Aspectos Antropológicos y Culturales de La Devoción Al Señor de Los Milagros

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Una Mirada a los Aspectos Antropológicos y Culturales de la

Devoción al Señor de los Milagros

Fernando Vidal, Lima 2021


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Introducción

La devoción al Señor de los Milagros es una de las manifestaciones más


importantes del catolicismo en el Perú. Pero además, la tradición que se extiende a lo largo
de más de tres siglos y la multiforme riqueza de elementos que la constituyen hacen de ella
una expresión cultural de enorme significado. En ella confluyen narraciones, expresiones
artísticas y multiplicidad de relaciones que la convierten en un elemento configurador de
identidad, tanto individual como colectiva, con un poderoso fermento humanizador.

Origen y desarrollo de la devoción

El barrio de Pachacamilla era un barrio de esclavos, uno de los más pobres de la


Lima del s. XVII. Allí, en la pared de adobe de su casa, un esclavo angoleño pintó una
imagen para que presidiera las reuniones de la cofradía que, hacia 1650, habían
conformado hombres de similar origen y destino. En 1655, un violento sismo que «no
había respetado templos ni lugares consagrados a la oración, respetó el débil muro de un
apartado barrio de la ciudad sobre el cual resaltaba la figura pálida y macilenta de Cristo
Crucificado» (Vargas Ugarte, 1949, p. 13). En poco tiempo, noticias de sucesivos
milagros y curaciones fueron alimentando sentimientos de piedad y expresiones de culto.

Las aglomeraciones y bulliciosas formas de devoción despertaron la preocupación de


las autoridades eclesiásticas. Temiendo que se tratara de una manifestación de sincretismo,
mandaron borrar la imagen. Los esfuerzos infructuosos por cumplir la orden sólo hicieron
aumentar la devoción hacia la imagen que comenzó a invocarse como “Señor de los
Milagros”. Finalmente, las autoridades eclesiásticas y civiles dieron su beneplácito a este
culto y el 14 de setiembre de 1671, día de la Exaltación de la Santa Cruz, se celebró la
primera misa ante el Cristo de Pachacamilla. Posteriormente, la resistencia de la imagen ante
sucesivos temblores y el amparo que las gentes encontraban cuando recurrían a ella
merecieron que el Cabildo de Lima lo declarara patrono y defensor de la ciudad en 1715
(Álvarez Calderón et al., 2019, pp. 30-31; Costilla, 2011, p. 175) y se le denominara también
Santo Cristo de las Maravillas y Señor de los Temblores.

Frente a nuevas amenazas telúricas, para obtener la protección del Cristo moreno,
el 28 de octubre de 1746 se dio inicio a una peregrina misión de penitencia: por primera
vez salió en procesión por las calles de Lima la venerada imagen del Señor de los Milagros
(Benito Rodríguez, 2010, p. 134).
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Significado religioso

Con mucha razón señala Hidalgo (2016) que «la devoción al Señor de los Milagros
es una experiencia de fe y no solo una tradición cultural o popular» (p.89). En ella
confluyen elementos muy hondos de la experiencia de Dios. Se trata de un Cristo
crucificado, y es conocida la piedad que la Cruz despierta en nuestro pueblo (de la Puente
et al, 2014). Pero además, en el rostro moreno del Cristo de Pachacamilla se refleja con
especial cercanía la bondad de Dios misericordioso que, como Buen Pastor, recorre las
calles buscando a las ovejas perdidas. Se produce un encuentro real y misterioso, entre los
brazos abiertos del Señor y las miradas, los pies descalzos, las lágrimas, las penitencias, la
esperanza inquebrantable en el milagro, el anhelo de tocarlo y santiguarse, y volver a casa
renovado. Para algunos es un momento fuerte dentro de una vida centrada en Cristo; para
otros, la ocasión de liberarse del peso del abandono y las culpas. Para todos, una
experiencia pascual.

Todo ello está plagado de una enorme riqueza de símbolos: la imagen, adornada
con arcos y aplicaciones de plata y oro; los colores —el morado de los hábitos, el blanco
de las ceras, la multiplicidad de las flores y de las razas—, el incienso que se eleva con los
cantos, las ofrendas florales, el sonido de la banda que se confunde con las bocinas lejanas
de los carros (Roca, 2016). La naturaleza material se espiritualiza en una atmósfera popular
y fraterna, pero también solemne y sagrada. Es una experiencia de Iglesia, en la ocupan un
lugar central los sacramentos, tal como se puede apreciar en las largas filas en la Capilla de
las Confesiones y las abarrotadas Misas que se celebran diariamente en el templo de las
Nazarenas.

En esa armónica amalgama de devoción, símbolos, encuentro e intensas emociones


no es difícil descubrir una espiritualidad barroca. En ella se aprecia

el factor unificador e integrador que ha tenido el Barroco, no solamente en lo


formal y estilístico, sino en lo cultural, como la posibilidad de expresión que
incorpora numerosas culturas y que da como resultado la sociedad multicultural,
mestiza, que nos representa actualmente en el Perú (Villacorta y Santamato, 2010,
p. 305)
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Dimensión Antropológica y Cultural

Al lado de la experiencia de fe hay en esta devoción una dimensión antropológica y


social que merece ser profundizada. Nos limitaremos aquí a esbozar algunos elementos.

Por un lado, se constata cómo la dimensión emocional y afectiva predominante


sirve como puerta de entrada a un misterio trascendente y a la integralidad de la
experiencia. Por ella se ingresa al conocimiento de las verdades de la fe, intuidas a través
de la riqueza simbólica, pero también categorizadas y maduradas a través de la catequesis,
principalmente por medio de las homilías. Conduce además a una cada vez mayor
coherencia de vida, a que la voluntad haga de cada opción cotidiana un medio para honrar
a nuestro Amo y Señor. Se trata, pues de una experiencia que porta un enorme potencial de
crecimiento en humanidad a través de la unión personal y comunitaria en torno a la
Verdad, el Bien y la Belleza.

El hecho de que la devoción no se circunscriba al santuario sino que se extienda en


la procesión que recorre las calles le confiere una notable dimensión social. Podemos
apreciar la ambigüedad del mundo-ambiente en el variado microcosmos de la ciudad que le
sirve de escenario. Allí conviven las riquezas y miserias de quienes la habitan: lo bello y lo
grotesco; el ruido y la contrición; lo sublime y lo abyecto; lo conservado y lo derruido; la
alegría y la desesperación. Esas realidades circundan pero también penetran a las
multitudes que acompañan las procesión, pues forman parte de la contingencia del homo
viator y son reflejo de la indesligable relación hombre-mundo a través de la que se
configura la cultura. He ahí el potencial humanizador de la devoción que, en virtud de los
elementos señalados, posee un potencial de superación de la ambigüedad hacia un
crecimiento de lo más genuinamente humano.

Otro aspecto muy importante es el mestizaje generado alrededor de la devoción.


Rostworowski (1992) resalta que «el Señor une en su culto a indios, negros y blancos» y lo
analiza remontándose a la religiosidad indígena, señalando no sólo que los primitivos
habitantes de lo que vendría a ser el barrio de Pachacamilla eran indios ychsma, sino que a
la divinidad que adoraban —Pachacámac, “aquel que mueve el mundo”— se le atribuía ser
el “Señor de los Temblores” (pp. 15-16). El local pasaría a albergar los caseríos de
esclavos negros en la época colonial, cuyo bagaje cultural, en el encuentro con lo blanco,
indio y mestizo, ha dado lugar a expresiones religiosas, musicales y gastronómicas
originales. Costilla destaca a su vez que
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existen al menos dos niveles de mestizaje en relación con esta devoción. Un primer
nivel ligado al origen de la imagen, a la condensación de sentidos vinculados a
tradiciones culturales africanas y a la tradición cristiana católica. Y un segundo
nivel asociado a la posterior apropiación y resignificación de esta Imagen desde
distintos grupos étnicos y desde diferentes sectores sociales. (2011, p. 174)

Se destaca así tanto el aspecto diacrónico de una tradición con raíces milenarias que
se acrisola desde la acogida vital de la fe cristiana, siempre personal y comunitaria; como
el aspecto sincrónico, caracterizado por la confluencia de millares de personas de todas las
razas y condiciones socioeconómicas, cuyas diferencias ceden y se integran en la común
veneración al Señor de los Milagros.

Los diversos aspectos considerados evidencian en esta devoción un dinamismo


configurador de identidad y de integración en un espacio social y religioso: la sociedad y la
Iglesia. De ello da testimonio la amplia difusión de esta devoción en el Perú (Costilla,
2016, p. 166) y en el mundo (de Trazegnies, 2016), como también el número incalculable
escuelas, postas médicas, asentamientos humanos y otras organizaciones sociales,
educativas puestas bajo su patrocinio.

A modo de conclusión

A través de esta multiplicidad de elementos, el devoto encuentra en la veneración al


Señor de los Milagros un camino de acercamiento a la verdad más honda sobre sí mismo
como imagen e hijo de Dios. Bajo el peso de las andas o en el fragor del camino
procesional se descubre frágil y sufriente, herido por el pecado, pero redimido y
reconciliado por un Amor misericordioso que lo espera de brazos abiertos y sale a su
encuentro por las calles. Se descubre además miembro de un pueblo, de un cuerpo que
camina en medio de un mundo a veces hostil, otras acogedor, siempre objeto del Señor que
lo recorre y quiere bendecirlo. Si la cultura es aquello «a través de lo cual el hombre, en
cuanto hombre, se hace más hombre» (Juan Pablo II, 1980), la devoción al Señor de los
Milagros es sin duda una expresión cultural de enorme riqueza humanizadora.
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Referencias

Álvarez Calderón, M. R., Canessa, L., & Hidalgo, P. (2019). Señor de los Milagros

“Guarda y custodia desta ciudad”. Municipalidad de Lima.

Benito Rodríguez, J. A. (2010). El Señor de los Milagros, rostro de un pueblo: El

protagonismo de la Hermandad de las Nazarenas de Lima. Los crucificados,

religiosidad, cofradías y arte: Actas del Simposium 3/6-IX-2010, 1025-1052.

Costilla, J. (2011). El culto limeño al Señor de los Milagros (siglos XVII XXI):

Fundamentos históricos para repensar una devoción mestiza. Revista peruana de

historia eclesiástica, 13, 169-204.

Costilla, J. (2016). Una práctica negra que ha ganado a los blancos: Símbolo, historia y

devotos en el culto al Señor de los Milagros de Lima (siglos XIX-XXI).

Anthropologica, 34(36), 149-176.

de la Puente et al, J. A. (2014). Las cruces de Lima (1ra edición). ICTYS Instituto Cultural

Teatral y Social.

de Trazegnies, F. (2016). La expansión nacional e internacional de la devoción. En El

Señor de los Milagros: Historia, devoción e identidad (pp. 155-167). Banco de

Crédito del Perú.

Hidalgo, P. (2016). Teología de la devoción al Señor de los Milagros. En El Señor de los

Milagros: Historia, devoción e identidad (pp. 89-101). Banco de Crédito del Perú.

Juan Pablo II. (1980). Discurso a la UNESCO (2 junio 1980). AAS, 72, 742.

Roca, F. (2016). Antropología de un movimiento popular y ritual. En El Señor de los

Milagros: Historia, devoción e identidad (pp. 103-115). Banco de Crédito del Perú.

Rostworowski de Diez Canseco, M. (1992). Pachacamac y el señor de los milagros: Una

trayectoria milenaria (1. ed). Instituto de Estudios Peruanos.

Vargas Ugarte, R. (1949). Historia del Santo Cristo de los Milagros. Lumen.
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Villacorta y Santamato, L. A. (2010). El Barroco en la ciudad de los reyes: Expresión de

multiculturalidad en el Virreynato del Perú.

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