Abonizio. Antropología y Salud
Abonizio. Antropología y Salud
Abonizio. Antropología y Salud
ISBN 978-987-05-4893-5
ISBN: 978-987-05-4893-5
Dra. Marta Abonizio
“ANTROPOLOGÍA Y SALUD”
2008
NOTA AL LECTOR
I
ABREVIATURAS
AA Alcohólicos Anónimos
AMC Antropología Médica Crítica
AP Atención Primaria
APS Atención Primaria de la Salud
CP Centro de Prevención de las Adicciones
MMH Modelo Médico Hegemónico
NN Narcóticos Anónimos
OMS Organización Mundial de la Salud
OTI Orden Terapéutico institucional
ONG Organización No Gubernamental
PS/E/A Proceso de salud-enfermedad-atención
OPS Organización Panamericana de la salud
RS Representaciones sociales
SM Salud Mental
SP Salud Pública
SSP Secretaría de Salud Pública
II
AGRADECIMIENTOS
III
Finalmente, a mis hijos queridos, Federico y Nahuel, que con
alegría y frescura han dado apoyo “técnico” a mis desaguisados “in-
formáticos”; y a Rubén, por renovar con amor una forma de estar
siempre allí.
IV
CONTENIDO
INTRODUCCIÓN ...................................................................................1
La “guerra” perdida ........................................................................................... 5
ANEXOS .............................................................................................259
BIBLIOGRAFIA ................................................................................265
ȃ CAPITULO 3 ȃ
ANTROPOLOGIA Y DROGADEPENCIA:
82
otra perspectiva las múltiples clases de violencia registradas en la vida
cotidiana, específicamente a las que las usuarias de drogas por vía in-
yectable se encuentran sometidas”.
Dentro del “área de investigación sobre el uso y abuso de dro-
gas” y su relación con la vulnerabilidad de VIH, los antropólogos han
demostrado cómo la marginación socio-económica, los procesos po-
líticos-legales, la discriminación y la pertenencia a minorías étnicas,
influyen y condicionan tanto el consumo como la participación en
la denominada economía de la droga. Por otra parte, denota las limi-
taciones que supone la aplicación de un diagnóstico psiquiátrico en
fenómenos sociales complejos como lo es el uso y abuso de drogas;
el consumo de sustancias psicoactivas bajo condiciones de extrema
marginación socio-económica puede ser considerado como un esce-
nario caracterizado por la cronificación del trauma, aún entre aquellos
usuarios que viven y sobreviven de la economía ilegal de la calle. Se
interroga, buscando un esclarecimiento para lineamientos en trabajos
futuros, acerca de cuáles son las relaciones entre el uso recreativo y el
paliativo de sustancias y si es posible inscribir el placer y los comporta-
mientos orientados a su obtención dentro de la economía de la calle.
De tal modo que si se busca la comprensión del fenómeno se hace
necesario articular saberes y representaciones sociales que intervienen
en la “construcción social del problema droga”, desde su inicio como
práctica social a delito-enfermedad, los juegos de paradigmas, meca-
nismos de control, la judilización y medicalización de esta práctica de
consumo, estereotipos y dilemas acerca de las políticas de interven-
ción en drogas, y el papel del cuidado lego de la salud, “dimensión
negada” desde el poder mistificador biomédico, contextos institucio-
nales y locales que estalla en la problemática de la drogadependencia.
El padecimiento por uso de sustancias psicotrópicas se inscribe en
una red de significados propia de la “jaula elástica de la cultura”67, por
lo que su aproximación conceptual devela una arena de conflictos y
contradicciones, al igual que muchos actos de intervención y su con-
secuente legitimación como estrategia y control social, sin cuestionar
conceptos, estereotipos y prejuicios estigmatizantes.
83
3.1 – POLISEMIA SOBRE EL CONCEPTO DROGAS
Definida la “droga” como el “consumo de los consumos”68, como
fenómeno plural es expresión de malestar social, dificultándose su
abordaje por las diferentes construcciones en las que se confunden
perspectivas legales, económicas, sanitarias y socioculturales. Como
“problema social”, las drogas se inscriben en un mundo de significa-
dos y sentidos dentro de un determinado contexto cultural. Sustancias
químicas que se incorporan al cuerpo con capacidad de modificar las
funciones de éste, pero cuyos efectos y consecuencias estarán con-
dicionados por definiciones sociales, económicas, culturales, que se
generan en la propia red de los tejidos sociales; contexto en que se ex-
presan prácticas y saberes normativos y valorativos, que interpelarán
las respuestas del sector salud en el proceso terapéutico de diagnósti-
co, tratamiento y cura; y subordinará la participación de los conjuntos
sociales.
Bajo el concepto de “drogas” se unifican distintos tipos de pro-
ductos naturales y sustancias químicas caracterizados por una serie
de propiedades, básicamente de tipo psicotrópico, cuyas consecuen-
cias y funciones operan sobre todo a partir de las definiciones sociales,
económicas y culturales que generan los conjuntos sociales que las
utilizan. De tal modo, el uso de sustancias, ya sea como remedios
empíricos, como elementos simbólicos (en el contexto de múltiples
rituales sociales) o como ambas cosas a la vez, ha sido –y continúa
siendo en muchas sociedades– componente de la auto atención, una
de las dimensiones del proceso de salud/enfermedad/atención (Ps/e/a)
y práctica universal, donde la automedicación se expresa como uno
más de los aspectos de la vida cotidiana. Drogas legales (alcohol, café,
tabaco, psicofármacos) e ilegales o “no institucioanalizadas” (marihua-
na, cocaína y el “paco”, heroína, LSD, éxtasis, etc) como sustancias
“satanizadas”, terapéuticas o recreativas, están constantemente presen-
tes en la cotidianeidad contemporánea.
84
S. Freud hablaba de las drogas como los “lenitivos”, “quitapenas”
ante la realidad y exigencias del sujeto, que el vivir le impone, “…
refugiándose en un mundo propio que ofrezca mejores condiciones
para su sensibilidad”. “La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa,
nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportar-
la no podemos prescindir de calmantes. Los hay quizá, de tres clases:
poderosas distracciones que nos hagan valuar en poco nuestra miseria,
satisfacciones sustitutivas que la reduzcan y sustancias embriagadoras
que nos vuelvan insensibles a ellas”69.
La Organización Mundial de la Salud (OMS/1988) define como
droga a “toda sustancia que introducida en el organismo vivo, modi-
fica una o varias de sus funciones; aunque no todas las personas que
consumen drogas pueden ser consideradas adictas”. En el marco de
esta concepción, el vínculo adictivo es considerado como un proce-
so que comienza con el “uso”, puede seguir con el “abuso” y llegar a la
“adicción”. Se establece una “escalera” de estadios de progreso necesa-
rio, hoy discutido por estudios contextuados. La “droga” puede crear
“dependencia”, es decir, la necesidad incontrolable de consumirla, o
bien producir “tolerancia”, por lo que conseguir el efecto deseado ne-
cesitará un aumento de la dosis. En caso de “sobredosis” y como efecto
de intoxicación aguda, puede causar la muerte. Los efectos depen-
den de la droga utilizada, de la forma y tiempo de consumo, siendo
algunas clasificadas como estimulantes y otras como depresivas70.
Desde esta perspectiva, existen dos grupos de drogas –las llamadas “le-
gales”– que son fáciles de obtener y aceptadas socialmente (bebidas
alcohólicas, medicamentos con uso no prescrito por profesionales, ta-
baco, inhalantes como solventes y pegamentos) y por otra parte las
“ilegales “que abarcan un amplio abanico: marihuana, cocaína, LSD,
heroína, etc. Dentro de una perspectiva epidemiológica clásica, en el
consumo de drogas se ponen en juego tres elementos: la droga, el su-
jeto y el contexto.
69 Freud, S. El malestar en la cultura, Tomo XXI, Obras Completas, Bs. As., Amo-
rrortu, 1974.
70 Este encuadre se retomará críticamente, a partir de las fuentes de la investiga-
ción en el sector salud municipal, y los nomencladores epidemiológicos en uso como
la CIE-10 y el DSM IV.
85
Para O. Romaní, el concepto de drogas comprende todas las
“sustancias químicas, que se incorporan al organismo humano, con ca-
pacidad de modificar varias funciones de éste (percepción, conducta,
motricidad, etc.) pero cuyos efectos, consecuencias y funciones están
condicionadas, sobre todo, por las definiciones sociales, económicas y
culturales que generan los conjuntos sociales que las utilizan”71.
La conceptualización sobre las adicciones, toxicomanía o drogade-
pendencia imponen una aproximación interdisciplinaria en el marco
de este Trabajo, al igual que los múltiples modelos de abordaje en fun-
cionamiento: psicológico, biológico, cultural, económico para no citar
más que algunos en este tema de preocupación mundial. Producto de
cambios sociales, culturales y tecnológicos emerge este fenómeno de-
nominado como “drogadependencia” (dentro de un área mayor como
el de las dependencias o adicciones), que abarca un conjunto de pro-
cesos donde tienen expresión ciertos malestares y padecimientos, más
o menos graves, en una multiplicidad de condicionamientos y mani-
festaciones, pero síntoma principal es la organización del conjunto de
la vida cotidiana de un sujeto alrededor del consumo compulsivo más
que lúdico de determinadas sustancias.
Sostienen R. Castel y A. Coppel72 que recién en el siglo XIX la
toxicomanía comienza a ser pensada como un problema social para
Occidente; construcción que se realiza en un contexto de “ruptura”
de las regulaciones tradicionales que enmarcaban el consumo de cier-
tas sustancias –por ejemplo, a través de rituales colectivos en que la
sociedad expresa sus valores– y la emergencia de la modernidad con
un nuevo sistema de regulaciones que se reactualizan en períodos y
circunstancias específicas. A partir de este momento, será la medici-
na la que jugará el rol principal en la difusión y en las tentativas de
regulación de las toxicomanías, dado que –específicamente– era la me-
dicina somática la que prescribía o prohibía el uso de los productos.
Estos autores, además, señalan que hasta fines de los años ´60 la gran
mayoría de los médicos consideraban a la toxicomanía como una en-
fermedad casi incurable. Las experiencias clínicas y las circunstancias
86
epidemiológicas ayudaban a consolidar este pesimismo generalizado;
excepcionalmente comenzaban a describirse algunos casos de cese vo-
luntario de consumo de drogas –como el de los GI´s al regreso de
Vietnam– y la posibilidad de detener el consumo de heroína, por re-
nuncia a ella; la mayoría de las veces sin tratamiento específico pero en
un contexto de condiciones afectivas y sociales favorables.
Así, a la habitual “rivalidad-colaboración” de heterocontroles de
la toxicomanía por parte de la justicia y la medicina, se agrega el sec-
tor psicológico, especialmente el psicoanalítico. Pero sería una ilusión
pensar que las intervenciones jurídico-policiales o médico-psicológi-
cas podrían controlar el conjunto de la problemática de las adicciones,
dado que los heterocontroles son, por ser “construcción”, siempre par-
ciales y abstractos. En consecuencia, las prácticas, las acciones y las
políticas gobernadas por estas definiciones parciales, transforman a las
intervenciones, también, en parciales. Por ello, consideramos a la dro-
gadependencia como una práctica social multidimensional, es decir,
una práctica que no concierne únicamente al encasillamiento dentro
de la delincuencia o de la patología.
El término “adicto” proviene del latín addictum –participio pa-
sado del verbo addicco– entendiendo por tal la acción de ofrendar,
designar, adjudicar. En la República Romana el adjetivo addictum de-
signaba al hombre que debía saldar una deuda y que, al carecer de
bienes para cumplir su compromiso, la pagaba con su cuerpo y se
convertía en esclavo. También se entiende el término “adicto” como
la no-dicción, un sin palabras en el acto de esta nueva figura también
denominada del “consumidor”. Consumo que, desde el siglo XIII, en
nuestras “sociedades complejas” alude a la figura de extinguir, gastar,
aunque en su raíz latina signifique “tomar”.
Dice A. Escohotado73 que la intervención coercitiva se basa en
el alegato de que determinadas sustancias provocan embrutecimiento
moral e intelectual y por eso mismo son “estupefacientes”, conside-
rándose como tales el opio, la morfina y la cocaína (hasta 1935), cuyo
uso discrecional debía ser desaconsejado, por representar una bendi-
87
ción en manos de ‘médicos y científicos’ y una maldición en manos
de ‘toxicómanos’.
Al respecto de esta polisemia de definiciones, señala S.
Inchaurraga74, parafraseando a M. Foucault, que los discursos impo-
nen una cierta mirada en el campo que constituyen y que por ello
prefiere utilizar los conceptos de “drogadicción o adicción” para sus
estudios disciplinarios más asociados con el discurso sociológico.
Sostiene que en nuestra cultura, es imposible no asociar el “uso inde-
bido de drogas” con el discurso jurídico, “toxicomanía” con el discurso
policial y “drogadependencia”, “farmacodependencia” y “uso-abuso-
dependencia”, con el discurso médico.
88
los ritos funerarios. A lo largo de la historia, las bebidas fermentadas o
alcohólicas han sido objeto de glorificación y, simultáneamente, de re-
pulsión. En la Biblia –y sobre todo en el Antiguo Testamento– se hace
referencia al vino. Según analistas, éste es mencionado casi medio mi-
llar de veces, muchas de ellas para elogiarlo y otras tantas para advertir
a los hombres contra su maleficio.
Escohotado dice que las aproximaciones tradicionales al tema de
la ebriedad carecen de una perspectiva multidisciplinaria, descuidan-
do así la influencia de las sustancias en el desarrollo de la mentalidad
religiosa, la medicina, la creación artística y los mecanismos de con-
trol social. Como ya señalamos, plantea que el llamado “azote del siglo
XX” se suele seguir presentando como una cosa fortuita y de brumo-
sos antecedentes. Según su visión, si se establece la genealogía de las
sustancias se puede aportar a un examen profundo sobre la génesis
del actual conflicto, mostrando el íntimo nexo que hay entre tipos de
ebriedad y modelos de cultura. Dice el autor: “Cabe pensar que den-
tro de los sucesivos símbolos de impureza enarbolados por distintas
épocas, ninguno es menos supersticioso que el error-miasma encarna-
do por ciertas drogas, y que erradicar determinados cuerpos químicos
no puede equipararse sin mala fe a erradicar actitudes religiosas, ra-
zas o criterios políticos. Sin embargo, las perplejidades de la cruzada
farmacológica comienzan con la propia noción de droga que le sirve
de apoyo. De la Antigüedad nos llega un concepto –ejemplarmente
expuesto en griego como pharmakon– que indica remedio y veneno.
No es una cosa u otra, sino las dos inseparablemente. Cura y amena-
za se solicitan recíprocamente en este orden de cosas. Unos fármacos
serán más tóxicos y otros menos, pero ninguna será sustancia inocua
o mera ponzoña. Por su parte, la toxicidad es algo expresable matemá-
ticamente, como margen terapéutico o proporción entre dosis activa
y dosis mortífera o incapacitante. La frontera entre el perjuicio y el
beneficio no existe en la droga, sino en su uso por parte del viviente.
Hablar de fármacos buenos y malos era para un pagano tan insóli-
to, desde luego, como hablar de amaneceres culpables y amaneceres
inocentes”75.
89
Con fuerte correlato entre consumo y marco referencial, E. Marí,
citado por A. Bialakowsky, sostiene que en Atenas el banquete se
dividía en dos: la parte secundaria se relacionaba con la comida (syn-
depnon) y la parte principal con la bebida en común (potos o sympotos)
y que precedía al logos en el symposium de los discursos filosóficos. “La
introducción del vino no es un acto formal, solemne y controlado, si
se trata del banquete. Acto de apertura al placer y al placer de los dis-
cursos, placer helénico por la teoría. Sócrates, según las narraciones, se
refirió con algo de poesía ‘Bebed, mis amigos; yo también estoy de mi
parte plenamente dispuesto. Pues es verdad que el vino al rociar las al-
mas adormece las penas, como las mandrágoras adormecen a la gente,
mientras que despierta la alegría, como el aceite estimula la llama”.76
A mediados del siglo XIX el médico sueco Magnus Huss acuñó
el término “alcoholismo” para designar al común denominador de las
enfermedades cuya “causa” era el alcohol etílico. La incorporación del
“ismo” fue fundamental para ubicar la problemática desde parámetros
distintos a los que hasta entonces habían condenado a la llamada “bo-
rrachera” desde una carga afectiva. Hacia el fin del dicho siglo, surgió
toda una literatura “pseudo” científica con enfoque en la etiología y en
la patogenia del alcoholismo, con consideraciones moralizantes y apa-
sionadas ligadas a la teoría reinante sobre la degeneración. Desde esta
perspectiva, el alcoholismo pasó a ser un “vicio”, atributo de la dege-
neración; pero es recién entre 1940 y 1950 –por las investigaciones de
E. M. Jellinek y la Escuela Americana– que se comienza a concebir al
alcoholismo como una enfermedad, realizándose campañas de salud
destinadas a la prevención y a la cura.
Dice Bialakowsky que la relación del hombre con las sustancias
que alteran la conciencia data de miles de años; sin embargo cada
época y cada cultura le han dado un contenido particular en las repre-
sentaciones que la enmarcan: “Las sustancias psicoactivas encuentran
entramadas en las culturas en relaciones simbólicas múltiples, las que
con frecuencia se vinculan a un control social; a su vez intervienen
en los intercambios sociales y económicos y contienen rituales liga-
dos a cosmogonías de la tierra y de la trascendencia”. La significación
76 Bialakowsky, A. y Catani, H. “Conflicto de paradigmas” en Rev. “Encrucijadas”,
Edit. UBA., 2001.
90
de la droga –aún la cicuta, como remedio o veneno– se altera, se en-
trelaza a partir de esta “rebelión socrática” y se encuentra atravesada
como mediación a lo trascendente, a lo moral, a lo filosófico. Pero en
la cultura occidental ha ido perdiendo sus relaciones cosmogónicas y
se acerca a una inscripción dentro de la cultura dominante, donde los
objetos cobran aparentemente valor por sí mismos, carecen de tras-
cendencia humana y de ligazón con la vida del planeta. La droga se
mimetiza entonces como mercancía y asume las reglas de circulación
del mercado legal e ilegal. Se trata de un desgarramiento conceptual
en el universo simbólico de las representaciones que alcanza a las dro-
gas, trasciende a los individuos y se instala en la cultura; si bien existe
una “determinación social” existen sustratos dentro de la realidad so-
cial a través de los procesos de subjetivización (y los piensa como los
grados de libertad humana que enfrenta permanentemente la deter-
minación externa pura), hacen que lo subjetivo y lo social resulten a
veces complementarios y otras tantas, conflictivos, pero siempre ines-
cindibles uno de otro. “Así, nos encontramos con dos mundos, el de la
biosfera al que pertenecen las sustancias psicoactivas y el de la “semio-
esfera” (D. Bougnoux, 1999) que remite al universo de los símbolos y
sus significados culturales y subjetivos). Resulta para el hombre difícil
separar ambos universos, por el contrario se encuentran estrechamen-
te ligados; llegar a la naturaleza en las actuales condiciones requiere
siempre una mediación cultural y simbólica que nos precede”77.
A su vez, S. Le Poulichet retoma el concepto de “farmakon”, pero
aplicándolo desde una perspectiva psicoanalítica: “Con toda eviden-
cia, no basta consumir heroína u obtener un pretendido “flash” para
que surja el espejismo de esa completud alucinada. Es en este punto
donde los usos de drogas y la operación del farmakon no se superpo-
nen. La operación del farmakon es lo que dispone las condiciones de la
“desaparición” de un sujeto en la medida en que este último se debate
con algo “intolerable” que lo deja librado al espanto. Que algo se haya
constituido como un “intolerable” que no pueda ser asumido den-
tro de una realidad simbólica sería una condición fundamental para
que se sostenga una operación del farmakon”78. Junto a Freud, plan-
77 Ibíd.
78 Le Poulichet, S, Toxicomanías y psicoanálisis. La narcosis del deseo, Bs. As., Amo-
91
tea la relación entre usos tóxicos y el aminoramiento de las fuerzas de
inhibición, que procura “un talante alegre” y el ahorro de un “esfuer-
zo psíquico”; de este modo el chiste poseería, entonces, cierta afinidad
con los procesos intervinientes en los estados de intoxicación. Se trata,
continúa, de una particularidad de ciertas “borracheras” que pueden
ser totalmente independientes de una “operación del farmakon.”
92
ducción de riesgos (dice O. Romani que para el Ayuntamiento de
Barcelona, en 1989 aún no se etiquetaba así a este naciente paradig-
ma, al instituirse el primer Programa público en España), de reducción
de daños, destinado a los usuarios de drogas.
Es en este contexto donde los discursos y prácticas profesiona-
les harán sus anclajes en los dispositivos de tratamiento y prevención,
ya como luchas de paradigmas, dilemas o contradicciones en los li-
neamientos respecto al uso de sustancias tóxicas, en lo relativo a la
utilización eficiente de recursos y a la coherencia de las estrategias im-
plementadas. En una circularidad, las necesidades de la comunidad
estarán marcadas por las decisiones sobre estas políticas de la gestión
en los servicios públicos de salud. Las subyacencias a la práctica técni-
ca y científica79 no dependen solamente del paradigma científico –en
términos kuhnianos–, sino también del pensamiento social de la épo-
ca. De tal manera, el procedimiento técnico, el imaginario social y la
elección paradigmática por parte del poder político presente en la ges-
tión de salud, serán elementos indispensables y constitutivos en las
“decisiones” políticas orientadas al tema “drogas”.
El marco epistémico de estos dominios disciplinares correspon-
den, en cierta medida, a una weltanschauung, es decir, a un sistema
de pensamiento, rara vez explicitado, que permea las concepciones
de la época en una cultura dada y condiciona el tipo de teorizaciones
que van surgiendo en diversos campos del conocimiento (sólo cam-
bios muy significativos de marco epistémico marcan grandes épocas
históricas), es decir, en las teorías que contemplan aspectos particula-
res de las disciplinas. Sostiene R. García, citado por A. Bialakowsky:
“Un sistema complejo funciona como una totalidad. Los procesos que
allí tienen lugar están determinados por la interacción de elementos o
subsistemas que pertenecen a dominios disciplinares diversos y cuya
contribución a cada proceso no es enteramente separable de las otras
contribuciones. Esta consideración adquiere fundamental importan-
cia cuando se estudia la evolución de un sistema como tal, por cuanto
la dinámica de la totalidad no es deducible de la dinámica de los ele-
mentos considerados aisladamente. El camino queda, pues, abierto
79 Bialakowsky, A. y Catani, H. R. op. cit. retoman los aportes de J. Piaget y R.
García respecto a los saberes técnicos disciplinares.
93
para el trabajo de equipos interdisciplinarios, entendido como un
esfuerzo de cooperación entre diversos especialistas que buscan in-
tegrar sus estudios, cada uno de los cuales cubren aspectos parciales
de una realidad compleja. Este resultado es importante y constituye
una condición necesaria para que sea posible hablar de investigación
interdisciplinaria”80. En el campo de la salud, los cambios respecto a
las toxicomanías se desarrollan en una nueva posición que reclama
conectar la clásica división entre los enfoques institucionales-hospi-
talarios de internación con los enfoques en red y de tratamientos en
el marco de la atención primaria de la salud, saldando la vieja discu-
sión entre internistas y sanitaristas. Se recuperan los aportes desde
el campo de la salud mental, que desde los años 60 venía profundi-
zando la línea de abordaje que inauguró una diversidad de políticas
antimanicomiales (que reflejan las tensiones arriba señaladas entre las
concepciones de “encierro” de la desviación, o el hospital-centro y el
escenario natural de la sociedad o la comunidad).
Con estas nuevas miradas, el tema de las “drogas” ya no se reduce
al mero campo de la “enfermedad” sino que se inscribe en el proceso
de salud-enfermedad-atención y en sus condiciones sociales y subje-
tivas de producción. El padecimiento relacionado con el consumo de
drogas mostrará una tensión desde la perspectiva de la prevención y el
tratamiento, la división entre los enfoques tradicionales o abstencio-
nistas y la orientación (para algunos más pragmática) de la atención
a la reducción del daño, hasta incidir incluso en los propios modelos
de políticas sociales, educativas y penales. Por su parte, la dialéctica
inclusión-exclusión social como atravesamiento transversal no estará
ausente, constituyendo un atributo que pone en relación los modelos
de atención y las políticas sociales.
A) El paradigma abstencionista:
Esta corriente, como política de control social en el tema de dro-
gas, tiene como objetivo la abstención de ciertas conductas, y como
fin reducir, suprimir y eliminar el uso de sustancias en una población
dada. En función de ello se organizan todas las acciones de interven-
80 Ibíd.
94
ción, prevención y asistencia; pero toda intervención de tipo asistencial
presupone que el sujeto que consume drogas suspenda ese consumo.
Esta perspectiva es hegemónica desde hace más de veinte décadas y
corresponde al discurso del “Just say no” (“sólo diga no”) esgrimido
en la presidencia de R. Reagan; este slogan fue el lema más paradig-
mático de la campaña preventiva centrada desde el abstencionismo.
Sin embargo, esta posición ha sido criticada desde distintas vertientes;
así sostiene Gabriel García Márquez: “La prohibición ha hecho más
atractivo y fructífero el negocio de la droga y fomenta la criminalidad
y la corrupción en todos los niveles. Y sin embargo, Estados Unidos se
comporta como sino lo supiera. Se abastecen a diario y sin problemas
20 millones de adictos, lo cual sólo es posible con redes de comercia-
lización y distribución internas muchísimo más grandes y eficientes.
Puestas así las cosas la polémica sobre las drogas no debería seguir atas-
cada entre la guerra y la libertad, sino agarrar de una vez el toro por los
cuernos y centrarse en los diversos modos posibles de administrar la
legalización. Es decir, poner término a la guerra interesada, pernicio-
sa e inútil que nos han impuesto los países consumidores y afrontar el
problema de la droga en el mundo como un asunto primordial de na-
turaleza ética y de carácter político, que sólo puede definirse por un
acuerdo universal con Estados Unidos en primera instancia. Y por su-
puesto, con compromisos serios de los países consumidores para con
los países productores, pues no sería justo (aunque sí probable) que
quienes sufrimos las consecuencias terribles de esta guerra nos quede-
mos después sin los beneficios de la paz.”81. En este mismo sentido,
las declaraciones de Milton Friedman, Premio Nobel de Economía
1998, respecto a la inmoralidad de la política norteamericana de lucha
contra las drogas y a la consideración de que el “adicto” más que cár-
cel merece un espacio de cura.82 Este posicionamiento de argumentos
81 Palabras de Gabriel García Márquez, citado por el Periodista Carlos del Frade,
invitado por la Secretaría de Salud Pública a la Mesa: “Prevención de adicciones y
comunicación social”, desarrollada en 5º Congreso “La Salud en el Municipio”, de
Octubre de 1995.
82 M. Friedman “There is no justice in the war on drugs”, New York Times,
11/1/1998 citado por el Dr. Aquiles J. Roncoroni, en su artículo “Guerra a la droga
o a los consumidores”, en Rev. Encrucijadas, Nº 8, junio/2001, op. cit. Por otra parte,
la película Culpable por asociación, del director de cine norteamericano Graeme Cam-
95
“prohibicionistas”, hegemónico por más de 30 años en muchos países,
genera estrategias y técnicas de tratamiento así como modelos de pre-
vención admitidos como eficaces para cualquier contexto y momento
histórico, e instala una base sanitarista de base pretendidamente cien-
tífica; positivista en el sentido de que no busca ninguna ruptura ni
análisis de enmascaramiento en el sentido común dominante respecto
al tema en que interviene. Con un modelo de reproducción y trans-
misión de una moralidad que supone impedir el “consumo de drogas”
como transgresor, pecaminoso y delictual se instala especialmente a
partir del modelo jurídico-médico-biologista.
Herkovits83, con un trabajo de campo realizado en cinco
Comunidades Terapéuticas de Buenos Aires, analiza las representa-
ciones y prácticas del personal asistencial que se desempeña en estas
instituciones. Desde la categoría de “estructura” como un código nor-
mativo que genera formas de control social ligadas a tradicionales
prácticas disciplinarias; propone un conjunto de normas que son des-
tinadas a regular la convivencia entre los pacientes pero que terminan
constituyéndose en un juego de ejercicios disciplinarios omnipresen-
tes que amenaza la subjetividad del paciente a lo largo del proceso
terapéutico y controla las relaciones sociales del “interno”, tutela su
cuerpo y predice su situación en el tiempo. A modo de “vigilancia pa-
nóptica” y “tutela vertical” a través de los “cargos” como técnicas de
roles destinadas a la observancia, trascienden la mera consolidación
de la “abstinencia”.
Kohan y Barcellos indican: “De esta manera países centrales ex-
portan hacia países periféricos, subdesarrollados sus propios modelos
tanto de prevención como de tratamiento, como cualquier otra “mer-
cancía”. Las condiciones de esta peculiar transacción poseen un gran
atractivo económico y un reconocido “beneficio” para aquellos países
que los adopten. De esta manera en Argentina encontramos réplicas
de abordaje estilo “comunidades terapéuticas” DAYTOP (EE.UU) y
96
Proyecto UOMO (Italia). Si tenemos en cuenta que la comunidad te-
rapéutica DAYTOP ubicada en Nueva York se constitutuyó con el
fin de rehabilitar a los ex-combatientes de Vietnam y que UOMO
–vinculada a la Santa Sede– traslada dicho modelo hacia Roma mo-
dificando algunos preceptos, debemos preguntarnos a qué se debe
tamaño interés en que particularmente los latinoamericanos adopte-
mos tales esquemas de prevención y tratamiento. Es bien sabido que
los profesionales y supuestos “especialistas” dedicados al tema de la
drogadependencia son tentados con becas de perfeccionamiento en
dichos países quedando comprometidos en la continuidad ideológica
de estos programas. Es más: dichos modelos influyen de un modo u
otro en todas las instituciones dedicadas al tema de la drogadependen-
cia. Y no sólo instituciones privadas adoptan las técnicas y contenidos
ideológicos de tales centros, sino que el propio Estado permite y es-
timula tales ingerencias… El único centro de rehabilitación estatal a
nivel nacional –CENARESO– fundado en 1973 en Argentina, ha ab-
sorbido en su seno la historia política del país. A partir de 1987, un
cambio en su dirección intenta modificar la política represiva y po-
licíaca internalizada en la institución. Sin embargo, las instituciones
privadas y centros de prevención de distinta índole socavan su espacio
descalificando de todos modos posibles su rol”84.
Fue la “Convención Contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y
Sustancias Psicotrópicas” de las Naciones Unidas, aprobada en Viena
en el año 1988, la que configuró el hito decisivo en la consolida-
ción del modelo prohibicionista, delineándose así una postura con
fuerza internacional frente a una problemática individual y social
como el del consumo de drogas. Dicho modelo, impulsado desde co-
mienzos del siglo XX por los sucesivos gobiernos de Estados Unidos
de Norteamérica, fue asumido expresamente en los términos béli-
cos mencionados a partir de 1969 con el gobierno republicano de
R. Nixon, en su concepción de la “guerra contra las drogas”85. Esta
“guerra a las drogas”, que ha implicado también una “guerra a los
consumidores”, ha llevado a los EE. UU a impulsar empresas mili-
97
tares y comerciales. Es el caso del llamado “Plan Colombia”, en un
principio encuadrado dentro de una “tarea de acción social” (y luego
rápidamente militarizada) en este país latinoamericano, que incluía
“pactos” con los campesinos para la sustitución de cultivos, asistencia
humanitaria a los “desplazados” por este cambio, atender al cuidado
del medio ambiente y creación de infraestructura que permita la su-
pervivencia de la economía basada en el cultivo de coca, coordinado
por los gobiernos directamente. Pero las mentadas “acciones contra
el narcotráfico” agregaron interdicción, represión y fumigación con
graves consecuencias tóxicas para las poblaciones colombianas cam-
pesinas por parte de las fuerzas militares con el fin de “… atacar por
todos los medios la producción de cocaína en Putumayo, Caqueta y
Magdalena Medio, y de heroína en Nariño, Cauca y Tolima”. Así fue
testimoniado por una delegación de profesionales de la salud en el
VIII Congreso Latinoamericano de Medicina Social, realizado en a La
Habana, Cuba, en julio del 2000.
Estas “Políticas sobre drogas”, con antecedentes en las Convenciones
de Naciones Unidas vigentes, confirmadas por la ONU, continúan
sosteniéndose desde políticas oficiales, en un contexto de consumo
creciente de sustancias, “institucionalizadas” o no, y de medicaliza-
ción de la vida cotidiana; responden a un modelo que no ha atendido
a las diferencias y desigualdades propias de cada región, por lo que
muestran las limitaciones de las estrategias adoptadas, la ineficacia y
los efectos indeseables en las respuestas implementadas. Se necesitan
debates, con explicitación de supuestos y estereotipos presentes en el
tema, respecto al significado y modo del consumo en nuestras so-
ciedades, frecuencia, cantidad y rituales presentes en el fenómeno de
la drogadependencia. Sin estos ejes se dificulta el análisis desde un
posicionamiento científico riguroso que plantee tensiones con las re-
presentaciones sociales vigentes en estos contextos.
La guerra perdida es “la guerra contra las drogas” como visión
monolítica, creadora de estereotipos y prejuicios. Ha sustentado cues-
tiones ideológicas o intereses económicos, y hecho hegemónico un
modelo de atención, enmascarando el debate de si siempre es necesa-
ria y para qué una “intervención” en la problemática; obstaculizando
la implementación de políticas sobre “sustancias” propias, insertas en
98
particularidades locales, lo más inclusiva posible con sus ciudadanos
y con un compromiso ético básico de descriminalización de los usua-
rios, dentro una concepción de los derechos humanos (derechos de los
usuarios en tanto ciudadanos, derecho a la información de la socie-
dad toda, no sólo sobre el producto sino acerca de la relación con ese
producto y el mundo en que se inscribe, donde las alternativas en la
agenda pública no sean únicamente cárcel o tratamiento.
En Argentina se encuentra vigente la Ley de Estupefacientes Nº
23.737, promulgada el 11 de octubre de 1989 –ley que ha tenido
numerosas modificaciones luego de su aprobación–. El autor de di-
cha ley fue el diputado por la provincia de Córdoba, Dr. Lorenzo
Cortese, que hasta el año 2001 se desempeñó como Secretario para la
Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico a ni-
vel nacional. Esta Ley reprime la tenencia y tráfico de estupefacientes
para consumo personal; en su Artículo 14, párrafo segundo, se penali-
za la tenencia de droga para uso personal, sin diferenciar la naturaleza
de la misma. Para esta Ley, los estupefacientes serían los psicotrópi-
cos y demás sustancias susceptibles de producir dependencia psíquica
o física, como lo señala un listado elaborado por las autoridades sa-
nitarias. Diversos estudios de expertos en salud y Organizaciones No
Gubernamentales refieren que esta Ley ha contribuido al alejamiento
de los usuarios del sistema de salud y sostiene una falta de discusión y
capacitación de los profesionales del mismo sistema.
La inscripción de este fenómeno como estigmatizado, la corrup-
ción y el acrecentamiento de la violencia y alarma social dificultan
su análisis en términos de relaciones sociales. La construcción de
“peligrosidad social” o de “riesgo” ante desequilibrios psíquicos o so-
máticos alienta a su vez la necesidad de intervenciones, regulaciones,
desde los ámbitos jurídico-policiales o médico-psicológicos, a los efec-
tos de plasmar una “política sobre drogas”. En contraste con la actitud
represora iniciada, sostenida y difundida por EE. UU., el posiciona-
miento de “reducción de daños” en países como Suiza, Holanda, Gran
Bretaña, España, Alemania, Australia y Canadá parte de la conside-
ración de que hay consumidores, pero que no todos ellos abusan o
tienen una conducta criminal.
99
B) El paradigma de Reducción de Daños como política
social y de salud:
Partiendo de otra lógica, la propuesta ya no pasa por la suspensión
o eliminación del consumo de sustancias, sino que la meta prioritaria
–y organizadora de todas las acciones– tiene que ver con la reduc-
ción de los efectos que trae aparejado el consumo de drogas. Se trata
de la búsqueda de reducción de daños como un proceso paralelo a la
prevención de riesgo, minimizando así las consecuencias sanitarias y
sociales resultantes del consumo, una vez que este uso se ha instalado
y se ha transformado en problemático.
Desde esta perspectiva, se pone el énfasis en la reducción tanto
de los efectos primarios del uso de drogas (aquellos efectos produci-
dos por el mismo uso de la sustancia: determinado tipo de afecciones,
problemas a nivel psicológico y biológico), como de los efectos secun-
darios (aquellos provocados por las respuestas sociales frente a este
uso).
Analizando cuáles han sido las respuestas sociales a la drogadepen-
dencia, se encuentran principalmente las allegadas a la estigmatización,
rotulación, segregación de las personas y de los grupos usuarios, o
sospechados de uso de drogas. Esta corriente considera que dichos
mecanismos de estigmatización y de segregación tienen efectos mucho
más perjudiciales y devastadores que los mismos efectos primarios de
las sustancias. Sostiene que es de mucho más riesgo el mecanismo de
estigmatización –que se pone socialmente en juego con relación a los
usuarios de drogas– que los efectos que el consumo de esas sustancias
produce en esos sujetos. Entonces, la intencionalidad va a estar pues-
ta en la reducción de esos efectos primarios y secundarios; trabajando
principalmente sobre estos ejes. Esto genera una serie de alternativas
de intervención muy diferentes respecto a las que se venían generan-
do desde la perspectiva abstencionista.
De esta manera, el modelo de “reducción de daños” considera
la integración de una política social y de una política de salud, en
función de reducir las consecuencias negativas, sociales (discrimina-
ción, marginalidad, criminalización, circuito pobreza-delito-droga) y
de salud (VIH-SIDA, hepatitis, abscesos, sobredosis, etc.) asociadas
100
al consumo de drogas. Así se reconoce que en los últimos años y de
modo cada vez más evidente, las problemáticas ocasionadas en los su-
jetos drogadependientes no están solamente relacionadas al consumo
de drogas en sí mismo, sino a las características de dicho consumo y a
la construcción social que se haga de ello.
En esta resolución se basa parte de la perspectiva de “reducción
de daños”, fundamentalmente aquélla que hace mayor hincapié en los
efectos primarios, es decir, en los efectos de las sustancias; planteo que
dio origen, con posterioridad, a lo que se conoce como los “progra-
mas de mantenimiento” (donde con dosis prescritas de determinadas
sustancias a las personas usuarias se sostiene un uso controlado). Así,
a partir de los 60 se comienza con los “programas de sustitución”, fun-
damentalmente en usuarios de heroína (a través de la sustitución por
metadona86), pero también en personas que consumen otro tipo de
sustancias, proporcionándoles con prescripción profesional cercana a
aquella de la cual hacen uso en forma permanente.
En 1984, en Gran Bretaña87 y desde una perspectiva medicaliza-
da, se encuentra otro hito importante: la primera huella firme donde
aparece la denominación de estrategias de reducción de daños. Es a
partir de este enfoque y que esta forma de intervención que es tomada
por la política pública de aquel país y es adoptado como política es-
tatal; vale aclarar que ese es el año de la aparición de la pandemia del
VIH-SIDA, que se erige como un factor decisivo en la consolidación
de esta estrategia.
Los datos epidemiológicos señalaban el crecimiento del SIDA,
pero también de los estereotipos sociales que se configuran en la déca-
da del 80, y que siguen teniendo fuerte vigencia en relación al VIH/
SIDA. Por ejemplo, con la denominación de la “enfermedad de las
H”, haciendo referencia a las “H” de “homosexuales”, “heroinóma-
nos” y “hemofílicos”. De tal forma, se constituye la categoría “grupos
86 Menéndez, E. “De algunos alcoholismos…” Pág. 119, op. cit. analiza el difundi-
do uso del disulfirán en México, como un producto que operaba farmacológicamente
generando expectativas de producir factores antialcohólicos en el sujeto; estudios psi-
quiátricos registraron un alto riesgo de psicosis después de tomar disulfirán.
87 Recordando que los países anglosajones son los que han hecho punta respecto
de esta nueva estrategia.
101
de riesgo” para la infección del VIH y los usuarios de drogas -especial-
mente aquellos que usan las sustancias por vía intravenosa.
Sin embargo, la reducción de daños toma un nuevo impulso en
estas poblaciones, apelando a la prevención localizadamente en grupos
usuarios de drogas por vía inyectable; así, ya no se esgrime el discurso
de la abstinencia o miedo al uso de drogas, pues se reconoce que éste
puede ser un mensaje altamente bien intencionado pero, por lo visto
en estos últimos 30 años de mensajes preventivos, bastante ineficaz.
Entonces, en el marco de la Salud Pública, países como la citada Gran
Bretaña y, más tarde, Holanda y Suiza, fueron exponentes de estrate-
gias para controlar y prevenir la epidemia de VIH en el ámbito de los
consumidores de drogas. Fue la aprobación del “Consejo Consultivo
sobre el Abuso de Drogas” del Gobierno Británico que en 1988 pro-
puso –de manera jerarquizada– los siguientes objetivos: disminuir el
uso compartido de equipos de inyección, promover el paso de la vía
intravenosa a otras de menor riesgo como la vía oral, reducir la canti-
dad de drogas consumidas y, por último, alcanzar la abstinencia. En
general las políticas de intervención se han centrado en proporcionar
servicios de información, educación sanitaria, materiales preventivos
(jeringas, agujas, preservativos, etc.), y tratamientos más flexibles y
adaptados. Sin embargo algunos estudios discuten que ciertos grupos
de consumidores de-socializados por completo –hecho infrecuente en
la gama del conjunto de las conductas de consumo de drogas– aún re-
claman una modificación más profunda en los servicios de salud.
En la última década, en América Latina se asiste a cambios en las
prácticas de intervenciones en el ámbito de las drogas, conforme a la
percepción de la drogadependencia. Estas modificaciones, que se pro-
ducen en diferentes niveles y son de diversa magnitud, han supuesto
en el contexto socio sanitario un enfoque más amplio de las interven-
ciones. Por una parte, integran estrategias destinadas a la prevención
de trastornos o enfermedades asociadas a los consumos de drogas con
diseños y metodologías propias del ámbito de la Salud Pública, y por
otra, se adaptan los tratamientos de los trastornos de abuso y depen-
dencia a los conocimientos científicos actuales.
Todo ello ha contribuido a una visión más globalizadora de las
toxicomanías y de las problemáticas relacionadas, y ha implicado in-
102
tervenciones que buscan la complementariedad desde la diversidad
de objetivos y estrategias, contando para ello con la participación in-
terdisciplinaria y comunitaria. En Argentina, el Decreto Nº 351 de
la “Secretaría de Programas para la Prevención de la Drogadicción y
la Lucha contra el Narcotráfico” (SEDRONAR), del año 2000, reco-
mienda al Ministerio de Salud la adopción de programas y/o medidas
dirigidos a “lograr reducir los riesgos para su salud” de los usuarios de
drogas. De esta manera, se encuadran en las recomendaciones de la
comunidad internacional y, en particular, del Programa de SIDA de
Naciones Unidas (ONUSIDA), evidenciándose la incorporación de
nuevas perspectivas.
El antropólogo O. Romaní88 parte de la perspectiva etnográfi-
ca para analizar las contradictorias relaciones entre conocimiento y
gestión en el ámbito de las drogas, teniendo como referente el caso
español. Indica que un problema “serio” desde el punto de vista cien-
tífico lo constituyen los “errores metodológicos” en las investigaciones
sobre drogas. Así, los trabajos epidemiológicos, si bien buscan una
“depuración terminológico-conceptual” y son útiles para medir pre-
valencia e incidencia en el uso de drogas en el ámbito institucional,
no bastan para superar dificultades que confunden quizás “ciertas fa-
ses del desarrollo de la investigación”. Por ejemplo, al momento de
analizar variables tan elementales como la edad y el sexo no se toma
en cuenta el significado del consumo para estos grupos particulariza-
dos; así como las valoraciones culturales de ser varón o mujer el que
consume; o pertenecer a un grupo etáreo u otro y las consecuencias
micro sociales de pertenencia; además de cómo se mediatizan los usos
de ciertas drogas para estos grupos en cuanto a cantidades, ocasiones,
expectativas de formas más o menos compulsivas. Al analizar los usos
de drogas “no institucionalizadas” el problema se agrava y se vuelve
irresoluble por estar frente a poblaciones “ocultas”, creadas en proce-
103
sos de estigmatización, que ofrecen resistencia a ser penetradas por los
métodos clásicos de la epidemiología.
Recuerda O. Romaní, retomando a P. Bourdieu, que se está traba-
jando no directamente con la realidad “en bruto”, sino con un objeto
de estudio que es un constructo teórico; por lo tanto existen incohe-
rencias teóricas con el fenómeno a estudiar, con los objetivos y las
técnicas de investigación. Insiste además en la necesidad de incorpo-
rar a la investigación la voz de los propios “vulnerables”, exigiendo
evitar los efectos perversos que abarca esta problemática y apelar a ac-
tuaciones responsables por parte de la sociedad en general y de los
poderes públicos en particular. Propone, como estrategias para ayu-
dar a evaluar distintos tipos de intervenciones y contener la dinámica
de exclusión/vulnerabilidad de ciertos usuarios de drogas, la figura
del mediador. Es decir, una persona que sea conocedora de la zona
y del ambiente donde se dan las situaciones de vulnerabilidad, que
haya participado en experiencias y/o vivencias semejantes y, por lo
tanto, que entienda y comparta el significado del lenguaje. Este me-
diador, por otra parte, debe contar con una determinada formación
profesional o ser integrante de un equipo institucional que defienda
programas junto a la población en cuestión por lo cual se encontra-
ría en una posición “excéntrica” tal como se sitúa el propio etnógrafo,
manteniendo una íntima relación con el grupo, compartiendo redes
sociales habituales pero, al mismo tiempo, con una cierta capacidad
de “distanciamiento”, constituyéndose en una figura de educador o
trabajador social principalmente. Resalta que un trabajo de investi-
gación de este tipo implicará un cambio en las condiciones sociales,
culturales y jurídicas –hoy presentes como barreras– entre usuarios de
drogas (como la población más vulnerable) y las instituciones y los
sectores “más normalizados” de la sociedad89.
G. Touzé, directora de la Organización “Intercambios”, partici-
pando de un panel en Rosario en el año 1996, decía que el debate de
paradigmas en cuanto a la prevención en drogas se presenta como re-
lativamente nuevo, pero: “… se celebró ya la séptima Conferencia
Internacional de reducción de daños. Siete años es poco tiempo, pero
no es tan poco como para que tengamos tan escasa información por
89 Romaní, O. Las drogas, sueños y razones. Ariel, Barcelona, 1999.
104
estos pagos. Si bien este fuerte debate, insisto, es relativamente nuevo
esto no significa que la corriente de reducción de daños carezca de an-
tecedentes remotos”90.
105
dependerán de jerarquizaciones, en hegemonías y subalternidades de
saberes en lo “real cotidiano”. Esa “realidad”, que se construye para
cada individuo socialmente, internalizando lo social desde el lengua-
je92 a través de procesos de “socialización” primaria, y secundaria desde
la división social del trabajo, en la que intervienen un conjunto de ca-
pitales y saberes, donde el habitat contribuye a formar habitus; donde
los distintos tipos de “normalización” de la vida social se realizan alre-
dedor del consumo, de distintos tipos de control social, elaboración
de ciertos consensos en torno de valores básicos y de “futuro”93.
La construcción social del consumo de drogas como “enfer-
medad”, “desviación” o “anormalidad”, profundiza los debates del
proceso político en la toma de decisiones, tensionando las relacio-
nes entre Salud Pública y Seguridad Pública; entre política, ciencia y
moralidad, planteando corrimientos entre “enfermedad-delito” y en-
tre “víctimas inocentes” y responsables. La multiplicidad de criterios
y dilemas no explicitados en las organizaciones de salud respecto a
posibles paradigmas y abordajes del “complejo drogas” opera como
“currículum oculto” en las instituciones, en los “modos” de trabajar
por parte del personal de salud y en la direccionalidad de la gestión,
por la cual simplemente conduce a la negación y silenciamiento del
tema, cristalizando la complejidad de su representación en creencia o
ideología.
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