Pizarnik Relac A Condesa
Pizarnik Relac A Condesa
Pizarnik Relac A Condesa
Selección de textos
Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de sentir
el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente
podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a
pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores. Es
esto lo que ha caracterizado mis poemas.
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he corrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción
hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo
Tangible ausencia
Que me dejen con mi voz nueva, desconocida. No, no me dejen. Oscura y triste la
infancia se ha ido, y la gracia, y la disipación de los dones. Ahora las maravillas emanan del
nuevo centro (desdicha en el corazón de un poema a nadie destinado). Hablo con la voz
que está detrás de la voz y con los mágicos sonidos del lenguaje de la endechadora.
A unos ojos azules que daban sentido a mis sufrimientos en las noches de verano
de la infancia. A mis palabras que avanzaban erguidas como el corcel del caballero de
Bemberg. A la luz de una mirada que engalanaba mi vocabulario como a un espléndido
palacio de papel.
Me embriaga la luz. No nombro más que la luz. Quiero verla. Quiero ver en vez de
nombrar.
No sé dónde detenerme y morar. El lenguaje es vacuo y ningún objeto parece haber
sido tocado por manos humanas. Ellos son todos y yo soy yo. Mundo despoblado, palabras
reflejas que sólo solas se dicen. Ellas me están matando. Yo muero en poemas muertos que
no fluyen como yo, que son de piedra como yo, ruedan y no ruedan, un zozobrar
lingüístico, un inscribir a sangre y fuego lo que libremente se va y no volvería. Digo esto
porque nunca mas sabré destinar a nadie mis poemas.
Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?
Hemos consentido visiones y aceptado figuras presentidas según los temores y los
deseos del momento, y me han dicho tanto sobre cómo vivir que la muerte planea sobre mí
en este momento que busco la salida, busco la salida.
Volver a mi viejo dolor inacabable, sin desenlace. Temía quedarme sin un
imposible. Y lo hallé, claro que lo hallé.
La aurora gris para mi dolor infuso, me llaman de la habitación más cercana y del
otro lado de todo espejo. Llamadas apresurándome a cubrir los agujeros de la ausencia que
se multiplican mientras la noche se ofrece en bloques de dispersa oscuridad.
Luz extraña a todos nosotros, algo que no se ve sino que se oye, y no quisiera decir
más porque todo en mí se dice con su sombra y cada yo y cada objeto con su doble.
La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las visiones del
nacimiento.
El traje azul y plata fosforescente de la plañidera en la noche medieval de toda
muerte mía.
La muerte está cantando junto al río.
Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción de la muerte.
Me voy a morir, me dijo, me voy a morir.
Al alba venid, buen amigo, al alba venid.
Nos hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más quería.
Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi muerte.
Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aún muerta te seguiría
buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor.
Esta espectral textura de la oscuridad, esta melodía en los huesos, este soplo de silencios
diversos, este ir abajo por abajo, esta galería oscura, oscura, este hundirse sin hundirse.
¿Qué estoy diciendo? Está oscuro y quiero entrar. No sé qué más decir. (Yo no quiero
decir, yo quiero entrar.) El dolor en los huesos, el lenguaje roto a paladas, poco a poco
reconstituir el diagrama de la irrealidad.
Posesiones no tengo (esto es seguro; al fin algo seguro). Luego una melodía. Es una
melodía plañidera, una luz lila, una inminencia sin destinatario. Veo la melodía. Presencia
de una luz anaranjada. Sin tu mirada no voy a saber vivir, también esto es seguro. Te
suscito, te resucito. Y me dijo que saliera al viento y fuera de casa en casa preguntando si
estaba.
Paso desnuda con un cirio en la mano, castillo frío, jardín de las delicias. La soledad no es
estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no
poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla
sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.
El Infierno musical, 1971
El deseo de la palabra
La noche, de nuevo, la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la
muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido.
Pasos y voces del lado sombrío del jardín. Risas en el interior de las paredes. No vayas a
creer que están vivos. No vayas a creer que no están vivos. En cualquier momento la fisura
en la pared y el súbito desbandarse de las niñas que fui.
Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los colores? ¿Hablan las imágenes de
papel? Solamente hablan las doradas y de ésas no hay ninguna por aquí.
Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba:
Si no vino es porque no vino. Pregunto. ¿A quién? Dice que pregunta, quiere saber a quién
pregunta. Tú ya no hablas con nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el
lenguaje de los agonizantes.
He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento respirar adentro de las
paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero contempla absolutamente sola la desnudez
de estos muros. Ninguna flor crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.
En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída. ¿Y qué? Ojalá
pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo,
rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a
medida que cada letra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.