El Pueblo Contra La Clase

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El pueblo contra la clase:

populismo legitimador) revoluciones


y sustituciones políticas en Cataluña
(1936-1939) 1
Enrie Ueelay-Da Cal
Universitat Autónoma de Barcelona

«Como sabe, esta ciudad [Barcelona] puede enorgullecerse


de mantener relaciones particulares con el ideal político del
progreso».
[El personaje «5ettembrini» a «Hans Castorp», pro-
tagonista de la novela La montaña mágica (1924) de Thomas
MannJ

Puede que no haya tema contemporáneo tan rígidamente codi-


ficado por la historiografía como el de la política española durante
1936-1939. Vista a través de los altibajos de la retaguardia republicana,
la guerra civil sigue petrificada en el recuerdo ideológico e histo-
riográfico como un conflicto revolucionario puro, en el que aparecen
las opciones revolucionarias de la lucha de clases enfrentadas entre
sí con una claridad inusual en los por otra parte turbios eventos
del siglo xx. Mucho tiempo después de que hayan desaparecido todas
las referencias contextuales, incluso una década después del fin de
la Unión Soviética, el conflicto español mantiene vivo su interés,
como una llama simbólica cuidada por historiadores felices de per-
manecer fieles a un supuesto compromiso. La tendencia a considerar

1 Este ensayo es una versión larga de un texto escrito en inglés a petición


de los profesores Michael Richards y Christopher Ealham. Su redacción ha sido
posible, en parte, gracias al Programa Sectorial de Promoción General del Cono-
cimiento, Ministerio de Educación y Ciencia, DGYCIT: Proyecto núm. PB 96-1150.
A lo largo del texto, los términos «clase» y «Pueblo» aparecen respectivamente
en minúsculas y mayúsculas, sin mayor implicación conceptual que la que marca
la usanza habitual de ambas palabras.

AYER 50 (2003)
144 Enric Ucelay-Da Cal

los hechos españoles como excepcionales, prejuicio común tanto den-


tro como fuera del país, siempre ha parecido justificada por la ori-
ginalidad aparente de anarquistas y anarcosindicalistas, tan claramente
fuera de sintonía respecto a las tendencias dominantes (socialistas
o comunistas) que definieron la izquierda europea de 1917 a 1991,
y, en cambio, protagonistas destacados del estallido del verano del
1936. Barcelona, una ciudad que desde los últimos años del siglo XIX
se había ganado la reputación de foco revolucionario incandescente,
fijó su renombre en la memoria colectiva del mundo industrializado
como el centro del experimento social más atrevido del siglo xx.
Las tesis interpretativas sobre la contienda española y los vaivenes
de la causa republicana han seguido en gran medida las pautas de
la propaganda justificativa de los dos bandos y sus corrientes res-
pectivas, con clara ventaja para las enfrentadas tesis de las diversas
izquierdas. La evolución de la Segunda Guerra Mundial, primero,
y de la «Guerra Fría», después, dieron reconocimiento sucesivo a
los principales razonamientos explicativos de las contrapuestas y ene-
mistadas líneas políticas izquierdistas 2. En la explosión de «historia
social» que acompañó a la «nueva izquierda» en los años sesenta,
la herencia ideológica de la década de los treinta -especialmente,
los debates de la «vieja izquierda» sobre la validez del Frente Popular
o su inherente traición a la revolución social- fue moldeada según
los patrones de la presentación académica. Este proceso ha afectado
tanto a la generación de hispanistas extranjeros como a la historiografía
española en su conjunto: siendo de nueva creación, nacida en los
años sesenta, la historia contemporánea en España estuvo estrecha-
mente ligada a la conveniencia de la sociología marxista y al sentido
militante del antifranquismo 3. Como consecuencia directa, las líneas
de ruptura clasistas de la sociedad española y/o catalana han sido
aceptadas como una evidencia, en vez de como un supuesto para
ser explorado.
El convencimiento historiográfico acerca de la centralidad de la
lucha de clases en la «revolución española» es tan fuerte, y ofrece
tal convicción de clarividencia, que posibles explicaciones alternativas

2 UCELAy-DA CAL, E.: «El concepte de "vida quotidiana" i l'estudi de la Guerra

Civil», La Guerra i la Revolució a Catalunya, 1936-1939, monográfico de Acacia,


núm. 1,1990, pp. 51-74.
3 UCELAy-DA CAL, E.: «La historiografía en Cataluña (1960-1980): marxismo,
nacionalismo y mercado cultural», Hútoria y Crítica, núm. 1, 1991, pp. 131-153.
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parecen sobrantes y, cuando surgen, son recibidas con una sorpren-


dente hostilidad, tanto entre los investigadores españoles (y, en espe-
cial, entre el enjambre de historiadores locales), como, hecho más
sorprendente, entre los estudiosos extranjeros aficionados a tales lides.
En general (y descontando algún trabajo excepcional en su enfoque
como el de Michael Seidman) las tendencias que, en historia social,
han apuntado hacia una renovación de criterio en temas como el
desarrollo del movimiento obrero, han pasado por el costado sin
afectar las certidumbres en lo más mínimo, tanto dentro como fuera
de España 4. Si, con esta descripción, a alguien le parece que aquí
se monta un «hombre de paja» historiográfico, un pelele conceptual
listo para la voltereta, que se pregunte a quién -más allá de los
directamente traumatizados, con sus carnes pilladas en el recuerdo,
y de los que, extranjeros o hispanos, siguen creyendo que fue «la
última gran causa»- le preocupa un tema relegado, por el peso
de los hechos, al baúl de la historia del siglo pasado 5.
Este ensayo sostiene que, más de setenta y cinco años después
de los hechos, resulta difícil defender intelectualmente un ambiente
historiográfico tan conservador, tan retentivo y amante de los tópicos
sobre la lucha pasada. Dicho de otra manera, el estudio de la guerra
civil adolece de su incesante politización; reducida a cuestión his-
toriográfica en su sentido estricto, es una temática que, en tan avan-
zada fecha, requiere seria reinterpretación a la luz de conflictos intes-
tinos más o menos similares a los acaecidos desde entonces en muchas
partes, y sometidos a análogas intervenciones externas, que le restan
brillo y singularidad al caso español. El hecho de que esto no sea
así, de que pueda aislarse la guerra española de las analogías incon-
venientes, demuestra hasta qué punto la insistencia historiográfica
es el reflejo de una lucha por la legitimidad política todavía en vigor.

La especial experiencia catalana y el protagonismo de Barcelona


A pesar de la dudosa naturaleza de los discursos españoles sobre
el excepcionalismo patrio, la política catalana fue en efecto diferente,

4 Véase, como indicio del debate historiográfico ignorado, JOYCE, P.: «The End
of Social History?», Social History, vol. 20, núm. 1, enero de 1995, pp. 73-91. También,
por la alusión, SEIDMAN, M.: Workers Against Work. Labor in Paris and Barcelona
during the Popular Fronts, Berkeley, University of California Press, 1990.
5 Tomo la expresión de WEINTRAUB, S.: The Last Great Cause. The Intellectuals
and the 5panish Civil War, Nueva York, Weybright & Talley, 1968.
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al menos durante los años treinta, como testimonia la existencia de


un sistema político subsidiario, pero excepcional, establecido en 1931
de manera simultánea y casi paralela con el régimen republicano,
y formalmente reconocido como un gobierno regional autónomo con
su propio Parlamento y poder legislativo a partir de 1932. Tal como
los catalanes de toda ideología deseaban explicarle a cualquiera que
estuviera dispuesto a escucharles, varias corrientes de particularismo
nacional y social habían dado a la región un carácter único. Barcelona
era una metrópolis, entonces la ciudad más grande de España, en
competición amarga con Madrid por el predominio. Acostumbrada
a recibir inmigración de las regiones vecinas y, además de su propio
hinterland interior, Barcelona era un anti-Madrid, el foco de todas
las ideas de oposición en la política española y algo así como el
«París del sur», punto de entrada para las ideas y modas europeas 6.
Las tierras bajas catalanas eran un espacio sólidamente industrial,
desde la primera parte del siglo XIX tradicionalmente de izquierdas,
pero «la montaña» se mantenía conservadora y atrasada, a pesar
de los aislados focos fabriles o mineros 7.
Puede que, como resultado de tales contradicciones, la circuns-
tancia catalana fuera una combinación exaltada y casi indescriptible
de nacionalismo y sentimiento libertario, que combinaba deseos por
alguna suerte de autodeterminación colectiva y un sentido claro en
los negocios, una suspicacia imborrable hacia el Estado español y
una confianza desmedida en la bondad superior de la sociedad civil,
todo conjugado con una fuerza de convicción tan enfática que pro-
ducía claros resabios de religiosidad aun cuando se expresara mediante
un ateísmo convencido o un anticlericalismo militante. Tales sen-
timientos atravesaban la sociedad de modos que se comunicaban
por encima o por debajo de las diferencias sociales. Sólo un criterio

(, UCELAy-DA CAL, E.: «Llegar a capital: rango urbano, rivalidades interurbanas


y la imaginación nacionalista en la España del siglo XX», en MORALES MOYA, A.
(coord.): Ideologías y movimientos políticos, Madrid, España Nuevo Milenio, 2001,
pp. 221-263; reeditado, como texto revisado, Working Paper 137, Barcelona, Fundació
Rafael Campalans, 2003; esta versión es accesible en http://wwwJundaciocampa-
lans.com.
7 Sin entrar en la compleja cuestión de las colonias industriales (si son una
cuña urbana en la «montaña» catalana o una ruralización del ámbito urbano), sobre
el contexto general mediterráneo de las zonas de «montaña» es en extremo sugerente
McNEILL, J. R: The Mountains o/ the Mediterranean World: an Environmental History,
Cambridge (UK), Cambridge University Press, 1992.
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minoritario, por ejemplo, manifestaba confianza en cualquiera de


las posibles encarnaciones de «España», pero también era una minoría
la que conscientemente defendía la separación. Existía un tozudo
sentimiento de fondo que dictaba que solamente los catalanes (in-
cluidos los inmigrantes aclimatados) sabían cómo tratar correctamente
los temas propios. De hecho, una mayoría pensaba que sólo los cata-
lanes tenían aptitudes prácticas para resolver cualquier tema eco-
nómico o político, un estilo franco que contrastaba con las dilaciones
presuntuosas constatables en Madrid o, póngase por caso, en Sevilla.
Al mismo tiempo, un especial y agresivo sentido del humor, cargado
de irónico sarcasmo y fantasía, parecía saturar toda la zona: los surrea-
listas, que abundaban en los años treinta, argumentaban que su estilo
era tan sólo el «arte racial catalán», sencillamente la manera local
de ver las cosas 8. Fuera de Cataluña, para decirlo con suavidad,
la mayoría de los españoles no seducidos por la atracción de Barcelona
estaban de acuerdo en lo pesado que resultaba tratar con gente tan
terca y displicente. A los catalanes, por su parte, tal reacción les
parecía el más vulgar de los prejuicios 9.
Este conjunto de perspectivas e ilusiones compartidas fue el fun-
damento de toda política de masas en Cataluña. Los alineamientos
modernos se centraron naturalmente en Barcelona, si bien las pla-
taformas políticas urbanas nunca consiguieron antes de la llegada
de la República en 1931 el control electoral de la periferia más lejana:
las tierras altas de Lérida y Gerona, las ciudades rivales de Reus
y Tarragona y el delta del Ebro más al sur 10. La racionalización
del mercado de trabajo en la metrópolis creciente centró la política
catalana durante las tres primeras décadas del siglo xx. Este proceso
marcó la secularización definitoria de la sociedad catalana, relegando
en la práctica la organización tradicional religiosa del orden social
que había estado en el corazón de las guerras civiles del siglo XIX.
Sin embargo, ni la regresión estructural de la antigua hegemonía
católica, ni su pérdida de relevancia presuntuosa, consiguieron frenar
el fervor del sentimiento anticlerical que estalló con ferocidad en
las barricadas barcelonesas del verano de 1909. En contraposición,

8 Véase S.: L)Expansió de l'art catafa al món) Barcelona, s. e., 1953.


GASCH,
9 Catalanofobia. El pensament anticatala a través de la historia)
FERRER 1 GIRONÉS, F.:
Barcelona, Edicions 62, 2000.
10 BALCELLs, A; CULLA, J. B., y MIR, c.: Les eleccions generals a Catalunya de
1901 a 1923) Barcelona, Fundació Jaume Bofill, 1982.
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la presión laicizante tampoco pudo parar el intento sostenido y expan-


sivo de una revitalización católica gracias al asociacionismo cívico.
De cualquier manera, las opciones sociopolíticas dominantes, nacidas
con el cambio de siglo, ya no eran abiertamente religiosas; pero,
como reza el dicho español, «la procesión iba por dentro»: la reli-
giosidad encontró formas profanas de expresión 11.
Empezando con su manifiesta politización en 1901, el nacio-
nalismo catalán introdujo, como ideal, un nuevo modelo de admi-
nistración regional, que había de nacer de la devolución autonómica
y se llevaría adelante en idioma catalán para mostrarse capaz de
substituir a la incurable burocracia central en la oferta de mejores
servicios (como la educación) y, por lo tanto, de constituir un medio
de promoción social. Era un vivo proyecto de futuro argumentado
con imágenes o metáforas propias de un pasado ancestral entre ima-
ginado y redescubierto. El proteccionismo cultural catalanista -abri-
go que se ofrecía muy especialmente a los inmigrantes internos cata-
1anes que llegaban desde el campo a la gran ciudad- enfureció
a aquellos oficiales del ejército de talante más militarista, que con-
sideraban que Barcelona debía crecer como una ciudad explícitamente
española y que, a partir de 1905, se erigieron como guardianes de
los intereses de los funcionarios venidos de otras partes de España.
En 1907, como respuesta a las pretensiones del catalanismo y en
rivalidad relativa con los militaristas, los radical demócratas, segui-
dores de Alejandro Lerroux, se hicieron portavoces de una llamativa
combinación de los funcionarios menores (como los maestros de
escuela) y de los profesionales ambiciosos, con claro apoyo obrero
y popular, cuya finalidad se anunciaba en términos de una amplia
meritocracia en la cual idioma y rango no iban a ser considerados
como discriminatorios. Finalmente, la Confederación Nacional del
Trabajo (CNT), fundada en 1910 en la capital catalana, se levantó
en defensa de los trabajadores manuales y, por extensión, mediante
las redes de familia, dependencia y sociabilidad, de los inmigrantes
pobres en general; en beneficio suyo, como clientela, el anarcosin-
dicalismo propuso una reorganización drástica de la economía, recla-
mando al mismo tiempo acceso a la estrecha sociedad civil hasta
entonces monopolizada por los catalanistas: el tamaño era importante,
en tanto que las pequeñas asociaciones de oficio formaban parte

11 DELGADO, M.: La ira sagrada. Anticlericalismo, iconoclastia y antirritualismo


en la España contemporánea, Barcelona, Humanidades, 1992.
El pueblo contra la clase 149

de un sistema conocido, un sindicato grande y beligerante era una


amenaza que debía ser excluida 12.
De este modo acumulativo, Barcelona centró el ascenso de los
modernos y rivales corporativismos y, al mismo tiempo, fijó el debate
español de la viabilidad de la sociedad civil (y, por lo tanto, de
la cultura cívica), frente a la intervención del Estado. Pero, de forma
simultánea, en los años de la Primera Guerra Mundial y en los inme-
diatamente posteriores, este mismo protagonismo social barcelonés
mostró tener un potencial considerable para generar malentendidos
entre las polaridades ideológicas y organizativas que allí se desarro-
llaban y maduraban; a pesar de las muchas muestras de lo contrario
que daba la vida política y socialcentrada en Barcelona, esta capacidad
colectiva para la complicación (para emmerdar, en catalán contun-
dente) quedaba tapada por la impresión, muy generalizada entre
los catalanes, de que, en el fondo, todo el mundo se entendía y,
por ello, acabarían por avenirse. En los cincuenta años que median
entre 1880 y 1930) el escenario catalán fue un espacio de competición
entre ofertas ideológicas muy contrastadas) que anunciaban iniciativas
administrativas y competencias locales o regionales opuestas) sin que pudie-
ra dilucidarse cuál sería la ganadora. La progresiva formación de una
opinión pública catalana durante ese tiempo) por tanto) se fundó en
el supuesto de que) en último extremo) los opuestos se atraerían.

Populismo y revolución republicana

La dictadura del general Primo de Rivera, desde septiembre de


1923 a enero de 1930, anuló las demás alternativas -los catalanistas,
los republicanos radicales, los anarcosindicalistas- imponiendo una
coalición «provincialista» dirigida por militares y basada en insti-
tuciones públicas ya existentes, respaldadas por la preeminencia de
la región militar. En consecuencia, durante los años veinte, los anar-
quistas y anarcosindicalistas se unieron a los separatistas, acaudillados
por el ex militar Francesc Macia, quien en alguna etapa financió
de hecho a la CNT clandestina. Mientras que los ácratas podían
descubrir el sentido que una identidad autóctona establecida tendría

12 UCELAy-DA CAL, E.: «La iniciaciá permanent: nacionalismes radicals a Cata-

lunya des de la Restauraciá», Actes del Congrés Internacional d'Historia «Catalunya


i la Restauració, 1875-1923», Manresa, Centre d'Estudis del Bages, 1992, pp. 127-134.
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en un futuro confederal, los catalanistas intentaban dar rienda suelta


a su hasta entonces no explorada naturaleza libertaria. Ambos podían
compartir con los republicanos la convicción de que la monarquía
era negativa y de que el tipo apropiado de República -con repre-
sentación sindical y devolución regional- generaría un auténtico con-
senso. La caída de Primo trajo el correspondiente colapso de la opción
militarista y creó una situación en la cual, por primera vez, las otras
tres alternativas podían tantear un acuerdo. La formación en marzo
de 1931 de la Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), como pla-
taforma cara a las elecciones municipales finalmente previstas bajo
la monarquía, resultó un éxito extraordinario.
La Esquerra tuvo inicialmente como cabeza carismática a Macia,
el más destacado enemigo catalán de la dictadura militar. El cabdill
de l'estrella solitaria) junto con anarquistas y anarcosindicalistas (así
como con exiliados italianos antifascistas), había intentado una revo-
lución mediante la invasión de Cataluña desde el lado francés de
los Pirineos, para acabar frenado por la policía francesa antes de
empezar 13. Su indudable prestigio ocultaba la realidad de un partido
improvisado, casi un movimiento, que agrupaba múltiples hilos repu-
blicanos y nacionalistas catalanes en una amalgama vistosa pero ines-
table. Para encabezar la nueva fuerza, Maciá tuvo que abandonar
un separatismo, que según su oportuna versión, no se dirigía contra
una España republicana. El 14 de abril de 1931, después de una
arrasadora victoria en los comicios municipales, primero el jefe del
ala republicana de la Esquerra, Lluís Companys, y luego el propio
Macia proclamaron «la República» en Barcelona. Pero, ¿cuál? La
incómoda relación entre las Repúblicas española y catalana entonces
surgidas tuvo que ser ajustada con posterioridad. N o obstante los
inconvenientes, la situación catalana, una vez montada, tendió a seguir
adelante sin impedimento, especialmente tras el reconocimiento ofi-
cia1 otorgado por las Cortes republicanas al estatuto de autonomía
el año siguiente.
La ERC triunfante parecía dar vida así a la mezcolanza emotiva,
a las mismas contradicciones que entonces constituían el fondo de
la política catalana. Fundía dos corrientes, nacionalistas y republi-
canos, y esperaba basarse en una colaboración estable con los anar-

U UCELAy-DA CAL, E.: Estat Catala: The Strategies o/ Separation and Revolution
o/Catalan Radical Nationalism 0919-1933), tesis doctoral, Columbia University, 1979
(Ann Arbor, University Microfilms International, 1979).
El pueblo contra la clase 151

cosindicalistas. El estilo del naciente partido conectó fácilmente con


la nueva cultura urbana del consumo, que se fundamentaba en los
deportes espectáculo (sobre todo el fútbol) y el cine y sus estrellas,
así como en una prensa gráfica barata que reflejaba ambas cosas 14.
La Esquerra se hizo partido gubernamental, garantizada su mayoría
por la renovada ley electoral de mayo de 1931 que favorecía la for-
mación de amplias coaliciones: lo que, hasta la aprobación del Estatuto
de Autonomía en 1932, había estado meramente implícito se convirtió
en realidad con la hegemonía de la ERe en el Parlamento catalán
elegido en noviembre de ese mismo año 15. Esta sesgada situación
puede compararse con alguna alternativa del modelo de partido único
que empezó a proliferar en los años treinta, especialmente en Lati-
noamérica' donde tal dominio no necesariamente eliminaba a los
partidos rivales y también buscaba el apoyo de los sindicatos obreros.
Incluso puede haber ocurrido que el sistema político catalán, muy
visible -por estar a la izquierda- entre las autonomías o micro-
Estados subsidiarios de Europa, sirviera como ejemplo para tales
experimentos latinoamericanos 16. Al mismo tiempo, la tendencia poli-
tológica latinoamericana más formalista y crítica suele considerar el

14 Sobre el fenómeno de La Rambla, la principal publicación de este tipo, primero


semanario, luego diario, PALOMO ESCOTE, M. del M.: «La Rambla» i el periodisme
de masses a Catalunya, tesis de licenciatura, Universitat Aut6noma de Barcelona,
1986. El propietario de La Rambla fue un diputado de la ERC, Sunyol Garriga,
quien significativamente, asimismo, presidió el «Ban.;a», SOLÉ r SABATÉ, J. M.; LLORENS,
c., y STRUBELL, A: Sunyol, l'altre president afusellat, Lérida, Pagés, 1996; para el
desarrollo de la prensa deportiva PUJADES, x., y SANTACANA, c.: L'ejport és noticia.
Historia de la premsa ejportiva a Catalunya (1880-1992), caps. U-UI, Barcelona, Dipu-
tació de Barcelona, 1997, y, por los mismos autores, Historia il-lustrada de l'ejport
a Catalunya, 2 vols., Barcelona, Columna-Diputació de Barcelona, 1995; también,
en general, GONZALEZ AJA, T. (ed.): Sport y autoritarismos. La utilización del deporte
por el comunismo y elfascismo, Madrid, Alianza, 2002.
15 MOLAS, I.: «Les eleccions parcials a Corts Constituents d'octubre del 1931
a la ciutat de Barcelona», Recerquej~ núm. 1, 1970, pp. 201-226; en general, MOLAS,
1. (ed.): Diccionari dels partits politics de Catalunya, segle xx, Barcelona, Enciclopedia
Catalana, 2000.
16 UCELAy-DA CAL, E.: The Shadow ofa Doubt: Fascist and Communist Alternatives
in Catalonia, Separatism, 1919-1939, Working Paper 198, Barcelona, Institut de Cien-
cies Polítiques i Socials, 2002. La única experiencia ideológica contemporánea com-
parable, en Europa, a la Cataluña autónoma bajo la ERC fue el gobierno de Léon
Nicole en el cantón suizo de Ginebra, REy, M.: Geneve, 1930-1933. La révolution
de Léon Nicole, Berna, Peter Lang, 1978, y GROUNAUER, M.-M.: La Geneve rouge
de Léon Nicole, 1933-1936, Ginebra, Éditions Adversaires, 1975.
152 Enrie Ueelay-Da Cal

populismo como una oferta ideológica que reclama la intervención


fogosa y arremolinada de la calle por encima de la urnas; que valora
más la participación que la representación política, o que confunde
la multitud y el dirigismo con las «masas» en su mejor sentido orien-
tativo de la estabilidad del Estado asistencial 17 . Así, por analogía,
la Esquerra y hasta la tendencia más amplia de la izquierda catalana
podrían considerarse como una oferta ideológica populista) comparable
a experiencias políticas contemporáneas tales como la del México
de Lázaro Cárdenas 18.
Es notoriamente difícil definir el populismo 19. En muchos dic-
cionarios castellanos ni tan siquiera está reconocida plenamente como
voz, siendo reducida a adjetivo o confundida con «popularismo» 20.
Hoy, en los inicios del siglo XXI, los analistas sociales, algo descui-
dadamente, se muestran partidarios de que el populismo sea cata-
logado como un fenómeno exclusivamente de derechas. En realidad,
a lo largo de los siglos XIX y xx, el populismo fue probablemente
más importante como tendencia formativa de la izquierda, expresando
dudas acerca del sentido oligárquico del liberalismo clásico, con sus
restricciones al sufragio y sus cargos públicos selectivos 21. Cierta-
mente, en este sentido, ha sido interpretado como una característica
de la democracia radical en la Barcelona de principios del siglo XX 22 .
La tradición marxista-leninista, alimentada por las agitadas batallas
dialécticas rusas del fin de siglo XIX y principios del xx, ve en el
populismo una vía turbia -por su potencial como desviación del
buen camino- hacia la correcta conciencia clasista: como transición,
en una palabra. Pero no tenemos por qué creérnoslo 23.

17 BORlA, R: voz «Populismo», Enciclopedia de la Política, México DF, FCE,


1997, pp. 769-771.
lR Para una presentación de conjunto, sin excesiva carga ideológica, CONN1FF,
M.1. (ed.): Latin American Populism in Comparative Perspective, Albuquerque (NM),
University of New Mexico Press, 1982. Esta idea es desarrollada más extensamente
en UCELAy-DA CAL, E.: The Shadow o/ a Doubt..., op. cit., pp. 25-33.
19 IONEscu, G., y GELLNER, E. (eds.): Populism, Nueva York, MacMillan, 1969;

también CANOVAN, M.: Populism, Londres, Junction Books, 1981.


20 Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 1992.

21 Como indicación, JOYCE, P.: Vl~~ions o/ the People. Industrial England and the
Question o/ Class, 1840-1914, Cambridge (UK), Cambridge University Press, 1991.
22 ÁLVAREZ-]UNCO,].: El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista,

Madrid, Alianza, 1990.


23 LENIN, V. 1.: Contenido económico del populismo (1894-1895), Madrid, Siglo

XXI, 1974, incluido el extenso prólogo de F. CLAUDÍN; sirve como repaso histo-
El pueblo contra la clase 153

En términos formales, el «populismo» puede ser entendido como


la confianza plena en «el Pueblo», pero al mismo tiempo como un
cierto recelo hacia las instituciones representativas, culminando ambas
nociones en una llamada a una participación genérica que, como
mandato, restaría énfasis a las formas legales de delegación legis-
lativa 24. En el caso catalán, mientras que las formas externas del
gobierno parlamentario se preservaron gracias a la conveniencia de
una permanente tensión idealizada respecto a la política española,
a la cual se le otorgaban todos los roles o papeles negativos, el «Pueblo
catalán» florecía en su propia organización entendida como auténtica
y verdaderamente representativa en un sentido a la vez ciudadano
(o individual) y comunitario. Pero, por añadidura, puede concebirse
el «populismo» como un momento especialmente cohesivo capaz de
forzar el realineamiento a largo plazo de un sistema político deter-
minado 25. Es más, en un sistema político como el español, marcado
de forma secular por la guerra civil periódica y la consiguiente ines-
tabilidad, el momento populista pudo convertirse) para el ámbito catalán)
en una legitimación alternativa) más creíble que la «ilegitimidad» que
ofrecía la continuidad de los órganos estatales más autónomos, como
el ejército, y más accesible que la idea de la representación par-
lamentaria, siempre condicionada por el espectro de la centralización
de «Madrid» y por la disposición de los militares a tumbarla cuando
lo considerasen oportuno 26. Dicho de otra manera, más allá de la
oferta ideológica de la ERe, la noción de la legitimidad de un sistema
político catalán tomó forma entonces como una implícita demanda social)
que no era meramente coyuntural) sino que se anunciaba sostenible a
largo término) al margen de lo que sucediera en el marco político español.
Esto es lo que ocurrió en abril de 1931 con el súbito triunfo
de una improvisada fusión partidista que sirvió para proclamar la

riográfico más suave WALICKI, A: Populismo y marxismo en Rusia, Barcelona, Estela,


1971.
24 La fluidez del paso del discurso de «Pueblo» republicano a su equivalente
anarcosindicalista en CASANOVA, J.: De la calle alfrente. El anarcosindicalismo en España,
Barcelona, Crítica, 1997, pp. 14-17.
25 UCELAy-DA CAL, E.: «Acerca del concepto del populismo», Historia Social,
núm. 2, otoño de 1988, pp. 51-74; tomo la idea de un «momento» de GOODWYN, L.:
The Populist Moment. A Short History of the Agrarian Revolt in America, Nueva York,
Oxford University Press, 1978.
26 HORO\X'1TZ, 1. L.: «The Norm of Illegitimacy: The Political Sociology of Latín
America», en HOROWITZ, 1. L.; CASTRO, J. de, y GERASSI, J. (eds.): Latin American
Radicalism, Nueva York, Vintage, 1969, pp. 3-28.
154 Enrie Ueelay-Da Cal

República y establecer un reglmen autonómico en Cataluña, que


fijó el patrón idealizado de la política catalana para el resto del siglo 27.
También debe admitirse que el «populismo» como tal no fue un
hecho político reconocido ni en España ni en Cataluña, siendo el
término entonces y ahora una referencia propia de la derecha católica
española, Acción Popular en los años treinta y Partido Popular hoy.
No obstante el relativo anacronismo y la falta de tropismo en el
lenguaje ideológico, la realidad de la respuesta masiva a la Esquerra
y su acentuado contraste con la política española, en la que algo
análogo a la ERC brillaba por su ausencia, requieren un formato
analítico y, mientras no se proponga algo mejor, «populismo» parece
el concepto comparativo más adecuado.

Un poco de sociología alternativa

Para entender el porqué y el cómo del populismo catalán, aunque


sea como hipótesis, es necesario explorar las ambigüedades de inte-
racción entre los alineamientos sociales de Barcelona, así como la
naturaleza de la lente interpretativa a través de la cual tales relaciones
han sido comúnmente percibidas. Hoy, muchos historiadores siguen
tomando las «clases sociales» como algo dado, como un hecho evi-
dente por sí, o sea plenamente establecido. No es así. «Clase», como
el propio término indica, es una categoría abstracta impuesta sobre
la complejidad propia de la sociedad y de los roles que en ella se
establecen. Por añadidura, «clase trabajadora» es una construcción
moral, un artefacto conceptual diseñado como mecanismo autojus-
tificador frente a aquellos que, en la medida que no laboran (es-
pecialmente de forma manual), pueden ser percibidos como parásitos
para la esencia de un futuro progresista. El grado en el cual los
trabajadores fueron educados respecto a su inclusión en la categoría
clasista deriva de la insistencia obrerista en la «conciencia» y, en
último extremo, en el proceso de «concienciación» mediante el cual
los proletarios se daban cuenta de su «verdadera» naturaleza interior
y de los vínculos externos que ella requería, argumento que tomó
su forma más madura en el discurso leninista. Dada la enorme influen-
cia pasiva del marxismo en la reflexión sobre la sociedad del siglo xx

27 UCELAy-DA CAL, E.: La Catalunya populista: Imatge, cultura i politica en l'etapa


republicana, 1931-1939, Barcelona, La Magrana, 1982.
El pueblo contra la clase 155

(especialmente después de los años sesenta), clase, una cosificación


o «reificación» categórica, se ha hecho axioma incuestionable per-
mitiendo que los historiadores, nunca muy rápidos a la hora de for-
mular preguntas acerca de la teoría recibida, asignaran representa-
tividad en términos de clase a organizaciones determinadas. Como
es evidente, el supuesto va mucho más allá de los límites de la con-
jetura marxista y moldea el pensamiento de investigadores que nunca
se caracterizarían como tal cosa. Sin embargo, por muy familiar que
tal esquema pueda parecer, el postulado de una «clase obrera» nunca
puede ser más que una hipótesis indemostrable) agraciada, eso sí, con
la ventaja innegable de la simplicidad didáctica.
Pero no es cuestión de reemplazar un término vago, aunque
común, con otra locución contemporánea. El «Pueblo» -en mayús-
cula y con su crucial adjetivo «popular»- es otra construcción carac-
terística, más antigua que «clase obrera». La idea de un estrato opri-
mido de trabajadores unidos por una solidaridad intrínseca forjada
por su propia situación fue un correctivo decimonónico al ideal radical
de las Luces expresado en el famoso «We the People» de la Cons-
titución norteamericana. Entre el «Pueblo» genérico estaban aquellos
que, por las condiciones bajo las cuales luchaban y vivían, eran «Pue-
blo trabajador» y, por lo tanto, más santos -según los valores inver-
tidos del radicalismo- que los que prosperaban presumiblemente
a expensas de los demás. Con el giro radical, los pobres merecedores,
«the deserving poor», que antes esperaban la caridad, ahora se con-
vertían en una hueste airada que tenía derecho a todo lo que sus
componentes, «desheredados» convertidos en herederos colectivos,
podían tomar con sus propias manos. Sucesivas escuelas de portavoces
post-radicales establecieron fácilmente la tesis de que «el socialismo»,
el triunfo de la necesidad colectiva sobre las exigencias individualistas,
consistiría en la victoria de la «clase trabajadora» que se convertiría
inherentemente en un «Pueblo», una nación en sí misma. En con-
secuencia, meros ciclos de cambio (la revolución es inicialmente una
idea copernicana) no se podían entender más que como una inversión
extrema, mediante la cual la parte merecedora de la sociedad devenía
un nuevo todo igualitario.
Contrariamente, los pobres no merecedores, «the undeserving
poor», el «lumpemproletariado» marxista, configuraban igualmente
una categoría impuesta; sin embargo, resulta que ha provocado más
evasión que inclusión. Hablando en general, en la medida que todas
156 Enrie Ueelay-Da Cal

las demás categorías de asociación a gran escala agrupan a los com-


ponentes de la sociedad, siempre queda un remanente justificado
como «marginal» 28. Pero nadie quiere reconocer que pertenece a
una «clase criminal» 29. 0, más correctamente, los únicos que lo
harían sería, una vez más, a través de una organización: alguna especie
de «mafia» que apelara a un código caballeresco «preburgués» y
«preproletario», al tiempo que se mostrara capaz de adaptarse a
pautas tanto empresariales como sindicales 30. Un observador reciente
ha querido interpretar al anarcosindicalismo y a los grupos anarquistas
en Cataluña de este modo 31. Por otra parte, existe la posibilidad
de que el impulso más activo no viniera precisamente de los tra-
bajadores con familia -el «proletariado» con su prole, en su sentido
originario- sino de quienes, por su relativa libertad de acción personal
y social, estaban en condiciones de asumir la militancia revolucionaria
en los llamados «grupos específicos» o de acción, una vía que, vista
desde fuera, se denominaba «pistolerismo». En los Estados Unidos
y otras partes, la nueva izquierda de los años sesenta idealizó a esta
«infra-clase» o «underclass» como vanguardia revolucionaria, dada
su predisposición espontánea a la violencia: se puede argumentar
(si bien ellos disputarían tal interpretación) que determinados his-
toriadores han visto el papel de los grupos anarquistas en Barcelona
durante la guerra civil como una expresión anterior de esta misma
idea 32.
Buena parte de la discusión acerca de la «identidad» en las ciencias
sociales, tan abundante en la última década del siglo xx, ha procedido

28 GERMANI, G.: El concepto de marginalidad, Buenos Aires, Nueva Visión, 1973.


29 CHEVALIER, J.: Classes laborieuses et Classes dangereuses a Pans, a la premiere
moitiédu xlxeSi(xle (1958), París, Librairie Générale Fran~aise, 1978.
30 LEWIS, O.: «The Culture of Poverty», en TEPASKE, J. T., y FISHER, S. N.
(eds.): Explosive Forces in Latin America, Columbus, Ohio State University Press,
1964, pp. 149-173. De la extensa bibliografía sobre la Mafia, véase especialmente
el debate sobre un enfoque empresarial en BLoK, A.: The Mafia of a Sicilian Viltage,
1860-1960. A Study of Violent Peasant Entrepreneurs, Nueva York, Harper Torch,
1975; GAMBETIA, D.: La mafia siciliana. Un 'industria delta protezione privata, Turín,
Einaudi, 1992, y CATANZARO, R: JI delito come impresa, Milán, Rizzoli, 1991.
31 GETMAN-ERASO, J.: Rethinking the Revolution: Utopia and Pragmatism in Catalan
Anarchosyndicalúm, 1930-1936, tesis doctoral, University of Wisconsin, 2001, espe-
cialmente cap. III.
32 EALHAM, c.: <<Anarchism and Illegality in Barcelona, 1931-1937», Contem-
porary European Hútory, vol. 4, núm. 2, 1995, pp. 133-151, Y GRAHfu'vI, H.: «"Against
the State": A Genealogy ofBarcelona's May Days (1937)>>, European Htstory Quarterly,
vol. 29, núm. 4, 1999, pp. 485-542.
El pueblo contra la clase 157

a partir de la errónea SUpOSlClOn de que el Ser, sea lo que fuere,


se construye autónomamente, prescrito o recetado dentro del Yo.
En realidad, la imposición de los otros es mucho más determinante
de lo que se suele suponer en la configuración de la identidad. Los
otros dan validez a una identidad a través del reconocimiento o,
más sencillamente, pueden imponerla como exigencia de conformi-
dad. Si el «Pueblo» es una idea elitista con resonancias neoclásicas
(el SPQR de todas las neolatinas) que, habiendo adquirido sentido
político con Jefferson o Robespierre, se infiltró de arriba abajo en
miles de acumuladas proclamaciones sonoras, la noción de «clase
obrera» ha resultado un reflejo de circunstancias más prácticas y
humildes. Los obreros adquirían percepción del colectivo en su barrio
y mediante su asociación con otros, semejantes suyos. El barrio obrero
era la zona de residencia, pero también el lugar de trabajo, coincidieran
uno y otro o no, fueran cercanos el domicilio y la fábrica o no.
La semejanza, reflejada por el medio (todos se parecen en el barrio
o en el taller), tomaba literalmente cuerpo mediante el ingreso en
la grupalidad obrerista, en la cual los correligionarios daban un sentido
de orientación y coherencia a la experiencia personal 33 . La clave,
pues, está en cómo y cuándo la noción de una clase obrera unificada,
diferente, se hizo corriente.
Hay fuertes indicios de que, por ejemplo, en el contexto hispano,
el mismo término «burgués» fue un neologismo tomado del francés
(como parte de un vocabulario más extenso que remitía a la «Gran
Revolución» francesa) por el republicanismo extremista en tiempos
cercanos a la convulsión de 1868, y, por añadidura, traducido a través
del catalán, ya que se escribía frecuentemente «burgés» con tozuda
ortografía catalana y no sólo en Cataluña 34 . Ya antes, entre los años
cuarenta y el fin del «Bienio Progresista» de 1854-1856, también
en Cataluña, se produjo un importantísmo cambio de percepciones,

33 Las ideas sobre sociedad urbana de este ensayo se han desarrollado como
una especie de diálogo con el profesor José Luís Oyón. Véase OYÓN,]. L.: «Historia
urbana e historia obrera: reflexiones sobre la vida obrera y su inscripción en el
espacio urbano», Historia Contemporánea, núm. 24, 2002, pp. 9-56, Y OYÓN, ]. L.
(ed.): Vida obrera en la Barcelona de entreguerras, Barcelona, Centre de Cultura Con-
temporania de Barcelona, 1998. También OYÓN, J. L.; MALDONADO, J., YGRIFUL, E.:
Barcelona 1930: un atlas social, Barcelona, UPC, 200l.
34 TERMES,]': «El federalisme catala en el període revolucionari de 1868-1874»,
Recerques, núm. 2, 1972, pp. 33-69; le saca más punta a la idea TRIAS, E.: «Patria
i ciutat», en La Catalunya Ciutat i altres assaigs, Barcelona, L'Aven<;, 1984, p. 30.
158 Enrie Ucelay-Da Cal

que, empezando por las «culturas del trabajo», llegaría hasta los
«lenguajes de clase», un proceso en buena medida inspirado en los
ajustes al cambio tecnológico, entre operarios «cualificados» y
«no-cualificados» 35. Pero esta evolución en la manera de concebir
la sociedad, que partió de la figura colectiva del asalariado fabril,
o «clase jornalera», a la vez arrastró consigo buena parte del repertorio
de actitudes artesanales -incluida la relevancia de las relaciones
familiares o de confianza y la importancia soberana de la libertad
personal- en tanto que el trabajo de éstos se mantuvo o hasta
se amplió con la dinámica industrializadora. La densidad asociativa
acompañó, pues, a la modernización, como valor añadido o como
lastre, siendo encubierta por la creciente concepción unívoca de una
«clase trabajadora» que fue tejiéndose a mediados de siglo y sobre
todo durante el «Sexenio Revolucionario» y en los años inmedia-
tamente siguientes 36. La dinámica que marcó la primera presión sin-
dical entre los comportamientos de la elite laboral, tomados de la
jerarquía gremial, y los propios de la «masa» o «multitud» sin cua-
1ificar' fue cuidadosamente borrada camino de una sindicación cor-
porativa a gran escala, que, con el fin de siglo, llegó a ser ya plenamente
«obrerista» e incluso «clasista», sin mayor calificativo 37. En el cuarto
de siglo que va de 1889 a 1914, la exigencia persistente del cambio
tecnológico, especialmente en la industria textil catalana, creó una

Por su parte, el Diccionario de la Lengua Espa110la de la Real Academia Española


no se pronuncia sobre la etimología.
35 BARNOSELL 1 GENER, G.: «Ideologia, política i llenguatge de classes en el
primer sindicalisme, 1840-1870», Barcelona Quaderns d'Historia, núm. 6, 2002,
pp. 35-59; véase también, del mismo autor, Orígens del sindicalisme catala, Vic, Eumo,
1999.
36 ROMERO MARrtN, ].: «Segmentación laboral y asociacionismo obrero. Bar-
celona, 1820-1855», Estudis Histories i Documents deIs Arxius de Protocols, XVII,
1999, pp. 243-289; para los vínculos familiares DUARTE, A.: «Mayordomos y con-
tramaestres. Jerarquía fabril en la industria algodonera catalana, 1879-1890», Historia
Social, núm. 4, 1989, pp. 3-20.
37 GARCÍA BALAÑÁ, A.: «Indústria i ordre social: una lectura política del treball
cotoner a la Barcelona del segle XiX», Barcelona Quaderns d'Historia, núm. 6, 2002,
pp. 51-73; del mismo un texto inédito: «Sobre "la constitució del proletariat" a
la Catalunya cotonera: una cronica materialista de la formació del llenguatge de
c1asse (1840-1890)>>, que resume parte de su tesis doctoral, La fabricación de la
fábrica. Treball i política a la Catalunya cotonera (1784-1884), Universitat Pompeu
Fabra, 2001. Debo un agradecimiento importante al joven profesor García Balaña
por su orientación en todo este tema.
El pueblo contra la clase 159

permanente conflictividad de fondo, en tanto que la presión com-


petitiva y los escasos márgenes enfrentaban los intereses de patronos
y trabajadores 38. Así, en Cataluña como en otras partes, se remachó
la noción unitaria de «clase» con la de una identidad simultáneamente
victimista y combativa. Como observó un contemporáneo lúcido, el
historiador francés Élie Halévy, famoso por su estudio del obrerismo
inglés, era un planteamiento que suponía la creencia en dos cosas
absolutamente diferentes y hasta contradictorias: la libertad y la orga-
nización 39. La naturaleza simbólica del conflicto aseguró el hecho
de que la unidad pareciera realizarse en ocasiones de alta confron-
tación' con lo que la historia del «movimiento obrero» -su intra-
historia- se narraría como una sucesión de batallas, derrotas y
recuperaciones 40.
En resumen, se ha interpretado el desarrollo de la noción de
«clase trabajadora» en función del cambio tecnológico en la industria
algodonera, como una construcción conceptual que respondía al des-
pliegue de las formas sindicales; su uso activo, como idea justificadora
de una representación colectiva, vendría progresivamente dada a lo
largo del siglo XIX, para culminar en los años de la posguerra de
la primera contienda mundial. Era una concepción autolegitimadora,
que evidentemente se formuló como alternativa a la representatividad
política estandarizada de «Pueblo»; la «clase trabajadora» era más
«popular», más «genuina» que el «Pueblo» en su conjunto, que
incluía a otros, como «burgueses» o «pequeño-burgueses». Esta pers-
pectiva enaltecedora se imponía como «conciencia» a cada promoción
obrera que se hacía así «obrerista», formando literalmente una iden-
tidad especial. Pero, al mismo tiempo, cada hornada laboral, al acce-
der, en la raya de la infancia y la adolescencia, al marco vital del
juego barrio de residencia-barrio de trabajo, con su dimensión socia-
ble, desde el grupo inmediato de amigos hasta la creciente incor-

3~ SMITH, A.: «La guerra de las continuas. Cambio tecnológico y estrategias


sindicales en la industria algodonera catalana, 1889-1914», Sociología del Trabajo,
nueva época, núm. 24, primavera de 1995, pp. 121-151, Ydel mismo: «Social Conflict
and Trade-Union Organisation in the Catalan Couon Textile Industry, 1890-1914»,
International Review 01Social History, XXXVI, 1991, pp. 331-376.
39 En general, véase HALÉVY, E.: A History 01 the English People in the Nineteenth

Century, 5 vols., Londres, Emest Benn, 1961.


40 DUARTE, A.: «Entre el mito y la realidad. Barcelona, 1902», y SERRALLON(;A,].:
«Motines y revolución. España, 1917», en BONAMusA, F. (ed.): La huelga general,
monográfico de Ayer, núm. 4,1991, pp. 147-168 Y169-191, respectivamente.
160 Enrz'e Ueelay-Da Cal

poraclOn a redes cada vez más extensibles de conocidos y «com-


pañeros» de la organización sindical, todo dentro de la creciente
gran ciudad, se veía formando parte de un tejido especial barcelonés,
cuya intimidad y llano trato estaba dictado por la menestralía y el
artesanado urbano y caracterizado por los pequeños talleres.
En una sociedad tan patriarcal como la catalana, la práctica revo-
lucionaria partía con naturalidad de grupos masculinos, siendo enten-
dida la sociabilidad de los hombres como una familia alternativa,
a la vez círculo estrecho y relaciones progresivamente ampliadas.
Los chicos del barrio reflejaban patrones de vida muy locales y creaban
su sistema cerrado de nois) companys o compañeros, para abrirse
a núcleos semejantes en su habitual punto de encuentro, la taberna
habitual o el café más frecuentado. Las mujeres, tanto las mayores
como las jóvenes, comunicaban asimismo las reglas de la respon-
sabilidad familiar más allá de los vínculos masculinos (malebonding) 41.
Finalmente, la pertenencia al sindicato transformaba a los jóvenes
del barrio en hombres de organización, capaces de desempeñar las
tareas requeridas por la «organización confederal» anarcosindicalista.
En el paso de los grupos de barrio a una organización más amplia
se imponía, se recogía, se asumía y se personalizaba la identidad
de pertenecer a la «clase obrera». Esta identidad -y la clase misma-
existía, por lo tanto, en la medida en que eran un estado mental
compartido por todos en ambas direcciones en positivo pero también
en negativo mediante la hostilidad; es como si el sentimiento de
clase fuera el producto de un rito de paso a la madurez masculina.
En este sentido, clase no era distinta de la identificación nacional,
que era igualmente el resultado de redes sociales y formación con-
textual, afiliación asumida y, por supuesto, de identidad. El alinea-
miento nacionalista era asimismo una expresión del barrio, deter-
minado por una entidad local que servía como patrón de socialización
y old-boy network (una red de antiguos compañeros) adecuado para
la promoción en los trabajos de «cuello duro» (si bien la inscripción
en la CNT no estaba excluida) 42. Sin que el cruce significara una
auténtica complementariedad política, el catalanismo disfrutaba de
un fuerte componente de sentido libertario en sus entrañas ideo-

41 TIGER, L.: Men in Groups, Nueva York, Random House, 1969.


42 UCELAy-DA CAL, E.: «La iniciació permanent: nacionalismes radicals a Cata-
lunya des de la Restauració», Actes del Congrés Internacional d'Historia «Catalunya
i la Restauració, 1875-1923», Manresa, Centre d'Estudis del Bages, 1992, pp. 127-134.
El pueblo contra la clase 161

lógicas, en todo lo que se refería al individuo ante el poder y a


la visión de las asociaciones en su relación social; mientras, el <<1i-
bertarismo» (otro concepto político sin asumir por los diccionarios)
siempre aceptó como propio el reconocimiento del poder municipal
y por ende regional en su frontal rechazo al Estado. Llegado el siglo xx)
la tradición política catalana) fuera por medio del catalanismo o del
libertarismo) se edificó sobre una idealización de la sociedad civil y una
innata suspicacia ante el poder estatal) ajenas ambas a la larga tradición
de la «razón de Estado» hispana. Ambas pulsaciones) por tanto) eran
propias de una política de oposición recalcitrante) nada propicias al ejer-
cicio del poder si no era mediante un entusiasmo arrollador que borrara
las barreras o desigualdades entre calle e instituciones) representación
y participación políticas. El populismo ofreció una base de legitimación
alternativa) que se ha mostrado duradera) pero no una visión positiva
del poder) ni una educación social en su ejercicio.
Las agrupaciones de amigos masculinos eran (o son) calles o
cuadrillas, núcleos cerrados autoprotectores y de plena confianza que
servían tanto para el trabajo como para el ocio o la política. Éstas
podían encontrarse para charlar en tertulias (un encuentro regular
con lugar y horario fijo para el disfrute exclusivo de la conversación)
o más productivamente podían recogerse en una penya (una unidad
social más constructiva que la peña hispana) y tomar la iniciativa,
empezar a conectarse con otros núcleos de sensibilidad parecida y
montar una organización de mayor alcance. Los partidos y sindicatos
catalanes tendían todos a ser redes de penyes montadas por calles.
Esto fue especialmente verdadero en cuanto a los grupos anarquistas
que realizaban su peculiar vida política dentro del difuso movimiento
libertario y que componían la Federación Anarquista Ibérica (FAI),
de hecho, un paraguas coordinador. Estos grupos eran asimismo la
oculta estructura organizativa de la CNT. Como hombres de orga-
nización (para combinar un giro característico de la CNT con la
famosa imagen de burócratas empresariales de William H. Whyte) ,
los militantes de cada grupo podían hacerse cargo de los Comités
claves del sindicato anarcosindicalista, del Nacional para España y
el Regional para Cataluña, responsabilidades que eran asignadas por
consenso a una población determinada, es decir a su grupo o grupos
principales, por los correspondientes plenos sindicales 43. Aunque a

43 WHYfE, W. H. (]r.): El hombre organización (1956), México DF, Fondo de


Cultura Económica, 1961.
162 Enrie Ueelay-Da Cal

primera vista no pareciera así, los republicanos, socialistas y nacio-


nalistas radicales también estaban fragmentados en microgrupos y
en la práctica por mecanismos de afiliación indirecta, incluso cuando
los estatutos organizativos eran contrarios. En directa consecuencia,
la relación entre cuadrillas, peñas y tejido social podía concederles
una resonancia que, gracias a su rol social, iba mucho más allá de
su tamaño trivial (como, por ejemplo, la socialización y la afiliación
simbólica para todo el medio catalanista a través de los nacionalistas
más extremos); así, el amplio y complejo juego de las identidades
locales podía servir para más funciones sociales importantes que la
mera representación electoral 44 •
Lo que todo el mundo compartía era una actitud de fondo, deri-
vada de la interacción entre el círculo cerrado de la amistad masculina
y la cuadrilla con la sociabilidad que reflejaba el patrón de familia:
ello evidenciaba un agudo sentido práctico de las necesidades y dere-
chos individuales en relación estrecha con los compañeros cercanos,
especialmente dentro del tautológico «grupo de afinidad», pero no
impedía una absoluta falta de realismo en cualquier tema situado
más allá de los confines inmediatos de la militancia y del barrio,
ya que su solución se encontraba en el horizonte lejano de la ideología.
En este sentido, hay que subrayar, no pecaban sólo los libertarios:
toda la política catalana era utópica) de derecha a izquierda) en tanto
tendía a sobrevalorar la sociedad civil como una estructura comunitaria)
a sobreenfatizar sus libertades y a ignorar al Estado y sus obligaciones.
Una vez más, el terreno adecuadamente neutral para la especulación
en común y la negociación, cuando ésta era necesaria, era el barrio
y, especialmente, aquellas tabernas que no estaban definidas ideo-
lógicamente. Gracias al metro (construido en los años veinte) y a
las líneas de tranvía más antiguas que éste, los contactos con figuras
de mayor relevancia, por ejemplo en la alta política de la Esquerra,
podían mantenerse fácilmente en los cafés del centro de la ciudad,
donde se accedía a importantes tertulias de signo más ecléctico.
Con la unificación de la primera área metropolitana de Barcelona,
absorbiendo los pueblos de alrededor entre 1897 y 1921, el barrio
reemplazó efectivamente a la parroquia tradicional como espacio deci-

44 UCELAy-DA CAL, E.: «Formas grupales masculinas en la sociedad catalana:


una hipótesis de trabajo sobre los mecanismos fundamentales del asociacionismo
catalán», Boletín de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo, época N,
núm. 10, diciembre de 1996, pp. 11-44.
El pueblo contra la clase 163

sivo para la redefinición social. La generalización del transporte moto-


rizado y la modernización del sistema de carreteras en los años veinte
tuvo un efecto similar convirtiendo a los pueblos rurales en un espacio
equivalente -en vez de alternativo- al barrio urbano; este cambio
se reflejaba en la percepción de la distribución territorial (la idea
de la comarca como espacio alternativo a la provincia, de cuño estatal
y centralista, y como un modelo local admirado en común por nacio-
nalistas, republicanos y libertarios) 45. Elfactor concluyente de la política
social catalana) más que la clase) fue) por lo tanto) el medio físico)
el apretado espacio urbano de una sociedad en extremo compacta) y
los supuestos compartidos por muy contradictorios que fueran (el indi-
vidualismo libertario) la importancia de la comunidad y sus costumbres
implícitas o la urgencia de la justicia socia!) que vinculaban alternativas
ideológicas formalmente opuestas entre sí. Todo ello hizo que el popu-
lismo funcionara y se mantuviera vivo a lo largo del resto del siglo,
mientras que la política de clase llegaría a desintegrarse eventual-
mente.

Disyuntivas populistas

Hoy resulta común en los estudios empresariales considerar que


las grandes empresas pueden ser acentuadamente «neuróticas» y dis-
funcionales, caracterizadas por fantasías generalizadas, malsanos con-
glomerados de edad, confusas relaciones interpersonales y destructivo
trato entre superiores e inferiores 46. Lógicamente, más o menos lo
mismo puede adscribirse a organizaciones corporativas rivales u
opuestas. Cuanto más «revolucionarios» fueran los sindicatos y las
organizaciones obreristas, más marcados podían estar por una actitud
claramente paranoide hacia la dirección empresarial, los patrones y
las estructuras de poder en general. Sin embargo, los historiadores
sociales han tendido a asumir los prejuicios propios de su tema de
estudio o, si no, sustituirlo por otro campo de investigación. El hecho
es que las entidades polític<'\s y sociales de diverso tipo no son estric-

45 LLUCH, E., y NELLO, O.: «Estudi preliminar», en LLUCH, E., y NELLO, O.


(eds.): La genesi de la Divisió Territorial de Catalunya, Barcelona, Diputació de Bar-
celona, 1983, pp. xi-xxxiv.
46 KETS DE VRIES, M. F. R, y MILLER, D.: La organización neurótica (1984),
Barcelona, Apóstrofe, 1993.
164 Enrie Ueelay-Da Cal

tamente racionales, por mucho que así lo pretendan; son más bien
organizaciones racionalizadoras) en el sentido en que los psicólogos
utilizan el término, es decir, intentan convencerse ellas mismas -y
a sus apoyos de base- de que su existencia es más legítima que
la de sus competidores, de que sus acciones están más justificadas,
son más morales o puras, y así sucesivamente. Este razonamiento inte-
resado y autojusti/icativo es literalmente la ideología)' ésta no se compone,
ni se constituye, de más que la suma de argumentos necesarios para
abogar por la excepcionalidad propia y particular (special-pleading)
de los intereses del sector que se dice representar. La ideología,
siempre altisonante y generosa en sus motivos, resulta, por tanto,
una coartada muy atractiva, que puede proyectarse sobre una clientela,
ser promovida de muchos modos y, en el mejor de los casos, si
el marketing funciona, pude actuar como una profecía que se realiza
a sí misma (selfjulfillingprophecy) 47. Ni la Esquerra ni la CNT fueron
excepciones a esta regla manipulativa, ni tenían por qué serlo.
La ERC tenía como emblema un triángulo que contenía las cuatro
barras catalanas. Muy apropiadamente, este diseño simboliza de forma
gráfica la máxima ambición del «macianismo»: un trípode guber-
namentalista que, para dar respuesta adecuada a la demanda popu-
lista, era sostenido por el partido, el principal sindicato obrero y
una unión agraria. Se mira a la Esquerra como un proyecto teórico
(y por tanto bidimensional), arriba, en el ápice del triángulo, estaba
el partido y abajo los sindicatos urbanos y rurales. A raíz de su fun-
dación, la ERC estaba fundamentada en la afiliación indirecta (o
sea, la militancia a través de un organismo interpuesto, de base,
entidad que en realidad era la afiliada a una instancia superior),
y, como resultado, compuesto por un mosaico de históricas agru-
paciones locales, incluyendo a republicanos, federalistas, obreristas,
catalanistas radicales y socialistas en todas las combinaciones ima-
ginables. Una vez que se vio que existía una demanda social y que
la ERC podía funcionar a largo plazo, se creyó que esta confluencia
de diversidades debía encauzar la gran convergencia social e ins-
titucional, fusionar la sociedad civil y las incipientes instituciones
públicas. En la práctica, el partido gubernamental se hizo casi con-

47 LOUDON, D. L., YDELLA BITIA, A.].: Comportamiento del consumidor. Conceptos


y aplicaciones (1993), México DF, McGraw-Hill, 1995; MERToN, R. K. (ed.): «The
Self-Fulfilling Prophecy», en Social Theory and Social Structure, Nueva York, Free
Press, 1968, pp. 475-490.
El pueblo contra la clase 165

substancial a la propia Generalitat. Dada esa ventaja, con mayor


confianza se pudieron trazar analogías ambiciosas respecto a el Partido
Laborista británico: la estructura de afiliación indirecta esperaba repo-
sar sobre una alianza con el anarcosindicalismo de la metrópolis y
las ciudades fabriles, precisamente por ser éste un movimiento apo-
lítico.
Pero la Esquerra no era un triángulo, ni una teoría: era tan sólo
una propuesta más bien improvisada que buscaba tres apoyos orga-
nizativos estables para sostener la casi ficticia autonomía (consistente
en la suma de las cuatro diputaciones catalanas hasta septiembre
de 1932) y que tenía problemas para mantener un equilibrio en
el espacio social catalán. Su inestabilidad se notó muy pronto, ya
que los anarcosindicalistas se dividieron ante la colaboración con
Macia. Mientras que algunos dirigentes como Ángel Pestaña favo-
recían más o menos tal relación, que significaba asumir el control
pleno de un espacio corporativo en la sociedad civil, los más militantes
-encabezados por el grupo de Durruti, Ascaso y García Oliver-
prefirieron recuperar la vieja «alianza revolucionaria» de los años
veinte, ahora con Ramón Franco y una estrecha franja de activistas
«ultrarrepublicanos», para adobar su posición con resabios del «pla-
taformismo» de Archinof como justificación ideológica, y forzar la
creación de una República virtualmente confederal (autonomía para
«todas las Repúblicas ibéricas») con participación sindical en sus
órganos legislativos 48. Para agosto de 1931, cuando Macia había acep-
tado evidentemente el enfoque democrático más normal y había aban-
donado la reclamación del federalismo a cambio de una autonomía
circunstancialmente única para Cataluña, los anarquistas extremistas
pasaron a la oposición abierta y escindieron la CNT, expulsando
a sus oponentes internos así como a los comunistas (1931-1932) 49.

48 «Camino adelante», Solidaridad Obrera, 18 de abril de 1931, reproducido


en SOLDEVILA, F., y GABRIEL, P. (ed.): Historia de la proclamació de la República
a Catalunya, Barcelona, Curial, 1977, pp. 165-166; en general, véase SKIRDA, A.:
Facing the Enemy. A History 01 Anarchist Organization Irom Proudhon to May 1968,
Edinburgo-Oakland (Ca.), AK Press, 2002, especialmente caps. XV-XVII. Para los
republicanos «de extrema izquierda» en Cataluña MOLAS, 1.: El Partit Federal a
Catalunya durant la JI República (1931-1939), Barcelona, Institut de Ciencies Polítiques
i Socials, 2001.
49 UCELAy-DA CAL, E.: «Moderni sogni girondini: Italiani, portoghesi e catalani
nella rivoluzione repubblicana spagnola (1923-1938»>, en LANDUYT, A.: Carlo Rosselli
e la Catalogna Anttfascista, monográfico de Quaderni del Circolo Rossellz; núm. 2,
166 Enrie Ueelay-Da Cal

En los levantamientos armados de 1931-1933, esta facción insurrec-


cionalista perdió repetidas veces, pero su presión callejera y sus tácticas
terroristas fueron un recuerdo permanente de que esta opción estaba
lejos de la derrota o el olvido. El anarcosindicalismo estaba dividido
en dos, los insurreccionalistas y los que estaban dispuestos a reforzar
a los sindicatos bajo las condiciones existentes gravitando hacia la
unidad de acción con partidos obreristas rivales, como los comunistas
disidentes del Bloc Obrer i Camperol (BOC) y los catalanistas socia-
listas de la Unió Socialista de Catalunya (USC) 50.
El BOC y la USC eran respectivamente los satélites, negativo
y positivo, de la Esquerra, incapaces de retar su hegemonía con éxito,
pero a la vez sus rivales y aliados según las ocasiones (especialmente
los socialistas catalanes). La ruptura abierta entre la izquierda guber-
namental catalana y los anarcosindicalistas trajo una ola de huelgas
en 1932-1933, que fue contestada con activismo paramilitar por los
nacionalistas y con un estilo anti-«gangster» por parte de la policía
en manos nacionalistas desde 1933 51. Sin su pata sindical, el trípode
de la ERC tendía a caer: esto animó a una sobrerrepresentación
de la Unió de Rabassaires (UR), el órgano de la aparcería enfitéutica
catalana, y en menor grado de la milicia juvenil nacionalista de la
Esquerra 52. En 1934, la defensa de intereses campesinos (también
un gran tema del BOC) llevó eventualmente a la ERC a una con-
vergencia desastrosa con el socialismo español contra la coalición
de centroderecha surgida de las elecciones generales de noviembre
de 1933.
El éxito aparentemente arrollador del «macianismo» en
1931-1932 había hecho que todo pareciera demasiado simple, pero

1996, pp. 67-86. Para un tratamiento detallado de la escisión en la CNT VEGA, E.:
El trentúme a Catalunya (1930-1933), Barcelona, Curial, 1980.
50 BONMluSA, F.: El Bloc Obrer i Camperol (1930-1932), Barcelona, Curial, 1974;
DURGAN, A.: BOC, 1930-1936. El Bloque Obrero y Campesino, Barcelona, Laertes,
1996; ALcARAZ, R: La Unió Socialúta de Catalunya (1923-1936), Barcelona, La Magra-
na, 1987, y también ALEXANDER, R. }.: The Right Opposition. The Lovestoneites and
the International Communist Opposition olthe 1930s, Westport (Ct.), Greenwood Press,
1981.
51 Para un enfoque muy diferente a este argumento EALHAM, c.: Policing the
Recession: Unemployment, Social Protest and Law-and-Order in Republican Barcelona,
1930-1936, tesis doctoral, London University, 1995.
52 POMÉS, ].: La Unió de Rabassaires, Barcelona, Abadia de Montserrat, 2000;
también BALCELLS, A.: El problema agrari a Catalunya, 1890-1936, Barcelona, Nova
Terra, 1968.
El pueblo contra la clase 167

a finales de 1933 el partido gubernamental catalán estaba en desorden,


roto por luchas entre facciones internas 53. En todos lados se oían
gritos contra el «fascismo» de la Esquerra y, en particular, de su
ala nacionalista 54. La muerte, altamente oportuna, del presidente
Macia el día de Navidad de 1933 permitió forjar un nuevo equilibrio
tras las públicas muestras de dolor. En un acuerdo paradójico, los
nacionalistas respaldaron a Companys, jefe del ala republicana, para
la presidencia de la Generalitat. El nuevo primer magistrado de Cata-
luña compensó el reconocimiento dado a los nacionalistas de la ERC
abrazando al resto de las fuerzas republicanas y nacionalistas catalanas
que tan hostiles a la hegemonía de la ERC se habían manifestado
poco antes, en los comicios legislativos. Esta nueva coalición permitió
a la izquierda oficialista (en contraposición a los obreristas) vencer
en las elecciones municipales catalanas de enero de 1934 y convertirse
así en un ejemplo luminoso de unidad para una izquierda europea
muy asustada por los eventos de febrero en París y Viena. Barcelona
aparecía como el foco espiritual de una nueva línea de «frente popu-
lar» que unía a comunistas, socialistas y demócratas «comprometidos»
en la lucha contra la amenaza del fascismo 55. Más o menos al mismo
tiempo, los partidos obreristas y los sindicatos libertarios expulsados
de la CNT se juntaron en una Alianza Obrera que, con perspectiva
crítica, respaldaba a la Generalitat contra el «peligro fascista» de
Madrid 56. Por su parte, la CNT y los insurreccionalistas mostraron
al gobierno catalán y a esta Alianza su mayor desprecio y hostilidad.
Pero todo cambió tras la revuelta de octubre de 1934, prota-
gonizada por la Generalitat y los socialistas españoles contra un nuevo
y más derechista gobierno central, un levantamiento en el que la
autoridad catalana fue aplastada ignominiosamente por el ejército
tras una noche de desafío envalentonado. En el alzamiento de octubre,
en Barcelona, los nacionalistas se consumieron como fuerza seria

53 SALLÉS, A: Quan Catalunya era d'Esquerra, Barcelona, Edicions 62, 1986,


Y IVERN, M. D.: Esquerra Republicana de Catalunya (1931-1936), Barcelona, Abadía
de Montserrat, vol. 1,1988, vol. II, 1989.
54 CULLA 1 CLl\RA, J. B.: El catalanisme d'esquerra (1938-1936), Barcelona, Curial,
1977, pp. 111-210; BALCELLs, A: «Introducciá», op. cit., pp. 5-24, Y DENcÁs, ].:
El6 d'octubre des del Palau de Governació, Barcelona, Curial, 1979.
55 VINYES, R: La Catalunya internacional. El frontpopulisme in l'exemple catala,
Barcelona, Curial, 1983.
56 ALBA, V.: La Alianza Obrera. Historia y análisis de una táctica de unidad en
Elpaña, Madrid-Giján,]úcar, 1978.
168 Enrie Ueelay-Da Cal

de la política catalana, si bien su rol social subliminal se mantuvo


muy vivo 57. También la CNT fue demasiado lejos en su enemistad
a la izquierda oficial catalana y sus aliados obreristas: cuando en
la vigilia de la asonada la policía mandó que los tenderos cerraran
por orden de la Generalitat y en respuesta a una huelga general
oficialmente decretada, los piquetes anarcosindicalistas fueron detrás
obligándoles a reabrir ya que la «organización confederal» negaba
la validez de tal convocatoria. Esta inversión de papeles, más bien
cómica, rozó lo ridículo al llegar las noticias de la revolución de
Asturias, donde la Alianza Obrera se había formado con éxito y
con inclusión de la CNT, a pesar de las protestas del grupo Durru-
ti-Ascaso-García O liver 58. Los hechos asturianos constituyeron una
explosión social en extremo violenta, pronto brutalmente reprimida
con tropas coloniales. Esta dinámica superó y se impuso al contexto
catalán, hasta entonces relevante, y llegó a convertirse en un tema
central de la propaganda soviética en pro de la «unidad popular» 59.
La derrota, más el nuevo clima unitario auspiciado por el fren-
tepopulismo, cambió a los nacionalistas catalanes, que se vieron obli-
gados a escoger entre fascismo o comunismo como marco ideológico
de sus reivindicaciones 60. La distinción no era entonces tan clara
como llegaría a serlo más tarde: por ejemplo, el BOC «bujarinista»,
que, a finales de septiembre de 1935, se fundiría con los trotskistas
en un Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), antes, en

57 El fracaso de los nacionalistas radicales fue el mensaje central de las obras


de partidarios de Companys, como MlRAVITLLES,].: Crítica del 6 d'octubre, Barcelona,
Acer, 1935, y FoIX, P.: Barcelona, 6 d'octubre, Barcelona, Cooperativa Popular, 1935.
58 La justificación de la CNT en relación al alzamiento del 6 de octubre (culpando
a los «fascistas de la Esquerra» de cualquier malentendido) en «Ignotus» [M. VILlAR]:
El anarquismo en la insurrección de Asturias (1935), cap. XVI, Madrid, Fundación
Anselmo Lorenzo, 1994.
59 Para un retrato ácido de los mecanismos para generar respuestas «populares»
soviéticas a eventos en España, véase SHOSTAKOVICH, D. (contado a S. VOLKOV):
Testimonio (1979), Madrid, Aguilar, 1991, pp. 338-340. Una exaltación del papel
de la «Alianza Obrera» en Rurz, D.: Insurrección defensiva y revolución obrera. El
octubre español de 1934, Barcelona, Labor, 1988; en general, sobre la revuelta de
Asturias, véase ]ACKSON, G., y otros: Octubre 1934, Madrid, Siglo XXI, 1985; la
historia local en detalle en TAIBO II, P. 1.: Historia general de Asturias, vol. 7-8,
Gijón, Silverio Cañada, n. d.; el trasfondo en SHUBERT, A.: Hacia la revolución.
Orígenes sociales del movimiento obrero en Asturia:,~ 1860-1934, Barcelona, Crítica,
1984.
60 Véase UCELAy-DA CAL, E.: The Shadow ofa Doubt..., op. cit.
El pueblo contra la clase 169

el verano, estuvo profundamente atraído por Doriot y su opClon


de un comunismo «independiente»; la «liberación nacional» dorio-
tista todavía, tan tarde como julio de 1936, tentaba a la izquierda
de la ERC 61. Globalmente, sin embargo, en la medida en que crecía
la presión de las llamadas unitarias del Frente Popular (existía un
Front d'Esquerres en Cataluña), los nacionalistas optaron por el comu-
nismo, que parecía la vía más oportuna para el futuro. Aun así,
buena parte de los nacionalistas del BOC prefirieron marcharse antes
que mezclarse con los trotskistas. Fueron recogidos por la corriente
alternativa hacia la «unificación obrera» que reunía a la la use,
Federación Catalana de los socialistas españoles, los stalinistas cata-
lanes (Partit Comunista de Catalunya) y los separatistas de izquierdas
(el Partit Catala Proletari), considerado este último un «partido nacio-
nal revolucionario» aceptable para la Comintern. En abril de 1936,
se fusionaron las organizaciones juveniles de la USC y el PC de
C, como ya habían hecho dos años antes los frentes sindicales del
PC de C y el PCP; para junio, convergieron las juventudes «unificadas
socialistas» de los cuatro partidos 62. Pesadas negociaciones conti-
nuaron durante la primavera e incluso el inicio del verano, hasta
que la combinación se realizó con prisas el 23 de julio, después
de que el alzamiento militar fuera derrotado en Barcelona. Siguiendo
la línea previamente establecida para las secciones juveniles, la nueva
entidad se llamó Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC);
como su nombre indica, era más un partido «socialista unificado»
que formalmente comunista, si bien estaba «adherido» a la Tercera
Internacional. Ha habido mucho interés historiográfico catalán en
subrayar el carácter autónomo de este proceso que en su día apa-
rentemente provocó cierto grado de perplejidad soviética 63. Como
reflejo de la fuerza de las tendencias locales, una parte de los nacio-
nalistas, esencialmente la dirección de la Joventut d'Esquerra Repu-
blicana Estata Catala que en junio no había entrado en el nuevo

61 UCELAy-DA CAL, E.: «El cas Doriot i la seva recepció a Catalunya», en WAA:
Profesor Nazarzó González. Una historia abierta, Barcelona, Publícacions Universitat
de Barcelona-Universitat Aut6noma de Barcelona, 1998, pp. 466-475.
62 CASTERAS, R: Las ]SUC ante la guerra y la revolución, Barcelona, Nova Terra,
1977.
63 PU1GSEC,].: Nosaltres, els comunz'stes catalans. El PSUC i la Internaáonal Comu-
núta durant la guerra ávzl, Vic, Eumo, 2001; también PUIGSEC, ].: «Las relaciones
entre la Internacional Comunista y el PSUC durante el conflicto de 1936-1939»,
Storia Contemporanea, núm. 15, 1999, pp. 53-68.
170 Enrie Ucelay-Da Cal

partido unitario nacionalista (similarmente llamado Estat Catala) pre-


firió pasar al PSUC en agosto 64.
Mientras que el POUM se estiró hasta sus propios límites para
convertirse en un partido español, el PSUC fue exclusivamente cata-
1án' gozando de relaciones «fraternas» con el Partido Comunista
de España. Mientras que los comunistas siguieron una línea ultraiz-
quierdista respaldando a Largo Caballero y los socialistas de izquierda
contra el presidente Azaña y sus primeros ministros republicanos,
el PSUC no tuvo un papel político claro. Pero, después de septiembre
de 1936, con la formación del gabinete de Largo (y tras el esta-
blecimiento de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética en
agosto), el giro en la actitud de la Comintern hacia la «democracia
popular» y en apoyo del gobierno oficial republicano, como es lógico,
también afectó al PSUC 65. Si bien esto no ha sido estudiado de
forma sistemática, es probable que la clara influencia del Partido
Comunista Francés sobre la posición soviética pudiera haber reforzado
la reorientación de los «socialistas unificados» catalanes 66. En todo
caso, el PSUC -como fuerza simultáneamente revolucionaria y
moderada- estaba dispuesto a desbancar a la Esquerra como partido
de masas capaz de expresar la voluntad política de una síntesis nacio-
nalista y socialista, y a presentarse como una especie de populismo
superior. Vale la pena recordar, sin embargo, que la fórmula de la
ERC todavía no estaba agotada: en 1934-1935, imitaciones de «Es-
querra Republicana» se formaron en las Baleares (especialmente en
Menorca) y Valencia (especialmente en Castellón); éstas se man-
tuvieran activas hasta la guerra.

64 Este proceso se puede seguir, con su documentación, en UCELAy-DA CAL, E.:


«Documents (1936): Els nacionalistes catalans al PSUC», Arreu, núm. 1, 25-31 de
octubre de 1976, pp. 26-31.
65 Para la intervención soviética ELORZA, A., y BrzcARRoNDO, M.: Queridos cama-
radas. La Internacional Comunista y EJpaña, Barcelona, Planeta, 1999.
66 Para el PCF y la guerra española SERRANO, c.: L'enjeu espagnol. PCF et guerre
d'EJpagne, París, Messidor, Editions Sociales, 1987; el giro patriótico en el PCF
en BRO\X'ER, D. R: The New Jacobins. The French Communist Party and the Popular
Front, Ithaca, Cornell University Press, 1968; en general, Av1LÉS, ].: Pasión y farsa.
Franceses y británicos ante la guerra civil española, Madrid, Eudema, 1994.
El pueblo contra la clase 171

Dilemas revolucionarios y supervivencia del populismo


¿Existió la «revolución»? Este término tan familiar y abusado
empezó como un concepto derivado del sistema astronómico coper-
nicano, según cuya analogía, la política estaba sometida a la rueda
de la fortuna y daba vueltas sobre sí en las altas esferas del poder:
la «revolución de palacio» que facilitaba un nuevo y transitorio lide-
razgo. Fue la idea de una «Gran Revolución» francesa y sobre todo
la mitomanía de las izquierdas decimonónicas las que propusieron
la noción para referirse a una transformación profunda del poder
y la sociedad; a su vez, esta metáfora quedó convertida en parámetro
del cambio más fundamental en la economía (la expresión «revolución
industrial» de Arnold Toynbee en 1884). El autobombo bolchevique
pareció confirmar la idea como un hecho objetivo, que podía ser
calibrado según sus ineludibles fases. Pero todo esto no demuestra
nada. A mediados del siglo xx, el historiador inglés Alfred Cobban
manifestó su escepticismo ante la idea, para ganarse una feroz repulsa
de las izquierdas historiográficas 67. El hecho es que, vista la Cataluña
de 1936-1937 desde el principio del siglo XXI, más recuerda -al
menos superficialmente- al caos de pequeños «warlords», «señor-
zuelos de la guerra» propios de situaciones del todo desestructuradas
como las de Somalia o Chechenia en los años noventa. Si la «re-
volución» catalana fue diferente, se debe, en todo caso, a la red
que conectó a todos estos micropoderes, al tejido social que bien
o mal resistió la confusión. Pero entonces, ¿fue algo más que la
mitificación propagandística de una serie de sucesiones políticas?
En julio de 1936, la peculiar mezcolanza de la política catalana
fue sorprendida por el estallido inesperado de una guerra civil en
España como si fuera un vapor alcanzado de lleno por un torpedo,
pero no hundido; las cosas siguieron adelante con un extraño y ansioso
optimismo, pero nada fue igual que antes de la detonación. La «re-
volución» empezó en Cataluña como consecuencia directa del fracaso
del golpe militar. Su estallido fue una perfecta muestra de las con-
secuencias sociales de lo que se ha llamado «falsificación de la pre-
ferencia», o sea la pretensión de acuerdo y concordia por parte de
mucha opinión contraria, probablemente una mayoría, que consentía

67 COBBAN, A.: The Social Interpretation o/ the French Revolution, Cambridge


(UK), Cambridge University Press, 1964.
172 Enrie Ueelay-Da Cal

tácitamente aunque se disgustara y sintiera resentimiento ante el curso


que seguían los acontecimientos 68. Del mismo modo, la CNT, que
pretendía estar a cargo del proceso revolucionario, tuvo que hacer
frente a lo que Mancur Olsen ha sugerido como un «viaje gratuito»:
si la dirección militante conseguía ciertos beneficios para un amplio
sector ¿por qué deberían muchos de los así favorecidos, incluso casi
todos, hacer algo y comprometerse, si la ventaja ya se estaba realizando
para ellos, sin su esfuerzo o riesgo? 69 A pesar de la abundancia
de rumores de un golpe inminente, la ERC fue cogida desprevenida,
a punto de celebrar un congreso y simultáneamente de presidir una
«Olimpiada Popular» que debía realizarse en Barcelona en oposición
al encuentro oficial en Berlín 70. Una vez que paró el tiroteo en la
capital catalana, se hicieron esfuerzos unitarios llevados adelante por
la suma de fuerzas político-sociales con capacidad de organizar milicias
para tomar Ibiza y Mallorca, y avanzar sobre Zaragoza, todo con
una importante falta de resultados 71. Finalmente, Cataluña en general
y Barcelona en particular fueron zona de retaguardia, lejos de la
tensión de los primeros meses de la contienda, centrados en la toma
o la defensa de Madrid. Desde la capital catalana la idea de la guerra
parecía muy fácil, además de lejana. Así, el gran apoyo popular que
la CNT auguraba disfrutar en el verano de 1936 fue más aparente
que real y prometía encoger en el grado en que el buen tiempo
y la abundancia dieran paso al frío del invierno y a la generalización
de la escasez.
La «revolución» también tuvo confusiones naturales de diseño.
En gran medida, el pensamiento anarquista -tanto local como impor-
tado- se había dedicado a un programa en esencia tecnocrático
en el que los sindicatos iban a encargarse del conjunto de la admi-

68 KURAN, T.: Private Truths, Public Lies. The Social Consequences o/ Pre/erence
Falsi/ication, Cambridge (Ma.), Harvard University Press, 1995.
69 OLSEN, M.: The Logic o/ Collective Action. Public Goods and the Theory o/

Groups (1965), Cambridge (Ma.), Harvard University Press, 1995.


70 SANTACANA, e, y PUJADES, x.: L'altra olimpíada. Barcelona '36, Barcelona,
Llibres de l'Índex, 1990, e lVERN, M. D.: op. cit., vol. 2, pp. 203-210.
71 Para la expedición de Mallorca véase MASSOT 1 MUNTANER, ].: La Guerra
Civil a Mallorca, Barcelona, Abadía de Monterrat, 1976, y, por el mismo autor,
con aún más detalle, El desembarcament de Bayo a Mallorca, agost-setembre de 1936,
Barcelona, Abadía de Monterrat, 1987; para el frente de Aragón CASANOVA,].: Anar-
quismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Madrid, Siglo XXI,
1985.
El pueblo contra la clase 173

nistración, la producción y la distribución, en la línea de la llamada


«democracia industrial» 72. Por añadidura, el colapso del gobierno
normal hizo que toda suerte de propuestas descabelladas parecieran
plausibles. Para resumir, los dirigentes inmediatos de iniciativas alta-
mente localizadas -los nuevos comités que reemplazaban a las auto-
ridades municipales o locales- se encontraron al mando, sin idea
clara de qué hacer ni de lo que estaba pasando a su alrededor,
unos cuantos kilómetros más allá. El barrio o el pueblo se convirtieron
en el espacio de poder y, si éste salía del cañón de un fusil (como
el máuser español de 1893, arma estándar del conflicto), su alcance
práctico no iba mucho más allá de unos dos mil metros. Este mismo
localismo hizo que la revolución por cercana pareciera más real, más
auténtica en su contenido de «clase», aunque ello constituyera un
espejismo. Lo mismo ocurrió con los comités encargados de cada
empresa individual que podían funcionar mientras existieran stocks
de materia prima, pero no podían descargar sus manufacturas ni
conseguir nuevos inputs en tanto que la distribución estaba plenamente
desbaratada 73. Además, no quedaba claro si, para la base sindical,
el propósito de la revolución era el incremento de la producción
o su opuesto, el objetivo de garantizar unas condiciones más cómodas
en el puesto de trabajo, con menor esfuerzo 74. Los orígenes distantes
del movimiento libertario estaban marcados por una amarga polémica
entre anarcoindividualistas y anarcocolectivistas: hasta el mismo vera-
no de 1936 hubo anarquistas que desaprobaban a la CNT por oprimir
ésta la voluntad personal. Es más, tras una barrera conveniente de
respetabilidad «burguesa» y catolicismo añejo, lo que implicaba una
considerable hipocresía, la sociedad civil catalana era distintivamente
libertaria (en el sentido más genérico de la palabra), si bien no era
exactamente tolerante: los deseos personales, fueran ideológicos o
sexuales, se aceptaban y se les reconocía su propia esfera, mientras
no desafiaran la tónica dominante. Esto significa que el catalanismo
se diluía a través de gran parte del asociacionismo político y que

72 BARRIO ALONSO, A.: El sueño de la democracia industrial (sindicalismo y demo-


cracia en España, 1917-1923), Santander, Universidad de Cantabria, 1996. Véanse
los comentarios de HALÉVY, E.: «Le probleme du contróle ouvrier» (1921), en
HALÉVY, E.: L'ére des tyrannies (1938), París, Gallimard, 1990, pp. 134-151.
73 UCELAy-DA CAL, E.: «Cataluña durante la guerra», en MALEFAKIS, E. (dir.):
La Guerra de España, 1936-1939, Madrid, Taurus, 1996, pp. 169-184.
74 SEIDMAN, M.: op. cit., caps. 5, 6 Y7.
174 Enrie Ueelay-Da Cal

las organizaciones marxistas eran literalmente la extensión de antiguas


iniciativas nacionalistas radicales. Los partidos marxistas eran domi-
nados por antiguos maestros de escuela del viejo sistema educativo
estatal o de las nuevas escuelas catalanas «reformadas», que habían
sabido promocionarse al liderazgo político. Por el contrario, los anar-
quistas formaban una «contracultura» libertaria que, con cierta envi-
dia, imitaba las asociaciones «burguesas» desde las escuelas de barrio
para arriba y que disfrutaba de sus propios mecanismos de «clase»
o «revolucionarios» para el ascenso social 75. Como ocurre en el mode-
lo empresarial de finales de los años cincuenta de Whyte, los «hombres
de organización» del mundo libertario generaban todo un patrón
social de conformismo (aunque estuviera idealizado como si fuera
lo opuesto), que soñaban imponer al conjunto de la sociedad, por
mucho que -paradoja de tiempos posteriores- hubieran querido
hacerlo con un esquema «antiburgués» que un Theodor Roszak en
sus mejores momentos de los años sesenta hubiera deseado 76.
En substancia, la «revolución» de 1936 comportó que las opciones
catalanista) republicana y libertaria) más las posturas socialistas y comu-
nistas -por muy opuestas que se encontraran sobre la marcha- se fun-
dieran en un todo dentro de la sociedad civil) a expensas de lo que
quedaba de la tradicional estructura religiosa) que fue literalmente sacri-
ficada en el altar de una supuesta modernidad, siendo los eclesiásticos
el grupo social más claramente designado para el asesinato sistemático.
Siempre que fuera posible, las desmembradas representaciones locales
de la ERC podían encontrar acomodo con la CNT y los anarquistas
en pueblos y aldeas o con el POUM en aquellas áreas del campo
de Gerona o de Lleida en que predominaban los «marxistas uni-
ficados». Tales acuerdos se establecieron siempre a expensas de la
Iglesia y los católicos, a quienes los republicanos aseguraban no poder
proteger. Los republicanos, por lo tanto, se encontraban frecuen-
temente ante los comités locales como una especie de leal oposición
minoritaria. Mientras tanto los nacionalistas -que escogieron pelearse
con la ERC con patente falta de oportunidad- se quedaron aislados,

75 UCELAy-DA CAL, E.: «Socialistas y comunistas en Cataluña durante la Guerra


Civil: un ensayo de interpretación», en JULIÁ, S. (coord.): Socialismo y guerra civil,
monográfico de Anales de Historia de la Fundación Pablo Iglesias, vol. 2, 1987,
pp. 295-324.
76 ROSZAK, T.: El nacimiento de una contracultura (1970), Barcelona, Kairós,
1970.
El pueblo contra la clase 175

ninguneados, y sobrevivieron alejando del peligro a los amenazados


clandestinamente, previo pago, pasándolos al otro lado de la fron-
tera 77.
En resumen, la Esquerra se derritió, siendo sus cuadros locales
incapaces de hacer frente a situaciones que se resolvían mediante
arreglos terminantes pistola en mano con nerviosos «escopeteros»
de la CNT78. Durante las primeras semanas revolucionarias, nadie,
por ejemplo, tuvo el coraje de impedir, en los surtidores, el reparto
de gasolina gratuita a todo el que la pedía, con lo que se animaba,
quisiérase o no, a que «elementos incontrolados» detuvieran a gente
sospechosa de «fascismo», que era literalmente «llevada a dar un
paseo»; a mediados de agosto, finalmente fue racionada, con un
precio oficial, pero todavía se podía obtener a cambio de vales de
los comités o de los sindicatos 79. Como resultado, el grosor político
de la ERC se licuó hasta reducirse a la estructura relativamente dura
de la Generalitat, la cual tenía fuerzas policiales a su disposición,
si bien no se atrevía a utilizarlas a efecto político máximo 80. Los
dos gabinetes catalanes organizados por]oan Casanovas entre julio
y septiembre de 1936 fueron incapaces de asumir la decisión de
hacer frente al desorden, la coerción y las represalias, en tanto que
significaba desafiar el dominio de los libertarios que (a sugerencia
de Companys) regían un Comité de Milicias Antifascistas en paralelo
a la Generalitat 81. El presidente Companys no dio un apoyo incon-
dicional a Casanovas; más bien consideraba que si les daba suficiente
cuerda a los revolucionarios se ahorcarían ellos solos o, al menos,
acabarían implicados en la función legislativa del gobierno catalán
que había sido implícitamente reconocida por los anarcosindicalistas.
Finalmente, a finales de septiembre, ]osep Tarradellas -consejero

77 Una descripción sistemática de arreglos locales en Pozo GONzALEZ, ]. A:


El poder revolucionan' a Catalunya durant els mesas de juliol a octubre de 1936. Crisi
i recomposició de l'Estat, 2 vols., tesis doctoral, Universitat Autónoma de Barcelona,
2002.
7X VIADfU, F.: Delegat d'Ordre Ptíblic a «Lérida la Roja», Barcelona, Dalmau,
1979.
7") MINTZ, F.: La autogestión en la España revolucionaria, Madrid, La Piqueta,

1977, p. 83.
xv FEBRÉS, x.: Frederic Escofet, l'tíltim exiliat, Barcelona, Portie, 1979,
pp. 175-190, Y A.J\1.ETLLA, c.: Memories polítiques, 1936-1940, cap. VII, Barcelona,
Distribucions Catalonia, 1983.
Xl CASANOVAS I CUBERTA, ].: Joan Casanovas i Maristany, president del Parlament
de Catalunya, Barcelona, Abadía de Montserrat, 1996.
176 Enrie Ueelay-Da Cal

de Servicios Públicos y después combinando esta cartera con la de


Economía en los gobiernos de Casanovas, pero, más importante,
siendo el hombre que contaba con el respaldo de Companys- nego-
ció un compromiso según el cual se disolvía el Comité de Milicias
rival a cambio de la entrada de los anarcosindicalistas en un nuevo
gabinete y del reconocimiento legal de sus nuevas funciones múltiples,
así como del diseño de una «nueva economía», para el cual una
especie de concierto fue redactado entre la central sindical y el gobier-
no catalán (1os decretos de Colectivización de octubre de 1936) 82.
La principal traba del movimiento libertario era, por supuesto,
la ausencia de algún tipo de núcleo político que pudiera establecer
un liderazgo sostenido y convincente. El sucedáneo para la «orga-
nización confederal» fue la orientación genérica mediante diarios,
especialmente el vocero Solidaridad Obrera) portavoz a un tiempo
del Comité Nacional y del Regional de Cataluña, mientras que otros
órganos menores de prensa expresaban funciones institucionales des-
cendentes hasta llegar a los quincenales o semanarios locales. La
verdad es que el sistema de periódicos no fue el substituto efectivo
de una iniciativa política bien enfocada, ya que las disidencias podían
romper el monopolio cuando quisieran y expresarse en otros diarios
como el vespertino ultraizquierdista madrileño La Tierra) que acabó
especializado en esta función alternativa durante los primeros años
republicanos 83. Por preferir la primacía de los principios ácratas, la
CNT y, en mucho mayor grado, la FAl resultaron incapaces para
hacer algo que no fuera la negociación de un consenso doméstico
o, cuando las cosas se ponían especialmente duras, cerrar el paso
a una oposición interna. Con un consistente ambiente de luchas
de facción y puñaladas traperas, no había manera de que un consenso
imperara: la disciplina era doctrinalmente aborrecible ya que se supo-

1\2 Sobre Tarradellas, UDINA, E.: Josep Tarradellas. L'aventura d'una fidelitat, Bar-
celona, Edicions 62, 1978, pp. 115-219, Y CASASSAS, ]., y SANTACANA, C. (comps.):
Tarradellas o la reivindica ció de la memoria (1899-1988), Lérida, Pagés, 2003.
1\3 TAVERA, S., y UCELAy-DA CAL, E.: «Amigos anarquistas, amigos periodistas.
La prensa libertaria como sucedáneo de partido, 1930-1939», Congreso de Historia
«El anarquismo en España (75 aniversario de la fundación de la FAI)>>, Guadalajara,
Fundación Anselmo Lorenzo, 29-30 de noviembre-1 de diciembre de 2002. También,
en general, TAVERA, S.: Solidaridad Obrera. El fer-se i desfa-se d'un diari anarco-sin-
dicalista (1915-1939), Barcelona, Diputació de Barcelona, 1992. También debo agra-
decer a la profesora Susanna Tavera sus muchas sugerencias en un esfuerzo conjunto
de investigación sobre la sociedad barcelonesa y el obrerismo.
El pueblo contra la clase 177

nía que el orden nacía de dentro de cada uno. En último extremo


esto significó que el trato con fuerzas externas, privadas o públicas,
fuera siempre un asunto complicado, ya que cualquier iniciativa pac-
tada con la «patronal» o los «políticos» podía ser desautorizada por
cualquier facción, visto lo fácil que era abochornar a cualquier por-
tavoz que hubiera dado su palabra. El criterio práctico que sostenía
a la CNT era la convicción de que la presión callejera (manifestaciones,
huelgas, violencia terrorista y hasta alzamientos armados) era un ~us­
titutivo funcional de la participación electoral y parlamentaria. Esta
era la lógica que operaba tras el reguero de levantamientos de 1931,
1932 y 1933, que fracasaron en el objetivo de imponer el programa
legislativo anarcosindicalista (la llamada «República sindical», con-
sistente en la confederación regional y la representación de los sin-
dicatos en las Cortes) a los parlamentarios republicanos sin que tal
disfunción provocara significativa reorientación estratégica alguna (en
contraste a la táctica). La famosa política de abstencionismo electoral
tampoco sirvió para establecer un juego de toma y daca con los
partidos, en la medida en que no produjo más que una sensación
vaga de protesta 84. Solamente algunos militantes que abandonaron
la CNT oficial sacaron la deducción apropiada: algunos como Sebastia
Clara oPere Foix se afiliaron a la ERC; otros, encabezados por
Ángel Pestaña, fundaron un Partido Sindicalista bastante testimonial
en 1934 85 .
Este vacío institucional en el corazón mismo de la CNT evidencia
el grado en el cual el anarcosindiealismo nunca podía realizar aquello
que pretendía hacer: convertir su base de afiliación en una efectiva
voz corporativa capaz de imponer su voluntad a los fabricantes y
al gobierno regional que reconocía como algo doctrinalmente acep-
table en la medida en que no era exactamente el «Estado» 86. Nunca

X4 El papel del abstencionismo electoral ha sido re interpretado en los últimos


años por politólogos, véase MOLAS, 1.: Abstenir-se és una altra manera de participar,
Working Paper 100, Barcelona, Institut de Ciencies Polítiques i Socials, 1994; también,
con un enfoque diverso, VILANOVA, M.: «Anarchism, Political Participation and Illi-
teracy in Barcelona between 1934 and 1936», American Hútorical Review, vol. 97,
núm. 1, febrero de 1992, pp. 96-120.
X5 TAVERA, S., y UCELAy-DA CAL, E.: «"L'abstencionisme, durant la República,
només podia dur-nos als camps de concentració": Conversa amb Sebastia Clara,
un líder cenetiste catala», L'Avenf', núm. 6, octubre de 1977, pp. 11-18, YREQUENA, M.:
«L'acció insurreccional a les províncies de Castella-La Mancha», L'Avenf, núm. 196,
octubre de 1995, pp. 12-17.
xc, MACARRO, J. M.: «La disolución de la utopía en el movimiento anarcosin-
dicalista español», Hútoria Social, núm. 15, invierno de 1993, pp. 139-160.
178 Enrie Ueelay-Da Cal

pudo llevar a cabo un «intercambio clientelar» con la Esquerra y


el apoyo rival de ésta 87. Incluso en el verano y el otoño de 1936,
cuando los anarcosindicalistas y los grupos informalmente se fun-
dieron en una conjunción CNT-F Al y la situación caótica favoreció
netamente al peso del movimiento libertario, los cuadros dirigentes
-en gran medida, todavía el grupo de Durruti y García Oliver (Ascaso
murió en los primeros días de lucha)- insistieron en retener a la
Generalitat y a la Esquerra en una famosa entrevista el 20 de julio,
acabado el tiroteo en Barcelona, en la que el presidente Companys
los manipuló con el farol de una hipotética dimisión suya y la con-
siguiente disolución del gobierno catalán 88. Falta de voluntad política,
confusión y agria discusión entre facciones enfrentadas permitieron
a las autoridades catalanas recuperarse e incluso atraer a la repre-
sentación de la CNT a un juego institucional clásico: una vez metidos
en el ejecutivo catalán, no había buenas razones para quedarse fuera
del gobierno central y, así, tres destacados personajes de la CNT
entraron en el ministerio de Largo Caballero a principios de noviembre
de 1936.
La evaporación de la presencia nacionalista se hizo definitiva
al ser destapada, a finales de noviembre, una torpe conspiración
contra Companys, supuestamente avalada por Casanovas. Fue toda
la ventaja que necesitaban los «socialistas unificados» para presentarse
como los herederos del populismo de la Esquerra de «antes de la
revolución» 89. La cabeza del partido era al fin y al cabo Joan Cama-
rera, antes dirigente de la USC y largamente consejero de gobierno
bajo Companys. A partir de la base tradicional socialista -la UGT
era una fuerza minoritaria pero a pesar de ello tenía bastante repre-
sentación-los «socialistas unificados» acumularon las secciones sin-
dicales de todos sus partidos miembros, así como la del POUM,
un serio error táctico por parte de los «marxistas unificados» 90. De

f',7 Véase el modelo de CORZO FERr\ÁNDEZ, S.: El clientelismo político como inter-

cambio, Working Paper 206, Barcelona, Institut de Ciencies Polítiques i Socials,


2002.
f',X GARCÍA OUVER, ].: El eco de los pasos, París, Ruedo Ibérico, 1978, pp. 171

Y 176-177.
1\') Detalles del asunto, que significó el asesinato tolerado del comisario de Orden

Público de la Generalitat, en RENYER, ].: Jaume Cornudella i Olivé: patriotisme i


resistencia 0915-1983), Lérida, Pagés Editors, 2001.
90 BALLESTER, D.: Els anys de la guerra. La UCY de Catalunya 0936-1939),
Barcelona, Columna-Fundació ]osep Comaposada, 1998; también, por el mismo autor:
El pueblo contra la clase 179

hecho, el PSUC dirigió una progresiva toma de los espacios nacio-


nalista y de la Esquerra: el frente amplio ofrecido por los stalinistas
catalanes unidos se hizo gradualmente con el control del principal
sindicato campesino (la Unió de Rabassaires); de la asociación de
trabajadores de «cuello blanco» (el Centre Autonomista de Depen-
dents del Comer~ i de la Indústria), y, más adelante, de la unión
estudiantil republicana nacionalista (la Federació Nacionalista d'Es-
tudiants de Catalunya) 91. Así, el PSUC centralizó efectivamente un
amplio sector sociopolítico en un modo que era cómodo para los
hábitos mesocráticos catalanes, impulsando el ideal de coordinación
y razonabilidad y de la penya contra el parloteo sin fin de los comités
controlados por los anarquistas: «més menjar i menys comités» fue
la consigna de los «socialistas unificados». El principal instrumento
de su asalto a la vistosa pero frágil hegemonía de los libertarios
fue la cuestión del aprovisionamiento de la insaciable garganta urbana
-comida, jabón y aceite o carbón-, cuyos sistemas de distribución
habían quedado desorganizados en los meses iniciales de confusión
y no habían sido mejorados con los apaños anarquistas en tanto
se aproximaba el frío. El PSUC consiguió sin duda descolocar a
sus rivales, pero, si bien la distribución de recursos no mejoró gran
cosa, la mayor intervención del gobierno central tras la primavera
de 1937 aseguró una censura y una vigilancia de la opinión más
eficaces 92.
El ataque a los libertarios empezó con el aislamiento del POUM
en la crisis gubernamental de mediados de diciembre de 1936, en
la que Camarera dio hábilmente la vuelta al tema del complot nacio-
nalista y lo convirtió en un ataque al «peligro trotskista» 93. En esta
coyuntura crucial, los portavoces libertarios creyeron conveniente

«L'instrument sindical» del PSUC durant la guerra civil. La UCT de Catalunya


(1936-1937), Working Paper 127, Barcelona, Institut de Ciencies Polítiques i Socials,
1997; para el CADCI, ANTÓN, J. (comp.): Catalunya avant' Centre Autonomúta de
Dependents del Comerf' i de la Indústria, 1903-1939, Barcelona, Generalitat de Cata-
lunya, 1992; también DURGAN, A.: «Sindicalismo y marxismo en Cataluña, 1931-1936.
Hacia la fundación de la Federación Obrera de Unificación Sindica!», Historia Social,
núm. 8, otoño de 1990, pp. 29-45.
n Si puede parecer excesivo hablar de stalinistas catalanes, véase Catalunya
a la URSS, Barcelona, Associació d'Amics de la Unió Sovietica, 1938.
92 UCELAy-DA CAL, E.: La Catalunya populista, op. cit., cap. XI.
93 Para una defensa ALBA, v., y SCHWARTZ, S.: Spanish Marxism and Soviet Com-
munism. A History ofthe POUM, New Brunswick, Transaction, 1988.
180 Enrie Ueelay-Da Cal

aceptar un dibujo general de la revolución que era el modelo funcional


socialista revolucionario del POUM porque ofrecía una síntesis que
favorecía a la CNT-FAI como organización representativa de la clase
obrera, al menos en Cataluña, el centro indiscutible de la «trans-
formación social espontánea». Este modelo sirvió para tapar las dis-
putas internas de la CNT y darles además a los libertarios un barniz
unitario y un discurso genérico situado a un nivel superior de sofis-
ticación del que acostumbraban a utilizar. Además, el argumento
de la «unidad de la clase obrera» devino indispensable para la
CNT-FAI en la medida en que sus pugnas interiores se hicieron
públicas durante el prolongado colapso del gabinete Tarradellas a
lo largo de abril. Los famosos «Hechos de mayo» de 1937 en Bar-
celona y otras ciudades catalanas son usualmente presentados como
una lucha emblemática de los stalinistas «burgueses» y sus instructores
soviéticos contra los revolucionarios del POUM y las huestes obreras
confederales. Pero además fueron una pelea interna entre contra-
puestas opciones libertarias, una pugna casi virtual si no fuera por
los muertos, que embrolló a los «marxistas unificados» para su ruina
y de la que los «socialistas unificados» estuvieron bien prestos a
sacar ventaja. Frente a la reorganización inminente de los gobiernos
central y catalán, los «gubernamentalistas» de la CNT, considerados
como «centralizadores», fueron retados por aquellos sectores anar-
casindicalistas que, durante el verano de 1936, habían podido esta-
blecer alguna medida de poder particularista -dominando locali-
dades mediante los comités locales, acomodados en las improvisadas
«Patrullas de Control» o al mando de columnas milicianas- y ahora
temían perderlo. En último término, salieron perjudicados ambos
bandos de la disputa cenetista, como también lo hicieron los «po-
pulistas» de la Esquerra, ya que el gobierno central efectivamente
se hizo cargo de Cataluña. Solamente el PSUC pareció haberse bene-
ficiado de la confrontación, si bien ni esa ventaja estaba clara.

¿Una imitación española del populismo?

La triste realidad es que una represión bien planificada, con un


claro designio político, puede resultar muy eficaz. Por el contrario,
una represión sin dirección o «incontrolada», como la que se llevó
a cabo en Cataluña entre el verano de 1936 y la primavera del 1937,
El pueblo contra la clase 181

tuvo un elevadísimo coste político a corto plazo sin muchos beneficios,


si bien, a la larga, permitió que se lavaran las manos de su res-
ponsabilidad todos los que habían estado involucrados de un modo
u otro. De forma inmediata, proyectó al mundo una imagen de horror
que hizo imposible cualquier esperanza nacionalista de independen-
cia, ya que la opinión diplomática, con la posible excepción de los
soviéticos, estaba de acuerdo en lo que concernía a la inviabilidad
de la situación 94. El entusiasmo de los turistas revolucionarios, que
pudieron mostrarse ciegos ante el asesinato, y la propaganda sobre
«la obra constructiva de la revolución», a pesar de haber sido ambos
tan importantes para disculpar asuntos infamantes, no pudieron disi-
mular el hecho de que una corriente constante de refugiados catalanes
huía del país hacia el primer destino accesible, ni eliminar la creciente
protesta interna y el inicio de la disidencia organizada y su despliegue
clandestino. Desde la caída de la dictadura de Franco, régimen que
naturalmente quiso enfatizar la relevancia de este oculto sentimiento
antirrevolucionario, ha estado de moda pretender que tales oponentes
pueden ser ignorados por ser poco más que mera propaganda fran-
quista.
Lamentablemente, no fue éste el caso: el coste político de tolerar
el desorden dañó a todas las fuerzas sociales y políticas de Cataluña.
Tolerar lo que venía a ser una privatización del orden público, con
organizaciones rivales manteniendo prisiones particulares y realizando
arrestos, desmoronó la voluntad de la ERC, al minar -incluso, a
corto plazo, deslegitimizar- las sinergias que nutrían el populismo
y sostenían a la Generalitat, o que sustentaban sus apoyos. La tole-
rancia aisló a los nacionalistas, que aparecieron como condescen-
dientes con los católicos cuando ello era inconveniente, ya que Estat
Catala se sostenía con evasiones previo pago; de ahí, por exceso
compensatorio, su anticlericalismo, expresado contra figuras demo-

94 Véase, como muestra, CASANOVAS 1 PRAT, J.: «La Catalunya de Mr. King:
el consolat britimÍc de Barcelona durant la Guerra Civil (1936-1939)>>, Perspectiva
Social, núm. 35, 1994, pp. 43-61. Algo de la complejidad de las opciones nacionalistas
catalanas se pueden seguir en AVILÉS, J.: «Fran<;a i el nacionalisme catalii a principis
de la Guerra Civil», L'Aven!;, núm. 223, marzo de 1998, pp. 16-20, YMORADIELLOS, E.:
«El govern britiinic i Catalunya durant la Segona República», op. cit., pp. 21-27;
también, reflejando el optimismo local, COLOMER, L.: «La preparació de la inde-
pendencia de Catalunya durant la guerra civil», LAven!;, núm. 73, julio-agosto de
1984, pp. 604-612; la autojustificación nacionalista actual en CASTELLS, v.: Nacio-
nalisme catala iguerra civil a Catalunya (l936-1939), Barcelona, Dalmau, 2002.
182 Enrie Ueelay-Da Cal

cristianas como Carrasco i Formiguera. Pero la tolerancia con el des-


control callejero también complicó el equilibrio interior de la
CNT-FAl y trajo la confrontación entre intereses divergentes y com-
promisos con niveles diferentes de éxito coyuntural. Pendencieros
o matones de pueblos, ciudades menores y hasta barrios de Barcelona,
cuya posición era insostenible a largo término, se juntaron con aquellos
que se sentían incomodados por la presión de la guerra y las exigencias
de mayor coordinación; en otras palabras, era la alianza de los que
más ventaja habían sacado del verano de 1936 y que ahora temían
perder sus ganancias. Como es natural, tal provecho, por su dispersión,
era cuestionado por los promocionados algo después, ya que en los
eventos a finales del verano o del otoño habían alcanzado posiciones
de mayor responsabilidad dentro de los gobiernos catalán o repu-
blicano. En consecuencia, el conflicto era en gran medida una riña
de los Comités Nacional y Regional catalán de la CNT, con el respaldo
de los mandos militares libertarios más o menos integrados en el
ejército republicano, contra la Federación Local de Sindicatos de
Barcelona y las Juventudes Libertarias, que canalizaron las quejas
de los perdedores (coaligados algunos como «Amigos de Durruti»,
héroe que para entonces ya estaba convenientemente muerto), más
las milicias anarquistas resistentes a la plena militarización 95. Sin
embargo, incluso este extremismo salió, en algún sentido, del contexto
populista: el líder de los «Amigos de Durruti», Jaume Balius, muy
significativamente, comenzó su evolución política como joven activista
católico-catalanista (Lliga de la Mare de Déu de Montserrat), para
evolucionar hacia el Estat Catala de Macia, y luego de nacionalista
radical a libertario revolucionario a ultranza.
En su esencia, la confrontación intestina de mayo hizo que la
CNT-FAl se encontrara de lleno en una ruptura simbólica entre
barrio y organización sindical (para entonces la fábrica era una dimen-
sión casi trivial), los parámetros que sostenían su visión de clase
obrera. Peor todavía) la idea de clase podía justificar una «revolución»
y así tapar el colapso de la organización política «burguesa») pero no

95 FONTENIS, G.: Le message révolutionnaire des «Ami\' de Durruti» (Espagne 1937),


París, Editions L, 1983, Y GUILLAMóN, A.: The Friends o/ Durruti Group: 1937-1939,
Edinbrugh, AK Press, 1996. Para una visión menos apasionada de las tensiones
internas anarcosindicalistas, TAVERA, S., y UCELAy-DA CAL, E.: «Grupos de afinidad,
disciplina bélica y periodismo libertario, 1936-1938», Historia Contemporánea, núm. 9,
1993, pp. 167-190.
El pueblo contra la clase 183

podía remplazar la nueva función legitimadora de la noción de «Pueblo


catalán» que tan reciente pero sólidamente había erigido el contexto
populista de preguerra. El POUM se apuntó a la bronca, pero en
la medida en que era relativamente pequeño se transformó en la
universal víctima propiciatoria ya que nadie podía seriamente con-
templar la purga de la CNT. Desacreditar a los «marxistas unificados»
era un cómodo obsequio para los stalinistas, tanto españoles como
catalanes, que eran animados a luchar contra el «fascismo trotskista»
por sus sostenedores soviéticos 96. Sin ofrecer ayuda práctica alguna,
los anarcosindicalistas podían condolerse de los izquierdistas aplas-
tados, al tiempo que tomaban el argumento poumista para su propio
uso: la principal diferencia discursiva fue que los anarcosindicalistas
enfatizaron las maquinaciones nacionalistas con el PSUC como evi-
dencia condenatoria de la alevosía antirrevolucionaria, mientras que
los trotskistas, naturalmente, prefirieron subrayar las ramificaciones
de los servicios secretos soviéticos en España y la intervención de
la mano pesada de Moscú en la «traición a la revolución» 97. Hasta
cierto grado, los dirigentes anarcosindicalistas podían aprender de
sus errores y, más adelante, se hicieron esfuerzos concertados para
construir formalmente un «Movimiento Libertario» mediante la inte-
gración de la CNT, la FAl y las Juventudes Libertarias: en abril
de 1938 se frustró un primer intento de crear una versión para Cata-
luña; el acuerdo se logró finalmente en los primeros meses de 1939
con la constitución de un Movimiento Libertario Español, si bien
muy significativamente éste se fundó en Perpiñán 98. Puede que la
entidad anarcofeminista Mujeres Libres aspirara a convertirse en la
cuarta pata de esta plataforma pero el sentimiento machista la cortó
en seco. La verdad, por muy antipática que pueda resultarle a los
historiadores sociales después de los años setenta, es que fue la dere-
cha la que con tesón y éxito montó una poderosa organización de

')6 «Max Reiger», Espionnage en Espagne, París, Denoel, 1938.


'J7 La versión oficial de la CNT-FAI [Los sucesos de Barcelona. Relación documental
de las trágicas jornadas de la primera semana de mayo 1937, Barcelona (?), Ediciones
Ebro, 1937] se puede contrastar con folletos trotskistas extranjeros como LANDAu, K:
«Le Stalinisme bourreau de la Révolution espagnole»; OLLIVIER, M.: «Les Journées
sanglantes de Barcelone -mai 1937 (Le Guépéou en Espagne)>>, o «L'Assassinat
d'Andres Nin», en OLLIVIER, M., Y LANDAU, K: Les fw'soyers de la Révolution sociale,
Pari~ Spartacus, 1975.
')x PElRATS, ].: La CNT en la revolución española, vol. 3, París, Ruedo Ibérico,

1971, pp. 101-102, YLORENZO, C. M.: op. cit., pp. 331-332.


184 Enrie Ueelay-Da Cal

género en la España de los años treinta: si Mujeres Libres aseguraba


tener 20.000 afiliadas, la Sección Femenina del partido único fran-
quista decía tener más de 500.000 99 . En cualquier caso, con los
«Hechos de mayo», la CNT-FAl perdió su oportunidad. Tras esperar
a que los anarcosindicalistas recompusieran su figura y propusieran
nuevos candidatos a su gabinete, Companys desistió y los excluyó.
N o ocurrió nada. Los anarcosindicalistas no volverían a estar nunca
en situación de participar en los destinos de la Generalitat.
El ascenso en apariencia imparable del PSUC demostró ser tan
débil como había sido antes la hegemonía transitoria de la CNT-FAl.
Las discusiones internas entre anarquistas, junto con su incontinencia
habitual, favoreció el juego de los «socialistas unificados», que supie-
ron eliminar a sus rivales, los «marxistas unificados», y presentarse
ellos mismos como la alternativa viable a la retraída y arrugada ERC.
Movilizando su amparo del lado de la Esquerra y la Generalitat
contra una unidad izquierdista mucho más aparente que real, los
stalinistas catalanes fueron capaces de identificarse con la tendencia
hacia la recuperación del gobierno republicano central, justo en el
momento en que a mediados de mayo de 1937 se deshizo la coalición
de Largo Caballero y un nuevo equilibrio se formó alrededor del
doctor N egrín, el ala socialista que seguía a Prieto, y los comunistas
españoles. Largo había fundamentado su éxito, en la medida que
fue tal, en lo que podría llamarse una coalición de particularismos,
o sea el reconocimiento de situaciones locales tal como evolucionaron
a finales del verano o en el otoño cuando se les concedió estado
legal. Los «socialistas unificados», pues, se encontraban en una cir-
cunstancia en apariencia óptima. La situación, tras la primavera de
1937, dió al PSUC la interesante posibilidad de presentarse, al mismo
tiempo, como el partido de gobierno responsable, como la expresión
práctica del nacionalismo local y aunque fuera paradójicamente, como
los colaboradores más eficaces del esfuerzo bélico identificado con
la alianza de socialistas negrinistas y comunistas españoles. Sin embar-

99 Contra lo que se argumenta aquí NASH, M.: Mujer y movimiento obrero en


España, 1931-1939, Barcelona, Fontamara, 1981; como también, de la misma autora:
Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, Madrid, Taurus, 1999; también
ACKELSBERC, M. A: Mujeres Libres. El anarquismo y la emancipación de las mujeres
(1991), Barcelona, Virus, 1999; para la cifra franquista, Sección Femenina de la
Falange Española Tradicionalista y de las ]ONS: La Sección Femenina. Historia y
organización, Madrid, 1952, p. 20: «afiliadas a la Sección Femenina»: 580.000.
El pueblo contra la clase 185

go, a pesar de la gama de posibilidades de oferta populista por suce-


sión, la circunstancia del PSUC había alcanzado un techo práctico
y las cosas nunca mejoraron a partir de ahí.
Para empezar, había costes ocultos: la confrontación entre PSUC
y POUM rompió la consonancia de fondo del socialismo catalanista,
vivo desde los días exaltados de entusiasmo francófilo durante la
Primera Guerra Mundial, y que habían llevado una dispersa militancia
del movimiento separatista de Macia en los años veinte, a través
del nacionalismo de izquierdas de los años 1931-1932 y, de ahí,
a casi todos los partidos marxistas 100. Amistades de toda la vida
se rompieron, destruyendo la red social que sostenía la tendencia
general hacia el marxismo nacional catalán, alejándola de la opción
alternativa de un «fascismo catalán». El capital social del movimiento
«nacionalista-socialista», su infraestructura de barrio, quedó escindido
para siempre (o al menos hasta la reconstrucción posfranquista, en
los años setenta, ya en circunstancias totalmente diferentes); con
ello, a pesar de su éxito aparente, el «socialismo unificado» marcó
el límite de su crecimiento 101. Además, el PSUC nunca supo desplazar
a la vieja Esquerra del cascarón de la Generalitat ni colocarse él
dentro, en su lugar. Finalmente y lo peor de todo a corto plazo,
el espacio político que el PSUC podía haber asumido por más o
menos lícito derecho de sucesión como heredero del ya gastado popu-
lismo de Macia y Companys, fue bloqueado por la creciente inter-
vención en Cataluña del renovado gobierno central que, en la medida
que la situación militar empeoraba, tendía a incrementar el contenido
patriótico de su proyección pública. El PSUC, pues, nunca tuvo
el poder suficiente para afianzar su legitimidad como heredero del
populismo más allá de su propia realidad como partido 102.

100 MARTÍNEZ FIOL, D.: Els «voluntaris catalans» a la Gran Guerra (1914-1918),
Barcelona, Publicacions de l'Abadia de Montserrat, 1991, y Daniel Domingo Montserrat
(1900-1968). Entre el marxisme i el nacionalisme radical, Barcelona, Abadía de Mont-
serrat, 2001, y UCELAy-DA CAL, E.: «La crisi dels nacionalistes radicals catalans
(1931-1932)>>, Recerques, núm. 8,1978, pp. 159-206.
101 Para la elaboración del «marxismo nacional» en Cataluña, «Roger Arnau»
U. BENETJ: Marxisme catala i qüestió nacional catalana (1930-1936), 2 vols., París,
Edicions Catalanes de París, 1974; en el contexto soviético MARTIN, T.: The Affirmative
Action Empire. Nations and Nationalism in the Soviet Unzón, 1923-1939, Ithaca (NY),
Comell University Press, 200l.
102 Para la temática de legitimación en este sentido, véase RIGBY, T. H., y FEHÉR,
F. (eds.): Political Legitimation in Communist States, Londres, MacMillan, 1982.
186 Enrie Ueelay-Da Cal

Se ha sugerido que la política de N egrín (o al menos, su jus-


tificación ideológica muy especialmente después de que el gobierno
se trasladara de Valencia a Barcelona en octubre de 1937) puede
entenderse como una especie de «neopopulismo» español 103. Esta
idea ha sido discutida más recientemente a partir del planteamiento
de que ese «neopopulismo» no cuajó como movimiento de maneras
que fueran verdaderamente comparables a las características sociales
del fenómeno catalán 104. Sin duda, nada en el republicanismo español
fue comparable al atractivo de masas de la Esquerra y al culto de
la personalidad de Macia que Companys supo manipular. El más
destacado líder de masas en España, Azaña, nunca logró disfrutar
del carisma del fundador de la autonomía catalana, cuyos seguidores
y adoradores podían llegar al extremo de montar en sus humildes
hogares pequeños altares con lamparillas encendidas en recuerdo
suyo 105. Poco aclara la comparación entre la catalana Esquerra Repu-
blicana y la Izquierda Republicana azañista (llamado el «Partit Repu-
blica d'Esquerra» en Cataluña, para evitar las confusiones).
Una explicación apropiada del «neopopulismo» español, pues,
requiere cierto retrotraimiento, enfocado hacia la política española
y, en concreto, hacia la situación de las izquierdas. En los años treinta,
la paradoja del republicanismo de izquierdas español radicaba en
que su fuerza principal, los socialistas, no era un partido estrictamente
republicano) sino un movimiento obrerista, que combinaba partido
y sindicato, y podía argumentar, tal como hizo tras las elecciones
de febrero de 1936, que en plena conciencia no debía participar
en un gobierno «burgués». El aspecto más importante de su función
política estaba condicionado por el hecho de que los socialistas estaban
agriamente escindidos entre «caballeristas» revolucionarios y «prie-
tistas» más convencionales. Los «caballeristas» monopolizaron el nue-
vo crecimiento tanto del partido como del sindicato en áreas rurales
del sur español (Andalucía, Extremadura y La Mancha), una base
muy lejana del ideal de clase obrera urbana propio de la doctrina

10l UCELAy-DA CAL, E.: La Catalunya populista, op. cit., pp. 335-348.
lO4 F.: Répression et Ordre Publique en Catalogne pendant la Guerre
GODICHEAU,
Civile (1936-1939), 3 vals., tesis doctoral, París, École des Hauts Études en Sciences
Sociales, 2001.
105 Para un relato del culto a Macia GISPERT, 1. de.: Memories d'un neuroleg,
Barcelona, Selecta, 1976, p. 73; en general, véase UCELAy-DA CAL, E.: «La fascinació
d'Azaña: l'home de papen>, L'Avenf, núm. 152, octubre de 1991, pp. 54-59.
El pueblo contra la clase 187

socialista; su punta de lanza era el nuevo sindicato campesino de


la UGT, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra. Sin
poder ofertar nada más que asistencia social y la lenta aplicación
de la Ley de Reforma Agraria ante las exigencias apremiantes de
su recién adquirida militancia, los «caballeristas» suplieron esta falta
con una abundancia de ideología radical, propusieron la «bolche-
vización» del partido socialista, con Largo como «Lenin» español,
y cortejaron al diminuto partido stalinista español con la esperanza
de llevarlo al redil, con lo cual, por peso sumado, ellos ganarían
control absoluto del movimiento socialista en contra de todos los
sectores opuestos 106. En 1936, Largo presionó duramente contra Aza-
ña y lo quitó de en medio promoviéndolo en mayo a la presidencia
de la República y bloqueando más adelante sus intentos de tomar
el control de la situación frente al golpe de julio insistiendo en obtener
para sí el cargo de primer ministro, lo que finalmente consiguió en
septiembre. Pero, la reorientación de sus aliados comunistas dejó
solo a Largo frente a los enemigos que intrigaban en sus propias
filas. El doctor Juan Negrín, su ministro de Hacienda y conocido
«prietista», que había llegado a un entendimiento con los repre-
sentantes soviéticos al enviar las reservas españolas de oro a Moscú,
pudo presentar un frente común con los stalinistas y los republicanos
y, muy significativamente, sin los anarcosindicalistas, colocando a
Prieto en un Ministerio de Defensa unificado 107.
Tras las importantes batallas de principios de 1937 -que impe-
lieron la dirección táctica de la guerra hacia la periferia, lejos de
Madrid-, Negrín sabiamente retiró la capitalidad republicana hasta
Barcelona, temiendo el aislamiento de Valencia y de lo que se cono-
cería como la «zona central», encierro que en efecto ocurriría en

lO!> Se dedicó considerable atención a los caballeristas en los años setenta y

primeros ochenta, BIZCARRONDO, M.: Araquútain y la crisis socialúta en la Segunda


República Leviatán (1934-1936), Madrid, Siglo XXI, 1975; JULIA., S.: La izquierda
del PSOE (1935-1936), Madrid, Siglo XXI, 1977; BLAs, A. de: El socialismo radical
en la Segunda República, Madrid, Tucar, 1978, y CONTRERAS, M.: El PSOE en la
Segunda República: organización e ideología, Madrid, Centro de Investigaciones Socio-
lógicas, 1981.
107 Un tratamiento detallado de las pugnas internas socialistas en GRAllAJ.Vl, H.:
Socialúm and War. The Spanish Socialist Party in Power and Crisz~~, 1936-1939, Cam-
bridge (UK), Cambridge University Press, 1991. Véase también GIBAJA VELAz-
QUEZ, J. c.: Indalecio Prieto y el socialismo español, Madrid, Fundación Pablo Iglesias,
1995.
188 Enrie Ueelay-Da Cal

las campañas de la primavera de 1938. La presencia del gobierno


republicano en la ciudad condal ya se había hecho sentir tras los
«Hechos de mayo», cuando Negrín se hizo con el orden público
y convirtió la zona de nuevo en región. A pesar de protestas que
venían de todas partes en la política catalana contra la acción «cen-
tralista», Cataluña no era en realidad más que un vacío político que
esperaba ser llenado, en la medida en que nadie estaba dispuesto
a ejercer un control claro e imponer un poder indiscutido al contexto
desordenado. Impulsado por la presión misma del esfuerzo bélico,
N egrín se atrevió a dar más y más pasos en direcciones como la
toma de la industria regional de armamentos. La aparente osadía
negrinista revelaba la medida en que la situación catalana era una
especie de simulación en la que los desafíos institucionales acumu-
lados por las autoridades centrales no recibían más respuesta que
unas meras quejas verbales. Después de la crisis de gobierno del
8 de abril de 1938 en Barcelona, en la que Negrín alardeó con
una muestra de poderío militar, entre manifestaciones callejeras comu-
nistas, para obligar a Prieto a retirarse y, de pasada, para subrayar
la fidelidad de las fuerzas armadas a su propia opción personal, Com-
panys fue reconocido más o menos como la cabeza de la oposición
leal al gobierno central. En esta misma crisis, para ampliar su apoyo
político, Negrín readmitió a los anarcosindicalistas, en marcado con-
traste con su exclusión sostenida del gabinete de Companys.
Llegado a este punto, N egrín requería una oferta ideológica que
pudiera dar cobertura adecuada a su postura y hacerla creíble tanto
en el extranjero como en las cercadas áreas republicanas. Necesitaba
que tal oferta funcionase como apelación descarnada a la resistencia
a toda costa (con la esperanza de que estallara un conflicto europeo
generalizado causado por el descarado expansionismo hitleriano de
1938) pero que también tuviera sentido en las negociaciones secretas
que pudieran realizarse para pactar un fin de la guerra civil. El nuevo
discurso tenía que disimular la primacía de los militares en la política
interna republicana y disculpar la creciente visibilidad de los comu-
nistas, todo en nombre del «gobierno de unidad nacional». Lo que
mejor se ajustaba a todas estas consideraciones era la invocación
de la lucha española contra la invasión napoleónica y, por lo tanto,
la contienda fue oficialmente llamada «segunda guerra de indepen-
dencia». Con toda la propaganda republicana referente a un ataque
extranjero, nazi y fascista, contra el gobierno español legítimamente
El pueblo contra la clase 189

elegido, la idea patriótica cobraba sentido en relación a argumentos


pasados pero también respecto a opciones futuras. El recuerdo del
«Dos de mayo», la referencia nacionalista más destacada de la España
decimonónica, daba coherencia a todo y allí donde alusiones a Madrid
podían incomodar a la irritable sensibilidad particularista, se pro-
movieron imágenes apropiadas tomadas de la lucha catalana contra
los invasores.
Esta enorme campaña publicitaria fue muy sistemática y produjo
un amplio repertorio de materiales que cubrían todos los ángulos
sociales posibles, desde octavillas o carteles hasta libros eruditos (sien-
do entonces la participación de intelectuales muy altamente valorada).
Sin embargo, puede que por el hecho de producirse todo en Bar-
celona, este «nuevo patriotismo» fue mimético respecto al populismo
catalán, que interaccionaba con sus clichés ideológicos, construidos
sobre la idea de una unidad nacional catalana y su necesaria defensa.
Este discurso de «neopopulismo español» (el incesante combate del
Pueblo español por su libertad) llenaba un hueco político, un espacio
que la Esquerra había abandonado o no era capaz de llenar, que
la CNT-FAI nunca había disputado seriamente, y que el PSUC en
último extremo se mostraba incapaz de ocupar dada su creciente
relación «fraterna» con los comunistas españoles a los que asesores
soviéticos (como el italino Togliatti) respaldaron con fuerza 108. El
«neopopulismo español» fue diseñado para atraer la avalancha de
militares y funcionarios españoles que llegaron a la ciudad condal
siguiendo al gobierno central y, también, para establecer un puente
sentimental entre la zona central y Cataluña sin ofender a los catalanes
más de lo que fuera imperativo. Barcelona, con una población de
algo más de un millón de habitantes antes del estallido de la guerra,
se había ensanchado hasta unos tres millones con los empleados
públicos y sus familias, el personal militar y los refugiados. Pero
esta amalgama heterogénea de gente, cansada y mal alimentada, no
era un Pueblo en un sentido militante, con una identidad agresiva.
Por lo tanto, el «neopopulismo español» nunca desarrolló una efectiva
base de masas y falló en la prueba crítica de adquirir la voluntad
de resistencia que Negrín predicaba. Al contrario de Madrid (y del
recuerdo de los sitios de Gerona y Tarragona por el francés), Barcelona
no resultó ser otra heroica resistencia al asedio, sino que cayó ante

lOS TOGLIATTI, P.: Escritos sobre la Guerra de España, Barcelona, Crítica, 1980.
190 Enrie Ueelay-Da Cal

las fuerzas franquistas a finales de enero de 1939, sin mayor ruido.


En vez de su conversión en una fortaleza inexpugnable, lo que marcó
la toma de la capital catalana fue la salida despavorida de centenares
de miles de personas. Una vez acabada la guerra española, Stalin,
característicamente, mostró su favor hacia e! psue, que se convirtió
en la única excepción a la regla de «un estado, un partido» de la
Internacional comunista. Los catalanes de izquierdas, todavía hoy,
dan, como es lógico, gran importancia a este hecho, pero en verdad
ello reflejaba poco más que e! extraordinario sentido expeditivo de!
dictador soviético, dispuesto a ganar una organización servil mientras
dejaba a sus agentes responsables indefensos ante la crítica 109.

El balance historiográfico y el calor duradero


de las viejas ideologías

En ningún caso resulta más equivocado e! tópico de que «la


historia la escriben los vencedores» que en e! de la guerra civil espa-
ñola. Durante muchas décadas, fuera de España, ningún historiador
bien considerado profesionalmente hubiera podido tomar como váli-
da, sin mucho matizar, e! discurso interpretativo de la Historia de
la Cruzada Española de Arrarás y Aznar 110. En España, muerta la
censura activa, desapareció, excepto para reducidos públicos nos-
tálgicos, tal interpretación 111. N o fue la propaganda franquista sino
e! discurso republicano e! que ganó la lucha ideológica, y, por tanto,
la ulterior pugna historiográfica, fuera e! que fuera e! resultado en

109 Para la idea de que los soviéticos encontraron especialmente útiles a los
«nacionalismos minoritarios» TER MINASSIAN, T.: Colporteurs du Kamintern. L'Union
Soviétique et les minorités au Moyen-Orient, París, Presses de Sciences Po [sic], 1997.
Para el PSUC en la inmediata posguerra CAtVIlNAL, M.: Joan Camorera, vol. III,
Comunúme i nacionalisme (1939-1958), Barcelona, Empúries, 1985; MARTÍN
RAMOS, J. L.: Rojos contra Franco. Hútoria del PSUC, 1939-1947, Barcelona, Edhasa,
2002.
110 ARRARÁS, J. (dir.): Historia de la Cruzada Española, 36 vals., Madrid, Ediciones
Españolas, 1939-1944.
111 Recientemente, un revisionismo de converso ha recuperado, como si de una
novedad se tratara, la crítica radical contrarrevolucionaria de entonces, aun refres-
cándola con la perspectiva acumulada; de hecho, las preguntas de fondo todavía
por hacer se quedan igual, aunque invertidas, como muestra MOA, P.: Los mitos
de la guerra civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003 (para Cataluña, caps. 4-5).
El pueblo contra la clase 191

el campo de batalla (o puede que gracias precisamente a ello, como


el lamento de un nuevo tipo de «causa perdida»).
En todo caso, la justificación republicana estuvo dividida en dos
argumentos enfrentados. En primer lugar, lo que se convirtió en
el corazón discursivo del «populismo español» (la idea de que España
era una sociedad «feudal» cuyos reaccionarios se unieron con el
«fascismo internacional» contra sus instituciones legítimas y demo-
cráticas dedicadas a una reforma moderada); en segundo lugar y
en abierta oposición a la anterior, la explicación exculpatoria del
fracaso de la ultraizquierda (la «revolución burguesa» no realizada
en España se hizo tarea del «proletariado», que llevó adelante su
propia revolución de clase, espontánea y llena de carga de trans-
formación social contra un alzamiento «fascista», pero que fue malo-
grada por la contrarrevolución de la «burguesía» republicana y sus
aliados stalinistas y soviéticos). Se daba a escoger entre una épica
y una tragedia. La relevancia ideológica de lo que debería ser un
conflicto más, olvidado como tantos otros, se debe directamente al
significado simbólico mundial de la guerra civil española. España
fue un lugar en el que se podía comprobar la validez del «frente
popular» -demócratas, socialistas y comunistas juntos- como una
alianza contra las formas modernas de la reacción (al contrario, por
supuesto, de la prueba antitética: la unión de conservadores y de
extrema derecha contra el comunismo). Así, al menos historiográ-
ficamente, sigue la cosa hoy, a pesar de que tras la caída de la
Unión Soviética es un tema irrelevante.
En este gran debate se quedaron fuera, en gran medida, los
republicanos y nacionalistas catalanes. Respondieron ensimismándose
e insinuando que el conflicto fue en verdad una guerra española
contra Cataluña, en la que daba igual si el asalto lo habían realizado
inmigrantes anarquistas, negrinistas abusones o franquistas centra-
lizadores. La memoria del populismo se transmutó en identidad popu-
lar para el catalanismo, según el cual todas las restantes alternativas
ideológicas eran o «esencialmente» catalanas (como la CNT en su
entraña más íntima) o criminalmente anticatalanas 112. Este enfoque,
establecido (una vez más) en los años sesenta, sirvió como legiti-
mización para recuperar la autonomía catalana en 1977, con el retorno
del presidente de la Generalitat en el exilio, Tarradellas. Después

112 TERMES, ].: Federalismo) anarcosindicalismo y catalanismo) Barcelona, Ana-


grama, 1976.
192 Enrie Ucelay-Da Cal

de 1980, más de dos décadas de mando nacionalista bajo ]ordi Pujol


han derivado buena parte de su inspiración de la experiencia ante-
cedente de los años treinta, apropiadamente reinterpretada a través
de un catolicismo atenuado y deliberadamente moderno. Ni que
decir tiene que la historiografía catalana ha insistido en esta misma
perspectiva de catalanización funcional.
Por su parte, los libertarios cometieron un grave error conceptual
al asumir la autojustificadora versión comunista de izquierdas de
la derrota revolucionaria como una tragedia con tema de traición.
Este préstamo tuvo un coste oculto, ya que el modelo era básicamente
trotskista en su origen. Destacadas preocupaciones ideológicas, pro-
pias del movimiento libertario, fueron en consecuencia relegadas a
cambio de una configuración derivada del leninismo que enfatizaba
el papel del proletariado en un esquema más amplio de revolución
clasista que era economicista en su enfoque, algo ajeno a la tradición
libertaria de dentro o fuera de España 113. El fracaso de la revolución
anarcosindicalista puede considerarse trágico si así se desea. Pero
fue una derrota nacida de la ineptitud y de competidores más hábiles,
no de la traición.
Durante el conflicto español, esta interpretación fue fuente de
clarificación de asuntos frecuentemente turbios para publicistas trots-
kistas (como Felix Morrow) o, lo que no era exactamente lo mismo,
para defensores de la línea poumista (como «Henri Rabasseire»);
sirvió como base para una explicación sistemática de la revolución
y la guerra que colocaba el peso y la responsabilidad del fracaso
revolucionario en los stalinistas y sus aliados moderados en vez de
en revolucionarios «verdaderos» traicionados por el Kremlin y las
democracias occidentales 114. Todo lo cual minimizaba a los libertarios.
Esta línea, empaquetada como mamotreto en la postguerra por el
trotskista G. Munis (pseudónimo de Manuel Fernández-Grandizo
Martínez), llegó a ser un foco especialmente atractivo para la his-
toriografía de izquierdas antistaliniana en los años de la Guerra Fría,
siendo fijada por una secuencia de estudios más profesionales a prin-

GARCÍA PRADAS, J.: Rusia y España, París, Tierra y Libertad, 1948.


113

114 MORROW, F.: Revolution and Counter-revolution in Spain (1938), Nueva York,
Pathfinder, 1974, y «Henri Rabasseire» [H. PACHTER]: E!>paña crisol político (1938),
Buenos Aires, Proyección, 1966. Véase, en general, el estudio monumental de ALE-
XANDER, R. J.: International Trotskyism, 1929-1985, Durham, Duke University Press,
1991.
El pueblo contra la clase 193

cipios de los años sesenta 115. Como resultado directo de las obras
de Carlos Rama (en castellano), Burnett Bolloten (en inglés) y Pierre
Broué (en francés), este punto de vista quedó codificado como la
sabiduría convencional historiográfica en lo que concernía a la «re-
volución española», especialmente fuera de España 116. Algo para-
dójicamente, este guión tuvo éxito porque sirvió al pensamiento estra-
tégico anticomunista de la Guerra Fría, en tanto que denunciaba
la penetración a través de «frentes comunistas» y el establecimiento
de la primera «democracia popular» tal como, más adelante, llegó
a ser marca característica del sistema soviético de Estados depen-
dientes, incluyendo refinamientos tales como el modelo para un par-
tido «socialista unificado» que rigió en la Alemania oriental 117. Toda
esta denuncia ha llegado tan lejos que la represión por la izquierda
durante el conflicto español ha sido virtualmente reducida a la que
realizaron los comunistas durante su ascendencia relativa entre media-
dos de 1937 y el colapso en 1939 118 . Hasta se les quiere atribuir,
todavía hoy, los «Hechos de mayo» como si se tratara exclusivamente
de un complot anti-poumista montado por los servicios soviéticos 119.
A primera vista, puede parecer sorprendente que este enfoque inter-
pretativo se haya sostenido relativamente incólume entre hispanistas,
si no fuera por el hecho de reflejar la relegación del tema mismo

115 MUNIS, G.: Jalones de derrota, promesa de victoria (1948), Bilbao, Zera, 1977.
116 c.:
Rfu'v1A, La crisis eJpañola del siglo xx, México DF, Fondo de Cultura
Económica, 1960; BOLLOTEN, B.: The Grand Camouflage, Nueva York, Praeger, 1961,
el autor se dedicó a reelaborarla durante el resto de su vida, véase La revolución
española, Barcelona, Grijalbo, 1980, y La Guerra Civil española. Revolución y con-
trarrevolución, Madrid, Alianza, 1989, y BRouÉ, P., y TÉMIME, E.: La révolution et
la guerre civile en Epagne, París, Éditions de Minuit, 1961, y la versión posterior
de BRouÉ, P.: Stalin et la Révolution. Le cas espagnol (1936-1939), París, Fayard,
1993.
117 Véase el relato significado del ideólogo del POUM GORKÍN, J: «Spain: First
Test of a People's Democracy», en KrRKPATRlCK, J (ed.): The Strategy 01 Deception:
A Study in World-wide Communist Tactics, Nueva York, Farrar Straus, 1963,
pp. 995-226. Como se sabe, andando el tiempo, en los años ochenta, Kirkpatrick
fue una de los asesores más destacados de Ronald Reagan sobre política exterior.
118 COURTOIS, S., y PANNÉ, J-L.: «L'ombre portée du NKVD en Espagne»,
en COURTOIS, S., y otras: Le livre noir du communisme. Crimes) terreur, répression,
París, Robert Laffont, 1997, pp. 365-386.
119 ALEXANDER, R J: The Anarchists in the Spanish Civil War, vol. 2, Londres,
Janus, 1999, pp. 938-944; RADOSH, R; I-lABECK, M. R, y SEVOSTIANOV, G. (eds.):
Spain Betrayed. The Soviet Union and the Spanish Civil War, New Haven, Yale Uni-
versity Press, 2001, pp. 172-174.
194 Enric Ucelay-Da Cal

de la contienda española, que, aparcado, ha quedado en una especie


de statu qua ante historiográfico.
Por otra parte, ya en el marco español, en la historia contem-
poránea patria, tal apego internacional al trotskismo interpretativo
no ha tenido resonancia. Muy al contrario, la historiografía en sus
diversas vertientes (española, catalana, local) se apuntó a lo que se
podría llamar un enfoque «frentepopulista», que partía de un mar-
xismo atenuado y de una identificación nacionalista que derivaba
precisamente de la domesticación ecléctica de los discursos más o
menos reivindicativos de la «España popular» (o de la Cataluña repu-
blicana) que marcaron la publicística del final de la guerra y la larga
posguerra y el exilio, y que rebrotarían con la «nueva izquierda»
de los años sesenta y setenta 120. Así, se forjó una perspectiva inter-
pretativa que partía de la convicción de superioridad taxonómica
de la «revolución obrera» frente a la «revolución popular», debido
a la inexorable lógica clasista del desarrollo capitalista 121. A la vista
del fin del siglo xx, no queda tan clara la cosa. En realidad, la con-
temporaneística hispana, en su diversidad, nació en enfrentamiento
abierto con la dictadura franquista, por lo que se explica la persistencia
de las convenciones marxistas mucho más allá del colapso de la Unión
Soviética. Tal pervivencia representa un testimonio perverso de la
naturaleza traumática de la guerra civil en la mentalidad de la sociedad
española, por mucho que la urbanización y la industrialización hayan
cambiado su tejido hasta quitarle toda semejanza con el pasado 122.

Conclusión catalana

En resumen, las explicaciones teleológicas de los años treinta,


que se fundamentan en el prodigioso rol social que habría de ejercer
el proletariado al dejar atrás a la burguesía y la pequeña burguesía,
120 UCELAy-DA CAL, E.: «La historiografía en Cataluña (1960-1980) ... », op. cit.
121]ULIÁ, S.: «De revolución popular a revolución obrera», Historia Social, núm. 1,
primavera-verano de 1988, pp. 29-43, Y PANlAGUA, J.: «Una gran pregunta y varias
respuestas. El anarquismo español: desde la política a la historiografía», Historia
Social, núm. 12, invierno de 1992, pp. 31-57. El debate mayor en la historiografía
de la época se puede seguir parcialmente en SMiUEL, R. (ed.): People's History and
Socialist Theory, Londres, RoutIedge & Kegan Paul, 1981.
122 MIGUEL, J. M. de: Estructura y cambio social en España, Madrid, Alianza,
1998.
El pueblo contra la clase 195

no se han realizado, y, desde perspectivas actuales, ya no se realizarán.


La profecía de la revolución clasista, como reza el tópico italiano,
era ben trovata, vista su resistencia a desaparecer del tan conservador
horizonte historiográfico, pero nunca tuvo la más remota posibilidad
de convertirse en verdad tangible. Entonces, ¿qué era lo que estaba
sucediendo en la «revolución»? ¿Qué relación tuvieron aquellos pol-
vos con los lodos actuales (dicho sea sin ánimo de ofender)? La
circunstancia actual debería inspirar a los historiadores para que mira-
ran atrás con preguntas -incluso conscientemente contrafactuales-
y no con las respuestas consabidas. El papel central que la restitución
de las instituciones catalanas de los años treinta tuvo en la transición
de los setenta, la desaparición definitiva del anarcosindicalismo (ex-
cepto por un resto testamentario) y, last but not least) el prolongado
éxito pujoliano nos deberían indicar las que pueden ser las auténticas
pautas de continuidad, escondidas tras el historicismo «frentepopu-
lista» y la espesa retórica nacionalista de los últimos decenios.
Para sintetizar nuestro argumento, el «populismo» catalán nunca
tuvo tiempo para cuajar, si es que ello era factible: se trataba de
una demanda social confusa, que coincidió con la aparición de la
Esquerra y del «macianismo» utópico; la armonía entre reivindica-
ciones y promesas fue sólo coyuntural, una aparencia puntual, que
cubría una cacofonía auténtica, de contrapuestas exigencias cruzadas,
tan múltiples como la vida misma. La insustancialidad patente de
la administración de ERC -cuestión de meses, dado el traspaso
de poderes en 1933-1934, la recuperación parcial de éstos con la
Lliga en 1935, y luego otra vez la plenitud con Companys de febrero
de 1936 en adelante- garantizó que no pudiera ser de otra manera.
Tampoco el PSUC, en 1937 o 1938, logró hacerse con una repre-
sentación más que fugaz o simbólica de esa inquieta demanda «po-
pulista», políticamente rudimentaria. Tampoco la CNT-FAI supo dar-
le un encuadre clasista que funcionara o que fuera políticamente
más sólido que el marco institucional que retuvo la ERC. Finalmente,
el «neo-populismo» negrinista, en la medida en que existió tal cosa,
no pasó de ser una proposición oficialista y estatal, que carecía de
una demanda política muy clara a la que responder, más allá de
la situación desesperada de las armas republicanas.
Repasadas todas las ofertas fallidas, se puede intuir una sociedad
civil con vagas pautas comunes y con contradicciones explosivas,
incapaz de imaginar plenamente las jerarquías propias de la respon-
196 Enrie Ueelay-Da Cal

sabilidad estatal; un tejido social dominante, en la metrópolis y sus


barrios, quebrantado en su interior frente a las exigencias políticas,
económicas o sociales que se derivaban de la capitalidad de Madrid,
del rol que se creía debería corresponder a Valencia, de las pre-
tensiones contestatarias de las ciudades comarcales catalanas y de
las reticencias de los pueblos más cerradamente de costumbre agraria,
en especial los de la «montaña» en plena regresión. Desde que,
en la segunda mitad del siglo XIX, el crecimiento metropolitano lanzó
a Barcelona en su fulgurante carrera como foco delantero de la moder-
nidad europeizante en España frente al inoperante y fatigoso uni-
tarismo centralista, la sociedad catalana se reveló obsesionada, desde
todos los puntos de vista, por una unidad anhelada pero ausente
(Solidaritat Catalana) Solidaridad Obrera, Unión Republicana, Unió
Federal Nacionalista Republicana, hasta la réplica de la primorriverista
Unión Patriótica). En el balance final, el contexto catalán de apre-
surado desequilibrio urbanizador pedía lo imposible: ser dotado de
una voz colectiva, a la vez representativa y participativa,. que expresase
la pluralidad y variedad del mismo proceso urbanizador, las inquietas
ciudades fabriles frente a la pauta marcada por la capital catalana,
los ritmos portuarios mayores y chicos, las analogías y los contrastes
entre el barrio barcelonés y el pueblo de comarcas, el suburbio indus-
trial y el distrito central de negocios, la pujante metrópolis económica
y la envidiada capitalidad política.
El resultado -dicho crudamente- fue disfuncional, una sociedad
que en los años treinta perdió su oportunidad (si así se puede decir)
y fracasó, sin poder lograr ni la autodeterminación en tanto que
comunidad (o Pueblo), ni la revolución social en función de la clase
trabajadora. Aunque precisamente el contexto populista lo negaba,
probablemente eran objetivos contradictorios entre sí, como también
lo eran la preocupación obrerista por organización y libertad que
señaló Halévy; estas ambigüedades de fondo se reflejaron más en
la duda que en la certidumbre, ya que eran objetivos que la sociedad
catalana medio deseaba y medio temía. Y, gracias a ese fracaso) la
imaginación catalana de la segunda mitad del siglo quedó fijada en una
utopía sintética) pero legitimadora) al margen del sistema imperante en
España. N o se debe subestimar la fuerza de este mito fundacional
tan reciente, que ha garantizado tanto la transición a la monarquía
democrática con reconocimiento de la excepcional validez institu-
cional republicana de Cataluña, que fue el gran logro de Tarradellas
El pueblo contra la clase 197

en 1977, como el paso al marco contradictorio, a la vez nacionalista


y administrativista, reivindicativo del mito republicano y de la tradición
católica, que ha marcado las subsiguientes décadas de pujolismo.
Mientras tanto, mirado retrospectivamente desde fuera, el sueño revo-
lucionario de Barcelona, ya sin capacidad para alumbrar ilusiones
políticas más tangibles, sigue iluminando esperanzas historiográficas,
fundamentadas en su experiencia ejemplar como laboratorio clasista.

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