Antología (Poesía Trovadoresca)

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I.

Canción (fragmentos)

I. Ahora que mi corazón está en calma de nuevo por la


alegría que gozo, y ya que Amors quiere separar y escoger
y yo espero que me toque buena suerte; debo afinar mis
canciones de modo que no sea acusable; hasta por poca
cosa un hombre puede quedar desmentido.

I. Aquel a quien Amors distingue es feliz, cortés y sabio,


y aquel a quien Amors rechaza quedará sujeto a la fuerza
destructiva, porque cuando se rechaza al fin’ Amors, él
rechaza a su vez y enajena a quien mancha su nombre.

II. Así son los falsos jueces, y los ladrones, los esposos falsos y
los falsos testigos, los embozados y los que calumnian, los que
venden su lengua, los saltaconventos y las putas ardientes que toman
a los maridos de otras: todos estos serán premiados con el infierno.

III. Los asesinos y los traidores, los simoniacos y los charlatanes


también, los disolutos, los usureros, los que viven de trabajos que
dañan a otros; los que se entregan a los encantamientos y las
hechiceras de mierda, todos serán pasto de las llamas.

IV. Los borrachos y los extorsionadores, los abates falsos y los


falsos presbíteros, las falsas monjas, los falsos monjes también
tendrán ahí su tormento, se los dice Marcabrú, porque esa gente tiene
ahí habitación reservada; así lo promete fin’ Amors, y ahí será el
llanto de los desesperados.

V. Ay fin’ Amors, fuente de todo bien que iluminas al mundo, ten


misericordia y defiéndeme desde ahora de los aullidos y el miedo de
estar ahí; yo soy tu prisionero en todas partes y espero que seas mi
guía.

VI. Mediante estos versos domeñaré a mi corazón, voy a


reprenderme más que al resto: porque si uno quiere culpar a otros
mejor que se guarde de no ser culpable de lo mismo que acusa y
pueda advertir a los demás sólo si está seguro.
Marcabrú (provenzal; siglo XII). En: Peter Dronke, La lírica en la
Edad Media (trad. Josep M. Pujol; Seix Barral, 1978).

II. De amor, que me ha robado (fragmentos)

De Amor, que me ha robado, lo sé, y que no me quiere retener, me


quejo, aunque le permitiré tratarme conforme a su placer, si bien soy
capaz de precaver el lamentarme, y diré por qué: a quienes le fallan
observé frecuentemente alegres volver, y yo fallo, por mi buena fe.

Si alza Amor su ley, que yo ensalcé, y a sus enemigos quiere


vencer, lógico es, y así lo creeré, que a los suyos no deje caer; yo,
que no puedo retroceder frente a aquella a la que me até, mi corazón,
que es suyo, le enviaré, y aunque de nada le pueda valer, lo que le
debo le devolveré.

Señora, vuestro vasallo soy, decidme, con gusto ¿me aprobaréis?


No sé, pues conociéndoos voy, si os molesta: esclavo me tenéis. Y
puesto que ya no me queréis, a pesar de todo, vuestro soy; si de
alguno debéis tener hoy piedad, bueno es que me soportéis, que a
servirle a otra presto no estoy.

Si tu dama te ha de rechazar no por eso de ella partirás; a su


servicio deberás estar siempre, en lo que haces y lo que harás. La
abundancia, advierte, no amarás, la carencia no te va a pesar.
Dulce es si te sabes distanciar; mientras la hayas deseado más,
será más dulce para probar.
Chrétien de Troyes (.1160 -1190.)

III. Muerto de deseo

¿Cómo es que el deseo no me funde?


¡Ay de mí!, yo que pensaba saber de amores, sé tan poca cosa,
porque de amar no me puedo abstener a la que sin piedad es tan
hermosa. Me robó el corazón, me robó a mí, a ella se robó, y robó a
todo el mundo, nada me deja al privarme de sí, sólo ansiedad en el
pecho infecundo.

En eso se muestra bien mujer mi dama, lástima, tan veleidosa: no


quiere lo que se ha de querer, y hace lo que no debe, afanosa. En
desgracia, como el loco, caí cuando cruzaba el puente, en lo
profundo, y no sé lo que ocurre, o tal vez sí: piqué demasiado alto en
este mundo.

Si con ella no me van a valer ni ruegos ni favores, desdeñosa,


puesto que ya no le causa placer que le diga mi palabra amorosa, voy
a alejarme; desistí, me mató: hálito de muerte infundo.
(Bernart de Ventadorn, 1147-1170)

IV. Trinos, silbidos

Trinos, silbidos oigo y gorjeos de aves que en su latín hacen su


ruego a su pareja; igual tú y yo halagamos a amigas con las que nos
entendemos; con la más bella me he de entrevistar, y una canción
haré, alta como un destello, que no tenga palabra falsa ni rima vil.

Ni estoy perdido, ni doy rodeos cuando al interior del castillo


llego de mi señora, a la que codiciamos con hambre más allá de todo
extremo; por su belleza, que no tiene par, mil veces al día levanto el
cuello: mejor pobre placer que dolor de marfil.

Bien recibido seré, preveo, porque al hablar no he sido lego:


preferí el oro al cobre; nos besamos y con su manto azul nos
envolvemos a fin de las miradas evitar de esa calaña de culebras sin
resuello, habladores de lengua viperina y hostil.

Dios mío, deje, si quiere, que ella y yo yazcamos allí en el


aposento que indiquemos; cita feliz, y cuando sin dejar de besar y
reír muestre su cuerpo bello, yo pueda contemplarlo a la luz del
candil.
(Arnaut Daniel, 1180-1195)

V. El firme deseo que en el pecho me entra

Cada vez que me acuerdo de la alcoba donde, para mi mal, sé que


nadie entra pero todos vigilan, primo o tío, me tiembla todo el
cuerpo, incluso la uña, igualito que un niño ante la vara: temo suyo
no ser, con toda el alma.

¡Con el cuerpo será, no con el alma si consintiera que entre yo en


su alcoba! Más me lastima que un golpe de vara, que allí donde ella
está, su siervo no entra. Con ella seré siempre carne, y no voy a
escuchar a amigo o tío.

Tan cerca como está el dedo de la uña, si acepta, estar quisiera de


su alcoba; hará de mí el Amor, que en el ser me entra, mejor que el
fortachón de débil vara.

Así mi corazón se une a ella, cual la corteza hace en la vara; me es


torre de placer, palacio, alcoba, y no amo más a hermano, primo o
tío: tendrá en el cielo doble gozo mi alma si hay alguien que por bien
amar ahí entra.

Arnaut envía esta canción con el permiso del alma de su vara, a


aquellos que con su virtud en la alcoba penetran.

(Arnaut de Maruelh, 1195)

VI. Señora, más gentil de lo que sé expresar

la boca breve y húmeda, y los dientes, más blancos que la plata


acendrada, mentón, garganta, blancos, y el pecho cual la nieve o la
flor del espino;

tus bellas manos blancas, de largos dedos finos y delicados, tu


agraciada figura,
donde nada es innoble y todo es hermosura; tus respuestas
sinceras y finas, tu agudeza, la gentileza de tu trato, tu franqueza;
y el hermoso semblante que al fin me dirigiste la primera ocasión
que te vi y tú me viste.

De día padezco el rigor de esta batalla y, con todo, en la noche sin


piedad me avasalla. Porque en el momento en que me he ido a
acostar y pienso que por fin lograré descansar, comienzo a dar
entonces vueltas y vueltas, giro, me revuelvo, pienso una y otra vez,
sí, suspiro y después me levanto, para luego sentarme, sólo para
enseguida regresar a acostarme; y me recuesto entonces sobre el
brazo derecho y luego lo hago sobre el izquierdo y del lecho arrojo
las mantas apresuradamente para después taparme de nuevo
lentamente.

Cierro los ojos, dejo escapar un gemido y suspirando me voy


quedando dormido. Entonces va mi espíritu derecho a ti, señora, a ti,
cuya presencia anhela a toda hora, y de la misma forma como yo lo
deseo noches y días, cuando medito en ello, veo que a placer te
corteja, besa, abraza, acaricia, penetra. Ser conde o rey desprecio:
soñar es mi delicia. Pues he aquí que prefiero dormitar disfrutando a,
deseoso y ardiente sin fin, morir velando.
(Peire Vidal, 1183-1204)

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