Cuentos

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LAS CONEJITAS QUE NO SABÍAN RESPETAR

Había una vez un conejo que se llamaba Serapio. Él vivía en lo más alto
de una montaña con sus nietas Serafina y Séfora. Serapio era un conejo
bueno y muy respetuoso con todos los animales de la montaña y por
ello lo apreciaban mucho. Pero sus nietas eran diferentes: no sabían lo
que era el respeto a los demás. Serapio siempre pedía disculpas por lo
que ellas hacían. Cada vez que ellas salían a pasear, Serafina se
burlaba: “Pero mira que fea está esa oveja. Y mira la nariz del toro”. “Sí,
mira que feos son”, respondía Séfora delante de los otros animalitos. Y
así se la pasaban molestando a los demás, todos los días.

Un día, cansado el abuelo de la mala conducta de sus nietas (que por


más que les enseñaba, no se corregían), se le ocurrió algo para hacerlas
entender y les dijo: “Vamos a practicar un juego en donde cada
una tendrá un cuaderno. En él escribirán la palabra disculpas, cada vez
que le falten el respeto a alguien. Ganará la que escriba menos esa
palabra.”

“Está bien abuelo, juguemos”, respondieron al mismo tiempo. Cuando


Séfora le faltaba el respeto a alguien, Serafina le hacía acordar del juego
y hacía que escriba en su cuaderno la palabra disculpas (porque así
Séfora tendría más palabras y perdería el juego). De igual forma Séfora
le hacía acordar a Serafina cuando le faltaba el respeto a alguien.
Pasaron los días y hartas de escribir, las dos se pusieron a conversar:
“¿no sería mejor que ya no le faltemos el respeto a la gente? Así ya no
sería necesario pedir disculpas.”

Llegó el momento en que Serapio tuvo que felicitar a ambas porque ya


no tenían quejas de los vecinos. Les pidió a las conejitas que borraran
poco a poco todo lo escrito hasta que sus cuadernos quedaran como
nuevos. Las conejitas se sintieron muy tristes porque vieron que era
imposible que las hojas del cuaderno quedaran como antes. Se lo
contaron al abuelo y él les dijo:
“Del mismo modo queda el corazón de una persona a la que le faltamos
el respeto. Queda marcado y por más que pidamos disculpas, las huellas
no se borran por completo. Por eso recuerden debemos respetar a los
demás, así como nos gustaría que nos respeten a nosotros”.

Responde a las preguntas referente al cuento que has leido


1-Responde “V” si la afirmación es Verdadera y “F” si es que es Falsa:
 Serapio era el papá de Serafina y Séfora ( )
 Pedir disculpas lo soluciona todo y por ello no es importante
aprender a respetar ( )
 Solo debemos respetar a nuestros padres y maestros ( )
 Debemos tratar a los demás como quisiéramos que nos traten a
nosotros ( )

Honradez, honestidad, gratitud

EL MISTERIO DE BRAULIO

Darío iba caminando por el parque, como todos los días. Acaban de
terminar las clases y volvía a casa del colegio. Todos los días el paseo
era exactamente igual. La misma gente, las mismas cosas. Incluso
parecía que las palomas del parque que se paseaban por allí eran
siempre las mismas.
Pero eso día ocurrió algo diferente. Junto a uno de los bancos del parque
Darío encontró una billetera. Darío miró a su alrededor, pero no había
nadie cerca. Tampoco había visto a nadie levantarse del banco.
Darío decidió recoger la cartera y mirar dentro, a ver si había algún dato
del propietario. Pero no había nada. Solo unos cuantos billetes y una
pegatina en la que decía: Propiedad del señor Braulio.
Darío no sabía quién era el señor Braulio. En todo caso, cogió la cartera
y se la llevó. Ya pensaría qué hacer con ella.
Al día siguiente, en el mismo banco, Darío volvió a ver algo. Esta vez era
un portafolios. En él solo había un sobre con billetes y una pegatina que
decía: Propiedad del señor Braulio. Darío se llevó el portafolios. Tendría
que pensar algo.
Así fueron pasando los días y Darío seguían encontrando cosas en el
mismo banco. Y siempre había dentro algo de dinero y la misma
pegatina.
Darío quería encontrar al señor Braulio, pero ¿cómo? Sin más datos que
un nombre era complicado. Entonces cayó en la cuenta de que Braulio
no era precisamente un nombre muy corriente. Así que empezó a
preguntar a la gente si conocían a alguien con ese nombre. Tardó unos
días en dar con una persona que conocía a alguien con ese nombre. No
tenía una dirección, pero sí pudo darle alguna pista de dónde
encontrarlo.
Tras seguir la pista y otras que fue obteniendo, Darío dio el señor
Braulio. El muchacho esperaba encontrarse con un señor bastante
mayor. En cambio el señor que le abrió la puerta no parecía tener más
de cuarenta años.
-¿Es usted el señor Braulio? -preguntó Darío.
-Sí, soy yo -dijo el señor-. Y tú, ¿quién eres? ¿Quieres pasar?
-No, señor, no entro en la casa de la gente que no conozco. De hecho, si
fuera tan amable, preferiría que habláramos en otra parte.
-Muy bien, vamos a la cafetería que hay allí enfrente.
Ya en la cafetería, el niño le dijo:
- Me llamó Darío. He encontrado unas cosas que tal vez le pertenezcan.
Darío le dio cuenta de todo lo que tenía. El señor Braulio confirmó que
había perdido todo eso, pero Darío le pidió algunos datos, detalles de los
objetos que había recogido, datos que no le había dado para confirmar
que todo aquello era suyo. Cuando confirmó que todo era verdad se lo
devolvió.
-¡Vaya! -exclamó el señor Braulio-. Si está todo, incluso el dinero. ¿Por
qué no te lo has quedado?
-Porque no era mío -dijo Darío.
-Pues muchas gracias, chaval -dijo el señor Braulio-. Verás, he repartido
cosas de estas por toda la ciudad. Llevo meses haciéndolo. Y la única
persona que me ha devuelto las cosas has sido tú.
El señor Braulio le contó a Darío que era periodista, que había puesto
cámaras y que había grabado lo que hacía la gente que encontraba sus
cosas, como parte de un reportaje que estaba preparando.
-Quería demostrar que todavía hay gente honesta -le dijo finalmente.
-Pero ha perdido usted mucho dinero en el intento -dijo Darío.
-En realidad no -dijo el señor Braulio-. Todo el dinero era falso. Todos los
que se han quedado con él se van a llevar un buen chasco. En cambio,
tú sí que te mereces una recompensa.
-No es necesario, señor Braulio -dijo Darío.
-Al menos déjame que te invite a merendar.
-Eso me parece perfecto. Gracias, señor Braulio.

EL OREJÒN

Era su segundo día de clase. Henry se sentó en el primer pupitre del


aula, al lado de la ventana, como le recomendó su mamá. La profesora
entró en clase y les dijo "buenos días". Hoy vamos a estudiar algunos
animales. Comenzaremos con el asno, ese animal tan útil a la
humanidad, fuerte, de largas orejas, y...
- ¡Como Henry!, la interrumpió una voz que salía de atrás del salón.
Muchos niños comenzaron a reír ruidosamente y miraban a Henry.
- ¿Quién dijo eso?, preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo
había dicho.
- Fue Quique, dijo una niña señalando a su lado a un pequeñín pecoso
de cinco años.
- Niños, niños, dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. No
deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir en
mi salón.
Todos guardaron silencio, pero se oía algunas risitas.
Un rato después una pelota de papel goleó la cabeza de Tomás. Al
voltear no vio quien se la había lanzado y nuevamente algunos se
reían de él. Decidió no hacer caso a las burlas y continuó mirando las
láminas de animales que mostraba Mily. Estaba muy triste pero no lloró.
En el recreo Henry abrió su lonchera y comenzó a comerse el delicioso
bocadillo que su mamá le había preparado. Dos niños que estaban cerca
le gritaron:
- Orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno,
y echaron a reír.
Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas,
sonreían y murmuraban. Henry entendió por primera vez, que de verdad
había nacido con sus orejas un poco más grandes. 'Como su abuelo
Manuel', le había oído decir a su papá una vez.
De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del cual salía
mucho humo. Henry se acercó y vio a varios niños encerrados sin poder
salir, pues algún niño travieso había colocado un palo de escoba en los
cerrojos.
A través de los vidrios se veían los rostros de los pequeños llorando,
gritando y muy asustados. Dentro algo se estaba quemando y las llamas
crecían.
Los profesores no se habían dado cuenta del peligro, y ninguno de los
niños se atrevía a hacer nada. Henry, sin dudarlo un segundo, dejó su
lonchera y corrió hacia la puerta del salón y a pesar del humo y del calor
que salía, agarró la escoba que la trababa y la jaló con fuerza. Los niños
salieron de prisa y todos se pusieron a salvo.
Henry se quedó como un héroe. Todos elogiaron su valor. Los niños que
se habían burlado de él estaban apenados.
En casa, Henry contó todo lo sucedido a su familia, por lo que todos
estaban orgullosos de él. Al día siguiente, ningún niño se burló de Henry.
Habían entendido que los defectos físicos eran sólo aparentes, pero en
cambio el valor de Henry al salvar a sus compañeros era más valioso y
digno de admirar.

EL CORDERO ENVIDIOSO
Esta pequeña y sencilla historia cuenta lo que sucedió a un cordero que
por envidia traspasó los límites del respeto y ofendió a sus compañeros.
¿Quieres conocerla?
El corderito en cuestión vivía como un marqués, o mejor dicho como un
rey, por la sencilla razón de que era el animal más mimado de la granja.
Ni los cerdos, ni los caballos, ni las gallinas, ni el resto de ovejas y
carneros mayores que él, disfrutaban de tantos privilegios. Esto se debía
a que era tan blanquito, tan suave y tan lindo, que las tres hijas de los
granjeros lo trataban como a un animal de compañía al que malcriaban
y concedían todos los caprichos.
Cada mañana, en cuanto salía el sol, las hermanas acudían al establo
para peinarlo con un cepillo especial untado en aceite de almendras que
mantenía sedosa y brillante su rizada lana. Tras ese reconfortante
tratamiento de belleza lo acomodaban sobre un mullido cojín de seda y
acariciaban su cabecita hasta que se quedaba profundamente dormido.
Si al despertar tenía sed le ofrecían agua del manantial perfumada con
unas gotitas de limón, y si sentía frío se daban prisa por taparlo con una
amorosa manta de colores tejida por ellas mismas. En cuanto a su
comida no era ni de lejos la misma que recibían sus colegas, cebados a
base de pienso corriente y moliente. El afortunado cordero tenía su
propio plato de porcelana y se alimentaba de las sobras de la familia,
por lo que su dieta diaria consistía en exquisitos guisos de carne y
postres a base de cremas de chocolate que endulzaban aún más su
empalagosa vida.
Curiosamente, a pesar de tener más derechos que ninguno, este cordero
favorecido y sobrealimentado era un animal extremadamente egoísta:
en cuanto veía que los granjeros rellenaban de pienso el comedero
común, echaba a correr pisoteando a los demás para llegar el primero y
engullir la máxima cantidad posible. Obviamente, el resto del rebaño se
quedaba estupefacto pensando que no había ser más canalla que él en
todo el planeta.
Un día la oveja jefa, la que más mandaba, le dijo en tono muy enfadado:
– ¡Pero qué cara más dura tienes! No entiendo cómo eres capaz de
quitarle la comida a tus amigos. ¡Tú, que vives entre algodones y lo
tienes todo!… ¡Eres un sinvergüenza!
– Bueno, bueno, te estás pasando un poco… ¡Eso que dices no es justo!
– ¡¿Qué no es justo?!…Llevas una vida de lujo y te atiborras a diario de
manjares exquisitos, dignos de un emperador. ¿Es que no tienes
suficiente con todo lo que te dan? ¡Haz el favor de dejar el pienso para
nosotros!
El cordero puso cara de circunstancias y, con la insolencia de quien lo
tiene todo, respondió demostrando muy poca sensibilidad.
– La verdad es que como hasta reventar y este pienso está malísimo
comparado con las delicias que me dan, pero lo siento… ¡no soporto que
los demás disfruten de algo que yo no poseo!
La oveja se quedó de piedra pómez.
– ¿Me estás diciendo que te comes nuestra humilde comida por envidia?
El cordero se encogió de hombros y puso cara de indiferencia.
– Si quieres llamarlo envidia, me parece bien.
Ahora sí, la oveja entró en cólera.
– ¡Muy bien, pues tú te lo has buscado!
Sin decir nada más pegó un silbido que resonó en toda la granja.
Segundos después, treinta y tres ovejas y nueve carneros acudieron a su
llamada. Entre todos rodearon al desconsiderado cordero.
– ¡Escuchadme atentamente! Como ya sabéis, este cordero repeinado e
inflado a pasteles se come todos los días parte de nuestro pienso, pero
lo peor de todo es que no lo hace por hambre, no… ¡lo hace por envidia!
¿No es abominable?
El malestar empezó a palparse entre la audiencia y la oveja continuó con
su alegato.
– En un rebaño no se permiten ni la codicia ni el abuso de poder, así que,
en mi opinión, ya no hay sitio para él en esta granja. ¡Que levante la
pata quien esté de acuerdo con que se largue de aquí para siempre!
No hizo falta hacer recuento: todos sin excepción alzaron sus pezuñas.
Ante un resultado tan aplastante, la jefa del clan determinó su
expulsión.
– Amigo, esto te lo has ganado tú solito por tu mal comportamiento.
¡Coge tus pertenencias y vete!
Eran todos contra uno, así que el cordero no se atrevió a rechistar. Se
llevó su cojín de seda oriental como único recuerdo de la opulenta vida
que dejaba atrás y atravesó la campiña a toda velocidad. Hay que decir
que una vez más la fortuna le acompañó, pues antes del anochecer llegó
a un enorme rancho que a partir de ese día se convirtió en su nuevo
hogar. Eso sí, en ese lugar no encontró niñas que le cepillaran el pelo, le
dieran agua con limón o le regalaran las sobras del asado. Allí fue,
simplemente, uno más en el establo.
Moraleja: Sentimos envidia cuando nos da rabia que alguien tenga
suerte o disfrute de cosas que nosotros no tenemos. Si lo piensas te
darás cuenta de que la envidia es un sentimiento negativo que nos
produce tristeza e insatisfacción. Alegrarse por todo lo bueno que
sucede a la gente que nos rodea no solo hace que nos sintamos felices,
sino que pone en valor nuestra generosidad y nobleza de corazón.

ITZELINA Y LOS RAYOS DE SOL.


CUENTO PARA NIÑOS SOBRE EL RESPETO
Itzelina Bellas Chapas era una niña muy curiosa que se levantó
temprano una mañana con la firme intención de atrapar, para ella sola,
todos los rayos del sol.
Una ardilla voladora que brincaba entre árbol y árbol le gritaba desde lo
alto. ¿A dónde vas, Itzelina?, y la niña respondió:
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos
del sol y así tenerlos para mí solita.
- No seas mala, bella Itzelina - le dijo la ardilla - Deja algunos pocos para
que me iluminen el camino y yo pueda encontrar mi alimento. -
Está bien, amiga ardilla - le contestó Itzelina -, no te preocupes. Tendrás
como todos los días rayos del sol para ti.
Siguió caminando Itzelina, pensando en los rayos del sol, cuando un
inmenso árbol le preguntó. ¿Por qué vas tan contenta, Itzelina?
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos
del sol y así tenerlos para mí solita, y poder compartir algunos con mi
amiga, la ardilla voladora.
El árbol, muy triste, le dijo:
- También yo te pido que compartas conmigo un poco de sol, porque con
sus rayos seguiré creciendo, y más pajaritos podrán vivir en mis ramas.
- Claro que sí, amigo árbol, no estés triste. También guardaré unos rayos
de sol para ti.
Itzelina empezó a caminar más rápido, porque llegaba la hora en la que
el sol se levantaba y ella quería estar a tiempo para atrapar los primeros
rayos que lanzara. Pasaba por un corral cuando un gallo que estaba
parado sobre la cerca le saludó.
- Hola, bella Itzelina. ¿Dónde vas con tanta prisa?
- Voy a la alta montaña, a pescar con mi malla de hilos todos los rayos
del sol y así poder compartir algunos con mi amiga la ardilla voladora,
para que encuentre su alimento; y con mi amigo el árbol, para que siga
creciendo y le dé hospedaje a muchos pajaritos.
- Yo también te pido algunos rayos de sol para que pueda saber en las
mañanas a qué hora debo cantar para que los adultos lleguen temprano
al trabajo y los niños no vayan tarde a la escuela.
- Claro que sí, amigo gallo, también a ti te daré algunos rayos de sol – le
contestó Itzelina.
Itzelina siguió caminando, pensando en lo importante que eran los rayos
del sol para las ardillas y para los pájaros; para las plantas y para los
hombres; para los gallos y para los niños.
Entendió que si algo le sirve a todos, no es correcto que una persona lo
quiera guardar para ella solita, porque eso es egoísmo. Llegó a la alta
montaña, dejó su malla de hilos a un lado y se sentó a esperar al sol.
Ahí, sentadita y sin moverse, le dio los buenos días, viendo como
lentamente los árboles, los animales, las casas, los lagos y los niños se
iluminaban y se llenaban de colores gracias a los rayos del sol.
Este cuento quiere enseñarnos lo importante que es el respeto al bien
común.
Ejercicios de comprensión lectora
- ¿Por qué quería Itzelina coger los rayos de sol?
- ¿A quién se encontró en un árbol?
- ¿Qué le pidió el gallo?
- ¿Dónde fue Itzelina a coger los rayos del sol?
- ¿Cogió la niña los rayos de sol?
- ¿Por qué no los cogió?

SENDY

Érase una hermosa perrita llamada Sendy. De un momento a otro


enfermó. Sus dueños decidieron deshacerse de ella arrojándola a la
calle.
Sendy sola y abandonada cojeaba buscando el camino a casa, pero
jamás la encontró. Pasaron cerca de dos semanas. Sendy cobijada entre
cartones viejos, hambrienta y sedienta recordaba los bellos momentos
que pasó junto a sus dueños y los hijos de ellos. Sendy lloró al recordar y
llorando se quedó dormida.
Temprano por la mañana despertó en un bello jardín cobijada en una
linda casita de madera, su pata había sido sanada y su cuerpo cubierto
con un hermoso y cálido abrigo. Fue entonces cuando Sendy se
preguntó:
– ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegue aquí?
Salió de su casita, vio muchos niños jugando, riendo y cantando. Todo
era mágico. Sendy lloró de alegría moviendo la colita. Sendy supo por fin
que alguien la amaba en verdad.
FIN
– Moraleja del cuento: No abandonemos a nuestros seres queridos por
más que ellos estén mal.

ROMÁN Y EL PECECILLO FELIZ

Valores: comprensión, respeto por los animales

Román vivía con su familia en una casa muy cerca de la playa. Cada fin
de semana se acercaba con sus primos y su tío, que era un gran experto
de este deporte, a bucear. Le encantaba ir descubriendo los tesoros del
fondo del mar.
En su habitación guardaba todo lo que iba encontrando. En la estantería,
tenía una estrella de mar disecada, una caracola y una botella con
conchas brillantes de almejas y demás moluscos.

Estaba convencido, aunque todo el mundo le decía que era imposible,


de que los peces le hablaban cuando se cruzaban con él en el agua. Un
día, mientras se estaba cambiando en la arena, vio cómo salía un
llamativo pez de entre unas rocas. Nadie más lo vio porque su tío y sus
primos aún estaban buceando en el agua. La verdad es que, en cuanto
el pececillo vio a Román, volvió al agua muy asustado.

- No tengas miedo, no te voy a hacer daño - le dijo el niño.

- Eso decís todos, seguro que quieres pescarme y meterme en una


pecera. Luego te cansarás de mí y me abandonarás.

El pequeño pez le explicó a Román que su antiguo dueño le había


comprado en una tienda de animales hacía dos navidades. Era un regalo
para su hijo pequeño. Al principio todo fue genial. Le cambiaba el agua
todas las semanas, le daba de comer la cantidad adecuada, le colocaba
juguetes en la pecera para que se entretuviese…. Lo que pasa es que,
pasados dos meses, todo empezó a torcerse. El niño dejó de cambiarle
el agua cuando correspondía y esta se volvió verde y maloliente. De
hecho, el pez se puso enfermo hasta que la madre del niño se dio cuenta
y le puso agua limpia en la pecera.

Además, había días que no le daba de comer. Como ya estaba


acostumbrado, el pececillo se guardaba algo del día anterior para esos
días. Al final, acompañado de unos amigos que no trataron de
impedírselo, el niño abandonó al pez en un estanque del parque.

Un día, el ayuntamiento decidió que había demasiados peces y se llevó a


varios al mar. Fue ahí donde, esa mañana de buceo, Román se encontró
con él. Aunque era un pez de agua dulce, se había adaptado bien a vivir
en el mar. Así que, aunque supo que el niño le cuidaría bien y nunca le
abandonaría, decidió quedarse ahí porque ya se había acostumbrado a
vivir libre.

EL NIÑO DEL NO Y EL AGUA


Un cuento que habla de un niño desobediente que no hacía caso de lo
que le decían sus padres y su abuelo. Lo llamaban “el niño del no”
porque siempre hacía lo contrario de lo que le ordenaban. Dejaba la luz
encendida, la nevera abierta y cuando le decían que apagara la luz o
cerrara el refrigerador solo decía “ahora, ahora” y se quedaba viendo la
tele o jugando en la computadora.
Un día deja el grifo abierto y no se levanta para cerrarlo. Más
tarde, quiere que su mamá, su papá o su abuelo le traigan un vaso con
agua porque tiene mucha sed, mas nadie le responde. Se pone de pie,
pero al abrir el grifo no cae ni una gota. Empieza a buscar el agua por
todas partes y luego mete un dedo por el tubo del grifo para comprobar
que no esté atascado. Sin embargo, al hacerlo él se convierte en una
gota de agua y se va por el desagüe.
En las tuberías encuentra muchas gotas de agua que se preparan para
crear energía y le preguntan si quiere ayudar. Al principio, les dice que
prefiere jugar en la computadora, pero le explican que para eso necesita
electricidad y, entonces, siente la necesidad de ayudarlas.
Después, regresa a su casa como un niño otra vez, dándoles besos y
abrazos a sus papás y su abuelo, haciéndoles caso cuando le dicen algo.
Ellos no creen la historia, pero al ver que hace las cosas bien y en
lugar de decir “ahora, ahora” contesta “ahorra, ahorra”, dejan de
llamarle el niño del no.

EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS


Un cuento sobre la relación entre madres e hijos
Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le tocó su
turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:

- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir?


tan pequeño e indefenso como soy...
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando y que
te cuidara.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y Sonreír, eso basta
para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tu sentirás su amor y
serás feliz.
- ¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el extraño
idioma que hablan los hombres?
- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas
escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
- ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
- Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás hablarme.
- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?
- Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.
- Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor.
- Tu ángel te hablará siempre de Mí y te enseñará el camino para que
regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces
terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos
sollozando...
-¡¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre! ¿Cómo se llama mi ángel?
- Su nombre no importa, tú le dirás : MAMÁ.

EL BURRUTO ALBINO
Gaspar era un burrito muy simpático y divertido. No le temía a
nada ni a nadie. Tenía un carácter jovial, alegre, era especial, diferente a
los demás burritos.
Por ser diferente todos los animales lo miraban con
desconfianza, y hasta con temor. ¿Por qué era diferente? Cuando nació
era totalmente de color blanco; sus cejas, sus ojos, sus uñas, el pelaje, el
hocico, todo era blanco. Hasta su mamá se sorprendió al verlo.
El respeto de los niños a la diversidad
Gaspar tenía dos hermanos que eran de color marrón, como todos lo
burritos. Su familia a pesar de todo, lo aceptó tal cual era. Gaspar era un
burrito albino. A medida que fue creciendo, él se daba cuenta que no era
como los demás burros que conocía. Entonces le preguntaba a su mamá
por qué había nacido de ese color. Su mamá le explicaba que el color no
hace mejor ni peor a los seres, por ello no debía sentirse preocupado.
- Todos somos diferentes, tenemos distintos colores, tamaños,
formas, pero no olvides, Gaspar, que lo más importante es lo que
guardamos dentro de nuestro corazón, le dijo su mamá.
Con estas palabras, Gaspar se sintió más tranquilo y feliz. Demostraba a
cada instante lo bondadoso que era. Amaba trotar alegremente entre
flores, riendo y cantando. Las margaritas al verlo pasar decían:
- ¡Parece una nube que se cayó del cielo, o mejor un copo de nieve
cayendo sobre el pastizal, o una bola de algodón gigante!
Las rosas, por su lado opinaban:
- ¡es la luna nueva que cayó a la tierra y no sabe volver!
Cuando Gaspar salía de paseo por los montes, las mariposas salían a su
encuentro, revoloteando a su alrededor, cual ronda de niños en el jardín;
los gorriones, lo seguían entonando su glorioso canto. Gaspar se sentía
libre y no le importaba que algunos animales se burlaran de él. De
repente llegó a un arroyo y mientras bebía agua, los sapos lo
observaban con detenimiento y curiosidad y se preguntaban:
- ¿Y este de dónde salió?, ¿Será contagioso, un burro color blanco?, ¿o
será una oveja disfrazada de burro?
Siguió su paseo, y en el camino se encontró con un zorro que le
dijo:
- Burro, que pálido eres, deberías tomar sol para mejorar tu aspecto.
- Yo tomo luna, por eso soy blanco, me lo dijo un cisne que nadaba en la
laguna, respondió el burrito inocentemente.
- ¡Qué tonto eres! Jajaja, eso de tomar luna, es muy chistoso, jajaja, se
burlaba el astuto zorro.
Gaspar no entendía dónde estaba el chiste, porque él se creyó eso de
tomar luna. Siguió su camino, pensando en lo que le había dicho el
zorro. Entonces decidió recostarse sobre la fresca hierba bajo el intenso
sol de verano. Transcurrieron unas horas en las cuales, Gaspar, se había
quedado dormido.
Después de un rato se despertó, tan agobiado y muerto de calor que
corrió a refrescarse en la laguna. Cuando salió del agua, observó su
imagen reflejada en ella y una triste realidad, su pelaje seguía blanco
como siempre. El cisne lo había engañado. Los cisnes que lo miraban
se reían de él.
- Que tonto eres, ¿crees que poniéndose al sol su pelaje cambiará de
color?, se burlaban.
Gaspar siguió su camino, y de repente encontró frente a sus ojos, un
paisaje muy bello que lo dejó atónito. Se encontró en su lugar, su
mundo. Todo era blanco, como él. Se metió más y más, y empezó a reír
y reír. Estaba rodeado de jazmines, por acá, por allá, más acá, más allá,
todo blanco y con un aroma embriagador.
- Gaspar, ¿Qué vienes a hacer por aquí?, le preguntaron los jazmines.
- Aparecí de casualidad, no conocía este sitio, le contestó Gaspar.
- Cuando te vimos de lejos supimos que eras vos. Oímos hablar de vos,
los gorriones y las mariposas nos contaron tu historia. No debes sentirte
triste por tu aspecto, míranos a nosotros, deberíamos sentirnos igual, y
sin embargo tenemos algo que nos identifica, que no se ve, pero se
siente, es el hermoso perfume que emanamos, que es único y hace que
todos los días nos visiten cientos de mariposas y pájaros, tan bellos
como nunca vimos.
Comparten todo el día con nosotros y no les importa si somos blancos o
de otro color. Tú también tienes algo que es más importante que tu
color, que se percibe. Es tu frescura, tu bondad y alegría. Cualidades que
hacen que tengas muchos amigos verdaderos. Debes aceptarte tal cual
eres, para que te acepten los demás, le animaron los jazmines.
Gaspar, recordó las palabras de su mamá. Desde ese día se aceptó
como era, y cosechó muchos más amigos que no lo miraban por su
aspecto, sino por lo que guardaba en su gran corazón.
LA TIERRA ESTÁ MUY TRISTE

Habían hecho un corrillo en el universo.


— La Tierra tiene muy mala cara —dijo la luna.
— ¡Tienes razón; está muy apagada! —asintió́ el sol.
— He oído que la gente que vive en ese planeta no la cuida nada bien —
dijeron las estrellas.
— ¡Creemos que está enferma! —exclamaron las osas.
Y todos se acercaron al planeta para preguntarle qué le pasaba.
—¡Hola Tierra! ¿Te encuentras bien? —habló primero la luna.
La Tierra la miró con los ojos llenos de lágrimas y no pudo contestar.
—¡Nos estás asustando, Tierra! ¿Qué te sucede? —preguntaron de
nuevo las estrellas muy preocupadas.
—¡Cuéntanos! —insistieron todos.
—Creo que las personas no son conscientes del daño que se están
haciendo — contestó muy afligida.
La luna, el sol, las estrellas y las dos osas la miraron callados esperando
que continuara hablando.
—Los hombres están quemando bosques, talando árboles, llenando el
mar de basura, exterminando a los animales —dijo sollozando de nuevo.
—El calentamiento global está deshelando mis polos. ¿¡Cómo no
se dan cuenta!? ¡Están destruyendo la naturaleza! —dijo tapándose la
cara que ahora lucía colorada y febril.
Unos niños que estaban jugando en la calle escucharon la conversación.
—¡Tierra, Tierra! ¡No llores más, por favor! —gritaron con todas sus
fuerzas para que los oyera.
—¡Decidme pequeños! —les dijo tragándose las lágrimas.
—¡Nosotros te vamos a cuidar! ¡No permitiremos que mueras! —
prometieron con voz temblorosa.
La Tierra entonces sintió́ un enorme alivio cuando vio la transparencia
de sus ojos; solo esperaba que de adultos no olvidaran su
promesa.
Responder con 'verdadero' o 'falso'. Si hay alguna respuesta que tu
hijo falla o de la que no está del todo seguro, podéis volver a leer juntos
todas las veces que quieras el cuento.
- La Tierra estaba muy feliz y llena de vida.
- Las estrellas, osas, la luna y los demás estaban muy preocupados por
la Tierra.
- La Tierra se queja de que los hombres están tirando basura a los
océanos.
- Unos niños le dicen a la Tierra que a partir de ahora van a cuidar aún
menos la naturaleza.
: ¿Qué hacemos nosotros como familia y tú como persona para cuidar la
Tierra para que no esté triste y enferma?

Responder con 'verdadero o falso


- La Tierra estaba muy feliz y llena de vida.
- Las estrellas, osas, la luna y los demás estaban muy preocupados por
la Tierra.
- La Tierra se queja de que los hombres están tirando basura a los
océanos.
- Unos niños le dicen a la Tierra que a partir de ahora van a cuidar aún
menos la naturaleza.

UN CUENTO PARA HABLAR CON LOS NIÑOS DE BULLYING


Marita era una niña de pelo largo y pelirrojo, gordita, muy alegre,
juguetona, risueña y muy feliz.
Un día su padre le contó que por motivos de trabajo deberían mudarse a
otra ciudad, y desde ese instante, a Marita le cambió la vida.
El primer día de colegio ya se dio cuenta de que nada iba a ser igual.
Julieta era la cabecilla del grupo: inteligente, abusona, violenta, con
mucha picardía y sin nada de empatía. Todo lo que hacía o decía estaba
bien para las otras, que la seguían y reían todas sus fechorías.
—¡Eh, tú! —le gritó Julieta, al verla en la fila para entrar al aula.
A Marita le pareció́ que ese tono de voz no indicaba nada bueno, y sin
hacer caso se dirigió́ a su clase. Cuando fue a sentarse, Julieta le habló
susurrando a su espalda amenazadoramente, cuidándose de que la
profesora no la oyera.
—¿Dónde vas gorda? ¡Ese es mi sitio!
Marita, sin volverse a mirarla, fue a colocarse en uno de los pupitres de
la última fila.
Cuando llegó a casa no contó nada a pesar de estar muy disgustada.
A la mañana siguiente, Marita desayunó nerviosa deseando que esas
niñas se hubieran olvidado de ella, pero en cuanto la vieron llegar, al
ponerse en la fila para entrar a clase, empezaron de nuevo los ataques.
—¡Gordaaaaa, gordaaaaa! —le cantaron, delante de todos.
Marita miró hacia otro lado y entró en clase. La mañana transcurrió́
tranquila hasta la hora de la salida.
Cuando salió́ las niñas estaban esperándola en la puerta. Marita
siguió́ su camino sin mirarlas, pero una de ellas le puso la zancadilla
haciendo que rodara por las escaleras.
—¡Jajajajajajajaja! ¡Perdona, ha sido sin querer! —escuchó que decía con
sorna.
Se estaba levantando del suelo cuando llegó la profesora, que no había
visto nada.
—¿Qué te ha pasado Marita? ¿Te has hecho daño? —le dijo preocupada.
—Solo he resbalado —dijo la niña ocultando la verdad ante la mirada
amenazadora de las otras.
Otros niños de la clase vieron lo que estaba pasando, pero por miedo a
ser objeto también de sus ataques se callaron.
Pasaban los días y Marita cada vez estaba más amargada, no podía
dormir y no sabía cómo resolver esa situación.
— ¿Qué tal en el colegio Marita? —le preguntaban sus padres todos los
días.
—¡Bien! —contestaba escuetamente, por temor a que llegaran sus
quejas al colegio, y por tanto a los oídos de Julieta, y salía de la
habitación para que no vieran sus lágrimas.
Marita bajó en sus notas, no comía bien, estaba muy triste y se volvió́
muy reservada.
Los padres estaban preocupados por su cambio de actitud, pero
pensaban que le estaba costando mucho adaptarse a la nueva ciudad, la
nueva casa y el nuevo colegio, y decidieron tener paciencia y estar más
atentos. En el colegio pensaban lo mismo.
Mientras, Julieta y sus seguidoras continuaban con el acoso sin darle
tregua. Estuvo así́ durante todo el curso; atormentada.
Poco antes de que terminara el curso, a su padre le ofrecieron un nuevo
puesto de ingeniero en otra ciudad, y Marita vio el cielo abierto. Aunque
tenía mucho miedo a que se repitiera la historia, no fue así́, y volvió́ a
ser la niña feliz que siempre había sido con sus nuevos amigos.
Solo lejos de allí́, pudo contar a sus padres la pesadilla que había vivido.

Responder:
- ¿Qué cambio importante hubo en la vida de Marita?

- ¿Cómo le recibieron en su nuevo colegio?

- ¿Ayudaron el resto de compañeros de clase a la protagonista del


cuento?

- ¿Cómo se terminó el problema para Marita?


UGA LA TORTUGA. CUENTO INFANTIL SOBRE LA PERSEVERANCIA

- ¡Caramba, todo me sale mal!, se lamenta constantemente Uga, la


tortuga.
Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar
sus tareas, casi nunca consigue premios a la rapidez y, para colmo es
una dormilona.
- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus
compañeros del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar
sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan
sencillas como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o
quitar piedrecitas de camino hacia la charca donde chapoteaban los
calurosos días de verano.
- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban
haciendo mis compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente
cuenta no es hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es
acabarlo realizándolo lo mejor que sabes, pues siempre te quedará la
recompensa de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que
requieren tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que
eres capaz de hacer, y siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras
logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la
duda. La constancia y la perseverancia son buenas aliadas para
conseguir lo que nos proponemos; por ello yo te aconsejo que lo
intentes. Hasta te puede sorprender de lo que eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo
necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo;
te prometo que lo intentaré.
Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se
proponía porque era consciente de que había hecho todo lo posible por
lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e
imposibles metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que
contribuyen a lograr grandes fines.

Responder

1. ¿Qué le pasaba a Uga la tortuga? ¿Por qué se metían todos los


compañeros del bosque con ella?

2. ¿Hizo algo Uga para cambiar esta situación?

3. ¿Qué le dijo la trabajadora hormiguita?

4. ¿Cómo se sentía Uga al comenzar a esforzarse en todo lo que


hacía?

EL PAJARITO PEREZOSO, UN CUENTO SOBRE LA PEREZA PARA


LOS NIÑOS
Había una vez un pajarito simpático, pero muy, muy perezoso. Todos los
días, a la hora de levantarse, había que estar llamándole mil
veces hasta que por fin se levantaba; y cuando había que hacer alguna
tarea, lo retrasaba todo hasta que ya casi no quedaba tiempo para
hacerlo. Todos le advertían constantemente:
- ¡Eres un perezoso! No se puede estar siempre dejando todo para
última hora...
- Bah, pero si no pasa nada - respondía el pajarito - Sólo tardo un
poquito más que los demás en hacer las cosas.
Los pajarillos pasaron todo el verano volando y jugando, y
cuando comenzó el otoño y empezó a sentirse el frío, todos comenzaron
los preparativos para el gran viaje a un país más cálido. Pero nuestro
pajarito, siempre perezoso, lo iba dejando todo para más adelante,
seguro de que le daría tiempo a preparar el viaje. Hasta que un día,
cuando se levantó, ya no quedaba nadie.
Como todos los días, varios amigos habían tratado de despertarle, pero
él había respondido medio dormido que ya se levantaría más tarde, y
había seguido descansando durante mucho tiempo. Ese día tocaba
comenzar el gran viaje, y las normas eran claras y conocidas por todos:
todo debía estar preparado, porque eran miles de pájaros y no se podía
esperar a nadie. Entonces el pajarillo, que no sabría hacer sólo
aquel larguísimo viaje, comprendió que por ser tan perezoso le
tocaría pasar solo aquel largo y frío invierno.
Al principio estuvo llorando muchísimo rato, pero luego pensó que igual
que había hecho las cosas muy mal, también podría hacerlas muy bien,
y sin dejar tiempo a la pereza, se puso a preparar todo a conciencia para
poder aguantar solito el frío del invierno.
Primero buscó durante días el lugar más protegido del frío, y allí, entre
unas rocas, construyó su nuevo nido, que reforzó con ramas, piedras y
hojas; luego trabajó sin descanso para llenarlo de frutas y bayas,
de forma que no le faltase comida para aguantar todo el invierno, y
finalmente hasta creó una pequeña piscina dentro del nido para poder
almacenar agua. Y cuando vio que el nido estaba perfectamente
preparado, él mismo se entrenó para aguantar sin apenas comer ni
beber agua, para poder permanecer en su nido sin salir durante todo el
tiempo que durasen las nieves más severas.
Y aunque parezca increíble, todos aquellos preparativos
permitieron al pajarito sobrevivir al invierno. Eso sí, tuvo que sufrir
muchísimo y no dejó ni un día de arrepentirse por haber sido tan
perezoso.
Así que, cuando al llegar la primavera sus antiguos amigos regresaron
de su gran viaje, todos se alegraron sorprendidos de encontrar al
pajarito vivo, y les parecía mentira que aquel pajarito holgazán y
perezoso hubiera podido preparar aquel magnífico nido y resistir él
solito. Y cuando comprobaron que ya no quedaba ni un poquitín
de pereza en su pequeño cuerpo, y que se había convertido en el más
previsor y trabajador de la colonia, todos estuvieron de acuerdo en
encargarle la organización del gran viaje para el siguiente año.
Y todo estuvo tan bien hecho y tan bien preparado, que hasta tuvieron
tiempo para inventar un despertador especial, y ya nunca más ningún
pajarito, por muy perezoso que fuera, tuvo que volver a pasar solo el
invierno.

Preguntas para la comprensión de texto de los niños


1. ¿Por qué nuestro pajarito era perezoso? ¿Qué es la pereza?

2. ¿Qué decían los demás pájaros de él?

3. ¿Qué hicieron los demás pájaros cuando llegó el otoño?

4. ¿Por qué nuestro pajarito se quedó solo en el árbol?

5. ¿Qué hizo nuestro pajarito para enfrentar el invierno?

6. ¿Qué lección ha aprendido nuestro pajarito?


7. ¿Qué has aprendido con este cuento?

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