10 Fabulas Infantiles

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1.

Los tres ciegos y el elefante


Érase una vez tres ancianos muy amigos que, además
de tener en común su gran inteligencia y saber, eran
todos ellos ciegos.

Estando un día reunidos cerca del río y charlando sobre


sus saberes, de repente, escucharon un estruendo. Uno
de los tres ancianos gritó, preguntando ‘¿Quién anda
ahí?’

Por fortuna para ellos, quien venía no era más que un viajero acompañado por su mascota, un
pacífico pero enorme elefante.

'Perdonen si les asusté'. - dijo el viajero. 'Mi elefante y yo nos hemos acercado al río para beber'.

Los tres sabios, al oír que estaban cerca de un elefante, no pudieron contener su gran emoción,
preguntando uno de ellos ‘¿Un elefante? ¿he oído bien?’.

El viajero se fijó en que los tres eran ciegos y que, por lo tanto, no podían haberse percatado del
animal pese a su gran tamaño.

'Habíamos oído hablar de ellos, pero nunca habíamos tenido la ocasión de tener a un elefante tan
cerca de nosotros'. Dijo otro anciano. '¿Podemos tocarlo?'.

Viendo la curiosidad de los tres ancianos el viajero aceptó que acariciaran a su mascota.

Los tres ancianos se levantaron y tocaron al animal.

'¡Un elefante es como una enorme columna!' Dijo el primer anciano mientras acariciaba la pata del
cuadrúpedo.

'¿Qué dices, amigo mío? ¡Un elefante es como un abanico, que te refresca con una delicada brisa!'
Dijo el segundo, mientras palpaba las orejas.

'Los dos estáis equivocados'. dijo el tercero, tocando la trompa. 'Un elefante es como una anguila, o
una serpiente, largo y grueso'.

Mientras los tres ancianos comentaban lo que tocaban, el dueño del animal se quedaba pensando
cómo de curioso era que tres personas estuvieran tocando el mismo elefante y llegaran a
conclusiones tan diferentes.

Moraleja: las personas opinamos en función de lo que conocemos y experimentamos, por ello
podemos llegar a conclusiones tan diferentes. Se debe tratar tener una visión más holística de las
cosas. La verdad absoluta no existe.
2. Los dos perros del cazador
Un hombre vivía en el campo con sus dos perros.
Uno de ellos ayudaba al hombre cuando salía de
caza, mientras que el otro se encargaba de vigilar
la vivienda en su ausencia.

El perro cazador disfrutaba al ir de cacería, aunque


siempre volvía agotado. Su misión era detectar
presas. A veces lo conseguía y, otras, por
desgracia, no conseguía encontrar a ninguna.

Los días que no conseguía presa alguna se sentía muy decepcionado, pensando en el gran esfuerzo
invertido para nada, pero, cuando tenía suerte, se sentía realmente realizado.

Cuando volvían a casa, el perro guardián les venía a recibir de forma muy alegre, recibiendo de
forma efusiva a su dueño, lamiéndole la cara y moviendo la colita.

Estando en casa el amo y los dos perros, venía el momento de la cena. Si habían logrado cazar
algo, el dueño, quien era muy generoso, siempre les daba una pieza de la cacería a cada una de sus
mascotas.

Así pues, tanto el perro cazador como el guardián eran igualmente recompensados y, claro, el
primero no estaba de acuerdo con ello, dado que era él quien había trabajado para obtener la
comida para los dos.

Un día, harto, el perro cazador le dijo al perro guardián:

'¡Me ofende lo que está pasando! ¡Yo cada día de caza ayudando al amo para que, al volver, tú,
después de un día de no hacer nada, recibas tan ricamente un buen plato de lo que yo he
conseguido!'

Al oír esto, el perro guardián le contestó:

'Amigo, tienes toda la razón del mundo, pero, ¿qué quieres que haga? A mí me han adiestrado para
vigilar la casa. Si quieres quejarte, quéjate al amo, que a fin de cuentas es él quien reparte los bienes
indistintamente de nuestro trabajo'.

Pese al enfado del perro cazador ante la situación, lo cierto era que el perro guardián había dado en
el clavo. Si se quejaba, que fuera para con el amo, y así lo hizo. Le explicó a su dueño lo que
pensaba y, el hombre lo entendió.

Desde entonces, empezó a entrenar al perro guardián para ser un gran perdiguero y, luego, lo sacó
a entrenar junto con el otro perro para que se ganara la cena.

Moraleja: en la vida, no todo se regala. Hay que aprender a trabajar duro para recibir una buena
recompensa a cambio.
3. La zorra y las uvas
Estaba en el bosque una muy hambrienta y sedienta zorra. La
pobre llevaba horas buscando presas, sin tener suerte alguna.

Tras pasarse todo el día deambulando por el bosque logró ver


un racimo de suculentas uvas, las cuales colgaban de un alta
vid. La zorra, desesperada, quiso alcanzarlas. Saltaba y
saltaba, pero no lograba llegar hasta ellas. Tras muchos
intentos, la zorra se cansó.

'Bah, ya me da igual. Total, ¿para qué quiero comer esas uvas? ¡Seguro que están verdes y duras
como piedras! Que se las coma otro…'

Y tras convencerse de ello, se fue creyéndose muy digna por renunciar a la tan ansiada fruta.

Moraleja: si algo resulta inalcanzable o parece imposible, no se debe culpar a los demás o a las
circunstancias. Cada uno tiene sus capacidades y, también, limitaciones.

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4. Pedro y el lobo
Érase una vez un joven pastor ovejero, llamado
Pedro. Cada día sacaba a sus ovejas para que
pastaran por el campo.

Un día, aburrido, Pedro decidió gastarles una broma


a sus vecinos. Se subió a una colina y empezó a
gritar:

'¡Que viene el lobo! ¡que viene el lobo! ¡Socorro,


ayudadme, por favor!'

Ante los gritos del niño los aldeanos se asustaron y salieron corriendo para ayudarle, para después
ver cómo el joven se reía a carcajada suelta.

'¡Inocentes! ¡Mirad cómo os he engañado a todos!'

Los pueblerinos, muy enfadados, se dieron media vuelta y volvieron a sus casas.

Al día siguiente, Pedro, mientras volvía a sacar a sus ovejas, decidió hacer la misma broma:

'¡Socorro! ¡He visto al lobo! ¡Viene a por mis ovejas, ayudadme!'

Esta vez, los aldeanos volvieron a ir, confiando en que el chico ahora les decía la verdad, pero para
su sorpresa habían sido otra vez víctimas de un engaño.
'¡Cómo os he engañado de nuevo! Ja, ja, ja, ja'.

Las gentes, más enfadadas todavía, volvieron a sus casas.

El verano siguió pasando y Pedro seguía sacando a sus animales, aburrido como siempre, pero un
día pasó algo diferente: oyó un gruñido. De repente, divisó al lobo, que se acercaba hacia las ovejas
para tomarlas como aperitivo. Pedro gritó, siendo sincero:

'¡Ayuda! ¡El lobo ha venido! ¡Que viene el lobo, que viene el lobo! ¡Se comerá mis ovejas!'.

Los aldeanos oyeron al chico gritar, como siempre, pero esta vez no hicieron nada. Estaban
convencidos de que se trataba de otra mentira, de que les estaba tomando el pelo.

El lobo se comió a todas las ovejas sin que Pedro pudiera evitarlo, viendo cómo perdía a sus
animales además de comprender el grave error al haber engañado a todo el pueblo.

Moraleja: no se deben decir mentiras, porque el día que se diga una verdad es posible que nadie se
la crea.

5. La liebre y la tortuga
En el campo vivían una veloz liebre y una lenta tortuga. La liebre corría constantemente, mientras
que la tortuga se movía lenta a causa de su pesado caparazón.

La liebre se burlaba de la tortuga, jactándose de lo rápida que era mientras que su compañera
necesitaba gran esfuerzo para lograr dar apenas un paso.

Tras días de burlas, la tortuga se enfadó con la liebre y le propuso competir en una carrera, a la que
la liebre, con aire burlón, aceptó encantada. Al día siguiente, liebre y tortuga se juntaron para dar
inicio a la carrera.

Ambos animales se prepararon y, cuando se dio el pistoletazo de salida, empezaron a moverse. La


tortuga iba pasito a pasito, suave, suavecito, mientras que la liebre había salido disparada.

La liebre, al girar la cabeza, vio la gran ventaja que le llevaba al reptil, y decidió pararse a esperarla
mientras se burlaba de ella.

'Corre, tortuga, ¿qué emoción hay si vas tan


lenta? ¿Para qué competir si el resultado está
cantado? Ja, ja, ja, ja'.

La tortuga alcanzó a la liebre, pero esta volvió


a dar otro impulso para adelantarse. Cada vez
que a tortuga lograba alcanzar a la liebre, el
veloz animal volvía a darse impulso.
Moraleja: hay que ser humildes y entender que los objetivos se consiguen con paciencia y
dedicación. Nunca se debe menospreciar a la persona menos habilidosa, porque puede que sea la
más constante y empeñada en conseguir su meta.

6. La lechera
Vivía en una granja una joven chica con sus padres. Un día, la madre de la chica, que se encontraba
enferma, le encargó un recado.

'Hija mía' dijo la mujer. 'Me ha sobrado leche y se va a desperdiciar, como ya eres mayor ¿podrías ir
al mercado a venderla?'.

'Claro mamá' dijo la joven servicial.

Viendo lo obediente que era su hija, la mujer le dijo que todo el dinero que consiguiera con esa leche
sería para ella.

La niña, de camino al mercado, iba pensando en cómo podría invertir el


dinero que ganara con la leche que vendiera.

'Con el dinero compraré doce huevos, que haré que mis gallinas
incuben. Cuando nazcan y crezcan, venderé los pollos y compraré un
lechón', se decía a sí misma.

'Cuando haya crecido y sea un puerco enorme, lo cambiaré por una


ternera en el mercado, que crecerá y me dará leche, que cada día
venderé', seguía pensando en voz alta.

La joven estaba tan absorta en sus pensamientos que, para su mala


suerte, no vio la piedra que había en el camino y se tropezó, cayendo al
suelo. La leche se desparramó por todo el camino y borrando los sueños
de la pobre chica.

Moraleja: a veces, la ambición hace que no se piense en el presente ni


se vigile lo que sucede en el momento actual.

7. El cuervo y la jarra
Un cuervo negro estaba sediento en un caluroso día de verano, buscando algo que poder beber. El
campo estaba reseco y no había apenas una sombra en la que poder resguardarse. El ave tuvo que
alejarse del bosque y probar suerte en otros lugares. Volaba y volaba, sin tener demasiada suerte,
hasta que logró divisar un jarrón de barro.

'¡Qué suerte! Una jarra en medio de la hierba. Con un poco de suerte le quedará algo de agua'.

Bajó en picado, acercándose para ver el contenido de la jarra y pudo comprobar que efectivamente
tenía algo de agua en su interior.
Introdujo su pico por el cuello del objeto, pero el pobre cuervo se
llevó un chasco. Su pico era demasiado corto.

'Ojalá fuera una garza con su largo pico y no un cuervo…', se


dijo a sí mismo.

Muy nervioso empezó a dar vueltas alrededor de la jarra,


embistiéndola a ver si tenía suerte para conseguir beber, pero
chocando con la realidad: era un cuervo, no rompería el jarrón
como si tuviera la fuerza de un toro.

Metió la pata dentro del jarrón para ver si, al menos, tocaba el agua, pero ni siquiera eso lograba.

La angustia le corroía, pero en vez de perder la calma decidió pensar por un momento. Tras meditar,
se le encendió la bombilla.

Empezó a meter piedras en el interior de la jarra. Poquito a poquito, el agua iba subiendo, mientras
las piedras ocupaban la base del objeto. Y de esta manera, con tesón y empeño logró su tan ansiada
agua y calmó su sed.

Moraleja: ante un problema, lo mejor que se puede hacer es mantener la calma y pensar. De forma
serena se logrará hallar una solución.

8. El ratón de campo y el ratón de ciudad


Vivía en el campo un feliz ratón que tenía todo lo necesario para un roedor. En la naturaleza nunca
faltaban semillas, además de poder escalar por árboles, tomar el sol y, en su madriguera, disponer
de una despensa muy espaciosa.

Paseando un día se encontró con un ratón que, por su distinguido aire y vestimenta, era claro que
procedía de la ciudad. Ambos empezaron a conversar y se cayeron muy bien, tanto que el ratón de
campo invitó al de ciudad a su hogar.

El ratón de ciudad se sorprendió de lo simple y pobre que era la casa de su anfitrión, quien le ofreció
de comer frutos rojos y nueces.

'Te agradezco la hospitalidad', dijo el roedor urbanito. 'Pero me


sorprende lo feliz que eres con tan poco que posees. Me
gustaría invitarte un día a mi casa para que vieras lo que es
vivir cómodamente, con mayores bienes'.

A los pocos días, el ratón de campo se fue a visitar a su nuevo


amigo de la ciudad. El ratón de ciudad vivía en una madriguera
construida en una enorme casa humana, en donde no faltaba
de nada.

A la hora de comer, ambos ratones se acercaron a una mesa


en la que se habían colocado todos los alimentos que uno
pudiera desear: carnes, pescados, frutas y suculentas patatas.
Pero cuando ambos roedores se acercaron a la comida, apareció un gato que fue a por ellos. Los
ratones huyeron para lograr ponerse a salvo, con un miedo enorme en el cuerpo.

'Es el pan nuestro de cada día, esto del gato'. Tranquilo, luego te invitaré a una gran comilona', dijo el
ratón de ciudad.

Lo volvieron a intentar otra vez, pero en vez de aparecer el gato apareció la ama de llaves, con una
amenazante escoba que iba a ser usada para tratar de aplastarlos. Huyeron de nuevo.

Una vez vieron que la señora se había ido, volvieron a intentarlo una vez más, consiguiendo probar
bocado esta vez. Sus barrigas fueron satisfactoriamente llenadas.

'¡Jamás comí tan bien, amigo!', dijo el ratón de campo. 'Pero, aunque vives con todo lujo que uno
pudiera desear, tanto estrés y ansiedad… yo eso no lo podría aguantar. Prefiero mi vida sencilla y
tranquila, allí, en el campo'.

Se despidieron y el ratón de campo volvió a su rutina diaria, con la calma que la naturaleza le
ofrecía.

Moraleja: vale más ser feliz con poco que tenerlo todo y andar sufriendo.

9. El cascabel del gato


En una casa vivía un gato quien era muy querido por su familia humana. El gato no había tardado en
adueñarse de la casa y, divirtiéndose, perseguía a los ratones que la habitaban. Los roedores,
quienes ya no podían salir a buscar comida a causa del felino, cada vez se iban quedando más
escuálidos. Ante la situación, decidieron hacer algo.

Para conseguir mantener controlado al gato, decidieron colocarle un cascabel, así, cada vez que se
moviera, lo oirían y sabrían si estaba cerca.

La pregunta que siguió a esto fue... ¿quién se iba a encargar de la temerosa hazaña de colocarle el
cascabel al minino?

Un ratón dijo que él no podía ser, que tenía artrosis, otro, también cobarde, dijo que cojeaba, y otro
dijo que andaba escaso de vista.

Todos los ratones iban poniendo excusas


y nadie se decidía llevar a cabo el plan.
Comprendieron que la idea del cascabel
era buena, pero difícil de llevar a cabo.
Tristes, se fueron a dormir, tratando de
pensar en otra forma de deshacerse del
gato.
Moraleja: hablar y opinar es muy fácil, y también lo es dar consejos, pero, cuando se trata de ser el
ejemplo, eso ya es harina de otro costal.

10. Las dos culebras


Dos culebras vivían tranquilamente en las aguas estancadas de un pantano, con todo lo que
pudieran desear. Pero por desgracia, llegó un verano tan cálido que las aguas empezaron a secarse.
Aunque se habían quedado allí, cada día que pasaba veían cómo su hogar iba secándose cada vez
más y más, pero era el único lugar que conocían donde pudieran vivir.

Esperaron a que vinieran las lluvias, pero éstas no llegaban y, con gran pesar, tuvieron que
abandonar lo que antes había sido su apreciada charca.

Ambas culebras decidieron irse. Una de ellas dijo a la otra que fuera ella hacia el norte, que ella la
seguía, pero la otra, que era muy lista, le advirtió que, si hacían eso, yendo en fila india, los humanos
las detectarían y las cazarían. La serpiente más sabia le dijo a su amiga que tenían que ser más
inteligentes que los humanos, y le explicó cómo lo harían.

Le dijo a su amiga que se pusiera encima de su


lomo, pero al revés, mientras que ella misma le
ponía su cola dentro de su boca y, también, la cola
de su amiga dentro de su boca. Así, en vez de dos
culebras parecerían un ser extraño, paranormal.

Ambas hicieron esto y empezaron a reptar,


formando como una especie de ocho que se
desplazaba por la hierba. De camino se encontraron
con campesinos y viajeros que, al verlas, huyeron
despavoridos ante tan extraño ser.

Con el paso del tiempo, volvieron las lluvias y ambas culebras pudieron trasladarse a un nuevo lugar
húmedo en donde poder continuar con sus vidas.

Moraleja: ante un problema lo que se debe evaluar son las ventajas y desventajas de la situación.
Con tranquilidad y sabiduría es posible encontrar una solución.

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