La Semana Pasada: Catequesis. Vicios y Virtudes. 2. El Combate Espiritual
La Semana Pasada: Catequesis. Vicios y Virtudes. 2. El Combate Espiritual
La Semana Pasada: Catequesis. Vicios y Virtudes. 2. El Combate Espiritual
La semana pasada entramos en el tema de los vicios y las virtudes. Este nos
llama a la lucha espiritual del cristiano. De hecho, la vida espiritual del cristiano
no es pacifica, linear y sin desafíos, al contrario, la vida cristiana exige un
continuo combate: el combate cristiano para conservar la fe, para enriquecer los
dones de la fe en nosotros. No es casualidad que la primera unción que cada
cristiano recibe en el sacramento del bautismo - la unción catecumenal - sea sin
perfume y anuncie simbólicamente que la vida es una lucha. De hecho, en la
antigüedad, los luchadores se ungían completamente antes de la competición,
tanto para tonificar sus músculos, como para hacer sus cuerpos escurridizos a las
garras del adversario. La unción de los catecúmenos pone inmediatamente en
claro que al cristiano no se salva de la lucha, que un cristiano debe luchar: su
existencia, como la de todos los demás, tendrá también que bajar a la arena,
porque la vida es una sucesión de pruebas y tentaciones.
Un famoso dicho atribuido a Abba Antonio, el primer gran padre del monacato,
dice así: "Quita la tentación y nadie se salvará". Los santos no son hombres que
se han librado de la tentación, sino personas bien conscientes de que en la vida
aparecen repetidamente las seducciones del mal, que hay que desenmascarar y
rechazar. Todos nosotros tenemos experiencia de esto, todos: que te sale un mal
pensamiento, que te vienen ganas de hacer esto o de hablar mal del otro...
Todos, todos tenemos tentaciones, y tenemos que luchar para no caer en esas
tentaciones. Si alguno de ustedes no tiene tentaciones, que lo diga, ¡porque sería
algo extraordinario! Todos tenemos tentaciones, y todos tenemos que aprender a
comportarnos en esas situaciones.
Hay muchas personas que se “autoabsuelven”, que piensan que "están bien", "en
lo correcto" - "No, yo estoy bien, soy bueno, soy buena, no tengo estos
problemas". Pero ninguno de nosotros está bien; si alguien se siente que está
bien, está soñando; cada uno de nosotros tiene tantas cosas que arreglar, y
también tiene que vigilar. Y a veces sucede que vamos al Sacramento de la
Reconciliación y decimos, con sinceridad: “Padre, no me acuerdo, no sé si tengo
pecados…”. Pero eso es falta de conocimiento de lo que pasa en el corazón.
Todos somos pecadores, todos. Y un poco de examen de conciencia, una
pequeña introspección nos hará bien. De lo contrario, corremos el riesgo de vivir
en tinieblas, porque ya nos hemos acostumbrados a la oscuridad, y ya no
sabemos distinguir el bien del mal. Isaac de Nínive decía que, en la Iglesia, el que
conoce sus pecados y los llora es más grande que el que resucita a un muerto.
Todos debemos pedir a Dios la gracia de reconocernos pobres pecadores,
necesitados de conversión, conservando en el corazón la confianza de que ningún
pecado es demasiado grande para la infinita misericordia de Dios Padre. Esta es
la lección inaugural que nos da Jesús. Lo vemos en las primeras páginas de los
Evangelios, en primer lugar, cuando se nos habla del bautismo del Mesías en las
aguas del río Jordán. El episodio tiene algo de desconcertante: ¿por qué Jesús se
somete a un rito tan purificador? ¡Él es Dios, es perfecto! ¿De qué pecado debe
arrepentirse Jesús? ¡De ninguno! Incluso el Bautista se escandaliza, hasta el
punto de que el texto dice: "Juan quería impedírselo, diciendo: “Yo necesito ser
bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt 3,15). Pero Jesús es un Mesías muy
distinto de como Juan lo había presentado y la gente se lo imaginaba: no encarna
al Dios airado, y no convoca para el juicio, sino que, al contrario, se pone en fila
con los pecadores. ¿Cómo es eso? Sí, Jesús nos acompaña, a todos nosotros,
pecadores. Él no es un pecador, pero está entre nosotros. Y esto es algo
hermoso. "¡Padre, tengo tantos pecados!". - "Pero Jesús está contigo: habla de
ellos, Él te ayudará a salir de ellos". Jesús nunca nos deja solos, ¡nunca! Piensa
bien en esto. "¡Oh Padre, he cometido algunos pecados graves!". - "Pero Jesús te
comprende y va contigo: comprende tu pecado y lo perdona". ¡Nunca olvides
esto! En los peores momentos, en los momentos en que resbalamos en los
pecados, Jesús está a nuestro lado para ayudarnos a levantarnos. Esto da
consolación. No debemos perder esta certeza: Jesús está a nuestro lado para
ayudarnos, para protegernos, incluso para levantarnos después del pecado.
"Pero, Padre, ¿es verdad que Jesús lo perdona todo?". - "Todo. Él vino a perdonar,
a salvar. Sólo que Jesús quiere tu corazón abierto". Él nunca se olvida de
perdonar: somos nosotros, tantas veces, los que perdemos la capacidad de pedir
perdón.
Retomemos esta capacidad de pedir perdón. Cada uno de nosotros tiene muchas
cosas por las que pedir perdón: cada uno lo piense en su interior, y hoy hable con
Jesús de ello. Cuéntale esto a Jesús: "Señor, yo no sé si esto es verdad o no, pero
estoy seguro de que Tú no te alejas de mí. Estoy seguro de que Tú me perdonas.
Señor, soy un pecador, una pecadora, pero por favor no te alejes". Esta sería hoy
una hermosa oración a Jesús: "Señor, no te alejes de mí".
E inmediatamente después del episodio del bautismo, los Evangelios relatan que
Jesús se retira al desierto, donde fue tentado por Satanás. También en este caso
surge la pregunta: ¿por qué razón el Hijo de Dios debe conocer la tentación?
También aquí Jesús se muestra solidario con nuestra frágil naturaleza humana y
se convierte en nuestro gran exemplum: las tentaciones que atraviesa y que
supera en medio de las áridas piedras del desierto son la primera enseñanza que
imparte a nuestra vida de discípulos. Él experimentó lo que nosotros también
debemos prepararnos siempre para afrontar: la vida está hecha de desafíos,
pruebas, encrucijadas, visiones opuestas, seducciones ocultas, voces
contradictorias. Algunas voces son incluso persuasivas, tanto que Satanás tentó a
Jesús recurriendo a las palabras de la Escritura. Es necesario custodiar la claridad
interior para elegir el camino que conduce verdaderamente a la felicidad, y luego
esforzarse para no pararse en el camino.
El combate espiritual, entonces, nos conduce a mirar desde cerca aquellos vicios
que nos encadenan y a caminar, con la gracia de Dios, hacia aquellas virtudes
que pueden florecer en nosotros, llevando la primavera del Espíritu a nuestra
vida.
MONACATO.- quienes renunciaban al mundo material con el fin de seguir una vida
de ascetismo y contemplación, orientada hacia lo divino.