicho que no vas a ir a ninguna parte. Suelta esa valija.

-Usted no puede darme órdenes, una noche de sexo no lo


convierte en mi dueño – alegó ella.

-El pacto no trataba de un intercambio de favores sexuales.


Yo accedí a cambio de desposarte. Incluso lo acepté
pensando que me rechazarías en la intimidad. De manera

que ahora vas a cumplir ese pacto y te vas a casar conmigo.


Suelta la valija y pon tu ropa en el armario.

La voz de Kenneth era autoritaria pero Katherine no se dejó

amilanar.

-¿Puede explicarme cuál es el fin último de un matrimonio

sino el encuentro sexual lícito entre un hombre y una mujer?


Usted ya tuvo ese encuentro, no hay necesidad de reponer
un honor que para mí no es importante.

-Para mí sí – respondió Kenneth. – Madre – gritó abriendo la


puerta.
Madama Zolta llegó apresurada.

-Kenneth miró con fijeza a Katherine antes de decirle a su


madre:

-Quiero que a partir de este momento no pierdas de vista a

Katherine ni un segundo hasta que esté a mi lado en el


altar.

-¿Puedo saber por qué? – Preguntó Madame Zolta.

-Por supuesto, madre. Lady Briton no quiero cumplir su

pacto y, dado que la has hecho partícipe de mi visita a lady


Gregory sin mantener la debida prudencia, vas a asegurarte
de que se case conmigo aunque la tengas que atar para
ponerle el traje de novia.

CAPÍTULO 34

Aquella misma noche Kenneth Midelton salió a comprobar lo

que andaba sospechando desde hacía horas.

Si sus conclusiones estaban acertadas lo más probable era


que al visitar la casa de lord Stanford éste hubiera

desparecido. En Londres no existían manadas como tal. Los


likaes que había eran extranjeros como él llegados de otros
países donde habían conseguido integrarse con los

humanos de tal manera que, con el correr de los años,


tenían que buscar otro lugar para vivir debido a que su
apariencia, siempre joven, era susceptible de levantar

sospechas entre los humanos. No había, por lo tanto,


grandes manadas a las que interrogar ni luchas de clanes
que pudieran ver en lady Gregory una posible humana

convertida.

Le había dado vueltas y vueltas al asunto.

Había hablado con otros likaes, la mayoría de ellos abiertos


a la concesión de convertir humanas para que la especie no
se extinguiera. Algunos de ellos estaban de acuerdo con la

idea de que las hembras humanas fueran debidamente


informadas de todo antes de que desposarse con un likae,
otros, en cambio, presumían que cuando había una

sublimación poco podía decir la humana, antes o después


esta caería enamorada de su esposo likae y sería convertida
antes de dar a luz para soportar el parto de una criatura

grande y robusta. Estos último, estaba claro, no conocían a


una humana tan cabezota como lady Katherine.
Fue la misma noche en que discutió con Katherine cuando

cayó en la cuenta. Fue como si una ficha de dominó cayera


arrastrando a su paso un tablero entero.

Estaba dolido, muy dolido con ella…y enfadado…muy


enfadado…tanto que no sabía distinguir si lo que sentía era
dolor o rabia. Después de haber estado en sus brazos,

después de haber sido suya, de haberle entregado su virtud,


había decidido abandonarlo por unos ridículos celos sin
fundamento.

Le hería que lo considerara un tipo despreciable que era


capaz de arrastrarse de los brazos de una mujer a otra en
una misma noche. ¿Cómo podía siquiera pensarlo después

de las veces que le había dicho que la amaba mientras


hacían el amor? Y después estaba esa maldita obstinación
de negar todo aquello que se saliera de sus parámetros

humanos. Y eso a pesar de tener las pruebas suficientes de


que la historia de lord Briton era real. Katherine había visto
con sus propios ojos como su herida desaparecía en

cuestión de minutos, le había preguntado qué era él. Y él se


lo había dicho… No sabía qué más podía hacer para que lo
aceptara sin condiciones.
Entonces se había servido una copa de brandy y había
recordado las conversaciones con sus compañeros de raza,
y, de pronto, llegó a su mente el recuerdo de la

conversación con lord Stanford. Un lobo viejo que le había


negado la conversión a su amigo de juventud muchos años
atrás. De hecho, era a lord Stanford a quien lord Briton

buscaba al instalarse en Londres. Todo lo demás había sido


improvisado en su desesperación al no encontrar a su
amigo Jacob Irons. La recogida en los suburbios de

Katherine, el ponerla como cebo sabiendo que su


extraordinaria belleza humana atraería a los likaes, el pacto
que él mismo había llevado a cabo… todo sobrevenido al no
encontrar al lobo que le diera la conversión.

¿Quién podía ser aquel lobo negro que había atacado a


Elizabeth sino el propio lord Stanford? Siempre había dejado

muy claro que estaba en contra de leyes antinaturales como


la conversión de un humano. De hecho, él mismo había
coincidido con él en que tenían que aceptar la evolución

natural de la especie y que si la suya se extinguía debían


aceptarlo. Claro que entonces Kenneth aun no sabía qué era
la sublimación.
La casa de lord Stanford estaba a oscuras, los tejados llenos
de nieve, Los restos de las lluvias que caían de las tejas se

habían convertido en magníficos carámbanos al soportar las


heladas de la noche, y en definitiva, aquello parecía de todo
menos un hogar.

Kenneht entró dando una patada a la puerta. Escuchó el


rumor de unos pasos. Pasos ligeros, probablemente de una
mujer. Reconoció el olor que impregnaba el aire. Siguió la

estela que lo acompañaba. Se movió con la ligereza de un


felino hasta colocarse al lado de uno de los armarios del
amplio dormitorio de difunto lord Stanford. Lo abrió de un

tirón y cogió de la manga de su vestido a la señora Graw.

-No me mate, se lo ruego. Mi único error fue tratar de

proteger a lord Briton, nada más. Sé que no debí tratar mal


a su futura esposa, la estimada Katherine, pero estaba
desesperada por conseguir la salvación de Lord Briton.

-¿Qué es lo que está haciendo aquí? – Le preguntó sin


soltarle la manga del vestido.

-Lady Gregory pidió a todo el servicio que desalojara la casa


durante tres días. Tal vez tenga un nuevo amante – dijo la
señora Graw.

-Sigue siendo la misma serpiente de lengua larga, señora


Graw – respondió Kenneth. – Está a tiempo de redimirse si

no desea que haga que la echen de Inglaterra para siempre.

-No entiendo lo que quiere decir, sir Midelton.

-Lo está entendiendo perfectamente. Usted sabe lo que


ocurre cuando una humana sobrevive a un ataque likae.

-Sí, lo sé, sir Midelton. Lady Gregory no le ha hecho caso,


ella no ha preparado un encierro que impida que lastime a
alguien. Creo que desea hacerle daño a Katherine.

-¿Qué más sabe? – preguntó Kenneth tironeando del vestido


de la mujer para intimidarla. – Suéltelo todo si no desea ver
lo que es un likae furioso.

-Lord Stanford siempre estuvo en contra de la conversión de


Lord Briton, no conozco los motivos aunque me han llegado

rumores que los relacionan desde su juventud.

-Eso no es asunto suyo – cortó Kenneth – continúe.

-Para lord Stanford estaba bien cuando usted mantenía


relaciones con lady Gregory. Al ser una mujer viuda no la
tomaría por esposa y no traería lobos mestizos al mundo.
Pero no le pareció bien que concertara un matrimonio con
lady Katherine. Esta era virgen, podía sublimarlo y tener

descendencia. Lord Briton fue muy inteligente al trazar su


plan.

¿Por qué atacó lord Stanford a lady Gregory? – preguntó

Kenneth.

-Intentó atacar a lady Katherine en numerosas ocasiones.

Todas las noches de luna salía a buscar a la muchacha pero


esta estaba protegida por usted. Era difícil. Consideró la
posibilidad de tocar a Elizabeth Gregory cuando supo lo

enamorada que había estado de usted. Todo el mundo sabe


cómo se comporta una recién convertida si no cuenta con la
protección adecuada.

-¿Pretendía lord Stanford que fuera Elizabeth la que acabara


con mi futura esposa?

-Me temo que sí, sir Midelton, y si no hace algo para


remediarlo lo hará. Si yo fuera usted me llevaría muy lejos
de aquí a Katherine, incluso en contra de su voluntad. Esa

muchacha tiene algo de irlandesa en su sangre porque es


testaruda como una mula. Muy inteligente, con gran
facilidad para aprenderlo todo. Sobrevivió en las calles sin
hacer nada realmente deshonesto. Pero testaruda, muy

testaruda.

-Las consideraciones acerca de mi prometida guárdeselas

para cuando se las pida. – Dijo Kenneth que en su fuero


interno reconocía que la señora Graw llevaba razón. –
Quiero que mañana coja el primer carruaje que salga para

salir de Londres. No quiero verla nunca más, señora Graw.


Me da igual adónde vaya pero quiero perderla de vista para
siempre. ¿Lo ha entendido bien?

-Sí, sir Midelton – respondió ella agachando la cabeza.

Kenneth estaba a punto de soltarla cuando una luz se avivó

en su mente haciéndolo consciente de algo en lo que no


había reparado antes.

-Una última pregunta, señora Graw…¿por qué deseaba tan


desesperadamente la conversión de lord Briton?

La señora Graw lo miró con los ojos humedecidos.

-Siempre amé a Lord Briton.


CAPÍTULO 35

Oh, dios…oh, dios…oh, dios…

Si merecía la pena ser rica era por poder remangarse la

falda y poner los pies helados ante la chimenea.

Katherine disfrutaba con deleite el calor que iba subiendo

por sus piernas y que, lentamente, envolvía todo su cuerpo


en una ola cálida.

Suspiró.

No necesitaba un marido para eso…¿verdad?

Había muchas cosas para las que no se necesitaba un


marido; tomar un té caliente en una tarde de invierno era
un placer…¿y qué…necesitaba un hombre para eso? ¡Pues

no! Y qué decir de las susurrantes sedas capaces de hacer


sentir hermosa a cualquier mujer envuelta en un sugerente
vestido…pues tampoco un hombre pintaba nada en las
fructíferas relaciones entre la moda y las mujeres. Y los

cabellos sedosos después de aplicar sobre ellos aceites de


sándalo y rosas no necesitaban la mano de un hombre.
¿Acaso había inventado el chocolate un hombre? Una

civilización entera se había necesitado para descubrir aquel


deleite para los sentidos. Los aztecas, lo recordaba bien, se

lo había explicado lord Briton. Los hombres no habían


inventado ni el chocolate ni el licor de avellana que llevaba
ya un rato calentando su sangre. Decían que la Reina

Victoria sobrevivía al luto gracias a la alegría que aportaba


el delicioso licor. Y ella necesitaba alegría, pensó mientras
soltaba una risita y daba otro sorbito a su copa.

Seguro que Kenneth llevaba tres días sin molestarla porque


estaba en los brazos de aquella mujer…?cómo era que se
llamaba?...Lady Gregory…lady Elizabeth Gregory…hasta el

nombre tenía bonito la mala pécora.

El sonido de la puerta al abrirse la sacó del hilo de sus

pensamientos.

Miró a Kenneth acercarse a ella.

¿Por qué tenía que ser aquel maldito tan guapo?

Aunque tenía el consuelo de la locura. Era guapo pero

estaba loco. Se creía que era un licántropo. Quizá leer no


fuera tan bueno porque te volvías majara después de leer
unos cuentos góticos que hablaran de vampiros y hombres

lobo. Lástima de tiempo que había perdido aprendiendo a


leer y escribir si los resultados eran la demencia y la
fantasía. ¿Quién querría tener por esposo un loco que se
creía un lobo?

Sin embargo, su cuerpo lo estaba anhelando desde hacía


tres noches…tres largas noches en las que se consumió de

celos imaginando a Kenneth besar los pechos de Elizabeth


Gregory como se los había besado a ella.

La perturbaba con solo mirarla…así que lo mejor era no

mirarlo…especialmente si sus ojos parecían hipnotizados


como en ese momento deslizando su mirada a lo largos de
las piernas dispuestas frente al fuego…y también lo

fastidiaría, lo fastidiaría todo cuanto pudiera para que se


enojara y no sospechara lo mucho que lo deseaba.

-¿Ya te has cansado de los voluptuosos pechos de la


inestimable lady Gregory? – preguntó con un tono de voz
irónico.

Kenneth vio la botella de licor por la mitad.

-¿Te has tomado tú sola lo que falta en esa botella,

Katherine?
Ella no contestó sino que se limitó a guardar los pies
pudorosamente bajo su falda.

-Me parece bien que te calientes los pies al fuego – dijo


Kenneth – incluso todo el cuerpo. Sería maravilloso verte

desnuda frente a la chimenea y en otras condiciones no me


importaría que estuvieras alegre con un licor, pero estás
embarazada, no volverás a tomar nada que lleve alcohol
hasta que alumbres al niño.

-Vete a darle órdenes a esa mujer. En mí no manda nadie.

El codo de Katherine resbalo por el asidero del sofá y


Kenneth la cogió con rapidez para que no cayera al suelo. La
cara del hombre quedó pegada a la de ella.

-Ya basta, por favor, amor – dijo apartándole el pelo de la


cara – no he vuelto a tocar a lady Gregory desde la primera
vez que te vi.

-Kenneth Midelton, eso es tan falso como ese cuento de los


licántropos. No he bebido tanto como para no saber lo que

digo. Y no estoy embarazada. Sería mucha casualidad que


una sola noche pudiera hacerme madre. ¿Acaso has hecho
madre a lady Gregory? – Katherine sintió una punzada de
celos y, de repente, agarró a Kenneth de la solapa de su

camisa. – Dime que no porque te arranco la piel a tiras


como me digas que sí.

Una sonrisa de satisfacción cubrió los labios de Kenneth. Si

bien el licor había soltado la lengua de su prometida, la


última frase evidenciaba que lo consideraba suyo.

-No, con ella siempre me retiré a tiempo . – Colocó las


manos detrás de la cintura femenina y la arrastró hasta él. –
Katherine ¿tienes idea de lo tentadora que estás medio

desnuda frente al fuego?

-Seguro que quieres hacerme el amor, pero no te voy a

dejar – dijo ella poniendo sus dedos sobre los labios de


Kenneth. – No voy a dejar que esta boca se pasee por mi
cuerpo como si le perteneciera. – Bajó las manos hasta el
pecho de Kenneth y palpó los pectorales presionando sobre

ellos. – No voy a permitir que este pecho se roce con mis


pezones enloqueciéndome. – Deslizó los dedos lentamente
hasta sus piernas. – No consentiré que estas piernas fuertes

se enreden en las mías haciéndome prisionera del delirio. –


Las manos de Katherine ascendieron desde las piernas
hasta las caderas estrechas de Kenneth y ahí se detuvieron
al ver la poderosa erección del likae bajo la ligera tela de su
pantalón.

-¿Hay algo más que no vayas a permitir, Katherine? –


Pregunto Kenneth divertido.

-Eres un depravado, Kenneth – respondió dándole la


espalda.

Una risa ronca sonó detrás de ella.

La ligera humedad de un beso tocó su cuello. Un beso


suave, ligero, un preámbulo de lo que podía hacerle aquel

hombre.

La mano de Kenneth se enroscó en su cintura.

-Soy tan depravado que pasaría mi boca por todo tu cuerpo


– puso sus labios sobre la espalda de Katherine después de

deslizar por el brazo su camisola. – tan depravado que mis


manos acariciarían tus pechos – Katherine contuvo un
gemido al sentir como su camisola caía hasta la cintura
dejando los senos al aire vibrando con el roce de los dedos

de Kenneth – tan depravado que metería mi polla en tu


cuerpo hasta volverte loca – susurró en su oído mientras
cogía su mano y la llevaba hasta su dureza.

Katherine dejó la mano inmóvil sobre la erección del likae.


Sentía curiosidad por sentir el miembro erecto sobre la piel
de su mano sin que hubiera una tela de por medio.

-¿Y seré tan depravado para girarte y mirarte a los ojos


mientras exploras las partes de mi cuerpo que despiertan tu

curiosidad?

Katherine dejó escapar un suspiro.

Kenneth aguardó con paciencia a que ella decidiera.

La espalda de Katherine se tensó cuando sintió que la mano

de él se retiraba de su cintura.

-No…no sé cómo debo comportarme…no sé qué esperas de

mí. Yo no…no tengo experiencia y …

Kenneth la volteó. Se deshizo de su pantalón.

-Tócame, amor – llevó la mano femenina hasta su erección


desnuda y guió sus movimientos de arriba abajo.

Mientras ella seguía el ritmo de su mano sintiendo como el


miembro masculino se endurecía más y más, él enredó sus
dedos en el cabello de la mujer y la besó. Desde su boca
bajó hasta los pechos. Tomó sus pezones y los succionó.

Katherine echó su cuerpo hacia atrás llena de deseo,


invitándolo a penetrarla. Pero en lugar de hacerlo la boca de
Kenneth jugueteó con su ombligo mientras sus manos

llegaban a la carnosidad jugosa de la mujer. Cuando estuvo


seguro de que ella estaba lubricada por el deseo, tomó su
miembro con las manos y lo encajó sobre la oleosa

apertura.

La intimidad entre ellos fue creciendo lentamente. Kenneth


la dejaba que se fuera acomodando a cada caricia, a cada

movimiento, permitiéndole experimentar cada sensación sin


prisas. Katherine se fue llenando de todas aquellas
sensaciones que la despojaban de la culpabilidad, del

resentimiento…solo estaban ellos dos…sus cuerpos…el


deseo de amarse el uno al otro…la emoción dichosa de
pertenecer a un hombre que la amaba, que disfrutaba de su

cuerpo sin que ello fuera algo sucio o feo, sino algo limpio,
brillante, lleno de amor.

-Te amo, Kenneth.


¡Dios mío!

¡Lo había dicho!

Había dicho aquello que nunca debía reconocer…que amaba


a un hombre que la había comprado, un hombre que se
había aprovechado de los delirios de un anciano para
gozarla, que mantenía la mentira de la licantropía para

hacerla confiar en él.

Kenneth estaba dentro de su cuerpo cuando lo escuchó.

Detuvo el ritmo de sus caderas para mirarla a los ojos. En


ellos había verdad pero también temor.

Se movió tan rápido, tan fuerte, dejando que el cuerpo de


Katherine se rompiera en gemidos en cada empujón y
llegando al orgasmo a la vez.

Cayeron el uno sobre el otro exhaustos.

-Yo también te amo, Katherine. – Besó la frente de ella sobre

su pecho. – Y te juro que llegará el día en que creerás cada


una de mis palabras.

CAPÍTULO 36
Katherine estaba empezando a creer que la seguridad de
Kenneth y madame Zolta acerca de un posible embarazo
era cierta.

Después de una noche en la que Kenneth le había repetido


muchas veces que la amaba y le había pedido que confiara
en él, pensó que amanecería con los ojos iluminados por la

felicidad y una sonrisa imborrable en su rostro.

Y así fue.

Mientras Kenneth la despertaba con la humedad de sus


besos en las mejillas ella iba a responder…por fin iba a

responder sin que hubiera una resistencia, confiada y feliz


de dejarse llevar por un hombre que la amaba. O eso
parecía al menos. Claro que su inexperiencia en el tema la

hacía ignorante en cuanto a los asuntos amorosos. Los


hombres eran capaces de fingir todo tipo de afectos y decir
lo que hiciera falta para llevarse a una mujer a la cama,
pero al final eran sus hechos los que le hacían saber a una

mujer si era amada. O al menos, eso era lo que ella había


escuchado toda la vida mientras veía los arreglos entre
señores y prostitutas, agazapada detrás de un arbusto y
soliviantando su niñez.

El caso es que el amor de Kenneth, su pasión, sus promesas


la estaban haciendo olvidar aquel mundo sórdido donde
había crecido. Se dejó acunar en sus brazos y recibió sus

besos con agrado dispuesta a una nueva sesión de sexo


cuando algo se movió en su vientre. Una oleada de nauseas
llenó su garganta y tuvo que levantarse de la cama para

expulsar los repugnantes líquidos de su estómago.

-Es una niña – dijo Kenneth mientras sujetaba su cabeza. –

Los varones no dan síntomas.

Cuando la tormenta hubo pasado después de tres


expulsiones violentas Kenneth limpió su rostro y puso en

orden sus cabellos. Katherine se sintió invadida por una


ternura que no conocía.

-¿Por qué estabais tan seguros madame Zolta y tu de que


estaba embarazada? Yo hasta este momento no había
notado nada – dijo Katherine mientras se acurrucaba en sus

brazos.
-Las humanas sois muy fértiles con los licántropos –

respondió Kenneth.

Para Katherine aquellas palabras fueron como un puñal en


el corazón.

¿Iba a seguir con aquella patraña?

Se incorporó saliendo de la órbita suave de sus brazos.

-Kenneth ¿durante cuánto tiempo más vas a sostener esa

mentira? Por el amor de dios, soy tuya, voy a ser tu esposa,


ya he perdonado el hecho de que me consiguieras a través
de un pacto porque creo que me amas, ya he olvidado los
celos hacia lady Gregory, confío en tus palabras con

respecto a ella. Ya lo has conseguido todo ¿qué necesidad


hay de seguir mintiendo?

-Mi amor – dijo Kenneth tomándola de los hombros con


delicadeza – no te estoy mintiendo. Procedo de una estirpe
de licántropos. Madame Zolta fue la primera que olió tus

hormonas maternales y yo también las percibí. Nuestra


capacidad olfativa…

Katherine dio un salto de la cama y salió de ella.

Envolvió su cuerpo en la sábana que arrastró consigo y dijo:


-Seguramente crees que soy una ignorante por proceder de

los estratos sociales más desfavorecidos, pero la verdad es


que lord Briton me instruyó muy bien. Sé leer y escribir, mi
dicción es perfecta y me expreso con soltura y coherencia.

No soy una ignorante a la que puedas engañar con estas


patrañas. Basta ya, somos un hombre y una mujer que nos
vamos a casar y quiero para mi hijo un padre cuerdo.

Kenneth se levantó y puso una bata sobre su cuerpo.

-No te estoy engañando, Katherine, te estoy diciendo la


verdad. Te niegas a creer una historia porque no entra en
tus límites humanos.

-¿Mis límites humanos?- Preguntó Katherine con


incredulidad.

-Lord Briton va rejuveneciendo días tras día porque lo he


convertido. ¿Por qué no vas a verlo para convencerte?

-Tal vez porque me mantienes encerrada en esta casa para


que no pueda abandonarte – respondió Katherine.

-No te mantengo encerrada para que no me abandones, te

mantengo protegida para que lady Gregory no pueda


hacerte daño cuando se convierta en loba.
-¡Oh, dios mío! – Katherine se echó las manos a la cabeza. –
No sé si eres un sádico que disfruta atormentándome con
sus mentiras o un loco. ¿Pretendes enloquecerme ? ¿Quieres

quedarte con mi fortuna haciéndome pasar por loca… es


eso?

-Katherine – la voz de Kenneth tenía un dejo triste - ¿cómo


puedes pensar algo así de mí?

-Vete de mi dormitorio, por favor, Kenneth, vete de aquí

ahora mismo.

-Katherine…

-¡Fuera!

Kenneh acarició su mejilla antes de encaminarse hacia la


puerta. La cerró con una lentitud silenciosa, doliente, herida.

Katherine sabía lo que debía hacer.

Llevaba días preparándolo. El nuevo encuentro con Kenneth


le había dado una esperanza, le había hecho pensar que

todo podía ir bien, que todo podía funcionar…pero no lo


haría…no funcionaría nunca hasta que él le dijera la
verdad…hasta que él reconociera que había participado de
una locura para conseguirla, que había hecho algo poco
digno siguiéndole la corriente a un pobre viejo loco.

Miró por la ventana de su cuarto. Calculó la distancia hasta

el suelo.

Llovía.

La lluvia caía profusamente dejando hilos de agua desde los


árboles y las farolas de gas que adornaban los amplios

jardines. Tanto mejor así. A los ingleses les encantaba pasar

los días de lluvia en casa tomando el té y jugando juegos de


mesa. Sería más fácil pasar desapercibida.

Abrió el armario.

Había pasado días comportándose como una niña mimada,

fingiendo ser una joven caprichosa que necesita acumular


vestidos en su armario. Madame Zolta había querido

complacerla. Al fin y al cabo, tenía la engorrosa misión de

no sacarle los ojos de encima para que no pudiera huir.


Katherine se valió de esta excusa para fingirse desvalida y

mostrar un gran entusiasmo por los vestidos. Tenía que

reconocer que madame Zolta se había esmerado para que


llevara las mejores telas….damasco, colores como el verde
green tan de moda en aquel momento…pero era el

desconocimiento sobre su carácter el que había ayudado


para que pudiera engañar a madame Zolta. Cualquiera que

la conociera bien sabía que la moda, los vestidos y los lujos

no estaban entre sus prioridades. La pobreza no había


vuelto loca su cabeza por tener bienes materiales. Todo

cuanto ella deseaba era la seguridad de un hogar donde

vivir en paz. Lo demás le importaba muy poco. El fin de los


vestidos era acabar hechos jirones para liar una larga

cuerda que la hiciera descender desde su cuarto hasta el

jardín y, desde allí, huir a la estación de carruajes.

Tenía tres horas para hacerlo.

Hasta la hora del té ni madame Zolta ni Kenneth volverían a


entrar en el dormitorio.

CAPÍTULO 37

Aquella tarde de lluvia el sol se había escondido pronto tras

las colinas verdes del final del Londres. Tras aquellos

montes estaba el pueblo más cercano de la urbe donde la


mayoría de los acaudalados lores tenían casas en las
afueras para pasar los veranos. Lady Gregory suponía que

en algún momento la joven Katherine pasearía por las lindes

de las montañas. La había observado día tras día y noche


tras noche. Cada una de las veces había estado

acompañada por madame Zolta.

Todavía le dolía en el alma que Kenneth, que había sido tan

suyo, abogara por Katherine el día que fue a visitarla. Le

explicó que habría cambios en su cuerpo, que notaría los


síntomas de su nueva condición. Una condición en la que

creía después de haber sido atacada por un lobo y


defendida por otro. Un lobo con los ojos de su amante. Un

lobo que no podía ser otro más que Kenneth.

Por su parte, si alguna duda le quedaba, lord Briton había

vuelto a acudir a los casinos a jugar ajedrez, su gran pasión.


Se decía que la joven Katherine había sido su compañera en

el juego en los días más grises del anciano y que era así

como el afecto entre ellos se había consolidado. Fuera como


fuera, el caso es que la recogida ahora era una lady y

poseedora de una gran fortuna, y lo que era peor para ella,

poseedora del amor de un hombre que debería haber sido


suyo.
Hubiera cedido… bien lo sabía dios que ella era una buena

persona… hubiera cedido si Kenneth aquel día hubiera

mostrado algo de preocupación por ella, si le hubiera


ofrecido ayuda para aceptar su licantropía, pero no, no hubo

ni un atisbo de protección hacia ella, hacia una mujer que lo

había amado y le había entregado todo sin condiciones.


Después de todo parecía que a los hombres los que les

gustaba eran los límites, o mejor dicho, lo que más les

gustaba era tratar de desafiar el rechazo que suponían los


límites de una mujer.

La noche fue cayendo. La luna asomaba ya en el cielo y lady


Gregory sentía su sangre caliente, su cuerpo exultante de

una energía que estallaría en cualquier momento. La casa

vacía de empleados le daba la oportunidad de salir a gozar


la lluvia y la ansiada luz plateada de la luna sobre su piel.

Sucedió en cuanto el astro terminó de llenar el cielo oscuro

llenándolo con su blancura. La irresistible atracción que


sintió le hizo girar el cuelo noventa grados y aullar. Las

articulaciones sufrieron el desgarro de la conversión. Sus

brazos se convirtieron en garras afiladas. Su mandíbula


estrecha de mujer se alargó y los dientes salivaron al
romper las encías para convertirse en fauces devoradoras.
El vestido quedó hecho jirones sobre el suelo cuando ella

rodó por el bosque y levantó la mirada convertida en loba.

**********

Aunque la herida de su pierna había cicatrizado bien,

Katherine sintió la piel estirada mientras se deslizaba por la


cuerda que había conseguido hacer con los jirones de las

telas de los vestidos. En cuanto abrió la ventana y comenzó

a descender sintió como el agua fría de la lluvia se colaba


entre su vestido y su capa. No había preparado más que un

hatillo con lo más necesario.

Cuando solo quedaba un metro de altura se dejó caer hasta

la hierba mojada que recorría los alrededores de la casa.

Escuchó el agua hirviendo en la cocina y el sonido metálico


de los cubiertos preparando el azúcar y la leche caliente.

Sacó de su mente los pensamientos que la aturullaban. No


podía condenarse al recuerdo de madame Zolta, ni de

Kenneth Midelton, con toda probabilidad eran un par de

locos o, lo que era peor, unos estafadores que habían urdido


un ingenioso plan para hacerla pasar por loca y quedarse
con su fortuna.

Los recuerdos de aquellas dos noches de amor con Kenneth


quedarían para siempre en su memoria. Nunca olvidaría lo

que sintió en sus brazos, las sensaciones, las emociones, el

placer de escuchar que alguien te desea y te ama a partes


iguales mientras te acaricia en lugares insospechados. Pero

eso sería Kenneth, un recuerdo en su vida. Quizá un

recuerdo del que siempre tendría algo especial; un hijo


suyo. Su embarazo había llegado a ser una evidencia. Tal

vez hasta eso había sido planeado. Despojarla de su fortuna

haciéndola ver como una demente, quedarse con un


heredero de su sangre… el dolor se apoderó de ella con la

misma intensidad que momentos antes se había apoderado

el amor y sus ojos se humedecieron haciendo rebosar de


ellos una lágrima que ella, enfurecida por su debilidad,

recogió de un manotazo y limpió en su falda.

Ya basta, Katherine…se dijo en voz alta…ya no eres una


pobre ignorante salida de las calles, ya no eres esa mujer
dispuesta a prostituirte con tal de sobrevivir, ahora eres
inmensamente rica, puedes ir donde quieras, puedes criar a
un niño tu sola, no necesitas de nadie más, solo necesitas tu
orgullo.

Recogió la falda entre sus manos y echó a correr para cruzar


las montañas que la llevarían a la estación de carruajes.

**********

Hacía tiempo que Kenneth estaba inquieto. No percibía el

olor de Katherine.

Madame Zolta le había restado importancia a su


preocupación alegando que las mujeres en cinta a menudo

necesitaban soledad para familiarizarse con su nueva

condición de madres. Tenían que explorar sus cuerpos,


mirarlos y acostumbrarse a los cambios que veían en ellos.

En el caso de Katherine más aún. No era fácil aceptar que

llevabas en tu vientre a una criatura sobrenatural, hijo de


una estirpe de licántropos, que crece a un ritmo mucho

mayor que un bebé humano.

Kenneth había querido sumarse al ambiente festivo


reinante. La casa se estaba empezando a llenar de víveres

para la celebración del matrimonio y los empleados


mantenían un espíritu festivo contagioso. Sin embargo, a

pesar de que había bromeado sobre el género del bebé


asegurando que sería una hembra, la idea de que no

inhalaba el olor de Katherine no se iba de su cabeza. Tras

una hora aguantando comentarios acerca de lo hermoso


que sería tener un bebé en casa, no soportó más la tensión

y subió a por Katherine. Al fin y al cabo, lo justo es que ella

también organizara el matrimonio. Claro que para eso ella


tenía que estar feliz con el enlace, pensó Kenneth con

amargura.

Tocó la puerta del dormitorio como era su costumbre.

Nadie contestó.

La abrió con la esperanza de verla malhumorada frente a la

chimenea calentando sus pies. No le importaba su mal

humor. Él conseguiría con tiempo y paciencia que confiara


en él. Le disgustaba que pusiera sobre sus hombros tanta

desconfianza pero, era una humana, no entendía el sentido

de lealtad que encadenaba a los licántropos con sus


compañeras de vida, debía comprenderlo. Cuando tuvieran
al niño ella lo entendería todo y nunca más volvería a dudar

de él.

Dio un nuevo toque en la puerta. Esta vez un poco más

fuerte, un poco más insistente.

Nada.

El corazón dentro de su pecho empezó a latir con rapidez


preparándolo como si fuera la alerta de algo que estaba a

punto de pasar.

Abrió.

La estancia estaba helada. Miró hacia la ventana abierta.


Lleno de pánico comprobó que Katherine no se hubiera

caído dando a parar al suelo. Suspiró de alivio al comprobar

que no era así.

-Katherine – gritó temiendo lo que su mente ya empezaba a

sospechar. - ¿Dónde estás?

Abrió la puerta del aseo conexo al dormitorio.

Ni rastro.

Se dirigió al armario. Tragó saliva cuando comprobó que no


quedaba un solo vestido sobre las perchas de madera.
Sintió las palpitaciones de su corazón sobre las sienes como

si fueran dos martillos golpeándole la cabeza. Uno de sus

pies se enredó en algo. Miró la cuerda que casi lo había


hecho caer al suelo. Una cuerda de tela… una tela del que

fuera uno de los vestidos de Katherine… siguió el rastro de

aquella soga improvisada y llegó hasta el escritorio donde


Katherine practicaba su lectoescritura. Bajo una de las

pesadas patas del bloque de madera Katherine había atado

la tela. Esta llegaba hasta la ventana.

Kenneth comprendió…

Hizo un gesto de dolor.

Cayó de rodillas al suelo y aulló.

CAPÍTULO 38

Unos ojos dorados con motas verdes la seguían desde hacía

rato. Justo en ese momento en que se sentía amenazada

tomó conciencia de que era madre. Había un ser en su


interior que necesitaba su protección y ella lo había

expuesto.
Lady Gregory tenía el pelaje tan negro como el lobo que

noches atrás la había atacado. Su presa estaba ahí…una

humana…indefensa…pensó que tendría la fiereza de un


animal , sin embargo, se sorprendió al comprobar que

seguía teniendo conciencia. Aquella mujer no merecía morir

pero la mataría igualmente. Era una loba y las lobas que no


eran protegidas por una manada eran letales. Kenneth se

había negado a protegerla a ella para proteger a Katherine.

Muy bien , ella le demostraría que se había equivocado.

Katherine giró la cabeza. Cerca de ella había una piedra de

canto puntiagudo. La recogió dispuesta a tirársela a los ojos


de su atacante. Había tenido la precaución de meter en sus

botas un cuchillo. No era muy grande pero si acertaba al

corazón del animal podía matarlo.

Escuchó otra respiración. Más pausada. Una respiración

humana…

Se giró de nuevo en dirección a la respiración animal. Entre

la maleza el cuerpo enorme de un lobo salió de entre dos

árboles. Katherine contuvo la respiración. Había algo en


aquellos ojos que le resultaba familiar. Había odio, rencor,
ira en los ojos de la fiera que la miraba con una expresión
humana.

Era su final.

El tamaño del animal hacía imposible cualquier tipo de

defensa.

Cerró los ojos lista para morir.

-¡Katherine, huye!

Era la voz de Kenneth.

Abrió los ojos para ver dónde estaba pero no lo vio a él. Solo
vio un enorme animal negro dando un salto en su dirección.

Parpadeó varias veces al ver la forma humana que corría

hacia el lobo negro. El cabello castaño del hombre ondeaba


en la gélida noche. Era él. Era Kenneth y corría en dirección

contraria a la del animal.

Estaba definitivamente loco.

¿De verdad pensaba que se podía enfrentar a semejante


bestia?

Morirían lo dos… aquella noche morirían los dos…


Y justo cuando la última sombra de una nube negra se
apartó de la luna y esta brilló sobre el cuerpo de Kenneth,

este dio un salto de tres metros y cayó convertido en un

lobo blanco.

¡Un lobo blanco!

Lo repitió mentalmente varias veces. Se sentía incapaz de


salir huyendo, estaba colapsada pegando los fragmentos de

las imágenes en su mente… un lobo blanco como el que la

recogió la noche en que huyó de la fiesta… un lobo blanco


de ojos azules como el que aulló bajo su ventana.

¡Y Kenneth era ese lobo blanco!

El descubrimiento le había hecho llevarse las manos a la

garganta.

Era cierto…dios bendito…era cierto…aquel hombre no le

había mentido jamás.

El lobo negro daba zarpazos en el aire con gran violencia

pero sin llegar al cuerpo del otro animal en ningún

momento. Kenneth rugía, aullaba, intimidaba con su cuerpo


grande, de mayor tamaño que el de su adversario. Estaba

claro que eran macho y hembra y la mente de Katherine


llegó pronto a la certera conclusión; el animal negro era
lady Gregory. Todas las historias que Kenneth le había

contado cobraban sentido en aquel momento.

Un zarpazo de Kenneth en el aire hizo aterrizar el cuerpo del

lobo contrario cayendo al suelo con un sonoro impacto. Aún

así la hembra herida se levantó del suelo y volvió a abrir las


fauces dispuesta a destrozar la garganta de Kenneth. Era

evidente que a la hembra le sobraba energía y le faltaba

precisión. En cambio, al macho le sobraban recursos para


acabar con ella y en lugar de ello solo la iba lastimando

poco a poco.

La lluvia seguía cayendo arrastrando con ella el reguero de


sangre que emanaba del cuerpo malherido de la loba. Hubo

un momento en que no pudo más. Estaba tan herida, tan

débil que agachó su cabeza, gimió y anunció su retirada. Se


desplazó lentamente, con pesadez, dejando huellas de

sangre en cada una de sus pisadas.

El lobo blanco se encaminó hacia Katherine. Al llegar a sus

pies hizo una genuflexión y colocó su hocico a ras del suelo.

Katherine estiró los brazos y metió sus manos en el grueso


pelaje del animal. Inhaló para impregnarse de su olor

almizcleño.

-Te amo, Kenneth.

El lobo clavó en ella sus ojos azul cobalto. Volvió a hundir su


cabeza en una clara invitación a que Katherine montara

sobre su lomo. Ella sonriente, exultante a pesar de la

escena que acababa de vivir, agarró su pelaje dejando que


él la llevara a casa.

CAPÍTULO 39

Katherine dejó que Kenneth colocara la corona de flores

sobre su pelo.

-Rosas y jazmines, amor, tu olor es mejor pero quiero que


lleves algo que haya hecho con mis manos.

Katherine observó la concentración de Kenneth mientras


enhebraba sus cabellos rojizos en las hebras verdes de la

tiara.

-Qué guapo te pones cuando te concentras – dijo ella con un

gesto pícaro. – Me pregunto si esta noche estarás igual de


serio cuando me la quites.

Los ojos de Kenneth chispearon.

-Eres una desvergonzada, amor – dijo poniendo sus manos

en la cintura de Katherine. – Modera ese lenguaje ambiguo

de barriobajera o espantarás a la condesa de Bekerly.

Katherine sabía que estaba bromeando .

-Reconoce que te encanta que sea una barriobajera y te

diga palabras obscenas para nombrar algunas partes de tu


cuerpo.

Kenneth la apretó contra sí. Ella sintió la dureza de su


miembro.

-Amor, si no quieres que dejemos al cura esperando, deja de

provocarme – respondió él provocando una risita en


Katherine. Kenneth puso los labios en su boca y le robó un

beso. – Prométeme que vas a bajar al altar. – Katherine

volvió a sonreír. – No puedo arriesgarme a que te vayas otra


vez por la ventana.

-Kennet, sé que hay un bebé dentro de mí, un bebé muy


especial que nos hará muy felices. No huiré a ningún sitio.
Claro que con media hora podría convertir en una cuerda

esas cortinas – dijo Katherine con una sonrisa deslumbrante.

-Sabía que debía quitar las cortinas de toda la casa. –

Respondió él.

Katherine echó el cuello hacia atrás para reír en voz alta.


Kenneth aprovechó para lamer su cuello.

Una voz detrás de ellos los interrumpió.

-¿Ya estamos otra vez? – Madame Zolta miró a su hijo con

cara de pocos amigos.- Kenneth ¿cuántas veces te voy a


tener que echar de esta habitación? Además, los humanos

dicen que da mala suerte que la novia vea al novio antes

del enlace. ¡Fuera de aquí!

-¿Eso es verdad?- Preguntó Kenneth mirando a Katherine.

-Me temo que si – respondió Katherine sofocando una


carcajada. – Pero solo afecta a los humanos. Yo me caso con

un licántropo.

-Y vas a tener un bebé licántropo, querida – añadió madame

Zolta. – Pobre de ti como sea una hembra. Ríete tú de las

locuras de las jovenzuelas humanas. Te dará unos dolores


de cabeza terribles. Perseguirá a los machos alfas de la

manada. Tendrás que encerrarla en la época de celo.

-Madre, por favor, no sigas – dijo Kenneth. - ¿Quieres que

vuelva a escaparse?

-No te preocupes, hijo. Fuera ya de aquí. Yo la vigilaré hasta


que te dé el sí.

Las risas se evaporaron junto con las copas, las miradas


cargadas de amor y las palabras susurradas.

Esa misma noche, mientras la luna sonreía llenando cada


rincón de Londres de haces plateados llenos de magia,

Kenneth Midelton desnudó despacio a su esposa y le

prometió amarla y protegerla para siempre.

La luna sonrió desde el oscuro cielo iluminando la noche de

amor entre dos amantes, marido y mujer, y las lágrimas de


quien había perdido.

Al otro lado de Londres lady Elizabeth Gregory recogió la

humedad que resbalaba por sus mejillas y bebió de su copa


de champagne. No sabía si existía algún motivo para

brindar, pero antes o después encontraría algo o alguien por

quien sonreír.
Katherine gimió con su orgasmo a la misma vez que
Elizabeth elevó su copa hacia el astro blanco y dijo:

-Por ti, mi querido amor, lord Gregory.

FIN

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