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Cuento: La cajita vacía
Abelardo Díaz Alfaro
Yo fui un niño pobre. Y un niño pobre comprende con los ojos en
temblor de lágrimas primerizas que existe la desigualdad en algunas parte del mundo. Yo recuerdo un incidente de mi niñez remota allá en la Cuchilla. El cuatro y el tiple del viejo Simón habían encendido mi alma con la emoción más pura y jubilosa de la reyada. Miraba por encima de los cerros de la Cuchilla y contemplaba el reresplendor de las nubes, que simulaban gibosos camellos, albos dro- dromedarios que descendían con sus cargas maravillosas de vistosos jujuguetes y golosinas de dulzores inefables. En esos días en mi casa había u un silencio profundo. No sé qué vaga tristeza invadía el infinito, el batey, lasoleras añosas de la casona del pay Teyo. Algo intuía mi perplejidad de niño jjí jíbaro. No lo veía decidor, festivo, con la humorada a flor de labios diurdiéndose con el humo en rizos plata del tabaco oloroso de fina "capa" criolla. Los niños tienen poder adivinador, se le re rebela con toda claridad lo que es alegría o tristeza, hora feliz o momento a aciago. Yo sabía que aunque el tabaco se había vendido mal, aunque una tomenta pl platanera con su viento pertinaz había doblegado las airosas matas de qu plátano que eran la esperanza del pay Teyo, los Reyes serían buenos y c prolijo conmigo. Y con ese hálito de fe que ilumina el candor de todo niño qu esperaba que los Reyes que llevaron incienso, mirra al Niño, me concediese en un velocípedo de ruedas anchas, de manubrios torcidos, de timbre vibrante y c cascabelero. Recuerdo con la emoción que escribí aquella carta: "Mis queridos reyecitos buenos, yo sé que ustedes están pobres este año. Ya me lo dijo pay Teyo, pero como son tan nobles y generosos, espero que me pon pongan un velocípedo como el que tiene Julito Rosas, el hijo del dueño de la la central. . • " La carta la escribí a la luz temblona de un jacho de tabonuco. la guardaba o e en el cielo raso, para que no llegase a las manos de pay Teyo, y la may Sica, a la cual había visto como turbada ocultándome algo. La casa de pay Teyo siempre era la primera, corno se llenaba de música en estos días. La primera parranda partía desde el batey morado, palpitante de generosidad como un corazón rebosante y pletórico de cariño. Pero este año era distinto. Cuando le narro esto, revivo aquellos días amargos que dejaron su huella indeleble en mi alma. Huellas sangrantes como las de los perros heridos en la maleza por la pedrada artera. Era el día cinco. La emoción estallaba en mi alma como las vainas de la flor de «gallito". Me adentré en el malojillal fragante del río. Allí había pasto nuevo, fresco, nunca mancillado por las reses, porque se remecía en el talud, a pique del Charco Azul. De vez en cuando encontraba una fresa roja como un rubí, como imaginaba brillaría la estrella en los cielos de aquel país distante que nombraban Palestina. Mientras la paladeaba, soñaba. Me olvidaba del silencio del hogar, del olvido del cuatro y del tiple, y oraba al Dios de los altos predios porque pasara "aquella mala racha" que entristecía a mi incomparable pay Teyo, y la bien curtida may Sica. La cajita estaba rebosante de yerba fresca, húmeda, jugosa. Los camellos se regustarían con aquel fragante manjar. Los Reyes buenos al ver el júbilo de los camellos serían propicios a mi demanda de niño pobre. Descendí del riscal al atardecer. Lo recuerdo bien. El río iba cantando un dulce aguinaldo de pastores y reyes de fantasía que se allegaban a un humilde portal, como el mío, como el del pay Teyo. Púrpura de reyes magos había en el celaje de la tarde encendida en lampos de eternidad. De los cielos descendía un polvillo tenue de gazpacho" sideral. Un caminito parecido al que transitarían los Reyes buenos para llegar a mi casa. La cajita pletórica de herbazales frescos, tiernos, perlados de relente, era un gajo de esperanza en mis manos temblorosas de niño conmovido, trémulo, ante el parpadear de las primeras estrellas. Llegué esquivo a la vieja casona. En la piedra negra del batey contemplé la figura agrandada de pay Teyo contra el horizonte en luces sangrientas de crepúsculos. Latía en temblor de estrellas la ceniza ardiente del tabaco mordido tenazmente en inexplicable desasosiego. Me miró compasivo y tierno: "Mi'jo, los Reyes están pobres este año. Pero algo te dejarán."Y me abrazó efusivamente. No sé, pero me pareció sentir el frío de una lágrima humedecer sus duras y rugosas mejillas. May Sica, en la noche, se movía inquieta en el aposento. Sombra amable de mi madre jíbara, que se tornaba rugosa como la tierra. Después que me hizo rezar, me besó en la frente. Y repitió como en rosario: "Mi'jo, el Niño Jesús también fue pobre. Los Reyes a veces nos dan lelsiones de humildad." Se alejó en puntillas. Sus pasos gimieron en los tabiques y el sonido se fundió en la noche con el ladrido de un perro desvelado. Por la ventana abierta, contemplé miles de estrellas. Unas azules, unas de oro, unas rojas como las fresas, otras apagadas como los ojillos dormidos de los camellos abúlicos. Apenas podía conciliar el sueño. Veía ya los Reyes transitar por la Vía Láctea. Sí, el maestro Peyo Mercé me había enseñado el nombre de ese caminito en florecita de tigüero que abría en esplendor la cobija azul de los cielos. Me dormí con el trémolo de los gallos, con el runrunear del hilo de la quebrada entre las lajas azules, con el vaivén de la hamaca de Pay Teyo en inusitado desvelo. Me dormí soñando con mi velocípedo de timbre plateado, de manubrios torcidos, de ruedas anchas, de sillín de muelles blandos.
Entreabrí los ojos al claror de la mañana. No me atrevía mirar debajo de la
cama. Pero asomé la cabecita desgreñada. Una sensación de angustia inexplicable me invadió el alma como un chorro frío de desilusiones. En la cajita de fresca yerba, sólo había una roja bola de goma, y unas arrugadas pasas de las que vendía el Gallego, Don Boni, en la tiendita de Certenejas. Disimulé como pude mi desengaño. De espaldas a la puerta estaba el pay Teyo, los brazos secos atenazando los recios marcos de ausubo de la ventana. Me miró tiernamente y adiviné en sus ojos de ave de alturas, límpidos y claros, una lágrima. . , de las pocas que le ví derramar en su vida de hombre templado en la borrasca. Me puse a jugar con la bolita fingiendo una alegría de que no era dueño. Comprendí entonces tantas cosas. Cosas que todavía me hieren el corazón con punzadas de morivivíes perennes. La Sica en la cocina se quejaba de que el humo de la leña le nublaba los ojos. Con voz temblorosa de guaba remecida por el viento del abra me dijo: "Mi'jo, anoche vinieron los Reyes pobres a nuestra casa. Pídele con fe para que el año que viene sean más ricos . . . Y nunca recuerdo apreciara más un regalo en mi vida. Unos reyes pobres me habían dado todo lo que tenían. Y como arrancando fuerzas de flaqueza, le dije a may Sica alborozado: «Ésa era la bolita que me hacía falta." May Sica me miró con una mirada llena de dulzura como la de la Virgen María en la repisa del aposento: ---"En verdad, mi'jo, que anoche los Reyes te hicieron el mejor regalo, El regalo del Niño Jesús a los hombres. El de la humildad"' Y sentí que floreció en mi pecho una rosa roja, una rosa sangrentada y luminosa como las fresas, como la estrella que a unos pastores rústicos y unos reyes buenos hasta un pesebre igno rado. iAquél fue mi mejor regalo de Reyes!