Familias Incestuosas

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 21

FAMILIAS INCESTUOSAS

 Características de las familias incestuosas:


Se puede caracterizar particularmente a estas familias observando en ellas un corrimiento de roles
donde la hija pasa a ocupar el lugar de la madre. Generalmente esta madre está caracterizada por ser fría y
distante afectivamente. Esto lo vemos a diario en el Equipo de trabajo en el Poder Judicial, E.T.I.V. (Equipo
Técnico de Intervención en Víctimas de Delitos contra la Integridad Sexual).
No solamente se da esta inversión de roles en la situación de abuso en sí, sino también los niños
abusados dentro de la familia suelen proteger a sus padres ante la denuncia. Ya sea para evitarles la
detención, justificándolos o desvinculando a la madre como testigo de la acción traumática sufrida.
Por otro lado, puede valorarse otras familias incestuosas donde se observa clara desorganización
familiar, aparece aquí también el consumo de alcohol, drogas, robos. Finkelhor se pregunta ¿por qué se
victimiza sexualmente a los niños?

En un recorrido histórico podemos encontrar una sucesión de respuestas:


1) EL ABUSIVO ES UN DEGENERADO
 Se los consideraba psicópatas, degenerados física y moralmente, débiles mentales.
 Las investigaciones revelaron que la mayoría de estos estereotipos eran falsos.
 Ya he consignado que la mayoría de los abusos sexuales se da dentro del seno familiar.
2) MADRES SEDUCTORAS
 Se sostenía que el ofensor se generaba debido a tener una madre demasiado seductora, que lo
libidinizaba de tal forma que generaba ansiedad incestuosa.
 Esto producía temor a la mujer adulta, lo que se compensaba con la satisfacción sexual con niños.

3) FIJACIÓN SEXUAL
 Una desbordante satisfacción sexual vivida en la temprana infancia permitía que el sujeto
quedara fijado a ella.

Lo cierto es que no se hay hasta el momento, un perfil que identifique al ofensorsexual, con
características particulares.

Podemos acercar algunos señalamientos:


Si bien en algunos hombres se trata de una gratificación sexual el ASI, en otros, expresan necesidad
de acercamiento o agresión.
El interés sexual por los niños, cuando tiene base durable, puede ser por temor que implica la
sexualidad adulta.

Hay que distinguir entre una pedofilia y un abusador sexual.


“La pedofilia es un tipo de parafilia que consiste en la excitación o placer sexual derivado
principalmente de actividades o fantasías sexuales repetidas o exclusivas con menores (en general de 8 a 12
años). Si bien el pedófilo puede excitarse con ambos sexos, la atracción hacia las niñas se da con bastante
más frecuencia que la atracción hacia los niños”.

El abusador sexual infantil tiene una orientación sexual dirigida a personas adultas, pero ante algunas
situaciones especiales, estrés, ira, aislamiento, llevan a cabo conductas sexuales con menores.
Este límite para encontrar perfiles de abusadores lleva a los investigadores a poner su mirada en la
situación familiar donde surge el abuso sexual.

Pero existe otro tipo un tipo particular de agresores sexuales y son los seriales.
Cuando se habla de “Comportamiento serial” o “Serialidad criminal” o “Criminalidad serial” se hace
referencia a la comisión de tres o más hechos delictivos (generalmente abusos sexuales u homicidios)
separados uno de otros por un lapso de tiempo, y a víctimas diferentes. La serie siempre implica un mínimo
de tres víctimas, tres sucesos, y un intervalo o período de enfriamiento emocional entre un hecho y otro. Este
período puede ser de días, semanas, meses e incluso años. Es de destacar, que en la progresión de la
serialidad, en cada siguiente delito preexiste una decisión criminal separada (Ressler, 2001; Disanto, 2011).
En definitiva, lo que hace la carátula de serialidad es el número de hechos, el lugar y el modus
operandi del agresor.
En relación al tema, el Dr. César Fortete (Villada, 2006, p. 510 y ss) explica “... bajo modus operandi
se entiende el modo de proceder seleccionado por el autor para la obtención del objetivo...”. Agrega que en
las conductas propias del modus operandi, el delincuente plasma información personal acerca de elecciones,
habilidades técnicas y verbales, aprendizajes, profesión, conocimiento previo o no de la víctima,
planificación del hecho –o no-, etcétera.
El modus operandi, que es lo que se reitera, tiene tres fines: proteger la identidad del delincuente, por
ej. con el uso de máscaras, o gorras que ocultan sus rostros, consumar la acción exitosamente, ya que se
adquiere destreza con la mayor cantidad de repeticiones de la acción, y facilitar la huida. Esto es, al conocer
perfectamente el lugar donde se consuma el hecho, puede encontrar fácil y rápidamente la salida del lugar.
Entre algunas características que podemos señalar de un agresor sexual serial podemos señalar que
entre el 80 y 90% de los sujetos no presentan signos de alienación, por lo tanto, son imputables.
Existe en ellos una disociación entre la vida pública y la privada, mostrándose en el exterior como
personas adaptadas a las normas de la comunidad, amables, cariñosas, respetuosas y sacando la cruel
agresión en situaciones de privacidad.
Los violadores seriales tienen alta frecuencia de reincidencia.
Nada más ejemplificador de este caso, que lo sucedido en nuestra ciudad, con el tristemente conocido
Marcelo Sajen.

A PROPÓSITO DE LOS RELATOS DE ABUSO SEXUAL INFANTIL

Por EDUARDO J. PADILLA

1.- Inquietud por el aumento de relatos de abuso que resultan no haber sucedido

La primera pregunta que realizaron los presentes luego de la exposición de quien esto escribe con
referencia al tema “Abuso Sexual” (Curso de Violencia Familiar organizada en el post-grado de la
Universidad de Córdoba para abogados y trabajadores de la salud mental, mayo de 1999) fue: “¿Cómo
distinguir cuándo son verdaderas o falsas las declaraciones de niños en casos de alegado abuso sexual?”. La
explicación para esta inesperada pregunta como primera de todas fue dada por los propios participantes: se
debía al desconcierto reinante por la serie de casos que últimamente llegaban con denuncias de abuso sexual
que luego se comprobaba no habían sucedido. A esto añadieron que este inusual aumento de falsas
alegaciones lo atribuían a que el abuso sexual era antes un secreto del cual la sociedad no hablaba; en los
últimos tiempos, se ha hecho “popular” como tema en los medios masivos de comunicación; la mejor
manera de descalificar moralmente a alguien y sacarlo del medio en disputas por tenencia, visitas y
alimentos y venganzas diversas es la acusación de abuso sexual (antes lo hubiera sido el adulterio, consumo
de drogas u homosexualidad: hoy estos motivos conmueven poco). Esta inquietud creciente entre nosotros
coincide con la que está aconteciendo en varios países europeos y en los Estados Unidos y con los estudios
internacionales realizados ya por Elterman y Ehrenberg (1991) al respecto: el número de falsas alegaciones
de abuso sexual ha sufrido una escalada impensable hasta hace poco. De modo que esta pregunta inicial en
el debate citado está resultando de la mayor importancia y las repuestas son urgentes por lo mucho que está
en juego: por un lado, que un abusador sexual pueda seguir causando daño y destrucción con su conducta;
por otro, que una persona inocente sea culpada y penada, con la consiguiente destrucción de él mismo y de
sus hijos. Elwell y Ephross (1987) y Pine (1987), han escrito sobre los potencialmente devastadores efectos
que sobre la vida de los niños pueden tener las alegaciones falsas de abuso sexual, aun cuando luego se
pueda aclarar debidamente la situación, ya que el vínculo con el progenitor acusado puede quedar
irremediablemente dañado por el sufrimiento vivido. En definitiva, el sistema de protección del niño puede
estar en grave riesgo.

2.- La formulación de múltiples hipótesis de lo que los niños alegan

Antes que nada, como lo recomiendan Brooks y Milchman (1991), es necesario formularse múltiples
hipótesis o explicaciones posibles de lo que se alega: si el niño fue abusado como se está diciendo; si fue
abusado, pero no por el que se alega lo hizo; si alguno de los padres está mal interpretando equivocadamente
los usos y prácticas normales que se llevan a cabo como parte del cuidado e higiene de un niño; si alguno de
los adultos puede querer obtener la tenencia completa; etc.
Una de las respuestas sobre la mencionada distinción planteada en la pregunta inicial, (alegación
verdadera o falsa) para más de uno no parece fácil de aceptar: y es que sencillamente, en muchas
circunstancias no es posible distinguir lo verdadero de lo falso. La réplica usual a esto es: ¡entonces no tiene
ningún valor el testimonio de los niños! Afortunadamente esto último no es así. Por lo tanto, la actitud
inicial frente al relato infantil debe seguir siendo la de creerlo.

3.- La necesidad de diferenciar las entrevistas diagnósticas de las terapéuticas

Además, en esto es forzoso distinguir - antes que nada – la actividad que corresponde a los tribunales
de justicia de la que debe ser la actividad del terapeuta como tal y en ésta, también su obligación desde el
primer momento de proteger al niño con la actitud de creerle de entrada, esto es no descartando en forma
prejuiciada su decir porque son menores y porque a su edad son proclives a pergeñar fantasías. De otro
modo quizás el niño no vuelva a hablar por mucho tiempo, (o nunca). La experiencia nos ha enseñado que
muchísimos niños pueden ser sumamente exactos en sus relatos, aunque puedan tener dudas o hesitaciones
en el transcurso de los mismos, exhibir lagunas difíciles de llenar o incluir detalles fantásticos. Muchos de
ellos, especialmente cuando son niños mayores, resultan muy resistentes a la influencia de adultos que
quieran torcer sus afirmaciones.
Volviendo a la primera situación, esto es la de los tribunales de justicia penal, en los países
experimentados en el tema, todo material recogido en el ámbito terapéutico no es tomado como prueba en
los procesos. Esto se debe a que a un juez por prudente no le puede constar cuánto del material obtenido en
terapia puede haber sido resultado de la actitud del terapeuta y su influencia sobre el niño y cuánto no. En
esta tesitura, si las entrevistas de propósito diagnóstico han tomado el giro de “terapéuticas”, tal el caso de
los entrevistadores que ven al niño diez o veinte veces, empeñados en que éste vaya develando el abuso, el
material así resultante es inmediatamente desechado por la sencilla razón de que no tiene valor probatorio
alguno. Lamentablemente, entre nosotros hemos observado una gran confusión sobre este punto, con
resultados a veces penosos por lo injustas y osadas de las conclusiones que se extraen de un material que es
seudo-diagnóstico ya que no ha cumplido los requisitos de tal.

4.- La memoria infantil

Son entonces, varios los recaudos que debe tomar el entrevistador luego de esta primera actitud de
creerle al niño. En efecto, la memoria humana es constructiva y selectiva, esto es, no existe un registro como
el obtenido por un grabador o una video cámara. Esta memoria, llena de los baches más diversos, puede
variar y ser “rellenada” por la influencia de factores diversos, y todos sabemos lo difícil que nos resulta
reconstruir un hecho del que hemos sido testigos y de la multiplicidad de relatos distintos que en estas
situaciones se pueden recabar. También todos tenemos presente cómo ciertos líderes carismáticos han
“construido” en la memoria colectiva historias que no han sucedido y de las terribles consecuencias de
persecución y terror llevadas a cabo a partir de estas convicciones. En los niños, en particular los más
pequeños, la memoria funciona en cierto sentido en forma similar a la de los ancianos: los hechos se borran
con mucha facilidad y si se insiste desde una posición de poder e influencia, es muchas veces posible
rellenar el hueco con otros “sucesos” que se quieran instalar como reales. El abecedario, las tablas, hasta los
cuentos, se deben repetir una y otra vez. Los padres y los educadores saben bien cuánto se deben “repasar”
luego de las vacaciones tantas cosas que parecían bien sabidas. Es cierto también que los niños pueden - y de
hecho lo hacen - mentir con diversos propósitos, por ejemplo, para evitar una reprimenda o para parecer más
importantes o para guardar un secreto en un juego. También está comprobado que los niños menores de siete
son incapaces de inventar una historia con el propósito deliberado de perjudicar a un tercero . De esta
manera, cualquier historia no verdadera de abuso sexual, no ha sido inventada por el niño pequeño ni es el
resultado de una mentira propia: ha sido instalada, por diversos motivos sobre los que luego volveremos, en
la mente infantil por uno o más adultos, y señalamos que no es infrecuente que en esto se hayan prestado sin
quererlo a conciencia, los profesionales llamados a intervenir, especialmente si se encontraban dispuestos a
comprobar a toda costa que el abuso existió y si se han abanderado en una “campaña” a favor de una de las
partes.

5.- Evaluación de la posible influencia de adultos en el relato del niño

Así, pues, nos debemos preguntar en primer lugar. ¿Hay adultos interesados, conscientes o no tan
conscientemente, en destruir a otros en una lucha por los motivos que fuera? Sobre esta pregunta, tengamos
en cuenta que, según las últimas estadísticas norteamericanas, existen seis veces más acusaciones de abuso
sexual en familias en las que hay disputas de divorcio, tenencia y visitas, que en las familias en que esto no
está sucediendo. Luego: ¿el niño habló primero sobre el tema con un tercero (maestra, amigo, pariente) antes
que, con la madre, por caso? La mayoría de los casos falsos provienen de madres que hablan de lo que el
hijo les “habría” hablado, como lo han consignado, entre otros, Benedek y Schetky, 1985; Jones, 1985 y
Bentovim, 1977.
Continuaríamos con ¿cuál fue la actitud inicial de esa madre? (sobre lo cual volveremos). Después
sopesaremos con imparcialidad los siguientes conocimientos actuales sobre los dichos infantiles.

Si una persona adulta y con influencia sobre un niño lo induce a tomar como ciertos hechos que no
acontecieron, una vez que se forma una construcción de este tipo en su mente, ese niño actuará y hablará con
la mayor convicción de que está en lo cierto. Más aún será así, si dichos relatos son repetidos a través de un
tiempo suficientemente prolongado y máxime si son reforzados por otras múltiples entrevistas a cargo del
equipo profesional. No es que estará mintiendo o fabulando adrede, sino que estará convencido (tan
convencido puede llegar a estar que será muy difícil conseguir que se rectifique aún si se le demuestra que
los hechos no sucedieron). Estos adultos inductores pueden estar actuando de buena fe, con la mejor
intención, - y en el caso de los profesionales, amén con grave desconocimiento - luego de presumir que
algún hecho sexual aberrante ha acontecido. En otros casos, la persona puede estar movida por deseos de
venganza, celos, o, intereses económicos. Por supuesto que la combinación de todos estos motivos puede
estar presente y estos últimos no son siempre del todo conscientes (la conducta humana es multi-motivada o
multi-determinada). Cuando se trata de una madre inductora, no es raro que la primera objeción para creer
en esta posibilidad suele ser: ¿cómo puede una madre tener semejante caudal de maldad en su mente como
para hacer algo así con un hijo?. Si bien el juicio sobre la maldad que puede anidar en nuestras almas,
creemos sólo le corresponde a Dios (cuántos errores se han cometido cuando no se ha respetado esto), la
experiencia demuestra que estas cosas suceden, como dijimos, inclusive a veces por parte de alguno que de
buena fe se convence de tener la verdad (cuántas atrocidades, hogueras y tormentos se han cometido por
personas convencidas de estar actuando en nombre del Bien). Así, debemos actuar como profesionales
dedicados a la Ciencia y dejar esas elucubraciones para nuestros momentos metafísicos, que por cierto deben
existir, pero no aquí y recordar solamente que existe la posibilidad de que un adulto se haya a su vez
convencido de que los hechos aberrantes sucedieron y por ende pasará a actuar de buena fe en consecuencia.
Una vez alcanzado este convencimiento, es frecuente que lo transmita a los demás, inclusive a los
profesionales consultados.
6.- En esta evaluación, un especial cuidado debe tomarse cuando el divorcio es reciente y hay disputas por
visitas y demás temas conexos sobre todo si uno de los padres se siente agraviado.
Como bien lo consignan M. Ehrenberg y M. Elterman basándose en una extensa literatura al respecto, puede
ser muy difícil para el profesional evaluar las diferencias entre las experiencias infantiles del divorcio de las
de trauma por abuso sexual, especialmente si como con desgraciada frecuencia ocurre, los niños han sido
arrastrados a participar del conflicto.
A este respecto, tuvimos oportunidad de ver a una madre que había consultado a varios profesionales
para certificar que su hija había sido abusada por el padre. El periplo comenzó luego de que la terapeuta de
la niña observó que los dibujos que ésta realizaba últimamente habían comenzado a mostrar una cierta
erotización. Frente a esto, citó a la madre y le preguntó si no existía la posibilidad de que la niña estuviera
expuesta a algún tipo de abuso sexual. Los padres estaban envueltos en una feroz disputa sobre alimentos
(con importantes sumas en juego) y visitas, y cada uno de ellos se las ingeniaba a través de los abogados,
para hacerle la vida más difícil al otro, y por supuesto a la desdichada hija, lo cual obviamente no parecía ser
un coto suficiente a este verdadero abuso emocional al que la exponían. Acto seguido, esta madre infirió a
partir de la inquietud no muy prudentemente planteada por la psicóloga en cuestión, que el padre abusaba
sexualmente a su hija. Concurrió al Jardín adonde ésta iba y alertó a las maestras diciendo que la psicóloga
que atendía a su hija había encontrado que la niña era abusada, presumiblemente por su propio padre (la
terapeuta, en realidad, le había comunicado solamente – otra vez, con dudosa prudencia en el contexto que
debiera conocer – que la mayoría de los abusos los cometían familiares, incluso el propio padre). Pronto las
maestras comenzaron a reparar signos tales como los que la madre les había pedido que observaran y así lo
pusieron por escrito a su pedido. Cuando llegó al consultorio de quien esto escribe, el abuso sexual era un
hecho certificado: la niña había contado “todo” luego de hábiles interrogatorios efectuados por su madre que
siguió las pautas que para ello le dio una psicóloga amiga. Ya había conseguido una intervención judicial y
se había ordenado el cese preventivo de las visitas al padre. La madre le había explicado a la niña que a sus
compañeros no les gustaría tener como amiga a una chica a quien el padre le hacía cosas “feas y prohibidas”,
por lo que seguramente se quedaría sola a menos que pudiera colaborar contando todo lo que le hacían.
Luego de este anuncio vinieron las preguntas: “¿papá te besó”?, ¿eran besos raros”?, ¿adónde te besaba, aquí
o aquí, como hacen los grandes?”, preguntas que en un “crescendo” fueron llevando al develar de todo tipo
de tocamientos indecentes, inclusive a que el padre se hacía tocar el pene mientras juntos miraban televisión.
Cuando luego de un cuidadoso estudio del caso se le dijo que la niña no aparecía como abusada, su
desencanto fue enorme y su enojo aún mayor. Sintiéndose incomprendida y su hábil tarea investigadora no
valorada, consultó a otra psiquiatra diciéndole falsamente que el anterior le había dicho que sí pensaba que
la niña presentaba signos de haber sido abusada por el padre. Afortunadamente, en este caso, dicha
profesional se puso en contacto con el anterior, con lo cual el juego quedó interrumpido. Esta madre que
tenía fuertes rasgos de personalidad “borderline”, comenzó pronto a descompensarse y a actuar de maneras
cada vez más extrañas que no dejaron de llamar la atención de sus propios abogados que tuvieron al acertado
tino de comunicarse con los dos últimos médicos consultados por su cliente. (actualmente está en
tratamiento psiquiátrico, por consejo de sus letrados y de su familia, que ella aceptó). Este desarrollo
favorable en el que se dio un espontáneo equipo interdisciplinario no es el más frecuente, debemos lamentar.

En otro caso, la construcción fue también primariamente realizada sobre la madre. Ésta se había
separado de un marido que la golpeaba y comenzó a concurrir a un grupo de mujeres maltratadas. La
psicóloga a cargo de la coordinación habría dicho que los maridos golpeadores son también abusadores
sexuales de sus hijos (lo cual es así sólo en un porcentaje comparativamente menor). Esta madre se sintió en
la obligación de “descubrir” que su hijo estaba siendo abusado, a fin de protegerlo. Con los procedimientos
comunes en estos casos – “hábiles interrogatorios” – comenzó a obtener información consistente con lo que
la psicóloga en cuestión presumía y según la había advertido. En realidad, el ex marido golpeador, la
golpeaba a ella, pero con el hijo, quizás por no ser mujer, tenía una gran reverencia y respetuoso cuidado.
Cuando se pudieron ver las cosas como eran, esta madre sintió un gran alivio, a diferencia de la del caso
anterior. Si bien su apreciación
había sido errónea, su movimiento fue claramente de proteger a su hijo. Con un mejor asesoramiento
profesional, se hubiera librado de los angustiosos momentos que pasó, y sobre todo, hubiera evitado que su
hijo también tuviera que pasarlos.

También en un caso que pudimos conocer llegó a los tribunales una niña de cuatro años que al volver
de la escuela tenía su ropa interior manchada con sangre. Según su relato, había recibido una patada en la
ingle propinada por uno de sus compañeros, a quien identificó por su nombre. Llevada a ginecología se
comprobó que no presentaba signos físicos de abuso sexual y sí de un traumatismo consistente con su propia
declaración. (“lesión vulvar sobreelevada con ulceración central”). Pero la madre, a quien el marido había
dejado, comenzó a sostener que su hija había sido abusada por el padre y que inclusive había tratado de
envenenarla a ella misma. Así comenzó a recorrer varios servicios. Esta mujer tenía como serio antecedente
haber estado internada por padecer un síndrome delirante. Llevada finalmente a un centro especializado en
abuso sexual y maltrato, la niña fue entrevistada diez veces, manteniendo su historia inicial. El informe
presentado entonces decía que no había elementos de sospecha de que la niña hubiera sido sexualmente
abusada. Sin embargo, la niña fue sometida a doce entrevistas más, luego de lo cual, el informe cambió: “se
puede inferir importantes indicadores que constituyen sospecha de abuso sexual infantil por parte del
progenitor de la menor”. La pequeña fue enviada a un grupo de niños sexualmente abusados y muy pronto
comenzó a declarar que el padre le colocaba el pene en la vagina “todos los días”, que no podía recordar
muchos detalles porque previamente la hacía tomar drogas, etc. Los encuentros paterno filiales fueron
prohibidos. La psicóloga que entrevistó al padre, un hombre de clase modesta, inmigrante, de nivel de
inteligencia superior a la media, sin indicadores de parafilias (perversiones sexuales) ni de conductas
impulsivas, entre otras cosas consignó sobre él: “... actitudes omnipotentes y autosuficientes. Se ocupa de la
casa, de las compras, de cocinar, de sus hijos, como forma de efectuar un control sobre la familia”. Esta fue
la desfavorable lectura que la profesional efectuó de la manera en que el padre se había ocupado de sus hijos
cuando la madre no se hallaba en condiciones mentales adecuadas. A tres años de todo esto, el acusado,
mientras estaba todavía diligenciando poder ver a sus
hijos al menos en un programa de encuentros supervisados, fue notificado de un auto de prisión preventiva.

En un caso reciente, pudimos conocer el de una madre que llevó un particular registro de las
“entrevistas” que en forma casera realizaba a sus hijos que presumía habían sido abusados por el padre. En
una de ellas consignó de su puño y letra: “de acuerdo a la hipótesis que me transmitió la Lic. Y., (miembro
del equipo que investigaba los presuntos hechos) en el sentido de que los abusos posiblemente habían
comenzado mucho antes de nuestra separación, concatené e interrogué a mi hijo, (con preguntas no
inductoras, sic) el cual, luego empezó a recordar con toda precisión hechos acaecidos cuando tenía apenas
dos años y medio de edad, relatando como el padre le untaba las nalgas con cremas y vaselinas”. (Estas
prácticas resultaron ser habituales entre el marido y ella durante su vida matrimonial como parte de sus
juegos sexuales). A la luz de los actuales conocimientos del funcionamiento cerebral, esta memoria
infantil invocada por esta madre no es fisiológicamente posible, lo cual, ya por sí sólo nos está evidenciando
un proceso de co-construcción, inclusive con la profesional actuante, todo lo cual, lamentablemente, no fue
tomado en cuenta.

Cuando existe disputa parental, cuanto más intensa es ésta (a veces se desarrolla en forma
subterránea y no a los “gritos”), mayor probabilidad hay de que los niños sean involucrados y que
comiencen a mostrar signos de trauma emocional y desórdenes de conducta. (Amato y Keith, 1991;
Hetherington,1989;Tschan, Johnston, Kline y Wallerstein,1989). Si esto resulta así, le será difícil al
evaluador discernir cuánto de esto es debido al divorcio y cuánto a posible abuso sexual.
Todo ello significa que la prudencia con que se deben elevar los informes periciales al tribunal
recomienda que se mencione explícitamente esta natural dificultad. El no hacerlo puede constituir una falla
ética.
Se ha observado también (Faller, 1991) que contrariamente a lo que uno suele encontrar en la
habitual dinámica familiar en casos de abuso, (a las madres les cuesta muchísimo aceptar que el cónyuge
pueda haber estado abusando sexualmente a sus hijos, aún, cuando muchas veces lo hechos ocurrían a ojos
vista, lo cual es parte de lo que Bentovim ha descripto como “Sistemas Organizados por Traumas”, en los
que la función del cuidador está neutralizada. Al respecto hemos atendido a una paciente de veinte años de
edad que recordaba cómo a pesar de haberle relatado a su madre que su padrastro –un hombre intensamente
violento- la abusaba, ésta no le creyó y el abuso pudo continuar por dos años más). Contrariamente a este
caso, a ciertas madres de hijos no verdaderamente abusados no les cuesta creer que su marido pueda estarlos
abusando. Cuando la decepción marital ha sido grande, tienden a creer inmediatamente, al vuelo, que sus ex
cónyuges son capaces de absolutamente todo, incluso de violar a sus hijos. A partir de allí, cualquier
alteración que el niño presente luego del “recambio” que sigue a las visitas, en lugar de entenderlo como
resultado de la situación penosa que este recambio le significa al hijo, lo atribuyen a algo terrible que ese
padre debe estar haciendo en el tiempo de las visitas con él. Señales muy comunes de conflicto que
aparezcan previo al momento en que el padre pasará a buscar al niño son leídos como indicativos de un
temor de ir con él por cosas terribles que seguramente suceden durante la salida. Otras madres pueden
percibir en forma distorsionada señales afectuosas, tales como besos y abrazos entre una niña y el padre en
el encuentro o en la despedida, como sexuales (“se daban besos en la boca, con la explicación de que era
sólo un piquito”). Si la niña percibe luego que a la madre le han disgustado estas muestras de afecto, su
temor a ser abandonada por ella (quien tiene la custodia) en represalia, tenderá a hacerla asimilar como
ciertas las observaciones que le hace. (Green, 1991). De allí en adelante, si se ponen en marcha mecanismos
para impedir los encuentros, - sacando al padre del circuito - los efectos sobre los niños pueden ser
sumamente dañinos y progresiva la capacidad materna de influir más y más en los “recuerdos” infantiles.
Los interrogatorios sucesivos irán moldeando los recuerdos infantiles en la dirección que les da la madre, y
el eclipse prolongado del otro progenitor harán “comprender” al pequeño de qué lado (o “partido”) le
conviene estar sino quiere quedar solo en el mundo. (Elwell y Ephross, 1987; Pine, 1987).

Se debe reparar también en el tipo de personalidad del progenitor que tiene la custodia y que
motoriza la denuncia: si bien pueden no aparecer señales de psicopatología, no es infrecuente que muestren
personalidades de tipo paranoide, histriónica y manipulativa, o con tendencias “borderline”. (Benedeck y
Schetky, 1985). (resultan muy convincentes en su desesperación y en su espanto por lo que denuncian y por
la insistencia de sus peregrinaciones – muchas veces acompañadas de lágrimas - hasta encontrar al
profesional
completamente identificado con ella que valide sus sospechas). Otras, aunque más infrecuentes veces, se
notarán aspectos de tipo delirante, como lo señalamos en una situación anteriormente comentada. Desde
luego, aún personas como las descriptas pueden estar pidiendo ayuda por hechos que efectivamente
sucedieron, de modo que no estamos sosteniendo que según los rasgos de la personalidad del denunciante
debemos descartar la materia, sino que éstas nos deben hacer redoblar la prudencia en la evaluación de la
verosimilitud de los dichos infantiles invocados.

Al evaluador le deberá ser de importancia lo siguiente: cuando en situaciones como estas de divorcio
y sus disputas en los que irrumpe la acusación de abuso sexual, deberá considerar cuidadosamente si el
supuesto abusador tiene antecedentes de contacto o atracción inapropiados con sus niños o con otros,
(Johnston y Campbell, 1988) especialmente si ha quedado en destruida soledad lo que podría explicar
conductas regresivas en varios aspectos de su vida, incluidas las sexuales. (Faller, 1991). Hemos visto, en
cambio, un caso sobre el que volveremos más adelante, (lo destacamos entre varios por lo extremo que
resultó) en que precisamente las denuncias se efectuaron simultáneamente cuando el imputado, lejos de
quedar en soledad devastada, reconstruyó su vida, comenzó a tener éxito como profesional y sobre todo,
gozaba de un nuevo amor envidiable y correspondido, sin que, llegado el momento de informar al tribunal,
varios de los peritos no mostraran el menor interés o recaudo en señalar estos hechos de gran valor
indicativo, y para mayor desgracia, los mal informados jueces tampoco lo hicieron: simplemente no se les
ocurrió preguntarse por qué
una persona de vida sexual hasta entonces normal, en el pináculo de su éxito, pudiera súbitamente comenzar
a sodomizar a sus hijos, él mismo, en compañía de su bella novia, su propio padre, (un impecable
septuagenario), el hermano de la novia y varios de sus amigos en dantesca rueda, - en resumen, los del otro
“partido” - como lo sostuvo uno de los niños, mientras el medio hermano mayor, negaba rotundamente todo
(quien, de paso, no fue creído, como comentaremos luego). Si bien no podríamos afirmar de manera
excluyente que esto así y todo no haya podido ocurrir, a luz de la experiencia clínica al respecto es altamente
improbable, razón por la cual una correcta ponderación es una vez de rigor.

7.- De la preparación y prudencia del entrevistador

Otro recaudo a tener presente es el de la calidad y preparación del entrevistador a cargo del
diagnóstico. Éste debe tener un entrenamiento especial en el preguntar a niños sobre la ardua cuestión de si
el abuso existió o no. Es perentorio además que el entrevistador tenga una extensa práctica previa en el
contacto con niños sin historias de abuso (entre nosotros, hemos conocido situaciones en los que las
entrevistadoras eran jóvenes recién egresadas). Las entrevistas para diagnosticar abuso no son fáciles, para
empezar porque es muy fuerte la carga emocional que conllevan. También es fundamental que la persona
entrevistadora no tenga un especial empeño en “descubrir o develar” abusos sexuales: debe ser lo más
neutral posible y abierta a que los hechos invocados quizás no sucedieron. Este es uno de los motivos que
hacen casi imprescindible que sean grabadas, preferentemente en video tape, y que sean llevadas a cabo con
la presencia simultánea de otro profesional, ya sea en el mismo recinto o en Cámara de Gesell. Los registros
obtenidos servirán también para evitar que el niño sea interrogado por varias personas diferentes en
ocasiones múltiples, con lo cual, por un lado, se disminuirá la carga traumática para el niño que las
repeticiones conllevan, la contaminación del material y con ello la continua re-instalación en el niño de los
hechos invocados, y por otro lado, la posibilidad de reexaminar junto a otros colegas cuántas veces sea
necesario, el material obtenido. Con acierto Peter Dale et alt. Han descripto junto a lo que denominaron
como “familias peligrosas”, lo que bautizaron como “profesionales peligrosos”. Son aquéllos que por
diversos motivos – entre los que se hallan inclusive propias experiencias de violencia y abuso en sus vidas
infantiles – se hallan comprometidos emocionalmente en descubrir implacablemente abusadores a cualquier
costa. Un particular cuidado se debe poner en no aliarse con uno de los progenitores en contra del supuesto
“malvado” ingresando así en una situación de triangulación donde se cumple una función supuestamente
salvífica. Si existen situaciones de la vida del profesional actuante que no han sido bien resueltas, por
ejemplo, su propia conflictiva edípica, no le resultará fácil esquivar esa peligrosísima triangulación.

Otra zona de riesgo es la de los entrevistadores que recurren a sus “interpretaciones” para exponerlos
como hechos ciertos frente a los tribunales, lo que ilustraremos con un par de ejemplos que tienen bastante
en común: el primero es el de una psicóloga a cargo de tomar un test de Rorschach a un imputado de abuso
sexual. Ésta invocó que debido a sus sensaciones “contratransferenciales”, en la lámina diez, donde el
testeado dijo haber visto a “La Reina de la Noche” vencida por las fuerzas del Bien, podía asegurar éste era
homosexual y travesti, y por lo tanto la imputada pedofilia, también probable ya que se trataba de un
perverso. Suponemos que la Reina fue para la entrevistadora una suerte de “Drag Queen” proyectada por el
entrevistado (el mejor
transvestido, en la jerga propia de ese mundo). La otra posibilidad, no considerada, era que el sujeto
estuviera hablando del personaje que en la célebre ópera “La Flauta Mágica” de Mozart, encarna a las
fuerzas del Mal y es derrotada por la música de un flautista (Tamino) y por el amor de su amada (Tamina):
el testeado casualmente era una persona muy afecta a la música; su amada actual, música, y la acusadora, su
ex mujer. En otro caso, cuando se tomaron los tests, el entrevistador – un psicólogo de alguna fama -
informó que el imputado, - acusado de tocamientos indecentes a su hija de seis años durante la hora de la
higiene de ésta - era presumiblemente homosexual, ya que reiteradamente en los tests, en vez de referirse a
lo que veía como “hombres” decía “personas” o el “personal que se ve aquí”, lo cual para sus
conocimientos, era típico de la jerga del bajo fondo homosexual: en realidad, se trataba de un oficial retirado
que había sido comandante de una nave de guerra. Aunque aquí hemos puesto dos ejemplos extremos de
falta de información general, lo que queremos destacar es el peligro que encierra el uso de tests proyectivos,
ya que sólo profesionales muy preparados y sin presiones de tiempo pueden tomarlos con resultados fiables.
De hecho, en el caso del artista testeado, otro Rorschach obtenido por una experta certificada mostró que
éste presentaba algunos rasgos obsesivos y depresivos y ningún tipo de patología sexual. (por razones
procesales, este resultado no fue incorporado a la causa ni tenido por ello en cuenta). En la mayoría de los
países adelantados en el tema de abuso, este tipo de tests no son tomados en cuenta en sede judicial por su
posible grado de subjetividad; no es
todavía así entre nosotros.

En el orden de las interpretaciones imprudentemente fuera del contexto psicoanalítico, hemos oído
también a un perito que observaba una entrevista de niños supuestamente abusados con el juez, decir que
cuando uno de ellos, luego de revolver su taza de café con leche se llevó la cuchara a la boca, éste estaba
(inconscientemente) describiendo el sexo oral que cometía con su padre y que mientras se rascaba la pierna,
(como aclaró para mayor abundamiento, “miembro inferior, o sea miembro”), estaba representando (también
inconscientemente) las masturbaciones que realizaban.

Es demasiado fácil caer en poderosas subjetividades, sobre todo, si el entrevistador está preparado
para ver a alguien que “seguramente” ha cometido un acto delictivo, todo lo cual hace entrar a todos estos
procedimientos interpretativos en la categoría de poco prudentes para estas situaciones. (de hecho, no son
utilizados en los países con más conocimiento y preparación en abuso sexual de niños). Ya el mismo Freud,
con su profundidad y agudeza nos lo advirtió cuando dijo: “Un cigarro es un símbolo fálico; pero muchas
veces es sólo un cigarro”, mientras pitaba con fruición el suyo.

8.- Re-definición de actos inocentes por influencia de un adulto

La primera forma de inducción de un adulto puede provenir de una re-definición de un acto que en sí
mismo es inocente, tal como vimos en el caso de la madre arriba comentada: ¿tu papá te tocó la cola alguna
vez? (lo cual muy lógicamente puede haber sucedido en ocasión de la higiene, por ejemplo), será leído por el
niño como “papá te tocó y eso –por el tono del que pregunta- se ve que no está bien”. Muy rápidamente el
niño se defenderá diciendo: “yo no quería, pero él lo hizo igual”. No es raro que el entrevistador continúe
diciendo: “¡cómo no me lo dijiste antes!; yo sé que no eres malo; el que hizo algo prohibido es él; es él el
que es malo. Ven, vamos a contarle esto a la abuela o a la tía, (o a la psicóloga), que son personas que te van
a entender”. Así las cosas, y ante más preguntas del adulto, tales como “te tocó alguna otra parte de tu
cuerpo”, “te hizo que le tocaras el cuerpo a él”, etc., no es infrecuente que el niño “adorne” con más y más
información en el sentido de lo que él percibe que el adulto quiere oír. El paso siguiente y común es como
dijimos: “ahora le vamos a contar todo esto a la abuela, (o a la tía, o a la Señorita o al sacerdote) que te
quiere tanto y que sabe
que eres bueno y que todo fue sin que lo quisieras” (para un niño, complacer a un adulto y librarse de un
reproche son de mucha importancia). La fantasía del niño puede volar con el alimento que le da el adulto:
hemos visto casos en que éste aprovechó la situación para ilustrar al hijo sobre la vida sexual de los grandes,
explicando cuáles son las cosas buenas y cuáles las “prohibidas” aún entre los mayores: al poco, el niño
empezará a describir escenas en las que se compendia toda la información que sobre las “cosas prohibidas”
le fueron dando (recientemente hemos visto a un párvulo que emulaba en sus relatos al “Justine” del
Marqués de Sade, convenciendo a algunos peritos y a los jueces, con su desenvoltura y convicción, de la
depravación extrema de su progenitor, llegando a sostener que mantuvo relaciones genitales con la actual
mujer del padre, a la que “menos mal, no dejé embarazada”).
Si se le hace sentir culpable por encontrarlo en algún juego sexual con un hermano, lo cual sería propio de la
edad, una vez que el “maligno” en danza ha sido etiquetado (por ejemplo “tu papá que no es un verdadero
papá”), el niño muy frecuentemente dirá algo del estilo de “lo hice porque es lo que el que no es más mi
papá me enseñó que le hiciera, pero yo no quería hacerlo”. Y así en este estilo, más y más material
“confirmatorio” irá surgiendo.
9.- La instalación de un “constructo” en la memoria del niño

Una vez instaladas como memorias ciertas, hechos que no sucedieron, el niño los sostendrá como
tales. Inversamente y con similares procedimientos, en algunos casos se puede lograr que hechos sucedidos
sean borrados, y el niño sostendrá que no ocurrieron. Este es un concepto absolutamente fundamental a tener
presente, y una vez más, notamos que entre nosotros desgraciadamente no suele ser así, especialmente en
casos llevados a la sede judicial. Si para colmo a ese niño se lo ha convencido de que está defendiendo una
causa justa, que su rol es protagónico, que de sus declaraciones depende que el “malvado” sea encarcelado y
que así cese el peligro de la venganza que éste se tomaría contra él y la madre en caso de quedar libre, no es
raro que veamos a un pequeño “cruzado” que llevará ante quien lo quiera ver el estandarte de la perversión
del adulto en cuestión, heroica y absolutamente convencido de estar salvando a todos al proclamar “la
verdad”. Hemos visto a un niño decir ante el juez: “Mi mamá me dijo que si yo no decía todo esto,
perdíamos el juicio”, para luego agregar: “así que vengo a decir la verdad”. Esta última parte de la frase fue
dicha con tanta convicción, que el interlocutor “borró” el peso de lo primero y no lo tuvo en cuenta siquiera
en el momento de la sentencia, como elemento de una, al menos, razonable duda sobre la intervención
poderosa de la madre en los dichos del niño y la posibilidad de que un “constructo” - (para él, la verdad) -
estuviera instalado en su mente.

Este sostener convencido del niño en el cual se ha co-construido una historia no verídica es de tal
naturaleza que hace imposible – lo repetimos - que aún los profesionales mejor entrenados en el tema
puedan discernir si los hechos realmente sucedieron o no. Infortunadamente, no son muchos los
profesionales o los jueces que acepten que nada pueden asegurar en estos casos: casi siempre se esfuerzan
para poder arribar a conclusiones que van más allá de este límite imperioso: el de reconocer que no se puede
saber en circunstancias en que los dichos infantiles han sufrido contaminación. Lo que es más, hay un fallo
en el que el juez entre los fundamentos de una severísima sentencia, ha incluido su “convicción” de que un
niño decía lo cierto por el énfasis, “la desenvoltura” y “la seguridad” con los que sostuvo sus dichos delante
de su propio padre, (quien, de paso sea dicho, había sido ordenado por el tribunal a no contradecir al niño
bajo pena de la inmediata suspensión de la entrevista), desoyendo la actual experiencia internacional sobre
todo esto. (agréguese que mientras este niño concurría a un grupo de abusados sexualmente, participó
también de dramatizaciones sobre cómo se debía declarar en los tribunales, con la co-cordinación de una
perito de la querella). El mismo magistrado sostuvo también que los dichos del otro niño- medio hermano
del anterior- que sostenía la inocencia de su padre no eran válidos porque no estaban corroborados por su
postura corporal y el énfasis en su voz (se trataba de un púber muy tímido, respetuoso y que se encontraba
muy deprimido por visitar desde hacía más de dos años a su muy amado padre en la cárcel, imputado de un
delito tan vergonzante). Uno de los peritos de la querella, que nunca había entrevistado a ese niño, informó
al tribunal en base a un dibujo donde aquél se había representado con su madre en bicicleta y una cárcel
como fondo, que se trataba de un “casi autista” como consecuencia del abuso sufrido (se citó a Betelheim y
su “La Fortaleza Vacía”). Agreguemos que este niño de doce años no mostraba ningún tipo de alteración
compatible con abuso sexual, era un estudiante impecable y había sido nombrado “abanderado” por el voto
de sus compañeros. Se le informó al tribunal que la ausencia de sintomatología “no confirmaba ni descartaba
un posible abuso sexual”, lo cual en sentido estricto puede ser así, pero para una persona no experta en
abuso sexual tiene obviamente otra lectura si no se le aclara el exacto peso con que se deben ponderar estos
resultados negativos. Los jueces concluyeron que este niño había efectivamente sido abusado por su padre y
que sus dichos estaban encaminados a protegerlo, extremo incompatible con la experiencia clínica, ya que es
bien sabido que cuando un menor ha sido abusado y se encuentra seguro para hablar, difícilmente no lo haga
y mucho menos aún, se muestre dispuesto y pida visitar a su verdugo semana tras semana en la cárcel,
escenario fuertemente desagradable como es de imaginar.

10.- La enorme dificultad – y a veces, imposibilidad - para los expertos de distinguir una co-construcción de
una historia verdadera
En el polo opuesto, con toda honestidad y su característica modestia la mismísima experta británica,
Dra. Danya Glaser reconoció su limitación. (Hospital de Clínicas - Conferencia organizada por la Fundación
Familia y Comunidad, 6 de agosto de 1999). Ha visto cientos de niños abusados a través de una práctica de
años: sin embargo, cuando en un experimento sobre la capacidad de los expertos de distinguir entre
verdaderas y falsas alegaciones se le mostraron “tapes” con las declaraciones de niños que habían sido
inducidos a creer que habían sido abusados, se equivocó sistemáticamente y no los pudo distinguir de los
“tapes” con relatos verídicos.

Cuando sobre este punto se ha discutido, con mucha ligereza hemos oído decir que “el tono
emocional no se dicta”, tonalidad que serviría para discernir si la historia es verdadera o inducida. La
“música emocional” que escucharemos en los casos en que ha habido una co-construcción será la coherente
con la convicción del niño de que ha sido efectivamente objeto de actos malvados por parte del adulto
imputado.
Fue el psicólogo norteamericano Stephen Ceci el que se dedicó muy especialmente al tema de las
falsas convicciones alarmado por el aumento de su frecuencia. En la experiencia recién mencionada de la
exhibición de videos con historias verdaderas y falsas y de la que también tomó parte como sujeto en su
momento Danya Glaser, éste procedió a mostrar entrevistas grabadas de varias decenas de niños, algunos de
ellos, con comprobadas historias de hechos no sucedidos realmente. Con estas cintas recorrió varios países y
sus centros
especializados en abuso sexual. La conclusión final fue que ,entre varios miles de expertos consultados,
jueces, psiquiatras, psicólogos, peritos forenses etc., el número de aciertos entre historias verdaderas y falsas
fue casi del 50%, esto es que, si hubieran dicho exactamente lo contrario, lo mismo hubiera dado . ( S. Ceci y
M Brook, “Jeopardy in the Courtroom”, 1995).

Bentovim nos ha alertado con respecto a una de las pocas señales que pueden sernos útil en lo que al
relato infantil se refiere. Cuando los niños son preguntados sobre situaciones bien concretas, tales como la
erección peneana, si los hechos invocados, tales como penetraciones, no han sucedido, este tipo de
información es eludida o resulta desconocida para el niño. Tuvimos la oportunidad de ver un caso en el que
el juez le preguntó a un muy despierto niño cómo era el pene de su padre. El diálogo fue aproximadamente
el siguiente:

Niño: Y... igual a todos.


Juez: ¿Cómo es eso?. ¿Cómo lo sabes?.
Niño: Y, porque los veo en el club cuando vamos a las duchas. Son todos iguales.
Juez: Pero cuando te hacía lo que llamas “putadas”, ¿era igual?.
Niño: A, no sé. Yo estaba de espaldas así que no lo podía ver. Me hacía las cosas desde atrás.
Juez: ¡Ah!.
...

En el caso de este diálogo, el niño había invocado que el padre además de penetrarlo a él y a sus
hermanos en conjunto (téngase en cuenta que un niño pequeño puede decir “me lo metía” cuando en
realidad el adulto podría haber sólo apoyado su pene sobre el esfínter anal), les hacía y les obligaba a hacerle
“fellatio”, lo cual, “desde atrás” resulta difícil de explicar. Este niño relató también, (como lo mencionamos
en página anterior), que su padre realizaba estos actos en compañía de su novia, del hermano de ésta, otros
“putos” amigos y de su propio abuelo, esto es, de todo “el partido” paterno. En un ambiente así, resulta
imposible entender cómo no hubiera visto ningún pene en estado diferente al de los tomadores de duchas
observados en los baños del club. Siguiendo los experimentados consejos de Bentovim, situaciones como
ésta debieran encender la luz de alerta sobre su verosimilitud. (no sucedió así en este caso que comentamos).

11.- Porcentajes estadísticos actuales de historias de abuso que no resultaron verídicas


Durante bastante tiempo hemos sostenido que los relatos no verídicos rondaban el 3% al 4%. Pero
los últimos estudios elevan esta cifra a un 10 % (Danya Glaser, su conferencia sobre “Co-construcciones”,
en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires, organizada por Fundación Familia y Comunidad, agosto de
1999) y para algunos autores a mucho más. En efecto, una importante investigación de Jones y McGraw,
efectuada en Denver sobre 576 casos, arrojó que un 6% de las acusaciones eran falsas y basadas en mentiras
deliberadas y un 17% no eran verdaderas, aunque basadas no en mentiras sino en errores de buena fe, lo cual
arroja un total de un 23% de situaciones no verdaderas y en cuanto a sus consecuencias, iguales en su
nocividad.
Estos datos – totalmente diferentes a los que algunos difunden entre nosotros (1%) - nos obligan a redoblar
la prudencia cuando evaluamos la probabilidad de que el relato infantil sea verdadero, ya que, en especial en
el ámbito penal, la decisión judicial reposa en gran medida en la opinión de los expertos. Como en los
delitos sexuales casi nunca existe “cuerpo del delito” ni testigos presenciales, la narración infantil es de
capital importancia y a veces el único elemento de convicción con que se puede contar. A esto se debe
agregar que varios de los síntomas de abuso sexual (conductas sexuales inapropiadas para la edad,
masturbación compulsiva, brusco descenso del rendimiento escolar, pesadillas, enuresis, etc.), pueden estar
presentes en situaciones en que las causas pueden bien ser otras, en especial cuando se trata de niños cuyos
padres se acaban de separar y entre los cuales existe una situación de “guerra”, tal como a veces hasta los
mismos niños lo describen (“entre papá y mamá existe una verdadera guerra y yo soy el partido de mamá”
declaró uno destrozado entre los bandos e inclinándose por las dudas, por el progenitor que tenía la custodia
y con
quien, por lo tanto, convivía).

12.- Evaluación de otros indicadores de abuso, tales como dibujos y juegos.

El mismo recaudo se debe observar cuando se evalúan los dibujos y juegos de los niños en las
entrevistas: mucho material interpretado como indicativo de abuso sexual lo fue porque no se tuvo en cuenta
el contexto general en que el material fue obtenido, (D. Glaser, Conferencia ut supra citada), esto es, el
grado de la influencia de adultos y la co-existencia de “entrevistas oficiales” de juegos y dibujos con los
efectuados “extraoficialmente” en casa por algún progenitor. (daremos un ejemplo más adelante). Demás
está decir que un experto debe tener bien presentes datos tales como que el 50% de los niños no abusados
cuando juegan con muñecos anatómicamente correctos introducen un dedo en la abertura anal o vaginal de
la muñeca y que la mayoría de ellos tomaron al muñeco de su pene para revolearlo: hemos podido ver un
caso en tales actitudes fueron tomadas como “patognomónicas” , -esto es de un signo que define por sí una
patología- término que por fortuna hace décadas se ha descartado del lenguaje médico. Está también
debidamente comprobado, que muchos de los signos indicadores de abuso – inclusive conocimientos
sexuales inapropiados para la edad - aparecen también en niños no abusados cuando han sido sometidos a
repetidos interrogatorios sobre el tema. Lo que es más, estudios recientes (Hibbard y Hartman, 1990),
muestran que no existe diferencia significativa en la frecuencia de dibujos de genitales en niños abusados de
niños no abusados. (En un caso judicial, un dibujo infantil que fue “interpretado” por un perito – ya que el
niño explícitamente había dicho que se trataba de un caracol mirando al sol – fue exhibido al tribunal con el
comentario del famoso signo “patognomónico”: “este es un pene y el sol con boca es el padre efectuándole
fellatio al hijo; este un dibujo que no deja dudas de abuso sexual” se exclamó ante los jueces. Para colmo de
males, los rasgos faciales del sol-padre habían sido colocados allí por una mano diferente a la del niño, sin
que esto se cuestionara).

En cuanto a las llamadas conductas sexualizadas como indicadores de abuso sexual, primero es
necesario ponerse de acuerdo sobre lo que estamos definiendo. Todos los niños exhiben normalmente estos
tipos de conductas según los diversos estadios de su evolución. Cuando estas conductas resultan muy
diferentes de las observables en la mayoría de los niños, debemos tener en cuenta el amplio abanico de
posibilidades en los que podemos encontrar este tipo de conductas, esto es, explicaciones diversas o
alternativas a las del abuso sexual ya que está demostrado que sólo en número pequeño de casos la
explicación ha correspondido a esta causa. Las conductas sexualizadas en los niños pueden estar
relacionadas con rupturas familiares o con condiciones inestables en el ambiente familiar. En este sentido,
los recientes estudios de Susan McNichol y Katherin J. McGregor, de Australia, arrojan los siguientes datos
sobre 81 casos examinados: 6 de ellos (7%) fueron confirmados como abuso sexual (3 con penetración
digital; 2, tocamientos; 1, no consignado). En 19 casos se sospechó pero no se pudo confirmar abuso sexual;
en 51 casos (63%), ni se pudo sospechar ni confirmar abuso sexual. Este alto número de niños no abusados
que presentan conductas sexualizadas llamativas para su edad nos debe llevar a ser cautelosos y ponderar
adecuadamente lo que informamos a los tribunales cuando hablamos de términos tales como éste o, entre
otros, el de “masturbación compulsiva”. Sobre esto advierten también Tschann, Johnston, Kline y
Wallerstein (en “True and False Allegations of Child Sexual Abuse, Tara Ney, editor): “El problema que se
le presenta al evaluador de los alegados abusos sexuales en casos de disputas de divorcio o tenencia es que
puede ser difícil diferenciar las experiencias infantiles de divorcio del trauma por abuso sexual, lo cual es
particularmente importante para las secuelas psicológicas inespecíficas que pueden resultar de ambas
experiencias. Estas secuelas pueden incluir depresión, temor, ansiedad, sentimientos de haber sido
traicionado, ira, baja autoestima, síntomas psicosomáticos y problemas escolares y con los pares... se debe
esperar que el entrevistador esté familiarizado con la literatura sobre abuso amén de la concerniente a
divorcio”. A este respecto tenemos presente el caso de una psicóloga entrevistadora que fue presentada
como experta en abusados y que en su corta carrera profesional sólo había trabajado con estos casos:
certificó ante un tribunal que el niño examinado – cuyos padres se habían separado poco tiempo antes en una
situación altamente conflictiva - se masturbaba compulsivamente, señal inequívoca de haber sido abusado,
porque terminada de la entrevista con ella se había
rascado los genitales por sobre sus pantalones. Una deseable experiencia con menores -y hasta con mayores-
informaría que este tipo de gesto de descarga es sumamente habitual luego de pasar por situaciones de gran
exigencia o de simple nerviosismo, y nada debiera tener que ver con un rotundo diagnóstico de
masturbación desusada y mucho menos de masturbación compulsiva. En todo caso, la información sobre la
conducta del niño antes y después de los actos alegados proveniente de maestros, parientes, el pediatra y
otros involucrados con el niño, pero ajenos a las disputas maritales, es de gran valor en la ponderación final.

En resumen: si ha habido una co-construcción de una falsa memoria, los dibujos, juegos y actitudes
del niño pueden mostrarse similares a los que se obtienen de niños que han sido efectivamente abusados.
Asimismo, especiales recaudos deben ser tomados cuando la sintomatología presente puede corresponder a
estados post traumáticos por divorcios y feudos entre los padres. No existen signos “patognomónicos” y es
de obligación ética de los peritos en los casos judiciales que adviertan de esto al tribunal.

13.- Evaluación de la actitud inicial del adulto ante el supuesto “develamiento”

Otro punto a tener muy en cuenta es cuál fue la actitud inicial del adulto que recibió el primer relato
infantil. En un caso reciente vimos a una madre - de profesión maestra - que tardó diez meses en pedir
medidas de protección judicial luego de que su hijo de cuatro años le habría dicho que el padre le obligaba a
hacer sexo oral. ¿Por qué tanto tiempo?: adujo temor a represalias por parte de su ex marido. Casualmente
existían otros niños que también participaban de las salidas semanales con este padre, supuesto abusador.
Tampoco advirtió
a las madres de esos niños que podía existir algún peligro para ellos. Simplemente, las salidas siguieron
durante casi un año. En ellas, según esta madre, se fueron sucediendo toda clase de hechos depravados,
incluyendo dantescas escenas de sexo grupal. ¿El temor tiene identidad de tal peso como para explicar la
postergada reacción? ¿El imputado tenía antecedentes de conductas violentas tales como para justificar tanto
silencio y tanto admitir que los niños - sus propios hijos y el de otra mujer - continuaran siendo abusados,
semana tras semana? Una conducta como ésta arroja un primer manto de sospecha sobre la verosimilitud de
los relatos esgrimidos. Sobre este asunto de las amenazas para no hablar, es también conveniente tener en
cuenta el resultado de las últimas investigaciones al respecto: los dos tercios de los niños amenazados
contaron, de todos modos, la historia del abuso. Las reacciones primeras del cuidador se deben evaluar con
todo cuidado puesto que pueden ser muy indicativas de cómo se puede haber ido desarrollando un proceso
de construcción, primero en el mismo adulto y luego desde éste en el niño (co-construcción).

14.- Las entrevistas diagnósticas deben ser una o a lo sumo dos para tener validez

Cuando se nos consulte sobre niños supuestamente abusados debemos tener en cuenta cuántas veces
han sido previamente entrevistados e interrogados “oficialmente” (esto es por profesionales o por peritos de
la justicia, porque en general los interrogatorios domésticos han sido muchas veces frecuentes e imposibles
de contabilizar). Cuando los interrogatorios han sido más de uno o dos, la certidumbre de los resultados se
va desvaneciendo con su número, y como ya lo consignamos, signos considerados típicos en niños abusados,
tales como masturbación compulsiva, enuresis, retraimiento, juegos sexuales inusuales, etc., pueden
aparecer simplemente como consecuencia de estos repetidos interrogatorios. Son muchos los expertos que
olvidan esta regla de oro, y para peor, no es raro que a la inversa invoquen que la persistencia del niño en
afirmar y enriquecer en forma progresiva los relatos de abuso, no hacen sino confirmarlo. Al mismo tiempo,
si el niño se retracta en algún momento, sostendrán que la retractación es muy común en los que han sido
abusados y comienzan a tener miedo de las consecuencias de sus dichos, lo cual es sólo muy relativamente
cierto. Pero así planteado, rotundamente, para muchos jueces, esto quiere decir simplemente, “el perito
afirma que es así en este caso, porque se supone que de él está hablando”. Resumidamente así lo hace
constar el experto Stephen Ceci: “Entrevistas repetidas y preguntas repetidas a través de las entrevistas
incrementan el riesgo de contaminación si los entrevistadores han estado inclinados a encontrar abuso. Estas
técnicas permiten una avenida de introyecciones de desinformación que, si se repiten un número suficiente
de veces, pueden ser incorporados por el niño. Al mismo tiempo, estas técnicas pueden ser señales para que
el niño comprenda cuál es la inclinación del entrevistador, de modo tal que aprenda a contestar las preguntas
como para proveer al entrevistador con aquella información que cree éste quiere oír”. (¿Se suele informar de
esto a los jueces?).

Como ya hemos dicho, es imprescindible entonces distinguir entre entrevistas terapéuticas de


entrevistas diagnósticas, las que tienen como diferencia tanto sus propósitos como el número de ellas y el
tipo de actitud del entrevistador o del terapeuta (en las segundas). Como ya lo hemos hecho notar, en la
mayor parte de los países experimentados en estos temas, la justicia penal simplemente desecha todo
material proveniente del trabajo terapéutico por insuficientemente ponderable para ser tomado como prueba.
(Entre nosotros, lamentablemente aún no es así). El argumento tiene que ver con la evidencia científica de
que un profesional “convencido” de que los hechos sucedieron, casi siempre tenderá a obtener del niño
respuestas que avalen su creencia. En Inglaterra, por ejemplo, la primera entrevista a un niño supuestamente
abusado es efectuada por un oficial de policía de alto rango (muchas veces, una oficial, ambos siempre de
civil), que ha pasado por un entrenamiento mínimo de seis meses en cómo interrogar a los niños según sus
edades y medios culturales de los que provienen. Recién después de esta entrevista, si el oficial considera
que existe suficiente fundamento para proseguir la investigación, son llamados a intervenir los profesionales
de la salud mental. Estas entrevistas no deben ser más de una o a lo sumo, dos y son cuidadosamente
registrados – obligatoriamente - en video tape. Otra vez lamentablemente, es frecuente que, entre nosotros,
por las limitaciones más diversas, tales registros no se realicen (ni siquiera las magnetofónicas). A raíz de
esto, nos solemos encontrar con notas resumidas (vebatim) efectuadas por el entrevistador luego de
concluida la sesión: si el entrevistador no es neutral porque está muy inclinado a creer que está “desvelando”
una verdad, estos resúmenes pueden estar eventualmente cargados por subjetividad sin posibilidad de ser
supervisados objetivamente por un colega. Las circunstancias se agravan si, como tantas veces vemos en
nuestro medio, el entrevistador “convencido” actúa solo y no con un par.

Para decirlo brevemente, en las palabras de Danya Glaser, “a mayor número de entrevistas, menor
credibilidad del relato”.
15.- La sugestionabilidad de los niños y el famoso experimento de Sam Stone, el Torpe.

Otro punto fundamental a tener en cuenta es el grado de sugestionabilidad de los niños (¡y de los
adultos!). Este grado es mayor - en general - cuanto menor es el niño. Los niños son proclives a tomar las
sugerencias de los adultos como hechos reales y fácilmente adhieren a lo que estos insinúan y les ayudan a
sentirse complacidos contestándoles lo que creen que los mayores quieren oír de sus bocas. A este respecto
nos puede ser muy útil el experimento llevado a cabo por Lepore y Cesco en 1994 en los EE.UU. con niños
preescolares, conocido como el caso de Sam Stone, que consignaremos en forma resumida: se le anuncia a
un grupo de niños de entre tres y seis años que serán visitados por una persona de ese nombre. La maestra va
diciendo historias tales como: “¿a que no saben quién estuvo anoche en casa?: ¡Sam Stone en persona! Me
pidió prestado una de las Barbies y mientras la traía, tropezó, se cayó por la escalera y le rompió el brazo a
la muñeca. ¡Siempre el mismo torpe; siempre accidentándose y rompiendo las cosas!”. Esto semanalmente
durante el mes previo a la visita que Sam les haría. El día de la visita, y luego de que Sam Stone estuviera en
la clase por sólo dos minutos y sin dejar de tener sus manos detrás de su espalda, al día siguiente se les
mostró a los niños un libro roto y un Teddy Bear ensuciado. Se les preguntó cómo habría pasado esto: muy
pocos dijeron que fue obra de Sam, pero una cuarta parte dijeron que quizás hubiera sido él. Luego de diez
semanas en las en forma repetida se dieron a los niños falsas sugerencias tales como “Sam Stone habrá
ensuciado al osito a propósito o sin querer” o “habrá sido por torpe o porque estaba con bronca”, el 72 % de
los más pequeños dijeron que Sam Stone era el culpable del libro roto y del Teddy ensuciado; cuando se
preguntó quiénes lo habían visto hacer los desaguisados, lo aseveró el 44 % del grupo y de éstos, un 22%
insistieron en ello aún cuando se les intentó contradecir. Entre los mayores del grupo, fue un 11% los que
insistieron en que lo habían visto con sus propios ojos cuando realizaba los hechos. Lo más sorprendente fue
la cantidad de datos que los niños aportaron para ilustrar lo que dijeron haber visto, algunos de ellos hasta
relatando cuando previamente a la visita habían visto a Sam comprar helados de chocolate, ensuciarse las
manos con el helado y luego ensuciar al Teddy, después de lo cual lo observaron ir a lavarse sus manos.
¡Uno de ellos llegó a asegurar que luego de todo ello, Sam Stone fue hasta su casa y rompió la gran cantidad
de objetos rotos que había en su cuarto! Vale la pena destacar que con un grupo similar al que no se le
hicieron comentarios sugestivos y repetidos como fue en este caso, cuando se les preguntó si Sam Stone
habría tenido algo que ver con las roturas, la inmensa mayoría de los niños dijeron que no. Sólo un 10% de
los más pequeños contestaron que el culpable podría haber sido Sam Stone y de éstos, sólo el 5% insistió
cuando se les contradijo.

Existen otros estudios similares a éste: todos confirman cómo los niños pueden proporcionar relatos
falsos que les han sido introducidos con distintos procedimientos por una figura de autoridad: los creen y los
expresan como realmente verídicos porque han sido construidos y luego almacenados en sus memorias
como hechos reales. Repetimos un concepto más arriba expresado: no es que mienten, están absolutamente
creídos de lo que dicen y cualquiera que no estuviera enterado o atento a la existencia de un posible adulto
condicionante, tenderá a creer también la historia de los niños, tan convincente le sonará . Más aún, si los
profesionales que intervienen repiten un gran número de veces las entrevistas y las preguntas sobre los
presuntos hechos, reforzarán cada vez más este registro de lo que se le ha instalado al niño en su memoria.

16.- Obligación ética del profesional que evalúa los relatos infantiles

La co-construcción de historias de abuso que no han sucedido, existe, se presenta como probabilidad
a considerar, tener en cuenta o descartar. Cuando éste resulta el caso no tenemos éticamente el derecho a
confundirnos ni a confundir: no se tratará de una “re- construcción” efectuada por un progenitor que quiere
ayudar a una hijo o hija a develar la verdad, como lo “redefinió” en un caso clarísimo de relato inducido un
perito no debidamente informado sobre el tema (lo cual, de paso sea dicho, ignorancia que reconoció sin que
se le tomara debida cuenta), declarando ligeramente ante un tribunal que encontró allí un poderoso
argumento para encontrar culpable al imputado. Son historias de hechos que no sucedieron pero que tienen
la potencialidad de parecer verdaderas, convincentemente reales, funestamente peligrosas y ominosamente
destructivas.

Los profesionales que por las causas que sean nos encontremos estudiando supuestos casos de abuso,
tenemos la obligación ética de estar absolutamente informados de todas estas comprobaciones sobre cómo
funciona la mente infantil y de seguir profundizando en ello para poder discernir adecuadamente los
verdaderos de los falsos casos por los que se nos consulta. De no hacerlo, corremos el riesgo de mal
informar, con las terribles consecuencias que esto puede traer para todos los involucrados. En este sentido,
no debiera haber perito “de parte” que no lo sea de la “parte” del bien del niño, comprometido con ello a
informar debida e imparcialmente al tribunal que requiera sus servicios. En caso contrario, el principal
perjudicado, como siempre, será el mismo niño. El no tener sólidas bases científicas actualizadas para
responder a lo que se espera de nosotros, hará a la larga también poco creíbles los verdaderos testimonios de
los que efectivamente han
sufrido las penurias del abuso sexual, con lo cual quedarán desamparados. Esperamos que el presente trabajo
ayude en algo a evitar tan desgraciadas como frecuentes circunstancias de las que no podemos menos que
atribularnos.

17.- Ponderación de la personalidad y antecedentes de un supuesto abusador reiterado de niños

En los casos en que los dichos de los niños resultaren dudosos puede ser también de interés ponderar
la personalidad del supuesto abusador, como un elemento más en el sentido del fiel de la balanza . Para esto
puede ser útil tener en cuenta lo siguiente, expuesto por Finkelhor, uno de los pioneros en el estudio del
abuso sexual infantil (siempre teniendo presente que de todo esto no resulta que se pueda excluir un posible
abuso sino tan sólo y una vez más, se le debe dar su importancia en la correcta ponderación). Según este
autor en la actuación de un pedofílico se debe encontrar lo que llamó “la teoría de los cuatro factores”:

1- la persona adulta debe tener una congruencia emocional con los niños y una compulsión emocional a
relacionarse con ellos. (p.ej., en fallas graves del funcionamiento familiar que llevan a que algún niño se vea
compelido a asumir un rol parental).

2- El adulto siente una excitación sexual específica con niños, que muchas veces está condicionada desde su
infancia. (p.ej., en casos en que éste haya sido abusado en su niñez).

3- Existe un bloqueo para establecer relaciones emocionales con personas adultas. (p.ej., en sujetos con
severas disfunciones sexuales de larga duración).

4- Se ha creado un mecanismo de “deshinibición” con respecto a la elección del objeto. (p.ej., alcoholismo,
drogadicción, víctima discapacitada mental o físicamente, ausencia o falencias marcadas del protector,
familias aisladas del medio social).

Existe también un número elevado de abusadores esporádicos o reiterativos que son adolescentes (un
30% según los últimos estudios) que violentan niños a partir de situaciones de furia y frustración, a la
manera de una descarga vengativa. De estos casos hemos visto más de uno donde los hechos han acaecido
en el mismo ámbito escolar (baños, etc.), llevados a cabo por alumnos de la “secundaria” sobre pequeños de
la “primaria”.

La influencia del alcohol (según algunos trabajos recientes que mencionaremos luego) y de drogas,
por su poder deshinibidor juegan un importante papel en el punto 4 de la teoría de Finkelhor mencionada.

También se han descripto pedofílicos por “fijación”, diferenciándolos de los pedofílicos que actúan
por “regresión”. (Una consideración clínica sobre el segundo tipo mencionamos en las páginas 6 y 7 del
presente trabajo). Otros casos de abuso incestuoso se han encontrado en las familias muy endogámicas y
cerradas al contacto social. El “pedofílico por fijación” ha quedado fijado a elecciones de objeto primarios,
ligados a las experiencias de juegos sexuales infantiles (pregenitales) o que ha sido a su vez abusado, y
fracasan en la adolescencia y en la adultez en sus intentos de establecer relaciones sexuales maduras. Son
personas que en sus propias infancias han sufrido marcadas privaciones afectivas y como adultos, se sienten,
en el fondo, como niños desamparados.

Estudios recientes, citados por Bernard Gallagher (Child Abuse Review, vol 8, 1999 –UK.) han
observado dos tipos de abusadores masculinos: los impulsivos, que en alguna ocasión abusan a un niño y los
pedofílicos, cuya preferencia sexual son los niños. Éstos últimos suelen organizar muy bien sus andanzas:
eligen cuidadosamente a sus víctimas a los que “entrampan”; se ubican en lugares a donde pueden tener fácil
acceso a ellos (instituciones de cuidado infantil, colegios, entrenamiento deportivo, etc.). Finkelhor (1988)
ha señalado que el 17% de los casos de los hechos acaecidos en lugares de cuidado de niños son llevados a
cabo por múltiples perpetradores. Para los pedofílicos es esencial garantizarse el silencio de su víctima, a
quien seleccionan y preparan al mismo tiempo que neutralizan la capacidad del cuidador (si lo hubiera). Esto
explica cómo personalidades socialmente respetadas en una comunidad pueden actuar los abusos sexuales
durante años sin ser detectados.

En el mismo sentido se encuentran los trabajos últimos de Robert Hazelwood y Janet Warren, del
FBI y de la Universidad de Virginia, EEUU. (en Aggression and Violent Behavior, Vol.5, N°3, 2000,
Pergamon Press). Describen dos categorías principales de abusadores violentos: el impulsivo, que suele
actuar en forma reactiva a la situación en que se pueda hallar por lo que la planificación de sus delitos es
mínima o inexistente (al punto de no tomar precauciones para ocultar su acción) y que suele tener una
historia criminal de diversa índole de delitos, entre ellos de violencia física, siendo sus intereses sexuales
más bien generales, y el “ritualístico”, que se diferencia del primero por tener una historia de parafilias
(desviaciones en la conducta sexual) diversas, una planificación cuidadosa de los escenarios adonde pueda
llevar a cabo su compleja e intensa vida de fantasía y recursos muy desarrollados para proteger su identidad
de abusador. Estos autores
recomiendan el cuidadoso estudio de los distintos parámetros que caracterizan a estos dos tipos de
individuos: sus patrones de selección de sus víctimas, sus patrones de conducta previas al delito, el tipo más
probable de conducta ofensiva, los tipos de escenarios preferidos y los motivos subyacentes a la particular
elección que hacen de sus víctimas. También se ha observado que el tipo de abusador sexual ritualístico
suele tener más de una conducta sexual desviada (parafilias), entre las que se suelen encontrar voyeurismo,
fetichismo y una larga serie de actividades e intereses de tipo sádico y masoquista.

En cuanto a los antecedentes de haber sufrido el victimario a su vez abuso sexual en su infancia ,
según los últimos trabajos que hemos podido escuchar en “The Royal Society of Medicine”, Londres, 1998,
a cargo de David Skuse y Arnon Bentovim, se encuentran en alrededor de un 35%. En estos casos, se han
sumado circunstancias concomitantes o siguientes al abuso sexual, como ser otras exposiciones a situaciones
de violencia diversa, de lo cual resultaría demasiado extenso relatar aquí. Dicho brevemente, haber sufrido
abuso es uno más de los factores de riesgo, pero no llevará a conductas abusivas en el futuro si no está
conjugado con otros factores. De hecho, muchos sobrevivientes de espantosas situaciones de abuso han
podido mostrar una inusitada capacidad de resistencia al trauma y han dedicado sus vidas a obras
relacionadas con la protección y rescate de otras víctimas de la violencia.

Una mayor luz sobre estos comportamientos desviados nos llega a través de los trabajos que sobre el
tema ha expuesto Robert Stoller, uno de los más destacados científicos en este campo. En su libro
“Perversión, la Forma Erótica del Odio” escribe: “Piensen en las perversiones con las que están
familiarizados: necrofilia, fetichismo, violaciones, asesinatos sexuales, sadismo, masoquismo, voyeurismo,
pedofilia y tantos otros. En cada uno de ellos se encuentra – en forma grosera o encubierta pero esencial en
la fantasía – hostilidad, venganza, triunfo, y un objeto que ha sido deshumanizado. Antes de siquiera arañar
la superficie, podemos ver a alguien dañando a otro como su principal objetivo en prácticamente todas las
situaciones... También veremos al acto perverso hilar su camino entre la ansiedad y el aburrimiento en la
búsqueda del exacto tipo de riesgo que cree excitación”. Cuando examinamos a un imputado de perversión
pedofílica, estos rasgos tan elocuentemente descriptos, ¿nos saltan también a nuestra vista de la manera en
que este autor nos lo advierte? Si es o no así, esto debe ser considerado e incluido en la balanza para una
correcta ponderación.

18.- Breve descripción de la familia incestuosa

Patricia Beazley Mrazek, una de las pioneras en el estudio del abuso sexual infantil ha estudiado muy
cuidadosamente la psicodinámica de las familias en las que se lleva a cabo el incesto. Si bien el porcentaje
de familias de clase media es más alto que lo que se pensaba, la incidencia mayor se encuentra entre las
familias de bajos recursos y que viven en zonas aisladas como lo son algunas rurales. Comprendiendo a la
familia como un sistema, como lo señala también Bentovim, se ha dedicado a estudiar los componentes
encontrados en las familias donde se ha producido incesto recopilando todos los trabajos al respecto escritos
en los últimos cincuenta años.

De todos los tipos de incesto, el más frecuente es el de padre/padrastro-hija. El padre/padrastro suele


tener un pasado de privación afectiva o de rechazo de su madre y de abandono por el padre . Presentan
trastornos psicológicos que van de medianos a francamente psicóticos, siendo los diagnósticos más comunes
los de pedofilia, personalidad dependiente, y desorden paranoide de la personalidad y patológicamente
obsesionados con el sexo. La ingestión excesiva de alcohol es frecuentemente encontrada (en algunos
estudios, el 25% de los encarcelados por este delito eran alcohólicos; en otros, las cifras arrojan 48,9% y
hasta 80%, las diferencias dependiendo generalmente de las diferentes definiciones de alcoholismo. De
cualquier modo, la presencia del exceso de alcohol también debe ser un factor a ponderar). La hija más
vulnerable suele ser la mayor, en especial si está ocupando el rol de su madre y si como ésta, es pasiva y
dependiente. La madre suele también ser una persona que ha sufrido privaciones afectivas en su infancia que
la han llevado a no poder expresar afecto hacia el marido y los niños. (a veces ha sido sexualmente abusada
y sufre de frigidez sexual y se muestra hostil con su marido). Ha sido frecuentemente descripta como
dependiente, infantil, masoquista y patológicamente ligada a su propia madre rechazante, con una falla muy
importante en su capacidad de cuidado y en poder actuar para frenar el abuso. Esta descripción le recuerda
varios casos vistos por quien aquí escribe: en uno de ellos, la madre negaba que fuera posible que su marido,
padrastro de la niña de once años, la abusara tal como declaraba con toda precisión y el más conmovedor
sufrimiento. Finalmente, la hija miró en los ojos a su madre y simplemente le dijo: “Sabes que digo la
verdad, pero temes que Oscar te deje y no puedas vivir sin él. ¿Pero tu dignidad, mamá, adónde quedará
entonces?”. El impacto fue tal que la madre entre sollozos abrazó a la niña y exclamó que era cierto, que en
el fondo sabía que, aunque se lo negaba, que su hija estaba siendo abusada. Una escena difícil de olvidar por
la profunda y sentida manera en que esta niña rescató la dignidad humana, aplastada y humillada por el
abusador sexual.

En el abuso padre/padrastro-hijo, muchísimo menos frecuente que el anterior, suele encontrarse a un


padre con fuertes problemas con su propia madre que lo ha rechazado en la infancia. Suelen sentir rechazo
hacia la mujer y tener impulsos homosexuales, muchas veces vividos dentro de la familia de origen con
hermanos, primos o tíos, inclusive el propio padre. El consumo de alcohol está a menudo presente en los
episodios de incesto. El hijo puede haber tenido experiencias homosexuales simultáneas o posteriores a los
abusos paternos. La madre suele estar asociada al incesto “no dándose cuenta” de lo que sucede; es más
poderosa de lo que muestra y tiene actitudes “castradoras” y “manejadoras” con los hombres, tomando una
acción protectora sólo después de que el incesto ha sido conocido en la comunidad.
El incesto hermano-hermana, es para algunos la forma más frecuente de actividad incestuosa, siendo
la hermana menor en una familia de varios varones la que tiene mayor riesgo. Otros tipos de incesto, tales
como el madre-hija y madre-hijo son menos frecuentes en ese orden.

En resumidas cuentas, las familias donde se produce el incesto son sistemas disfuncionales donde los
roles y las fronteras están confusos. Las biografías de los involucrados, el sistema familiar y el estudio por
parte de asistentes sociales del medio familiar extenso y el laboral y social en que éstos se desempeñan,
amén de los testimonios de amigos, parientes y compañeros de trabajo, como ya lo hicimos notar, cobran
una vital importancia en el momento de la ponderación de la coherencia de los relatos infantiles colectados y
la probabilidad de que éstos tengan congruencia en su conjunto y que no estén influidos por adultos.

Debe también repararse como generador de dudas si el progenitor denunciante recurre a varias
nuevas evaluaciones cuando de ellas se desprende que el niño no ha sido abusado. Estos padres no aparecen
sensibles ante el hecho de que las repetidas evaluaciones resultan traumáticas para el niño. Persisten en su
idea del abuso y desestiman cualquier otra explicación diversa a ésta. (Elterman y Ehrenberg, 1991). Hemos
visto un caso en que la madre recorrió dos servicios especializados que se expidieron en forma negativa
sobre el abuso, sin por ello sentir alivio alguno sino lo contrario, hasta conseguir en un tercero oír, casi
triunfalmente, que el niño sí había sido abusado.

En cuanto al abusador, como lo hemos dicho, si bien no existe un “perfil” unívoco del mismo, la
literatura clínica al respecto describe personas con desviaciones sexuales, con bajo control de los impulsos,
baja autoestima, capacidad de juicio disminuido, ideas erróneas sobre el desarrollo infantil, abuso de
sustancias, tendencias regresivas en situaciones de stress, y dificultades interpersonales. (Bresse et alt.;
Famularo; Stone; Barnum y Wharton; Sahd; citados por Ehrenberg y Elterman). Debe tenerse en cuenta que
estos rasgos comúnmente encontrados pueden no estar presentes en algunos casos, y también que pueden
estar presentes en casos de personas no abusadoras. Una vez más, una correcta ponderación de estos
elementos es
imprescindible para la configuración general del mosaico.

Otro elemento de peso es el de la reacción del niño frente al perpetrador: a menudo se muestran
temerosos del mismo y retraídos en su presencia. Es raro que estén cómodos y desenvueltos con él e
inclusive con otros adultos con quien lo pueden asociar por encontrarlos parecidos, por ejemplo, por detalles
tales como ambos tener barba. (Faller, 1984 y Gardner, 1986).

A título de ejemplo, en un caso que comentamos en pág. 7, resultan, lo repetimos, muy difíciles (si
bien en última instancia no imposibles, y por ende la necesidad de una adecuada ponderación una vez más se
hace presente) de compaginar los relatos infantiles con la historia del involucrado y una súbita eclosión de
pedofilia incestuosa en un meritorio artista que hasta ese momento se había mostrado siempre como un
padre suficientemente correcto, con dos relaciones matrimoniales, sin antecedentes de rechazo a la mujer
sino lo contrario, y sin antecedentes de alcoholismo ni de drogadicción ni de haber tenido inclinación hacia
niños, ni perversión sexual alguna en ningún momento de su vida pese a haber actuado durante años como
profesor tanto de menores como de adultos. A todo lo cual debemos añadir que las dos figuras cuidadoras
maternas estaban intactas y tenían una larga experiencia en la atención de niños y adolescentes. La primera
ex esposa, madre del niño que siempre negó que su padre los hubiera molestado sexualmente, en su
entrevista con la psicóloga oficial manifestó que era “impensable” que su ex marido hubiera hecho algo de
esa abyección como se le estaba imputando: el informe entregado explicó al tribunal que esta madre tenía
“idealizado” al imputado, ya que había utilizado una palabra (“impensable”) que significaba su
imposibilidad de siquiera pensarlo cometiendo una maldad: ésta fue una de las razones por las que su
testimonio fuera desestimado y se la calificara de “madre negadora” y por lo tanto, de riesgo para su hijo,
girándose a sede civil este diagnóstico para que desde allí se arbitraran medidas de protección del
adolescente. Debe agregarse, también, que la denuncia de su última esposa coincidió con el mismo momento
en que este junto con la obtención de significativos lauros internacionales había comenzado una nueva vida
sentimental con una bella y talentosa joven, todo lo cual hacía clínicamente inexplicable una conducta de
“regresión” pedofilica. Si, además, estos relatos infantiles, según se demostró aquí, estaban fuertemente
condicionados por la influencia materna, así como también la del equipo profesional que los entrevistó más
de una treintena de veces (a la par de colocarlos simultáneamente en un grupo de niños sexualmente
abusados), una correcta ponderación llevaría a dudar fuertemente de su verosimilitud y más bien a
considerar lo contrario. Por mayor que sea la capacidad de disociación de un abusador, la realidad observada
por un cuidador no neutralizado (la denunciante manifestó tener una amplia experiencia con “niños de la
calle”) no podría normalmente pasar desapercibida, especialmente si los hechos invocados se habían
desarrollado durante un prolongado período de tiempo, en este caso, por casi un año entero según se alegó.
Agréguense a esto las observaciones de Gallagher y de Hazelwood y Warren que hemos citado párrafos
atrás sobre la forma en que actúan los pedofílicos y resultará difícil entender por qué en este caso el acusado
hubiera tomado los riesgos de abusar ritualmente y en grupo a dos niños simultáneamente, niños que para
colmo tenían dos madres cuidadoras en perfectas condiciones de detectar alteraciones en sus hijos. En este
caso, tampoco fue tenido en cuenta el hecho que durante los casi tres años que estuvo en prisión a la espera
de su juicio, que resultó en una muy severa condena por corrupción de menores agravada por el vínculo, su
conducta fue evaluada como ejemplar, gozando del respeto tanto de los guardiacárceles como de sus
compañeros (algo que sabemos que por cierto no sucede en los casos de abusadores de menores) ya que
entre ellos existía consenso sobre su inocencia. Dedicó su tiempo a organizar diversos actos culturales en esa
cárcel e inició una carrera universitaria con las más altas calificaciones, retrato que tampoco resulta
compatible con la del abusador impulsivo.

Finalmente, y pensando una vez más en que el bienestar del niño es lo principal, en casos en que una
cuidadosa ponderación pueda crear dudas razonables sobre los dichos de algunos niños y los hechos
invocados, lo más conveniente podría ser que se estableciera que los encuentros de éstos con el progenitor
cuestionado se realicen en forma supervisada por un o una asistente social experimentada en estos temas,
quien evaluará e informará al asesor de menores y al juez sus observaciones de la interacción familiar.

El sentido común que resulta de la larga experiencia clínica que debieran tener los entrevistadores, si
bien lejos de invocarlo como infalible, debe ser de gran peso y de obligatoria información por parte de los
peritos y demás involucrados a los jueces que estén interviniendo. Nada se debe aceptar o descartar de plano
y todo debe ser cuidadosamente ponderado y comunicado con el más completo compromiso ético.

Addenda

Nos puede ser útil recordar que las co-construcciones pueden existir en otras situaciones diversas al
abuso sexual. En el presente trabajo nos hemos ocupado específicamente de estas últimas. Empero, un caso
clínico como el que expondremos a continuación puede sernos de ayuda para entender el mecanismo que
hemos descripto y por ello lo referimos. (Nótese en general que todo tipo de situaciones de violencia pueden
también coexistir con el abuso sexual y deben ser tenidos en cuenta para un correcto diagnóstico):

Se trataba de un padre de niñas de ocho y diez años de edad. Desde hacía dos años se encontraba
separado de su mujer. Él era un modesto vendedor de tienda. Ella había podido terminar una carrera
universitaria durante el matrimonio. Era una mujer ambiciosa y le resultaba muy importante escalar
socialmente. En su nuevo trabajo había conocido a un profesional de su misma especialidad y que se
cristalizara un romance fue sólo cuestión de breve tiempo. El marido se había ido de la casa al descubrir la
situación y se había refugiado en la de sus padres. Las para nosotros mal llamadas “visitas” (no vemos por
qué los hijos pequeños deben ser “visitados” o “visitar” a sus progenitores, sino más bien “encontrarse” con
ellos para compartir una parte de sus vidas), se fueron dificultando por obstáculos cada vez más intensos que
ponía la madre, éstos en proporción al avance de su nueva situación sentimental. En la última sucedió un
episodio que según todos los testimonios fue absolutamente accidental en el que el ex marido, cuando con
alguna tardanza pasó a buscar a sus hijas según lo convenido, casi atropella con su auto a la madre de las
niñas que se había abalanzado sobre el coche en un estado de gran excitación y furia y gritando improperios
por la demora sufrida. Numerosos vecinos fueron testigos del episodio, de la brusca frenada y del
desconcierto y alivio de este hombre al ver a su ex mujer intacta. De inmediato fue presentada una denuncia
por intento de homicidio. Las visitas fueron suspendidas.

Un año y medio después de lo relatado, vimos a las hijas con su padre, en un intento de revinculación
indicado por el juzgado, ya que la causa criminal había caído por falta de pruebas y ante el testimonio
contundentemente favorable de varios de los que habían presenciado el hecho. Las niñas no lo habían vuelto
a ver desde el episodio y manifestaron a voz en cuello que no querían hacerlo nunca más. Pocas veces
hemos visto una situación tan violenta como la recepción que las hijas prodigaron al padre en este prescripto
encuentro: las niñas comenzaron por insultarlo soezmente y cuando éste, tratando de recordarles tantos
momentos felices que habían compartido, con lágrimas en los ojos pretendió tocarlas, ambas la
emprendieron literalmente a puntapiés contra él gritándole “asesino-basura”, diciéndole que no era su padre,
(sólo “padre biológico”, aclararon en un respiro) y que su verdadero padre (en otro respiro, “padre socio-
cultural”) era el actual novio de la madre, con quien ya vivían juntos.

Invocaron que antes creyeron quererlo porque no sabían que era un asesino, ya que pudieron ver con
sus propios ojos el momento en que éste casi ultimó a su madre, y que, así como la quiso matar a ella,
pronto, si no se defendían, las mataría también a ellas. La situación fue difícil de controlar. A la salida, en la
sala de espera se encontraba el “padre socio-cultural”, quien al levantarse con gesto airado y desafiante
frente a los profesionales que tratábamos de poner calma en la situación dejó ver muy obviamente el arma
que portaba en su cinto (supuestamente pertenecía a un servicio de seguridad del Estado), mientras
exclamaba que, si las niñas habían sufrido algún daño por nuestra culpa, nos llevaría a juicio. No había duda
de quiénes eran los dueños de la situación. En el consultorio, en cambio, quedó un hombre que sollozaba: la
imagen más completa de la derrota y de la impotencia. El decepcionante paso siguiente para nosotros fue
informar al juzgado sobre la imposibilidad de realizar la tarea encomendada.

Cualquiera que hubiera interrogado a esas dos niñas y desconociera el contexto de la situación,
hubiera asegurado que ese hombre era en efecto peligrosamente violento, tal era la convicción y precisión
con que, a los gritos, expusieron los detalles del frustrado asesinato de aquel día. Al respecto no podemos
dejar de mencionar el caso de un niño que llegaba al Palacio de Tribunales exclamando a viva voz: “Vengo
a hablar del puto (sic) Bermúdez (su padre)”. Este episodio como otros más que hemos visto, nos llevan a
una observación corroborada por la experiencia de muchos colegas: cuando los niños se desenvuelven con
gran desparpajo y seguridad, sin ningún tipo de inhibición frente a los mayores ante los cuales deben relatar
hechos que normalmente producen incomodidad y vergüenza, es de mayor peso en la ponderación una
poderosa influencia directa de adultos en guerra en los relatos infantiles.

También podría gustarte