Hijos de La Anarquía (Atsuhina)

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PARTE I: VOLUNTAD CONTRA DESTINO.

DESTINO IGUAL A INJUSTICIA

Capítulo 1.
Los hábitos de Hinata Shoyo

Shoyo veía uno de aquellos casos entre las sombras, donde la luz no alcanza detrás de
un contenedor de basura. El cigarrillo que tenía entre los labios se había caído al charco
de agua mugrienta sobre el que estaba parado, apagándose al instante. Los gritos de
aquella chica le habían alertado, pero no lo suficiente como para moverse de su escondite
y actuar como un héroe en su defensa. Es que no era tonto. Ni él, ni el guardia del club
que aún con la cabeza gacha, se mantenía reacio a mirar la inútil forma en que la chica
forcejeaba contra las manos de quienes la querían privar de su libertad.
Apenas, entre el lloriqueo y los gritos de auxilio e insultos que profería, había logrado
distinguir a la chica que estaban tratando de empujar dentro de un Audi: hace no menos
de veinte minutos acababa de terminar su encuentro con ella en uno de los baños del club
que estaba a sus espaldas, y ahora, no logró mover ni un músculo cuando esos mismos
tipos lograron meterla en el auto. Uno de ellos, aún en tierra, le dedicó unas últimas
advertencias al guardia. Luego, le lanzó un sobre que no se molestó en recoger del suelo
hasta que el auto se puso en marcha a quién-sabe-dónde.
Ahora son tus dueños.
Shoyo, de antemano, sabía que no la volvería a ver nunca más. Ni él, ni sus amigos, ni su
familia. Aunque unos pocos, como él, habían tenido suerte en el momento menos
esperado.
Septiembre de 2020
Ámsterdam, Países Bajos
Shoyo se irguió sobresaltado al escuchar el insistente tono de alarma. Sus ojos abiertos
de par en par, su pecho contrayéndose con una respiración somnolienta, y la sábana
cubriendo sus zonas vulnerables. Aún con pereza y entre quejidos se sentó al pie de la
cama y frotó su cara con ambas manos después de dar un largo bostezo.
Cautelosamente, se alejó directo al cuarto de baño y observó en el espejo lo espantoso
que era despertar después de una noche de fiesta. Pasó media hora en la tina con agua
caliente y al salir se colocó unos jeans oscuros y una remera blanca con el símbolo de
una banda inglesa. Con una mano secaba su cabello con la habitual toalla e introdujo dos
rebanadas de pan al tostador. Los segundos se cuentan, luego el pan salta mientras
humea. Shoyo tomó el control remoto de la televisión y la encendió. Untó mantequilla en
el pan integral y luego lo hundió en la leche un par de segundos.
Eran las cinco con doce minutos, podía verlo claramente en una esquina de la televisión.
Sintoniza el noticiero, como cada lunes. La programación habitual: el clima, espectáculos,
deportes, finanzas, y tragedias alrededor del mundo; en ese orden, a Shoyo le parecía
aburrido últimamente. Pero meses atrás se vio envuelto en un mar de emociones, cuando
se informó a nivel mundial que uno de los empresarios multimillonarios del primer mundo
había fallecido. Lo habían asesinado en su propia vivienda, mientras dormía junto a su
esposa y teniendo la habitación de sus hijos a dos pasos.
En realidad, no revelaron el nombre de los involucrados, pero, aquello no había sido lo
más interesante de la inusual nota; sino que, lo verdaderamente impactante, fue descubrir
la identidad de la víctima: un brutal asesino en serie. Uno que había terminado con la vida
de más de treinta y cinco personas. Personas con relevancia al medio, o tal vez a su ojo
crítico. Porque todo aquel que fue asesinado por su mano antes fue un asesino también;
quizá un violador, un político corrupto, un secuestrador, incluso un pedófilo.
Recuerda haberse mareado al escuchar esa palabra.
Shoyo comenzó a ignorar la televisión cuando los infomerciales empezaron.
—¿Una mala noche o un mal sueño?
Yamaguchi se encontraba en el comedor, bebiendo café negro; Shoyo sabía lo que
significaba: no había podido dormir. El pecoso tenía una cara de pocos amigos con sus
finos labios fruncidos. Parecía que la carrera estaba acabando con él, en lugar de ser él
quien acabara la carrera.

—Ambas.
—Hinata —habló Yamaguchi. Shoyo levantó la cabeza, encontrándose con que su amigo
sonreía no tan expresivamente, pero la amabilidad que lo distinguía era inigualable—, si
conoces lo mal que el alcohol te pone, no deberías tomarlo más —su voz estaba
inundada por la comprensividad.
—Una vez que te acostumbras... no puedes parar —Shoyo volvió agachar la cabeza,
consternado.
Shoyo había comenzado a beber desde los catorce años. Yamaguchi conocía el pasado
de su amigo al pie de la letra, sin más ni menos. Seguía doliendo como la primera vez, el
ser consciente que las adicciones y sus hábitos fueron causados de una manera atroz
para con un menor de edad, le estrujaba el corazón.
—¿Ya desayunaste? —preguntó Yamaguchi, con sonrisa atenta.
—Lo intenté —dijo, mirando lo que sea haya tenido intención de comer antes de botarlo
en la loza.
Shoyo pasó su mirada hacia la ventana, donde la transparente cortina le brindaba la vista
hacia la calle. Había comenzado a llover, las gotas descendían por el opaco cristal.
—Cielos, pronto empezará a gotear —se quejó el pecoso, dejando su taza de café, por un
lado.
—Yo iré.
—Muy aparte de lo que nosotros podamos hacer —prosiguió su amigo, apresurado por
mover sus planos a un lugar que no estuviera humedeciéndose—, el mantenimiento de
este lugar es un desastre.
Shoyo levantó la mirada, observando las grietas del techo, y como las gotas comenzaron
a caer en el maderamen del suelo. Pronto dejó el balde bajo un punto fijo y volvió su
mirada hacia arriba, notando como el papel del techo se desprendía cuanto más la
humedad se esparcía con consecuencias irreparables.
—Ah, por cierto —Shoyo prestó atención al oír nuevamente a Yamaguchi—, un amigo
pasará por mí, ¿te gustaría que te llevemos?
Al muchacho se le iluminó el semblante, y asintió una sola vez. Al poco se acercó a su
armario, sacando el primer abrigo que encontró junto a una bufanda verde que acomodó
con esmero alrededor de su cuello. Tomó el paraguas, su mochila, y cargó las bolsas de
basura por el nudo al cerrar la puerta bajo llave tras salir.
El corredor se miraba oscuro, tal vez era una desventaja del día lluvioso... o quizás era la
manera en que Shoyo veía la vida.
Ambos universitarios descendieron por las escaleras en lugar del ascensor, los espacios
cerrados hasta ese tamaño le causaban un profundo pánico a Shoyo desde que tenía
memoria. Probablemente se debía a sus traumas de la infancia, pero el resto de sus
conocidos se cuestionaban las razones por las que su hermana no padecía lo mismo.
Muchos asumieron que fingía para recibir atención innecesaria; sin embargo, era un
hecho que lo que Shoyo más deseaba, era pasar desapercibido.
Y, más que otras cualidades, Shoyo no era brillante en seleccionar amistades. La
desventaja de relacionarse con personas de su edad era inmensa dadas las
circunstancias, como las limitaciones de su curso estudiantil y haber pasado tres años
decidiendo lo que pretendía hacer con su vida. Aunque la mayoría de aquellos individuos
pertenecían a su mismo mundo. El mundo donde eran conscientes de su propia
destrucción, pero donde de todas formas disfrutaban el día a día sin remordimientos.
Miente.
Sabe que ese no es su caso. Los remordimientos llegan y hacen que sus sentidos se
nublen y sus intestinos se tuerzan.
Él prefería caminar hacia la universidad siguiendo las líneas del metro para acortar su
destino y evitar viajar en el transporte público. Pero aquella mañana miraba la ciudad por
la ventanilla del auto, en los asientos traseros mientras la conversación de Yamaguchi y
su amigo de la academia subía de intensidad.
Las risas de los individuos de enfrente no minimizaron la situación que Shoyo podía ver:
vivía junto a un hospital y todos los días caminaba frente a sus ventanas enfermizas. Veía
a gente muriendo en aquel desdichado lugar, pero su tierna edad hacía que fuera difícil
importarle.
Shoyo estudiaba en la Facultad de Derecho en la Universidad Pública de Ámsterdam. Se
había mudado a la Capital del Reino de los Países Bajos; huyendo de las miradas, el
acoso y la manía de ser señalado. Años duros y de encierro forzado. Y ahora su melliza y
mitad de alma no estaba ahí para acompañarlo. Natsu, para desgracia de Shoyo, fue la
descendiente elegida por sus padres. Y aunque concurrentemente fueran comparados
incluso por su familia, él era feliz por los logros de Natsu.
—¡Hinata! —gritaron detrás de él.
Shoyo retiró sólo uno de los auriculares y volteó hacia el sonido, encontrándose con uno
de sus conocidos.
—James —Shoyo se miraba más tranquilo. El tipo era un tanto más alto, castaño y de
ojos verdes oliva, tenía veintitrés años; aunque a simple vista parecía un chico común y
corriente, hablamos de todo un pervertido con un pasatiempo peculiar: coleccionar
encendedores 一. ¿Qué quieres?
一 Primero que nada, buenos días 一 su saludo terminó siendo una queja 一. Segundo, ¿qué
tanto te queda de tus píldoras?
一 Olvídalo 一 murmuró Shoyo, metiendo las manos a los bolsillos de su abrigo 一. Estamos
a punto de volver a iniciar las clases, ¿podrías controlarte hasta el fin de semana por lo
menos?
一 Tu abstinencia me conmueve, Hinata 一 James palmeó la espalda ajena, y ambos
continuaron su paso 一. A propósito, ¿ya lo pensaste mejor?
一¿De qué hablas? 一 Shoyo enarcó una ceja.
一 Nuestra visita al Rosse Buurt 一 dijo en voz baja 一 . Jackson nos conseguiría mejores
entradas, llamémoslo así.
一 Dudo que haya suficiente tiempo para esa clase de visitas, al menos ahora que
iniciamos la primera semana con exámenes parciales 一 Shoyo removió un afiche que
estaba en el tablero de la entrada principal, en el primer edificio de la universidad.
一¿Qué? ¿Me estás...?
一¿Qué? ¿No? Míralo por ti mismo 一 ostentando una sonrisa pícara, mostró el documento
impreso con un horario detallado 一. Será toda la universidad por igual.
一 Parece una mejor forma de terminar la semana 一 James esbozó una sonrisa ladina,
mitigando el malestar de las nuevas noticias.
一 Olvídalo 一 Shoyo continuó su camino por el pasillo central.
一 Ah, vamos, ¿acaso las verdaderas prostitutas te asustan?
El menor apretó los puños hasta el punto de poner blancos sus nudillos. James no le
otorgaba el mínimo respeto como persona, no pretendía devolver lo que no recibía.
ㅡ Eres un imbécil hecho y derecho.
一 Te aconsejo que lo pienses mejor 一 dijo James, con una sonrisa poco confiable curvada
en su boca 一 . Esas mujeres son muchísimo más experimentadas que las niñas con las
que sueles relacionarte.
一¿Te consta? 一 inquirió Shoyo, arqueando una ceja.
一 Simplemente no lo dudo 一 El castaño se encogió de hombros.
Shoyo continuó con aquel semblante irritado, tan serio que ni una mosca podría
perturbarlo, y es que los piquetes en la sien estaban por matarlo internamente; pero su
resaca no era el principal motivo para su malhumor, o al menos la razón para seguir
negándose a participar en una situación de ese grado, como lo era visitar un prostíbulo
especial. Hacía tiempo que había dejado esas andadas.
Pero la realidad era cruelmente diferente. Desde hace tiempo las mujeres no lo
satisfacían como debería. El deseo por el cuerpo femenino poco a poco se volvía nulo y,
por más que intentara rechazarlas, no era un patán cómo para romperles las ilusiones.
Podía ser sincero, ya no le atraían como en su época de preparatoria, pero tampoco
estaba lo suficientemente seguro como para saber qué clase de gustos eran los
preferentes ahora.
一¡Hey! 一 desde lejos se acercó un alto chico de cabello oscuro y ojos color avellana, quien
pronto se unió 一. ¿Qué tal el último fin de semana?
一 Pudo ser mejor 一 respondió James, colocándose su gafete.
一 Normal 一 le siguió Shoyo, quien repitió la acción de James.
一¿Normal? 一 se mofó el tercero 一. Para ti dudo que haya sido de todo, menos normal.
一¿D-De qué hablas? 一 el menor respingó.
Jackson mostró en su móvil una fotografía de Shoyo: tenía sobre puesta ropa interior,
lencería carmesí de encaje mientras sostenía una botella de champagne en lo alto con
brío y estaba sentado encima de la mesa, cruzado de piernas en una pose bastante
sensual. A Shoyo se le caía la cara de vergüenza, mientras que James se carcajeaba a su
lado.
El trío entró en la cafetería después de calmar las aguas. Ésta los recibió abarrotada de
ruido, demasiado barullo; desde risas hasta insultos mezclados entre murmullos sonoros.
James buscó rápidamente una mesa libre, y Jackson y Shoyo se adelantaron a la barra
de alimentos.
一 ¿Por qué sigues haciendo eso? 一 James continuaba extrañado por los hábitos de
Hinata.
一¿Haciendo qué? 一 El muchacho no le miró, continuó con su atención en el plato mientras
convertía los trozos cúbicos de sandía en una papilla con semillas.
一¿Eres demasiado holgazán cómo para masticarla?
Jackson dejó su dona a medio comer, observando en silencio y de soslayo como Shoyo
se detuvo y sus ojos viajaron desde su plato al chico frente a él. Ambos lo sabían. Los dos
eran conscientes cuán doble cara llegaba a ser su amigo. Y ahí estaba, la puta hostilidad
desgraciando el almuerzo. Incluso se sentía como si toda la cafetería se hubiera inundado
de silencio por completo.
—Quizás lo soy —Shoyo dejó descansar el ceño que frunció—. Pero eso debe importarte
una mierda, ¿sabes?
—Hum —James introdujo la cuchara llena de pudín en su boca, saboreándolo con
descaro.
También lo sabía.
Shoyo no ingería ningún tipo de comida sólida; todo aquello debía tener una consistencia
pastosa, debía ser fácil de tragar, sin masticar. Y de ello muchos se aprovechaban para
fastidiarlo, exceptuando a Jackson. Él estaba enterado de hasta el más mínimo detalle del
padecimiento de su amigo: la fagofobia no le parecía un juego o algo que estuviese
permitido usarse en bromas. Entonces con total seguridad palmeó con fuerza la espalda
de James, causando que la cuchara cayera cerca de la bandeja de Shoyo.
一¿Cuál es tu problema? 一 James era un quisquilloso de primera, estaban medianamente
acostumbrados.
一 Vamos, este lugar es mi escape de los problemas maritales de mis padres 一 suspiró
Jackson con los ojos cerrados 一 . Lee la atmósfera y no seas un estúpido sin causa,
James.
Shoyo dio una arcada, frotando su cuello con una mano; presintiendo las náuseas no sólo
podía recordar la acción de James con el pudín, sino la letalidad del pasado.
一 Hey, Hinata 一 el de pelo oscuro llamó su atención, tratando de no escucharse
preocupado 一. ¿Estás bien?
El menor bebió completamente el vaso de zumo que había traído, consiguiendo sentirse
libre desde su esófago.
一 Sí 一 asintió, incorporándose de la banca con el vaso en mano 一. Sólo iré por más zumo.
Ambos jóvenes lo siguieron con la mirada hasta percatarse que se formó en la barra de
alimentos. Ahí, Jackson decidió golpear el hombro de James, causando que este último
se quejara con ganas.
一¿¡Qué mierda crees qué-...!?
一 Para con eso 一 Jackson dejó en claro que no era una petición, sino una orden.
一¿De qué hablas? 一 El castaño continuó disfrutando de sus alimentos 一. ¿Acaso necesita
que lo defiendas? Sólo es menor por tres años, no nece-...
一 Escucha, por un momento deja de ser tan imbécil 一 declaró Jackson, mirándole con
desagrado 一 . Si buscas atención porqué tu madre prefirió abandonarte, búscala de otra
manera, no aquí para usar en contra los problemas de otros 一 La sonrisa burlona de
James fue desapareciendo paulatinamente 一 . Yo tengo problemas, Hinata tiene
problemas, tú tienes problemas, todo el mundo tiene problemas y créeme... dudo que
estén desahogándose mientras le joden la existencia al resto. Habrá que ser muy hijo de
puta para no querer darse cuenta, o para creer que el universo gira alrededor de uno. No
eres el único, James... no lo eres.
El castaño permaneció callado, no tenía una respuesta; al menos no una que fuera
inteligente para combatir contra su argumento.
Shoyo salió de la fila caminando a un paso lo suficientemente lento como para no querer
regresar a su mesa. De repente se detuvo a la mitad de la justa distancia entre la barra de
alimentos, y donde la estancia de las bancas iniciaba. Su móvil emitía vibraciones y lo
sacó del bolsillo de su abrigo. Su hermana estaba llamándolo. Shoyo contestó.
一¿Qué pasa?
一 ¿Estás bien? Te escuchas algo desganado 一 contestó Natsu desde el otro lado de la
línea.
一 Estoy bien 一 mintió 一. Sólo dime lo qué pasa, Nat.
一 De acuerdo, de acuerdo. La verdad es que sólo necesitaba recordarte sobre el
aniversario de nuestros padres.
Shoyo mordió su labio inferior.
一¿Y bien? ¿Qué necesitas que haga con eso? 一 el fastidio en su voz era notorio.
一 Sé cómo marcha tu situación con ellos, pero créeme cuando te digo que están pidiendo
vernos a ambos.
一 Es mentira 一 protestó en voz baja.
一 No, no lo es. Ten por seguro que esas fueron las palabras de nuestra madre. Además, la
abuela asistirá y ella-...
一 No puedo 一 un hilo de voz salió, y después tragó saliva con esfuerzo.
一 Iré hasta Ámsterdam por ti, no tendrás que-...
一 No puedo y no quiero 一 cortó de tajo, frunciendo el ceño 一. Sabes bien que te agradezco
todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí, pero por favor no ahora. ¡No ahora! No
me pidas que vuelva a comenzar a cavar mi propia tumba.
一 Sho-chan...
一 No es que me vaya de maravilla, no es que cuente con un propósito más aparte de
querer graduarme y devolver de forma apropiada todo lo que estuviste dispuesta a hacer
por mí pero... ¡Diablos! ¿Lo entiendes, cierto?
Pudo escuchar el suspiro de Natsu a través de la línea. Estaba cansada, no de las
palabras de su hermano, sino de estar consciente cuánto daño y dolor abnegado se vio
obligado a soportar no sólo por parte de sus padres, también de la sociedad entera que
los tuvo en la mira después del incidente del secuestro.
一 Lo entiendo.
一 Lo lamento 一 cabizbajo, Shoyo observaba temblar el líquido anaranjado en el vaso que
sostenía.
一 No tienes que disculparte o lamentarlo. Sé bien lo que sucede y que no debería ser así
de impertinente o tratar de persuadirte para que lo hagas. Sólo quiero lo mejor para ti y
que continúes en paz. Y sí lo mejor para que eso siga ocurriendo es que dejes a nuestro
padre de lado, entonces eso también está bien para mí.
一 Pero... no lo hagas tú 一 comenzaba a sentirse atormentado, debía frenar esa inquietud.
一 No lo haré.
一 Saluda de mi parte a la abuela y... no dejes el sake cerca de ella.
Natsu dejó escapar una pequeña risa, y en Shoyo también se formó una sonrisa, quizás
apenas perceptible pero su hermana era todo lo que tenía y con quien más contaba.
Aquella que lo había sacado de su estancamiento, aquella que lo alejó de su propia
soledad, aquella que se juró a sí misma llevarlo en la espalda si era necesario.
一 Bien. Hasta luego, Sho-chan.
一 Hasta luego, Nat.
Shoyo terminó la llamada y devolvió el móvil al bolsillo. Por un momento continuó de pie
en aquel punto medio, y parecía como si fuese un alma perdida en un lugar en el que
nadie lo notaba. Sólo entonces dio un sorbo al zumo y avanzó. Pero después sintió otra
arcada que lo hizo detenerse, provocando el choque contra otro cuerpo.
Shoyo tuvo que levantar la mirada apagada que lo constituía en ese momento y, así, se
encontró con un joven hombre de cabello rubio cenizo; tenía el ceño fruncido ligeramente,
realzando sus oscuras cejas. Relataba una imponente presencia. Y su mascarilla blanca
no le permitía ver la parte inferior de su rostro.
La penetrante mirada del hombre frente a él, sin una pizca de discordia, lo hizo sentirse
expuesto sin consideración alguna. Shoyo dejó escapar un jadeo en voz baja, apenas una
corriente de aliento pasando a través de sus labios.
Octubre de 2020
En compañía de James y Jackson, Shoyo recorría las calles del centro histórico de la
ciudad cuando el reloj marcaba el pase de las dos de madrugada. Se despedían de
algunos conocidos luego de reunirse en un bar a la media noche. Aunque, todo gracias a
James, los vetaron antes de culminar su pacífico festejo después de un primer largo mes
del semestre. Simplemente intentaron liberar el estrés y desquitar las noches de insomnio
con unas cervezas y una compañía divertida. Sin embargo, a James le pareció
entretenido levantar la falda de una mesera, y por supuesto, un innecesario alboroto dio
inicio. Así, el trío se dirigía a un nuevo destino siguiendo su puro instinto repleto de
ebriedad.
O quizá no todos. Shoyo sentía el cuerpo caliente pero las manos frías. Sencillamente
nervioso hasta que James, que caminaba tambaleándose a su lado, se dignó a hablar.
一 Oh, por un momento olvidé que las traía conmigo. 一 El castaño mostró en su mano lo
que encontró dentro del bolsillo de sus jeans: un pequeño sobre transparente, con
píldoras de un color azul semejante al cielo.
一 ¿Bromeas? 一 del lado izquierdo, Jackson caminaba con las manos en los bolsillos,
soltando hipidos 一. ¡Estás ebrio hasta el culo! Y me niego a terminar en el hospital a esta
hora. Mi padre me mataría antes de morir por mi cuenta gracias a eso.
一¡Ah, sólo es un juego de niños universitarios! 一 dijo entre risillas, después dio un apretón
al hombro de Shoyo 一. ¿Qué hay de ti, Hinata? ¿Cómo te sientes?
一 Caliente 一 respondió, masajeando sus sienes.
一¡Oh, ¿puedes soportarlo?! Estamos por llegar.
一 No me refiero a eso 一 replicó 一 . Siento el cuerpo caliente, es todo. Quizás sea gripe.
Pero 一 ambos estudiantes a sus costados le miraron con interés 一, tengo los pies en el
suelo todavía.
James sonrió satisfecho y abrió el sobre. Jackson puso los ojos en blanco, frotando su
cara con ambas manos para aligerar su vista nublada. Shoyo recibió la píldora de la
felicidad, dudando un momento al sostenerla entre la punta de sus dedos frente a su
rostro; pestañeó y la miró fijamente frunciendo el ceño.
一¿En serio? ¿Ni la mitad?
Shoyo desvió la mirada al ruido, donde James y Jackson también se detuvieron; el
castaño le ofrecía al de cabellera oscura al menos la mitad de la píldora para que entrara
en el mismo juego que ellos.
Entonces la introdujo en su boca y la saboreó un poco, disfrutando lo dulce que era y
cómo su paladar se armonizaba con ella, pero era más bien parecida a una pastilla
masticable. Le sorprendía que James lograra conseguir ese tipo de drogas tan refinadas.
Al final, Jackson igualmente cedió y mascó la píldora con los ojos cerrados, honestamente
estaba disfrutándola. Y a diferencia de ambos, James no poseía un autocontrol muy
bueno. Incluso si había llegado a la reunión con una mínima dosis de la píldora de la
felicidad en su sangre, no le impidió ingerir una más.
Y sólo sobró una.
En silencio, los tres reanudaron su marcha siguiendo los faroles hacia una de las zonas
más populares de la ciudad: El Barrio Rojo de Ámsterdam, denominado De Wallen en
referencia a los muelles de dos canales que lo cruzaban. Es el más pintoresco barrio, de
estrechísimos callejones y está teñido de luces color rojo que iluminan los locales donde
se exhiben, en los escaparates que adornan sus calles, a las prostitutas que trabajan en
esa zona de la ciudad.
El trío entró en Warmoesstraat, la calle más célebre del barrio; la misma estaba repleta de
bares, gente, cerveza y alboroto.
Los universitarios sonreían extasiados, con el mágico polvillo diluido recorriendo sus
vasos sanguíneos, tan eufóricos y con las pupilas dilatadas admirando a las bellas
mujeres en lencería detrás de los cristales mientras se movían lenta y sensualmente,
atrapando la atención de cada transeúnte que pasaba por el mismo camino.
Shoyo, sin duda, creía firmemente que sería una noche que cada vez que recordara, una
boba sonrisa se curvaría en sus labios, pero no contó con que el efecto de la píldora se
disolvería tan pronto. En ese momento esperaba sentado en un sofá individual de color
blanco, recargado y con los brazos descansado sobre el respaldo. Una mujer morena de
rizado cabello lo entretenía con un baile coreografiado con la canción de fondo.
Meet Me in the Middle sonaba a un bajo volumen para procurar la taciturnidad del lugar.
La bailarina acariciaba su propio cuerpo con encanto, priorizando pasar las manos sobre
sus senos y formando leves sonrisas pícaras en sus labios, creyendo que el joven al
frente suyo estaba complacido con lo que veía. Sin embargo, Shoyo desviaba la mirada
hacia otros rincones cuando la bailarina le daba la espalda en ocasiones. No se sentía
atraído ni excitado, muchos menos igual de "caliente" que, en un inicio, simplemente la
temperatura de su cuerpo disminuyó y eso lo conllevo a sudar.
Tal vez, después de todo, sí se trataba de una gripe aproximándose.
Su expresión de fastidio desapareció por un momento cuando alguien a sus espaldas
palmeó su hombro. Shoyo miró detrás de sí. Jackson le indicó con un ademán que podía
dejar aquella sala compartida y pasar a la privada. El de cabellera oscura sonreía, aunque
sus ojos lucían cansados. Quizás el efecto de la píldora de la felicidad también se había
disuelto, pero el sexo que le brindaron aún lograba mantenerlo en pie. Shoyo prestó
atención: en la camisa de su amigo faltaba un botón, tenía algunas marcas rojas en el
cuello y todavía acomodaba su chaqueta.
Shoyo realmente quería disfrutarlo tanto como su amigo, acabar extasiado y con ansias
de más.
Era el lugar adecuado y la ocasión perfecta para averiguar de una vez por todas si la idea
que rondaba en su cabeza era su nueva realidad, o un pensamiento más debido a la
volatilidad de su edad y de su etapa académica; aquella transición de un adolescente a un
adulto joven, mucho más después de conocer a ese encantador hombre de mascarilla
blanca con el que no había podido lidiar tan fácilmente.
Shoyo dio un discreto choque de puños con Jackson, y se dirigió a la sala privada. El
guardia, de una estatura más prolongada que la suya, lo detuvo en la entrada con
amabilidad y le señaló un mostrador del otro lado. Shoyo no protestó y asintió
agradeciendo. Al acercarse al lugar indicado, la mujer que se encontraba ahí le mostró un
tablero con los precios y, después, el listado de las chicas disponibles. Ya que las noches
de los fines de semana era cuando miles de personas, la mayoría curiosos, se paseaban
tranquilamente entre los escaparates del distrito rojo.
Más que nada porque las entradas a esas calles estaban abiertas, de forma que podía
acceder cualquier persona. Algo así cómo los vírgenes menores de edad.
Shoyo escogió a una caucásica pelirroja de veintisiete años. Confiaba en que podría ser
lo suficientemente experimentada pese a la diferencia entre sus edades. Pagó ciento
sesenta dólares por cuarenta y cinco minutos, era más que suficiente.
Y así, cruzó la entrada de la habitación privada.
Julio de 2008
Una joven mujer de cabellera larga y castaña llevaba puesto un delantal blanco sobre su
vestido lila de tirantes gruesos, largo hasta sus tobillos. Estaba llena de harina por
doquier, y algunas pequeñas manchas adornaban la tela blanca de lo que protegía su
vestimenta. La misma, preparaba pan casero, y éste a su vez, era su único apoyo. Se
esmeraba en la masa, en los adornos, en los sabores; pero de vez en cuando prefería
hacer daifukus para sus adorados mellizos.
Shoyo y Natsu, dos niños de siete años que corrían por todo el departamento. Su estancia
era más libre que nada debido a la falta de amueblado. Sólo un sofá en la estrecha sala
de estar, una mesa cerca y con tres sillas, un frigobar en lugar de una nevera normal, una
habitación, una cama y un futón aparte, además de medio baño.
Mitsu, madre de los mellizos, suspiró pesadamente mientras, después de meter la última
bandeja de pan del día al horno, frotaba su espalda con una mano para apaciguar el
dolor. Se recargó con los brazos cruzados sobre la barra y agachó la cabeza hasta dejar
reposar la frente sobre sus extremidades y, repentinamente, la electricidad falla, dejando a
oscuras no sólo el departamento sino el edificio completo.
一¡Mamá! 一 gritaron los mellizos desde la habitación.
一¡Esperen, no se muevan de ahí! 一 pidió Mitsu en la cocina, buscando a tientas entre la
oscuridad algunas velas que perfectamente sabía que guardó con anterioridad.
Los mellizos comían sus daifukus con medio vaso de leche cada uno, en la mesa de la
cocina, con la luz de una vela y acompañados de su madre. Mitsu hacía algunas cuentas,
anotando varias cantidades en una libreta mientras forzaba su vista a ir más allá en la
oscuridad. Sin duda esos apagones en el edificio le costaban horas que podía usar para
continuar elaborando reservas de pan o salir a vender el ya preparado.
Mitsu suspiró de nuevo, cubriendo su rostro con ambas manos. Y Shoyo dejó una cuarta
parte de su daifuku en el plato, observando a su madre.
一 Mamá 一 llamó su atención, provocando que también Natsu dejara de comer.
一¿Sí? 一 Mitsu le sonrió a su pequeño.
一 No has comido nada desde ayer, ¿no tienes hambre ya? Yo la tendría.
Mitsu tragó saliva.
一 Vamos, Sho-chan. Soy mamá, ¿lo olvidas? Siempre estoy bien.
Entonces Natsu dejó en su plato parte del daifuku que le quedaba por comer, y ambos
arrastraron el plato por la mesa hasta el frente de su madre. Los oscuros ojos de Mitsu
titilaban y se llenaban de lágrimas, notando que ambas partecitas del pan formaban la
mitad de uno entero.
一 Niños...
一¡Hoy cada quien sólo comerá la mitad! 一 declaró Shoyo con los puños en la cadera 一.
¿Verdad, Natsu?
一¡Así es, Sho-chan! 一 Natsu asintió con los brazos cruzados 一. Mamá trabaja mucho y los
daifukus que prepara son muy sabrosos como para que ella no los coma también.
Luego chocaron los cinco.
La pequeña y rota familia Hinata residía en un doya-gai local en el barrio Kotobuki,
encajado entre construcciones lujosas en el corazón de Yokohama, Japón. Éste se
ubicaba cerca de un estadio de béisbol, un moderno centro de compras Motomachi y del
barrio chino.
La electricidad volvió cerca de las cinco de la mañana, pero Mitsu decidió esperar una
hora más para empezar su venta junto a los mellizos. Ella dormía en el futón y los
pequeños en la cama. Al pasar el tiempo, la natural luz del sol podía verse intentando
traspasar las cortinas de la habitación; así, Mitsu se levantó a darse un baño. Los mellizos
fueron los siguientes, y sin algo en el estómago más que un vaso de agua, los tres
salieron del departamento.
Debían bajar un largo camino de escalones metálicos, ya que vivían en el octavo piso. Al
llegar al primero, Mitsu ató una cuerda a las muñecas de Shoyo y Natsu; los llevaba
consigo de esa forma porque debía cargar con la caja de pan en el otro brazo y no podría
sujetarlos directamente de las manos. Por supuesto, era consciente de lo inquietos que
sus hijos se volvían cuando salían de casa. Sólo le gustaba ser precavida.
Mitsu acomodaba su modesto puesto afuera del estadio de béisbol, en la acera principal
donde concurridamente mucha gente transitaba. Mientras tanto, los mellizos miraban el
partido del día compartiendo el reducido espacio de una rendija rota en el muro.
Si bien, vender el alimento no era tan buen negocio, pero, era lo que Mitsu sabía hacer
mejor.
La familia Hinata regresaba a casa a las seis de la tarde, como todos los días. Había
docenas de hombres durmiendo por todo Kotobuki y cientos más en las calles
circundantes, en la estación de Kannai, o en las inmediaciones del estadio de béisbol.
Mientras que, en la plaza cercana donde pasaban, una gran multitud escuchaba un
sermón cristiano. Esto era famoso porque, si lo escuchabas hasta el final, podían
conseguir un ágape gratis.
一 Mamá 一 llamó Shoyo, jalando la falda larga de su madre 一, tengo hambre.
一 Yo también, mamá. Mi cabeza duele 一 dijo Natsu, frotando su propio cabello.
Mitsu exhaló agobiada, y a su derecha dirigió su vista.
一¡Amen! 一 exclamaron los mellizos con las manos juntas al frente al término de la plática
religiosa en la plaza.
Mitsu los esperaba sentada en la acera junto a su caja de pan. Desde allí, divisó que el
hombre encargado de repartir el ágape los tomó como prioridad, entregándoles a ellos los
primeros platos. El lema era "amén de ramen", decir amén para conseguir un cuenco de
fideos.
Octubre 2020
Shoyo se encontraba recostado en la cama de la habitación privada, recargado en la
cabecera mientras que, sin mucha importancia, observaba a la prostituta caucásica
realizarle una felación. Su pene era masajeado con suavidad de arriba hacia abajo por las
sutiles manos de la fémina, a la vez que lo introducía lentamente en su boca y lo miraba
directamente a los ojos, intentando incitar su cuerpo. Shoyo hizo una mueca, nada
discreto, muy asqueado. Ella trataba de generar el placer debido y al menos causarle una
erección.
Finalmente, no logró su cometido.
Shoyo volvió a su apartamento a las siete de la mañana con seis minutos de un sábado,
después de gastar doscientos cuarenta dólares extra en dos prostitutas más, cinco tarros
de cerveza en un ostentoso pub al frente del burdel en el barrio rojo, tres píldoras de la
felicidad y haber vomitado junto con Jackson a mitad del centro histórico. Shoyo se
miraba repugnante, apestando a alcohol, sudor, la bilis que devolvió y a un poco de
perfume femenino; también se sentía viscoso de algunas partes como sus manos, la
entrepierna y en su cuello.
Tuvo que abrir la puerta a la fuerza, perdió la llave y terminó rompiendo el pomo.
一¡Carajo! 一 maldijo entre dientes.
Cuando logró entrar cerró por dentro con las cerraduras interiores. Shoyo caminó hacia la
cama, arrastrando los pies, finalmente tumbándose sobre ella. Entonces se percató de
algo distinto, y repentinamente tocaron la puerta. Presuroso se irguió de la cama,
deteniéndose frente al espejo para arreglar al menos un poco su estado físico.
一 Shoyo, ¿ya regresaste? 一 preguntaron desde afuera; era la voz de una persona mayor,
tal vez de unos cincuenta o sesenta años.
El aludido se acercó rápido y abrió la puerta, encontrando a una señora de baja estatura y
que usaba anteojos de armazón violeta. La dulce sonrisa de la anciana se torció hasta
volverse una mueca, mirando al universitario recargado en el marco de la entrada;
después lo observó de pies a cabeza y en el transcurso, se percató del pomo roto.
一 ¡Pero ¿qué estuviste haciendo, muchacho?! 一 La señora empuñó las manos en su
descontento 一. ¡Hasta la puerta casi destruyes y mírate como estás! ¡Dios mío! ¡Diría que
no puedo creerlo, pero no, lamentablemente sí lo creo e incluso sin testigos!
一 Lo lamento mucho, Paige-san 一 dijo Shoyo, avergonzado al rascar su nuca.
一¡No lo hagas, porque tú y sólo tú repararas esta puerta! ¿¡Me escuchaste, niño!?
Shoyo asintió repetidas veces, tragando saliva. Y la anciana suspiró con los ojos cerrados,
invitándose a pasar al apartamento.
一 Paige-san, yo en verdad...
一¡Ni una palabra! 一 paró la anciana, levantando la mano izquierda 一. No quiero escuchar
las impertinencias que estuviste cometiendo anoche. Bueno, por lo menos esta vez tuviste
la decencia de volver al día siguiente.
Shoyo desvió la mirada, esbozando una leve y tranquila sonrisa ladina. Después de todo,
aún compartía lazos con personas que se preocupaban por su bienestar. Además de
Natsu y Yamaguchi, la señora Paige trataba de hacer un papel de madre. Una madre que
sólo Shoyo perdió.
一 ¿Qué crees que es tan gracioso? 一 La señora Paige uso su bastón para vaticinar un
golpe en el torso de Shoyo.
一¡Ugh! ¿No podría tratarme con más tacto? 一 y Shoyo se quejó, atendiendo el golpe.
一 Fue el golpe mínimo, el siguiente será en la cabeza 一 advirtió, señalando con el bastón,
y Shoyo retrocedió un paso graciosamente 一 . Ahora ve a darte un baño, tienes cara de
tengo una resaca del demonio y no pienso permitir que regurgites mi comida. ¡Anda!
Shoyo se llevó otro golpe del bastón en el trasero, pero sólo así avanzó a paso rápido
hacia el baño.
Se desvistió y adentró en la tina de agua tibia. El silencio era cómodo y apacible, incluso
se dio el tiempo de pensar sobre sus últimas acciones y sus respectivas consecuencias;
sin embargo, en medio del irremediable nudo que se formó en su cabeza, un recuerdo del
principio del mes lo inundó.
Su estado post ebriedad le quebraba la mente en guiños somnolientos, en parpadeos que
le traían la remembranza de su encuentro con el chico de ojos tan cautivantes como las
hojas de un roble en otoño. Estaba verdaderamente acomplejado, hundiéndose en sus
pensamientos y su rostro comenzó a calentarse, pero lo cubrió completamente con ambas
manos al sumergirse en la tina hasta que el agua tocó su labio inferior.
一 Maldición, ¿es en serio? 一 murmuraba entre dientes, frotando su cara y después pasó
ambas manos por su cabello 一. ¿Qué demonios me pasa? 一 el sentir se transformaba, su
corazón palpitaba dando vuelcos, sus manos se enfrían, el cuerpo se calienta. Es el
nerviosismo, esa ansiedad que no le permitía pensar claramente, que lo encerraba en una
burbuja sin oxígeno. La verdad saliendo a la luz. Shoyo respingó, bajando la mirada a su
entrepierna 一. Mierda... estoy duro.
Había pasado poco más de una semana desde que no se autosatisfacía con tal urgencia.
Su pecho se contraía repetidas veces a un ritmo lento, exhalaba marcadamente,
recargado sobre el borde de la tina para recuperar sus fuerzas y levantarse sin flaquear.
Creía que debió tratarse de una elocuente broma de su propio cuerpo que hizo algún tipo
de extraño acuerdo con su mente para confundirlo aún más, tratando de fastidiarlo. Lo
pensaba una y otra vez, ajetreándose a sí mismo y sintiendo que se desvanecería en
cualquier momento.
Pero al cabo de unos segundos se aferró al borde de la tina y se levantó, tomando la
toalla para acomodarla alrededor de su cadera. Salió despacio, procurando no resbalar,
acercándose al espejo. Ahí frente al vidrio enmarcado dedicó un tiempo a analizar su
cuerpo, percatándose del profundo y quizás, irremediable cambio físico: su musculatura
había disminuido en demasía, sus clavículas, costillas, además de la pelvis comenzaban
a marcarse en su piel. Esta última también se veía muerta, estaba áspera y tornándose de
un color pálido nada parecido a lo que su color natural era.
Recordaba que Yamaguchi le pidió con anterioridad recurrir a un nutriólogo o algún
médico consecuente, pero fue consciente de lo probable que era el ser descubierto por su
consumo de sustancias. Al final, aunque consternado, mintió y su decisión fue vitaminarse
sin prescripción.
Shoyo exhaló un suspiro, agachando la cabeza.
Todo su estilo y su gracia, todo lo había ocupado simplemente para salvar su rostro, lo
sabía y entendió sus propias conductas, pero en medio de aquellos pensamientos que
trataban de rescatar su moral, percibió el asqueroso sabor del alcohol caliente
ascendiendo por su garganta. Era demasiado tarde.
Shoyo se inclinó en el lavamanos y devolvió un tipo de sustancia amarillenta, sintiendo
que incluso podría escupir sus intestinos. Cuando terminó, enjuagó su boca y arremetió
con pasta dental. Luego observó de soslayo hacia sus jeans en el perchero cerca de la
puerta, donde sacó del bolsillo su billetera y hurgó en ella hasta encontrar un pequeño
sobre transparente con la famosa píldora azul, además de cinco dólares. Todo su dinero
fue gastado en sus drogas y en la renta, pero su filosofía de guardado mientras estaba
ebrio se iba en uno para el banco y el resto para él.
—¡Co- ¡Como lo siento, no me di cuenta de que-…!
Shoyo se mutó a sí mismo. Ambos bajaron sus miradas al mismo tiempo, percatándose
que en sus zapatos el zumo se había regado. Los ojos de Shoyo se agrandaron
perturbados y escuchó al hombre chasquear la lengua, pero tan sofisticado como se veía,
de su abrigo sacó un pañuelo y se agachó al suelo. Shoyo se encontraba paralizado, sin
saber qué acción llevar a cabo para remediar el accidente culpable de sus cavilaciones.
El hombre se irguió y clavó un tipo de mirada que Shoyo no pudo descifrar en ese
instante.
—Yo…
一 Escucha 一 paró el más alto, disgustado pero siguiendo un trabajado manejo de la
situación sin ser descortés 一, sólo presta más atención.
Tan pronto como avanzó, palmeó el pecho de Shoyo vertiginosamente, dejando su
pañuelo ya húmedo. Shoyo lo sujetó antes de que cayera al suelo y lo miró asombrado; al
tiempo trató de encontrar de nuevo al hombre de amable mirada, pero fue en vano, ya no
estaba entre el mar de gente. Observó en derredor, notando que al parecer ni siquiera por
aquel percance fueron el centro de atención. Aliviado por no volver a ser señalado, se
agachó a limpiar su zapato y el suelo, acercándose luego al basurero para exprimir el
pañuelo hasta la más mínima gota.
一 ¿Pasó algo por allá? 一 preguntó Jackson, intentando descubrir a dónde miraba
exactamente su amigo.
一¿Qué? No, nada 一 compungido, Shoyo volvió a centrar su vista en la mesa.
一¿Seguro? Te ves algo inquietado 一 restando importancia, James opinó 一. Y estás algo
rojo de la cara. ¡Ja!
James se burló entre risillas y Jackson metió un codazo en su costilla. En cambio, Shoyo
se llevó ambas manos a la cara, sintiendo lo bochornoso que su cuerpo se volvía pero
que fácilmente podría desmentir como una fiebre. Sus manos se dirigieron a su boca,
ocultando su gesto boquiabierto y la respiración jadeante.
Entonces parpadeó una vez y el recuerdo de la mirada del hombre que conoció instantes
atrás se apoderó de él. Shoyo volvió a parpadear y sintió náuseas. Un parpadeo más y
levantó la mirada, pasmado nuevamente; detrás de sus amigos y alejado unas cuantas
bancas, aquel hombre se encontraba disfrutando de un almuerzo sin compañía.
Shoyo se irguió un poco en su mismo lugar, divisando la presencia del desconocido sobre
la multitud de cabezas. Sus ojos no podían apartarse e indirectamente trataba de
inmiscuirse, pero fue Jackson quien lo hizo sentarse de vuelta.
一¿Seguro todo está en orden? 一 su pregunta le atrofió los pensamientos por un momento,
pero esto a su vez le refrescó la memoria.
一 Ah, tú estás en el consejo estudiantil, ¿cierto? 一 Shoyo dejó caer las manos sobre la
mesa con un ruido seco.
一¿Huh? Sí, desde mi primer año. ¿Por qué te interesa de repente?
¿Podría ser contraproducente preguntar sobre él? Pensó, inmerso en el repentino interés
formado. ¿Qué clase de persona sería? ¿Por qué actúo de esa forma conmigo? Él no me
insultó pese a mi falta de atención.
一¡Hey! ¿Qué necesitas del consejo? 一 Jackson lanzó una papa frita a Shoyo.
一 ¿Ustedes…? 一 Shoyo exhaló por la nariz 一 . ¿Ustedes tienen conocimiento sobre los
estudiantes que llegan y se van?
Jackson y James se miraron entre sí, les pareció curiosa la pregunta del menor.
一 Algo así 一 respondió 一 . En realidad, sólo conocemos parte de sus datos si deciden
entrar directamente en el consejo o actividades recreativas.
一¡Ah, vaya! 一 exclamó Shoyo para nada ostentoso 一. Entonces, por mera casualidad, ¿no
ha estado ahí un chico…? Hum, bueno, él tiene el cabello rubio y algo ondulado en sus
puntas.
一¡Oh, sí, sí! 一 Jackson asintió con la cabeza, mezclando la crema en su café 一. ¿Qué, lo
conoces?
一¿Eh? N-No, sólo creí haberlo visto en otro lugar 一 Shoyo forzó una sonrisa.
一 Bien, porque realmente es bastante extraño 一 admitió, con su mirada envuelta en recelo.
一¿A qué te refieres? 一 incluso James se vio interesado.
一 Bueno, para empezar sólo está estudiando su posgrado aquí.
一¿Su posgrado? 一 Shoyo comenzó a averiguar discretamente.
一 Sí, en Economía y Negocios 一 dijo Jackson.
一 Significa que se graduará el año siguiente 一 la mirada de Shoyo fue bajando hasta
posarse en sus manos sobre la mesa.
一 Exacto. Además, parece alguien bastante reservado, incluso si se inscribió al club de
música 一 con las palabras de su mayor confidente escolar, Shoyo levantó la mirada
nuevamente 一. También usa esas mascarillas, y lo he visto con guantes de látex de vez en
cuando.
一 ¿Crees que sea de esos que le tienen fobia a los gérmenes? 一 inquirió James con
desdén.
一 Tal vez solo sean los modales que le inculcaron. Por cierto, 一 miró a Shoyo de inmediato
一 también es Japonés 一 al menor se le agrandaron los ojos con una expresión más
parecida a la confusión 一 . Creo que se llama… Atsumu Miya. Pero, puedo estar
equivocado.
Miya Atsumu.
Su mente se dedicó a almacenar ese nombre en la profundidad de un eterno resplandor
cerebral. Aún miraba hacia abajo, sus ojos fijos en el plástico embalsamado de la mesa y
con su dedo índice sentía su labio inferior apenas temblar por pronunciar su nombre en un
susurro casi inaudible hasta para sí mismo.
一 No es lo único en lo que se distingue 一 prosiguió Jackson, atrapando de nuevo la
atención de Shoyo como a un niño lo atrapa el último videojuego de moda 一. Parece que
nunca se quita la mascarilla.
一 ¿Quieres decir que nadie ha visto su rostro completo? 一 La cuestión de James fue
compartida por Shoyo, él más que nadie deseaba saberlo.
Jackson asintió con los ojos cerrados, un gesto sereno y relajado que confirmaba todo.
一 Desde su matrícula hasta la credencial escolar, en las fotografías tiene puesta la
mascarilla.
一 ¡Mientes! 一 protestó James 一 . Eso es imposible, no podrían hacer la excepción
solamente con uno.
一¿Qué? ¿Piensas que sobornó al director o al consulado de la institución?
Shoyo cada vez entendía menos lo que pasaba.
一¿Y si esconde algo?
La duda de James le hizo respingar.
一¿Cómo qué? Digo, además de su rostro.
一 Su identidad, por ejemplo.
Shoyo apretujo el pliegue de su abrigo por debajo de la mesa, asustado, pero no
sorprendido, era consciente de cómo Ámsterdam funcionaba.
一¿Por qué alguien que querría ocultar su identidad vendría a estudiar aquí? 一 Jackson río
por lo bajo, no se trataba de una risa burlona 一 . Sobre todo, sabiendo que es una
universidad pública.
El hambre de curiosidad en Shoyo creció.
Capítulo 2.
El sol no puede cubrirse con un dedo

Alegres risas resonaban en el departamento silencioso aquella tarde de verano, cuando la


canícula se esparcía con fervor en el ambiente. Mitsu y sus mellizos disfrutaban el agua
fresca dentro de la tina, entusiasmados por la celebración que les esperaba después del
baño y el caluroso día de trabajo en las calles de Yokohama.
El novio de mamá no había reparado en gastos para ganarse el afecto de los mellizos, y
mucho menos el de la misma Mitsu. Por primera vez desde que los mellizos nacieron,
había mucho de donde elegir para comer: la alacena contenía todo tipo de ingredientes y
especias, incluso harinas, pan, pastas. El pequeño frigobar no era suficiente para
almacenar las carnes frías y lácteos.
Esa noche, aquel hombre asistiría al hogar de los mellizos, y Mitsu preparaba la cena con
anticipación. Shoyo y Natsu corrían por el departamento como si la energía dentro de sus
menudos cuerpos nunca disminuyera. Mitsu no se sentía presionada o atareada, aunque
los nervios eran un tema aparte, puesto que el paso que estaba a punto de dar era tan
grande como una zancada y nunca antes había estado con un hombre. Pero Mitsu era
joven y hermosa, sus ojos cansados le parecieron cautivadores a aquel elegante hombre
y no dudó en admitirlo; a pesar de haberse convertido en madre teniendo sólo diecisiete
años, su complexión era delgada y frágil.
Faltaban pocos minutos para la hora exacta.
Mitsu servía la cena mientras Shoyo le ayudaba en el acomodo de los cubiertos y
asientos. Natsu no dejaba de mirarse en el trozo de espejo roto del baño, una y otra vez
pasaba sus manos por el vestido para alisar las arrugas que se le formaban. En los años
pasados, los mellizos nunca habían tenido más que ropas raídas, usadas y hechas a
mano por su propia madre. Era una emoción diferente portar prendas con aromas suaves.
一¿Mamá va a casarse con ese hombre?
Mitsu miró enseguida a su hijo. La pregunta de Shoyo la había tomado por sorpresa.
一 Sho-chan 一 Mitsu se inclinó hacia él 一, ¿sabes lo que esa palabra significa?
一¡Significa que serás una princesa! 一 exclamó Shoyo con una gran sonrisa.
Mitsu soltó una risotada de lo más alegre, como nunca antes sus hijos habían podido
escucharla. Luego Natsu se unió a su hermano.
一¡Ah, mamá será una princesa! ¡Sí!
一 Sho-chan, ¿de dónde has sacado eso?
一 Eso dicen los libros de Natsu 一 señaló, encogiéndose de hombros.
La expresión de Mitsu cambió totalmente a una de asombro por la respuesta brindada,
pero en segundos volvió a relajarse, sonriendo de nuevo.
一¿Entonces mamá vivirá en un castillo ahora? 一 Natsu se miraba ilusionada, sus ojos
brillaban.
Mitsu espero antes de responder, sus palabras serían la protección a la inocencia de sus
hijos.
一 Viviremos 一 dijo tomando de la manos a ambos para encaminarse a la ventana. La luna
llena estaba cubierta por nubes, pero su luz traspasaba e iluminaba los rostros de cada
uno 一. En el Castillo de Cristal.
一¿Castillo de Cristal? ¿Qué es eso? 一 preguntó Natsu.
一 El Castillo de Cristal es el lugar al que las personas van, pero sólo pueden entrar los que
se han amado profundamente en vida 一 susurraba como si un secreto valioso fuera.
A los mellizos se les iluminó el semblante, asombrados con su boca formando un pequeño
círculo mientras miraban a su madre.
一¿Dónde está ese lugar, mamá? 一 a Shoyo le carcomía el misterio.
一 En el cielo 一 los mellizos miraron en su dirección 一, sobre las nubes. Donde el mal no
puede alcanzarlos.
Por un momento la melancolía atrapó a Mitsu, y miró al cielo, perdiéndose en él. Los
mellizos se acurrucaron en su pecho, divisando la luna que los bañaba en su luz hasta
sentir que estaban allá, arriba, siendo nubes o llovizna.
一 Mamá, ¿cuándo podremos ir al Castillo de Cristal? 一 preguntó Shoyo, susurrando.
Mitsu sonrió.
一 Cuando descubras que tu corazón late por una persona. Puede ser mujer 一 acarició el
cabello de Natsu 一, o un hombre 一 después el de Shoyo 一. No importa qué. Lo que
verdaderamente importa será cuanto estén dispuestos a amar, y que tanto puedan
soportar ante la adversidad para encontrar su belleza 一 a lo mellizos se le cerraban los
ojitos de cansancio, y Mitsu con su dulce y melódica voz los arrullaba 一. El amor
verdadero es admiración, pero es algo tan efímero que te sube a las nubes y luego te deja
caer. Amar es jugar con paz y fuego a la vez. Amar es disparar flechas de amor... y
apuntarse también.
En ese momento llamaron a la puerta.
Los mellizos retomaron su energía en un pestañeo, y Mitsu los siguió hacia la puerta de
entrada con una armoniosa sonrisa formada en sus labios. Su vida estaba apunto de
cambiar, pero esa sería la última vez que verían a su madre.
La forma en que los habían arrancado de Mitsu a Shoyo y Natsu, minó gravemente la
inocencia habitual que los ponderaba. Aún podía recordar sus rostros, sus voces, y en lo
que se transformó su vida dentro de los impenetrables muros de barroco.
Septiembre de 2020
一 Joven Hinata 一 una voz varonil pero átona se escuchaba en la lejanía como un eco.
La mirada melancólica y cansada de Shoyo no se apartaba de su pupitre: hace unos
minutos, cuando aquel recuerdo no había apartado su presente con un deje de
culpabilidad, todavía escribía mecánicamente lo que su profesor dictaba.
一 Joven Hinata 一 impostado, el profesor volvió a llamar su atención.
Shoyo se sobresaltó en cuanto ahogó un jadeo y levantó la mirada inmediatamente.
Jackson se encontraba en el pupitre de un costado, mirándolo preocupado; el resto de
sus compañeros no tenían la misma mirada comprensiva pero tampoco juzgaban, ni
siquiera en silencio. Shoyo se inquietó y solo pudo tragar saliva con esfuerzo, sentía que
el cuello de su camisa estaba demasiado ajustado de repente.
一 Joven Hinata.
一¿Ah? 一 Shoyo percibía incontrolables ganas de llorar, las comisuras de sus ojos ardían y
lo único que pudo hacer para evitarlo fue tensar la mandíbula.
一 Hablábamos de los Artículos Adicionales de nuestra constitución 一 El profesor caminaba
de un lado a otro con un libro en mano, sin apartar la mirada glacial del menor 一. ¿Cree
usted que puede reiterarse el artículo primero de los mismos?
Shoyo sentía las manos húmedas, y su tic del dedo índice apareció al instante; ocultó
presuroso la mano debajo del pupitre.
一 De pie 一 ordenó el profesor.
El muchacho pasó la mano al bolsillo de la sudadera interior. Shoyo abrió la boca para
hablar, pero su labio inferior temblaba un poco. Exhaló con nervios a los pocos segundos.
一 L-Los artículos cincuenta y siete "a" y ciento veintinueve, párrafo tercero, segunda frase
一 Shoyo redactaba con voz trémula y dolor en el pecho 一, entrarán en vigor después de
cuatro años o en un momento anterior que deberá establecerse por o en virtud de la ley.
Hubo un corto silencio, nadie parecía respirar.
一 Bien 一 el profesor se dio la vuelta para ver de frente la pizarra 一, toma asiento y
evitemos las distracciones. Continuemos donde nos quedamos.
Shoyo aún sentía las miradas sobre sí, su tic no se marchaba, mucho menos sus
temblores. En cuanto regresó a su asiento se cubrió el rostro sonrojado con ambas manos
y suspiró.
一¿Te encuentras bien? ¿Quieres ir a la enfermería?
Jackson revoloteaba a su alrededor como un insecto fastidioso. Shoyo sabía que sus
intenciones eran buenas, pero extrañaba a Yamaguchi.
一 E-Estoy bien 一 aseguró, tratando de sonreír lo más natural posible 一. Sólo iré al baño
para humedecer mi cara un poco, ¿bien? ¿Qué tal si nos vemos en la biblioteca?
Jackson exhaló con pesadez y una mano en el pecho, quizá era alivio.
一 De acuerdo. Pero no tardes demasiado, tenemos que ir al departamento de
documentación sobre movimientos sociales, no lo olvides.
Shoyo asintió con mejor semblante.
Entró en la pieza una vez su amigo se había dado la vuelta, y presuroso se encerró en
uno de los cubículos. Se recargó de golpe en la puerta, y dejó que sus lágrimas
comenzaran su camino cuesta abajo. Tapando su cara con sus manos. Sin un solo ruido,
sin sollozar, sin quejas aún podía llorar mientras mordía su labio inferior con fuerza.
El cuerpo frágil de Mitsu yacía boca abajo, temblando, estremecida por sollozos luego de
haber sido abusada por tres hombres que jamás en su vida había visto. Su bonito y sutil
vestido lavanda fue destrozado por las repugnantes manos de codiciosos y enfermos
desconocidos. El hombre que decía amarla estaba complacido, sonriendo
satisfactoriamente como si lo que estuviera sosteniendo entre sus manos se tratara de un
trofeo. El cuerpo de Mitsu se rompió completamente cuando fue atravesada por una bala
en el pecho.
Era la última imagen que Shoyo tenía de su madre.
Hubo más llantos. En silencio. La vida había sido tan cruel y lo seguía siendo a más no
poder. Extrañaba a su verdadera madre con el pesar en su corazón, con el sentimiento de
culpa por no haber sido más grande, más fuerte para defenderla. Pero Natsu estaba con
vida. Ese recordatorio le ayudó a contener las lágrimas y a combatir la nostalgia. Shoyo
fue tranquilizándose y apretó los puños hasta volver blancos sus nudillos.
Suspiró con calma y salió del cubículo al lavamanos. Tomó el agua en sus manos y la
esparció por su rostro. Volvió a mirarse en el espejo, y las manchas oscuras bajo sus ojos
aún le recordaban el pasado. No había podido dormir tranquilamente desde hace años, no
podía a menos que estuviera alcoholizado.
Era difícil aceptarse nuevamente.
Shoyo salió de la pieza, y chocó contra alguien, retrocedió dos pasos y después descubrió
de quién se trataba: tan encantador y sofisticado como la primera vez que lo vió.
一 Yo, lo lamento, no fue mi intención importunar 一 Shoyo hizo una inclinación de cabeza,
demostrando respeto como en Japón lo hacía.
El joven hombre sonrió.
一 Descuida, solo fue un accidente 一 el mayor colocó su mano en el hombro del contrario,
una caricia de consuelo amable.
一 Eh, ¡sí!... yo ya tengo que irme 一 no podía mirarlo de forma tan directa como la primera
vez 一. ¡A-Adiós!
一 Hasta pronto.
«¿Hasta pronto?»
Shoyo se volvió hacia él de nuevo y accidentalmente lo golpeó con su mochila, causando
que el móvil cayera de su mano. El aparato se estrelló contra el azulejo del piso. Cuando
el más alto lo recogió, la pantalla tenía múltiples grietas en el cristal.
Shoyo palideció.
«¿Por qué estoy metiendo la pata en todo lo que hago hoy?»
一¡Di-Disculpe, por favor! 一 el mayor le miró enseguida. Shoyo hurgaba los bolsillos de su
mochila para encontrar su cartera, sudando de nervios 一. T-Tome, lo pagaré completo
pero esto es lo único que tengo ahora 一 le entregaba una cantidad inexacta de euros,
probablemente su sueldo del día de ayer. Su mano temblaba, mirando el suelo. El mayor
observó con desdén el efectivo sostenido entre los delgados dedos del más bajo 一. Por
favor, acéptelo. Ha sido mi culpa.
El más alto sonrió.
一 No te preocupes por esto 一 amable y atento tomó el dinero ofrecido, solo para
devolverlo en su mano y cerrarla con él dentro.
Los ojos de Shoyo irradiaron un destello quizá invisible ante el resto, pero estaba ahí.
Juraba que podía verlo. Era extraño y confuso, esa emoción por el roce de sus manos.
Algo indescriptible que le revolvía los pensamientos y embelesaba su corazón. Algo tan
cliché como las películas y series ochenteras que le agradaban ver.
一 Pensaba cambiarlo pronto en realidad 一 se encogió de hombros sin desaparecer la
sonrisa de sus labios.
Para Shoyo era alguien impresionante, desde su presencia hasta su porte; desde cómo
vestía y su forma de expresarse, sus movimientos y facciones.
一 Debo irme, tengo una reunión 一 se despidió en voz baja, siendo entre ellos dos
únicamente 一. Hasta pronto.
«Sí..., hasta pronto.»
Octubre de 2008
Moscú, Rusia
Viene de científicos, ateos y hombres blancos que creyeron matar a Dios. Hacen
tecnología de alta calidad, compleja, fisiológica. Experimentos y sacrilegios en nombre del
bien público. Le enseñaron todo, como debería hacerlo su padre. Shoyo les resultaba
hermoso y vulnerable, se enamoraron de él y la verdadera tragedia es que la mitad era
verdad. Son elitistas codiciosos, insanos y enfermizos. Hombres que juegan a voluntad
propia con el mundo porque lo tienen en sus manos y son tan nocivos como para ser
encarados.
Hacía doce años que Shoyo observó por primera vez con ojos bien abiertos y expresión
asustada las paredes desnudas del sótano. La habitación olía a moho y como si un animal
en estado de descomposición los acompañara allí abajo. Los mellizos, sentados en una
esquina del suelo, se aferraban el uno con el otro en un abrazo mientras sus pequeños
cuerpos temblaban de miedo.
La autocompasión no duró mucho, Shoyo tenía un espíritu demasiado feroz para ser
amansado. Y entonces ocultó entre su ropa un pedazo de vidrio roto. No iba a permitir que
tocaran a su hermana por ningún motivo. No a ella.
Él era un tema aparte.
一¡¿Qué demonios haces, maldito mocoso?! 一 un hombre alto, de piel pálida como la
muerte y ropas ensuciadas de sangre y hollín profirió un grito al entrar en el sótano.
Shoyo lo embistió con los ojos llenos de rabia asesina.
一¡Ustedes mataron a nuestra madre! 一 gritó enfurecido, mientras a Natsu se le saltaban
las lágrimas 一. ¡Fueron ustedes, nunca olvidaré sus caras!
El hombre gruñó.
一¡Cierra la puta boca!
一¡No te acerques a mi hermana o yo también te mataré! 一 amenazó, señalándole con el
vidrio roto empuñado por sus dos manos.
一¡Asqueroso mestizo! 一 le dio una patada que le despojó su arma, luego otra en el vientre
一. ¡Asqueroso! ¡Asquerosos!
Shoyo se quejaba a gritos, retorciéndose en el suelo.
一¡Sho-chan, Sho-chan! 一 gritos compartidos por su hermana.
El hombre dio un tirón fuerte a su oreja, causando que Natsu lloriqueara con todas sus
fuerzas y pataleara.
一¡Dije que no toques a mi hermana!
Shoyo se puso de pie y se abalanzó contra el hombre, mordiendo su brazo hasta que la
sangre descendió por su pálida piel. Los mellizos estaban atados por esposas de metal en
sus muñecas, los movimientos bruscos eran para ambos.
La puerta se abrió con un crujido y un disparo atravesó la cabeza del hombre. Los gritos
cesaron al instante, su cuerpo cayó sin emitir ningún sonido y los rostros horrorizados de
los mellizos se ensuciaron de sangre ajena.
一¿¡Qué cojones pensaba que hacía este infeliz, ah!?
Shoyo y Natsu jamás habían escuchado el lenguaje con el que aquellos hombres se
comunicaban, eran voces roncas y ariscas. Parecían molestos pero los mellizos
desconocían la causa.
一 Estos mocosos valen millones. No podemos desperdiciarlos.
一 El pago podría ser grande, sin duda. Pero para que eso suceda deben encontrarse en
buenas condiciones y no en este lugar.
一¿Crees que le importen tanto como para rescatarlos? No ha sabido de ellos en siete
años.
一¡Astoria!
Los mellizos vieron como una mujer con finas ropas de mucama se acercó a la puerta.
一 Llévate a la niña 一 ordenó el de calva incipiente 一. Vístela apropiadamente y dale
instrucciones. El niño tiene una cita con el jefe.
Los hombres observaron con aire lascivo a Shoyo, pero él no lo entendía. No todavía.
La mujer descendió por los escalones del sótano y sacó unas llaves; retiró las esposas y
tomó a Natsu entre sus brazos.
一¡No, Natsu! ¡No se la lleven! 一 suplicó Shoyo, se agarró a las piernas de la sirvienta,
llorando.
一¡Sho-chan, no me dejes! 一 Natsu estiró el brazo para alcanzar a su hermano pero fue
imposible.
La sirvienta mordió su labio inferior en el momento en que llevaba a rastras a la niña.
一¡Devuélveme a mi hermano! ¡Quiero a mi hermano! 一 gritaba Natsu dentro de la
habitación en la que estaba encerrada junto a la mucama 一. ¡Sho-chan! ¡Sho-chan!
Astoria, la mucama de origen italiano, comprendía tres idiomas.
一 Escucha, pequeña, escucha 一 dijo al sentarse en la cama. Natsu la miró enseguida,
podía entender lo que decía 一. Esos hombres de allá afuera no piensan hacerte daño.
Ellos no van a tocarte, ¿entiendes? 一 acogió entre sus manos el humedecido rostro de
Natsu 一. Eres muy valiosa para ellos, no pueden ensuciarte.
一¿Soy valiosa? 一 la melliza limpió sus lágrimas con la manga de su camiseta sucia 一.
¿Cómo el dinero?
一 Exacto 一 la mucama asintió susurrando 一. Tú vales una inimaginable cantidad de dinero
justo ahora, igual que tu hermano, pero desafortunadamente él es un caso diferente. Así
que debes prometerme una cosa, ¿sí?
Natsu asintió una sola vez.
一 Ya no gritarás. Debes obedecerme en todo y esos hombres no van a molestarse, ¿de
acuerdo? Sólo debemos mantener limpio y en orden cada rincón de este lugar y nada va
a faltarnos. Comerás todo lo que quieras, podrás ver televisión aquí, jugar en el patio y
dormir entre afelpadas cobijas aromáticas. ¿Te gustaría tener todo eso, eh?
La inocencia de Natsu aún no era profanada del todo.
一 Sí 一 susurró con una pequeña sonrisa.
一¿Cuál es tu nombre?
一 Natsu. Y mi hermano se llama Shoyo. ¿Él también podrá tener todo como yo?
A la mucama querían escapársele las lágrimas. Muchos niños han estado a su cargo, y
los mismos no habían vivido para contarlo.
一 Claro. Yo me encargo, ¿está bien, Natsu?
La aludida volvió a asentir. Su sonrisa no pretendía marcharse.
Shoyo observó vacilante cada rincón de la lujosa habitación.
Los hombres lo habían llevado ahí luego de que una de las mucamas le dio un baño y
cambió sus ropas. Vestía con tela de seda y su cuerpo desprendía aromas frutales. La
habitación estaba iluminada por la luz del sol que se internaba por los ventanales y el
frescor del exterior entraba haciendo elevarse a las cortinas lentamente. Había sofás, una
cómoda, un gran espejo de cuerpo completo y una enorme cama con cabecera dorada.
Era un mundo nuevo, pero a la vez repulsivo.
Shoyo quiso acercarse a uno de los ventanales. Al dar un paso regresó al instante cuando
la puerta se abrió. Detrás de él se escucharon los pasos de un hombre alto, de tez blanca,
ojos verdes como aceitunas y pelo color caoba; vestía elegante con traje y corbata roja,
tenía un broche dorado en el dobladillo de su saco, mismo que mostró a Shoyo cuando se
agachó frente a él.
Hinata miró el broche y después al hombre. El niño instintivamente trató de apartarse pero
el hombre lo tomó del antebrazo. Entendió lo que debía hacer: tomó el broche que era
una medalla grabada con letras peculiares que nunca había visto antes. Su rostro pasó a
ser acunado entre las grandes y frías manos del desconocido que acariciaban sus mejillas
con delicadeza.
Sin pudor se acercó un poco más a su rostro.
一 Qué espléndido 一 susurró en su idioma, dejando que su aliento empedernido a tabaco
inundara el olfato del mellizo 一. Eres un hermoso niño 一 Shoyo entrecerró sus ojos y
arrugó la nariz 一, tan frágil... y mío.
Son nuevas palabras, una nueva ley como un credo que está obligado a memorizar.
El ruso juntó sus labios con los de Shoyo.
Suaves contra ásperos.
Inocentes contra impuros.
Bondad contra malicia.
Shoyo abrió sus ojos en demasía pero los cerró de golpe, apretándolos cuando sintió la
lengua ajena hurgar en su boca. Era sofocante, lo confundía. Se estremeció horrorizado
pero no se atrevió a apartarse. Le aterrorizaba pensar que no volvería a ver a su hermana
si desobedecía.
Aquel día se hizo una promesa.
«Que sea mi cuerpo por el de Natsu.»
Septiembre de 2020
Ámsterdam, Países Bajos
Shoyo se hizo un ovillo dentro de la tina, abrazando sus piernas con la cabeza recargada
en las rodillas. Del grifo aún se escuchaba el goteo del agua que resonaba en la
habitación del baño. Sus lágrimas descendían en silencio. Se sentía estúpido y usado.
Tan avergonzado y abusado.
«Que sea mi cuerpo por el de Natsu.» Repetía su promesa todo el tiempo para evitar
darse por vencido. «Que sea mi cuerpo por el de Natsu.» Tuvo incontables oportunidades
de acabar con su vida, pero siempre existió un factor que lo acobardaba. «Que sea mi
cuerpo por el de Natsu.» Los gemidos extasiados de los hombres que concurrentemente
tenía encima podía seguir escuchándolos: en la quietud de la noche, en su soledad,
cuando tomaba un baño. «Que sea mi cuerpo por el de Natsu.» Los recuerdos
provocaban que su garganta se cerrara dolorosamente.
一¿Hinata? 一 Yamaguchi dio dos golpes suaves a la puerta, acto seguido sólo abrió un
corto tramo 一. ¿Está todo bien?
Shoyo negó con la cabeza aun sin dirigirle la mirada.
Yamaguchi entró en la habitación, cerrando la puerta tras de sí y miró por un momento el
grifo que goteaba antes de acercarse a su amigo en la bañera. El pecoso esbozó una
pequeña sonrisa y se agachó al posar su mano en la espalda húmeda de Shoyo.
一¿Qué tal ha estado el baño? ¿Relajante?
Shoyo movió la cabeza en un asentimiento solamente. Yamaguchi rascó con ligereza su
mejilla, pensando.
一 Hinata 一 el aludido cerró los ojos 一, ha pasado algo de tiempo desde que nos mudamos
a este lugar 一 pero Yamaguchi tenía un alma positiva y envolvente 一. La ciudad es muy
grande y no la hemos visitado como se debe. Seguro que hay muchos lugares
interesantes por descubrir. ¿No te gustaría turistear con tu mejor amigo toda la tarde?
Shoyo habló con voz tranquila al erguirse.
一¿Me darías dos minutos?
Yamaguchi sonrió.
一 El tiempo que necesites.
Shoyo entró presuroso a la biblioteca, y entonces lo encontró ahí nuevamente, ocupando
un lugar del espacio entre los libreros. De repente sintió como si el vacío se expandiera
hasta dejarlos como los únicos habitantes del mundo. Shoyo estaba inaudito, observando
como tenía recargado el brazo sobre la mesa, la posición de su mano, la manera en que
hojeaba el libro y la forma en que sus cremosos mechones rubios ceniza caían leves por
un costado de su frente.
Admirarlo era como una fantasía delirante, de cerca o de lejos, Shoyo se perdía en sus
pensamientos con la sublimidad de su presencia.
Inesperadamente lo miró a los ojos. Shoyo quiso desaparecer por haber sido descubierto
y apartó la mirada directo al suelo mientras apretaba los libros que llevaba contra su
pecho con temor a que, por sus nervios y las manos sudorosas, terminaran en el suelo.
Desafortunadamente aquel sentimiento incrementó cuando el mayor se levantó de su
asiento y comenzó su camino hacia las puertas automáticas. Shoyo sujetó con firmeza
sus libros, como si quisiera hundir los dedos en las pastas blandas.
Atsumu dió un paso adelante e inclinó la cabeza. Con un curioso vistazo volvió a mirarlo y
Shoyo se sentía a morir.
一 Hey 一 dijo el más alto.
«¡Hola! Realmente me gustaría saber sobre ti.»
一 Hola.
Shoyo solamente lo miró. Atsumu sonrió y le devolvió la mirada. Aquello se sintió como un
gran torbellino emocional.
一¿Tomas clases aquí? 一 preguntó Atsumu, acomodando el dobladillo de la manga de su
saco.
一¿Eh? Oh, no 一 dijo Shoyo con voz trémula 一. Sólo... debía encontrarme aquí con un
amigo.
一 Ya veo 一 sonrió removiendo un poco el nudo de su corbata. Su sonrisa era perezosa
pero cautivante 一. Aunque yo...
«Cielos», Shoyo dejó de prestar atención a sus palabras, sin apartar su vista del
sofisticado hombre frente a él apenas parpadeó mientras repasaba cada detalle de su
rostro, como si se tratara de la primera o la última vez que se verían. «Mi cara está...
ardiendo. ¿Lo notará? Espero que no.»
一¿Y tú?
一¿Eh? 一 Shoyo agrandó los ojos cuando volvió a escuchar su voz 一. ¿Q-Qué había dicho?
一 Solo preguntaba si tenías problemas con tus asignaturas 一 cruzó sus brazos. Sus
anchos hombros se mueven e hipnotizan a Shoyo nuevamente 一. Suelo dar tutorías aquí,
por las tardes.
一 Uh... 一 el menor apartó la mirada de repente 一. No, no creo tenerlos en realidad.
一 Entonces eres un buen estudiante, me alegra. Avísame si alguien necesita un tutor.
Atsumu guiñó un ojo.
«¿Esto está bien?»
一¿Esto está bien?
Los murmullos de los estudiantes en la biblioteca eran inaudibles, Shoyo podía apreciar
mejor el constante tecleo en las computadoras en derredor. Sin embargo, estaba sumido
en su propio juicio, pensando en lo que podría ser, en lo que no fue o probablemente no
será. Pensar demasiado lo dejaba sin aliento y aumentaba su apetito.
Comía.
Vomitaba.
Un ciclo que se volvió costumbre a sus diez años de edad, independientemente de las
palizas que recibía por descuidar su cuerpo. Continuaba. Un método fácil era escabullirse
a mitad de la noche y no detenerse hasta sentir el hueco en el estómago, hasta que su
garganta ardiera. Pero aquellos hombres no disfrutaban sentir sus extremidades
huesudas.
El rostro de Shoyo era hermoso, delicado, y no les bastaba con penetrarlo mientras veían
su cara. Sus lloros les excitaban, mas no los complacía.
Asqueado.
El nudo en su garganta se forma y aprieta. Endurece la mandíbula. Sus intestinos se
retuercen y traga con fuerza.
一¿Dijiste algo? 一 Jackson lo devuelve al presente.
Shoyo se percata que ya no hay grilletes alrededor de sus delgadas muñecas.
一¿Eh? No, no 一 continuó escribiendo con el bolígrafo; una caligrafía preciosa sin más 一.
Sólo pensaba en voz alta.
一¿Qué tal si vamos a tomar un café mañana? 一 propuso Jackson.
一¿Por qué no hoy?
一¿Hay algún problema?
一 Debo doblar turno en la florería.
Silencio. Para Jackson, Shoyo aguardaba mucho misterio aún.
一 Bien 一 el azabache sonrió de todas formas 一, que sea más tarde. Por cierto...
Shoyo lo miró de soslayo.
一¿Qué pasa con esta nota tuya? 一 su dedo se movió del teclado a la pantalla, señalando
una línea en color anaranjado 一. Desaprobaste el último examen, creo.
El menor tragó saliva.
一¿Sociedades Mercantiles?
«¡Maldición!»
一 Es la segunda vez, Hinata.
一 Lo sé, lo sé.
Shoyo palmeó su cara con estrés.
«Un tutor.»
Diciembre de 2013
Natsu sostenía en ambas manos una bandeja de plata con distintos aperitivos encima. La
pequeña de diez años vestía un uniforme que la representaba como una mucama más del
lugar que la retenía con una fachada nombrada "hogar". Su máxima atención estaba
sobre su hermano, aunque podía disimularlo gracias a Astoria, quien, con los años
atribuidos en aquel lugar, pudo enseñarle incluso el más mínimo secreto en los rincones.
«... pero las paredes escuchan y los muebles hablan.» Recordaba las palabras de su
amiga y mentora con tez de porcelana.
Torció la boca con una mueca.
Shoyo observaba la comida en su plato, escéptico. Sus manos yacían sobre el
reposabrazos y de sus muñecas colgaban cadenas que le aseguraban un escape fallido a
la hora de la comida. Suspira. Un fugaz aliento desaparece entre sus labios y los hombres
que le rodean apenas pueden notarlo. El de pelo caoba es diferente, él lo discierne
porque Shoyo es su favorito, el amante perfecto que escucha órdenes y no protesta en su
contra.
—Shoyo —llamó el de pelo caoba, que se encontraba en la cabecera de la mesa.
El aludido decidió ignorarlo y estiró el brazo hacia la mesa para tomar el cubierto.
—Shoyo, estoy hablándote —su japonés era espantoso, pero tres años sobreviviendo con
él hicieron que lograra entenderlo en una cuarta parte—. Sabes lo que pasará esta noche
si me desobedeces.
«¡Enfermo de mierda!» Reclama Astoria en el interior de su cabeza mientras que, por la
ranura de la llave en el picaporte de su habitación, observaba a los altos mandos llevarse
a Shoyo, asegurando sus puertas bajo llave. Uno por noche. Semana tras semana.
Luego mira hacia atrás: Natsu suelta leves suspiros al dormir. Está a salvo.
Astoria se encargaba de los mellizos, de ambos. Aprendieron a leer y escribir, no
únicamente en su idioma natal. En Natsu procuraba su porte, su vestimenta y el apoyo en
los quehaceres del hogar. Pero para Shoyo ella era su confidente, no sólo limpiaba
minuciosamente los fluidos que los bastardos elitistas dejaban regados sobre su cuerpo
esbelto que cada día pesaba más cargar; Astoria estuvo dispuesta a escuchar cientos de
veces la historia sobre el Castillo de Cristal. Lo alimentaba con lo que él quisiera antes de
cada comida y procuraba contarle sobre el mundo exterior.
Rusia es la nación más grande del mundo, pero Shoyo sólo puede ver el cielo blanco del
invierno dentro de cuatro enormes murallas.
En los días tranquilos como aquellos, cuando los altos mandos salen y desaparecen por
semanas, los mellizos consiguen un poco de su ansiada libertad; una probada que les
hace saborear más de lo acordado.
Shoyo ve a Astoria y a su hermana arrojarse bolas de nieve, él se mantiene cerca del
muro, expectante. Al agacharse encuentra una linda guirnalda y un camino de alambre de
púas. Shoyo desprende de raíz la flor porque así fue como Astoria le enseñó. Detrás de la
guirnalda había descubierto un hueco y decidió agacharse para husmear.
Más allá no parece haber horizontes.
Shoyo se muestra liado por lo que ve: ventanas rotas, muros cuarteados y un inmenso
árbol que ha perdido sus hojas. Su mirada viaja a mirar detrás de sí: Astoria no se ha
percatado, mucho menos el tipo que juega a ser el guardia justo afuera del umbral
mientras sostiene un Gewehr cuarenta y tres que no dispara, sólo está ahí a la
expectativa.
Shoyo tiene doce años y se envalentona a desobedecer por primera vez. Sigue el camino
del alambre cuidadosamente de no pincharse porque podría contraer graves
consecuencias, no a él, sino a Astoria. Camina alerta y presta atención de no pisar hojas
secas que pueden delatarlo. Al final del corredor que rodea la casa, hay una reja metálica
que deja observar la intemperie.
Sus llamativos ojos se agrandan ante su hallazgo.
«¿Quién más está allá afuera además del frío?»
Las piernas de Shoyo se movieron por instinto, pero el recuerdo de su hermana le atrofia
los sentidos.
«¡Natsu!»
Se detiene, y un brazo lo rodea del torso mientras una mano le impide gritar.
Octubre de 2020
Shoyo se ha percatado, es diferente.
Estos últimos días fueron distintos desde que Atsumu Miya parece interferir en cualquiera
de sus acciones. Sí, todas y cada una de ellas las ha registrado en su cabeza como un
directorio telefónico. Suma sus encuentros en los pasillos, las sonrisas, los guiños, y ese
hábito suyo de pasarse el dedo pulgar sobre el labio inferior.
Shoyo ha intentado escapar innumerables veces y Atsumu no para de mover la boca,
cada vez se vuelve más complicado no caer en devolver miradas y compartir risas junto a
los casilleros. Esta vez no piensa que pueda ser diferente. No piensa que sus piernas van
a dejar de temblar cuando la razón es que acortan tanto su distancia y el tipo se acerca.
Puede oler su fragancia, una mezcla perfecta entre cítricos y dulces. Algo casual que
ahora tiene grabado. Pero «Atsumu-san» es un hombre; Shoyo es un chico al que le
asustan las mujeres cuando está sobrio.
Y la diferencia de edad es notoria.
Siete años.
Es absurdo siquiera pensarlo.
«Igual lo pienso», dice Shoyo.
Los siguientes días siguen siendo una tortura. Es vil observar desapercibido como las
mujeres se dan vuelta al mirarlo; las alumnas de facultades exteriores se pasean por los
mismos pasillos y lo rodean como al último lipstick de la estantería. Lo devoran con la
mirada, sueltan risitas coquetas, usan sus mejores atuendos y declaran atención completa
a sus palabras. Se vuelve algo común y Miya parece disfrutarlo. Sonríe. Esa sonrisa
perezosa y hechizante que atrapa como miel a los osos.
Es jodidamente divina y Shoyo quiere gritarles que la vio primero.
«Es alto, simpático y le gusta ayudar a las personas», mira de reojo y medita lo único que
sus ojos pueden ver. «¿Es de extrañar? No, no lo creo.»
Shoyo cierra la puerta de su casillero con un golpe seco demasiado llamativo. Pocas
miradas lo siguen. Él se marcha con la mirada cabizbaja y apretando los libros contra su
pecho.
一 Comentaste no tener problemas con tus asignaturas 一 La comisura derecha de su labio
se eleva, una sonrisa socarrona que hace vacilar a cualquiera. Miya está sentado del otro
lado de la mesa pero le mira de frente.
一 Sólo se trata de un examen 一 Shoyo está de pie en el lado contrario, y encoge los
hombros bajo la sudadera color vino 一. Mis créditos se verán afectados si consigo una
mala nota de nuevo.
一¿Asignatura? 一 dice y pasa la mirada de Shoyo a la pantalla.
一 Sociedades Mercantiles.
一 Vaya suerte 一 admitió, separando los dedos del teclado 一. Manejo bien los números.
«Lo sé.»
一 Toma asiento, ¿eh...?
一 Hinata Shoyo.
Atsumu parece sorprendido pero es deshonesto. Lo sabía desde el principio.
一 Shoyo-kun.
Fue como si en sus labios se delineara la contextura de su nombre al pronunciarlo.
Hinata tragó saliva antes de responder.
一 Sí.
Shoyo acomoda su cuerpo en la silla de cedro y deja los libros en la mesa; toma la libreta
en blanco, selecciona una página y el bolígrafo de su preferencia. Sutil. Callado. No le
mira porque no quiere ser parte de lo que aquellas mujeres sienten cuando lo ven.
«¿Esto está bien?» Vuelve a cuestionarse cuando cierra los ojos por un momento.
A Miya lo invade la calma. Puede recordar esa sensación como si hubiese sido ayer,
cuando entrelazaron sus manos por primera vez y se juraban ser prófugos a una emotiva
edad como tiernos adolescentes enamorados. Pero ya no existe más. No hay promesas,
solo deseos inconclusos. Heridas cicatrizadas externas que por dentro aún arden como el
puto infierno. El nudo en su garganta se aprieta como si le estuvieran ajustando el
cinturón alrededor del cuello. Atsumu se traga ese dolor con todo lo que tiene.
Sus males no alivian la clemencia.
一¿Cómo ha estado su día? 一 la pregunta de Hinata mientras juega con el bolígrafo entre
sus dedos le obsequia un atisbo de esperanza.
Es inútil que finja indiferencia.
一 Mejor ahora.
Ambos sonríen.
Yamaguchi tararea al compás del que cocina katsudon, esperando a que su mejor amigo
desista de sus cavilaciones. Hacía una hora que Shoyo sucumbió ante un ataque de
ansiedad por la abstinencia de su consumo ilícito; la píldora de la felicidad le había
resultado por primera vez un arma de doble filo. Sin embargo, al conocerse desde la
escuela secundaria, Yamaguchi sabía con lujo de detalle sobre las medidas que debía
tomar al respecto cuando Shoyo estuviera fuera de sí.
Shoyo estaba asustado, sentado en la cama y se hizo un ovillo, se agarró los pies con las
manos y comenzó a balancearse adelante y atrás. Yamaguchi acarició su cabeza,
frotando su cabello con reparo.
一¿Ya estás mejor?
Shoyo negó con la cabeza.
一¿Quieres hablar?
Volvió a moverla, negando nuevamente.
El pecoso lo rodeó con ambos brazos y lo apretó con suavidad. Un abrazo. Yamaguchi
daba los mejores abrazos, según su criterio.
一 Estaré en la cocina mientras tanto 一 dijo al separarse 一. Llama si necesitas algo.
Hinata se irguió de la cama después de una hora, salió de su habitación siendo cauteloso
y se asomó por la mirilla de una pared. Su mejor amigo sirvió el katsudon; sus platillos
eran lo más cercano que siempre tendría a una comida familiar desde la muerte de su
verdadera madre, pues Hinata no fue bendecido con dotes culinarios. Pero era divertido
disputarse quien prepararía la cena y quien fregaría los platos.
Se sentía torpemente como un cachorro disociado de su manada, un cachorro que fue
adoptado por un ángel humano con estrellas en las mejillas. Hinata apreciaba a
Yamaguchi de tal manera que su corazón saltaba de alegría cuando lo veía llegar a su
departamento compartido; aquella amistad nacida de un accidente, además de la unión
ecuánime con su hermana melliza, eran sus posesiones más valiosas. Algo que debía
proteger y atesorar con su propia vida.
一¡Gracias por la comida!
Sentados uno frente al otro, agradecieron con su célebre frase natal.
一 Esto huele bien, Yamaguchi-kun.
Shoyo introdujo un gran bocado entre sus labios, pero en cuanto tocó la punta de su
lengua, sintió que se encendía.
一¡Ah, caliente, caliente! 一 soltó el bocado directo al plato.
一 Hinata, la comida no va a escaparse 一 aclaró el pecoso, sólo para terminar obteniendo
lo mismo 一. ¡Ah, mi lengua!
Alegres risotadas surcaron el departamento aquella tarde de otoño, cuando el frío de la
próxima estación se aseguraba de traer los más gélidos vientos por las noches.
Yamaguchi era consciente de lo mucho que Shoyo detestaba viajar en el transporte
público por el apego de los cuerpos uno con otro. No era difícil mantenerse al margen.
Pasaron el centro histórico a una velocidad intrépida; Tadashi pedaleaba con fuerza y
Hinata disfrutaba del viento golpeando su cara. Las mejillas de ambos estaban coloradas
de un tenue carmesí y sus alientos salían como el humo del tabaco. Su recorrido continuó
al pasar por el Magere Brug: un puente basculante pintado de blanco con nueve arcos
que lo sostenían sobre el río Amstel. Luego pasaron frente al Munttoren, la torre del reloj.
Enseguida maniobraron en Muntplein, la plaza que albergaba un colorido mercado
nocturno; la plaza era una intersección bulliciosa de seis calles.
De ahí pasaron al Bloesem Park, el parque abastecido de bellísimos árboles de cerezo.
No podía faltar el Artis Class Haarlem, el zoológico donde Hinata acabó encantado con los
mapaches que recibieron sus migas de pan amablemente. Al final se detuvieron en
Muiderslot, un antiguo castillo restaurado con jardines en el que se tomaron diversas
fotografías como si al otro día el castillo se marchara o... ellos no volvieran.
Eran las nueve con cincuenta y dos minutos de la noche y decidieron volver en reversa
hasta el Mercado de Bloemen, el mercado de flores más famoso de Ámsterdam. Los
puestos del mercado se encontraban situados sobre barcazas atracadas a lo largo de las
orillas del canal Singel.
Yamaguchi se entretiene en cada puesto, y Hinata sólo puede pensar en la mirada triste
de su tutor mientras observa, en sus manos, el pañuelo de su pertenencia que no ha
devuelto.
一¿Esto está bien? 一 aquella cuestión no ha dejado de rondar su mente desde que empezó
el mes.
一¿Pensando en voz alta?
一¿Huh?
Tadashi sonríe. Lo conoce mejor que su propio padre.
一 Yams 一 lo llama por su diminutivo cuando necesita hablar, cuando sabe que su lengua
se va a soltar sin tapujos.
El aludido lo mira con ojos bien abiertos, han pasado meses desde que es llamado así por
su mejor amigo; ni siquiera Tsukishima puede hacerlo.
一¿Sí?
El pecoso se gira con un ramo de gladiolas en mano.
一¿Podemos hablar?
Yamaguchi no tiene razones para negarse.
一 Sí.
Nooch Asian Kitchen era un lugar atractivo y elegante, y por supuesto nada caritativo; las
baladas taciturnas acompañaban la cena que adornaba la mesa con una caja de rollos de
sushi, yaki ramen y langostinos tailandeses. Una maravilla que podían facilitarse al
término de cada mes. Pero la expresión achispada de Yamaguchi se convierte en
desconcierto y perplejidad, no es repulsión ni temor, es una confesión repentina que lo ha
tomado desprevenido.
一¿Lo dices en serio? 一 es totalmente inesperado para él.
一¿E-Está mal? 一 Hinata duda mientras sus temores se esparcen por sus extremidades
como raíces que lo ataran al suelo.
Yamaguchi exhaló un suspiro.
一¿Qué cosa? ¿Qué te atraen los hombres siendo un hombre?
Shoyo aparta la mirada, está avergonzado, aunque su mejor amigo no lo ha gritado a los
cuatro vientos.
一 Hinata 一 pronuncia su nombre con suavidad, pide su atención. Y por supuesto se la
otorga.
一¿Estás decepcionado de mí? 一 compungido, agacha la cabeza y estruja el pañuelo con
su mano derecha.
Tadashi hizo una pausa para procesar su pregunta.
一¿Cómo podría? 一 sonríe, dulce y en calma. Hinata levantó la cabeza y admira esa
expresión comprensiva que le dice que todo va a estar bien 一. Hinata, eres mi mejor
amigo, nada cambiará eso jamás. Ni tus decisiones, tus preferencias y mucho menos tu
orientación sexual. Te gusta un hombre y está bien, ¿me importa? ¡Por supuesto! Digo,
eres mi mejor amigo y te quiero 一 Hinata pestañeó para evitar las lágrimas 一. He estado
para ti en todo momento, he cuidado de ti, le hice frente a tus padres y míranos, ahora
estamos aquí, disfrutando de una cálida cena en otro continente. ¿Cómo podría
decepcionarme de la persona que me motiva?
Shoyo mordió su labio inferior, enterrando las uñas bajo la silla.
一 Pero me gusta un hombre..., y soy un hombre.
一¿Y qué? 一 el pecoso se encogió de hombros 一. No estás obligado a que las mujeres
sean lo único que te interese. Y quien trate de hacerte elegir, puede irse al demonio.
一 Yams 一 Hinata frunce sus labios y baja la mirada a su regazo, necesita desahogarse 一.
¿No soy raro, cierto? 一 el aludido está sobrecogido por mil emociones que le partían el
corazón cuando ve a su mejor amigo quebrarse ante él 一. Porque él de verdad me gusta.
Me... me gusta mucho aunque sé bien que quizá no tenga una oportunidad porque él es
un hombre adulto y yo..., yo solamente soy alguien con problemas. Además, él no parece
ser como yo, quiero decir, siempre está rodeado de mujeres hermosas que lo siguen y...
yo soy yo.
一 Y está bien ser tú 一 admitió con una amplia sonrisa. Luego carraspeó 一. Eres... un joven
apuesto, sí.
Hinata se sonrojó al instante.
一 Eres atractivo y, al menos a mí, me gusta tu cabello anaranjado. Puedo elogiarte, eso n-
no me resta mi heterosexualidad, aunque..., en algún momento creí que me había
enamorado de Tsukishima.
一¿Qué? ¿De Amargashima? ¿cómo es posible?
一 S-Sólo era apego emocional y fue durante la escuela elemental, nada formal.
Shoyo se cubrió la boca con ambas manos, creando un eco con sus risas.
一¿Eh? ¿De qué debemos reírnos? 一 inquirió Yamaguchi.
一 Sólo estoy feliz 一 dijo, teniendo las mejillas sonrosadas 一. Me alegra que me aceptes.
一 No es una decisión o un deber. Es mi sentir.
Dieron un adiós dramático a su sueldo cuando la cuenta llegó a su mesa.
一 Iré a pagar al mostrador 一 avisó el pecoso cerca de la barra de bebidas.
一 Bien, encenderé un cigarrillo afuera. Te espero 一 Hinata se dirigió a la salida.
一 De acuerdo pero no te alejes demasiado. ¡Hinata!
一 Ya oí.
Shoyo da varias caladas y libera el humo lentamente; sus mejillas y la punta de la nariz se
pintan carmesí cuando el viento le congela hasta los huesos. Se reprende en el interior de
su cabeza por no haber traído un abrigo más grueso, pero lo único que debe hacer es
esperar.
Yamaguchi tarda, quizá la fila es prolongada y Shoyo da vueltas de un lado al otro en el
parqueadero, impaciente; aún debe estudiar las notas que «Atsumu-san» le dejó
estipuladas.
«Atsumu-san.»
Sus ojos se agrandaron, sobrecogido, el cigarro cae de sus labios. Atsumu Miya está de
pie junto a su auto a varios y cercanos metros de distancia mientras habla animadamente
por el móvil; es diferente, lo nota desde lejos. Hinata aprieta el pañuelo en el interior del
bolsillo de su abrigo. Sus piernas se mueven por inercia, inadvertido entre la oscuridad
que alumbra un farol.
Estaba cerca, sintió un alivio repentino.
一¡Atsumu-san!
Su apuesto tutor se gira al escuchar su nombre, pero se desconcierta cuando un disparo
corta el aire y atraviesa el hombro de Shoyo.
Perturbado, Miya arroja el móvil al interior de su auto y acciona el arma que aguardaba
bajo su chaqueta. Dos disparos, dos cuerpos caen al igual que el de Shoyo, pero la lluvia
de acero hace que sea imposible acercarse a su cuerpo tendido a mitad del
estacionamiento.
一¡Shoyo-kun! 一 profiere su nombre con un grito lleno de ira.
Conmocionado y confundido, Hinata se esforzó para levantarse con el brazo
ensangrentado pero sus fuerzas se agotaron en un pestañeo. Repentinamente un auto los
intercepta, siguen disparando a Atsumu para cubrir la captura del menor. Miya preferiría
que lo apuñalaran a dejarlo ir pero es demasiado tarde.
Atsumu entra presuroso en su auto en cuanto se han ido.
一¡Kenma! ¡Kenma, ¿me escuchas?! 一 no tarda en arrancar con un sonoro derrape hacia
la carreta cuando enciende el intercomunicador de pantalla táctil.
一¿Señor? 一 una voz un tanto sosa responde a través de la línea.
一 Escucha, el sol se ha puesto. Repito, el sol se ha puesto.
Capítulo 3.
El origen de la fe ciega

El cuerpo de Hinata está sumergido en el agua tibia con fragancia de melocotones, limpia
y remueve impurezas con sus propias manos. Es delicado mientras pasa los dedos por su
rostro con la intención de lavar los lloros que hace poco le causaron. La luz de la lámpara
que cuelga en el techo ilumina el recinto, todo parece bañado en oro, pero no es más que
un fraude.
Hinata no necesita riquezas.
Hinata desea aquello que no puede comprarse.
—Astoria-san —Shoyo susurra su nombre porque los altos mandos no deben escuchar
sus conversaciones nocturnas.
La italiana cabecea del cansancio, sus ojos vuelven a abrirse en cuanto la voz del mellizo
se esparce por la habitación.
—¿Pasa algo, Sho-chan? ¿Qué necesitas? —Es atenta, y posee una preciosa sonrisa.
一 Quiero que Astoria-san sea paciente conmigo.
Astoria ladeó la cabeza, es confuso. Shoyo estiró el brazo y tomó la mano de la mucama;
el tamaño las diferencia, pero no la sensación frágil de sus pieles.
一¿Sho-chan?
一 Voy a crecer, seré fuerte y podré defenderte al igual que a mi hermana 一 Los ojos de
Astoria se humedecieron en segundos, escocían, ni siquiera pestañeando se libró del
hormigueo en las comisuras 一. Vendrás conmigo al Castillo de Cristal, ¿verdad? Mamá
decía que ahí el mal no puede alcanzarnos. Quiero ir contigo.
Astoria se tragó el nudo que se formó en su garganta y apretó la mano de Shoyo con
suavidad.
Sonrió entonces.
Era una promesa.
Diciembre de 2013
Hinata tiene la remembranza de haber amado a alguien hace tiempo, pero no logra
recordar a quien. No lo recuerda en absoluto. No hasta que ve a Astoria partir un jarrón de
porcelana en la cabeza del hombre que lo mantenía atado a una camilla como a un
conejillo de indias.
Es rabia.
La italiana de ojos esmeralda está rabiosa de ira por ver al niño que se robó su corazón
ser usado como una criatura sin voz. Hinata tiene doce años y en los últimos cuatro
meses fue un sujeto de prueba. Su menudo cuerpo se quebró y no paraba de temblar, los
espasmos se esparcen y le causan arritmia en el corazón. Llora, sin gimotear, las lágrimas
descienden sobre su piel que se ha tornado un poco violeta por la hinchazón.
Astoria se aparta cuando el cuerpo del hombre se desploma al suelo con la cabeza
astillada de vidriería.
一¡Shoyo! ¡Shoyo! 一 presurosa y entre lágrimas de desesperación removió las cintas que lo
mantenían sujeto e inmóvil 一. ¿Puedes escucharme, pequeño?
Hinata estira el brazo con lentitud y sus delgados dedos acarician la tersa piel de Astoria.
Está vivo, puede seguir. Respira, sus ojos aún no se velan. Resiste, se aferra a la vida
como un cachorro de caza a su presa.
一 Astoria-san 一 musitó, un breve aliento que apenas deja escapar el respirador que lleva
puesto 一, te amo.
Astoria no se deja llevar por los sentimientos que permitió que la ataran a Shoyo de una
manera antinatural. La mucama retiró cada tubo y sonda que entraban y salían de su
cuerpo malogrado; tenía hematomas en el pecho y hombros, el labio inferior roto y el lado
superior izquierdo de su frente sangraba.
Astoria lo envolvió con una manta y sujetados de las manos con sus falanges
entrelazadas, escaparon del laboratorio. Natsu esperaba en la habitación de enfrente,
pero antes debían rodear la estancia y el comedor. Fue un alivio cuando Shoyo colocó la
mano en el picaporte y lo hizo girar.
En ese momento un disparo surcó el aire, y uno tras otro acabaron perforando el cuerpo
de Astoria. Un fino reguero de sangre salió entre sus labios y cayó de rodillas al soltar la
mano de Shoyo.
Él sería el siguiente y su hermana la próxima; pero inesperadamente se oyó una ráfaga
de aire cuando Natsu se fue de espaldas al suelo al devolver el disparo justo entre los
ojos del guardia ruso.
A Shoyo le embargó el dolor. Se postró a un lado de su cuerpo y entrelazaron sus manos
una última vez.
一¡Astoria-san! 一 El llanto desesperado brotaba de sus ojos.
一 Lo siento, Sho-chan 一 Astoria soltó un grito ahogado por el esfuerzo que le costaba
hablar.
一¿Por qué? ¿Por qué te disculpas?
一 Ya no podré ir contigo al Castillo de Cristal 一 la joven tenía el rostro ceniciento. No le
quedaba mucho tiempo 一. Resulta que tendré que esperarte en el otro lado 一 sonrió, algo
débil y de nula esperanza 一, pero eso está bien. Eres muy joven, tienes una vida por
delante en cuanto salgas de aquí con Nat. Eres un niño tan bueno.
A los mellizos se les saltaban las lágrimas, amargas.
一 Yo te amo, Astoria-san 一 dijo Shoyo con ternura apretándole la mano.
一 Me hiciste feliz, Sho-chan 一 Astoria asintió débilmente 一. Y ahora podré reencontrarme
con mi madre y mis hermanas. Les contaré de ti, de ustedes. No importa que tan crueles
sean las circunstancias, nunca se dejen amedrentar, mis niños. Barran el polvo de la
nostalgia y úsenlo a su favor. Ahora tienen que irse...
一¡No, Astoria-san! ¡No podemos dejarte aquí! 一 protestó Natsu abrazando el arma.
一 Te llevaré a cuestas, Astoria-san.
一 No, está bien. Quiero esto 一 a los mellizos se les destrozó el corazón por completo 一. Ya
he vivido lo suficiente, estoy exhausta. Ahora corran, ellos no tardan en llegar y este lugar
será demolido. Aunque nadie me recuerde, deben ocultar todo rastro de que alguna vez
existí 一 el pecho de Astoria se contrae, duele, su piel parece alabastro.
一 Nosotros siempre te recordaremos.
一 Lo sé. Pero ya no hay más por hacer, Sho-chan. Huyan, llévate la medalla que Yakov te
dio.
一¿Para qué? ¡No la necesito!
一 Me tomé... Me tomé la libertad de buscarlo, esa medalla es tu boleto 一 Astoria tragó
saliva con esfuerzo.
一¿Buscarlo? ¿A quién?
Ambos mellizos prestaron atención.
一 Miya Kousei 一 susurró.
Shoyo quemó aquel nombre en su mente, no podía olvidar las últimas palabras de la
mujer que amo por primera vez como algo más allá de un afecto familiar.
A Shoyo se le hizo un nudo en la garganta, la italiana se había marchado de la faz
terrenal; apretó su mano tiernamente una última vez y se inclinó para besarle la frente.
Los mellizos estaban perdidos en otro continente, limitados a sobrevivir a la intemperie.
Shoyo corría semidesnudo con la manta sobre los hombros y Natsu aún cargaba con la
pesada arma a duras penas. A Shoyo le ardía la piel al contacto con la nieve, pero
continuaron hasta resguardarse bajo un puente, cerca de las cloacas.
El frío hacía temblar sus extremidades y los ruidos de la carretera saltan a sus corazones.
一 Los mataré a todos.
Shoyo se hizo un ovillo, se agarró los pies con las manos y comenzó a balancearse
adelante y atrás. La ira superó el dolor y recorrió sus venas. Su ceño se había fruncido,
mordiendo la medalla dorada mientras profería insultos confusos de escuchar.
一 Los mataré a todos. Bastardos. Los mataré a todos.
Octubre de 2020
Ámsterdam, Países Bajos
Atsumu Miya no es un hombre que se deje amedrentar, mucho menos si se trata de
recuperar algo tan valioso como el diamante rojo que Shoyo es.
一¡Kenma!
一 Puede arrojarlo ahora, señor.
Atsumu tensó la mandíbula cuando sacó la mitad del cuerpo por la ventanilla de su coche,
al mismo tiempo que continuaba maniobrando el volante cuando hizo retroceder el brazo
derecho y arrojó con toda su fuerza el localizador de protones a la carretera: el artefacto
cayó al suelo, separándose en múltiples partes magnéticas que se adhirieron a la
furgoneta.
一¿Lo tienes, Kenma? 一 preguntó Atsumu al volver dentro del auto.
一 Sí 一 El muchacho arrastró los dedos por el teclado y las pantallas frente a él le
mostraron el interior de su objetivo 一. Está un poco difuso pero puedo estabilizar la señal.
一¿Y en dónde demonios está Suna?
一 Rintarou-san salió de casa exactamente hace treinta y cuatro minutos con seis
segundos, señor.
一 Llama a ese idiota ahora. Puedo seguir a esos bastardos por tierra, pero necesito ojos
en el cielo, ¡ya!
一 Estoy en eso, capitán 一 otra voz se adjuntó a la llamada 一. Voy saliendo de nuestras
tierras, pero, ¿puedo preguntar a qué me aventuro esta vez y por qué cuando ha
oscurecido?
一 Tenemos en nuestro radar a Hinata Shoyo 一 Atsumu viró el volante con fuerza y derrapó
en el pavimento dejando marcas.
La furgoneta se esmeraba en tratar de perderlo.
一 Ah, el diamante rojo 一 dijo Suna poco interesado; aunque de antemano era consciente
del buen botín del que estaban hablando, no se trataba de su misión correspondiente 一.
Entonces, vamos a ello.
Shoyo respiró hondo. Sujetado a la camilla estaba empezando a sentir claustrofobia, le
faltaba el aire, tenía la sensación de que se le estaban taponando los orificios de la nariz y
la garganta y que iba a asfixiarse. Siempre le causaba el mismo efecto: el calor, la
respiración de su propio aliento que rebota contra el respirador artificial, la estrechez y la
opresión de las cintas de cuero contra su piel dañada.
Se siente pesado, cada vez más fatigoso, pero sus ojos bien abiertos irradian conmoción.
Es inhóspito, el horror que irrumpe su grácil cuerpo y lo estremece. Su mirada busca y
busca, observa en derredor: todo está oscuro, confuso, simplemente múltiples siluetas
que lo rodean se marcan gracias al contraste de la luz exterior.
Repentinamente una de las siluetas se mueve, pasando junto a él y colocando sus
gruesas y ásperas manos a los costados de su cabeza da leves masajes a los pómulos
del menor.
一 Capricho divino 一 le susurró el hombre al oído, mordaz. Una mezcla de tabaco y alcohol
barato escapaba de su boca 一. Nuestro precioso diamante rojo de nuevo en nuestras
manos, pero... en dónde está tu versión femenina, ¿eh? Seguro que ahora es todo menos
una niña.
Los nudillos de Shoyo se volvieron blancos de la fuerza que impuso.
Aquella voz la reconocía perfectamente porque la recordaba como si hubiera sido ayer.
Seguro su rostro estaba comenzando a arrugarse después de tanto tiempo, pero, de
todas formas. Tomeo nunca dejó de ser un hombre achacoso y feo: un japonés regordete
que disfrutaba violarlo en el jacuzzi de la habitación y que lo sometía como si se tratara de
una persona adulta cuando sólo tenía diez años de edad.
Es rabia. Shoyo forcejea contra las cintas que lo sujetan.
一 Es una pena que Astoria no esté más aquí para defenderlos 一 una provocación que
logró que el corazón de Shoyo bombeara la ira por sus venas; el arrebato y la melancolía
surgieron agresivamente 一, pero te contaré un secreto, pequeño diamante en bruto: la
perra no se fue de este mundo sin pagar cada una de las altanerías que me hizo.
Su piel se magulló por un momento contra las cintas al conseguir su libertad,
abalanzándose contra uno de sus captores. Shoyo lo golpeó en la barbilla, el resto
intentaba parar la fiera que por años estuvo cautiva. Forcejeaba, llorando sin gesticular
más que gruñidos mientras los gritos insultantes a su alrededor le traían recuerdos.
El traqueteo violento dentro de la furgoneta alertó a Kenma.
一 Señor, el diamante se encuentra en medio de una disputa física.
Atsumu chasqueó la lengua.
一¡Suna!
一 Estoy llegando.
一 Kenma, dime qué más ves 一 pidió Atsumu mientras viraba de un lado a otro el volante,
evitando entorpecer su marcha.
Shoyo cayó inconsciente, sangrando por la nariz.
一 Lo neutralizaron. Está herido.
Miya se quejó en silencio y pisó el acelerador con potencia.
一 Kozume, ¿qué es eso? 一 el joven de cabello negro tras él le señaló la pantalla.
Kenma se percató y ajustó el volumen y los audífonos en sus oídos. Con su panel de
control bajaba o subía la frecuencia para que la señal se volviera un poco más clara y
coherente; pero de manera casi inesperada, ya tenía en su mando la conversación.
一 Esto no es bueno. Planean sacarlo de la ciudad.
一 Te dije que fueras más precavido.
Atsumu reconoció la voz de su hermano.
一 Tardaste demasiado, maldito.
一 Señor, la situación se torna crítica 一 el aviso de Kenma acaparó la atención de los tres
oyentes en la línea 一. Hay un bote en el muelle cercano a la estación abandonada. Están
esperando el ingreso de la furgoneta para partir.
一 Se nota que no han perdido el tiempo 一 comentó Osamu 一. ¿Cuál es el plan?
一 El mismo que papá estructuró 一 se limitó a decir.
一 Bien, haz que se respete.
一 Lamento interrumpir pero... tienen compañía.
Los gemelos fijaron la vista en el espejo retrovisor: dos furgonetas del mismo modelo en
la que habían capturado a Shoyo, les seguía el paso.
一¡Samu!
一¡Ya vas!
Ambos giraron el volante en la dirección contraria para separarse. Osamu destruyó la
protección trasera y atravesó la planta inferior de distribución en la fábrica Heineken hasta
salir nuevamente a la avenida principal. Por desgracia, Atsumu se desvió por un callejón
hacia el casino Holland, del cual destruyó el anuncio que se encontraba en la acera
cercana.
Atsumu regresó a la calle principal, aunque desafortunadamente seguía demasiado
concurrida, evitó los autos en gran medida al esquivar y rebasarlos por el frente.
一 Señor, va a entrar en sentido contrario 一 señaló Kenma.
一 Ya es tarde.
Los autos que venían de frente le hicieron saber su desagrado al hacer sonar su bocina.
Dos de ellos se impactaron al intentar esquivar a Atsumu al mismo tiempo. Por detrás, el
transporte de una empresa viró el volante demasiado tarde y en su error golpeó tres autos
y derrapó hasta que el coche se volteó a media calle. Sin inmutarse, Atsumu entró en el
mercado de las flores, tumbando mayor parte de los puestos y haciendo correr a la gente
asustada.
一 No la estoy pasando bien, nada, nada bien 一 el comentario de Osamu hizo sonreír a su
novio, pero era verdad que el gemelo menor no se encontraba en una situación mejor.
一¿Sentido contrario?
Osamu chasqueó la lengua. Bajo el puente hizo lo posible por no estropear el acabado del
auto que estaba usando, ya que no era meramente de su propiedad; pero ni así pudo
evitar que, al salir a la siguiente avenida, tres coches chocaran en cadena y un cuarto
terminara volcado a medio centro histórico.
Izquierda, derecha, en zig zag, los gemelos controlaban el tránsito habitual.
一¡Suna, espera en la torre del reloj! 一 ordenó Atsumu.
一 Entendido.
Rintarou cargó su arma, un AK-47 que acomodó en el soporte a la espera de nuevas
órdenes. Pero su inexpresividad se vio afectada cuando, desde las alturas, detectó un
percance mayor.
一 Oigan, tienen a la policía pisándoles los talones.
Las sirenas podían ser escuchadas por la metrópoli entera.
一 Yo me encargo 一 dijo Kenma.
一 No quiero heridos 一 pidió Atsumu.
一 Haré lo que pueda.
El de cabellos teñidos desplegó en la pantalla principal un mapa de la ciudad, este se
iluminó con los colores azul, rojo y verde que señalaban desde avenidas, carreteras y
túneles.
Una de las patrullas se volcó cuando Kenma elevó una rampa a mitad de calle. Aquello lo
hizo sonreír levemente, su sistema funcionaba al cien por ciento, tal y como esperaba.
一 Osamu-san, tome una desviación en la siguiente calle.
El aludido se aferró al volante y pisó el freno, después el acelerador al hacer girar todo el
vehículo, soltando humo en el asfalto. La plaza encrucijada en seis calles a la redonda
debía ser atravesada. Kenma accionó con un clic las vallas metálicas que rodeaban la
plaza y las hizo bajar, pero Osamu sólo contaba con diez segundos.
Tres patrullas seguían a la furgoneta que iba persiguiendo a Osamu.
La valla metálica subía nuevamente. La gente corrió sin precaución para resguardarse y
Osamu pasó sobre la valla al raspar la base del auto mientras que la furgoneta se
estampó contra la misma y detrás, dos patrullas chocaron entre sí y la última se volcó
encima del resto.
一 Samu, ¿estás bien? 一 preguntó Atsumu.
一 De maravilla, pero hey, ¿dónde mierda está el verdadero objetivo?
一 Tengo una idea.
一 Más vale que sea buena.
Atsumu miró hacia atrás: los disparos surgieron. Quien sea que viniera en la furgoneta
que lo perseguía, su trabajo era no dejarlo vivo.
一¿Atsumu?
一¿Señor?
一 Kenma, oblígalos a regresar 一 en su boca se formó una sonrisa socarrona 一. Escucha,
procura que se desvíen hacia el distrito de los museos y lleguen al túnel ocho de la
estación abandonada, pero que sea en el mismo camino en el que yo pueda
interceptarlos. Llevaré a estos bastardos hacia Suna, ¿entendido?
一 Lo tengo.
一¿Eres idiota? 一 Osamu replicó. Estaba en desacuerdo 一. Harás que te maten.
一 Suna, voy hacia a ti, ¿estás listo?
一 Tú y tu estúpida fe ciega, no cambias 一 repuso Rintarou, posicionando el arma.
Entrecerró el ojo derecho y el izquierdo fue directo al lente.
Kenma esperaba el momento adecuado. En un abrir y cerrar de ojos, todo cambió. Con
un nuevo clic, elevó varias rampas y cerró calles con paneles que desmontó del suelo. La
furgoneta perdió el control, se golpeó múltiples veces contra los muros y tres ventanillas
se quebraron.
Fue en tiempo récord. La furgoneta salió una calle antes y ya era seguida por Atsumu.
一¡Suna!
Rintarou disparó, atravesando la estructura del vehículo en movimiento y después la
cabeza del conductor.
一 Señor, tengo a Tomeo en la línea.
Atsumu tensó la mandíbula.
一 Suna, no falles.
一 No estés jodiendo.
Rintarou se movió al siguiente edificio.
Atsumu pisó el acelerador y golpeó a la furgoneta por detrás.
一¡Atsumu! 一 su hermano no quería que continuara.
El aludido lo hizo tres veces más, y finalmente, volcó el vehículo blindado.
Se detuvo enseguida, con arma en mano se acercó, aunque sabía que alguien lo cubría.
Había demasiado silencio y sin señales de movimiento. Las calles estaban parcialmente
oscuras gracias a los faroles en las esquinas y debido a los accidentes recientes, la
avenida ya era poco concurrida. Cargó el arma lo más silencioso posible, y de la
penumbra, el peligro emergió.
一¡No te muevas! 一 gritaron por un costado de la furgoneta 一. ¡Ni un paso! 一 El hombre
regordete le apuntaba con el arma, y además de tener el costado superior derecho de la
frente ensangrentado, llevaba a Shoyo como rehén 一. Si muero, él también lo hará.
Atsumu se intranquiliza. Shoyo sangra del hombro todavía, se ve más pálido, un poco
más débil y tiene encintada la boca y las manos atadas.
一 Suéltalo 一 ordenó Atsumu, sin moverse de lugar.
一 Suelta el arma primero 一 dijo Tomeo.
Atsumu tragó saliva y fue agachándose hasta que la punta del arma tocó el suelo.
一¿Unas últimas pa-…?
Una bala allanó la frente de Tomeo. El hombre se desplomó al suelo con un golpe seco.
一¡Shoyo-kun! 一 Al erguirse, Atsumu corrió a socorrerlo 一. Vamos, vamos, resiste.
Aseguró las puertas del auto en cuanto subieron. Enseguida removió la cinta de la boca y
desató sus manos. Shoyo ni siquiera podía levantar bien la cabeza, contenía sus jadeos
con los ojos cerrados y apretados; de su nariz descendía un fino hilo de sangre, la venda
en su brazo estaba completamente húmeda.
一 Hey, Shoyo-kun. No duermas, mírame, no duermas, no te quedes dormido 一 pedía
Atsumu mientras abrochaba el cinturón de seguridad 一. Estarás bien, no duermas.
Aguanta un poco más.
Shoyo abrió la boca, quería hablar, disculparse, decir algo, lo que fuera; pero dolía. Dolía
demasiado, sentía la garganta hinchada y los párpados le pesaban.
一¿Qué pasa? ¿Qué tienes? 一 el mayor le sostuvo la cabeza y la levantó levemente,
dándose cuenta de las marcas que adornaban el cuello del más bajo. Habían intentado
estrangularlo.
Atsumu exhaló. Por poco. Por poco no volvía a llegar a tiempo.
一 At-
Enseguida se giró a la ofensiva con su arma en mano. Suna alzó las manos después de
cerrar la puerta.
一 Casi te hago una perforación en la frente, idiota.
一 Sí, no se me vería nada bien, prefiero una en la ceja.
Atsumu puso los ojos en blanco, aunque le agradaba, hasta cierto punto, el humor negro
que en ocasiones menos peligrosas su hermano empleaba.
一¿Estás bien? 一 preguntó Rintarou.
一 Sí, ¿qué hay de ti? 一 le miró por encima del hombro.
一 De hecho le hablaba a él.
Shoyo continuaba intentando respirar por la boca.
一 Es grave 一 respondió el mayor, colocando la mano en la palanca de cambios, pero su
mirada se desvió hacia Shoyo en el asiento del copiloto.
一 Sí 一 Rintarou hizo una mueca 一, no se ve nada bien.
一 Señor, ¿puede oírme? 一 habló Kenma a través del intercomunicador.
一 Fuerte y claro.
一 Pueden regresar ahora, pero le aconsejo que tome la ruta a espaldas del Museo Van
Gogh 一 Rintarou y Atsumu se miraron entre sí, extrañados 一. Acaban de abrir una
investigación por lo recién ocurrido, tienen acordonada la plaza y han capturado muestras
de las furgonetas sospechosas.
一¿Qué? ¿La policía quiere meter sus narices ahora? 一 para Rintarou era ridículo.
一 Desconocen con lo que podrían lidiar 一 Miya se encogió de hombros 一. Bien, ¿qué hay
de mi hermano? ¿Dónde está?
一 Tiene nueve minutos con treinta y dos segundos que arribó a la residencia, señor.
一 Bien. Y, ¿Kenma?
一¿Sí?
一 Muchas gracias 一 en Shoyo se posó la mirada consternada de Atsumu 一, de nuevo.
一 Para servirle, señor.
Marzo de 2000
Oakland, California
En una granja al oeste de Oakland, Atsumu corría por el campo inundado de luz
primaveral sin ningún propósito en particular; corría descalzo y en contra del viento que
soplaba en sus cabellos y traía del mar hasta él un ligero olor salobre. Era un niño
revoltoso de seis años y se desfogaba disfrutando del sol, el cielo y la tierra fresca bajo
sus pies.
Boonie, un perro collie, corría a su lado controlando el paso para no superar a su amo y
para no perderle. Ladraba de vez en cuando como si quisiera llamar su atención y el niño
volvía la cabeza hacía él sonriendo, pero sin pararse.
Era uno de aquellos momentos en los que su alma se liberaba, en los que volaba como
un pájaro o galopaba como un caballo de batalla. Un día en particular en que, saltando
sobre hileras de plantas de maíz cosechadas, pensó que podía ser el próximo presidente
de Japón o el primer hombre en la Luna. Estaba seguro que su gemelo tenía ambiciones
similares: ser estrella deportiva, actor, bailarín, millonario o un superhéroe.
一¡Tsumu, la comida está servida! 一 su madre lo llama desde el umbral, y aunque no
obtiene respuesta inmediata, sonríe. No podría desconocer a sus gemelos, incluso si
quisiera.
Boonie delata su escondite, detrás de los bloques de heno cerca del potrero.
一¿Tsumu, estás por aquí?
一¡Boo! 一 El pequeño salta con sus manos hechas garras, tiene la cara sucia y el cabello
alborotado.
一¡Oh, cielos, qué susto! 一 expresa su madre con una mano en el pecho, lo cual, hace reír
a su pequeño 一. Pero qué niño tan apuesto me he encontrado 一 Amélie lo toma entre sus
brazos para volver a la casa, seguidos por la mascota de la granja 一. Mírate, te has
ensuciado de nuevo. Tendrás que bañarte antes.
Atsumu asiente con la cabeza varias veces, inmerso en saborear la manzana roja que
tiene en las manos. Amélie enarcó una ceja y volteó hacia atrás: el manzano tenía una
rama rota. Sonríe otra vez. Sabe que Atsumu no se deja amedrentar por retos, incluso
propios.
一 Mamá.
一¿Sí?
一¿Samu volverá pronto? 一 preguntó haciendo un pequeño puchero 一. Es que... lo extraño.
一 Yo sé 一 Amélie bajó la cabeza 一, lo extraño también. Pero tu padre sabe lo que hace.
Sólo él conoce lo que será mejor para ustedes.
一 También extraño a papá 一 susurra como un secreto, buscando el calor maternal con un
abrazo. Atsumu observa lo que hay a espaldas de ellos: un atardecer en el prado, y
Boonie dando saltos para intentar capturar su manzana 一. Quiero jugar béisbol con él, y
con Samu.
Amélie acaricia la espalda de su hijo, brindando consuelo.
一 En el verano ambos estarán aquí. Sé paciente, mi niño.
«Paciencia, sí.»
Atsumu se queda dormido en los brazos de su madre después de comer, en el jardín,
sobre el columpio que aún abalanza Amélie con el pie. Atsumu tiene una visión ideal de lo
que podría ser y de lo que podría tener. Cuando era niño, el ideal que tenía era colosal.
Aún soñaba en convertirse en superhéroe como los que acostumbraba admirar gracias a
los cómics que su padre les obsequiaba a él y a su hermano en su cumpleaños.
Porque siempre le hicieron creer que existía la grandeza en todos. Lo ha visto y lo sabe.
Su padre le cuenta cómo compañías enteras de computación nacen en garajes. O la
forma en que miles de niños han sido rescatados de la enfermedad y el hambre, y hay
individuos anónimos que dan una vida digna a los ancianos en los asilos.
一¿Son héroes? ¿Puedo ser uno? 一 pregunta Atsumu, apuntando a sí mismo.
一¿Y yo? ¿Yo también? 一 Osamu le hace segunda al levantar la mano.
一 Ser un héroe está en todos nosotros 一 su padre se acomoda en cuclillas delante de
ellos, los gemelos tienen ojos relucientes 一, y será nuestra voz la que determine si
debemos manifestarlo o no. Reconocerán esa grandeza en ustedes, como yo, quizá
tengan una voz persistente.
Pero al crecer, ese ideal se fue desdibujando conforme las experiencias, frustraciones y
realidades se empezaron a entrometer en sus sueños. Pronto se programan para
conformarse y contentarse con momentos esporádicos de felicidad.
Octubre de 2020
Ámsterdam, Países Bajos
Shoyo frunció el entrecejo antes de abrir los ojos. Contracciones musculares se
apoderaron de su cuerpo tumbado en la camilla y su boca tenía un extraño sabor a hierro,
a sangre. ¿Sangre de dónde? La punta de la lengua delineó sus labios y en el camino
encontró una abertura, un pequeño desgarre en su labio inferior.
Respiró hondo y entre pestañeos, su vista se esclareció.
Al erguirse notó que estaba semidesnudo y que su torso había sido vendado, al igual que
su cuello y el hombro derecho que aún daba punzadas. No podía moverlo como era
habitual, pero ya no percibía la misma tensión en el músculo. Se sentía abrumado, pero
con fuerzas suficientes para levantarse. Lo hizo, se puso de pie, y estaba descalzo; el
suelo helado le erizó la piel y se dio cuenta que los pantalones holgados que llevaba no
eran de su pertenencia.
Había un mundo nuevo ahí, en dónde sea que se encontrara en ese instante. Parecía un
laboratorio, pero no le traía recuerdos desagradables porque este era diferente, en todo y
a la vez en nada. A primera vista es lujoso y moderno, aunque igual de inquietante que un
hospital común.
Shoyo se apoyó en la pared como si se sintiera desfallecer y escuchó su paso pesado
retumbar en el corredor y perderse en el fondo. La puerta estaba abierta y el pasillo
oscuro; se miraba como el vacío, como si al avanzar lo único que encontraría fuera un
abismo o el mismísimo infierno y el pensamiento le aterró tanto que lo obligó a retroceder.
Volvió a la camilla y esperó. Esperó varios minutos, en silencio, jugando con sus dedos y
observando que algunas de sus uñas estaban rotas y mugrientas. Le recordaba su niñez,
cuando ensuciarse de pies a cabeza junto a Natsu era la mayor preocupación que su
madre podría tener en el día; eso y esperar tener dinero para comer cuando la noche
llegara.
De vez en cuando se pone a pensar que jamás le hubiese importado vivir en esas
condiciones toda su vida, que todo lo material que no tuvieran, era recompensado con el
amor de su madre y la compañía incondicional de su hermana melliza.
Que esas noches en las que se iban a la cama con el estómago medio vacío, podían
parecerle indiferentes a la mañana siguiente con tan sólo entrelazar las manos con las
personas que amaba y sentirse seguro, ahí, mirando un partido de béisbol por el hueco
podrido de un muro o jugar a defender a su hermana de las cucarachas que salían del
armario de su hogar.
Sonríe, abnegado pero sonríe.
Aquellos recuerdos continúan siendo especialmente claros. Las rabietas de Natsu, las
canciones que su madre cantaba para dormirlos, incluso jugar con perros callejeros no
parecía tan malo.
一 Oh.
Esa expresión le perturbó el momento, e inmediatamente alzó la mirada.
一 Creí que la anestesia tardaría un poco más en disolverse 一 El moreno se encogió de
hombros dando un vistazo fugaz a Shoyo, pasando de largo directo a examinar los
monitores. Llevaba una bata blanca y debajo un conjunto de camisa y pantalón azul
turquesa; también sostenía una tabla con papeleo 一, ya veo, error de cálculos.
Le sonrió, amable. El hombre poseía facciones felinas, era extraño pero asombroso a la
vez.
一¿Cómo te sientes? 一 preguntó al regresar frente a él.
Shoyo abrió la boca para responder; sin embargo, sentía que debía esforzarse para que
su voz saliera. Enseguida se llevó una mano al cuello.
一 Está bien, calma 一 dijo el hombre, agarrando de la mano a Shoyo 一. No desesperes ni
sobre esfuerces las cosas, está algo inflamado todavía 一 explicaba señalando su propia
garganta 一. Trataron de estrangularte, no es para menos.
Shoyo bajó la mirada a su regazo, apretando los labios.
一 Tienes que descansar, quizá para mañana tu voz se haya recuperado parcialmente.
El menor tragó saliva; aún presidía desconfianza.
一¿En dónde estoy? 一 hablando en voz baja no dolía tanto 一. ¿Es un hospital?
一 No, no es nada parecido 一 el moreno negó con la cabeza y una sonrisa ligera 一. Pero sí
soy médico de esta unidad particular. Mi nombre es Kuroo Tetsurou.
一 U-Un gusto 一 extendió la mano y fue estrechada por el médico.
一 El gusto es mío 一 dijo al darle la espalda para tomar un lapicero del escritorio al otro
lado de la habitación 一. ¿Qué edad tienes?
Escuchó hacer click al bolígrafo.
一 Diecinueve años.
Kuroo anotó.
一¿Alergias?
Shoyo negó con la cabeza dos veces.
一 Muy bien, era lo único que me faltaba.
一¿Qué me pasó?
El médico le miró un poco extrañado.
一¿No lo recuerdas?
一¿Me dispararon?
一 Así es 一 nuevamente se acercó a los monitores, donde se revelaban radiografías 一.
¿Puedes ver aquí? 一 Kuroo señalaba con el dedo índice en la pantalla 一. El disparo no te
atravesó completamente el hombro porque se atascó entre el deltoides y el pectoral
mayor. Extirpé la bala hace unas horas, está por allá.
Shoyo giró la cabeza, a sus espaldas se encontraba sobre una pequeña mesa un trasto
metálico en el que podía ver a lo lejos la pieza de cobre, aún con un poco de sangre.
一¿Cómo lo sientes? ¿Puedes moverlo?
一 Todavía se siente algo tenso...
一 Un poco de terapia física ayudará, y no tendrás problemas futuros 一 guiñó el ojo
derecho, y así se acercó a la gaveta donde sacó un estetoscopio 一. Ahora déjame
revisarte una última vez.
Kuroo se acomodó las olivas en los oídos y la membrana en el pecho de Shoyo. Este
último se estremeció al contacto tan frío del instrumento en su piel.
一 Respira hondo, suave 一 el pecho del menor subió 一. Exhala, lento 一 y lo hizo.
一¿Todo bien por aquí?
Aquella pregunta lo sobresaltó y le hizo dar un respingo. Desde la oscuridad que emergía
del pasillo hace tan solo unos instantes atrás, Miya Atsumu apareció, tranquilo y
espontáneo. Caminó hacia ambos sin prisas, como si llegara del trabajo un día cualquiera.
一¡Miya-san! 一 gritar su nombre no fue una buena idea. Shoyo sintió una especie de
punzada en la garganta y su mano se cerró alrededor de su cuello con un gemido de
dolor.
一¿Cómo está? 一 preguntó Miya a Kuroo luego de posar la mano en el hombro de Shoyo.
一 Estable 一 el moreno se cruzó de brazos 一, pero necesita descansar, dormir, en otras
palabras. Esas manchas bajo tus ojos no indican nada bueno.
El muchacho las cubrió al instante con los dedos.
一 Le suministraré vitaminas 一 decidió Kuroo.
一¿Vi-Vitaminas?
一 Estás bajo de peso, y estoy seguro que esa no es la coloración que tu piel debería tener
一 el médico se alejó de nuevo y de otra gaveta sustrajo una caja 一. Por ahora sólo come
de estas, son para aliviar la inflamación, masticables y de miel. ¿Te gusta la miel?
一 No me desagrada 一 dijo Shoyo con un hilo de voz.
一 Perfecto, entonces está hecho. Ah, por cierto 一 regresó Kuroo 一. Prometo que su
expediente estará mañana en la base de datos, el escrito ya está en el archivero.
«¿Expediente? ¿Base de datos?»
Atsumu lo esperaba con la mano extendida.
一 Shoyo-kun, hay que subir 一 dijo y no desesperó, su mano continuó ahí, hasta que el
menor colocó la suya encima y la cerró alrededor sin entrelazar los dedos 一. ¿Puedes
ponerte de pie sin problemas?
Shoyo asintió con la cabeza, avergonzado y quizá sonrojado hasta la punta de las orejas.
De no ser porque llevaba el cabello más largo y desordenado, esa reacción lo habría
dejado expuesto. Aquellas emociones estaban fuera de su límite y la moral con la que
empezó a ser criado hasta hace apenas unos años se deconstruía. Pero ese cosquilleo
era completamente inusual. De repente sintió la mano de su tutor sujetarle por la cintura;
era como si Miya conociera sus puntos débiles, cada vez más exactos, cada vez más
cerca.
Un contacto íntimo con el que se siente seguro.
Shoyo está inmerso en esa cercanía. Su tutor parece preocupado, lo ve en su mirada,
algo que últimamente se ha vuelto muy propio de él es la forma en que lo ve:
consternado, esa es la palabra correcta. Shoyo discierne la pena que los ojos de Miya
reflejan. Pero ¿por qué? ¿Cuál es el motivo o la razón de esa pena? ¿Por qué cuando lo
mira sólo encuentra tristeza?
Dos puertas de cristal se abren frente a ambos y se encuentra otro pasillo, más amplio e
iluminado. Shoyo se percata que han atravesado aquel corredor oscuro al que temía hace
apenas unos minutos. Se relajó un poco y miró a su alrededor con asombro mientras era
guiado por su tutor. El suelo era de mármol, las paredes de color azul petróleo y en las
esquinas, tanto inferiores como superiores, habían piezas blancas de adorno que le
daban un aire elegante a la construcción.
Al salir del pasillo, Shoyo no puede ver más allá de lo que su cuello se estira para mirar
por encima del hombro de «Atsumu-san», pero logra divisar lo que deberían ser las
puertas de entrada y la esquina de un mueble, probablemente la estancia principal o el
vestíbulo. También hay un candelabro de cristal que cuelga del techo con luz eléctrica, y
más allá se impone un arco estucado que está adherido a la pared, sirviendo como la
entrada a otra estancia. Shoyo alcanza a apreciar el respaldo de una silla, se trata del
comedor.
Pasos adelante encuentran la escalinata al piso superior, son grandes y parecen infinitas,
en un punto cúspide se parten en dos y conducen a caminos diferentes. La barandilla de
la que se sujeta para comenzar a subir no es de maderamen o hierro soldado, se trata de
piedra esculpida con decoro. Es como un palacio, Shoyo se asombra por el gusto
exquisito que deja ver quién sea que haya mandado a construir la residencia, no porque
nunca haya visto algo igual.
Siente una arcada y su quijada arder.
Son recuerdos, ya no quiere ver una tina aparentemente bañada en oro.
Miya lo guía por la derecha. Otro pasillo, este conducía a las habitaciones. Varias puertas
cerradas a ambos lados y se detuvieron frente a la tercera antes del final. Para abrir la
puerta tuvo que soltar su mano, pero le dio un empujoncito con la que seguía posada en
su cintura. Las mejillas de Shoyo continuaron ardiendo, quería ocultar la cara en la
almohada cuanto antes.
一¿Querrás ducharte? 一 le preguntó Atsumu, dejando que se sentara al pie de la cama.
一 Está fresco aquí 一 se encogió de hombros al responder, evitando el contacto visual 一.
Podré dormir bien, Miya-san.
一 Entonces ponte esto 一 dejó sobre el regazo del menor un conjunto de pijama azul
celeste y regresó a recargarse en la cajonera 一. Dormirás cómodo.
一 Gracias 一 asintió Shoyo al tomar la ropa, luego giró la cabeza en varias direcciones,
buscando algo con exactitud 一. Eh, ¿Miya-san? ¿Cree que sea posible permitirme hacer
una llamada a un amigo?
一¿Un amigo?
一 Sí, su nombre es Yamaguchi Tadashi, sólo quiero avisarle que estoy-
一 Hablaremos de eso mañana 一 lo obligó a callar de un tajo. Miya se alejó hasta rodear el
pomo de la puerta con la mano, lo hizo girar y salió de la habitación suspirando 一. Shoyo-
kun.
Se asomó y desde la puerta agregó:
一 Duerme.
Shoyo bajó la mirada.
一 Sí..., lo haré.
Desconoce cuánto tiempo pasó observando el techo entre la oscuridad. La luz de la luna
iluminaba una parte del suelo gracias a las cortinas delgadas; y a esa hora, las lágrimas
que derramó se habían secado en su rostro dejando marcas. Se hizo un ovillo al poco
tiempo, abrazando una almohada mientras se cubría hasta la mitad de la cabeza con la
colcha.
Durmió bien pero no soñó.
Yamaguchi movía las piernas por reflejo de ansiedad. Sus manos sudorosas no dejaban
de frotarse una con la otra y sus ojos se fijaron en la pantalla del móvil. No dejaba pasar
un segundo sin mirar la hora. Sabía que debía pasar al menos setenta y dos horas para
reportar a una persona como desaparecida. Pero ¿de qué forma que no fuera egoísta
dejaría pasar tres días sin saber el paradero de su mejor amigo?
Tadashi puede oír como la señorita frente al escritorio del otro lado de la oficina teclea
rápido los datos que ha dado sobre su amigo, y sólo puede cubrirse la cara con las manos
para evitar que sus sollozos puedan ser escuchados por los demás. No encuentra
patético secarse internamente por alguien que le entregó parte de su vida y tiempo.
Años atrás no entendía los motivos por los que su mejor amigo le confesaba que a veces
sentía como si su imaginación fuera un dominó incontrolable que pierde de repente el
equilibrio. Tadashi creía que estaba volviéndose loco, que existía algo inevitablemente
fuerte y mordaz que le hacían desquiciarse consigo mismo. Tal y como el día en que se
conocieron.
一¿Cómo dice? 一 a Tadashi le temblaba la voz, y sus ojos iban y venían del oficial al
agente encargado del caso y a la secretaria, como si estuvieran fuera de órbita.
一 Es parte de la investigación que se acaba de abrir, así que la carpeta seguirá abierta 一
le aclara el agente; un hombretón de voz muy grave, manos de labriego y cabello rojizo,
pero su cara dice que está agotado, muy agotado 一. De todas formas ya se elaboró un
expediente de su amigo, y los oficiales colocarán afiches por las zonas de multitudes.
一¿Qué investigación? ¿Qué expediente?
Estaba desesperado. Ahora entendía en carne propia lo que era perder el equilibrio
mental.
一 Bueno...
Los presentes se miraron entre sí, teniendo empatía necesaria por el pecoso.
一 Hay testigos. Una mujer dijo que vio a un joven con las mismas características subir a
una furgoneta.
一¿Está diciendo que él huyó? 一 interrogó apretando los puños.
一 No. No fue por voluntad propia. Es más probable que haya sido secuestrado.
Yamaguchi se desliza por la puerta al suelo después de cerrarla, abraza sus piernas y la
frente se recarga en las rodillas, su cuerpo se estremecía por los sollozos, y sus
temblores se intensificaban con cada lágrima derramada; probablemente percibía una
necesidad chocante de gritar y salir corriendo para no volver hasta encontrar a Shoyo.
Pero pasaban de las tres de la madrugada y se sentía desecho. Jamás había llorado tanto
por alguien, por alguien que antes de volverse su mejor amigo era un extraño más del
planeta tierra.
¿A todos les pasa, no? Alguna vez en su vida llegan a enfrentar ese extraño desconsuelo.
Y no es para menos ese momento, esa sensación de abandono y soledad. El
apartamento está especialmente vacío, a oscuras. Si hubiese regresado con Shoyo,
seguro seguirían sin ir a la cama porque han decidido olvidarse de las responsabilidades
que les esperan al día siguiente sólo por quedarse a maratonear Friends o The Fresh
Prince of Belair.
Shoyo adoraba las series noventeras, y qué decir de la música. Se había vuelto
caprichoso, coleccionando vinilos y haciéndose de cosas que siempre llamaron su
atención pero que nunca había podido tener. Tadashi recuerda que en la escuela media
disfrutaba escuchar música y divagar con un walkman que compró en una subasta por
internet. Shoyo leía, comía e incluso dormía con los auriculares puestos, era algo que lo
mantenía tranquilo y a flote con la sociedad. A Tadashi no le molestaba en lo más mínimo
porque conocía sus buenos ratos.
Como a principios de las primaveras en Aichi, tras el primer deshielo, se dirigían a las
cascadas donde había una escalera para peces y servían como voluntarios para registrar
el regreso del salmón a la cuenca del río. Los distraía por horas, en las que observaban
los infinitos litros de agua fluir por la presa y ver a los peces remontar de vez en cuando la
corriente.
一 Admiro a los peces 一 dijo Shoyo en una de aquellas primaveras, con la vista fija en el
caudal mientras sus brazos se apoyaban en la barandilla 一. Comprendo lo que significa
ser empujado por fuerzas que los demás no pueden sentir.
Yamaguchi no comprendía la profundidad de sus palabras, y recurría a Tsukishima por
algún consejo; sin embargo sus respuestas eran cortas y eventualmente la misma:
«Quizá esté volviéndose loco y ni siquiera él lo sabe.»
«¿Eres estúpido?» Solía decirle Hinata; y lo era, porque para los ojos de Tsukishima Kei
no existía otra cosa más que la lógica de cómo el mundo no gira alrededor de uno.
Aquello le provocaba rachas de ira, eso mismo fue el causante de no volver a ver su
walkman: lo arrojó por las escaleras y después fue a ocultarse a los sanitarios del
instituto. Shoyo pedía ayuda a gritos y no había nadie que se percatara, ni siquiera
Yamaguchi.
一 Son peces psicóticos 一 dijo sonriendo, despreocupado.
Ahora lo entiende.
Tadashi se incorpora de golpe cuando el tono de llamada de su móvil arremete cerca de
su oído. En la pantalla se ilumina el nombre de «Tsukki».
一¿Sí? 一 responde a la llamada.
一¿Lo encontraste?
Yamaguchi suspira y frota su entrecejo, su cabeza duele, tal vez sea una jaqueca lo que
se aproxima. Dentro de unas horas tiene clases y exámenes finales la siguiente semana.
Se debate en sí aún debe caminar hasta su cama o prefiere arrastrarse. Se ha quedado
dormido en el suelo y su pierna izquierda se entumeció un poco.
Continúa pensando hasta que Tsukishima eleva el volumen de su voz.
一¡Yamaguchi! ¿Lo encontraste?
El aludido da un respingo.
一 No 一 con desasosiego, finalmente responde.
一¿Qué te ha dicho la policía? ¿Lo buscarán? ¿Por dónde empezarán? ¿Hay testigos?
Yama-
一¡Lo secuestraron! ¿De acuerdo, Tsukki? ¡Secuestraron a Hinata! 一 gritó desde el fondo
golpeando el suelo, dejando que la ira se abriera paso y lo controlara 一. ¡Pero seguro eso
te alegra! ¿No es así? ¡Te alegra porque todo el tiempo estabas deseando no verlo más y
ahora ya no está! ¡No sé a donde se lo llevaron! ¡No sé quién se lo llevó! ¡Ni tampoco sé
si me lo van a regresar! ¡Hinata me necesita y yo lo necesito y no sé dónde está! ¡Me
quitaron a Hinata y no sé qué hacer!
Tsukishima mordió su labio inferior. Una parte de él se sentía dolido e indignado, la otra...
no podía descifrarla.
一 Debes hablar con sus padres.
一 No puedo hacer eso.
一¿Qué? ¿Cómo carajos dices eso? ¡Son sus padres! ¡Ellos deben buscarlo, ellos deben
ver por él!
一 No lo harán.
一¿¡Cómo estás tan seguro!?
一 Porque ellos mismos fueron los que lo echaron de casa.
Shoyo se volvió extrañamente sensible al ruido. Y el mundo se había convertido en un
lugar muy ruidoso. No tenía ni la menor idea de la hora que era, pero lo que sus ojos
veían lo tomó por sorpresa: Miya estaba ajustando el nudo de su corbata frente al espejo
de cuerpo entero en la pared izquierda de la habitación.
一 Miya-san.
El aludido se giró enseguida. Y entonces, sonrió.
一¿Qué tal? ¿Dormiste cómodo, Shoyo-kun?
Shoyo asintió con la cabeza.
一¿Qué hora es? 一 preguntó y se volvió hacia la ventana como si quisiera evitar su mirada
一. No puedo distinguirlo cuando no sale el sol.
一 Cerca del mediodía. Ahora de pie 一 Miya extendió ambas manos para ayudarle a
levantarse.
Shoyo se sonrojó.
一 He dormido más de la cuenta 一 dijo para evitar sólo mantener el pensamiento del
contacto con sus manos, aunque nunca las entrelazan, se cerraban con solidez alrededor
de la una con la otra.
一 Quizá todo lo que necesitabas 一 Miya volvió a posar su mano en la cintura del más bajo,
pero ambos miraban hacia los pies mientras Shoyo se colocaba las pantuflas 一. O quizás
no ha sido lo suficiente. ¿Te sientes descansado?
一 Sí, un poco.
一 Bien, pero te has perdido el desayuno familiar.
«¿Familiar?»
一 Descuida, el resto de las comidas también son así.
一 Ya veo.
Shoyo sintió que el camino del segundo piso a la intersección de los pasillos en la primera
planta fue más tedioso que el del día de ayer; sin embargo se trataba de la misma
distancia. Tal vez sólo eran los pensamientos ilógicos que le dejaban no comer a su
debida hora. Pero no lo considera un acierto.
一 Me ausentaré por unas horas 一 comentó Miya al tomar un paraguas de un cesto tejido a
un costado de la puerta 一. Volveré antes de que anochezca y podremos hablar
tranquilamente, Shoyo-kun. Ah, no olvides que debes ir con Kuroo de nuevo.
Shoyo estaba inquieto, su tic del dedo índice había vuelto y trataba de ocultarlo bajo la
ropa.
一¿Dónde está ahora?
一 Fuera de casa, supongo que estará aquí antes de la hora de la comida. No te
impacientes mucho 一 aclaró abriendo la puerta y después el paraguas.
一¿Qué debo hacer mientras no esté?
一 Lo lógico, esperarlo.
一 No, me refiero a usted.
A Miya lo invade la calma como hace siete años, como si fuera, de nuevo, la primera vez
que lo ve y en sus ojos puede discernirse el reflejo del muchacho sentado en uno de los
sofás del vestíbulo. Su menudo cuerpo se pierde entre las anchas ropas que le dio, sus
ojos cristalizan con debilidad y esa expresión muy suya advierte el desconsuelo; un
recuerdo que duele y arde en la profundidad de su pecho. Era algo que no quería ver
jamás pero, de nuevo, lo tenía enfrente.
Sólo le queda endurecer la mandíbula y tragarse el nudo que en segundos se formó en su
garganta.
一 Lo mismo 一 dijo con tono afable 一, esta es tu casa ahora. Puedes no hacer nada o dar
vueltas por las habitaciones, pero no debes salir de esta edificación. Es mi única regla.
一¿No debo salir? ¿Por qué?
Atsumu abrió la boca para responder, y su móvil sonó. De inmediato contestó.
一 Sí, voy hacia allá. Estoy tomando el avión justo ahora. No desesperes, lo arreglaremos.
Sí, lo haré. Sí, nos vemos pronto 一 colgó y atravesó el umbral 一. Hasta entonces, Shoyo-
kun.
一 Espera, Mi-...
La puerta se cerró con un estruendo.
Un momento de absoluto silencio. Shoyo percibió una melodía a sus espaldas,
probablemente de la estancia contigua al comedor: la cocina. A volumen bajo, algo
taciturno y encantador, aunque meramente desconocía de lo que trataba, fue lo que lo
atrajo.
El sonido de un cuchillo siendo afilado se hizo presente en cuanto más se acercó. La
sonata no fue opacada, y Shoyo asomó la cabeza para descubrir lo que yacía en aquel
lugar: un hombre de cabello negro daba la espalda a la entrada; llevaba puesto un
delantal rojo y vestía pantalones negros sostenidos por un cinturón del mismo color, su
camisa azul claro estaba cuidadosamente metida en la cintura y las mangas en varios
dobladillos hasta los codos.
一 Rintarou-san 一 habló aquel muchacho con voz temple, sin turbación, mirando hacia
atrás por encima de su hombro 一. Te he dicho que es de mala- oh, mis disculpas. Te he
confundido con alguien más.
Shoyo se encogió de hombros, compungido por ser descubierto fisgoneando. Pero sólo
dejaba ver la mitad de su rostro y cuatro de sus cinco dedos posados en la estructura del
arco que adornaba la entrada.
一 Adelante, pasa 一 pidió amablemente, dejando el cuchillo sobre la tabla de picar 一. No
husmees sin permiso.
Shoyo caminó a paso dudoso con las manos juntas sobre el pecho. Observando la amplia
cocina con gabinetes blancos, el refrigerador inmenso de doble puerta, la barra de granito
que se extendía por el borde y pasaba dejando espacio al fregadero, la estufa y un
lavaplatos como un lujo extra; también había una mesa en el centro, del mismo material
de la barra.
Se encontraba inmerso hasta en apreciar las lámparas del techo que acabó chocando de
cara contra la espalda del joven de pelo negro.
一¡Ah, perdona!
Su expresión exasperada se esfumó por un momento, sólo para esbozar una pequeña
sonrisa.
一 Descuida, ha sido un accidente 一 dijo y su atención volvió a lo que tenía enfrente.
Shoyo miró por un lado, notando que el joven cortaba en finos cubos unos cuantos
pimientos.
一 Eres el novato, ¿cierto? 一 inquirió.
一¿El novato? 一 dudó Shoyo.
一 Un término mal empleado 一 el joven cerró los ojos suspirando 一, me disculpo de nuevo.
Quise decir el recién llegado. ¿Cuál es tu nombre?
一 Ah, Hinata Shoyo. Un gusto, señor 一 hizo una reverencia con la cabeza, y enseguida
tendió la mano hacia él.
一¿Eh? Tengo veintitrés años, en realidad.
Shoyo se ruborizó.
一¿Ah? ¡Discúlpame, por favor!
一 No es gran lío 一 negó con una mano, y la misma la estrechó suavemente con la del
menor 一. Soy Akaashi Keiji, un placer. ¿Qué nombre te agrada más para ser llamado?
Shoyo sopesó la pregunta, nunca antes se lo habían preguntado.
一 Uh, supongo que Hinata está bien. Sólo mi mejor amigo me llama de esa forma.
一¿Mejor amigo, eh? 一 Akaashi continuó cortando vegetales 一. ¿Y de dónde eres?
一 Vivía en Yokohama cuando era pequeño, con mi madre y hermana melliza 一 contó
recargando las manos en la barra, estaba fría y bien pulida.
一¿Dónde está ahora? 一 preguntó Akaashi, mirando al menor de reojo.
一¿Quién?
一 Tu hermana melliza.
一 Ella vive en California con nuestro padre y su esposa.
一¿Y tu madre?
Hubo un silencio. Akaashi se inmutó cuando vio a Hinata morder su labio inferior y girar la
cabeza en dirección contraria a él.
一 Muerta.
Un pinchazo al corazón de Keiji, y un poco más de silencio incómodo.
一 No debí preguntar algo tan personal 一 cerró los ojos e inclinó la cabeza, al retomar su
postura prosiguió hablando 一. Una disculpa, Hinata.
Shoyo pudo sentirse atraído por una plena confianza, algo que sólo había pasado una vez
en su vida, con Yamaguchi.
一¿Y tú de dónde eres, Akaashi-san? 一 preguntó sonriendo de oreja a oreja, como si lo que
acababa de decir se hubiese esfumado.
一¿Huh? 一 le resultó sorprendente esa conducta 一. Hasta hace poco vivía en Shibuya.
一¿Y tienes familia todavía? 一 quiso saber.
一 Sí, mi madre y tres revoltosas hermanas 一 puso los ojos en blanco con un gesto
allegado al cansancio y no al fastidio, soltando un largo suspiro 一. Presiento que les
agradarás. Usualmente me usaban como maniquí de práctica para aprender a maquillarse
y otros días querían ir todas juntas en mi espalda.
Shoyo soltó una pequeña risa. A Keiji le resultó adorable y curioso.
一¿Y tu padre? 一 preguntó Hinata.
Akaashi pasó los vegetales picados a un trasto de plástico duro y los dejó de lado,
procediendo a colocarse guantes negros de látex.
一 Muerto. Unos miembros del yakuza lo asesinaron hace siete años 一 en su confesión no
se percibía la pena 一. Las deudas destruyen familias, Hinata.
La sonrisa de Shoyo se desvaneció. Pero lo que más le generó conflicto, fue darse cuenta
que en la mirada de Akaashi no existía la misma consternación que en la de «Atsumu-
san». En sus ojos se reflejaba la calma, y fácilmente podían confundir su expresión de
ligera exasperación, cuando se trataba de todo lo contrario.
一 Lamento mi indiscreción 一 se disculpó Shoyo.
一 No importa 一 aclaró Akaashi, que empezaba a condimentar trozos de carne 一. En
realidad fue culpa suya. Mi padre es el causante de su propia muerte y de lo que eso
contrajo en nuestras vidas.
一 Mi padre también es el causante de muchas desgracias 一 comentó Shoyo al posar los
codos sobre la barra, jugando a marcar el granito con los dedos 一. De la muerte de mi
madre, de mis problemas emocionales, de verme obligado a mudarme a esta ciudad y de
no poder acercarme a mi hermana de nuevo. Su esposa es igual o peor que él. La detesto
desde el día en que la vi por primera vez ser condescendiente con mi hermana, y la sigo
detestando por alejarme de ella.
一 Un caos inevitable. Familias disfuncionales por aquí y por allá, y se propagan como
termitas.
Akaashi dio una caricia a la cabeza de Shoyo; la única persona que lo había hecho hasta
ese entonces era Yamaguchi. Se sintió tan real tenerlo cerca de nuevo, pero jamás lo
compararía con otra persona.
一¿Ya comiste algo?
Hinata negó con la cabeza.
一 Me perdí el desayuno familiar.
Akaashi sonrió levemente.
一 Entonces te prepararé algo de comer, será la bienvenida de mi parte. Así que, ¿qué te
gustaría? ¿Algo tradicional? ¿Exótico quizás?
Shoyo sostuvo la idea, y se le iluminó el semblante cuando decidió correctamente.
一 Hace tiempo no pruebo el yakimeshi.
Keiji se ajustó los guantes.
一 Yakimeshi será.
Shoyo parecía un niño pequeño y saltarín, siguiendo a Keiji de un lado al otro mientras se
movía de la barra a la mesa del centro y regresaba a la estufa, tratando de no perderse
cada detalle que manipulaba su nuevo amigo en la cocina. Hinata se dio cuenta lo
perfeccionista y paciente que Akaashi era, sólo con ver como espero a que el agua se
volviera blancuzca después de enjuagar el arroz.
一 La razón por la cual el arroz oriental suele tener esa textura compacta, es para que
puedas disfrutar de un buen bocado al momento de tomarlo con palillos 一 contaba Keiji al
tiempo que vertía el arroz a una cacerola con agua 一. Si no fuera así, comer arroz con
palillos sería una tarea limitada para los individuos más pacientes.
Hinata escuchaba atentamente, observando los movimientos espontáneos de Akaashi. La
manera en que sus manos parecían ir y venir en un vaivén de acuerdo con la sonata,
sofriendo en un sartén trozos de pollo y después camarones recién limpiados.
一 Y menos hambrientos también. Eso me explicaba mi madre cuando le preguntaba
porque el arroz queda como masa. Y es que yo no entendía la comida de la clase alta 一
Akaashi pasó el pollo y los camarones a un plato hondo, y los pimientos que había picado
anteriormente, fueron a caer en la sartén junto a distintos vegetales 一. Había crecido con
la canasta básica como fuente principal de energía, mucha comida también, pero mi
madre procuraba prepararnos algo más allá de lo que nosotros, como individuos de clase
baja, pudiésemos disfrutar como los superiores para los que trabajábamos.
En un instante, Shoyo había quedado prendado de la semblanza de Akaashi, y este a su
vez, era escuchado en silencio. Le parecía mágico, como viajar al pasado que desconocía
porque se trataba de la vida de su amigo.
Akaashi mezcló todo en una cacerola más grande: el pollo, los camarones, el arroz y los
vegetales previamente sofreídos; revolviéndolos con la cuchara lisa de maderamen y
agregando salsa de soya y un poco de jengibre rallado. Probó el platillo antes de apagar
la flama, finalmente añadió más soya y aceite de ajonjolí.
一 Quien diría que mi interés por la cocina parte de sólo querer saber la razón por la que el
arroz oriental obtiene esta consistencia 一 concluyó a ojos cerrados, luego de servir la
mezcla en un tazón y posteriormente dando la vuelta al mismo sobre un plato extendido.
Shoyo tomó asiento en un banquillo alto de la mesa central. Akaashi deslizó el plato en la
mesa hasta que estuvo frente al chico de cabello anaranjado, después de adornar la cima
de la montaña de arroz con cebollín finamente picado. Cedió un par de palillos, una
servilleta de tela blanca y un vaso con jugo de manzana.
Las fosas nasales de Shoyo se llenaron del exquisito aroma que se desprendía del humo
de la pequeña montaña de arroz frente a él. Aún estaba caliente, por ende, fue cuidadoso
al introducir el primer bocado. Y los ojos le brillaron.
一¿Bien? ¿Qué tal está? 一 preguntó Akaashi al desanudar de un tirón suave el moño del
delantal.
一 Es muy sabroso 一 admitió Shoyo sonriente, devorando el arroz compacto con rapidez 一.
¡Muy sabroso, Akaashi-san!
一 Excelente. Significa que una de mis tareas fue completada con éxito. Bueno, alimentarte
es sólo una de ellas 一 decía al darle la espalda, regresando a por los trastos sucios.
一¿Acaso eres el cocinero de este lugar?
一 En realidad tengo múltiples tareas en esta casa. Sirvo de mucho y estorbo lo menos que
pueda 一 dijo al encoger los hombros, con desdén.
A Hinata le pareció contundente.
一¿Y..., qué me dices sobre dejarme salir de la casa? ¿Puedes?
Fue un verdadero intento errático tratar de persuadir a Keiji. Lo miró de reojo por encima
del hombro, severo.
一 No. Existe una regla que debe seguirse al pie de la letra, existe desde días antes de que
llegaras a esta residencia 一 sentenció Akaashi, frunciendo el entrecejo.
一¿Y cuál es? 一 por un momento Shoyo quería dejar de abrir la boca.
Akaashi se aclaró la garganta antes de hablar.
一"Si Atsumu-san no está en casa, Shoyo-kun no debe acercarse a la entrada."

Capítulo 4.
Maniobra emocional

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