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El psicoanálisis y el arte
por Juan Mayol
Ya hemos hecho en el video anterior una primera aproximación a algunas
particularidades que presenta el psicoanálisis para concebir la constitución subjetiva del cachorro humano. Específicamente hemos planteado el concepto de pulsión como resultado de la irrupción traumática del signo en la existencia humana. Ahora vamos a avanzar sobre otros conceptos fundamentales como el de inconsciente y sexualidad. Es conocido el concepto de inconsciente como fundante en esta perspectiva, sobre todo porque hasta el momento que aparece el Psicoanálisis, el sentido común y la psicología presumiblemente científica (como la psicología de la conciencia de Wundt acorde al iluminismo en Europa) suponían que la conciencia del sujeto dominaba las acciones, era la libertad que la cultura había ganado en la modernidad al deshacerse de las cadenas de la Iglesia, de un supuesto Dios que gobernaba nuestros destinos. Eso supone un paso fundamental para la psicología de la época, la idea naciente a comienzos del siglo pasado de que estábamos determinados por instancias inconscientes cuyo contenido no conocemos y cuyo poder sobre nuestras inclinaciones, deseos y acciones reside de modo artero en un plano subyacente, oculto, ingobernable. Esta idea amerita obligadamente preguntar: ¿Cuáles son los contenidos que anidan en ese estrato inconsciente y de dónde vienen? Y aquí la originalidad de Freud: Lo que hay son mociones de deseo infantiles, reprimidas, sexuales, perversas, polimorfas e inconscientes. Iremos por partes: Lo que plantea el autor es que la sexualidad no aparece en la adolescencia como se creía, generado por el desarrollo hormonal, sino que el cachorro humano es sexual desde el primer momento, entendiendo por sexual algo un poco más amplio que el sentido común, lo sexual está definido como una actividad cualquiera en cualquier momento de la vida cuyo producto es la producción de placer. Todo lo demás queda librado a gusto del consumidor. Con quien/es, con qué sexos, con que partes del cuerpo, con fines reproductivos o no, a través de objetos, sólo mostrando, sólo mirando, solo tocando, con orgasmo o no, etc. Esto supone para toda sexualidad un margen de perversión, tal cual la define Freud (con sus vacilaciones), actividades que no tienen por objeto natural la reproducción con un individuo del sexo opuesto, en un encuentro genital que además (no en todos los casos) produciría placer. Para este autor hay todo esto desde el principio, porque como hemos visto en el video anterior, el encuentro fortuito de las necesidades biológicas con los satisfactores (dentro de un mundo ya no natural), es azaroso, contingente a las experiencias puntuales en donde nuestras necesidades fueron satisfechas por lo que se le ha ofrecido, y por lo tanto ha quedado soldado este instinto biológico con la contingencia de la experiencia cultural y simbólica, como una pulsión humana. Este Jano de dos caras que hemos descripto en el video anterior. El problema estará entonces en la constitución subjetiva humana, en ese particular “capitoné”, esta puntada que pone en contacto dos planos totalmente independientes en esta teoría, el espíritu y la carne, pero que se conectan en determinados puntos que son cruciales, estructurando el aparato psíquico descripto por Freud, con sus instancias conscientes e inconscientes. Vamos a un ejemplo didáctico. El amamantamiento sería un acto sexual, igual que el baño del bebé, todas estas actividades que suponen placer o por lo menos sensaciones implican sexualidad para Freud, y en la especial forma en que esto se da es que aparece la constitución subjetiva de lo humano, una constitución que tiene a la sexualidad y su satisfacción como núcleo explicativo de todo. Esta historia erótica infantil es la que quedaría reprimida, por ser inconciliable con la moral victoriana de la época, como lo plantea Freud, por perversa e inaceptable. Esto es lo que estructura toda la neurosis, estado esperable de lo humano, y determina las aspiraciones y deseos a través de las mociones pulsionales que empujan para tal o cual destino. Y ahora nos metemos con el arte, porque uno de esos destinos de la pulsión es la sublimación. Este es un proceso que ocurre como alternativa a la satisfacción directa o represión de una pulsión. Este proceso tiene por fin, según Freud, reconducir las pulsiones hacia destinos más elevados y relevantes para la sociedad y la cultura, y no sólo para el sujeto, por ejemplo la Ciencia y el Arte. Respecto de este punto el autor tiene sus idas y vueltas durante su extensa obra. Al principio, como en el “creador literario y el fantaseo” (varía el título según la traducción) está pensando que este proceso ocurre cuando hay energía libidinal (sexual) reprimida, que puja por salir y encuentra en la actividad artística su mejor plasmación. En ese momento plantea que el artista, el creador, seduce al receptor de la obra por el placer que genera la forma estética que le ofrece, pero que en el contenido de la misma el artista plasma su fantasía inconsciente de deseo, aquello que la causa sexualmente, mientras la disfraza por el encanto formal de la obra plasmada. Más adelante en su obra, en cambio, vuelve de cierto modo sobre sus pasos, en la medida que el arte, lo más sublime desde su punto de vista, le queda del lado de la represión y de la patología. Porque Freud supone que la represión de fantasías y deseos (siempre sexuales) es la causa dinámica de la neurosis. Para que la sublimación no sea un rodeo más en la formación del síntoma, es que plantea que en realidad, antes de la reconducción de la libido o energía sexual en la actividad científica o artística, hay una “difuminación” de la pulsión sexual en sus componentes elementales. Para el autor, la pulsión sexual desarrollada está compuesta por las diferentes pulsiones parciales que en la infancia pugnan anárquicamente por procurarse placer: el tocar, mirar, agarrar, retener, mostrar, etc. De allí la idea de sexualidad polimorfa. Esas pulsiones parciales que buscan su satisfacción - aisladamente al principio - luego se unifican según él, bajo la égida de la pulsión sexual que encolumna todas estas fuerzas dispares hacia la meta final: la satisfacción a partir de las propias zonas erógenas en contacto (en algunos casos) con los genitales (o no) del sexo opuesto (o no) con el fin no necesariamente reproductivo. Son estas pulsiones parciales (aisladas) infantiles, inconscientes, reprimidas y perversas las que (luego del proceso de desagregación) son utilizadas en la producción artística. Consigue el autor así separar la sublimación, el proceso más elevado o sofisticado, de las características usuales de la miseria cotidiana de los neuróticos. Nos metemos ahora con el arte desde esta perspectiva. Freud escribió varios trabajos acerca del arte desde aspectos diferentes a lo largo de su obra. Lo dicho hasta aquí relaciona el arte con la cuestión de la constitución subjetiva de la persona, que consigue subjetivarse y ser dentro de una sociedad y una cultura en la cual, para pertenecer y gozar de sus seguridades, uno debe resignar deseos y aspiraciones personales, entre ellas las libidinales o sexuales. Esto es la represión. En este sentido la sublimación supone una “negociación” entre las reglas de interacción social y cultural (como la regla del incesto) que nos encorsetan, y la satisfacción más narcisista de nuestro yo, de la posibilidad de un goce personal (no tan reglado socialmente) con el mundo. Pero también escribió tratados o ensayos notables, no sólo “Moisés y la religión monoteísta”, que le valió el premio Goethe de literatura, que es el mayor galardón para un escritor en lengua germana. Entre ellos se cuenta un extensísimo tratado acerca de Leonardo Da Vinci, en el cual Freud intenta inferir las pasiones, ideas y tendencias de Leonardo a través de diferentes materiales, sobre todo notas cotidianas, aparentemente sin importancia. Notas contables minuciosas de lo que pagaba a las personas, el avance de tal o cual obra, recordatorios acerca de sus temas, etc. Más allá de lo válido de las inferencias que Freud hace acerca de la subjetividad de Leonardo a partir de este material, lo importante desde mi punto de vista es el método de extracción de información a partir de vestigios desconectados y aparentemente sin importancia. Este método abductivo fue utilizado por Freud con sus pacientes, en los que infería la estructura subyacente a partir de pequeños indicios, síntomas insólitos o aparentemente sin conexión con su padecer oculto. Este método, que hace que para algunos pertenezca al “paradigma indicial”, junto con Arthur Conan Doyle (creador de Sherlock Holmes) y Morelli, el gran pintor que inventó un método para descubrir cuadros falsos a partir de los errores pero sólo de los errores en los detalles nimios del cuadro. Con este mismo método Freud hace un análisis agudísimo de la obra escultórica “el Moisés” de Miguel Ángel. En este caso el resultado es valiosísimo, en la medida que descubre aspectos ocultos jamás dichos en la historia del arte respecto a este clásico de la escultura, revelando la actitud de Miguel Ángel y sus supuestas intenciones. Iremos cerrando la comunicación de hoy atendiendo al título que encabeza el video. Lo traumático del encuentro entre lo biológico y el signo (o el lenguaje) de la cultura humana, está dado teóricamente por la distancia y la diferencia sustancial que se plantea entre el mundo natural y el “universo simbólico” como dos instancias irreconciliables. Lo traumático es la imposibilidad del sujeto de reducir o codificar la natural en términos simbólicos, a través de signos. Centralmente la sexualidad, la muerte, la procreación, como reales que se resisten obviamente a una reducción sin resto de ese real, de eso biológico a la existencia simbólica. Ese resto que queda no simbolizado es para Freud el motor, el impulso del deseo humano: la insatisfacción generada por aquella parte biológica no satisfecha, perdido ya para siempre el goce animal (la descarga completa sin resto alguno), al haber sido subvertido por la entrada al mundo simbólico humano. Y en el arte lo mismo, hay algo de eso que quiere abordarse, comunicarse, superarse (según quien lo vea) que no puede vehiculizarse convenientemente en la plasmación artística, que queda para esta teoría como resto no significado y por lo tanto perturbador, siniestro, que intenta aludir a aquello, en su discurso propio, visual, corporal, sonoro, etc. Pero igualmente para Freud el arte se nos ofrece como un camino posible de acercamiento entre esos mundos inconciliables, y en cierto modo como morigeración de lo traumático de esta distancia incomprensible, del efecto cortante y devastador de lo natural por parte del lenguaje. En este sentido el arte se postula como un camino posible para recuperar esa Arcadia, ese mundo perdido y bucólico que jamás volverá.