Benedicto XVI - Homilia Sobre La Iglesia
Benedicto XVI - Homilia Sobre La Iglesia
Benedicto XVI - Homilia Sobre La Iglesia
SANTA MISA
Me da gran alegría y confianza ver el gran estadio olímpico que en gran número
tantos de vosotros habéis llenado hoy. Saludo con afecto a todos: a los fieles de la
Archidiócesis de Berlín y de las diócesis alemanas, así como a los numerosos
peregrinos provenientes de los países vecinos. Hace quince años, vino un Papa por
vez primera a Berlín, la capital federal. Todos —y también yo personalmente—
tenemos un recuerdo muy vivo de la visita de mi venerado predecesor, el Beato Juan
Pablo II, y de la Beatificación del Deán de la Catedral de Berlín Bernhard Lichtenberg,
junto a Karl Leisner, celebrada precisamente aquí, en este mismo lugar.
En la parábola de la vid, Jesús no dice: “Vosotros sois la vid”, sino: “Yo soy la vid,
vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5). Y esto significa: “Así como los sarmientos están
unidos a la vid, de igual modo vosotros me pertenecéis. Pero, perteneciendo a mí,
pertenecéis también unos a otros”. Y este pertenecerse uno a otro y a Él, no entraña
un tipo cualquiera de relación teórica, imaginaria, simbólica, sino —casi me atrevería
a decir— un pertenecer a Jesucristo en sentido biológico, plenamente vital. La Iglesia
es esa comunidad de vida con Jesucristo y de uno para con el otro, que está fundada
en el Bautismo y se profundiza cada vez más en la Eucaristía. “Yo soy la verdadera
vid”; pero esto significa en realidad: “Yo soy vosotros y vosotros sois yo”; una
identificación inaudita del Señor con nosotros, con su Iglesia.
:
Cristo mismo en aquella ocasión preguntó a Saulo, el perseguidor de la Iglesia, cerca
de Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9, 4). De ese modo, el Señor señala el
destino común que se deriva de la íntima comunión de vida de su Iglesia con Él, el
Resucitado. En este mundo, Él continúa viviendo en su Iglesia. Él está con nosotros,
y nosotros estamos con Él. “¿Por qué me persigues?”. En definitiva, es a Jesús a
quien los perseguidores de la Iglesia quieren atacar. Y, al mismo tiempo, esto
significa que no estamos solos cuando nos oprimen a causa de nuestra fe. Jesucristo
está en nosotros y con nosotros.
En la parábola, el Señor Jesús dice una vez más: “Yo soy la vid verdadera, y el Padre
es el labrador” (Jn 15, 1), y explica que el viñador toma la podadera, corta los
sarmientos secos y poda aquellos que dan fruto para que den más fruto. Usando la
imagen del profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, Dios
quiere arrancar de nuestro pecho el corazón muerto, de piedra, y darnos un corazón
vivo, de carne (cf. Ez 36, 26). Quiere darnos vida nueva y llena de fuerza, un corazón
de amor, de bondad y de paz. Cristo ha venido a llamar a los pecadores. Son ellos los
que necesitan el médico, y no los sanos (cf. Lc 5, 31s). Y así, como dice el Concilio
Vaticano II, la Iglesia es el “sacramento universal de salvación” (Lumen gentium 48)
que existe para los pecadores, para nosotros, para abrirnos el camino de la
conversión, de la curación y de la vida. Ésta es la constante y gran misión de la
Iglesia, que le ha sido confiada por Cristo.
Por tanto, ya no brota alegría alguna por el hecho de pertenecer a esta vid que es la
“Iglesia”. La insatisfacción y el desencanto se difunden si no se realizan las propias
ideas superficiales y erróneas acerca de la “Iglesia” y los “ideales sobre la Iglesia”
que cada uno tiene. Entonces, cesa también el alegre canto: “Doy gracias al Señor,
porque inmerecidamente me ha llamado a su Iglesia”, que generaciones de católicos
han cantado con convicción.
Cada uno de nosotros ha de afrontar una decisión a este respecto. El Señor nos dice
:
de nuevo en su parábola lo seria que ésta es: “Al que no permanece en mí lo tiran
fuera como el sarmiento, y se seca; luego recogen los sarmientos desechados, los
echan al fuego y allí se queman” (cf. Jn 15, 6). Sobre esto, comenta san Agustín: “El
sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no
está en la vid estará en el fuego. Permaneced, pues, en la vid para libraros del
fuego” (In Ioan. Ev. Tract., 81, 3 [PL 35, 1842]).