MILLET 2020 Cisexismo y Salud
MILLET 2020 Cisexismo y Salud
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Cisexismo y Salud
quejan de lo mismo, que hacen el esfuerzo por dejar bien
en claro sus pronombres y que incluso así lxs tratan con
-e. De hecho, hay una canción de Julián Chacón que lo deja
bien claro. Se llama Belle y dice así:
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Mejor fijate qué genera tu idiotez.
Te hacés el piola y pareces un tarado.
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Nombrar el pronombre correcto de una persona trans*
es poner en tela de juicio los mandatos cisexistas y, como
cualquier movimiento que va en contra de un sistema de
opresión de tal magnitud, tiene un costo. Me animo a decir
que para muchas personas nombrar a una persona trans*
correctamente le significa incomodidad, lxs hace sentir
algo raro, les cuesta. Y claro, porque no es lo que nos in-
culcaron, porque no es lo que hemos aprendido, porque
significa deslegitimar un paradigma inmenso y poderoso.
Y pareciera que el uso de la -e funcionara como comodín
menos costoso. No sé si será porque es nuevo o porque ha
sido tomado tan para la chacota, pero pareciera hacer sen-
tir menos incomodidad y entonces es usado para hacer un
movimiento “progre” pero con menos costo. Como si de-
cirme “queride” les hiciera sentir mejor que si me dijeran
“querida”, sin reconocer que es igual de incorrecto, pero
que deja más tranquila la conciencia de quien habla. Me
pregunto si alguna vez le han dicho “queride” a una perso-
na cis y me pregunto también qué habrá pasado en caso de
que haya sucedido.
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este apartado tienen que ver con el uso de “lo trans”, o “lo
trava”, o “lo no binarie”, para dos fines específicos: identifi-
car a alguien y agrupar personas.
El primer uso está asociado a esa marca de la otredad que
hace fácil identificar a alguien sólo diciendo que es trans*,
travesti, no binarie, por ejemplo: “vino tu paciente trans”22
o “el chico trans que está en la guardia”. Queda claro que
no necesariamente es un uso malintencionado, que no lo
estamos diciendo despectivamente ni con mala onda pero
aún nuestras actitudes bienintencionadas pueden tener
trasfondos que debemos atender. Primero, me pregunto
qué pasa en ese efector de salud que es tan fácil identificar
a alguien sólo por ser trans*, ¿somos tan pocxs lxs trans*
que habitamos esos espacios que con solo destacar esa
cualidad ya sabemos de quién estamos hablando? Y se-
gundo, ¿no hay otras características que podríamos usar
para ser claros sobre la persona a la que nos referimos?
Me parece que a veces somos vagxs y en lugar de buscar
otras cualidades -cosa que hacemos constantemente cuan-
do se trata de personas cis-, nos es más fácil caer rápida e
inconscientemente en destacar “lo trans”, o “lo trava”, o “lo
no binarie”.
A esta altura parece medio obvio mencionar que no hace
falta referirse a alguien como “la trans”, pero por alguna
razón continúa siendo una práctica muy habitual. Ya sea en
el hospital, en la militancia, en espacios con amigxs, incluso
en los lugares más progres que habitamos pareciera que
una persona trans* no es más que trans* a la hora de hacer
referencia a ella.
22 Esta frase tiene mil y un errores pero me gusta por lo habitual que
es y lo mucho que pasa desapercibida: ¿Qué es un paciente?, ¿lxs “pacientes”
son de alguien?
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Pienso que en otra forma de sociedad podríamos mencio-
nar que una persona es trans* sin que eso sea un problema,
como destacamos lo alto o lo formal de alguien cuando no
sabemos cómo se llama. Pero en este momento histórico,
en este lugar del mundo en donde nos toca vivir, cada vez
que alguien dice “la trans” está colaborando con la mar-
ca de la otredad subalternizada, está respondiendo a un
mecanismo más aprendido que elegido, incluso aunque
tuviera las mejores intenciones. Porque pareciera que las
personas trans* no somos otra cosa que trans*; porque ser
y/o parecer trans* significa tener una vida menos valiosa
(cosa que no sucede con ser altx o formal). Y ahí no somos
solo nosotrxs lxs que hablamos, es el cisexismo que he-
mos internalizado el que no nos deja ver que las personas
trans* también somos cancherxs, petizxs, lindxs, aburridxs,
castañxs, narigonxs, entre otras cualidades que podríamos
elegir para describir, que de hecho elegimos cuando habla-
mos de personas cis.
El segundo uso que me resulta conflictivo es el de agrupar
personas trans* cuando el hecho de ser trans* no viene al
caso. Con esto no estoy diciendo que las personas trans*
no somos un colectivo ni que no se puede pensar en noso
trxs como un ‘grupo’, me refiero a aquellos momentos en
los que esa agrupación no tiene que ver con el hecho de
ser trans*. Una vez me pasó que estaba en un office de pro-
fesionales23 y entró unx trabajadorx diciendo “uff, hoy las
trans están re intensas”. El comentario pasó desapercibido
y esa persona empezó a contar lo que le había pasado con
distintas mujeres trans y travestis que estaban internadas
23 Así se les suele llamar a los espacios de trabajo que tenemos lxs
profesionales en los efectores de salud.
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en el hospital. Cada una de ellas tenía motivos re distintos
para estar teniendo un día difícil y no eran las únicas per-
sonas que necesitaban una atención especial en ese mo-
mento, pero para esx trabajadorx la asociación directa y
enunciable fue esa, que “las trans” estaban intensas. Y a las
demás personas que estaban en el office les pareció un co-
mentario que no hacía falta problematizar, nadie dijo nada,
pasó desapercibido.
A partir de ese ejemplo, comparto algunas preguntas:
¿Alguna vez hemos hecho lo mismo con personas cis: “hoy
las cis están re intensas”? ¿Qué pasaría si lo hiciéramos
con otra variable de la identidad? Imagino que si escuchá-
ramos a alguien decir “hoy las mujeres están re intensas”
nos parecería una práctica sexista, pero cuando lo hacemos
con personas trans* pareciera que no logramos identificar
que es un comentario injusto y cisexista.
En base a esto les propongo algunos movimientos. Por un
lado, tomarnos el trabajo de estar alertas a estos tropezo-
nes cisexistas y hacer el esfuerzo de dejar de usar el hecho
de que una persona es trans* para agruparla con otras. Por
otro lado, abandonar lo trans como marca o como único
factor descriptivo. Por ejemplo, en vez de decir “el chico
trans que está en la guardia” podríamos decir “el chico que
está en la guardia” o “el chico que llegó a la guardia por x
motivo”, lo mismo que diríamos si ese chico no fuera trans*.
La idea aquí no es que dejemos de nombrar lo trans de
las personas trans*, sino hacerlo cuando corresponde. Eso,
necesariamente debe venir acompañado de nombrar tam-
bién lo cis cuando corresponde. Porque es cierto que hay
ocasiones en las que sí es importante marcar que una per-
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sona es trans*, así como hay conversaciones en las que es
importante marcar que una persona es cis. Momentos en
los que viene al caso porque entendemos que esa varia-
ble hace a lo que estamos diciendo o pensando. Sin dudas,
ser trans* o ser cis modifica nuestra posición en el mun-
do, como ser pobre o ricx, ser gordx o flacx, ser blancx o
marronx, etc. Y es importante que tengamos en cuenta
esas posiciones cuando pensamos cómo acompañar a una
persona desde el equipo de salud, cuando presentamos un
‘caso’ en un ateneo, en una supervisión, cuando hacemos
un pase de guardia, cuando redactamos una derivación. Y
sumo un porotito más: en este caso es clave que así como
nos resulta muy familiar escuchar “Mariela, paciente trans
de 30 años”, nos acostumbremos también a decir “Alberto,
paciente cis de 14 años” porque si continuamos nombran-
do únicamente a las personas trans*, seguiremos soste-
niendo la marca de la otredad y lo cis se perpetuará como
lo natural, lo obvio y lo que no hace falta nombrar.
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las personas en la que, tanto unos como otras, contendrían
en sí mismos y de manera diferencial la posibilidad o im-
posibilidad de encontrarse. A esto cabe agregar que (en
los casos en los que se trata de servicios estatales) en este
vínculo se podrían ubicar de un lado las obligaciones del
Estado de garantizar el pleno acceso a los Derechos y del
otro a las personas que desean ejercer los mismos” (Millet,
2018, pág. 5).
A continuación, analizaré las relaciones de accesibilidad
entre la población trans* y los dispositivos de salud y en-
sayaré algunas preguntas para discutir la supuesta bilate-
ralidad de esta relación. En cambio, propondré una lectura
multilateral que tenga en cuenta el entrecruzamiento de
unas accesibilidades con otras.
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Podríamos decir que cuando las personas nos acercamos
al sistema de salud para iniciar un tratamiento o realizar
una primera consulta, lo hacemos afectadas de manera de
sigual por una multiplicidad de variables: geográficas, eco-
nómicas, administrativas y subjetivas. Así, la in/existencia
de servicios cerca de casa, el horario de atención, los requi-
sitos institucionales, la falta de turnos, el costo en caso de
que sea privado y la cobertura o no de nuestra obra social,
son algunas de las razones por las cuales seleccionamos o
descartamos los lugares en los que nos atendemos. A su
vez, cuando se es una persona trans*, habrá que contem-
plar una variable extra: cómo han sido tratadas otras per-
sonas trans* que ya se atendieron ahí. Variable extra que
podríamos leer como contracara del privilegio cis de nunca
tener que contemplarla. El siguiente ejemplo demuestra lo
ridículo que suena un diálogo del estilo:
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tuciones de Salud, la búsqueda de profesionales que atien-
dan sin ejercer violencias (ya sean explícitas o encubiertas)
suele suponer un sinfín de pruebas y errores que acaban
por convertirse en un amplio anecdotario de malas expe-
riencias. Con el tiempo este acervo de incomodidades pue-
de anular la búsqueda de atención incluso antes de em-
pezarla (Berkins y Fernández, 2005; Pecheny, 2014). Es por
esto que las personas LGBTNB+ nos hemos vuelto expertas
en compartir entre nosotrxs esas experiencias para dismi-
nuir el riesgo al maltrato.
Nada de esto es nuevo, ni la expulsión sistemática ni la
respuesta colectiva. Esta forma de circulación de la infor-
mación es muy significativa para el acceso inicial de per-
sonas LGBTNB+ a la salud hace años. De hecho, una de las
usuarias entrevistadas para “Procesos necesarios de des-
cisexualización de la Salud Mental”, hizo referencia a ese
circuito en su formato europeo de la década del 80:
una producción, tiene un carácter móvil” (2002, pág. 18). En este sentido, la
expulsión de las personas trans* se debe a una producción cisexista.
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Por mi parte, desde que empecé a interesarme por la polí-
tica y la militancia lésbicas recuerdo la necesidad de recur-
seros o cartillas de profesionales como puntos fundamen-
tales en el acceso a la salud. Las tortas me enseñaron que
era entre nosotras que nos recomendábamos o alertába-
mos por tal o cual profesional y que debíamos priorizar ese
trabajo colectivo haciendo recurseros que sistematizaran
la información. Recuerdo por lo menos tres talleres de Ac-
tivismo Lésbico en los Encuentros Nacionales de Mujeres
de 2010 a esta parte donde se trabajó con énfasis la necesi-
dad de armar sistematizaciones federales que contempla-
ran las particularidades de cada territorio. Fruto de esas
experiencias, aún existe un grupo de Facebook y algunos
archivos de drive que suelen reactivarse año a año luego
de cada encuentro.
Lo que sí podríamos decir que son nuevas, son las redes
sociales y su masificación. A partir de Facebook se volvió
mucho más fácil encontrarnos, agruparnos y compartir-
nos experiencias. La multiplicidad de recomendaciones y
denuncias virtuales produjo circuitos similares a los que
ya existían de manera oral pero con caudales muchísimo
mayores. Así, los grupos de Facebook se convirtieron en
espacios cruciales en la circulación de la información. El
problema es que los grupos de Facebook no están diseña-
dos especialmente para eso, entonces su dinámica termina
haciendo que los posteos se pierdan en el tiempo y las re-
ferencias “viejas” se vuelvan inaccesibles.
Ante esto, las respuestas colectivas continúan siendo de
lo más variadas. En el año 2018, en el marco de un Encuen-
tro de Trans Masculinidades en la Ciudad de Buenos Aires,
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se realizó “una experiencia de mapeo colectivo en la cual
se trabajó a través de la lente del cisexismo” (Fernández
Romero, 2019, pág. 23) el acceso a la salud de las personas
trans* de distintas partes del país (Ciudad de Buenos Ai-
res, Gran Buenos Aires, Córdoba y La Plata). En palabras de
Francisco Fernández: “En parte la intención era compartir
información sobre los servicios existentes y los modos de
acceder a ellos, ya que esa información no se difunde de
manera amplia ni precisa, sino que generalmente se trans-
mite intra-comunitariamente de manera oral o por redes
sociales; y en parte, se buscaba debatir y caracterizar co-
lectivamente los servicios existentes y los obstáculos en el
acceso” (2019, pág. 26).
Otra experiencia que me interesa rescatar es el recursero.
info (se puede encontrar así en la web), un recursero digital
que se encuentra disponible actualmente con información
de servicios de distintas partes del país. Quienes motori-
zan el proyecto sostienen que “la información circula mu-
chas veces de manera precaria, a través de plataformas
sociales que no están destinadas para ello”31 y comentan
que fue a partir de esa necesidad que un grupo de activis-
tas se propuso la tarea de relevar y gestionar esa informa-
ción fragmentada. “El Recursero nace en Argentina ante la
necesidad del colectivo trans* de acceder a y monitorear
entre pares el sistema de salud trans-específico, corrobo-
rar la accesibilidad de los servicios de salud en general,
compartir información sobre trámites y experiencias entre
compañeres. Este monitoreo entre pares es la organización
que nos damos ante el reconocimiento de la instrumentali-
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zación parcial de la Ley de Identidad de Género N° 26.743 y,
en algunos casos, a las reiteradas faltas en su cumplimien-
to”32. Me interesa especialmente el hincapié que hacen en
el hecho de que este monitoreo sea “entre pares”, idea que
refuerza el hecho de que suele ser la misma comunidad
la que identifica la necesidad y gestiona sus propias for-
mas de resolverla. En este sentido, comentan que más allá
de que han juntado en “una hackatona a activistas trans*,
transhacktivistas, hacktivistas y desarrolladorxs queer, cis,
trans, travestis, nb, héteros, tortas y bi, en un diálogo al me-
nos atípico entre estas comunidades, (...) el grupo está ma-
yoritariamente conformado por compañeres trans* y nb”33.
A su vez, me interesa resaltar que desarrollar este recur-
sero “desde la comunidad de usuaries, como software libre,
con criterios sustentables, ecológicos, transfeministas, se-
guros y livianos, que permitan ser utilizados desde dispo-
sitivos con bajos recursos, innovadoramente”34, acompaña-
do de la idea de “concebir y nutrir su funcionamiento como
mecanismo de sousveillance35 y ampliación de ciudadanía,
garantizando el acceso a la información y la autonomía de
gobiernos, partidos o agrupaciones políticas”36, son cues-
tiones que hablan mucho más de una clara convicción por
32 recursero.info
33 recursero.info
34 recursero.info
35 La palabra ‘surveillance’ significa vigilancia. En francés ‘sur’ signi-
fica sobre o encima y ‘sous’ significa abajo o por debajo. Entonces ‘sousvei-
llance’ vendría a ser una vigilancia desde abajo, con el agregado de que es
ejercida por una persona que se encuentra inmersa en la situación que se
quiere “vigilar” o registrar. En este caso, el “mecanismo de sousveillance” que
propone el recursero se liga al monitoreo de los servicios de salud desde lxs
propixs usuarixs y trabajadorxs de esos servicios.
36 recursero.info
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producir escenarios más justos y autónomos que de una
mera respuesta a una necesidad inicial.
Todas las herramientas colectivas relatadas anteriormen-
te fueron realizadas por miembros de la misma comunidad
a la que están dirigidas. No quedan dudas de que es fun-
damental el hecho de que el mapeo colectivo y el recur-
sero fueran motorizados por personas trans* y nb. Porque
es esto mismo lo que les otorga legitimidad y garantiza su
utilidad.
A partir de todo esto podríamos pensar que lo que hace
que un dispositivo de salud sea accesible (en términos de
acceso inicial) es que hayan tratado bien a otra persona
trans* antes que a mí. Tan bien que esa persona trans* halló
que valía la pena dedicar tiempo a analizar esa experiencia,
valorarla y compartirla.
De este modo se evidencia que es la práctica concreta de
atención y buen trato la que tiene real impacto en la acce-
sibilidad (más allá de la autoproclamación institucional de
“espacio amigable”37) ya que el primer encuentro entre lxs
usuarixs y el dispositivo suele ser estimulado por recomen-
dación de otrx usuarix que previamente ya ha sido alojadx
por la institución.
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