Personalismo

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*El personalismo frente a la crisis contemporánea de sentido*

La crisis de los años 20

El personalismo surgió en una época de crisis, en el interludio de las dos Guerras Mundiales,
cuando apenas acabada la denominada Gran Guerra, en el horizonte de la civilización se presentía
un nuevo conflicto de dimensión gigantesca. La Pri- mera Guerra ya fue intuida, décadas atrás, por
Stefan Zweig, cuando escribía:

[...] por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la re- volución y el
hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis
propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascis- mo en Italia, el nacionalsocialismo en
Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que
envenena la flor de nuestra cultura europea. Me he visto obligado a ser testigo indefenso e
impotente de la in- concebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en
tiem- pos y que esgrimía su dogma deliberado y programático de la antihumanidad."

Y la segunda fue intuida por los autores propiamente personalistas que, en los años 20 y 30,
tuvieron la conciencia de estar viviendo en una sociedad ca- duca, decadente y en crisis, que
necesitaba, para salir adelante, una profunda transformación.

Por ejemplo, Pierre van der Meer, un intelectual holandés que se movió en el círculo de Leon Bloy
y de Jacques Maritain, afirmaba por esas fechas:

Enormes acontecimientos han tenido lugar en estos últimos 25 años (1914-1939). La faz del mundo
se ha cambiado totalmente. Todos los valores en vigor antes de 1914 han caducado. Se han roto las
tablas de la ley antigua de la civilización cristiana, y nuestra civilización ha perdido la unidad, y ya ni
es cristiana siquiera, por más que, viejos y cansados, nos hacíamos la ilusión de vivir eternamente
bajo su sombra. Creíamos que al menos duraría tanto como nosotros. No sospechabamos aún la
posibilidad de una mutación,

Y Gilson se movía en una perspectiva similar:

Nuestro tiempo, decía, asiste a uno de los hechos históricos más importantes, y has ta el más
importante que se haya producido después de la conversión de Europa al cristianismo: el
abandono del cristianismo proclamado por primera vez por Europa, la decisión consciente tomada
por el mundo moderno, no solamente de no adherirse a la fe cristiana, sino además de no vivir ya
del caudal moral que le legó el cristianis- mo y de organizarse sobre bases nuevas que no deban
nada a él.

Mounier compartía la misma percepción, pero su perspectiva era más am- plia. El problema no se
encontraba sólo en el catolicismo, era más complejo, y debía ser afrontado globalmente y con
radicalidad, con una revolución espiri- tual. Por eso y para eso fundó la revista Esprit, como explica
su esposa Paulette Leclercq:

Se presenta ante sus ojos una extrema urgencia humana. La crisis de civilización hace estragos por
todas partes y hace vacilar peligrosamente las estructuras existen- tes. En el mundo entero, crisis
económica con Wall Street en 1929, crisis social con millones de parados en todas partes. En
Francia, crisis política y cultural, puesto que bajo la aparente seguridad económica y capitalista, el
clima de humanismo tradicio- nal y estereotipado será rápidamente barrido por el Frente popular y
por los sinies- tros crujidos de su imperio colonial. En nuestras fronteras, en Alemania y también en
Italia, el individuo está cada vez más amenazado por la presión colectivista de los regímenes nazi y
fascista. Por no hablar del régimen en Rusia, del que, al menos en 1932 se sabe poco, pero lo
bastante para comprender que aplastará la dignidad de la persona humana. Por todas partes, el
hombre estaba amenazado en su libertad profunda de expresión y de acción.

Y de aquí surgió el personalismo en todas sus dimensiones: como movimiento, como filosofía y
como corriente. Ante esta angustiosa situación, diversos pen- sadores sintieron la necesidad de
elaborar una respuesta intelectual que contri- buyera a resolver los asuntos tan graves que estaban
en juego y que debía tener, en primer lugar, una fuerte carga de novedad: porque, si bien no se
pretendía rechazar el legado tradicional, resultaba evidente que no bastaba con reproponer
nociones antiguas para recomponer la fractura entre cultura y cristianismo o para lanzar un
proyecto social, cultural o filosófico alternativo y positivo. Era necesario algo más: una
construcción novedosa y audaz, capaz de abrirse un hueco en la voragine de la cultura europea.

Además, esa respuesta, aunque fuera teórica en su origen, debía estar estructu- rada de manera
que permitiera una mediación social para facilitar la elaboración de propuestas de acción. La
presión del individualismo y de los colectivismos no dejaba espacio para una teoría meramente
especulativa. La sociedad necesitaba una teoría con una estructura interna tal que permitiese la
elaboración de un pro- yecto social alternativo al individualismo y al colectivismo. Poco a poco se
hizo patente, si bien al principio de modo confuso e indefinido, que esa alternativa se podía
encontrar en la noción de persona.

La persona es una noción antigua, de origen cristiano. Era, por tanto, suficien- temente conocida,
pero había sido poco utilizada. La escolástica no hizo mucho uso de ella, si bien la tuvo en cuenta. Y
el pensamiento moderno recurrió a otros conceptos para expresar la condición humana:
conciencia, sujeto, yo. Por eso, recurrir a la persona, a la experiencia de ser persona y de
encontrarse con otras personas, como punto de partida del pensamiento, era un camino nuevo,
que todavía no se había recorrido. Era un camino, además, que parecía ofrecer las respuestas que
se buscaban. En efecto, el concepto, tal como se empezó a emplear en esos momentos gracias al
esfuerzo conjunto de Scheler, Maritain, Mounier, Nédoncelle, Blondel y muchos otros, era
moderno y, por ello, capaz de integrar las temáticas específicamente modernas, como el yo, la
experiencia o la subjeti- vidad. Además, entendida como ser subsistente y autónomo pero
esencialmente social, se presentaba como la "excluida alternativa" buberiana al individualismo y al
colectivismo. Se distinguía y separaba del individuo egocéntrico al recalcar la obligación moral del
servicio a los otros y a la comunidad, pero no caía en la órbita colectivista porque por su dignidad
intrínseca poseía un valor absoluto no intercambiable y unos derechos inalienables. Además,
desde estos planteamien- tos, la transición hacia la teoría social o política era relativamente
inmediata.

Se configuró así el despertar personalista, en expresión de Bombacci,' el recurso continuo y


recurrente al concepto de persona desde ámbitos sociales, filosóficos o teológicos, impulsados por
la intuición de que se trataba del término clave para resolver los grandes problemas que estaban
en juego. Y ese despertar personalis- ta es el que dio lugar, por caminos diversos pero
entrelazados, al personalismo en sus diversas variantes, sensibilidades y perspectivas.
2. La crisis contemporánea

Hoy, el mundo parece encontrarse también en una situación de crisis social, económica, de valores,
ideológica. Y podríamos plantearnos si se trata de una situación paralela a la que dio origen al
personalismo. Pero la historia no se re- pite. Jacques Maritain, en su filosofía de la historia, insistió
mucho en este punto. Los tiempos pasados no vuelven y, aunque haya constantes que se asemejen
a las pasadas, la situación real siempre es diferente, y es esencial captar los elemen- tos que
configuran esa diferencia so pena de proponer esquemas y respuestas ineficaces e inválidas, en
cuanto que diseñadas para otros contextos y épocas.

¿Cuáles son las novedades que presenta nuestra crisis contemporánea? ¿Y cómo debemos
responder a ella?

Realizar un detallado análisis de la crisis contemporánea no es una tarea que se pueda afrontar en
un artículo. Por eso, me limitaré a resaltar algunas ideas particularmente importantes.

2.1. La posmodernidad

Uno de los rasgos que caracteriza primariamente la cultura occidental con- temporánea, y que está
presente en todas las subculturas a las que cada uno se puede sentir particularmente cercano, es
la posmodernidad. Es una de las conse- cuencias de la globalización y de las nuevas tecnologías. No
sólo las modas, y los trendig topics de twitter, también los rasgos culturales más profundos se
difunden con una rapidez inusitada y se instalan, con modalidades peculiares pero con poderosa
uniformidad, en los diversos pueblos. Y, sin duda, una de ellas es lo que se ha dado en llamar
posmodernidad. Si bien se trata de un movimiento relati- vamente difuso, podríamos caracterizarlo
sintéticamente a través de tres autores: Lyotard, Derrida y Vattimo. Los tres se mueven en una
perspectiva muy simi- lar, pero con matices diferentes, que interesa reflejar. La perspectiva común
es la apuesta por lo menor, secundario o circunstancial, frente a las posiciones globa- les, que se
consideran no sólo inalcanzables sino peligrosas, ya que se considera que una interpretación global
de la realidad sólo puede conducir a la opresión, como sucedió con el sistema hegeliano. Por ello,
afirman estos pensadores, se puede y se debe considerar concluido el grandilocuente proyecto
moderno, que acabó trayendo consigo las terribles dictaduras del siglo xx, y considerar instau- rado
el reino de la posmodernidad, de corto alcance, ciertamente, pero humano, flexible, tolerante y
consciente de sus límites.

La cuestión, por tanto, no es que la posmodernidad no tenga afán de saber y de conocimiento, sino
que ha perdido la ingenuidad y la soberbia, características de las ideologías; y, consciente de los
límites del espíritu humano, se limita a intentar alcanzar aquello que realmente puede conseguir.
Lyotard ha formulado paradigmáticamente su propuesta a través de la prohibición de las
metanarrativas." Los grandes relatos pertenecen al pasado, porque son imposibles y porque sojuz-
gan a quien no concuerda con ellos. Deben ser sustituidos por los relatos parcia- les o incluso por
los micro-relatos. En un sentido parecido, Vattimo ha postulado su conocida teoría del
pensamiento débil, es decir, de un pensamiento consciente de sus fronteras, que se conforma con
alcanzar aquello que es posible y, de ese modo, consigue respetar al que piensa diferente; un
pensamiento, por tanto, que deja espacio para que cada uno construya su relato o su microrrelato,
sin imponeruna visión unitaria. Y, por eso, como sostiene Derrida, hay que trabajar más en la
deconstrucción que en la construcción. La ambición constructiva conduce a las grandes narrativas,
al pensamiento fuerte, a la intolerancia. La deconstrucción muestra, por el contrario, las
debilidades de toda articulación, física o mental, generando tolerancia, comprensión y espacios de
libertad.

Sin duda, se debe reconocer a la posmodernidad un punto de verdad. Las ideologías,


particularmente las colectivistas de distinto signo, han propuesto vi- siones opresoras e
inhumanas, con resultados desastrosos. Y, ante este hecho, la humanidad debería ser mucho más
cauta si en el futuro vuelven a resonar las trompetas anunciando la llegada de una nueva
interpretación omnicomprensiva de lo existente. Además, el mundo se torna cada vez más
complejo. Los conoci- mientos se multiplican y los años requeridos para llegar a ser un experto en
un área del saber, incluso limitada, se incrementan. ¿Cómo pretender entonces que alguien, quien
sea, haga una propuesta sobre todo el saber? ¿Cómo alguien puede atreverse a proponer una
interpretación de toda la realidad?

En esto, la posmodernidad tiene sin duda razón. O parte de razón: debemos ser humildes y
conscientes de nuestros límites. Y no sólo como individuos -algo relativamente fácil-sino como
colectividad, como humanidad. Pero, siendo esto cierto, y muy cierto, hay que afirmar también
que los grandes relatos, el pensa- miento fuerte y la construcción son necesarios, porque una
posmodernidad radical puede generar males tan dañinos como los de los sistemas totalitarios: la
inhu- manidad que surge del sinsentido. Los hombres necesitamos saber por qué y para qué
vivimos, pues, de otro modo, y a pesar de los admirables intentos kantianos por generar una moral
fundada en el puro deber, acabamos haciendo válida la sentencia de Dostoviesky: "Si Dios no existe
todo está permitido", que también podemos formular del siguiente modo: si sólo existe lo parcial y
limitado, ¿cuál es el valor del hombre?

Por eso, si bien puede resultar incluso razonable aceptar una posmodernidad limitada es decir,
entendida como advertencia frente a la soberbia de una inteli- gencia racionalista-, una
posmodernidad radical acentuaría los mismos peligros que quiere evitar y, en este sentido, el
personalismo debe hacerle frente. El per- sonalismo debe proponer una visión fuerte del hombre y
del mundo, una gran narrativa, un gran proyecto, porque sólo así pondrá a disposición de la
sociedad un instru- mento con el cual superar este momento de crisis. La lección que debemos
apren- der de la posmodernidad es que ese proyecto no debe ser monolítico y cerrado, una vía de
pensamiento único, y menos aún, pretender una ingenua perspectiva omnicomprensiva. El
personalismo, hoy por hoy, es, fundamentalmente, una an- tropología, con toda la potencia y los
límites de esta delimitación. Y de ese modo lo debemos presentar. Una antropología estriada, con
matices según los autores y las corrientes que conviven en el seno del personalismo, pero una
antropología que no teme afirmar que posee una visión del hombre y que si la sociedad asume
esta visión, sin duda mejorará.

2.2. La crisis de valores, teórica y práctica

Nos adentramos de este modo en una segunda cuestión: la crisis de valores teórica y práctica en
nuestra sociedad occidental." Quizás sea cierto que la pos- modernidad ha contribuido a esta crisis
de valores. Pero también sucede lo con- trario, que la posmodernidad es un reflejo de esa crisis,
pues, como decía Hegel, la filosofía es una lechuza que vuela al atardecer, y, más que influir en los
cam- bios, lo que hace es constatarlos y formalizarlos, volviéndolos explícitos y cons- cientes. El
hecho es que nuestra sociedad -y quizás de modo particular la vieja Europa-se encuentra en una
crisis de valores que la reciente crisis económica ha puesto brutalmente de manifiesto. Cuando ha
habido oportunidad de enrique- cerse en contra de todo buen criterio y en contra de cualquier
norma de pruden- cia económica, muchos se han enriquecido, dejando completamente de lado las
consecuencias sociales que su comportamiento podía tener. Y esas consecuencias han sido
desastrosas. Por eso, aunque parece que se puedan determinar con pre- cisión los origenes
económicos de la crisis económica en el fenómeno de las sub- prime americanas, debemos ser
muy conscientes de la existencia de una honda falla moral, que facilita la toma de decisiones
cómodas y fáciles pero equivoca- das. Aquí está el gran límite de la posmodernidad. ¿Me basta con
comportarme del modo que conviene a mi particular relato o microrrelato, o debo ponerlo en
relación con los demás relatos, debo incluirlo en la gran historia de los hombres? Así debe ser, sin
duda, y aquí es donde el personalismo debe jugar un gran papel de denuncia y de articulación de
respuestas.

El personalismo, en efecto, en todas y cada una de sus variantes, apuesta por la dignidad y el
compromiso con la persona humana." Por ello, es absolutamente necesario en nuestra sociedad; y
su difusión y apuntalamiento proporcionarán una poderosa base cultural y moral contra la dilución
de los valores, contra las tendencias sociales que conducen hacia el más craso hedonismo, hacia el
consu- mismo y que perjudican particularmente a las jóvenes generaciones.

La aportación del personalismo en la superación de ese aspecto de la crisis

puede ser inmensa, pues la potencia de la antropología que lo constituye le per mite adentrarse en
muchos territorios necesitados de iluminación y regeneración, como la educación, la política, la
bioética, la economía o la política, por mencio- nar sólo algunos. En efecto, desde la narrativa
fuerte-pero no omnicomprensiva ni opresora que el personalismo propone sobre el hombre y la
mujer, es posible acceder con renovado ímpetu, fuerza y energía a los problemas centrales que
acucian a nuestra sociedad, con instrumentos para resolverlos. No es una tarea fácil. Y aquí
conviene escuchar la lección de la posmodernidad. El mundo es complejo y no podemos presentar
a la sociedad recetas fáciles e ingenuas. Con ello sólo conseguiríamos desprestigiar al
personalismo. Es necesario ahondar en los problemas, comprender sus particularidades y
complejidades y, desde ahí, actuar con decisión, constancia y fuerza. Porque el personalismo es
acción y com- promiso, pero debe ser acción y compromiso inteligentes, calibrados, meditados, a
la altura de las circunstancias. Y las circunstancias de nuestra época presente son tan intrincadas
que exigen un saber de paralela complejidad.

2. 3. La no-novedad del personalismo

Además, hay otro punto que debemos considerar. El personalismo se enfrentó con la crisis de los
años 20-30 desde la novedad, pues surgió, en cierta medida, como respuesta a esa crisis." Y la
fuerza de la novedad es grande. Mounier, Ma- ritain, Nédoncelle, Marcel, Guardini y muchos otros
propusieron ideas frescas y originales, que no se habían oído hasta el momento; que, a pesar de la
larga historia de la cultura europea, tenían el marchamo y la lozanía de la novedad. Y eso, sin duda,
contribuyó a su éxito. A problemas del momento se respondía con una doctrina del momento, con
una doctrina recién salida de los fogones de la in- teligencia creadora, que respondía a los enigmas
y dificultades que todos tenían ante sus ojos y experimentaban en sus vidas. Pero hoy no ocurre lo
mismo. El personalismo es todavía una filosofía joven, no ha llegado al siglo de vida, pero no es un
neonato, y por ese motivo no puede apelar ya a la fuerza - o no-que genera ineluctablemente lo
novedoso. Lo nuevo, por el s 8/13 de la novedad, atrae: despierta curiosidad e interés ante la
expectativ da lidades antes ignoradas. Pero el personalismo ya no es nuevo. Surgió en el siglo
pasado. Tiene una historia, un peso y, por tanto, un lastre. Es mirado ya desde unos pre-juicios que
pueden ser positivos o negativos, que pueden contribuir a su difusión, pero que también pueden
entorpecerla, pues es posible que alguien se pregunte: ¿Qué puede aportar el personalismo a los
problemas actuales? ¿No es una página, quizá hermosa, de la filosofía, pero que pertenece al libro
de la historia y no al de la filosofía en construcción?

Es cierto que, para muchos, el personalismo sigue siendo una genuina no- vedad, pues no lo han
conocido en ninguna de sus versiones, pero, a mi juicio, puede aportar auténticas novedades
teóricas en nuestro contexto contemporá- neo, siempre que asumamos que estamos en un
segundo periodo del personalismo y lo afrontemos como tal. De este modo y, a mi juicio,
principalmente -y quizá sólo de este modo, podremos contribuir de la manera más eficaz y
solidaria posible a resolver la crisis en la que nos encontramos: una crisis que se sitúa en el siglo
xxx y no en el siglo xx.

3. Una propuesta particular: el personalismo ontológico moderno

Quiero señalar, por último, una novedosa propuesta para solventar esta cri- sis desde la filosofía,
una nueva visión de entender el personalismo: el per- sonalismo ontológico moderno (POM). En
cuanto que se enmarca dentro del personalismo, no es, lógicamente, una propuesta
completamente original, pues no es otra cosa que una particular versión del personalismo, pero sí
constituye una articulación y comprensión específica con aspectos originales que, a mi juicio, le
confieren gran potencialidad de cara a su sistematización y expansión en áreas cercanas a la
antropología.

Debo advertir ante todo, que, si bien la propuesta es de mi autoría, los elemen- tos antropológicos
centrales de esta filosofía se deben atribuir a Karol Wojtyla. Es él quien, a mi juicio, ha desarrollado
de modo más profundo y sistemático las claves esenciales de la antropología del POM. Mi
contribución -aunque contiene también algunos elementos antropológicos- se centra sobre todo
en la elabora- ción de una teoría del personalismo en la que encuadrar la antropología de Wojtyla,
algo que este no llevó a cabo.

Ese intento tiene una doble justificación. Por un lado, considero que la antro- pología wojtyliana es
una de las propuestas personalistas más potentes y, por ello, debería ser más conocida, empleada
e investigada. Pero ocurre que, al no haber propuesto Wojtyla un marco teórico en el que integrar
su reflexión, ésta acaba situándose, con frecuencia, en una tierra de nadie, con el inconveniente de
que quien se acerca a su filosofía tiene notables dificultades para interpretarla y conectarla con
otras filosofías. Por ello, su encuadramiento en un marco teórico facilita enormemente su
comprensión y su estudio. Por otro lado, este marco teó- rico, es decir, una teoría del
personalismo, resulta, a mi juicio, muy necesario hoy en día, como el modo de responder a los
retos que el mundo contemporáneo nos propone a los personalistas. En efecto, para que el
personalismo pueda expandir- se en las áreas que le son cercanas, como la bioética, la educación o
la psicología, necesita disponer de una estructura fuerte y suficientemente precisa, que facilite la
integración con otras teorías articuladas y potentes. De otro modo, resulta muy difícil que pueda
ser suficientemente valorada y que esa integración tenga éxito.

El rechazo ante cualquier atisbo de sistematización es una actitud muy arraigada, y con razón, en la
conciencia personalista, comenzando por los protopersonalistas Kierkegaard y Unamuno. Pero esto
no debería constituir ningún problema si, atendiendo a la enseñanza posmoderna, se proponen
teorías que se alejen de la omni-comprensión. No toda sistematización tiene que ser opresiva; es
más, puede resultar necesario, si se desea progresar, hacer propuestas novedosas que respondan
al segundo periodo personalista en el que nos encontramos. En cual- quier caso, se trata
simplemente de una propuesta que presento en el marco de las teorías personalistas ya existentes
-fenomenológica, dialógica, comunitaria, personalismo ontológico clásico- cada una de las cuales
tiene su propia personalidad. Y, como no es posible, por motivos de espacio, exponer en este
artículo con detalle sus características, me limitaré a presentar de modo muy esquemático las
ideas que considero principales, remitiendo, para una visión más amplia, a la bibliografía existente.

A. Rasgos estructurales del personalismo ontológico moderno:

⚫Centralidad estructural de la persona. El rasgo decisivo y prioritario que ca- racteriza al Poм es la
centralidad estructural de la persona en su arquitectura conceptual. Esto significa no sólo que el
POM valore a la persona o remita de un modo u otro a la persona, pues este rasgo también está
presente en muchas filosofías de la persona, sino que el concepto de persona es la clave o quicio
de la antropología y de la ética. En otras palabras, se trata de pensar desde la persona.

*Necesidad de emplear categorías personalistas para la elaboración de la antropología y de la


ética. Se debe pensar desde la persona, pero con categorías específicas para la persona, superando
el lastre griego que implica pensar a la persona desde categorías pensadas para las cosas y
adaptadas al ser humano. ⚫ Necesidad de un método propiamente personalista. Este método ha
sido propuesto por Karol Wojtyla en la Introducción de Persona y acción, y J. M. Burgos lo ha
desarrollado ampliamente con la terminología de experiencia inte- gral. Su clave es una fusión
original de elementos fenomenológicos y tomistas basada en el concepto wojtyliano de
experiencia."

* Relación simultáneamente constructiva y crítica con el pensamiento mo- derno. Frente a otras
perspectivas arraigadas en la filosofía realista, el roM considera que se deben asumir
filosóficamente numerosos temas relevantes de la filosofía moderna, una vez desactivada su
espoleta idealista.

⚫ Apuesta por un personalismo ontológico que, sin embargo, rechaza em- plear las categorías
aristotélicas (sustancia y accidentes, las cuatro causas, ma- teria y forma, acto y potencia, etc.) por
no considerarlas adecuadas para el desarrollo de una antropología personalista. Se mantiene, sin
embargo, la estructura fundamental de la filosofía del ser a través de la asunción de la dua- lidad
acto de ser-esencia así como de la categoría de causa, aunque precisando que la causalidad
humana no puede equipararse con la causalidad del mundo material o animal."

* Apuesta por una transformación e influencia en la sociedad principalmente a través de la


elaboración y difusión de propuestas filosóficas y culturales. En este aspecto, por ejemplificar, y
aunque ambos se sitúan ya en un contexto sociocultural relativamente distante, el POM se
encontraría más cerca de la ac- titud de J. Maritain que de la de E. Mounier.

B. Algunas características antropológicas del personalismo ontológico moderno:19

*Del "que" al "quién": el giro personalista. La consideración de lo personal irreductible en el


hombre debe ser un elemento esencial de la antropología per- sonalista. La persona no es algo, es
alguien. El personalismo, de este modo, asu- miría el giro antropocéntrico de la modernidad, pero
daría un paso más allá.

*La estructura tridimensional de la persona. El POM considera que el modo más adecuado de
pensar la estructura personal no es a través de la estructura bidimensional cuerpo y alma sino a
través de la estructura tridimensional for- mada por cuerpo, psique y espíritu.

*La afectividad constituye una dimensión originaria y esencial de la perso- na." La tematización de
la subjetividad es imprescindible en la antropología, cuestión que Wojtyla ha sintetizado afirmando
que la subjetividad es un hecho objetivo.

*Las relaciones interpersonales constituyen un elemento esencial de la iden- tidad personal pero
no preceden ontológicamente a esta identidad. El POM, en concreto, y a diferencia de otras
corrientes personalistas, apuesta por una prioridad ontológica de la persona sobre la relación.

*La acción y el amor tienen la primacía en la vida personal, sobre la actividad intelectual.

• La corporeidad es una de las dimensiones esenciales de la realidad personal, al igual que la


sexualidad. Contra la posición de la ideología de género, el

FOM postula la existencia de dos modos de ser persona: varón y mujer."

⚫ La persona tiene una prioridad ontológica frente a la sociedad, pero, al mismo tiempo, un
profundo deber de solidaridad. El hombre sólo se auto- rrealiza en la donación al otro. No es
posible progresar como persona desde el egocentrismo ni desde el individualismo denunciado por
tantos personalistas (Maritain, Mounier, Buber, Marcel, etc.).

Conclusión

He procurado proponer en este escrito algunas ideas que ayuden a analizar la particular situación
de crisis en que nos encontramos. Una crisis heredera y, en cierto modo, paralela, a la que
experimentaron los fundadores del personalismo, pero también distinta, como nos han advertido y
aleccionado los pensadores pos- modernos. Y he pretendido mostrar también que el personalismo
debe responder a esta crisis con ideas nuevas, con propuesta originales que respondan al nuevo

contexto socio-cultural en el que vivimos. En este sentido, he presentado muy su- cintamente
algunos rasgos del personalismo ontológico moderno, una propuesta personal con la que pretendo
contribuir a la solución de este problema.
Pero, para concluir, más allá de la constatación de una crisis profunda y do- lorosa, me gustaría
suscitar también pasión y optimismo. Pasión, porque el reto ante el que nos enfrentamos es
grande pero, por ello mismo, vale la pena em- peñar en su solución todo el esfuerzo e ilusión de
que seamos capaces. Y opti- mismo, porque, si bien es cierto que nuestro horizonte se encuentra
amenazado por oscuros nubarrones, no debería resultar dramático asumir que, de algún modo,
siempre estamos en crisis y siempre lo estaremos; que el mundo feliz de la utopía de Huxley o de
cualquier otra no será nunca nada más que una autén- tica utopía. Ahora bien, la utopía, en su
mejor sentido, posee un gran valor: ser el motor que impulse a la acción y evite la caída en
distopías reales. Y, en esa inmensa y noble tarea de la construcción de un mundo mejor, pero no
feliz, al personalismo le corresponde, sin duda, un lugar privilegiado.

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