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CAPÍTULO IV
LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA Y LINGÜÍSTICA DEL
HABLA
Al dar a la ciencia de la lengua su verdadero lugar en el conjunto del
estudio del lenguaje, hemos situado al mismo tiempo la lingüística entera. Todos los demás elementos del lenguaje, que son los que constituyen el habla, vienen por sí mismos a subordinarse a esta ciencia primera, y gra- cias a tal subordinación todas las partes de la lingüística encuentran su lugar natural. Consideremos, por ejemplo, la producción de los sonidos necesarios en el habla: los órganos de la voz son tan exteriores a la lengua como los aparatos eléctricos que sirven para transmitir el alfabeto Morse son ajenos a ese alfabeto; y la fonación, es decir, la ejecución de las imágenes acús- ticas, no afecta en nada al sistema mismo. En esto puede la lengua compa- rarse con una sinfonía cuya realidad es independiente de la manera en que se ejecute; las faltas que puedan cometer los músicos no comprometen lo más mínimo esa realidad. A tal separación de la fonación y de la lengua se nos podrá oponer las transformaciones fonéticas, las alteraciones de sonidos que se producen en el habla y que ejercen tan profunda influencia en los destinos de la lengua misma. ¿Tendremos verdaderamente el derecho de pretender que una lengua en tales circunstancias existe independientemente de esos fe- nómenos? Sí, porque no alcanzan más que a la sustancia material de las palabras. Si afectan a la lengua como sistema de signos, no es más que in- directamente, por el cambio resultante de interpretación; pero este fenó- meno nada tiene de fonético (ver pág. 110). Puede ser interesante buscar las causas de esos cambios, y el estudio de los sonidos nos ayudará en ello; pero tal cuestión no es esencial: para la ciencia de la lengua, bastará siem- pre con consignar las transformaciones de sonidos y calcular sus efectos. Y esto que decimos de la fonación valdrá lo mismo para todas las otras partes del habla. La actividad del sujeto hablante debe estudiarse en un conjunto de disciplinas que no tienen cabida en la lingüística más que por su relación con la lengua. El estudio del lenguaje comporta, pues, dos partes: la una, esencial, tiene por objeto la lengua, que es social en su esencia e independiente del 46 Lengua y habla
individuo; este estudio es únicamente psíquico; la otra, secundaria, tiene
por objeto la parte individual del lenguaje, es decir, el habla, incluida la fonación, y es psicofísica. Sin duda, ambos objetos están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos; pero el habla es necesaria para que la lengua se establezca; históricamente, el hecho de habla precede siempre. ¿Cómo se le ocurriría a nadie asociar una idea con una imagen verbal, si no se em- pezara por sorprender tal asociación en un acto de habla? Por otra parte, oyendo a los otros es como cada uno aprende su lengua materna, que no llega a depositarse en nuestro cerebro más que al cabo de innumerables experiencias. Por último, el habla es la que hace evolucionar a la lengua: las impresiones recibidas oyendo a los demás son las que modifican nues- tros hábitos lingüísticos. Hay, pues, interdependencia de lengua y habla: aquélla es a la vez el instrumento y el producto de ésta. Pero eso no les impide ser dos cosas absolutamente distintas. La lengua existe en la colectividad en la forma de una suma de acuña- ciones depositadas en cada cerebro, más o menos como un diccionario cuyos ejemplares, idénticos, fueran repartidos entre los individuos (ver pág. 41). Es, pues, algo que está en cada uno de ellos, aunque común a todos y situado fuera de la voluntad de los depositarios. Este modo de existencia de la lengua puede quedar representado por la fórmula:
1 + 1 + 1 + 1... = I (modelo colectivo).
¿De qué modo está presente el habla en esta misma colectividad? El
habla es la suma de todo lo que las gentes dicen, y comprende: a) combina- ciones individuales, dependientes de la voluntad de los hablantes; b) actos de fonación igualmente voluntarios, necesarios para ejecutar tales combi- naciones. No hay, pues, nada de colectivo en el habla; sus manifesta- ciones son individuales y momentáneas. En ella no hay nada más que la suma de los casos particulares según la fórmula:
(1 + 1' + 1" + 1'"...)
Por todas estas razones sería quimérico reunir en un mismo punto de
vista la lengua y el habla. El conjunto global del lenguaje es incognoscible porque no es homogéneo, mientras que la distinción y la subordinación propuestas lo aclaran todo. Las dos lingüísticas 47
Tal es la primera bifurcación con que topamos en cuanto se intenta
hacer la teoría del lenguaje. Hay que elegir entre dos caminos que es im- posible tomar a la vez; tienen que ser recorridos por separado. Se puede en rigor conservar el nombre de lingüística para cada una de estas dos disciplinas y hablar de una lingüística del habla; pero con cuidado de no confundirla con la lingüística propiamente dicha, ésa cuyo objeto único es la lengua. Nosotros vamos a dedicarnos únicamente a esta última, y si, en el transcurso de nuestras demostraciones, tomamos prestada alguna luz al estudio del habla, ya nos esforzaremos por no borrar nunca los límites que separan los dos terrenos.