001 - Alex Stern 1 - La Novena Casa - Leigh Bardugo
001 - Alex Stern 1 - La Novena Casa - Leigh Bardugo
001 - Alex Stern 1 - La Novena Casa - Leigh Bardugo
.Agradecimientos.
En Nueva York. Muchas gracias a todo el equipo de Flatiron Books, especialmente a
Noah Eaker, que se arriesg� con este libro, a Amy Einhorn, Lauren Bittrich,
Patricia Cave, Marlena Bittner, Nancy Trypuc, Katherine Turro, Cristina Gilbert,
Keith Hayes, Donna Noetzel, Lena Shekhter, Lauren Hougen, Kathy Lord y Jennifer
Gonz�lez y su equipo. Gracias a New Leaf Literary. Pouya Shahbazian, Ver�nica
Grijalva, Mia Rom�n, Hilary Pecheone, Meredith Bames, Abigail Donoghue, Jord�n
Hill, Joe Volpe, Kelsey Lewis, Cassandra Baim y Joanna Volpe, que nos apoy� a esta
idea y a m� desde el principio.
En New Haven y Yale. Gracias a la profesora Julia Adams del colegio mayor Jopper,
Angela McCray, Jenny Chavira de la Asociaci�n de Exalumnos de Yale, Judith Ann
Schief de Archivos y Manuscritos, Mark Branch de la Yale Alumni Magazine, David
Heiser del Museo de Historia Natural Peabody, Michael Morand de la Beinecke y
Claire Zella. Gracias a Rabbi Shmully Hecht por darme acceso a la mansi�n Anderson,
y a Barbara Lamb, que comparti� conmigo sus vastos conocimientos sobre Connecticut
y me acompa�� a muchos cementerios. Me he tomado alguna peque�a libertad con la
historia y la geograf�a de New Haven. La m�s importante es que La Cabeza del Lobo
construy� su primera sede en Prospect Street en 1884. La nueva sede de High Street
se construy� m�s de cuarenta a�os despu�s.
En California. Gracias a David Peterson por su ayuda con el lat�n, Rachael Martin,
Robyn Bacon, Ziggy. (la bala de ca��n humana), Morgan Fahey, Michelle Chihara,
Sarah Mesle, Josh Kamensky, Gretchen McNeil, Julia Collard, Nadirie Semerau, Mane
Lu, Anne Grasser, Sabaa Tahir, Robin LaFevers, Victoria Aveyard y Jimmy Freeman.
Gracias tambi�n a mi madre, que fue la primera que me cant� en ladino, y a
Christine, Sam, Emily, Ryan y Eric, que me sigue haciendo re�r, y al manat�.
En la sede. Gracias a Steven Testa, Laini Lipsher y a mi manada de lobos del 97.
En otros lugares. Gracias a Max Daniel de la UCLA y a Simone Salm�n por su ayuda
con los romances sefard�es, a Kelly Link, Daniel Jos� Older, Holly Black, Robin
Wasserman, Sarah Rees Brennan, Rainbow Rowell, Zoraida C�rdova, Cassandra Clare,
Ally Carter, Carrie Ryan, Marie Rutkoski, Alex Bracken, Susan Dennard, Gamynne
Guillote y Michael Castro.
Muchos libros han contribuido a crear el mundo de La Novena Casa. Yale in New
Haven. Architecture and Urbanism, de Vincent Sully; Yale University. An
Architectural Tour, de Patrick Pinnell; Go to Your Room. A story of undergraduate
Societies and Fraternities at Yale, de Loomis Havemeyer; Yale. a History, de Brooks
Mather Kelley; The Power of Privilege. Yale and America�s Elite Colleges, de Joseph
A. Soares; Skulls and Keys. The Hidden History of Yale�s Secret Societies, de David
Alan Richards; Ebony and Ivy. Race, Slavery, and the Troubled History of America�s
Universities, de Craig Steven Wilder; Carriages and Clocks, Corsets and Locks. The
Rise and Fall of an Industrial City, de Preston Maynard y Marjorie B. Noyes; New
Haven. A Guide to Architecture and Urban Design, de Elizabeth Mills Brown; Model
City Blues. Urban Space and Organized Resistance in New Haven, de Mandi Isaacs
Jackson; y The Plan for New Haven, de Frederick Law Olmsted y Cass Gilbert. El
romance �La Moza y el Huerco� lo encontr� en el art�culo �Romances sefard�es de
endechar�, de Paloma D�az-Mas. Gracias tambi�n al Proyecto Romancero Panhisp�nico.
.Pr�logo.
Principios de primavera.
Cuando Alex consigui� limpiar las manchas de sangre de su abrigo de lana bueno, ya
hac�a demasiado calor para pon�rselo. La primavera hab�a llegado a rega�adientes;
el cielo de la ma�ana no consegu�a pasar de un azul desva�do, las tardes eran
h�medas y melanc�licas, y las carreteras segu�an bordeadas por una suerte de sudo y
tozudo merengue de escarcha. Sin embargo, a mediados de marzo, los estrechos campos
delimitados por los senderos de piedra del Campus Viejo hab�an empezado a sudar la
nieve que los cubr�a; la tierra emerg�a h�meda, negra y tachonada de briznas de
hierba aplastada mientras Alex, sentada en el alf�izar acolchado de la ventana, en
las habitadones escondidas en la planta superior del 268 de York, le�a
Caracter�sticas recomendadas de los candidatos a Leteo.
Se o�a el tictac del reloj de la chimenea, y tambi�n las campanillas de la tienda
de ropa de abajo cada vez que los clientes entraban o sal�an. Los miembros de Leteo
llamaban a aquel apartamento �la Madriguera�; el local comercial de abajo hab�a
sido, a lo largo de los a�os, una zapater�a, una tienda de monta�ismo y un
minimercado Wawa veinticuatro horas, con Taco Bell incluido. Por aquel entonces, en
los diarios de Leteo solo hab�a quejas por el tufo a cebolla y frijoles refritos
que se filtraba por el suelo, hasta que en 1995 alguien hab�a hechizado la
Madriguera y la escalera trasera que daba al callej�n para que siempre olieran a
suavizante y a clavo.
Alex no sab�a exactamente en qu� momento de las difusas semanas transcurridas desde
el incidente de la mansi�n de Orange hab�a encontrado aquel folleto de
recomendaciones de la Casa Leteo. Solo hab�a comprobado su correo electr�nico una
vez, en el viejo ordenador de sobremesa de la Madriguera, y lo hab�a vuelto a
apagar nada m�s ver la larga cadena de mensajes del decano Sandow. Hab�a dejado que
se le agotara la bater�a del m�vil, pasado ol�mpicamente de las clases y
contemplado c�mo iban brotando hojas en los nudos de las ramas, como si el �rbol
fuera una mujer prob�ndose anillos. Se hab�a zampado todo lo que hab�a en las
despensas y la nevera; primero los quesos gourmet y los sobres de salm�n ahumado, y
despu�s las latas de jud�as y melocot�n en alm�bar de unas cajas que dec�an SOLO
EMERGENCIAS. Cuando se le acabaron, empez� a pedir comida a domicilio como si no
hubiera un ma�ana y lo carg� todo a la cuenta de Darlington, que segu�a
funcionando. El esfuerzo de bajar y subir las escaleras la agotaba tanto que ten�a
que descansar un rato antes de desgarrar el envoltorio del almuerzo o la cena. A
veces ni se molestaba en comer y se quedaba dormida en el alf�izar o directamente
en el suelo, al lado de las bolsas de pl�stico y los recipientes envueltos en papel
de aluminio. Nadie ven�a a verla. Ya no quedaba nadie.
El folleto estaba impreso y grapado de cualquier manera; en la portada hab�a una
foto en blanco y negro de la torre Jarkness y la frase �Somos los pastores� debajo.
Seguramente los fundadores de la Casa Leteo no estaban pensando en Yohnny Cash al
elegir su lema, pero cada vez que ella ve�a esas palabras se acordaba de las
Navidades, del viejo colch�n de la casa okupa de Len en Van Nuys, donde Alex se
tumbaba cuando todo le daba vueltas, con un frasco de mermelada de ar�ndanos a
medio comer a su lado y la voz de Yohnny Cash cantando. �Somos los pastores, hemos
cruzado las monta�as. Abandonamos nuestros reba�os cuando apareci� la estrella
nueva�. De Wi Ar de Sheferds, canci�n de Yohnny Cash publicada en 1963. Recordaba a
Len d�ndose la vuelta sobre el colch�n, desliz�ndole la mano bajo la camiseta y
susurr�ndole al o�do.
�Pues vaya mierda de pastores.
Los requisitos de los candidatos de la Casa Leteo aparec�an al final del folleto.
Se hab�an actualizado por �ltima vez en 1962.
Rendimiento acad�mico notable, con especial hincapi� en Historia y Qu�mica.
Facilidad para los idiomas y nociones pr�cticas de lat�n y griego.
Buena salud e higiene. Se recomienda un r�gimen de ejercicio f�sico habitual.
Se�ales de una personalidad equilibrada y discreta.
Se desaconseja el inter�s por lo arcano, pues suele delatar un car�cter asocial.
Pocos o ning�n remilgo a la hora de afrontar las realidades del cuerpo humano.
MORS VINCIT OMNIA.
Alex. (cuyas nociones de lat�n no eran precisamente pr�cticas). busc� el
significado de la �ltima frase. �La muerte lo conquista todo�. En el margen,
alguien hab�a garabateado la palabra irrumat por encima de vincit con un boli azul,
tapando el original casi por completo.
Bajo las recomendaciones de Leteo hab�a una frase m�s. Solo ha habido dos
excepciones en los requisitos de los candidatos. Lowell Scott. (Filolog�a Inglesa,
1909). y Sinclair Bell Braverman. (sin titulaci�n, 1950), con resultados dispares.
All� tambi�n hab�an garabateado una nota al margen; en esta ocasi�n, la letra de
Darlington. (apretada y picuda como un electrocardiograma). era inconfundible. Alex
Stern. Pens� en la sangre empapando y oscureciendo la alfombra de la vieja mansi�n
Anderson, en el vivo color blanco del f�mur del decano asom�ndole por el muslo y en
el tufo a chuchos salvajes impregnando el aire.
Alex dej� un lado el envoltorio de falafel fr�o de Mamoun�s y se limpi� las manos
en su ch�ndal de la Casa Leteo. Fue cojeando hasta el cuarto de ba�o, abri� el
frasco de Zolpidem y se puso una pastilla bajo la lengua. Ahuec� la mano bajo el
grifo y contempl� c�mo el agua se derramaba sobre sus dedos mientras o�a el
desagradable ruido de succi�n del desag�e. Solo ha habido dos excepciones en los
requisitos de los candidatos.
Por primera vez desde hac�a semanas, Alex ech� un vistazo a la chica del espejo
mojado y observ� c�mo esa chica magullada se levantaba la camiseta de tirantes
llena de manchas amarillas de pus. La herida del costado de Alex era un desgarr�n
profundo, cubierto por una costra negra. La curva visible de aquel mordisco no se
curar�a f�cilmente, si es que se curaba. Su mapa hab�a cambiado. Su costa hab�a
sido alterada. Mors irrumat omnia. La muerte nos jode a todos.
Alex palp� con cuidado la piel enrojecida e hinchada que rodeaba las marcas de
dientes. Se le estaba infectando. Sinti� cierta inquietud; su mente la empujaba
hacia la autoconservaci�n, pero la idea de coger el tel�fono y llamar a un coche
para ir al centro de salud de la universidad. (la mera secuencia de reacciones que
desencadenar�a con cada acci�n). era abrumadora, y el dolor palpitante y c�lido de
su cuerpo prendi�ndose fuego casi le hac�a compa��a. A lo mejor le entraba fiebre y
empezaba a alucinar.
Contempl� las costillas prominentes bajo los cardenales del torso, que se
difuminaban poco a poco; sus venas azules parec�an cables de alta tensi�n
derribados por el viento. Ten�a los labios agrietados, erizados de pellejos secos.
Pens� en su nombre escrito en el margen del folleto. ella era la tercera excepci�n.
�Definitivamente, los resultados han sido dispares. �dijo, sorprendi�ndose al o�r
su propia voz ronca y seca. Se ech� a re�r, y el desag�e pareci� re�r con ella. Tal
vez ya tuviera fiebre.
Bajo el resplandor fluorescente de las luces del cuarto de ba�o, Alex agarr� los
bordes del mordisco y se hundi� los dedos en el costado, pellizcando la carne que
rodeaba los puntos de sutura hasta que el dolor la cubri� como un manto, sumi�ndola
en la bendita inconsciencia.
Eso fue en primavera. Pero los problemas hab�an comenzado en pleno invierno, la
noche en que Tara Hutchins muri� y Alex todav�a cre�a que podr�a salirse con la
suya.
.Cap�tulo 1.
Invierno.
Alex corr�a por la explanada di�fana de Beinecke Plaza; sus botas resonaban al
pisar las losas cuadradas de cemento visto. La gigantesca construcci�n c�bica que
albergaba la colecci�n de libros raros parec�a flotar sobre su propia planta
inferior. De d�a, los paneles del edificio emit�an un resplandor ambarino que le
daba el aspecto de una colmena dorada y bru�ida, m�s semejante a un templo que a
una biblioteca. Pero de noche parec�a una tumba. Aquella zona del campus no
terminaba de encajar con el resto de Yale. all� no hab�a ni rastro de piedra gris,
arcos g�ticos ni afloramientos rebeldes de edificios de ladrillo rojo. Darlington
le hab�a explicado que en realidad estos �ltimos no proced�an de la �poca colonial,
sino que solamente imitaban ese estilo arquitect�nico. Le hab�a explicado por qu�
Beinecke hab�a sido construida de esa manera. la idea era encajar en aquel rinc�n
de la arquitectura del campus y reflejar su estilo, pero a Alex le segu�a
pareciendo m�s propia de una pel�cula de ciencia ficci�n de los setenta. Casi era
de esperar que los estudiantes vistieran monos ce�idos o t�nicas demasiado cortas y
se alimentaran exclusivamente de comida granulada y de una extra�a bebida llamada
el Extracto. Incluso la gran escultura de metal. (que ahora ya sab�a que era de
Alexander Calder). le recordaba al negativo de una gigantesca l�mpara de lava.
�Es una Calder. �murmur� para sus adentros. As� hablaban todos en el campus al
discutir sobre arte. Ninguna obra era �de� un artista. Esa escultura es una Calder.
Ese cuadro es un Rothko. Esa casa es una Neutra.
Y Alex era un desastre. La noche hab�a empezado cargada de buenas intenciones.
quer�a avanzar en su trabajo sobre la novela brit�nica moderna y salir con tiempo
de sobra para llegar a la pronosticaci�n. Pero se hab�a quedado sobada en una de
las salas de lectura de la biblioteca Sterling, con un ejemplar de Nostromo
balance�ndose en su mano y los pies apoyados en el tubo de la calefacci�n. A las
diez y media se hab�a despertado con un sobresalto y la mejilla babeada. Su grito.
(��Mierda!.�). hab�a resonado como un escopetazo en la silenciosa biblioteca, y
Alex hab�a escondido la cara tras la bufanda mientras se colgaba la bolsa del
hombro y emprend�a la retirada.
Ataj� por el Comunal, pasando por debajo de la rotonda en la que estaban grabados
en m�rmol los nombres de los ca�dos en guerra, bajo la mirada de las estatuas de
piedra que montaban guardia. (Paz, Devoci�n, Memoria y finalmente Coraje, que
llevaba encima un casco, un escudo y poco m�s; siempre le hab�a recordado m�s a una
stripper que a una pla�idera). Baj� los escalones a toda prisa y atraves� la
intersecci�n de College y Grove.
El campus ten�a la costumbre de cambiar de rostro de hora en hora y de manzana en
manzana. Alex siempre ten�a la impresi�n de que lo ve�a por primera vez. Esta noche
era un son�mbulo de respiraci�n profunda y regular. La gente con la que se cruzaba
de camino a SSS parec�a inmersa en un sue�o. ojos ca�dos, rostros vueltos entre s�
y vasos de caf� humeante en las manos enguantadas. Alex ten�a la inquietante
sensaci�n de que estaban so�ando con ella, con una chica de abrigo oscuro que
desaparecer�a en cuanto despertaran.
El Sheffield-Sterling-Strathcona Jal tambi�n dormitaba; las aulas estaban cerradas
a cal y canto y los pasillos ba�ados por el resplandor mortecino de las luces de
bajo consumo. Alex subi� a la segunda planta por las escaleras y oy� ecos
procedentes de una de las salas de conferencias. El Yale Social organizaba un
cinef�rum los jueves por la noche. Mersy hab�a pegado el horario en la puerta de su
habitaci�n de la resi, pero Alex no se hab�a molestado en mirarlo. Ten�a los jueves
a tope.
Tripp Jelmud estaba recostado contra la pared, al lado de las puertas de la sala de
conferencias. Salud� a Alex con la cabeza, adormilado. Incluso bajo aquella luz
tenue era evidente que ten�a los ojos enrojecidos. Hab�a estado fumando antes de
venir. Tal vez por eso los Calaveras veteranos le hab�an endosado el turno de
vigilancia. O se hab�a presentado voluntario.
�Llegas tarde. �le dijo�. Ya han empezado.
Alex lo ignor� y ech� un vistazo hacia atr�s para asegurarse de que el pasillo
estuviera despejado. No ten�a por qu� darle explicaciones a Tripp Jelmud. Adem�s,
habr�a sido una muestra de debilidad. Hundi� el pulgar en una muesca casi invisible
del panel de la pared. La idea era deslizarlo lateralmente, pero siempre se
atascaba. Alex le dio un fuerte empuj�n con el hombro y estuvo a punto de perder el
equilibrio cuando se abri� de golpe.
�Cuidado, fiera. �le dijo Tripp.
Alex cerr� la puerta tras de s� y avanz� por el estrecho pasadizo a oscuras.
Por desgracia, Tripp ten�a raz�n. La pronosticaci�n ya hab�a empezado. Alex entr�
en el viejo anfiteatro de operaciones procurando hacer el menor ruido posible.
Se trataba de una estancia sin ventanas, encajada entre la sala de conferencias y
un aula que usaban los estudiantes de posgrado para las clases de debate. Era una
antigualla de la vieja escuela de Medicina, que sol�a impartir sus clases en SSS
antes de trasladarse a un edificio propio. Los gestores del trust que financiaba a
La Calavera y las Tibias hab�an sellado la entrada de la sala y la hab�an camuflado
con una pared falsa alrededor de 1932. Todos esos datos los hab�a aprendido en El
legado de Leteo, en lugar de leer Nostromo, que era lo que deber�a haber hecho.
Nadie se molest� en mirar a Alex. Todos ten�an los ojos clavados en el Ar�spice,
cuyo rostro delgado estaba oculto tras una mascarilla quir�rgica. Su bata de color
azul claro estaba manchada de sangre. Las manos del Ar�spice, protegidas con
guantes de l�tex, se mov�an met�dicamente entre las entra�as del. �paciente?.
�Sujeto?. �Sacrificio?. Alex no estaba segura de qu� t�rmino aplicar al hombre que
yac�a sobre la mesa. �Sacrificio� no. La idea es que sobreviva. Parte de su trabajo
consist�a en asegurarse de que no le pasara nada durante aquel proceso y de que
regresara sano y salvo al pabell�n del hospital del que lo hab�an sacado. �Y c�mo
estar� dentro de un a�o?. se pregunt�. �Y dentro de cinco?.
Alex mir� de reojo al hombre de la mesa. Michael Reyes. Hab�a le�do su informe
hac�a dos semanas, cuando lo hab�an elegido para el ritual. Las paredes del
est�mago estaban sujetas con pinzas de acero, de tal manera que su abdomen parec�a
una flor, una orqu�dea rosada y abierta, con el centro rojo y h�medo. Eso tiene que
dejar marca. Pero Alex ya ten�a bastante con preocuparse por su propio futuro.
Reyes tendr�a que arregl�rselas.
Desvi� la mirada y procur� respirar por la nariz; notaba que se le revolv�a el
est�mago y que la boca le sab�a a metal. Hab�a visto muchas heridas y lesiones
graves, pero siempre en muertos. Las heridas de los vivos eran much�simo peores. un
cuerpo humano adherido a la vida �nicamente por el pitido met�lico y regular de un
monitor. Llevaba en el bolsillo unos caramelos de jengibre confitado para las
n�useas. (consejo de Darlington), pero no se decid�a a sacar uno y desenvolverlo.
En vez de eso, volvi� los ojos hacia un punto intermedio, mientras el Ar�spice
pronunciaba una serie de n�meros y letras. s�mbolos y precios de acciones de
diversas empresas de la Bolsa de Nueva York. M�s adelante pasar�a a la NASDAQ,
Euronext y los mercados asi�ticos. Alex no se molest� en intentar descifrarlos. Las
indicaciones para comprar, vender o mantener acciones se daban en un holand�s
incomprensible, el idioma del comercio, de la primera bolsa y de la vieja Nueva
York, adem�s del idioma oficial de los Calaveras. Cuando se fund� La Calavera y las
Tibias, demasiados estudiantes de Yale conoc�an el griego y el lat�n, as� que
necesitaban un idioma m�s misterioso para sus asuntos.
�El holand�s es m�s dif�cil de pronunciar. �le hab�a dicho Darlington�. Adem�s, as�
los Calaveras tienen una excusa para visitar Amsterdam. �Darlington. (c�mo no).
sab�a lat�n, griego y holand�s. Tambi�n hablaba franc�s, mandar�n y un portugu�s
bastante decente. Alex acababa de empezar Espa�ol II. Gracias a las clases de
primaria y al batiburrillo de refranes sefard�es de su abuela, hab�a pensado que
ser�a una asignatura f�cil, pero no hab�a contado con conceptos como el subjuntivo.
Menos ahora ya sab�a preguntar si a Gloria le apetec�a ir a la discoteca ma�ana por
la noche.
Una r�faga de disparos amortiguados hizo retumbar la pared desde la sala del
cinef�rum. El Ar�spice levant� la vista del intestino delgado h�medo y rosado de
Michael Reyes con evidente fastidio.
Est�n viendo Scarface, comprendi� Alex cuando la m�sica subi� de volumen y se oy�
un coro de voces atronadoras.
��Quer�is jugar fuerte?. �Adelante!.
Los espectadores coreaban las frases de Tony Montana como si estuvieran viendo
Rocky Horror. Alex deb�a de haber visto Scarface unas cien veces. Era una de las
pelis favoritas de Len. Qu� predecible. le gustaba cualquier cosa �de tipo duro�.
Era como si hubiera encargado por correo el kit de �C�mo hacerse pandillero�.
Cuando conocieron a Gellie en el paseo mar�timo de Venice y Alex vio su cabello
rubio con raya en medio, como un tel�n que enmarcara el escenario de sus ojazos
azules, le record� inmediatamente a Michelle Pfeiffer con su camis�n de sat�n. Solo
le faltaba el flequillo liso. Pero ahora, con aquel tufo a sangre impregnando el
aire, no quer�a pensar en Gellie. Len y Gellie pertenec�an a su antigua vida. No
pintaban nada en Yale. Aunque claro, Alex tampoco.
A pesar de los recuerdos, Alex agradec�a cualquier ruido que silenciara el chapoteo
del Ar�spice en las tripas de Michael Reyes. �Qu� ver�a en ellas?. Darlington le
hab�a dicho que las pronosticaciones eran muy parecidas a leer el futuro en las
cartas del tarot o en los huesecillos de un animal. Pero aquello parec�a muy
distinto. Y muy espec�fico. Los videntes sol�an decirte cosas imprecisas y
reconfortantes, como �Echas de menos a alguien� o �El a�o que viene encontrar�s la
felicidad�.
Alex observ� a los Calaveras encapuchados, congregados alrededor del cuerpo que
yac�a en la mesa mientras el escriba anotaba las predicciones qu� m�s tarde
facilitar�an a gestores de fondos de alto riesgo e inversores privados de todo el
mundo, los mismos que se encargaban de financiar a los Calaveras y a sus exalumnos.
Entre los antiguos Calaveras hab�a expresidentes, diplom�ticos y al menos un
director de la CIA. Alex pens� en Tony Montana metido en su majestuosa ba�era y
diciendo. �Sabes qu� es el capitalismo?. Mir� de reojo el cuerpo inconsciente de
Michael Reyes. Tony, no tienes ni idea.
Por el rabillo del ojo, Alex percibi� movimiento en los bancos que dominaban la
zona de operaciones. En el anfiteatro hab�a siempre dos grises que se sentaban en
el mismo sitio, a escasas filas de distancia. una enferma mental a la que le hab�an
extirpado los ovarios y el �tero durante una histerectom�a en 1926. (una operaci�n
por la que le habr�an pagado seis d�lares en caso de haber sobrevivido). y un
estudiante de Medicina que hab�a muerto congelado alrededor de 1880 en un fumadero
de opio, a miles de kil�metros de distancia, pero que siempre volv�a a su antiguo
asiento para ver pasar la vida en la zona de operaciones, aunque de vida tuviera
m�s bien poco. Las pronosticaciones solo se celebraban en el anfiteatro cuatro
veces al a�o, al comienzo de cada trimestre fiscal, pero parec�a suficiente para
�l.
Darlington sol�a decir que tratar con fantasmas era como montar en metro. �No mires
a nadie a los ojos. No hables con nadie. De lo contrario, nunca se sabe qui�n
podr�a seguirte hasta casa�. Era m�s f�cil decirlo que hacerlo cuando la �nica otra
cosa que pod�a mirar Alex en aquella sala era a un hombre jugueteando con las
entra�as de otro como si fueran fichas de mahjong.
Record� el sobresalto de Darlington al darse cuenta de que Alex no solo pod�a ver a
los fantasmas sin la ayuda de pociones ni hechizos, sino que adem�s los ve�a en
color. A Alex le hab�a hecho gracia su reacci�n, extra�amente furiosa.
��En qu� color los ves?. �le hab�a preguntado entonces, bajando las botas negras de
la mesita de caf� hasta hacerlas chocar pesadamente contra la tarima del saloncito
de Il Bastone.
�En color. Como si estuvieran en una Polaroid vieja. �Por qu�?. �C�mo los ves t�?.
�Grises. �le hab�a respondido con brusquedad�. Por eso los llamamos �grises�.
Alex se hab�a encogido de hombros, sabiendo que ese gesto de indiferencia cabrear�a
a�n m�s a Darlington.
�No es para tanto.
�No, para ti no. �hab�a murmurado Darlington antes de marcharse a grandes zancadas
y pasarse el resto del d�a en la sala de entrenamiento, desfog�ndose.
En aquel momento Alex se hab�a sentido ufana, satisfecha de saber que no todo le
resultaba f�cil a Darlington. Pero ahora, mientras caminaba en c�rculo por el
per�metro del anfiteatro, comprobando los peque�os s�mbolos de tiza dibujados en
cada punto cardinal, se sent�a nerviosa e insegura. Llevaba as� desde que hab�a
puesto un pie en el campus. No, incluso desde antes. Desde que el decano Sandow se
hab�a sentado junto a su cama del hospital y le hab�a dado unas palmaditas en la
mu�eca esposada; recordaba sus dedos manchados de nicotina.
�Te vamos a dar una oportunidad.
Pero esa era la antigua Alex. La Alex de Gellie y de Len. La Alex de Yale nunca
hab�a estado esposada, nunca se hab�a metido en una pelea ni se hab�a follado a un
desconocido en un lavabo para saldar una deuda de su novio. La Alex de Yale no se
quejaba por las dificultades; era una ni�a buena que se esforzaba por estar a la
altura.
Sin �xito. Deber�a haber llegado al anfiteatro con antelaci�n para supervisar el
trazado de los s�mbolos y asegurarse de que el c�rculo fuera seguro. Unos grises
tan antiguos como los que ahora merodeaban sobre los bancos escalonados no sol�an
causar problemas, ni siquiera cuando los atra�a la sangre, pero la pronosticaci�n
era una magia poderosa, y el trabajo de Alex consist�a en verificar que los
Calaveras siguieran los protocolos adecuados y fueran prudentes. Pero era todo
fachada. Se hab�a pasado la noche anterior empollando, intentando memorizar los
s�mbolos correctos y la proporci�n adecuada de tiza, carb�n y hueso. Joder, si
hasta se hab�a preparado unas tarjetas mnemot�cnicas y las hab�a estado repasando
entre cap�tulo y cap�tulo de Joseph Conrad.
Alex crey� que los dibujos estaban m�s o menos bien hechos, pero sab�a tanto de
s�mbolos de protecci�n como de la novela brit�nica moderna. Cuando hab�a asistido
con Darlington a la pronosticaci�n de oto�o, �hab�a prestado atenci�n?. No. Hab�a
estado demasiado ocupada mascando jengibre, mareada por lo extra�o que era todo y
rezando por no echar la pota y quedar en rid�culo. Pensaba que tendr�a tiempo de
sobra para aprender bajo la tutela de Darlington. Pero los dos se hab�an
equivocado.
�Voorhoofd!. �exclam� el Ar�spice. Uno de los Calaveras, una chica, se adelant�.
�Melinda?. �Miranda?. No recordaba el nombre de aquella pelirroja, pero s� que
formaba parte de un grupo femenino de canto a capela que se llamaba Whim �n Rhythm.
La chica enjug� la frente del Ar�spice con un pa�o blanco y volvi� a fundirse con
el grupo.
Alex procuraba no mirar al hombre de la mesa, pero se le iban los ojos a su rostro.
Michael Reyes, cuarenta y ocho a�os, esquizofr�nico paranoide. �Recordar�a algo al
despertar?. Cuando intentara cont�rselo a alguien, �lo tomar�an por loco?. Alex
sab�a exactamente lo que era eso. Yo tambi�n podr�a haber terminado en esa mesa.
�Los Calaveras prefieren que est�n lo m�s locos posible. �le hab�a explicado
Darlington�. Creen que as� las predicciones son mejores. �Alex le hab�a preguntado
el motivo�. Cuanto m�s loca est� la v�ctima, m�s cerca est� de Dios.
��Es verdad eso?.
��El alma solo se revela mediante el misterio y la locura�. �hab�a recitado �l
antes de encogerse de hombros�. Y su saldo bancario les da la raz�n.
��Y eso nos parece bien?. �le hab�a insistido Alex�. �Nos parece bien que abran en
canal a un pobre diablo para que Chauncey pueda redecorar su casita de veraneo?.
�No conozco a ning�n Chauncey. �le hab�a respondido Darlington�. Aunque a�n no he
perdido la esperanza. �Se hab�a hecho el silencio en la armer�a mientras �l la
miraba con gesto serio�. Nada puede detener esto. Hay demasiada gente poderosa que
depende de lo que hacen las sociedades. Antes de que existiera Leteo, nadie las
vigilaba. As� que decide. puedes hacer pucheros, berrear y perder tu beca. o puedes
quedarte, cumplir con tu trabajo y hacer todo el bien que puedas.
Ya entonces Alex se hab�a preguntado si habr�a algo m�s, si el deseo de Darlington
de saberlo todo lo ataba a Leteo con la misma firmeza que su sentido del deber.
Pero no hab�a dicho nada entonces, y tampoco pensaba hacerlo ahora.
Hab�an encontrado a Michael Reyes en una de las camas p�blicas del Yale New Haven.
Para el mundo exterior, era igual que cualquier otro paciente. un vagabundo de esos
que desfilaban por pabellones de psiquiatr�a, salas de urgencias y c�rceles,
tomando su medicaci�n de manera intermitente. Reyes ten�a un hermano en Nueva
Jersey que figuraba como pariente m�s pr�ximo y hab�a firmado la autorizaci�n de lo
que supuestamente era un procedimiento m�dico rutinario para tratar una lesi�n
intestinal.
A Reyes lo cuidaba exclusivamente una enfermera llamada Jean Gatdula, que llevaba
trabajando tres turnos de noche seguidos. No hab�a pesta�eado ni protestado cuando.
(aparentemente por un error burocr�tico). le hab�an asignado dos noches m�s en el
pabell�n. Esa semana, sus compa�eras posiblemente se hab�an fijado en que Jean
siempre llegaba al hospital con un bolso enorme. Dentro ocultaba una peque�a nevera
port�til en la que guardaba la comida de Michael Reyes. un coraz�n de paloma para
mayor claridad, ra�z de geranio y hierbas amargas. Gatdula no ten�a ni idea de para
qu� serv�an esos alimentos ni qu� destino le aguardaba a Michael Reyes, como
tampoco sab�a lo que pasaba despu�s con los dem�s pacientes �especiales� de los que
cuidaba. Ni siquiera sab�a para qui�n trabajaba; una vez al mes recib�a un cheque
que le hac�a mucha falta para compensar todo lo que perd�a su marido en las mesas
de blackjack del casino Foxwoods.
Alex no sab�a si eran imaginaciones suyas o si de verdad los intestinos de Reyes
ol�an a perejil picado, pero su est�mago volvi� a rebelarse. Necesitaba
desesperadamente respirar aire fresco; estaba sudando debajo de toda aquella ropa.
El anfiteatro de operaciones siempre estaba helado, refrigerado por unos conductos
independientes del resto del edificio, pero los enormes focos hal�genos port�tiles
que iluminaban la pronosticaci�n daban mucho calor.
Se oy� un leve gemido. Alex se volvi� inmediatamente hacia Michael Reyes mientras
una estampa terrible le cruzaba la mente. Reyes despertaba y se ve�a atado a una
mesa, rodeado de encapuchados y con las tripas al aire. Pero sus p�rpados segu�an
cerrados y su pecho sub�a y bajaba de forma regular. El gemido continu�, m�s fuerte
que antes. �Quiz� alguien m�s se estaba mareando?. Pero ninguno de los Calaveras
parec�a indispuesto. Sus rostros atentos resplandec�an como lunas en el anfiteatro
en tinieblas, con los ojos fijos en la pronosticaci�n.
El gemido segu�a aumentando, como un viento que recorr�a la estancia y rebotaba en
sus oscuras paredes de madera. No los mires a los ojos, se record� Alex. Solo
aseg�rate de que los grises. Reprimi� un grito de alarma.
Los grises ya no estaban en sus asientos.
Estaban inclinados sobre la barandilla que rodeaba el anfiteatro de operaciones,
aferrando la superficie de madera con los dedos, con el cuello y el torso estirados
hacia el borde del c�rculo de tiza, como dos animales intentando beber en un
abrevadero.
No los mires. Era la voz de Darlington quien la advert�a. No los mires fijamente.
Hac�a falta muy poco para que un gris formara un v�nculo contigo y ya no se
despegara de ti. Y en este caso era m�s peligroso porque Alex ya conoc�a las
historias de esos grises. Llevaban all� tanto tiempo que las anteriores
generaciones de delegados de Leteo hab�an documentado su pasado. Pero sus nombres
hab�an sido tachados de todos los documentos.
�Si no conoces un nombre. �le hab�a explicado Darlington�, no podr�s pensarlo ni
sentir�s la tentaci�n de pronunciarlo. �Un nombre implicaba cierta intimidad.
No los mires. Pero Darlington no estaba all�.
La mujer se encontraba desnuda; ten�a los senos peque�os y endurecidos por el fr�o
que deb�a de haber sentido al morir. Se llev� una mano a la herida abierta del
vientre, acariciando con ternura la carne, como si indicara t�midamente que estaba
encinta. No la hab�an cosido despu�s de operarla. El chico. (porque era un chico,
flaco y de rostro ani�ado). vest�a una chaqueta amplia de color verde botella y
unos pantalones manchados. Los grises siempre ten�an el mismo aspecto que en el
momento de su muerte. Pero hab�a algo obsceno en la imagen de ambos codo con codo,
la una desnuda y el otro vestido.
Todos los m�sculos de los grises estaban en tensi�n; ten�an los ojos desorbitados y
fijos, y los labios muy abiertos. Los agujeros negros de sus bocas eran sendas
cavernas; de all� surg�a el lastimero sonido, que no era tanto un gemido como un
ruido monocorde e inhumano. Le recordaba a los avisperos que hab�a encontrado un
verano en el garaje del apartamento de Studio City de su madre, al zumbido mec�nico
de los insectos en un rinc�n oscuro. El Ar�spice continuaba recitando en holand�s.
Otro Calavera acerc� un vaso de agua a los labios del escriba mientras este segu�a
anotando. El aire estaba cargado de un denso olor a sangre, especias y mierda.
Los grises segu�an inclin�ndose cent�metro a cent�metro, temblando, con los labios
distendidos y la boca demasiado abierta, como si se les hubieran desencajado las
mand�bulas. Toda la sala parec�a vibrar.
Pero Alex era la �nica que los ve�a.
Por eso Leteo la hab�a tra�do a Yale, por eso el decano Sandow hab�a accedido a
rega�adientes a hacerle su oferta de oro a una chica esposada. Aun as�, Alex mir�
en torno suyo, con la esperanza de que alguien m�s la entendiera, de que alguien le
ofreciera ayuda.
Retrocedi� un paso, con el coraz�n retumb�ndole en el pecho. Los grises eran
d�ciles, perezosos, sobre todo unos tan antiguos como aquellos. Al menos eso cre�a
Alex. �Era esta una de las lecciones que Darlington no hab�a llegado a darle a�n?.
Se estruj� el cerebro para intentar recordar los escasos ensalmos que Darlington le
hab�a ense�ado el semestre pasado, los hechizos de protecci�n. Siempre pod�a usar
las palabras f�nebres como �ltimo recurso. �Funcionar�an contra unos grises en ese
estado?. Deber�a haberse llenado los bolsillos de sal, haber tra�do caramelos para
distraerlos, cualquier cosa. Lo b�sico, dec�a Darlington dentro de su cabeza. Se
domina enseguida.
La barandilla de madera que aferraban los dedos de los grises empez� a deformarse y
crujir. Esta vez, la cantante pelirroja levant� la mirada, pregunt�ndose de d�nde
ven�an esos ruidos.
La madera estaba a punto de astillarse. Los s�mbolos deb�an de estar mal hechos; el
c�rculo de protecci�n no iba a aguantar. Alex mir� a la izquierda y derecha,
observando a los in�tiles Calaveras con sus t�nicas rid�culas. Si Darlington
estuviera all�, se quedar�a a luchar. Se asegurar�a de repeler a los grises y
proteger a Reyes.
Los focos hal�genos comenzaban a titilar.
�Que te den, Darlington. �murmur� Alex entre dientes, d�ndose la vuelta para
escapar.
Bum.
La estancia entera se sacudi�, y Alex trastabill�. El Ar�spice y los dem�s
Calaveras la fulminaron con la mirada.
Bum.
Era el sonido de algo que llamaba desde el otro mundo. Algo muy grande. Algo que no
pod�an permitir que entrara.
��Es que nuestra Dante est� borracha?. �murmur� el Ar�spice.
Bum.
Alex abri� la boca para gritar, para decirles que huyeran antes de que las barreras
que conten�an a aquel ser cedieran del todo.
De pronto, el gemido ces� por completo. Era como si acabaran de ponerle el tap�n a
una botella. El monitor segu�a pitando. Las luces vibraban.
Los grises hab�an vuelto a sus asientos, ignor�ndose. Ignor�ndola.
Alex notaba la blusa h�meda y pegada al cuerpo, empapada en sudor bajo el abrigo.
Ol�a su propio miedo amargo impregn�ndole la piel. Los focos hal�genos continuaban
emitiendo su fulgor caliente y blanco. El anfiteatro palpitaba como un �rgano lleno
de sangre. Los Calaveras la miraban fijamente. En la sala de al lado empezaron a
sonar los t�tulos de cr�dito.
En la barandilla, justo donde se hab�an agarrado los grises, sobresal�an unas
astillas blancas como la seda de ma�z.
�Lo siento. �mascull� Alex, antes de doblarse en dos y vomitar en el suelo de
piedra.
Cuando finalmente cosieron a Michael Reyes, ya eran casi las tres de la madrugada.
El Ar�spice y casi todos los Calaveras se hab�an retirado hac�a horas, para
quitarse el olor del ritual y prepararse para la fiesta, que durar�a hasta bien
entrado el amanecer.
Quiz� el Ar�spice volver�a directamente a Nueva York, c�modamente sentado en el
asiento de piel color crema de una limusina negra, o quiz� participar�a en la
celebraci�n y elegir�a a alguno. (o a varios). de aquellos sol�citos
universitarios. Le hab�an dicho que �atender� al Ar�spice se consideraba un honor.
Tal vez pod�a llegar a parecerlo si uno estaba lo bastante colocado y borracho,
pero a Alex le sonaba m�s bien a que los estaban prostituyendo para el fulano que
pagaba las facturas.
La pelirroja. (result� que se llamaba Miranda, �como el personaje de La
tempestad�). la hab�a ayudado a limpiar el v�mito. Hab�a sido muy maja con ella, y
Alex casi se sent�a mal por no recordar su nombre.
Ya hab�an sacado a Reyes del edificio en una camilla, camuflado con velos de
ofuscamiento que le daban la apariencia de un voluminoso equipo de sonido cubierto
con un pl�stico protector. Esa era la parte m�s peligrosa de toda la velada, al
menos para la sociedad. La Calavera y las Tibias solamente destacaba por la
pronosticaci�n y, evidentemente, a los miembros de El Manuscrito no les interesaba
compartir sus glamures con otra sociedad. La magia que manten�a unidos los velos de
Reyes flaqueaba con cada bache; la camilla se desdibujaba y los pitidos del equipo
m�dico y el ventilador todav�a se o�an. Si alguien se deten�a a examinar de cerca
lo que estaban transportando por el pasillo, los Calaveras tendr�an un serio
problema, pero seguramente no ser�a nada que no se pudiera solucionar con un buen
soborno.
Alex ir�a a visitar a Reyes cuando regresara al pabell�n, y volver�a una semana m�s
tarde para asegurarse de que no hab�a habido complicaciones. No era la primera vez
que alguien mor�a despu�s de una pronosticaci�n, aunque solamente hab�a ocurrido
una vez desde 1898, cuando se hab�a fundado la Casa Leteo para supervisar a las
sociedades. Un grupo de Calaveras hab�an matado accidentalmente a un vagabundo
durante una apresurada pronosticaci�n de emergencia, despu�s del crac de la bolsa
de 1929. Tras el incidente, las pronosticaciones se hab�an prohibido durante los
siguientes cuatro a�os, y La Calavera hab�a estado a punto de perder su gigantesca
tumba de piedra roja de High Street.
�Para eso existimos. �le hab�a dicho Darlington mientras Alex hojeaba las p�ginas
de los registros de Leteo, en las que figuraban los nombres de cada v�ctima y la
fecha de la pronosticaci�n�. Somos los pastores, Stern.
Sin embargo, Darlington hab�a torcido el gesto cuando Alex le hab�a ense�ado una
inscripci�n en los m�rgenes de El legado de Leteo.
��Qu� significa �MMM�?.
�Menos mendigos muertos. �le hab�a explicado Darlington, suspirando.
Vaya con la noble misi�n de la Casa Leteo. Sin embargo, Alex no se sent�a demasiado
superior esta noche; hab�a estado a unos segundos de abandonar a Michael Reyes para
salvarse el culo.
Alex tuvo que soportar una larga retah�la de bromas sobre su regurgitada cena de
pechuga de pollo a la plancha y regalices, pero se qued� en el anfiteatro para
asegurarse de que los dem�s Calaveras siguieran el protocolo adecuado. (o eso
esperaba ella). para desinfectar la sala.
Se prometi� a s� misma que volver�a m�s tarde para esparcir polvo de huesos por el
anfiteatro. Los recordatorios de la muerte eran la mejor forma de mantener a raya a
los grises. Por eso los cementerios se contaban entre los lugares con menos
fantasmas del mundo. Pens� en las bocas abiertas de los dos grises, en ese horrible
zumbido insectil. Algo hab�a intentado entrar por la fuerza en el c�rculo de tiza.
Al menos eso le hab�a parecido. Los grises. (los fantasmas). eran inofensivos. Por
lo general. Era muy dif�cil que se manifestaran en el mundo mortal,
independientemente de la forma adoptada. Y cruzar el �ltimo Velo. Volverse f�sicos,
capaces de tocar. capaces de hacer da�o. S�, pod�an hacerlo. Alex lo sab�a muy
bien. Pero era casi imposible.
Aun as�, se hab�an celebrado cientos de pronosticaciones en aquel anfiteatro, y
Alex nunca hab�a o�do hablar de que un gris irrumpiera o Interfiriera en ellas bajo
una forma f�sica. �Por qu� su comportamiento hab�a cambiado esta noche?.
Si es que ha cambiado.
El mayor regalo que le hab�a dado Leteo a Alex no era el viaje a Yale, aquel nuevo
comienzo que hab�a borrado su pasado como una quemadura qu�mica. Era el
conocimiento, la certeza de que las cosas que ve�a eran reales y siempre lo hab�an
sido. Pero hab�a vivido demasiado tiempo pregunt�ndose si estaba loca como para
dejar de hacerlo ahora. Darlington la habr�a cre�do. �l siempre la cre�a. Pero
Darlington no estaba.
Volver�, se dijo. Dentro de una semana habr�a luna nueva y lo traer�an a casa.
Alex toc� la barandilla astillada, pensando ya en c�mo iba a describir la
pronosticaci�n en los registros de la Casa Leteo. El decano Sandow los revisaba
siempre, y a Alex no le apetec�a tener que explicar que hab�a ocurrido algo fuera
de lo normal. Adem�s, sin contar con que hab�an estado revolviendo en las tripas de
un hombre inconsciente, no hab�a ocurrido nada malo.
Cuando Alex sali� del pasadizo, Tripp Jelmud despeg� la espalda de la pared.
��Ya est�n terminando?.
Alex asinti� e inspir� hondo para disfrutar del aire perceptiblemente m�s fresco
del pasillo, ansiosa por salir de all�.
�Da mal rollo, �eh?. �le dijo Tripp con una sonrisa burlona�. Si quieres, puedo
conseguirte parte de las transcripciones cuando las pasen a limpio. Te vendr� bien
para la deuda acad�mica.
��Qu� co�o sabr�s t� de deudas?. �le solt� antes de poder contenerse. A Darlington
no le habr�a gustado. Alex ten�a que mantenerse cort�s, distante y diplom�tica.
Adem�s, estaba siendo hip�crita. Leteo se hab�a asegurado de que completara sus
estudios sin la temida nube de deudas sobre su cabeza. si es que sobreviv�a a
cuatro a�os de ex�menes, trabajos y noches como aquella.
Tripp levant� las manos con gesto de rendici�n, riendo nerviosamente.
�Eh, que yo solo intento buscarme la vida. �Tripp estaba en el equipo de vela, era
un Calavera de tercera generaci�n, un caballero ilustrado, un golden retriever de
pura raza. bobalic�n, repeinado y caro. Ten�a las mejillas sonrosadas de un beb�
regordete, el cabello rubio arena y la piel todav�a bronceada por el sol de la
islita en la que habr�a pasado las vacaciones de invierno. Se comportaba con la
pachorra de alguien a quien siempre le hab�a ido y le ir�a guay, el ni�o de las mil
segundas oportunidades�. �Estamos bien?. �pregunt�, ansioso.
�Estamos bien. �contest� Alex, aunque ella no estaba bien en absoluto. Todav�a
sent�a la reverberaci�n de aquel lamento en los pulmones, en el cr�neo�. Es que el
aire estaba muy cargado ah� dentro.
��Verdad que s�?. �dijo Tripp, deseoso de hacer las paces�. Al final no est� tan
mal tener que quedarme aqu� fuera toda la noche. �No parec�a demasiado convencido.
��Qu� te ha pasado en el brazo?. �Alex ve�a asomar un vendaje bajo la chaqueta
cortavientos de Tripp.
El chico se remang�, mostrando el antebrazo cubierto por un pl�stico grasiento.
�Me he ido a tatuar hoy con unos colegas.
Alex mir� m�s de cerca el tatuaje. un bulldog saltando por el centro de una gran Y.
El equivalente masculino del �amigas para siempre�.
�Mola. �minti�.
��T� tienes tatus?. �Sus ojos adormilados la miraron de arriba abajo, como
intentando despojarla de sus prendas invernales, igual que todos los capullos que
iban por la Zona Cero y le acariciaban la clav�cula y los b�ceps, trazando el
contorno de los dibujos. ��Y este qu� significa?.�.
�No. No me van. �Alex se envolvi� el cuello con la bufanda�. Ma�ana ir� al pabell�n
del hospital, a ver qu� tal est� Reyes.
��Qui�n?. Ah, ya. Vale. �Y d�nde est� Darlington, por cierto?. �Ya ha empezado a
endosarte los trabajos de mierda?.
Tripp toleraba a Alex y trataba de ser majo con ella porque le gustaba que todo el
mundo le rascara la barriguita, pero Darlington le ca�a bien de verdad.
�En Espa�a. �contest�, tal y como le hab�an pedido.
�Guay. Dile Buenos d�as. (en espa�ol). de mi parte.
Si Alex hubiera podido decirle algo a Darlington, habr�a sido �Vuelve�. Se lo
habr�a dicho en ingl�s y en espa�ol. En imperativo.
�Adi�s. (en espa�ol). �le dijo a Tripp�. P�salo bien en la fiesta.
Cuando sali� del edificio, Alex se arranc� los guantes, desenvolvi� dos caramelos
pegajosos de jengibre y se los meti� en la boca. Estaba cansada de pensar en
Darlington, pero el olor del jengibre y el calor que le generaba en la garganta
avivaban su recuerdo. Ve�a de nuevo su largo cuerpo tendido delante de la gran
chimenea de Black Elm. Se hab�a descalzado para secar los calcetines en la repisa.
Estaba bocarriba, con los ojos cerrados y la cabeza recostada sobre los brazos
flexionados, meneando los dedos de los pies al ritmo de la m�sica que sonaba en la
habitaci�n, una obra cl�sica que Alex no conoc�a, llena de trompas que dejaban
curvas enf�ticas de sonido flotando en el aire.
Alex estaba sentada en el suelo, a su lado, abraz�ndose las rodillas, con la
espalda apoyada en un viejo sof�, intentando parecer relajada y dejar de mirarle
los pies. Parec�an tan. desnudos. Se hab�a remangado los vaqueros negros para no
mojarse la piel. Aquellos esbeltos pies blancos, con los dedos cubiertos por una
pizca de vello, la hab�an hecho sentir un tanto obscena, como si fuera una
pervertida de otra �poca, escandalizada por ver un simple tobillo desnudo.
Que te den, Darlington. Volvi� a ponerse los guantes con brusquedad.
Por un instante, se qued� paralizada, indecisa. Deber�a volver a la Casa Leteo y
redactar su informe para el decano Sandow, pero lo que de verdad le apetec�a era
dejarse caer en la estrecha litera de la habitaci�n que compart�a con Mersy y
dormir todo lo que pudiera antes de tener que ir a clase. A esas horas, todav�a no
tendr�a que idear ninguna excusa para las cotillas de sus compa�eras de habitaci�n.
Pero si dorm�a en Leteo, Mersy y Lauren exigir�an saber d�nde y con qui�n hab�a
pasado la noche.
Darlington le hab�a sugerido inventarse un novio para justificar sus largas
ausencias y noches sin dormir.
�Si lo hago, tarde o temprano tendr� que ense�arles a un ser humano con forma
masculina que me mire embobado. �hab�a replicado Alex con frustraci�n�. �C�mo lo
has conseguido t� durante estos tres a�os?.
Darlington se hab�a encogido de hombros.
�Mis compa�eros de cuarto daban por hecho que era un picaflor. �Si Alex pudiera
haber girado los ojos un poco m�s, habr�an acabado mirando hacia atr�s.
�Est� bien, est� bien. Les dije que tocaba en un grupo con unos t�os de la
Universidad de Connecticut y que ensayamos a menudo.
��Por lo menos tocas alg�n instrumento?.
�Claro que s�.
Tocaba el chelo, el contrabajo, la guitarra, el piano y un chisme llamado �ud�.
Con un poco de suerte, Mersy dormir�a profundamente cuando Alex llegara al
dormitorio y podr�a colarse dentro para apoderarse de su cestillo de ducha y salir
de nuevo al pasillo sin que nadie se diera cuenta. No ser�a f�cil. Cada vez que
interfer�as con el Velo que separaba este mundo del siguiente, se te pegaba un
tufillo similar al ozono de una tormenta el�ctrica, mezclado con el olor a podrido
de una calabaza abandonada demasiado tiempo en un alf�izar. La primera vez que
hab�a cometido el error de volver a la suite sin ducharse primero, hab�a tenido que
inventarse que hab�a tropezado con un mont�n de basura. Mersy y Lauren se hab�an
partido de risa durante semanas.
Alex pens� en la ducha mugrienta de su residencia. y despu�s en la enorme y vieja
ba�era con garras del impoluto cuarto de ba�o de Il Bastone, y tambi�n en su cama
de cuatro postes, tan alta que ten�a que auparse para subir. Supuestamente, Leteo
ten�a refugios y escondites repartidos por todo el campus de Yale, pero a Alex solo
le hab�an ense�ado la Madriguera e Il Bastone. La Madriguera estaba m�s cerca de la
resi de Alex y de la mayor�a de sus clases, pero no era m�s que un apartamento
c�modo aunque destartalado, situado encima de una tienda de ropa y bien surtido de
bolsas de patatas fritas y de las barritas de prote�nas de Darlington; un lugar
donde echarse una siesta r�pida en el desvencijado sof� de muelles torcidos. Il
Bastone era especial. una mansi�n de tres plantas, a casi dos kil�metros del
coraz�n del campus, que serv�a como sede principal de Leteo. �culo estar�a
esper�ndola all� esa noche, con las l�mparas encendidas y una bandeja de t�, co�ac
y s�ndwiches. Era la tradici�n, incluso si Alex no se presentaba para disfrutar de
todo ello. Sin embargo, el precio de todo aquel lujo era tener que v�rselas con
Oculo, y esta noche no ten�a �nimos para hacer frente a los tensos silencios de
Dawes. Era preferible regresar a la residencia con el pestazo del trabajo de la
velada.
Alex cruz� la calle y ataj� por la rotonda. Le costaba no mirar hacia atr�s, no
pensar en los grises situados al borde del c�rculo de protecci�n con la boca
demasiado abierta, como dos pozos negros en los que reverberaba aquel grave sonido
insectil. �Qu� habr�a pasado si la barandilla se hubiera roto, si el c�rculo de
tiza no hubiera resistido?. �Qu� era lo que los hab�a provocado?. �Habr�a tenido
Alex la fuerza o el conocimiento necesarios para contenerlos?. Pasa punto, pasa
mundo.
Alex se arrebuj� en su abrigo y enterr� el rostro en la bufanda, notando el aliento
h�medo en la lana mientras se apresuraba a dejar atr�s la biblioteca Beinecke.
�Si te quedas encerrada all� durante un incendio, se extrae todo el ox�geno. �le
hab�a asegurado Lauren�. Para proteger los libros.
Alex sab�a que era mentira. Se lo hab�a dicho Darlington. �l conoc�a la verdad de
aquel edificio, todas sus caras. Hab�a sido construido siguiendo el ideal
plat�nico. (el edificio era un templo), empleando las mismas proporciones que
utilizaban algunos tip�grafos para sus p�ginas. (el edificio era un libro), y su
m�rmol hab�a sido extra�do en Vermont. (el edificio era un monumento). La entrada
estaba dise�ada para que solo pudiera pasar una persona a la vez, cruzando la
puerta giratoria como un penitente. Record� a Darlington poni�ndose los guantes
blancos para manejar los valiosos manuscritos, apoyando sus largos dedos en sus
p�ginas con reverencia. Igual que hac�a Len al contar dinero.
Hab�a una sala en Beinecke, escondida en. No recordaba la planta. Y aunque se
hubiera acordado, no habr�a ido all�. No ten�a cojones para bajar al patio, dibujar
el patr�n secreto en la ventana con los dedos y adentrarse en la oscuridad. Aquel
lugar hab�a sido muy querido para Darlington. Era el sitio m�s m�gico de todo el
campus, y tambi�n donde Alex m�s se sent�a una farsante.
Ech� mano a su tel�fono para comprobar la hora, esperando que no fuera mucho m�s
tarde de las tres. Si consegu�a lavarse y meterse en la cama a las cuatro, todav�a
podr�a dormir tres horas y media antes de tener que levantarse y cruzar el campus
otra vez para ir a clase de Espa�ol. Los mismos c�lculos se repet�an todas las
noches, a cada rato. �Cu�nto tiempo le llevar�a acabar el trabajo?. �Cu�nto podr�a
descansar?. Y nunca lograba que esas cuentas terminaran de cuadrar. Iba tirando
como buenamente pod�a, estirando el chicle, qued�ndose siempre un pel�n corta, con
el p�nico permanentemente pegado a los talones.
Alex mir� la pantalla iluminada y solt� un taco. Ten�a un mont�n de mensajes sin
leer. Hab�a puesto el m�vil en silencio durante la pronosticaci�n y se hab�a
olvidado de volver a encenderlo.
Todos los mensajes eran de la misma persona. Oculo, Pamela Dawes, la estudiante de
posgrado que se ocupaba del mantenimiento de las residencias de Leteo, adem�s de
ser su ayudante de investigaci�n. �Pammie�, aunque solo Darlington la llamaba as�.
Llama.
Llama.
Llama.
Todos los mensajes hab�an llegado exactamente con quince minutos de diferencia. O
Dawes estaba siguiendo alg�n protocolo o era mucho m�s cuadriculada de lo que
pensaba Alex.
Se plante� ignorar sus mensajes. Pero era jueves, la noche en que las sociedades se
reun�an, y eso significaba que alguna gilipollez hab�a desembocado en algo m�s
grave. Tal vez los payasos cambiaformas de La Cabeza del Lobo se hab�an
transformado en un reba�o de b�falos y hab�an atropellado a los estudiantes que
sal�an de Branford.
Busc� refugio contra el viento tras una de las columnas de Beinecke y marc� el
n�mero.
Dawes cogi� el tel�fono al primer tono.
�Al habla �culo.
�Al hab�a Dante. �contest� Alex, sinti�ndose imb�cil. Ella era Dante. Darlington
era Virgilio. As� funcionar�a Leteo hasta que Alex llegara a su �ltimo curso y
recibiera el cargo de Virgilio para ser a su vez mentora de un alumno nuevo. Cuando
Darlington le hab�a revelado sus nombres en clave. (sus �cargos�, como dec�a �l),
Alex hab�a asentido y esbozado su misma sonrisa c�mplice, fingiendo que entend�a el
chiste. M�s tarde hab�a investigado y descubierto que Virgilio hab�a sido el gu�a
de Dante durante su descenso a los infiernos. Otra broma de la Casa Leteo que se le
escapaba.
�Hay un cuerpo en el Payne Whitney. �dijo Dawes�. Centuri�n ya est� all�.
�Un cuerpo. �repiti� Alex, pregunt�ndose si la fatiga hab�a minado su capacidad
para comprender el lenguaje humano elemental.
�S�.
��Quieres decir un cad�ver?.
�S�-�. �Era evidente que Dawes intentaba aparentar calma, pero la palabra se le
atragant�, transformando su �nica s�laba en un hipido musical.
Alex apoy� la espalda en la columna, sintiendo la fr�a piedra a trav�s del abrigo.
La recorri� una punzada de adrenalina e irritaci�n.
�Me est�s vacilando?. Era lo que quer�a preguntarle. Porque era lo que le parec�a.
Que se estaban cachondeando de ella. Que volv�a a ser el bicho raro, la que hablaba
sola, la que estaba tan desesperada por hacer amigas que, cuando Sarah McKinney
hab�a quedado con ella en Tres Muchachos despu�s de clase para que Alex intentara
hablar con su abuela, porque las dos sol�an ir mucho por all� y Sarah la echaba
mucho de menos, hab�a accedido. La ni�a a la que hab�an dejado plantada delante del
restaurante mexicano m�s cutre del centro comercial m�s cutre del Valle, hasta que
no le qued� m�s remedio que llamar a su madre para que la recogiera porque all� no
ven�a nadie. Pues claro que no ven�a nadie.
Esto es real, se record�. Y Pamela Dawes ser�a muchas cosas, pero no era una
gilipollas del estilo de Sarah McKinney.
Y eso quer�a decir que hab�a muerto alguien.
�Y ella ten�a que hacer algo al respecto?.
�Eh. �Ha sido un accidente?.
�Posible homicidio. �Dawes parec�a estar esperando a que le hiciera exactamente esa
pregunta.
�Vale. �contest� Alex, porque no ten�a ni idea de qu� decir.
�Vale. �repiti� Dawes, inc�moda. Ya hab�a pronunciado su gran frase y no ve�a el
momento de hacer mutis por el foro.
Alex colg� el tel�fono y se qued� all� plantada, en el silencio l�gubre y ventoso
de la plaza desierta. Hab�a olvidado m�s de la mitad de todo lo que Darlington
hab�a intentado ense�arle antes de desaparecer, pero definitivamente nunca hab�a
mencionado el asesinato.
Aunque no sab�a por qu�; si los dos iban a visitar el infierno juntos, el asesinato
no parec�a mal lugar para empezar.