Dignidad
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I. Introducción
El siglo pasado, como realización de las ideas liberales, la democracia se impuso en la teoría y en la práctica como el
único régimen posible para las sociedades modernas, en especial a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial y la
creación de la Organización de las Naciones Unidas, todas las naciones que no contaban con regímenes
democráticos o que conservaban instituciones no democráticas, paulatinamente fueron modificando sus marcos
constitucionales y estructuras políticas para instaurar modelos democráticos al menos en sus diseños.
Un impulso importante para ello fueron la consolidación de la ONU, el empuje económico y político del
imperialismo de los Estados Unidos y la construcción de la Unión Europea, pues en todos los casos el paradigma
fundamental que sostenían era precisamente la necesidad de existencia de regímenes democráticos como un
requerimiento para el mantenimiento de relaciones sanas entre los países, y considerando como justamente lo
contrario de los regímenes comunistas totalitarios bajo la órbita de la Unión Soviética.
En América Latina vivimos en el último cuarto del siglo pasado el fin de las dictaduras militares y gobiernos
totalitarios de tipo populista, para dar paso a la formación de regímenes democráticos con más o menos desarrollo y
consolidación, pero finalmente de inspiración demócrata.
Finalmente, apenas a principios de 2011, Occidente observó con satisfacción la llamada "Primavera Árabe", con la
caída de los regímenes totalitarios de las dinastías gobernantes en Túnez y Egipto y finalmente del régimen
estrafalario de Gadafi en Libia, entendiendo que se trata del inicio de la transformación democrática del mundo
árabe, aunque no cabe duda que falta mucho para que esos países puedan transitar a regímenes verdaderamente
democráticos que correspondan a sus tradiciones culturales.
De la misma manera que se impuso la democracia igualmente se impusieron los derechos humanos como una
condición indispensable para el desarrollo de la democracia y la propia existencia de los estados contemporáneos.
Desde la creación de las Naciones Unidas los derechos humanos dejaron de ser un tema de interés interno de los
países, para convertirse en un tema central del derecho y las relaciones internacionales. Es sorprendente la manera
en que han crecido en los últimos tiempos las actividades de la comunidad internacional en el ámbito de la tutela y
protección de los derechos humanos, así como se han desarrollado y perfeccionado tanto los instrumentos que los
consagran como los organismos dedicados a su tutela y promoción.
Por supuesto que ese desarrollo internacional de los derechos humanos no hubiera sido posible sin un crecimiento
en el ámbito interno de los países que lo permitiera y propiciara, y así hemos observado por ejemplo la extensión a
nivel mundial de la figura del Ombudsman, así como de regulaciones jurídicas cada vez más detalladas y completas
de los derechos humanos en cada país, así como el desarrollo de más eficientes mecanismos de tutela y promoción.
Igualmente en ambos temas contamos hoy con desarrollos teóricos importantísimos, que permiten hacer frente a
situaciones difíciles en los que su vigencia pueda ponerse en duda o justificarse un retroceso en su desarrollo.
Derechos humanos y democracia constituyen hoy verdaderos dogmas políticos contra los que nadie se atreve a alzar
la voz.
Así, democracia y derechos humanos son ideas centrales en el mundo contemporáneo, tanto en la vida política
cotidiana de los países, como en el desarrollo de las relaciones internacionales, al grado que en muchas ocasiones
éstas quedan supeditadas a la existencia de estándares mínimos que permitan una sana convivencia, como sucede
con las cláusulas democráticas cada vez más comunes en los tratados tanto bilaterales como multilaterales.
Igualmente no podemos olvidar que los derechos humanos, al menos el estándar mínimo de recogido en la
Declaración Universal de 1948, se consideran como parte del ius cogens internacional.
Ambos temas, democracia y derechos fundamentales comparten su estrecho vínculo e incluso a nivel de
fundamento con la idea de la dignidad humana. Los derechos humanos no son sino la expresión jurídica de la
dignidad de las personas y su función es precisamente permitir y garantizar su respeto, y la democracia es el ámbito
en el que pueden desarrollarse las relaciones políticas de la comunidad en un marco de respeto a la dignidad.
Sin embargo, no obstante ese importante desarrollo de los derechos humanos y la democracia, el mismo desarrollo
no lo podemos observar en relación con la idea que los fundamenta: la dignidad humana. Por el contrario, así como
hay consenso en aquéllos no lo encontramos en relación con la dignidad humana, ni siquiera respecto de su
conceptualización y mucho menos en sus consecuencias.
Así podemos encontrar que bajo argumentos de defensa de la dignidad humana se justifican intervenciones
militares en los países, con la consecuencia de graves violaciones precisamente a esa dignidad. O en defensa de la
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dignidad se sostienen posiciones radicalmente contrarias en temas centrales de la vida cotidiana como el aborto, la
eutanasia, la investigación con embriones humanos, la maternidad subrogada, la atención de enfermos terminales y
muchos otros temas más que el desarrollo del conocimiento, de la ciencia y tecnología están poniendo hoy en el
escaparate de la opinión pública de todos los países.
En este trabajo pretendemos apuntar unas reflexiones iniciales sobre la idea de la dignidad humana, que de alguna
manera nos permitan apuntar a su conceptualización, así como ayudar a su uso conceptual como un elemento que
sirva para clarificar los conflictos y dilemas que se están presentando en distintos ámbitos de la vida social, en lugar
de que la apelación a la dignidad sea un elemento de encono en esas diferencias sociales.
La reflexión filosófica ha acompañado al hombre a lo largo de su existencia, puesto que es el único ser que se
cuestiona sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea. La historia de la filosofía, nos dice Nicol, se desarrolló en
tres temas centrales: primero, la metafísica, después la epistemología y, finalmente, la antropología. Esto se debe a
que primero se preguntó el hombre sobre el ser, luego sobre la forma en que se obtenía el conocimiento sobre
ese ser y posteriormente sobre el ser que conoce al ser, es decir el hombre mismo.1
De la comprensión que se tenga de la naturaleza humana deriva el trato que debe dársele a todo ser que posea
dicha naturaleza, a lo que denominamos "dignidad". Vocablo que deriva del latín dignitas, que a su vez deriva
de dignus, cuyo sentido implica una posición de prestigio o decoro, "que merece" y que corresponde en su sentido
griego a axios o digno, valioso, apreciado, precioso, merecedor.2
La dignidad es ser tratado como lo que se es. La pregunta entonces, ya no solamente para poder comprender lo que
somos en un sentido metafísico, sino para poder dar un trato digno al ser humano, en un sentido ético, es ¿cuál es la
naturaleza o physis ontológica del hombre? ¿Qué es el hombre? Así, sabiendo lo que el hombre es podremos
tratarle como tal, como merece, es decir tratarlo dignamente. La respuesta a esta interrogante puede ser muy
variada, dependiendo de la concepción desde la que se formule, del ámbito cultural e incluso de las creencias
personales de cada individuo.
El hombre tiene una naturaleza distinta de la de los demás seres: capaz de autogobernarse y además posee la
cualidad de poder comprenderse a sí mismo como un ser individual y, a la vez, como parte de una sociedad en la
que interactúa con sus semejantes. Aunque se identifica con sus iguales no se comporta de manera idéntica a ellos,
puesto que no solamente tiene un ser sino que puede tener modos de ser, como les llama Nicol.3
La noción de dignidad humana es uno de los conceptos que en el ámbito del derecho y la filosofía presentan
mayores problemas para su esclarecimiento y definición, en gran medida porque depende de la concepción
filosófica en la cual se fundamente la argumentación; por ello tal vez la conceptualización de la dignidad más
utilizada en la actualidad tiene un carácter meramente instrumental, en la que se hace referencia a la dignidad como
el trato o respeto debido a las personas por su sola condición de seres humanos, pero sin entrar a señalar las
razones o el porqué se le debe ese trato, con lo que se deja a otros ámbitos de reflexión el indagar sobre la
naturaleza humana o las características de lo humano que sustentan la dignidad.4
Incluso, una práctica actual en las reflexiones tanto en el campo de los derechos humanos como en la bioética, con
la finalidad de obviar o evadir el problema de las distintas perspectivas, consiste no en definir ni conceptualizar la
dignidad, sino que dándola por supuesta se tratan de identificar las conductas que la lesionan o dañan, lo que
algunos identifican como conceptualización de la dignidad por su contrario.5
Desde nuestro punto de vista, una perspectiva de la dignidad así, sin una determinación clara, sin vocación de valor
absoluto o al menos definido es sumamente peligrosa, pues deja al concepto vacío de contenido y difícilmente
defendible o sostenible ante los posibles ataques, e incluso hace sumamente difícil la construcción de un marco
institucional para tutelarla; además de que permite el uso del concepto dignidad de manera ambigua, para
argumentar en defensa, por ejemplo, tanto de la legalización como de la prohibición de determinadas situaciones
que son objeto de profundo debate social, como la eutanasia o el aborto, por lo que consideramos que sólo con un
concepto claro y preciso de dignidad es posible construir los medios para su defensa y desarrollo en la convivencia
social, pues en un aspecto tan relevante no basta confiar en el sentido común o la intuición.
En su desarrollo histórico la idea de dignidad humana ha hecho referencia a distintos aspectos de la condición
humana o ha sido entendida desde distintas perspectivas o dimensiones. Francisco García Moreno, por ejemplo,
identifica lo que él llama cuatro dimensiones de la dignidad: a) político-social; b) religiosa o teológica; c) ontológica y
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d) ética, personal y social en el sentido de la autonomía,6 que corresponde de alguna manera a su evolución o
desarrollo a lo largo de la historia, como exponemos a continuación.
1. La dignidad en la Antigüedad
En una primera etapa, en la Antigüedad griega y posteriormente en Roma, la concepción de la dignidad se basó
originariamente en el aprecio y el reconocimiento social hacia el individuo, en la posición social que se ocupaba,
como señala Antonio Pelé:
En efecto, tanto en la Antigüedad, la Edad-Media, el Renacimiento, etcétera el valor del individuo derivaba de su
filiación, origen, posición social, u otros cargos políticos. En resumen, los individuos nacían con dignidades distintas y
desiguales. El individuo podía sentir e identificar su valor y excelencia por la pertenencia a una élite con la cual
compartía los rasgos sociales, políticos y económicos.7
Esa idea de dignidad no tenía más fundamento que la pertenencia a un determinado grupo social, o el desempeño
de determinadas funciones en la vida pública. Sin embargo, es importante señalar que en este caso la dignidad
exigía al individuo una forma de comportamiento acorde con ese aprecio y reconocimiento social, como lo expone
Jörg Luther:
En la tradición filosófica estoica de Cicerón, se califica con la dignidad la posición que en público se atribuye a una
persona honesta que se preocupa por su propia cultura, por el honor y la discreción: "dignitas est alicuius honesta et
cultu et honore et verecundia digna auctoritas". Ciertas formas de vida, "diffluere luxuria et delicate ac molliter
vivere" son incompatibles con la dignidad que forma parte de una naturaleza humana en la que participa la razón.
Esta concepción puede haber impregnado también el uso de "dignitas" en el derecho romano, en un primer
momento como signo del rango de una persona presupuesto por o derivado de un oficio público que la misma
desempeña, y más tarde como signo de un estado social elevado.8
Esta concepción de la dignidad no fundada en la condición humana, sino en la condición social, tiene como supuesta
la idea de superioridad y rechaza por principio la igualdad, que sólo mucho después vendrá a unirse a la idea de
dignidad. Por eso es perfectamente justificable la esclavitud, o la convicción del ciudadano griego o romano como
ser superior, pero como señalamos esa superioridad y dignidad exigía un comportamiento acorde con esa dignidad,
como expresaba Plauto: "Las personas dignas caminan de manera distinta a como lo hacen los esclavos".9
Esta conceptualización de la dignidad, hoy día claramente superada, subsiste sin embargo en lo que podríamos
llamar "la dignidad posicional", es decir, un reconocimiento o estatus que se suma a la dignidad que compartimos
todos los individuos y que se traduce en un reconocimiento social, en un respeto, por la posición que se ocupa
socialmente, y que exige un trato determinado por parte de los demás miembros de la sociedad, lo mismo que un
comportamiento individual, al menos público, acorde con ese reconocimiento. Así, si bien brindamos un trato
respetuoso a los gobernantes, exigimos también que ellos se comporten de una determinada manera, acorde con la
moral social vigente.10
Ya desde las filosofías griega y romana la dignidad hace referencia también a un reconocimiento de lo divino en los
individuos, por eso la exigencia de un comportamiento virtuoso, que busca la perfección propia de lo divino. 11 Sin
embargo, aunque la idea de la creación del hombre por Dios es un rasgo común a todas las religiones monoteístas,
fue con la aparición del cristianismo que la dignidad cobró una nueva dimensión, fundada en el vínculo con la
divinidad. La dignidad para el cristiano se fundamenta en que es creado por Dios: "Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó".12
Para los cristianos, la dignidad tiene su fundamento en su filiación divina, a la que se suma la redención de todo el
género humano por Cristo, el mismo Dios hecho hombre,13 y con esto la dignidad se une con el principio de
igualdad, pues la creación y la redención alcanzan a todos. Pero de nuevo se trata de una dignidad que le viene al
hombre de fuera, que no tiene su fundamento en la propia condición humana.
Ahora bien, aquí comenzamos a encontrar ya algunos atributos de la dignidad que se conservarán hasta nuestros
días, como el hecho de que la dignidad no se pierde, ni depende de las características personales, de la manera de
conducirse en las relaciones sociales o del aprecio que tengamos en la sociedad, sino que por su filiación divina los
seres humanos son dignos, sea cual sea su condición social, y esa dignidad no se pierde o deteriora a lo largo de la
vida, pues no depende del propio ser humano.
También se consolida en esta etapa la idea del ser humano como el ser más digno y excelso de todos los existentes.
Sólo a los seres humanos creó Dios a su imagen y semejanza, sólo a los seres humanos Dios redimió y sólo con ellos
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tiene una relación paterno filial, y el resto de los seres creados lo fueron precisamente para el beneficio del hombre,
que es en este sentido el rey de la creación. Pero aún desde la perspectiva religiosa, el libre albedrío, la libertad y la
autonomía son un presupuesto antropológico de la dignidad, pues es con sus decisiones y elecciones en ejercicio de
su libertad que el ser humano puede alcanzar el bien, acercarse a Dios y cumplir con el plan previsto para cada uno,
con su fin divino alcanzando la perfección.
Y esa conceptualización de la superioridad de la vida humana sobre los demás seres es posteriormente recogida
incluso en ambientes seculares, como lo expresó en su momento Francisco Tomás y Valiente, distinguido jurista
español, que fue magistrado y presidente del Tribunal Constitucional y fue asesinado por ETA en su oficina como
profesor en la Universidad Autónoma de Madrid: "...no hay nada en la creación más importante que el hombre, que
todo hombre, que cualquier hombre".14
Pero esta concepción de una dignidad de origen divino no es exclusiva de la doctrina cristiana o católica, pues en la
teología de otras religiones también se desprende de la liga entre el hombre y su Dios un sustento a una idea de
dignidad, como sucede con el pueblo judío, que se considera un pueblo elegido directamente por Dios, lo que lo
dignifica y enaltece frente a otros pueblos.
Y algo similar ocurre en todas las religiones, incluso en las orientales, como nos señala Masiá:
El fundamento de la dignidad en el budismo Mahayana es la presencia por igual en todas las personas de lo que se
llama en sánscrito buddhagostra y en japonés bushô: la naturaleza búdica en el interior de cada persona; lo mejor
de nosotros en nuestro interior, que coincide con lo divino en cada persona, cuyo desarrollo no es la negación del
yo, sino su expansión; lo que decía el poeta griego Píndaro: "hazte el que eres"; lo que dicen los budistas japoneses
de la escuela de Shingon: "Hacerse buda o iluminado ya en este mundo y en este cuerpo es percatarse de que ya lo
somos".15
Tal vez el paso más trascendente en el desarrollo de la idea de la dignidad humana se dio en el Medioevo, cuando ya
se plantea la dignidad humana basada en lo que el ser humano es, en sus atributos y características, en su ontología.
A partir de este momento el ser humano es digno por sí mismo, con independencia del aprecio, reconocimiento o
valoración social, o de su vínculo con la divinidad. Lo humano, la naturaleza humana es concebida con una dignidad
y un valor intrínsecos.
Sin embargo, los primeros pasos para esta concepción de la dignidad del hombre en el mundo occidental se dieron
en la filosofía griega con los sofistas, con Sócrates, Platón y, por supuesto, Aristóteles, que plantearon la existencia
de la naturaleza y la ley natural.16 Ideas que fueron recogidas después por Cicerón, quien claramente fundamenta la
dignidad en la naturaleza humana, a la que entiende como lo divino en lo humano, lo que también le da un carácter
de superioridad.17
En el siglo XV Pico De la Mirandola inició una tradición en la concepción de la dignidad humana que sería después
seguida y enriquecida por muchos18 al escribir su Discurso sobre la dignidad del hombre, en el cual habla de la
naturaleza especial y distinta del ser humano como creación divina. Para él, el ser humano es distinto a los demás
seres vivos en tanto que éstos se encuentran determinados biológicamente en su totalidad, mientras aquél, si bien
en gran medida también está determinado por la naturaleza, tiene capacidad de actuar de manera autónoma y de
guiar su futuro y tomar decisiones.19
De alguna manera puede afirmarse que aquello que hace digno al hombre, en la perspectiva de Pico De la
Mirandola, es precisamente esa indeterminación, que implica la capacidad —autonomía— para alcanzar sus propios
fines mediante el ejercicio de sus capacidades, al adoptar determinaciones sobre su propia actuación.
De acuerdo con lo que dice Pico De la Mirandola, el hombre privado de la capacidad de autogobernarse no puede
entenderse a sí mismo como un ser humano. El hombre es capaz de identificar, de acuerdo con su proyecto personal
y su papel en la vida social, aquellas cosas que son importantes para él, aquellas cosas sin las cuales no podría lograr
lo que se ha propuesto. La autonomía del ser humano es lo que lo diferencia de los demás seres vivos y, por
consiguiente, lo que muchos autores han entendido como la base de su dignidad, que depende de su condición
humana.
Para una importante corriente de pensamiento la dignidad se sustenta en las capacidades racionales y volitivas de
los seres humanos, concretadas en la idea de autonomía y de libertad, como señaló Pico De la Mirando-
la.20 Autonomía que expresa la capacidad de autodefinirse y autoconstruirse de las personas, al realizar
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cotidianamente procesos de elección en relación con los fines y planes personales. Autonomía que es en esencia
libertad.
Otra opción en la misma línea de pensamiento es basar la dignidad en la capacidad de la racionalidad humana, en la
capacidad de entenderse a sí mismo y al entorno para adaptarse a él. De hecho hay una identificación de las
facultades racionales del hombre como su nota o cualidad esencial y distintiva.21 En esta línea se desarrollan ideas
en las que el hombre es considerado como el ser más digno entre todos los existentes. El hombre es concebido
como un ser superior sobre los demás en tanto que es el único dotado de razón.
Consideramos que la idea principal de la argumentación en torno de la dignidad no debe centrarse en la atribución
de una dignidad superior a los seres humanos, sino en reconocer la necesidad de tratar a cada uno de los seres
como lo que son, sin necesidad de aludir a una mayor o menor dignidad, pues lo verdaderamente importante para
el hombre es ser tratado como lo que es, de acuerdo con sus atributos y características. Igualmente habrá que tratar
a los demás seres vivos de acuerdo con sus características y atributos, así podríamos hablar de una dignidad no sólo
humana sino también de los demás seres vivos. Todo lo vivo merece así respeto en tanto que en ello hay vida, y el
trato que habrá de recibir por parte de los seres humanos debe ser acorde con su dignidad, constituyendo ese trato
debido un deber moral.
No podemos omitir, sin embargo, nuestro rechazo a las concepciones naturalistas o animalistas, que en aras de
buscar un respeto y protección a los animales postulan una equiparación entre los seres humanos y los demás seres
vivos, donde el humano sólo se diferencia del resto de los seres vivos por el grado de complejidad alcanzado por la
evolución. Posiciones que además se han visto revitalizadas en los últimos tiempos desde el descubrimiento de la
doble hélice del ácido desoxirribonucléico (ADN) y la revaloración de las teorías evolucionistas, entendiendo al
humano simplemente como un animal más, en todo caso superior en algunas cualidades, producto de la evolución y
cuyas diferencias con los animales no son sino consecuencia de un determinado desarrollo biológico.
Esta perspectiva creemos no sólo termina degradando y empobreciendo la condición de lo humano sino que, como
afirma Erich Kahler:
... niega cualquier diferencia esencial entre el hombre y el animal en su aspecto mecánico, no tiene en cuenta para
nada hechos fundamentales que no podría explicar de manera satisfactoria. Ignora los valores que se desarrollaron
en la antigüedad y la cristiandad, el dominio de sí, el dominio de los deseos e impulsos, el amor, la caridad y la
filantropía. No tienen en cuenta los logros de la contemplación humana, de los esfuerzos del hombre por reflejar al
mundo y así mismo en el arte y en la especulación filosófica, para formarse y recrearse mediante la fuerza de su
intelecto.22
Una concepción como a la que nos referíamos antes en relación con la dignidad, en la que el ser humano es
considerado a priori superior, se fortaleció con base en ideas religiosas, donde el hombre es el rey de la creación,
superior a todo lo creado en tanto fue creado, desde la perspectiva de la mayoría de las religiones y no sólo de la
doctrina católica, a imagen y semejanza de Dios mismo, que incluso se encarna en un ser humano para redimir a
todos los seres humanos, además de que la misma divinidad se expresa en lo humano, como plan de vida y fin
último.
Otra perspectiva en relación con la dignidad es la que la fundamenta en la naturaleza moral del ser humano, en su
capacidad para conocer el bien, distinguirlo del mal y optar por él, como lo señala Kant, quien a la racionalidad
agrega la voluntad con la cual se construye esa capacidad o naturaleza moral de los seres humanos, dando
fundamento a la concepción de la dignidad personal más influyente en la filosofía jurídica, política y moral.24
De la misma manera se funda la dignidad desde una perspectiva ontológica, señalando que la persona humana es el
único ser cuyos fines son inmanentes a su propia naturaleza, es el único ser que es sui iuris, dueño de sí mismo, de
su propio ser, con la consecuencia de que el ser humano sólo puede ser tratado como fin y nunca como medio;
siempre será sujeto, nunca objeto y por tanto no puede ser valorado por medio de un precio; las cosas tienen precio
mientras los seres humanos tienen dignidad. Esta es la dignidad moderna que desarrolla Kant ampliamente en
la Fundamentación de la metafísica de las costumbres?25
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En su obra más reciente Ronald Dworkin nos ofrece una concepción de la dignidad que surge del apareamiento de
dos principios: el auto respeto y la autenticidad; lo que nos lleva a una dignidad humana como producto del propio
actuar.26
Como desarrollo de la modernidad y la posmodernidad la dignidad asumió una dimensión más amplia al pasar a ser
entendida no como un hecho sino como un deber de respeto,27 con especial importancia social a partir de que se
asume como deber de la autoridad del Estado el respetar la dignidad28 y éste se consigna en normas jurídicas del
más alto nivel, como son los textos constitucionales. La primera Constitución que consagró la obligación del Estado
de respetar la dignidad humana fue la Constitución de Irlanda de 1937, que afirmó expresamente en su artículo 1o.:
"La dignidad del hombre es intocable. Respetarla y protegerla es obligación de todo poder estatal".29
A partir de ese momento paulatinamente las distintas constituciones del mundo, en especial de los países europeos,
han venido incorporando la dignidad humana en sus diversos aspectos en sus articulados.30 Especial interés tiene el
artículo 10.1 de la Constitución Española de 1978, que establece que la dignidad, junto con los derechos humanos
que le son inherentes son el fundamento del orden jurídico y de la paz social.31
La dignidad humana ha estado permanentemente presente en las normas jurídicas en cada momento del desarrollo
de la humanidad. Desde la dignidad concebida como estatus social, ésta se reflejaba en normas sociales que
terminaron dando contenido a normas jurídicas; sin embargo, el tema de la dignidad humana cobró una mayor
importancia para el Derecho a partir del desarrollo de la dignidad de la persona como un valor intrínseco de los
individuos, y por tanto su respeto y tutela en las relaciones sociales tomó una especial dimensión al considerarse
primero como un deber moral y posteriormente como un deber jurídico.
Así se desarrolló en Roma la idea del ius gentium o derecho de gentes, que es el que debía aplicarse a cualquier
persona, a diferencia del derecho de los ciudadanos, el ius civile. Es verdad que en esa época existía legalmente la
esclavitud, que pone en duda —por supuesto— el respeto a la dignidad y a la condición humana por sí misma, como
la entendemos actualmente, sin embargo, siempre se buscó una causa que justificara ese sometimiento y
vulneración a la dignidad, como podría ser la consideración de la existencia de inferioridad natural32 o la condición
de haber sido derrotado en la guerra.
Es muy interesante, por ejemplo, el debate que se dio a raíz de la conquista y colonización de América por España,
en el marco de lo que se denominó "la Controversia de Indias", en la que la propia Corona española propició el
debate entre los más importantes intelectuales de la época en relación con el trato que debía darse a los naturales
de las Indias, así como sobre la propia naturaleza de los indígenas, bajo la idea clara de que si eran considerados
como seres humanos debían ser tratados como tales, esto es, debía respetárseles la dignidad.
Sin embargo, la incorporación de manera plena de la dignidad humana al mundo del Derecho se da partir del
desarrollo de la Modernidad y las doctrinas liberales e individualistas, incorporándose incluso como contenido de los
textos constitucionales de forma globalizada, lo que se dio conjuntamente con el inicio del proceso de
internacionalización de los derechos humanos,33 que hasta ese momento se habían venido entendiendo como un
tema interno de los estados, en gran medida centrados en la relación de la autoridad con los gobernados; pero que,
a raíz del fin de la Segunda Guerra Mundial y de las aberraciones que se cometieron en los campos de batalla tanto
en la primera como en la segunda guerras, muy especialmente el desarrollo de los campos de concentración y
exterminio, el genocidio judío, los experimentos con seres humanos y las prácticas eu-genésicas y eutanásicas,
provocaron que los derechos humanos pasaran a convertirse en tema central de las preocupaciones internacionales,
como un elemento fundamental para la existencia misma de la comunidad internacional y de la construcción de las
relaciones entre los países.
A partir de entonces los derechos humanos pasaron a convertirse en paradigma ético de las sociedades
contemporáneas y en criterio de valoración del desarrollo moral de los estados. Desde la constitución de la
Organización de las Naciones Unidas quedó expresamente establecido que sus propósitos fundamentales son el
mantenimiento de la paz y la promoción del respeto y protección de los derechos humanos y de la dignidad y valor
de la persona humana, como lo señalan el preámbulo y el artículo primero de la Carta de San Francisco.34
Continuando con esa línea de construcción de la doctrina de los derechos humanos en el derecho internacional, la
Declaración Universal de Derechos Humanos expresamente los fundamenta en la dignidad intrínseca de los seres
humanos, como lo señala desde el primer párrafo de su preámbulo: "Considerando que la libertad, la justicia y la paz
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en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de
todos los miembros de la familia humana.".
Junto con el desarrollo de los derechos humanos va el de la dignidad, pues es precisamente en relación con la tutela,
protección y promoción de la dignidad humana en los ámbitos jurídico y político que los derechos humanos tienen
sentido y alcanzan una dimensión moral,35 por eso el desarrollo doctrinal de la teoría de los derechos humanos
atribuyéndoles como fundamento y razón de su existencia precisamente a la dignidad de la persona o a alguno de
sus atributos.
Hoy entendemos a los derechos humanos no sólo como la expresión ética más acabada del derecho, sino como la
expresión jurídica de la dignidad humana. Esto es, los derechos humanos, originalmente concebidos como
instrumento para defender al individuo de las acciones de la autoridad que pudieran afectar o agredir a su dignidad,
hoy día en las sociedades contemporáneas tienen el carácter de paradigma ético y regla moral. Así, de manera
pragmática hoy se considera que las normas jurídicas son justas cuando respetan, protegen y promueven los
derechos humanos; y las acciones de la autoridad son legítimas cuando son respetuosas y promotoras de los
derechos humanos.36
Resumen
El concepto de dignidad humana tiene su origen en la antigüedad griega; sin embargo, se ha enriquecido en su
significado y alcance a lo largo del desarrollo de la historia humana, pasando de ser un concepto vinculado a la
posición social a expresar la autonomía y capacidad moral de las personas, constituyéndose en el fundamento
indiscutible de los derechos humanos. Especial relevancia tiene la dignidad humana, como elemento para enfrentar
y desarrollar las normas relativas a las transformaciones sociales provocadas por el desarrollo científico y
tecnológico. En este texto nos centramos en abordar las que se refieren al inicio de la vida humana y a su final.