Pizarnik Relac A Condesa

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Alejandra Pizarnik: la crítica radical de la palabra poética

Selección de textos

Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de sentir
el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente
podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a
pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores. Es
esto lo que ha caracterizado mis poemas.

Entrevista realizada por Martha Moia, 1972

Palabras. Es todo lo que me dieron. Mi herencia. Mi condena. Pedir que la revoquen


¿Cómo pedirlo? Con palabras.
Las palabras son mi ausencia particular. Como la famosa “muerte propia” hay en mí una
ausencia autónoma hecha de lenguaje. No comprendo el lenguaje y es lo único que tengo.
Lo tengo sí pero no lo soy.

Fragmento de una carta a Ivonne Bordelois, 22 febrero 1963

En esta noche, en este mundo

A Martha Isabel Moia

en esta noche en este mundo


las palabras del sueño de la infancia de la muerta
nunca es eso lo que uno quiere decir
la lengua natal castra
la lengua es un órgano de conocimiento
del fracaso de todo poema
castrado por su propia lengua
que es el órgano de la re-creación
del re-conocimiento
pero no el de la re-surrección
de algo a modo de negación
de mi horizonte de maldoror con su perro
y nada es promesa
entre lo decible
que equivale a mentir
(todo lo que se puede decir es mentira)
el resto es silencio
sólo que el silencio no existe
no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible

sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he corrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!

mi persona está herida


mi primera persona del singular

escribo como quien con un cuchillo alzado en la oscuridad


escribo como estoy diciendo
la sinceridad absoluta continuaría siendo
lo imposible
¡oh quédate un poco más entre nosotros!

los deterioros de las palabras


deshabitando el palacio del lenguaje
el conocimiento entre las piernas
¿qué hiciste del don del sexo?
oh mis muertos
me los comí me atraganté
no puedo más de no poder

palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción

y el perro del maldoror


en esta noche en este mundo
donde todo es posible
salvo
el poema

hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo

Textos de sombra y últimos poemas, 1971-1972

Tangible ausencia

Que me dejen con mi voz nueva, desconocida. No, no me dejen. Oscura y triste la
infancia se ha ido, y la gracia, y la disipación de los dones. Ahora las maravillas emanan del
nuevo centro (desdicha en el corazón de un poema a nadie destinado). Hablo con la voz
que está detrás de la voz y con los mágicos sonidos del lenguaje de la endechadora.
A unos ojos azules que daban sentido a mis sufrimientos en las noches de verano
de la infancia. A mis palabras que avanzaban erguidas como el corcel del caballero de
Bemberg. A la luz de una mirada que engalanaba mi vocabulario como a un espléndido
palacio de papel.
Me embriaga la luz. No nombro más que la luz. Quiero verla. Quiero ver en vez de
nombrar.
No sé dónde detenerme y morar. El lenguaje es vacuo y ningún objeto parece haber
sido tocado por manos humanas. Ellos son todos y yo soy yo. Mundo despoblado, palabras
reflejas que sólo solas se dicen. Ellas me están matando. Yo muero en poemas muertos que
no fluyen como yo, que son de piedra como yo, ruedan y no ruedan, un zozobrar
lingüístico, un inscribir a sangre y fuego lo que libremente se va y no volvería. Digo esto
porque nunca mas sabré destinar a nadie mis poemas.
Vida, mi vida, ¿qué has hecho de mi vida?
Hemos consentido visiones y aceptado figuras presentidas según los temores y los
deseos del momento, y me han dicho tanto sobre cómo vivir que la muerte planea sobre mí
en este momento que busco la salida, busco la salida.
Volver a mi viejo dolor inacabable, sin desenlace. Temía quedarme sin un
imposible. Y lo hallé, claro que lo hallé.
La aurora gris para mi dolor infuso, me llaman de la habitación más cercana y del
otro lado de todo espejo. Llamadas apresurándome a cubrir los agujeros de la ausencia que
se multiplican mientras la noche se ofrece en bloques de dispersa oscuridad.
Luz extraña a todos nosotros, algo que no se ve sino que se oye, y no quisiera decir
más porque todo en mí se dice con su sombra y cada yo y cada objeto con su doble.

Textos de sombra y últimos poemas, 1970-1971

El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos

Esta noche, dijo, desde el ocaso, me cubrían con una


mortaja negra en un lecho de cedro.
Me escanciaban vino azul mezclado con amargura.
EL CANTAR DE LAS HUESTES DE ÍGOR
Toda la noche escucho el llamamiento de la muerte, toda la noche escucho el canto
de la muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama.
Y tantos sueños unidos, tantas posesiones, tantas inmersiones, en mis posesiones
de pequeña difunta en un jardín de ruinas y de lilas. Junto al río la muerte me llama.
Desoladamente desgarrada en el corazón escucho el canto de la más pura alegría.
Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque al oír su canto dije: es el
lugar del amor. Y es verdad que he despertado en el lugar del amor porque con una sonrisa
de duelo yo oí su canto y me dije: es el lugar del amor (pero tembloroso pero
fosforescente).
Y las danzas mecánicas de los muñecos antiguos y las desdichas heredadas y el agua
veloz en círculos, por favor, no sientas miedo de decirlo: el agua veloz en círculos
fugacísimos mientras en la orilla el gesto detenido de los brazos detenidos en un
llamamiento al abrazo, en la nostalgia más pura, en el río, en la niebla, en el sol debilísimo
filtrándose a través de la niebla.
Más desde adentro: el objeto sin nombre que nace y se pulveriza en el lugar en que
el silencio pesa como barras de oro y el tiempo es un viento afilado que atraviesa una grieta
y es esa su sola declaración. Hablo del lugar en que se hacen los cuerpos poéticos –como
un cesta llena de cadáveres de niñas. Y es en ese lugar donde la muerte está sentada, viste
un traje muy antiguo y pulsa un arpa en la orilla el río lúgubre, la muerte en un vestido rojo,
la bella, la funesta, la espectral, la que toda la noche pulsó un arpa hasta que me adormecí
dentro del sueño.
¿Qué hubo en el fondo del río? ¿Qué paisajes se hacían y deshacían detrás del
paisaje en cuyo centro había un cuadro donde estaba pintada un bella dama que tañe un
laúd y canta junto a un río? Detrás, a pocos pasos, veía el escenario de cenizas donde
representé mi nacimiento. El nacer, que es un acto lúgubre, me causaba gracia. El humor
corroía los bordes reales de mi cuerpo de modo que pronto fui una figura fosforescente: el
iris de un ojo lila tornasolado; una centelleante niña de papel plateado a medias ahogada
dentro de un vaso de vino azul. Sin luz ni guía avanzaba por el camino de las metamorfosis.
Un mundo subterráneo de criaturas de formas no acabadas, un lugar de gestación, un
vivero de brazos, de troncos, de caras, y las manos de los muñecos suspendidas como hojas
de los fríos árboles filosos aleteaban y resonaban movidas por el viento, y los troncos sin
cabeza vestidos de colores tan alegres danzaban rondas infantiles junto a un ataúd lleno de
cabezas de locos que aullaban como lobos, y mi cabeza, de súbito, parece querer salirse
ahora por mi útero como si los cuerpos poéticos forcejearan por irrumpir en la realidad,
nacer a ella, y hay alguien en mi garganta, alguien que se estuvo gestando en soledad, y yo,
no acabada, ardiente por nacer, me abro, se me abre, va a venir, voy a venir. El cuerpo
poético, el heredado, el no filtrado por el sol de la lúgubre mañana, un grito, una llamada,
una llamarada, un llamamiento. Sí. Quiero ver el fondo del río, quiero ver si aquello se abre,
si irrumpe y florece del lado de aquí, y vendrá o no vendrá pero siento que está
forcejeando, y quizás y tal vez solamente la muerte.
La muerte es una palabra.
La palabra es una cosa, la muerte es una cosa, es un cuerpo poético que alienta en el
lugar de mi nacimiento.
Nunca de este modo lograrás circundarlo. Habla, pero sobre el escenario de
cenizas; habla, pero desde el fondo del río donde está la muerte cantando. Y la muerte es
ella, me lo dijo el sueño, me lo dijo la canción de la reina. La muerte de cabellos del color
del cuervo, vestida de rojo, blandiendo en sus manos funestas un laúd y huesos de pájaro
para golpear en mi tumba, se alejó cantando y contemplada de atrás parecía una vieja
mendiga y los niños le arrojaban piedras.
Cantaba en la mañana de niebla apenas filtrada por el sol, la mañana del nacimiento,
y yo caminaría con una antorcha en la mano por todos los desiertos de ete mundo y aún
muerta te seguiría buscando, amor mío perdido, y el canto de la muerte se desplegó en el
término de una sola mañana, y cantaba, y cantaba.
También cantó en la vieja taberna cercana del puerto. Había un payaso adolescente
y yo le dije que en mis poemas la muerte era mi amante y amante era la muerte y él dijo: tus
poemas dicen la justa verdad. Yo tenía dieciséis años y no tenía otro remedio que buscar el
amor absoluto. Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción.
Escribo con los ojos cerrados, escribo con los ojos abiertos: que se desmorone el
muro, que se vuelva río el muro.

La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las visiones del
nacimiento.
El traje azul y plata fosforescente de la plañidera en la noche medieval de toda
muerte mía.
La muerte está cantando junto al río.
Y fue en la taberna del puerto que cantó la canción de la muerte.
Me voy a morir, me dijo, me voy a morir.
Al alba venid, buen amigo, al alba venid.
Nos hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más quería.
Yo, asistiendo a mi nacimiento. Yo, a mi muerte.
Y yo caminaría por todos los desiertos de este mundo y aún muerta te seguiría
buscando, a ti, que fuiste el lugar del amor.

Extracción de la piedra de locura, 1968

La palabra del deseo

Esta espectral textura de la oscuridad, esta melodía en los huesos, este soplo de silencios
diversos, este ir abajo por abajo, esta galería oscura, oscura, este hundirse sin hundirse.

¿Qué estoy diciendo? Está oscuro y quiero entrar. No sé qué más decir. (Yo no quiero
decir, yo quiero entrar.) El dolor en los huesos, el lenguaje roto a paladas, poco a poco
reconstituir el diagrama de la irrealidad.

Posesiones no tengo (esto es seguro; al fin algo seguro). Luego una melodía. Es una
melodía plañidera, una luz lila, una inminencia sin destinatario. Veo la melodía. Presencia
de una luz anaranjada. Sin tu mirada no voy a saber vivir, también esto es seguro. Te
suscito, te resucito. Y me dijo que saliera al viento y fuera de casa en casa preguntando si
estaba.

Paso desnuda con un cirio en la mano, castillo frío, jardín de las delicias. La soledad no es
estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no
poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla
sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.
El Infierno musical, 1971

El deseo de la palabra
La noche, de nuevo, la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la
muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido.

Pasos y voces del lado sombrío del jardín. Risas en el interior de las paredes. No vayas a
creer que están vivos. No vayas a creer que no están vivos. En cualquier momento la fisura
en la pared y el súbito desbandarse de las niñas que fui.

Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los colores? ¿Hablan las imágenes de
papel? Solamente hablan las doradas y de ésas no hay ninguna por aquí.

Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba:
Si no vino es porque no vino. Pregunto. ¿A quién? Dice que pregunta, quiere saber a quién
pregunta. Tú ya no hablas con nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el
lenguaje de los agonizantes.

He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento respirar adentro de las
paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero contempla absolutamente sola la desnudez
de estos muros. Ninguna flor crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.

En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamás oída. ¿Y qué? Ojalá
pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo,
rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a
medida que cada letra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.

El Infierno musical, 1971

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