La Relación Funcional Entre El Pensamiento y La Emoción II
La Relación Funcional Entre El Pensamiento y La Emoción II
La Relación Funcional Entre El Pensamiento y La Emoción II
funcional entre el
pensamiento y la
emoción II
Pasemos entonces, a otras emociones no tan nombradas
como la ansiedad.
Ira: Es una emoción funcional ante una necesidad de
defenderse de un ataque hacia nosotros o hacia alguien
emocionalmente cercano. Tiene un fuerte valor adaptativo, en
cuanto a territoriedad y protección. Hoy por hoy, un agravio u
ofensa despectiva o degradante hacia mi persona o personas
queridas de mi grupo de pertenencia genera una reacción de
ira. Fisiológicamente es una de las emociones con más
activación simpática. La aceleración cardíaca y la
hiperventilación son inmediatas y el pensamiento pasa a
ser tanto un detonador como un fuerte modulador que
retroalimenta a la reacción fisiológica de la ira manteniéndola
elevada. Los pensamientos como: “me lo hace a propósito”,
“a mí no me va a ganar”, “me está subestimando”, “me está
menospreciando”, “es malo y no voy a permitir que me
dañe”, “lo detesto y quiero que desaparezca”, son ejemplos
típicos en situación de enojo. No necesariamente este proceso
se da frente a otra persona, sino puede ser frente a un objeto,
o ¿acaso no nos enfurece cuando no arranca el auto, o
cuando no podemos desatar un nudo? Dependiendo de la
intensidad fisiológica de la ira, sumado al pensamiento que
mantiene o aumenta a la misma, el desenlace conductual
será una acción violenta (pegar, romper, etc). De ahí que,
entonces, la modificación de los pensamientos detonantes de
la ira sea fundamental en el tratamiento psicológico, para
justamente evitar el incremento de la misma.
Las emociones de lástima, culpa y vergüenza suelen ser
inhibitorias, ya que funcionan en forma antagónica a otras
emociones, disminuyendo su intensidad. Por ejemplo, la ira
disminuye cuando aparece la lástima y la ira intensa inhibe su
potencial violencia si sentimos culpa por el potencial daño
que vamos a perpetrar al otro. En caso de cometer un acto
violento y luego darnos cuenta del mal que hemos hecho, la
culpa aparece como emoción y el remordimiento como un
sentimiento que motiva a tratar de corregir el daño hecho.
Pasemos entonces a definirlas a cada una.
Culpa: se trata de una emoción muy intensa, que los sujetos
la perciben como intolerable. Se experimenta en el pecho
como un pesar muy terrible, con una angustia enorme.
Resulta de pensar que se ha cometido una acción que implica
violar un imperativo o mandato de carácter moral. El pensar
que uno ha perpetrado un daño a alguien o lo ha perjudicado
de forma grave, genera culpa. Esta emoción se torna muy
fuerte en las personas con TOC (Trastorno Obsesivo
Compulsivo), quienes generalmente se auto adjudican
acciones dañinas que en realidad no lo son o son solamente
ideas. Acá, la culpa deja de cumplir su función adaptativa de
inhibir acciones violentas contra un par, y pasa a ser una
emoción altamente inhibitoria de conductas sanas, como por
ejemplo, cuando el paciente con TOC experimenta culpa por
haber pensado en alguien y a partir de allí, que a ese alguien
le suceda algo malo; como si el pensar pudiera ocasionar un
daño grave a otro. Los pensamientos no pueden nunca ser
peligrosos, una acción podría en todo caso serlo. Por el
contrario, un sujeto con alto nivel de psicopatía, no siente
culpa frente a acciones que dañan a otros; aquí también se
observa una disfuncionalidad de la emoción, ya que, al no
presentarse la culpa, un psicópata no tiene límite en su
accionar, pudiendo convertirse en un ser potencialmente
peligroso. El aprendizaje de normas sociales está muy
relacionado al aprendizaje de la culpa. Romper normas o
cometer actos inmorales o ilegales, están sujetos a no sentir
culpa ni remordimiento; por el contrario, un sujeto normal
siente culpa frente a la posibilidad de romper esas normas y
eso hace que pueda vivir en una sociedad.
Lástima: Es una emoción que aparece cuando se observa
alguna característica del otro que es inferior a nosotros,
evaluando que podemos hacerle daño. Incluso si otra persona
nos está agrediendo y enfocamos un detalle de inferioridad en
ella, se puede rápidamente sentir lástima y así abandonar la
lucha. La lástima es altamente adaptativa y se la utiliza
mucho en la terapia para poder moldear las reacciones de
enojo. Instintivamente, las madres educan a sus niños
pequeños a sentir lástima. Así, cuando los niños le pegan por
ejemplo a su hermanito menor; frases como: “mirá que
chiquito que es”, “es más débil que vos, pobrecito”, “no se
puede defender”, “a vos no te gustaría que alguien te haga
eso”, devendrán en futuros pensamientos que el sujeto
internaliza y pone en juego cuando es adulto, adaptándolo a
diferentes situaciones. Se observa aquí el carácter esencial
que tiene la enseñanza de la empatía y del moldeamiento de
emociones funcionales por parte de los padres, con esto nos
referimos a que a pesar de que las emociones tienen un
fuerte componente filogenético, el uso o abuso de las mismas
está muy relacionado al aprendizaje en los primeros años de
vida. Cuando la lástima es excesiva, y los pensamientos se
enfocan en aquellos detalles que nos muestran lo inferior de
nuestros pares, puede traer como consecuencia que la
persona quede vulnerable a que se aprovechen de ella. Así, a
veces la falta de asertividad, la incapacidad de negarnos a un
pedido porque sentimos lástima de la necesidad del otro,
puede hacernos ir en contra de nuestras propias necesidades
provocándonos un mal mayor. En casos así, las técnicas
cognitivas intentan modificar esos pensamientos por otros
más realistas acorde a la situación planteada, procurando
enfocarnos en las consecuencias de ceder y del daño que nos
podemos causar, e intentando mostrar que el otro puede
satisfacer sus propias necesidades.
Vergüenza: Es una emoción altamente inhibitoria, muy
relacionada a parámetros de comparación con pares y a la
observación de la propia conducta. Este último detalle se
relaciona con una cierta madurez del cerebro (sobre todo del
lóbulo frontal), ya que a los 3 o 4 años un niño adquiere
conciencia de sí mismo y ahí se puede empezar a notar
sentimientos de vergüenza, antes de este período no se lo
observa. El qué va a decir la gente respecto de mi
comportamiento, será el axioma principal de la vergüenza.
Más adelante se irá generalizando a mi conducta, mi cuerpo,
mi manera de ser o mis logros respecto de lo que se espera
socialmente de mí como persona. No haber mantenido una
postura adecuada acorde a determinados parámetros
esperables frente a la mirada de los demás genera
vergüenza. El pensamiento comparativo es un fuerte
disparador de la vergüenza. Lejos de pensar que la vergüenza
es mala y hay que evitarla, es una de las características de la
salud mental. El mantener cierto comportamiento socialmente
adecuado es directamente proporcional a la vergüenza que
sentiríamos de no poder hacerlo. Por esta razón, patologías
como las demencias o los brotes psicóticos, presentan
comportamientos desinhibidos, como andar desnudos o
defecar en la vía pública; justamente se pierde la capacidad
de sentir vergüenza. Por el contrario, si los sentimientos de
vergüenza se disparan frente a mucha cantidad de estímulos
y la comparación con los pares es extrema, como en la fobia
social, observaremos a un sujeto patológicamente inhibido,
que juzgará su accionar como desubicado y erróneo. En estos
casos, se trabaja mucho con modificación del pensamiento
comparativo, enseñando a generar comparaciones diferentes
o más racionales. El paciente con fobia social, entre otras
cosas, se compara muy a menudo con sujetos muy
extrovertidos, por lo tanto siente una terrible vergüenza de su
propia performance, generando como consecuencia que evite
situaciones sociales donde la persona interpreta que los
demás lo evaluarán negativamente y/o pensarán mal de él,
algo que, dicho sea de paso, resulta casi imposible de
comprobar la mayoría de las veces.
Aunque hay muchas emociones plausibles de ser
experimentadas por el ser humano, en este artículo sólo
conceptualizaremos las que más usualmente vemos en
consultas, como las ya mencionadas. Por último
describiremos otra emoción que incluso, tiene mala prensa: la
tristeza.
La tristeza es una emoción claramente desagradable. Desde
el punto de vista fisiológico, el sistema autónomo simpático
se encuentra menos activo y hay ocasiones, cuando la
tristeza se presenta luego de la ansiedad, en que opera más a
nivel parasimpático. Genera menos movimiento físico y más
aislamiento. Durante el estado de tristeza, es difícil tener
voluntad para hacer algo físico, incluso comer. Está asociada
a la reflexión y a la introspección. En ocasiones, actúa como
un fuerte regulador del sistema nervioso, atenuando su
hiperactividad. Suele aparecer cuando hay pensamientos de
pérdida, algo ya se perdió y no se puede recuperar. Así como
la ansiedad opera en el futuro, la tristeza opera en el pasado,
algo ya pasó y no hay nada que se pueda hacer para
recobrarlo. Por eso es la emoción más emparentada con el
duelo, ya que cuando alguien querido se muere la tristeza es
la emoción que más prevalece y con razón, ya que la persona
muerta no va a volver más. No obstante, hay circunstancias
de pérdidas no tan irreversibles, pero la tristeza aparece con
una intensidad similar a la una pérdida que sí es irreversible;
o mejor dicho, se evalúa como irreversible una pérdida que no
lo es. Si este estado dura un cierto tiempo se le llama
depresión. Por supuesto que hablamos de una depresión
como las que antaño se le denominaban reactivas, es decir,
que aparece como cuadro cuando hubo algún factor
detonante o es el resultado de no procesar bien los cambios
ante una pérdida. No nos referimos aquí a una depresión
bipolar, donde el factor químico y la desregulación del
sistema del ánimo son independientes del pensamiento o
situación detonante. Es por esta razón que la terapia cognitiva
fue tan exitosa en los cuadros de depresión unipolar, ya que
la modificación de los pensamientos depresógenos genera
una fuerte mejoría, mitigando la tristeza y de a poco
empezando a mejorar el cuadro. Como decíamos al principio
de este párrafo, la tristeza no tiene buena prensa en los
últimos tiempos. Socialmente no se ve bien que una persona
esté triste y el modelo de persona alegre y optimista es lo que
más vende. Pero verdaderamente la tristeza también es una
emoción innata como cualquier otra y por algo ha
evolucionado hasta nuestros días. Hay que aprender a
aceptarla cuando es el resultado de una pérdida. Cuando un
paciente nos plantea que ha perdido a su papá en estos días y
que se siente triste y quiere sentirse bien, tenemos que
psicoeducarlo respecto de la función de las emociones, en
este caso de la tristeza. Lo lógico y natural en un duelo es
estar tristes y luego va remitiendo con el correr del tiempo.
Es indiscutible que para generar un cambio emocional
necesitamos modificar los pensamientos disfuncionales; este
es el alma de las Terapias Cognitivas y todo su arsenal de
procedimientos. Ahora bien, para alcanzar este objetivo
precisamos conocer el valor evolutivo de las emociones, sus
manifestaciones topográficas en los planos cognitivo,
fisiológico y motor, así como muy especialmente su relación
funcional con los distintos contenidos de los pensamientos. El
que los psicólogos posean este conocimiento teórico
redundará en un tratamiento más efectivo.
Por: Lic. Ariel Minici, Lic. Carmela Rivadeneira y Lic. José Dahab