Compendio 11

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COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

N° 11 ¿Por qué y de qué modo se transmite la divina Revelación?

Monseñor José Ignacio Munilla

(Transcripción aproximada del audio)

Punto número 11 del Compendio del catecismo de la Iglesia Católica, que con él por cierto
comenzamos un apartado nuevo, dentro de este capítulo segundo, que era Dios viene al
encuentro del hombre. El primer apartado era la revelación de Dios, el siguiente apartado,
que a partir del cual hoy desarrollamos, es la transmisión de la revelación divina. El punto
uno se formula la siguiente pregunta:

¿Por qué y de qué modo se transmite la divina Revelación? ​Y responde:

Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim
2, 4), es decir, de Jesucristo. Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los
hombres, según su propio mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,
19). Esto se lleva a cabo mediante la Tradición Apostólica.

Hay una primera afirmación: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad”, es un texto de primera de Timoteo. Hay una voluntad salvífica
universal de Dios. El corazón de Dios lucha, sueña por la salvación de todos los hombres.
La posibilidad de que el hombre se pierda es un gran drama para Dios, él ha entregado su
vida por la salvación de todos los hombres. Imaginaros el sufrimiento del corazón de Dios,
del corazón de Cristo, cuando le son arrebatadas las almas. Hay un pasaje evangélico,
especialmente conmovedor, que es esa oración sacerdotal, esa oración que tiene lugar
cuando Jesús, después de la última cena, está orando al Padre antes de su pasión, antes
de ir a Getsemaní. En ese momento, Jesús ora al Padre por todas las almas que se le han
encomendado, para que no se pierda ninguna de las almas, ninguno de cuantos hemos sido
encomendados. Vemos ahí como una madre, que lucha por sus hijos y está dispuesta a dar
su vida por todos y cada uno de ellos.

Dios lo da todo por la salvación de todas las almas, no está dispuesto a dar por perdida
ninguna alma, hay una voluntad salvífica de Dios, que también nos transmite a nosotros,
eso Dios nos lo comunica, Dios nos lo transmite. Y ¿cuál es la respuesta? la respuesta es
Jesucristo. Jesucristo es el Salvador del mundo. Luego, sería un gran pecado, por nuestra
parte, si no compartiésemos con el mundo, esa voluntad salvífica de Dios. ¿sabéis qué
significa la palabra Jesús? etimológicamente la palabra Jesús significa ‘salvador’. Entonces,
dar a conocer a Jesús a todo el mundo, es posibilitar que el mundo se salve, que pueda
conocer la salvación y así adherirse a ella. ¿Cómo podrá salvarse el mundo, si no conoce el
Salvador, si no ha conocido el nombre de Jesús, el revelador del Padre, la salvación
ofrecida por el Padre al mundo? Tenemos una gran responsabilidad en que Jesús sea
conocido, que Jesús sea amado. El mandamiento misionero es importantísimo, “Id por todo
el mundo y anunciad el Evangelio”. Por desgracia hemos perdido, en la medida en que nos
hemos secularizado, tensión misionera, incluso a veces se ha dicho, que no hay que ser
proselitista, hay que respetar el proceso de las personas. Obviamente, también se puede
entender el proselitismo de una manera incorrecta, porque lo cierto es que también dice el
propio Benedicto XVI, decía él, que la evangelización se transmite por contagio, por
testimonio. En ese sentido, el proselitismo puede tener una mala interpretación, es un
concepto que no coincide exactamente con el del celo apostólico. Nosotros tenemos que
estar llenos de celo apostólico. La palabra ‘ser proselitista’, quizás tiene otros matices que
hay que purificarlos. Estamos llamados a arder en el celo apostólico, tener el deseo de que
todo mundo conozca Jesús, sufrir porque Jesús no sea conocido, que Jesús no sea amado.

Cada vez que rezamos el Padre Nuestro, decimos, santificado sea tu nombre, o sea que el
nombre de Jesús sea conocido, sea amado. hemos recibido un gran don y tenemos una
responsabilidad de, qué hacer con ese don. Muchísimas personas en el mundo no conocen
a Jesucristo, somos incluso una minoría los que hemos conocido a Jesucristo en el mundo,
y podemos interpretar de una manera correcta que, hemos recibido ese don no para
enterrarlo, sino para tomar conciencia de que somos instrumento de Dios para que el resto
del mundo conozca Jesucristo.

En tu entorno, en mi entorno, hay muchas personas que no han tenido un encuentro


personal con Jesucristo y que, entre comillas, la biblia más cercana que tienen, o los
evangelios más cercanos que tienen para poder conocer a Jesucristo, eres tú o soy yo.
Nosotros podemos convertirnos en el evangelio más cercano que ellos pueden tener, para
llegar a conocer a Jesucristo, ¡qué gran responsabilidad! Por eso, hacemos nuestra, aquella
expresión de San Pablo: “ ¡Ay de mí, si no evangelizare!”. Sería algo muy grave, que yo en
mi vida haya sido inconsciente, de que he recibido la fe en Jesucristo como un tesoro para
los demás y, lo haya guardado para mí. Dice la Sagrada Escritura: “Gratis lo has recibido,
dadlo gratis”. Entre los quehaceres que pueda tener una persona en esta vida, difícilmente
puede haber algo más importante que dar a conocer a Jesucristo al mundo, evangelizar,
dedicar en ello nuestro tiempo, nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestros medios
económicos. Saber que esos misioneros, que están en primera línea, nos representan y que
nosotros estamos apoyándolos y que nosotros mismos somos misioneros, cada vez más en
primera línea de evangelización “¡Ay de mí si no evangelizare!”

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