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2 - Los Tiempos Hipermodernos (Lipovetsky, PP 13-49)

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La condena del presente, analizada a largo plazo,

es sin duda la crítica más trivial que vienen propo­


niendo los escritores, filósofos y poetas desde la no­
che de los tiempos. Ya Platón se inquietaba ante el
deterioro de los valores y la aparición de una raza de
hierro, la suya, que ya no tenía casi nada en común
con la raza de oro de los tiempos míticos, poseedora
de todas las virtudes. Y si hemos de creer a Plinio el
Viejo, el mundo moribundo a cuyos últimos mo­
mentos pertenecía él estaba irremediablemente abo­
cado a la ruina a causa del exceso de corrupción.
El tema de la decadencia o de la degradación, re­
cogido en el planteamiento religioso desde una pers­
pectiva apocalíptica, no es ninguna novedad y cada
cual encuentra fácilmente las justificaciones de la de­
sintegración que cree que caracterizan mejor los defec­
tos de su época. Entre los antiguos, la historia se pen­
saba de manera cíclica, lo peor estaba ontológicamente
inscrito en los rayos de la rueda de la fortuna y su ad­
venimiento entraba en la categoría de lo necesario. En
el mundo cristiano, la Caída del comienzo y el Juicio
de las postrimerías eran los dos faros que iluminaban
un presente transitorio y considerado prescindible.
Con la modernidad se produjo una ruptura, no ya
para reinscribir el presente en el centro de las preocu­
paciones de todos, sino para invertir el orden de la
temporalidad y traspasar del pasado al futuro el lugar
de la felicidad venidera y el fin del sufrimiento. Esta
ruptura esencial en la historia de la humanidad crista­
lizó con la forma de un discurso radicalmente opuesto
al de la decadencia, alegando esta vez las conquistas de
la ciencia y señalando las condiciones de un progreso
infinito cuyos herederos tendríamos que ser nosotros.
La razón tendría que poder reinar en el mundo y crear
las condiciones de la paz, la equidad y la justicia.
Este optimismo, que caracteriza precisamente a la
filosofía de las Luces y al cientificismo del siglo X IX ,
carece ya de actualidad. Después de las catástrofes de
que ha sido testigo el siglo X X , la razón ha perdido su
dimensión positiva y se ataca en tanto que instru­
mento de dominio responsable y burocrático, y nues­
tra relación con los tiempos, y concretamente con el
futuro, está ya marcada por esta crítica, aun cuando
perduren, en el fondo, restos del pasado optimismo, so­
bre todo en el plano tecnocientífico. Desacreditados
el pasado y el futuro, se tiende a pensar que el presen­
te es la referencia esencial de los individuos democrá­
ticos, puesto que éstos han roto definitivamente con
las tradiciones que barrió la modernidad y están de
vuelta de esos mañanas que apenas se han ensalzado.
El texto de Gilíes Lipovetsky que sigue al nuestro
mostrará, a propósito de la relación con la época, que
las cosas no son tan sencillas, por un lado porque la
consagración del presente no es tan evidente como se
dice a veces, y por el otro porque las críticas que se le
hacen no suelen acertar en lo esencial.
Uno de los méritos de los análisis que propone
Gilíes Lipovetsky al cabo de veinte años es que rom­
pe con estos juicios excesivos, siempre demasiado ele­
mentales porque no contemplan más que un aspecto de
las cosas, a fin de despejar toda la complejidad de lo real
y delimitar las contradicciones que lo componen. En
este sentido, es ante todo discípulo de Tocqueville, que
fue el primero en diagnosticar la aparición de indivi­
duos preocupados por su felicidad personal, con ambi­
ciones limitadas, y puso de relieve las numerosas para­
dojas que la democracia norteamericana le permitía
juzgar con documentos en la mano. También a seme­
janza de Tocqueville, sus análisis no se contentan con
juicios apresurados o sujetos a imposiciones ideológi­
cas, sino que tratan sobre todo, según un método empi-
rista o inductivo, de partir de los hechos y de su estudio
a largo plazo, para proponer una red de coordenadas
analíticas que permita hacerles hablar y darles sentido.
Desde esta perspectiva, cada una de sus obras es una crí­
tica de las concepciones demasiado simplistas de lo real
y una invitación a pensar de manera más compleja los
fenómenos de un mundo que es el nuestro.
D E LA M O D E R N ID A D A LA P O S M O D E R N ID A D : SA LIR
D E L U N IV E R S O D ISC IP L IN A R IO

Los análisis tradicionales del mundo moderno,


tanto de la derecha como de la izquierda, se basan
por lo general en una crítica parecida: la consecuen­
cia última de la autonomía prometida por la Ilustra­
ción ha sido una alienación total del mundo huma­
no, que vive bajo el terrible peso de las dos plagas
de la modernidad: la técnica y el liberalismo econó­
mico. Por un lado, la modernidad no ha conseguido
materializar los ideales ilustrados que se había fijado
como objetivo; por otro, en vez de garantizar una
auténtica liberación, ha dado lugar a un estado de es­
clavitud real, burocrática y disciplinaria que se ejer­
ce no sólo sobre los cuerpos, sino también sobre los
espíritus. Foucault es sin duda el pensador que ha
advertido con más insistencia sobre este lamentable
aspecto de la modernidad que es la disciplina, cuya
finalidad consiste más en controlar a las personas
que en liberarlas. La disciplina es un conjunto de re­
glas y técnicas concretas (vigilancia jerárquica, san­
ción normalizadora, control) destinadas a producir
una conducta normalizada y estandarizada, a meter
en cintura a los individuos y a imponerles una mis­
ma pauta, a fin de optimizar sus facultades produc­
tivas.
Ahora bien, mientras Foucault seguía haciendo
de las disciplinas el principio de intelección de lo
real, Lipovetsky anunciaba en La era del vacío (1983)
que estábamos entrando en una sociedad posdiscipli-
naria* que él llamaba posmodernidad y en E l imperio
de lo efímero (1987) que la modernidad ya no podía
reducirse al mero esquema disciplinario si nos tomába­
mos la molestia de observarla desde el punto de vista
del dominio de lo efímero por excelencia, la moda.
Se trataba entonces de romper con la lectura foucaul-
tiana explicando que la moda, al permitir escapar del
mundo de la tradición y la exaltación del presente so­
cial, había tenido un papel importante en la adquisi­
ción de la autonomía, pero también se trataba de
apartarse de la lógica de las distinciones sociales de
Bordieu mostrando que la moda podía pensarse fuera
del esquema de la lucha de clases y de la rivalidad je­
rárquica.
Es verdad que la aparición de la moda es indiso-
ciable de la competencia clasista entre una aristocra­
cia deseosa de magnificencia y una burguesía ávida de
imitarla. Pero esto no agota el fenómeno ni explica
por qué la aristocracia acabó por encarnar el orden de
las apariencias, como tampoco por qué se ha dado la
espalda al orden inmóvil de la tradición en beneficio
de la interminable espiral de la fantasía.
Es necesario ver aquí la asunción de nuevas refe­
rencias, de finalidades nuevas, y no una simple dialéc­
tica social, un antagonismo estatutario. El problema
de las teorías de la distinción, como la de Bordieu, es
que no explican por qué las luchas de rivalidad presti­

* A propósito de Foucault, véase la entrevista que nos concedió


Gilíes Lipovetsky y que apareció en La philosophie jrangaise en ques-
tions. Entretiens avec Comte-Sponville, Conche, Ferry, Lipovetsky, On-
fray, Rosset, Le Livre de Poche, París, 2003.
giosa entre los grupos sociales dominantes, que se re­
montan a las primeras sociedades humanas, puede es­
tar en la base de un proceso totalmente moderno, sin
ningún precedente histórico, ni cómo se ha podido
engendrar el motor de la innovación permanente y el
advenimiento de la autonomía personal en el orden
de la apariencia. Las rivalidades de clase no pueden,
pues, ser el principio explicativo de las incesantes va­
riaciones de la moda.
La explicación que se impone consiste en decir
que «los perpetuos escarceos de la moda son, ante
todo, efecto de nuevas valoraciones sociales vinculadas
a una nueva posición e imagen del individuo respecto
al conjunto colectivo [...] Lejos de ser un epifenóme­
no, la conciencia de ser individuos con un destino par­
ticular, la voluntad de expresar una identidad singular,
la celebración cultural de la identidad personal, han
sido una “fuerza productiva”, el motor mismo de la
mutabilidad de la moda. Para que se diera el auge de
las frivolidades fue precisa una revolución en la imagen
de las personas y en la propia conciencia, conmocio­
nando las mentalidades y valores tradicionales; fue pre­
ciso que se ligaran la exaltación de la unicidad de los
seres y su complemento, la promoción social de los sig­
nos de la diferencia personal».*
En efecto, valorando la renovación de las formas
y la inconstancia de la apariencia, básica y esencial­

* Lipovetsky, L ’empire de l ’éphémere. La mode et son destín dans


les sociétés modernes, Gallimard, París, 1987, pp. 67-68 [trad. esp., E l
imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas,
Anagrama, Barcelona, 1990, p. 64],
mente en el plano indumentario en el reducido círcu­
lo de los aristócratas y después entre los burgueses, la
moda ha permitido la descalificación del pasado y la
valoración de lo nuevo, la afirmación de lo individual
sobre lo colectivo gracias a la subjetivación del gusto,
al reinado de lo efímero sistemático. Se comprende
entonces que, en la economía de la libertad indivi­
dual, la frivolidad de la moda se codee con el culto a
la austeridad y con la seriedad moderna, limitándose
así a confirmar una misma tendencia a la autonomía:
«A la vez que en el Occidente moderno los hombres
se han dedicado a la explotación intensiva del mundo
material y a la racionalización de las tareas producti­
vas, a través de lo efímero de la moda han confirmado
su poder de iniciativa sobre la apariencia. En los dos
casos se afirman la soberanía y autonomía humanas
que se ejercen tanto sobre el mundo natural como so­
bre su decorado estético. Proteo y Prometeo provie­
nen del mismo tronco, han instituido juntos, por ca­
minos radicalmente divergentes, la aventura única de
una modernidad occidental en vías de apropiarse de
los datos de su historia.»*
Además de apoyar el desarrollo de la autonomía,
la moda ha desempeñado asimismo un papel funda­
mental en la orientación de la modernidad hacia un
sentido posmoderno. Porque el mundo posmoderno
ha aparecido con la extensión de la lógica de la moda
al conjunto del cuerpo social, en el momento en que
toda la sociedad se reestructura según la lógica de la se­

* Ibid., p. 38 [trad. esp., ibid, p. 36].


ducción, la renovación permanente y la diferenciación
marginal. Es en la época de la moda consumada cuan­
do la sociedad burocrática y democrática se somete a
los tres componentes esenciales (transitoriedad, seduc­
ción, diferenciación marginal) de la forma-moda y se
presenta como una sociedad superficial y frívola, que
no impone ya la normatividad mediante la disciplina,
sino mediante la elección y lo espectacular.
Con la difusión de la lógica de la moda en todo
el cuerpo social entramos en la era posmoderna, un
momento muy concreto que asiste a la ampliación de
la esfera de la autonomía individual, a la multiplica­
ción de las diferencias individuales, a la destrascen-
dentalización de los principios reguladores sociales y
a la disolución de la unidad de los modos de vida y
de las opiniones. De aquí la insistencia, sobre todo en
La era del vacío, en el importantísimo concepto de
personalización, para tomar conciencia de la notable
desviación producida en la dinámica del individualis­
mo que nació con la modernidad. Al dejar que los in­
dividuos se liberen de la esfera a la que pertenecen, al
permitir una autonomía en la que cada cual no tiene
ya que seguir un camino preestablecido, sino que goza
de márgenes de libertad crecientes, la posmodernidad
ha permitido la realización de los ideales ilustrados
que la modernidad no había hecho más que anunciar
en términos jurídicos sin darles entidad real.
Lo que ocurre, y se trata de un punto fundamen­
tal que ya señalaba La era del vacío, es que esta libera­
ción respecto de las tradiciones y este acceso a una au­
tonomía real respecto de las grandes estructuras de
sentido no significan ni que haya desaparecido todo
poder sobre los individuos ni el advenimiento de un
mundo ideal sin conflicto ni dominación. Los meca­
nismos de control no han desaparecido: se han adap­
tado haciéndose menos directivos, renunciando a la
imposición en beneficio de la comunicación. Ya no se
prohíbe fumar a la gente por decreto ley, sino que se
la hace tomar conciencia de las desastrosas consecuen­
cias de la nicotina sobre su salud y sus esperanzas de
vida. «Así opera el proceso de personalización, nueva
manera de organizarse y orientarse la sociedad, nuevo
modo de gestionar los comportamientos, no ya por la
tiranía de los detalles, sino por el mínimo de coaccio­
nes y el máximo de elecciones privadas posibles, con
el mínimo de austeridad y el máximo de deseo, con la
menor represión y la mayor comprensión posible.»*
Como se ve, para Gilíes Lipovetsky no se trata ya
de atenuar el papel de la negatividad en su retrato de
la posmodernidad, sino de reorientar el sentido de
ésta proponiendo que no se piense como un fenóme­
no unidimensional, sino doble. En el fondo se trata
de entender que la posmodernidad se presenta bajo la
forma de la paradoja y que en ella coexisten íntima­
mente dos lógicas, una que favorece la autonomía y
otra que aumenta la dependencia. Lo importante es
entender que la misma lógica del individualismo y de
la disgregación de las estructuras tradicionales de nor­
malización es la que produce fenómenos tan opues­

* Lipovetsky, L "ere du vide, Gallimard, París, 1983, p. 11 [trad.


esp., La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 1986, p. 6].
tos como el control de uno mismo y la abulia indivi­
dual, la superinversión prometeica y la falta total de
voluntad. Por un lado, más responsabilidad personal;
por el otro, más desenfreno. La esencia del individua­
lismo es con creces la paradoja. Ante la desestructura­
ción de los controles sociales, los individuos, en el
contexto posdisciplinario, pueden elegir entre acep­
tarlo y no aceptarlo, entre dominarse y desmandarse.
El mejor ejemplo de esto lo tenemos en la alimenta­
ción. Cuando ya han desaparecido las obligaciones
sociales y sobre todo las religiosas (ayunos, abstinen­
cias, etc.), aparecen comportamientos individuales
responsables (vigilancia del peso, información sobre
la salud, gimnasia) que a veces rayan en lo patológico
por exceso de control (conductas anoréxicas) y actitu­
des completamente irresponsables que propician la
bulimia y la desarticulación de los ritmos alimenta­
rios. Esta sociedad nuestra de la esbeltez y las dietas
es también la de la gordura y el sobrepeso.
N o menos esencial es comprender que todo in­
cremento de la autonomía se hace a costa de una
nueva dependencia y que el hedonismo posmoderno
es bicéfalo, desarticulador e irresponsable para unos
cuantos, prudente y responsable para la mayoría. ¿Se
quieren más pruebas? Basta pensar en la liberación de
las costumbres cuya contrapartida ha sido la desarti­
culación del mundo de la familia y las relaciones y
que ha hecho que el contacto entre los seres sea más
complicado que en el pasado, cuando la norma tradi­
cional imponía a cada cual un lugar en el orden so­
cial. N o nos engañemos: si la obra de Lipovetsky pro­
pone una concepción de la posmodernidad más com­
pleja y menos unívoca, si rechaza al mismo tiempo
las simplificaciones apocalípticas o apologéticas sobre
nuestra época, no es para revalorizar nuestro presen­
te, sino para subrayar sus paradojas esenciales y seña­
lar el trabajo paralelo y complementario de lo positi­
vo y lo negativo.

D E LA P O S M O D E R M D A D A LA H IP E R M O D E R N ID A D :
D E L G O C E A LA A N G U S T IA

Si el término «posmodernidad» es problemático


porque parece indicar una ruptura fundamental en la
historia del individualismo moderno, no menos ade­
cuado resulta para expresar un importante cambio de
perspectiva en la misma. La modernidad se pensaba
al principio a través de dos valores esenciales, a saber,
la libertad y la igualdad, y bajo una figura inédita, el
individuo autónomo, que rompían con el mundo de
la tradición. Sin embargo, en la época clásica, el sur­
gimiento del individualismo se corresponde con un
aumento del poder del Estado, lo cual hace que esta
autonomización de los sujetos sea más teórica que
real. La posmodernidad representa el momento histó­
rico concreto en el que todas las trabas institucionales
que obstaculizaban la emancipación individual se res­
quebrajan y desaparecen, dando lugar a la manifes­
tación de deseos personales, la realización individual,
la autoestima. Las grandes estructuras socializadoras
pierden su autoridad, las grandes ideologías dejan de
ser vehículos, los proyectos históricos ya no movili­
zan, el campo social ya no es más que la prolongación
de la esfera privada: ha llegado la era del vacío, pero
sin «tragedia ni apocalipsis».*
¿Cómo explicar esta mutación de la modernidad?
¿Hemos de ver en ella la materialización de los discur­
sos teóricos que celebraban la autonomía individual y
la desaparición de las estructuras sociales de encuadra-
miento? Aunque es posible que tal o cual escrito desem­
peñara algún papel, que el vanguardismo artístico o la
entronización de la psicología tuvieran alguna influen­
cia o que la pujanza de la igualdad surtiera su efecto, lo
esencial es de otro orden. En efecto, el consumo de
masas y los valores que éste transmite (la cultura hedo-
nista y psicologista) son los principales responsables
del paso de la modernidad a la posmodernidad, una
mutación que puede fecharse en la segunda mitad del
siglo XX. Entre 1880 y 1950 se van instalando poco a
poco los primeros elementos que luego explicarán
la aparición de la posmodernidad, desde el aumento
de la producción industrial (taylorismo) y la difusión de
los productos gracias a los progresos de los transpor­
tes y comunicaciones hasta la aparición de los grandes
métodos comerciales que caracterizan el capitalismo
moderno (marketing, grandes almacenes, aparición de
las marcas registradas, publicidad). La lógica de la moda
comienza entonces a empapar de modo duradero y
profundo la esfera de la producción y el consumo de
masas, y a imponerse sensiblemente, aunque no conta­

* Lipovetsky, L'eredu vide, op. cit., p. 16 [La era del vacío, p. 10].
minará de manera real el conjunto social hasta los años
sesenta. Hay que decir que el consumo, en esta prime­
ra fase del capitalismo moderno, todavía no afecta más
que a la clase burguesa.*
La segunda fase del consumo, que nace alrededor
de 1950, señala el momento en el que la producción y
el consumo de masas dejan de estar reservados para
una clase privilegiada, en el que el individualismo se li­
bera de las normas tradicionales y en el que aparece
una sociedad cada vez más volcada hacia el presente y
las novedades que trae, cada vez más regida por una ló­
gica de seducción pensada bajo la forma de una hedo-
nización de la vida accesible a todas las capas sociales.
El modelo aristocrático, que caracterizaba los prime­
ros tiempos de la moda, se tambalea minado por razo­
nes hedonistas. Se extiende entonces a todas las capas
sociales el gusto por las novedades, la promoción de lo
superfluo y lo frívolo, el culto al desarrollo personal y
al bienestar, suma y compendio de la ideología indivi­
dualista hedonista. En la aparición del modelo de so­
ciedad posmoderna que se describe en La era del vado
es donde el análisis de lo social se explica mejor por la
seducción que por ideas como la alienación o la disci­
plina. Ya no hay modelos prescritos para los grupos
sociales, sino conductas elegidas y asumidas por los in­
dividuos; ya no hay normas impuestas sin discusión,
sino una voluntad de seducir que afecta indistinta­
mente al dominio público (culto a la transparencia y a

* Sobre todo esto, cf. Lipovetsky, <La societé d ’hyperconsom-


mation», Le débat, 124, 2003, pp. 74 y ss.
la comunicación) y al privado (multiplicación de los
descubrimientos y experiencias personales). Entonces
aparece Narciso, mascarón de proa de L a era del vacío,
sujeto cool, adaptable, amante del placer y de las liber­
tades, todo a la vez. Es la fase jubilosa y liberadora del
individualismo, que se vivió a través del alejamiento
de las ideologías políticas, del hundimiento de las nor­
mas tradicionales, del culto al presente y de la promo­
ción del hedonismo individual. Aunque podían dejarse
sentir ya los contrapuntos negativos de este desarraigo
en las grandes estructuras colectivas de sentido -no
hay liberación sin una forma nueva de dependencia-,
huelga decir que éstas estaban bastante ocultas. Sin
embargo, la lógica dual que caracteriza a la posmoder­
nidad estaba ya en marcha y ejercía su dominio.
¿Hay que detenerse en el acta levantada por La era
del vacío y entender la segunda fase del consumo como
la fase terminal, correspondiente a la posmodernidad?
¿Estamos eternamente sometidos, desde los años ochen­
ta, al mismo modelo de individualismo narcisista? Al­
gunos indicios permiten pensar que hemos entrado en
la era de lo «hiper», caracterizada por el hiperconsumo,
tercera fase del consumo, la hipermodernidad, conti­
nuación de la posmodernidad, y el hipernarcisismo. El
hiperconsumo es un consumo que absorbe e integra
partes crecientes de la vida social, que funciona cada vez
menos según el modelo de las confrontaciones simbóli­
cas que gustan a Bordieux y que se organiza más bien
en función de fines y criterios individuales, y según una
lógica emotiva y hedonista que hace que se consuma
más por placer que por rivalizar con otros. El lujo, ele­
mentó por excelencia de la distinción social, ha entrado
en la esfera del hiperconsumo porque cada vez se con­
sume más por la satisfacción que produce -un senti­
miento de eternidad en un mundo entregado a la fuga­
cidad de las cosas- que por la posición que permite
ostentar. «La búsqueda de los goces privados ha ganado
por la mano a la exigencia de ostentación y de reconoci­
miento social: la época contemporánea ve afirmarse un
lujo de tipo inédito, un lujo emocional, experiencial,
psicologizado, que sustituye la primacía de la teatrali­
dad social por la de las sensaciones íntimas.»*
Hipermodernidad: a saber, una sociedad liberal,
caracterizada por el movimiento, la fluidez, la flexibi­
lidad, más desligada que nunca de los grandes prin­
cipios estructuradores de la modernidad, que han te­
nido que adaptarse al ritmo hipermoderno para no
desaparecer. E hipernarcisismo, época de un Narciso
que se tiene por maduro, responsable, organizado y
eficaz, adaptable, y que rompe así con el Narciso de los
años posmodernos, amante del placer y las libertades.
«La responsabilidad ha reemplazado a la utopía festiva
y la gestión a la protesta: es como si no nos reconocié­
ramos ya más que en la ética y en la competencia, en
las reglas sensatas y en el éxito profesional.»**

* Lipovetsky, «Luxe éternel, luxe émotionnel», en Gilíes Lipo­


vetsky y Elyette Roux, Le luxe éternel. D e l ’áge du sacré au temps des
marques, Gallimard, París, 2003, pp. 60-61 [trad. esp„ El lujo eterno.
De la era de lo sagrado a l tiempo de las marcas, Anagrama, Barcelona,
2004, p. 61].
* * Lipovetsky, L'ere du vide, op. cit., pp. 316-318 (Postfacio de
1993).
Sólo que esta vez las paradojas de la hipermoderni-
dad se presentan a la luz del día. ¿Narciso maduro?
Pero si no deja de invadir los dominios de la infancia y
la adolescencia como si se negara a asumir la edad
adulta que es la suya. ¿Narciso responsable? ¿Se puede
pensar así realmente cuando se multiplican las conduc­
tas irresponsables, cuando las declaraciones de inten­
ciones ya no tienen efecto? ¿Qué decir de esas empresas
que hablan de códigos deontológicos y al mismo tiem­
po recurren al despido colectivo porque han falseado
las cifras, de esos navieros que alegan respetar la ecolo­
gía mientras sus buques practican vertidos salvajes, de
esos contratistas que alardean de la calidad de unos
productos que se vienen abajo a la menor sacudida sís­
mica, de esos conductores que en teoría han de respe­
tar el código de circulación y hablan por teléfono
mientras están al volante? ¿Narciso eficaz? Es posible,
pero al precio de tener problemas psicosomáticos con
frecuencia creciente, de sufrir depresiones típicas y de
acabar quemado. ¿Narciso gestor? Hay que dudarlo
cuando se observa la espiral del endeudamiento de las
familias. ¿Narciso adaptable? Pero si es la crispación lo
que lo caracteriza a nivel social cuando llega el mo­
mento de renunciar a ciertas ventajas adquiridas. La
lógica posmoderna de la conquista social se ha reem­
plazado por una lógica gremial de defensa de las venta­
jas sociales. Esto no es más que una muestra de las pa­
radojas que caracterizan la hipermodernidad: cuanto
más progresan los comportamientos responsables, más
irresponsabilidad hay. Los individuos hipermodernos
están a la vez más informados y más desestructurados,
son más adultos y más inestables, están menos ideolo-
gizados y son más deudores de las modas, son más
abiertos y más influenciables, más críticos y más super­
ficiales, más escépticos y menos profundos.
Lo que ha cambiado sobre todo es el clima social
y la relación con el presente. La disgregación del
mundo de la tradición no se vive ya bajo el lema de la
emancipación, sino bajo el de la crispación. Es el mie­
do lo que lo arrastra y domina ante la incertidumbre
del porvenir, ante la lógica de la globalización que se
ejerce independientemente de los individuos, la com­
petencia liberal exacerbada, el desarrollo desenfrenado
de las tecnologías de la información, la precarización
del empleo y el inquietante estancamiento de los ele­
vados índices del paro. ¿Quién imaginaría a un joven
Narciso echándose a la calle en los años sesenta y se­
tenta para defender su jubilación cuarenta años antes
de poder cobrarla? Lo que en el contexto posmoderno
habría podido parecer chocante, hoy nos parece total­
mente normal. Narciso vive atormentado por la in­
quietud; el temor se ha impuesto al goce, la angustia a
la liberación: «En la actualidad, la obsesión por uno
mismo no se manifiesta tanto en la fiebre del goce
como en el miedo a la enfermedad y a la vejez, en la
medicalización de la vida. Narciso no está tanto ena­
morado de sí mismo como aterrorizado por la vida
cotidiana, por su cuerpo y por un entorno social que
se le antoja agresivo.»* Todo le inquieta y asusta.

* Cf. Lipovetsky, «Narcisse au piége de la posmodemité?», en


Métamorphoses de la culture libérale. Ethique, médias, enterprise, Liber,
A nivel internacional, el terrorismo y las catástro­
fes, la lógica neoliberal y sus efectos sobre el empleo;
a nivel local, la contaminación urbana, la violencia de
los barrios periféricos; a nivel personal, todo lo que
debilita el equilibrio corporal y psíquico. En pocas
palabras, la consigna no es ya «Gozad sin trabas»,
sino «Temblad toda la vida», y el Rémy Girard obse­
sionado por la enfermedad y la muerte de la película
Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, ha ocupa­
do lógicamente, quince años después, el lugar del di­
letante Rémy Girard de E l declive del imperio ame­
ricano.

P É R D ID A D E L S E N T ID O Y C O M P L E JID A D
D E L P R E SE N T E

Si Narciso está tan inquieto es también porque


ningún discurso teórico puede ya tranquilizarle. Con­
sume espíritu frenéticamente, pero no por eso parece
más sereno. La era del hiperconsumo y de la hiper-
modernidad ha sellado el declive de las grandes es­
tructuras tradicionales de sentido y su recuperación
por la lógica de la moda y del consumo. Al igual que
los objetos y la cultura de masas, los discursos ideo­
lógicos han quedado atrapados por la lógica de la
moda, a pesar de que siempre han funcionado según

Montreal, 2002, p. 25 [trad. esp., Metamorfosis de la cultura liberal.


Ética, medios de comunicación, empresa, Anagrama, Barcelona, 2003,
p. 27],
la lógiai de la trascendencia y la eternidad y dentro
del culto al sacrificio y la abnegación. Ahora bien, la
moda no pudo imponerse en el campo social durante
los dos últimos siglos debido a las ideologías con pre­
tensiones teológicas. Hemos escapado de ellas al ve­
nirse abajo las convicciones escatológicas y la creencia
en una verdad absoluta de la historia. El entusiasmo
ha reemplazado a la fe; el sentido frívolo a la intransi­
gencia del discurso sistemático; la relajación al extre­
mismo. En pocas palabras, «Nos hemos embarcado en
un interminable proceso de desacralización y de in-
sustancialización de la razón que define el reino de la
moda plena. Así mueren los dioses; no en la desmo­
ralización nihilista de Occidente y en la angustia de
la vacuidad de los valores, sino en las sacudidas de la
r *
razón».
Los sistemas de representación se han convertido
en objetos de consumo y todos son tan intercambiables
como un coche o una vivienda. En el fondo estamos
ante la expresión última de la secularización moderna,
que no había podido manifestarse antes totalmente,
maniatada como estaba por discursos generalizadores
que prorrogaban, en virtud de los defectos laicos, el so­
metimiento humano a un principio superior, precisa­
mente mientras el ideal democrático militaba en favor
de la autonomía de un mundo humano que hervía de
aspiraciones individuales. La teoría final de la moda sa-
craliza la felicidad privada de las personas y pulveriza

* Lipovetsky, L ’empire de l ’éphémére, op. cit., p. 286 [El imperio


de lo efímero, p. 274].
las solidaridades y conciencias de clase en beneficio
de las reivindicaciones y preocupaciones personales. En
cierto modo, Mayo del 68 podría verse como la aplica­
ción de la lógica de la moda a la Revolución. Este acon­
tecimiento es un buen ejemplo de la oposición entre
un individualismo hedonista y ostentativo y los conser­
vadurismos sociales de antaño que mantienen las dife­
renciaciones jerárquicas y autoritarias, sobre todo en el
plano sexual. «En lo más profundo, se trató de una re­
vuelta consistente en reconciliar y unificar una cultura
consigo misma y con sus nuevos principios básicos. No
una “crisis de la civilización”, sino un movimiento co­
lectivo para librar a la sociedad de las normas culturales
rígidas del pasado y dar a luz una sociedad más dúctil,
más diversa, más individualista y conforme con las exi­
gencias de la moda plena.»*
Hemos llegado a un momento en el que la co­
mercialización de las formas de vida no tropieza ya
con resistencias estructurales, culturales o ideológicas,
y en el que las esferas de la vida social e individual se
reorganizan en función de la lógica del consumo. Las
dos primeras fases del consumo habían redundado en
la creación del consumidor moderno, apartándolo de
las tradiciones y destruyendo el ideal del ahorro; la
última fase es una extensión infinita del reinado del
consumo. Que la lógica de la moda y el consumo ha
impregnado las crecientes dimensiones de la vida pú­

* Ibid., p. 291 [trad. esp., ibid., p. 279]. Para la interpretación


de Mayo del 68 por Lipovetsky, véase «Changer la vie, ou l’irruption
de Tindividualisme transpolitique», Pouvoirs, 39, 1986.
blica y privada es un hecho evidente. No lo es menos
que los individuos, privados de todo sentido de la
trascendencia, tienen opiniones cada vez menos arrai­
gadas y cada vez más fluctuantes. Pero nada nos auto­
riza a decir que la inconstancia de estos individuos
sea reprobable por sí misma. Los individuos, es ver­
dad, son más volubles en lo que se refiere a sus opi­
niones, pero ¿ha de verse en esto un mal? «Bajo el rei­
no de la moda total, el espíritu es menos firme, pero
más receptivo a la crítica, menos estable pero más to­
lerante, menos seguro de sí mismo, pero más abierto
a la diferencia, a la prueba, a la argumentación del
otro. Sería tener una visión superficial de la moda
plena si no hiciéramos más que asimilarla a un proce­
so sin comparación de estandarización y de desperso­
nalización; en realidad, propicia un cuestionamiento
más exigente, una multiplicación de los puntos de
vista subjetivos y el retroceso de la similitud de las
opiniones. Ya no creciente semejanza de todos, sino
diversificación de las pequeñas versiones personales.
Las grandes certezas ideológicas se borran [...] en fa­
vor de las singularidades subjetivas, quizá poco origi­
nales, poco creativas y poco reflexivas, pero más nu­
merosas y más elásticas.»* ¿Y es que había en el fondo
más originalidad cuando las religiones y las tradicio­
nes producían creencias colectivas de una homoge­
neidad inmaculada?
Por un lado se prosigue la obra de la Ilustración,
los individuos salen de su minoría de edad, cada vez

* Ibid., p. 309 [trad. esp., ibid., pp. 296-297].


son más capaces de ejercer la crítica libre, de informar­
se, de pensar por sí mismos en un universo ideológico
en el que las normas ancestrales de la tradición se han
desintegrado y en el que los sistemas terroristas del
sentido no influyen ya en los espíritus. No por ello
han desaparecido las autoridades intelectuales, que
trabajan de otro modo, potenciando la argumentación
en detrimento de la imposición. La opinión sigue te­
niendo fuerza, pero es más optativa que determinante
y contribuye a forjar el sentimiento individual. Pero,
al mismo tiempo, nada le permite ya diferenciar en­
tre información e intoxicación, las teorías más rocam-
bolescas adquieren carta de naturaleza y se transfor­
man en bestsellers (basta pensar en la atribución de los
atentados del 11 de septiembre de 2001 a los servicios
secretos americanos, por no hablar de todas las teo­
rías conspirativas que se barajaron), las creencias urba­
nas se multiplican, las sectas aumentan como nunca,
las ciencias paranormales gozan de una credibilidad
inédita...

¿ O M N IP O T E N C IA D E LA L Ó G IC A C O N S U M IS T A ?

El mundo del consumo parece inmiscuirse en


nuestra vida diariamente y modificar nuestras relacio­
nes con los objetos y los seres, sin que por ello, y a
pesar de las críticas que se le hacen en este sentido,
se llegue a proponer un contramodelo creíble. Y, al
margen de las posturas críticas, pocos querrían real­
mente abolirlo de manera definitiva. No hay más re­
medio que constatar que su imperio no deja de cre­
cer: el principio del selfservice, la búsqueda de emo­
ciones y placeres, el cálculo utilitario, la superficiali­
dad de los vínculos parecen haber contaminado el
conjunto del cuerpo social, sin que ni siquiera la espi­
ritualidad se haya librado. La religión, a su vez, se
adapta al consumo olvidando el ascetismo en benefi­
cio del hedonismo y el gusto por la fiesta, potencian­
do más los valores de la solidaridad y el amor que los
de la contrición y el recogimiento. Y esto es igual­
mente válido para la dimensión familiar, las relacio­
nes con la ética, la política o el sindicalismo, incluso
para las relaciones con la naturaleza. La hipermoder-
nidad funciona bien según la lógica del reciclaje per­
manente del pasado, pues nada parece escapar a su
imperio.
¿Ponemos otro ejemplo? En el marco del acceso
de las mujeres al mundo de la autonomía, se ha pre­
guntado por la conservación de ciertas referencias tra­
dicionales, como si la obra igualitaria no hubiera lle­
gado al final de su lógica, a saber, la indiferenciación
de los géneros. Pero hay que entender que si se man­
tienen ciertas normas sociales o funciones tradiciona­
les atribuidas a lo femenino es porque la lógica in­
dividualista las ha reciclado; las mujeres se las han
apropiado para procurarse más felicidad privada y no
porque constituyan un resto arcaico del que conven­
dría desembarazarse, al decir de las feministas. «Si las
mujeres siguen manteniendo relaciones privilegiadas
con el orden doméstico, sentimental o estético, ello
no se debe al simple peso social, sino a que éstos se
ordenan de tal manera que ya no suponen un obs­
táculo para el principio de libre posesión de uno mis­
mo y funcionan como vectores de identidad, de sen­
tido y de poderes privados; es desde el interior mismo
de la cultura individualista-democrática desde donde
se recomponen los recorridos diferenciales de hom­
bres y mujeres.»* En el mundo del hiperconsumo
puede reciclarse incluso el ama de casa...
¿Es totalmente hegemónica la lógica consumista,
es capaz de absorberlo y reciclarlo todo con arreglo a
su propia racionalidad? El funcionamiento del mun­
do liberal, que genera más beneficios, eficacia y racio­
nalidad, parece justificar los temores de Heidegger
cuando denunciaba, a propósito de la técnica, el des­
vío de su sentido en provecho de una «voluntad de
voluntad», de una dinámica de poder que se alimenta
de sí misma, sin más finalidad que su propio desarro­
llo. La voluntad, que al principio estaba animada por
el loable deseo de aliviar a la humanidad de su sufri­
miento inmemorial, se ha transformado poco a poco
en voluntad de poder, sin más finalidad que su pro­
pio imperio sobre las personas y las cosas, y en última
instancia ha producido este mundo nuestro, obsesio­
nado por la técnica y el éxito. Idea recogida en nues­
tros días por Taguieff, que dice igualmente que la ló­
gica de la modernización intempestiva ha perdido
toda finalidad humana y que la técnica ha declarado

* Lipovetsky, La trosiemefemme. Permanence et révolution du fémi-


nin, Gallimard, París, 1997, p. 13 [trad. esp., La tercera mujer. Perma­
nencia y revolución de lofemenino, Anagrama, Barcelona, 1999, p. 11].
en bancarrota todos los valores, y que estos dos facto­
res conducen directamente a una forma de neonihi-
lismo.
Pero no hace falta enturbiar indebidamente el pa­
norama, porque no todo se reduce al puro consumo
ni todo es reciclable. Ciertos valores propios de la mo­
dernidad, como los derechos humanos, por ejemplo,
no se pueden poner en el consumismo puro. Otros
valores escapan igualmente al mundo del consumo,
como la preocupación por la verdad o las relaciones.
Si bien es cierto que la obsesión por la imagen de
marca ha invadido el mundo intelectual y empujado
a determinados pensadores a aceptar las exigencias del
marketing, no lo es menos que la honestidad inte­
lectual y el interés por lo verdadero siguen siendo pa­
trimonio de la mayoría. En el fondo, el deseo de sa­
ber, en casi todos los casos, ha primado sobre el de
complacer y el de ser reconocido, y el ritmo lento del
pensamiento teórico se aviene mal con el ritmo, extre­
madamente móvil, de la sociedad del espectáculo:
«Los intelectuales siguen siendo los obstinados forja­
dores del sentido y, como tales, una especie retro poco
dispuesta a sabotear descaradamente su propio trabajo
para engrosar su agenda de contactos. Es posible que
el trabajo intelectual, por su propia naturaleza inevita­
blemente artesanal y amante, sea el que oponga, de
vez en cuando, la resistencia más tenaz a la frivolidad,
a la espectacularización del mundo.»* «Amor», ya está
dicho; he aquí otro dominio que escapa a la esfera del

* Lipovetsky, «Monument interdit», Le débat, 4, 1980, p. 47.


interés, al igual que, en términos más generales, todos
los valores de relación que configuran buena parte de
la riqueza de nuestra vida privada. Precisamente cuan­
do la depredación parece caracterizar nuestra relación
con el mundo de los objetos y los seres, he aquí un
dominio que se presenta como si funcionara de mane­
ra totalmente desinteresada. El imperio del dinero no
es el sepulturero de la afectividad, antes bien es lo que
le presta toda su legitimidad, como si sintiéramos la
necesidad de reencontrar un poco de inocencia en un
mundo cada vez más regido por la eficacia y la racio­
nalidad.
Nada más falso pues que pensar que el consumo
reina en todos los ámbitos. Nada más falso asimismo
que creer que, reduciendo a los individuos al papel de
consumidores, aquél propicia la homogeneidad social.
El problema más acuciante no es deplorar la atomiza­
ción de la sociedad, sino más bien replantearse la socia­
lización en el contexto hipermoderno, cuando ningún
discurso ideológico tiene ya sentido y la desintegración
de lo social ha llegado al máximo. No hay duda de que
está en marcha una reorganización social, pero parte
únicamente del deseo personal de los individuos. Los
átomos individuales no son reacios a reencontrarse, co­
municarse, reagruparse en movimientos asociativos ca­
racterizados por el egocentrismo, porque su adhesión
es espontánea, dócil y parcial, totalmente de acuerdo
con la lógica de la moda. Pero ¿bastan las reagrupacio­
nes narcisistas para formar una sociedad democrática y
promover el sentido de los valores, cuando parece que
lo único esencial sea el consumo?
LA [ÍT1CA, E N T R E LA R E SP O N SA B ILID A D
Y IA IR R E SP O N SA B ILID A D

¿Es signo del dominio de la barbarie esta hiper-


modernidad nuestra, que se caracteriza por el consu­
mo emotivo y la existencia de individuos preocupa­
dos sobre todo por su salud y su seguridad? Son
muchos los que critican esta sociedad nuestra, en la
que no ven más que almas desamparadas, barbarie in­
terior, derrota del pensamiento o imperfección del
presente. Como si el nihilismo en el que Nietzsche
leía el porvenir de Europa hubiera triunfado efectiva­
mente. En cierto modo, no es un juicio falso: el he­
donismo individualista, al minar las instancias tradi­
cionales de control social y al expulsar del campo
social toda trascendencia, priva de referencias a cierta
cantidad de individuos y propicia un relativismo in­
moderado que parece dar libre curso a todas las lu­
cubraciones posibles. ¿Cómo guardar silencio ante la
proliferación de las sectas, que seducen a personas
mal que nos pese instruidas, o ante el retorno de lo
paranormal, cuando estos fenómenos habían sido
desprestigiados por la modernidad? Ya pueden remo­
verse en su tumba Bayle y Fontenelle, que no por ello
se modificará la lógica hipermoderna que reorganiza
y recicla el pasado sin cesar.
Pero el relativismo no es más que uno de los as­
pectos posibles de la hipermodernidad. Es necesario
admitir igualmente que los derechos humanos no se
han vivido nunca de manera tan consensuada como
en la actualidad, que los valores de la tolerancia y el
respeto no se han manifestado jamás con tanta fuerza
como en el presente, favoreciendo una repulsa gene­
ralizada de la violencia gratuita. Y, además, ¿cómo
guardar silencio ante el hecho de que la hipermoder-
nidad se haya construido en paralelo con una nece­
sidad ética cada vez más acentuada? En lugar de la
descripción catastrofista que se nos presenta habitual­
mente, en la que la moral ha abandonado el espacio
social, desbancada por el cinismo y el egoísmo, con­
viene subrayar, ante las amenazas generadas por el de­
sarrollo tecnocientífico y el empobrecimiento de los
grandes proyectos políticos, la necesidad actual de re­
gulaciones éticas y deontológicas, a nivel social, eco­
nómico* e incluso mediático. Es verdad que la preo­
cupación ética no se vive ya, como en el pasado,
según la lógica del deber y el sacrificio, y que debe
pensarse bajo la forma de una moral indolora, optati­
va, que funcione más movida por emociones que por
obligación o por sanción y que se adapte a los nuevos
valores de la autonomía individualista.** Pero esta
fase posmoralista que caracteriza hoy a nuestras socie­
dades no supone la desaparición de todo valor ético.
«Aun cuando el sacerdocio del deber y los tabúes Vic­
torianos hayan caducado, aparecen nuevas regulacio­

* Véase la interpretación de la ética laboral que propone Lipo­


vetsky en «L’áme de l’entreprise: mythe ou realicé?», Métamorphoses de
la culture libérale, op. cit., pp. 55-85, [«El alma de la empresa: ¿mito o
realidad?, Metamorfosis de la cultura liberal, pp. 59-96].
* ’ Lipovetsky, «Mort de la morale ou résurrection des valeurs?»,
ibid., pp. 31-51, [«¿Muerte de la moral o resurrección de los valo­
res?», ibid., pp. 31-57].
nes, se recomponen prohibiciones, se reinscriben va­
lores que ofrecen la imagen de una sociedad sin re­
lación con la descrita por los despreciadores de la
“permisividad generalizada”. La liturgia del deber des­
garrador no tiene ya terreno social, pero las costum­
bres no se hunden en la anarquía; el bienestar y los pla­
ceres están magnificados, pero la sociedad civil está
ávida de orden y moderación; los derechos subjetivos
gobiernan nuestra cultura, pero “no todo está permi­
tido”.»*
Como se ve, posmoralidad no es sinónimo de in­
moralidad. Tres elementos permiten apreciar la per­
sistencia de ideales éticos en el contexto individualis­
ta. En primer lugar, la desaparición de la moral
incondicional no se ha traducido en una prolifera­
ción de conductas egoístas en el conjunto del cuerpo
social, como lo demuestra la multiplicación de las
asociaciones de ayuda mutua y de voluntarios. Por
otro lado, el relativismo de los valores no ha poten­
ciado el nihilismo, dado que perdura un fuerte nú­
cleo de valores democráticos esenciales, núcleo alre­
dedor del cual ha arraigado un firme consenso. Por
último, la pérdida de las referencias tradicionales no
se ha traducido en el caos social anunciado, toda vez
que la liberación individual, en particular en el plano
sexual, no se ha traducido en anarquía absoluta.
Así las cosas, la responsabilidad individual no es

* Lipovetsky, Le crépuscule du devoir, Gallimard, París, 1992,


p. 51 [rrad. esp., E l crepúsculo del deber, Anagrama, Barcelona, 1994,
p. 49].
más que un aspecto de la hipermodernidad y no se
debe olvidar tampoco que la disolución de las formas
de encuadramiento de los individuos puede producir
el efecto contrario. Con el hundimiento de los grandes
discursos normativos de la moral aparecen fenómenos
asociales desconocidos que no son ajenos al individua­
lismo irresponsable: cinismo generalizado, negación
del esfuerzo y del sacrificio individual, comportamien­
tos compulsivos, tráfico de drogas y toxicomanías, vio­
lencia gratuita, sobre todo contra las mujeres de los
barrios periféricos. El reinado del hedonismo coincide
sólo en parte con la era de la responsabilización.

LAS PA RA D O JA S D E L C U A R T O P O D E R

Si bien la moral no ha desaparecido del campo so­


cial, está más impuesta en él desde fuera, por los men­
sajes que vehiculan los medios de información, que
determinada desde dentro. Es cierto que las normas
sociales no las dictan e imponen ya, como en el pasa­
do, el espíritu nacional, la familia o las Iglesias, y que
las referencias proporcionadas por las instancias tra­
dicionales se han vaciado de sentido y deben adaptar­
se a la lógica de lo efímero. Es razonable también que
nuestra sociedad, fascinada por lo frívolo y lo super-
fluo, entre en su fase flexible y comunicacional, carac­
terizada por el gusto por lo espectacular, la inconstan­
cia de las opiniones y de las movilizaciones sociales.
Nada original en este sentido, porque la crítica habi­
tual de los medios de información, típica de la Escuela
de Francfort y de los situacionistas, consiste en atri­
buirles una omnipotencia que ha contribuido a con­
vertirlos en instrumentos de manipulación y aliena­
ción de carácter totalitario cuya finalidad sería la
justificación del orden establecido, del conformismo y
de la estandarización de los individuos. Si bien hay
que admitir que los medios tienen un papel normali-
zador y reconocer que su influencia en la vida cotidia­
na no es de ningún modo insignificante, no hay que
precipitarse y considerar ilimitada su capacidad de
masificación. En efecto, los medios de información
pueden apoyar tal o cual comportamiento del público,
pero no imponerlo. Una prueba de ello es que la insis­
tencia en un mismo mensaje no siempre produce el
efecto buscado (basta pensar en las campañas publici­
tarias contra el tabaco, que no parecen haber modifi­
cado sensiblemente su consumo).
A pesar de todo, ¿no se podría conceder a la críti­
ca situacionista una buena porción de legitimidad?
¿No estamos atravesados de parte a parte por mensa­
jes exteriores que condicionan y estandarizan nuestros
comportamientos? No percibir los efectos positivos de
la lógica de la moda y el consumo sería lo que nos ha
vuelto poco a poco indiferentes a los mensajes publi­
citarios y a los objetos industriales. Este desinterés por
el mundo del consumo ha permitido a su vez la con­
quista de la autonomía personal al multiplicar las oca­
siones de elección individual y las fuentes de infor­
mación sobre los productos. Lejos de ir al hombre uni­
dimensional que veía Marcuse, la lógica del consumo-
moda ha propiciado la aparición de un individuo amo
y señor de su vida, fundamentalmente voluble, sin
ataduras profundas, con personalidad y gustos fluc-
tuantes. Y por estar así constituido, necesita una mo­
ral espectacular, la única capaz de conmoverle y ha­
cerle obrar. Los medios de información se han visto
obligados a adoptar la lógica de la moda, a inscribirse
en el registro de lo espectacular y lo superficial, y a va­
lorar la seducción y la gracia de sus mensajes. Por eso
se han adaptado al hecho de que el razonamiento per­
sonal pase cada vez menos por la discusión entre indi­
viduos privados y cada vez más por el consumo y las
vías seductoras de la información.
Si la negatividad de los medios de información
podría revalorizarse en función del peso relativo de
su capacidad normalizadora, su positividad tampoco
debe pasarse por alto. Porque en la historia del indivi­
dualismo moderno los medios de información han
desempeñado un papel emancipador fundamental al
difundir en el conjunto del cuerpo social los valores
del hedonismo y la libertad. «Al sacralizar el derecho a
la autonomía individual, al promover una cultura rela-
cional, al celebrar el amor al cuerpo, los placeres y la
felicidad privada, los medios se han convertido en
agentes disolventes de la fuerza de las tradiciones y de
las antiguas estanquidades de clase, de las morales ri­
goristas y de las grandes ideologías políticas.»* Más
aún, al permitir el acceso a una información cada vez
más diversificada y a puntos de vista diferentes, al pro­

* Lipovetsky, Métamorphoses de la culture libérale, op. cit., p. 93


[Metamorfosis de la cultura liberal p. 103].
poner una gama de opciones extremadamente variada,
los medios han podido aportar a los individuos una
mayor autonomía de pensamiento y de acción al per­
mitirles que tuvieran su propia opinión sobre una can­
tidad de fenómenos en crecimiento incesante.
Su papel formador ha sido determinante, por
ejemplo, en el plano político. Más que ver en ellos a
los responsables de la desnaturalización del debate
público, sería preferible valorar favorablemente su in­
fluencia en la maduración política de un electorado
cada vez menos enclaustrado en los discursos ideoló­
gicos o en la lógica de clases y cada vez más sensible a
los argumentos de los partidos que compiten, lo cual
no puede sino contribuir al debate democrático. Por
otra parte, nuestras sociedades no se caracterizan por
el consenso, sino por la discusión permanente, y a
ésta los medios contribuyen en no pequeña medida.
Privadas de trascendencia, de autoridad reconocida
universalmente, se ven abocadas al antagonismo per­
manente de los discursos, sobre un telón de fondo de
estabilidad democrática, libertad e igualdad que cons­
tituye una plataforma de ideales comunes, plataforma
sin embargo problemática porque estos dos princi­
pios pueden recibir interpretaciones opuestas. N o ex­
perimentamos pues el imperio de la uniformación de
las convicciones y los comportamientos. La homoge-
neización de los gustos y los modos de vida no se ca­
naliza hacia una vida política y social consensuada,
los conflictos continúan, pero a través de una pacifi­
cación individualista del debate colectivo a la que los
medios han contribuido. Tenemos un ejemplo en el
hecho de que la elección relativamente peligrosa de
George W. Bush no ha dado lugar a ningún derra­
mamiento de sangre. N o estamos ya en los tiempos
de las grandes tragedias colectivas, sino que lo trágico
se vive ahora en lo personal, la dificultad de vivir
aumenta, el porvenir no ha tenido nunca un rostro
tan amenazador. La hipermodernidad no es ni el rei­
nado de la felicidad absoluta ni el del nihilismo total.
En cierto modo no es ni la consumación del proyecto
de las Luces ni la confirmación de las sombrías previ­
siones nietzscheanas.
Esta defensa del universo mediático no tiene más
función que relativizar los fenómenos y no trata de
camuflar la negatividad que fomentan el sistema me­
diático en particular y la hipermodernidad en general.
Es evidente que al intensificarse el individualismo y al
conceder una importancia menguante a los discursos
tradicionales, la sociedad hipermoderna se caracteriza
por la indiferencia ante el bien público, por esa priori­
dad que se concede a menudo al presente sobre el fu­
turo, por el auge de los particularismos y de los intere­
ses profesionales, por la disgregación del sentido del
deber o de la deuda con la colectividad. Limitándose a
la esfera de los medios, los análisis pueden ser muy
críticos, dado que también los medios están atravesa­
dos por la lógica dual, característica del mundo hiper-
moderno, que lo vuelve todo ambivalente.
¿Cómo callar ante los efectos de los medios en la
cultura y en el debate público? Destinados en teoría a
informarnos, más bien nos desinforman por intereses
sensacionalistas (los osarios de Timisoara) o de política
mezquina (pensemos en el turbio papel que desempe­
ñó la cadena americana Fox durante la guerra de Irak
de 2003). En vez de elevar el nivel del debate público,
transforman la política en espectáculo. Más que ser
promotores de una cultura de calidad, nos abruman
con pasatiempos insípidos, multiplican las emisiones
deportivas y programan lo más tarde que pueden, in­
cluso suprimiéndolas, las emisiones de contenido va­
gamente cultural. Pasan por fomentar la libertad indi­
vidual y el gusto por la iniciativa precisamente cuando
los consumidores tienen actitudes cada vez más com­
pulsivas en este sentido. Tienen la misión de formar el
espíritu crítico y el juicio, pero la lógica del mercado
hace que se abandone a menudo la reflexión en benefi­
cio de la emoción y la teoría en beneficio de la utilidad
práctica. Lo mismo pasa con esos libros de filosofía de
venta previsiblemente asegurada que responden a preo­
cupaciones personales y proponen recetas para alcan­
zar la felicidad. «No es la pasión por el pensamiento lo
que triunfa, sino la demanda de saberes y de informa­
ciones inmediatamente operacionales.»* Los medios, a
su vez, han sucumbido a la lógica hipermoderna y pue­
den fomentarlo todo al mismo tiempo, los comporta­
mientos responsables y los irresponsables.

El futuro de la hipermodernidad se juega ahí, en


su capacidad para hacer triunfar la ética de la respon­
sabilidad sobre los comportamientos irresponsables.
Estos no van a desaparecer por sí solos, ya que están

* Ibid,, p. 98 [trad. esp., ibid., p. 110],


necesariamente inscritos en la lógica de la hipermo-
dernidad. En efecto, son precisamente los mecanis­
mos del individualismo democrático los que explican
a la vez la responsabilidad de unos y la irresponsabili­
dad de otros, la de los que prefieren que la autonomía
que han heredado degenere en egoísmo puro. Estos
últimos, preocupados en exclusiva por su comodidad
y su felicidad, abandonan lo social en beneficio de lo
privado, y además con la conciencia muy tranquila,
porque las instancias tradicionales de la socialización,
desacreditadas por el avance del individualismo, ya no
desempeñan su papel normativo. Pero tampoco exa­
geremos el alcance de este fenómeno; los comporta­
mientos responsables son siempre actualidad. Es qui­
zá lo más asombroso que se constata: la sociedad de
consumo de masas, emocional e individualista, per­
mite que coexistan un espíritu de responsabilidad, de
geometría variable, y un espíritu de irresponsabilidad
incapaz de resistirse tanto a las demandas exteriores
como a los impulsos interiores. El caso es que la lógica
binaria de nuestras sociedades irá en aumento y que la
responsabilización de cada cual cobrará importancia
creciente. Jamás una sociedad ha dejado que se ejer­
ciera una autonomía y una libertad individuales tan
grandes, jamás ha estado su destino tan vinculado al
comportamiento de quienes la componen.
El interés de la concepción binaria de Lipovetsky
es que propone, al margen de los esquemas marxistas
y liberales, una interpretación distinta del presente en
la que el futuro de nuestras democracias está abierto y
en la que la responsabilidad individual y colectiva es
total. Frente a los liberales, que creen que sólo el libe­
ralismo puede resolver los problemas que él mismo
engendra, Lipovetsky recuerda que el papel del mer­
cado tiene límites y que la mano invisible y providen-
cialista destinada a regularlo desde dentro necesita
guantes muy visibles para que evitemos sus excesos.
Frente a los marxistas, que denuncian la lógica con­
tradictoria del capitalismo y militan en favor de una
sociedad de clases cuyo advenimiento es indispensa­
ble, Lipovetsky demuestra que la contradicción se ha
reinscrito en la esencia misma de los individuos, que
las luchas simbólicas han perdido mucha intensidad y
que el futuro es imprevisible porque hay que cons­
truirlo al mismo tiempo que el presente. Basándose
en la complejidad del presente y negando las interpre­
taciones idealistas y catastrofistas, Lipovetsky propone
una versión de nuestra hipermodernidad que quiere
ser a la vez racionalista y pragmática, y en la que la
responsabilidad es la piedra angular del porvenir de
nuestras democracias. Sin verdadera responsabilidad,
no bastarán las declaraciones de buenas intenciones
carentes de efectos concretos. Es necesario valorar la
inteligencia de las personas, movilizar las instituciones
y preparar a nuestros hijos para los problemas del pre­
sente y del futuro. La responsabilidad debe ser colecti­
va y ejercerse en todos los dominios del poder y del
saber; pero también debe ser individual porque en úl­
tima instancia nos corresponde asumir esta autono­
mía que la modernidad nos ha legado.

S é b a st ie n C h a r les

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